LOVE OF MY LIFE (en espanol)
Capitolo uno
verano de 1917
Y ya no sé nada de ti, pero no soy nada sin
ti.
Me estoy ahogando en este mar alcohólico, no
quiero vivir una vida en apnea,
porque tú eres oxígeno para mí y por eso no
puedo respirar.
Creí verte, pensé que estaba loco
y me enamoré de mi locura.
Así renací dentro de un par de ojos verdes.
Los llevaré conmigo por el camino de la vida
y cuando tenga miedo sabré dónde mirar.
Capítulo dos
Cuando oyó el ruido de un coche detenerse en la acera frente al portón de su edificio, Susannahizo que la llevaran de inmediato al pasillo y permaneció allí esperando a que él entrara, luego de decirle a la criada que la ayudaba a trasladarse que se fuera. Terence le había avisado que la visitaría temprano por la tarde, por lo que Susanna, fuera de sí dealegría, se puso uno de sus vestidos más bonitos, se peinó a la moda y envió a su madre a hacer algunos mandados.
La señora Marlowe y su hija vivían en un apartamento no muy grande situado no lejos del de Terence, en Greenwich Village. No era un alojamiento cómodo para una chica en silla de ruedas dadoque los espacios eran bastante estrechos, por lo que la señora Marlowe ya tenía contemplado mudarse a una casa más grande. Había estado evaluando algunas casas en venta en el Upper East Side, justo enfrente de Central Park. Sin embargo, los precioseran definitivamente prohibitivos para su modesta economía, pero con el regreso de Terence estaba segura de que las cosas cambiarían... y bastante.
Después de estacionar el auto, Terence no se bajó enseguida, sino que permaneció unos minutos más pensando en lo que le diría a Susanna. En realidad, no tenía la más mínima idea, su mente estaba llena de pensamientos confusos y tenía el corazón pesado como una roca.Lo único de lo que estaba seguro era de que no quería hacerlo ni quería estar ahí. Pero no se le permitía elegir: el destino ya había elegido por él.
Los pasos que tuvo que dar desde el coche hasta la puerta de la casa de las Marlowe le parecieron tan dolorosos como escalar una montaña descalzo. Vaciló un momento más, pero luego, tras un profundo suspiro, sacó del bolsillo las llaves que le había dado Susanna meses antes: la muchacha había insistido mucho en que tuviera una copia para poder entrar en la casa cuando quisiera.
- Terence, ¿eres tú? – le gritó Susanna desde el pasillo, cuando él aún se encontraba al pie de la escalera que los separaba.
El chico levantó el rostro y dirigió la mirada hacia el primer piso, desde donde se filtraba una tenue luz amarillenta. Él todavía no podía verla a ella ni ella a él.
- Sí… soy yo – respondió y, tras ponerse la máscara más bonita que tenía, subió.
Susanna escuchaba sus pasos acercándose cada vez más y su corazón latía más rápido a cada instante, mientras una nueva luz se pintaba en su rostro, la cual alcanzó su máximo esplendor tan pronto como él apareció ante sus ojos.
- ¡Terence! – exclamó radiante, abriendo los brazos para invitarlo a acercarse. Él se arrodilló frente a la joven, que lo abrazó con exigencia.
- ¡Lo sabía!¡Siempre supe que volverías a mí! – murmuró al oído del joven, con los ojos llenos de lágrimas.
Terence no pudo decir nada, ya que se sintió abrumado por aquellas palabras, como si cada sílaba que salía de los labios de Susanna se posara sobre sus hombros y creara un peso insoportable. Él se puso de pie y se alejó ligeramente de ella. La chicase desconcertó por su frialdad, pero trató de ocultar su decepción detrás de una dulce sonrisa que Terence intentó devolverle. No fue sino hasta ese momento que Susanna se dio cuenta de lo pálido y delgado que estaba. Bajó la mirada para no ver lo que eran señales claras del sufrimiento del joven. Ella no sabía qué había hecho en esos largos meses en los que había desaparecido y no quería saberlo.Prefería cerrar los ojos y seguir creyendo que había vuelto por ella, para estar con ella.
- ¿Cómo estás,Susanna? – fueron las primeras palabras que Terence logró pronunciar después de interminables segundos de silencio.
- Bien… ¡ahora que estás aquí! – exclamó, acariciándole la mano.
- Creo que tengo que explicarte...
- No tienes que explicarme nada – lo interrumpió –. ¡Todo está bien! – exclamó con firmeza.
Terence, asombrado, la miró a los ojos por primera vez desde que había entrado en el lugar y su rostro se iluminó de nuevo con una maravillosa sonrisa. Se miraron fijamente durante unos instantes, como dos actores que hubieran olvidado sus diálogos, y luego ella, emocionándose de repente como una niña la noche antes de Navidad, le dijo:
- ¡Tengo un regalo para ti!
- ¿Qué…?¿Un regalo? – le preguntó enfatizando por un momento lo totalmente absurda que resultaba aquella situación. Un buen día se había ido sin decir nada, dejándola en esas condiciones sin dar señales de vida por más de tres meses, y ahora ella lo recibía con abrazos y sonrisas, incluso con un regalo, sin exigir ninguna explicación, ¡como si nada hubiera pasado! Una sensación extraña lo invadió de golpe y un escalofrío le recorrió la espalda cuando Susanna volvió a tomar su mano para invitarlo a seguirla.
- ¿Me ayudas? – le preguntó y él se puso detrás de ella para empujar la silla de ruedas hacia la sala, a donde ella le había indicado que se dirigieran.
Tan pronto como Terence abrió la puerta, un magnífico piano de media cola de un blanco puro apareció ante sus ojos, como un bello adorno en el centro de la habitación. Se quedó sin palabras.
- ¿Te gusta? Sé que tocas muy bien y pensé que podría ser de tu agrado. ¿Sabes? A mí también me gusta mucho tocar. Podemos hacerlo juntos... ¿No dices nada?
- En verdad es muy bonito, pero... no debiste... ¡Te habrá costado una fortuna! – exclamó Terence, que seguía sintiendo ese inexplicable sudor frío bajando por su espalda.
- Bueno, en realidad no tanto, aunque... mamá dice que fue una locura.A mí me habría gustado uno más grande, de cola, pero quizá ni siquiera habría cabido en esta pequeña estancia y... ¿Quieres probarlo?
- ¿Ahora? – preguntó Terence titubeante, dado que no estaba realmente de humor para tocar.
- ¡Sí, vamos, tócame algo, lo que quieras! – respondió Susanna llena de entusiasmo.
El joven se acercó lentamente al instrumento, se sentó en el taburete acolchado de terciopelo azul, puso las manos sobre el teclado y empezó a probar algunas teclas. Unos instantes después, una lánguida melodía inundó la sala.
Susanna se quedó detrás de él para observarlo, y quedó cautivada como siempre por la elegancia de sus movimientos, que la habían conquistado desde la primera vez que lo vio. Se acercó un poco más a él, de manera que quedó a su lado, y colocó delicadamente una mano sobre su hombro. Ante ese contacto, Terence dejó de tocar sin voltear, pero ella le rogó que continuara. La melodía retomó su recorrido hecho de altibajos, giros y volteretas, de idas y venidas. Terence tocaba tratando de ignorar esa mano sobre su hombro que, lejos de provocarle las sensaciones que normalmente despierta en un hombre la mano de una bella mujer, ¡lo impulsaba inevitablemente a levantarse!
La música fue interrumpida de golpe por el ingreso en la sala de la señora Marlowe, que acababa de regresar de hacer sus compras.
- ¡Mamá, mira quién vino a visitarnos! – exclamó Susanna radiante.
Terence se puso de pie y se volvió hacia la mujer para saludarla.
- Señora Marlowe.
- Terence, qué placer volver a verte. ¡Mi hija estaba muy preocupada por ti!
- Mamá, por favor… no importa – murmuró la joven con el rostro ensombrecido.
- ¡No, querida, es justo que lo sepa! – exclamó la señora Marlowe lanzando al joven actor una mirada de reproche, para luego continuar – Deberías reflexionar sobre tu comportamiento.Cada una de tus acciones tiene consecuencias que no puedes ignorar.
- ¡Mamá, ya es suficiente! – gritó Susanna empezando a agitarse. La chicatodavía estaba muy débil; el médico le había recomendado absoluto reposo y tranquilidad. En su condición, el riesgo de infección siempre estaba al acecho y podía tener efectos devastadores, si no letales. Cada vez que por cualquier motivo se inquietaba, terminaba teniendo dificultad para respirar, vencida por el miedo y la ansiedad. Incluso en ese momento, mientras su madre regañaba a Terence por su comportamiento, que consideraba superficial y egoísta, Susanna sintió que le faltaba el aire y tosió un par de veces al sentir que se le cerraba la garganta. La señora Marlowe se dio cuenta de eso y le ordenó al muchacho que la cargara y la llevara a su habitación para que se acostara.
Terence se acercó a ella sin decir una palabra, se esforzópara mirarla con ternura y luego la levantó; ella se sujetó rodeándole el cuello con los brazos, apoyó la cabeza en su hombro y suspiró profundamente. El chico la ayudó a recostarse en la cama y se sentó a su lado.
- No debes agitarte así. No te hace bien – le dijo.
- Mi madre no tiene derecho de reprocharte.A mí no me importa lo que haya pasado. Estoy feliz de que estés aquí conmigo y eso me basta – confesó con voz débil.
- Ya me voy... Intenta descansar.
- Volverás, ¿verdad?
- Claro.
Luego de cubrirla con una manta, Terence salió de la habitación con la intención de irse de esa casa lo más rápido posible. Pero antes de llegar a las escaleras, la señora Marlowe lo detuvo.
- ¡No creas que esto se va a quedar así! – le dijo en voz baja para que su hija no la escuchara.
- ¿Qué cree usted que debería hacer? – le preguntó Terence, apenas logrando contener la ira que sólo la voz de esa mujer era capaz de despertar en él. En verdad sentía pena por ella, entendía su dolor al ver a su hija en esas condiciones, pero cada vez que abría la boca, la piedad del joven al instante se transformaba en cólera. El tono con el que se dirigía a él lo enfurecía. Se sentía con derecho a juzgarlo y, basándose en su juicio, pretendía organizar su vida, porque esa vida en realidad ya no era suya, sino que le pertenecía a su hija, quien se había sacrificado para salvarlo.
- ¡Ten muy presente que la vida de mi hija depende de ti! Sabes cuánto te ama, te lo ha demostrado, ¿no? No te atrevas a abandonarla nunca más, no puede salir adelante sola... Tienes que estar cerca de ella tanto como sea posible. Es lo mínimo que puedes hacer, ¿no crees? – la señora Marlowe pronunció esas palabras alternando tonos de reproche con otros más convincentes e insidiosos.
- Lo haré, no se preocupe. Volveré mañana a verla – zanjó Terence la conversación antes de bajar las escaleras y salir.
Regresó a su apartamento con las palabras de la señora Marlowe atormentándolo sin darle tregua... tienes que estar cerca de ella... no te atrevas a abandonarla nunca más... tienes que estar cerca de ella... tienes que estar cerca de ella...
Fue a la cocina a tomar un vaso de agua. La rabia hacía que le temblaran las manos. Agarró el vaso y lo arrojó violentamente contra la pared, rompiéndolo en mil pedazos, gritando. Se preguntaba cómo le haría, cuánto resistiría. Pero no podía responder esas preguntas, no tenía las respuestas. Se tiró en el sofá con la esperanza de dormir un poco. No había cenado, pero no tenía hambre. Su estómago había sido reemplazado por una gran bola de plomo. Le parecía que toda su vida había adoptado también esa forma y esa pesadez. Sí, se sentía pesado, encadenado a una pesadilla. Extendió la mano para abrir el cajón de la mesa auxiliar y sacó un pequeño objeto de metal. Era su armónica, la que… ¡Sí, esa! Se la llevó a los labios y ese contacto, al recordarle otros días de otra vida, lo hizo sonreír por un instante, un breve instante, demasiado breve. Inmediatamente después,un suspiro invadió su garganta y sus ojos comprendieron que no tendrían salvación. No pudo producir ni una sola nota; le temblaban los labios. Se quitó la armónica de la boca y la colocó sobre su pecho. Cerró los ojos; una lágrima solitaria acarició su mejilla.
*****
A la mañana siguiente, cuando se despertó, se duchó, bebió su té, barrió y recogió los vidrios rotos del suelo y empezó a estudiar el nuevo guion. Su aparición en el escenario estaba prevista para la decimotercera escena del tercer acto.
Tireo, el personaje que interpretaría Terence Graham, era un mensajero de César que era enviado al palacio de Cleopatra en Alejandría, Egipto, para informarle a la reina cuáles eran las intenciones del emperador.
“[…] ilustre reina, César le aconseja que no se preocupe
demasiado por las condiciones en las que se encuentra, sino que sólo piense que
él es César.
[…] Él sabe muy bien
que no se entregó a Antonio por amor, sino sólo por temor. Por tanto, se
compadece de las heridas que ha sufrido su honor, las cuales considera manchas
impuestas, no merecidas.
[…] ¿Qué he de decir
en su nombre a César? […] Le complacería saber que ha dejado a Antonio y se ha
puesto bajo la protección de César, que ahora es amo del universo”.
Tras la respuesta de Cleopatra de que está lista para poner su corona a los pies de César, Tireo dice:
“Noble resolución […]Concédame
la gracia de depositar mi homenaje en su mano”.
Pero en el momento en que Tireo besa la mano de la reina de Egipto, Antonio entra y, enfurecido ante tal vista, le pregunta al mensajero quién es, a lo queeste responde:
“Alguien que no hace más que seguir las órdenes del hombre más poderoso que existe y más digno de que sus órdenes sean obedecidas”.[1]
Después de escuchar estas palabras, Antonio ordena que azoten inmediatamente al mensajero.
Ante la idea de ser azotado, Terence se echó a reír, puesto que toda la situación le pareció bastante irónica. Era evidente que hasta en el teatro el destino estaba en su contra, pensó con una sonrisa maliciosa. Shakespeare siempre conseguíacautivarlo y sacarlo de la vida cotidiana, que en ese momento a él no le entusiasmaba en absoluto salvo por el teatro. La tragedia que iba a representar en escena lo hacía sentir vivo, mientras que la tragedia en la que se había hundido en la realidad lo aniquilaba.
Luego de pasar casi todo el día analizando el guion y ensayando su papel, Terence volvió a la casa de las Marlowe. Al llegar a la entrada, como el día anterior, tuvo que hacer un gran esfuerzo para insertar la llave en la puerta. Ese gesto, que podría parecer poca cosa, tuvo un efecto extraño en él: aquella no era su casa, no quería que fuera su casa y, sin embargo, tenía las llaves en el bolsillo y su tintineo lo estremecía.
Susanna lo recibió tal vez con aún más entusiasmo porque había regresado: entonces, la visita de la tarde anterior no había sido una simple visita de cortesía, ahora estaba segura de ello. Terence iría a verla todos los días para pasar tiempo juntos hablando de teatro, tocando el piano y cenando en la misma mesa. De hecho, esa misma noche la señora Marlowe lo invitó a quedarse a cenar y, como de costumbre, su tono no admitió negativas.
Terence se esforzó por responder a todas las preguntas que Susanna le hizo sobre su nuevo compromiso teatral. La chica parecía muy feliz y no escatimó consejos sobre cómo afrontar mejor el papel que le había sido asignado. Su madre, por el contrario, expresó su desaprobación por el papel secundario que iba a interpretar el joven actor.
- ¡No es posible que hayas aceptado un papel tan miserable! Es absurdo que se ignore tu talento de esta manera. ¡Creo que esto encima reducirá las probabilidades de éxito del espectáculo! – exclamó indignada la señora Marlowe, ensañándose con Terence por su actitud sumisa.
- Acabo de regresar. ¡No podía exigir nada más! Lamento, señora, que sus expectativas no se hayan cumplido, pero creo que el señor Hathaway sabe más que usted al respecto – respondió Terence con frialdad y, quizás por primera vez, con la determinación de quien no acepta órdenes, al menos no en su propio trabajo.
- Precisamente porque sabe más que yo, debería entender que el único que puede desempeñar el papel de protagonista no es Vincent – replicó la madre de Susanna, decidida a no dar marcha atrás.
- Verá, Margot, en el teatro, como en la vida, ¡los papeles más importantes deben merecerse, no exigirse! – respondió el joven actor fulminándola con la mirada y levantándose de la mesa – Es hora de que me vaya.Buenas noches, Susanna, señora Marlowe.
Mientras Terence se dirigía hacia la salida poniéndose la chaqueta, Margot lo siguió para decirle que al día siguiente su hija tenía que ir a hacerse un chequeo médico y que él tendría que acompañarla.
- Está bien. Nos vemos mañana.
*****
La tarde siguiente, después de pasar toda la mañana estudiando el guion en su apartamento, Terence acompañó a Susanna y a su madre al Hospital San Jacobo. Mientras la joven, asistida por dos enfermeras, era conducida al médico que la examinaría, su madre se quedó con él en la sala de espera. El doctor Smith la mandaría llamar tras el examen para informarle del estado de salud de su hija.
Terence estaba sentado en un rincón, lejos de la señora Marlowe, perdido en sus pensamientos. Por un momento tuvo la impresión de ver toda la escena desde arriba, como en el teatro cuando tienes la suerte de conseguir el palco con la mejor vista. Se vio a sí mismo, pero era como si fuera otra persona, no podía ser él sentado en esa sala de hospital. Todavía no podía aceptar que esa fuera su vida. Margot estaba parada frente a una ventana al lado de Terence. Lo observaba de reojo y notaba claramente lo ajeno que se sentía el joven a lo que sucedía a su alrededor. Durante el trayecto de la casa al hospital no había dicho una sola palabra: como si fuera un simple chofer, había conducidosin quitar la mirada de la cale frente a él, y la madre de Susanna había interpretado esa actitud como un reto, como si el muchacho quisiera hacerleentender que no tenía ninguna intención de doblegarse a su voluntad, que era empujarlo a ser mucho más que un amigo para su hija.
- Buenas tardes, señora Marlowe, el doctor Smith está listo para recibirla – anunció una enfermera asomándose por la puerta de la sala de espera.
- Ya voy, gracias. Terence, ven también, por favor.
La voz de esa mujer trajo a Terence de nuevo a la realidad.Por un momento alzó el rostro atónito por aquella petición que, como siempre, sonaba más bien como una orden. Margot le dirigió una mirada que subrayaba inequívocamente el carácter perentorio de sus palabras. El joven actor se levantó y la siguió.
- Un placer volver a verla, señora Marlowe, y… ¿puedo saber quién es este joven caballero que la acompaña? – preguntó cordialmente el Dr. Smith.
- Por supuesto, doctor, déjeme presentarle a Terence Graham... el novio de mi hija – dijo la mujer, dirigiendo una mirada amable primero al médico y luego a Terence.
El chico, que en ese momento estaba junto a ella y frente al doctor, se giró hacia la mujer impactado por las palabras que acababa de escuchar. El médico se dio cuenta al instante de la vergüenza que se había apoderado del muchacho. Conocía la historia del accidente que había causado queSusanna Marlowe perdiera el uso de sus piernas, ya que los periódicos habían hablado durante semanas de aquella joven promesa del teatro que había puesto en riesgo su vida para salvar la de su colega Terence Graham, de quien, según decía, estaba perdidamente enamorada. Por lo tanto, al ver la expresión de desconcierto de Terence, el médico entendió perfectamente en qué situación se encontraba. Lo saludó diciéndole que era un honor conocerlo y le tendió la mano, la cual permaneció unos instantes esperando a que Terence reaccionara.
- El placer es mío, doctor – murmuró al tiempo que le apretaba la mano débilmente.
Mientras el doctor Smith le informaba a la madre de Susannacómo se encontraba su hija, Terence no podía quitarse de la mente esa palabra: "novio". ¿Cómo había podido Margot decir algo así?Susanna y él... novios… Estaba furioso y se estrujaba las manos para tratar de mantener la calma. Oía la voz del médico, que seguía hablando,como ruido de fondo.Le parecía que un millar de palabras, como minúsculos soldados, devastaban su cabeza.Empezó a sudar frío y una fuerte sensación de náusea se apoderó de su estómago.
- ¿Terence, se siente bien? Señor Graham...
- ¿Cómo…? Sí, claro, disculpe, doctor – respondió Terence como si acabara de regresar de otro planeta.
- Como le decía a la señora Marlowe, es de fundamental importancia que la paciente siga una dieta equilibrada y no se canse.Debe tener horarios regulares y no someterse en absoluto a ningún tipo de estrés físico ni mucho menos emocional - prosiguió el médico, volviéndose hacia el chico, que hizo un gesto con la cabeza de haber entendido.
Acto seguido, el Dr. Smith se despidió de ellos y les dijo que la señorita Marlowe los estaba esperando en el cuarto número 3, sobre ese mismo pasillo. Susanna parecía bastante inquieta después de la consulta, sobre todo porque no soportaba tener que salir de casa y mostrarse en público en silla de ruedas. Sin embargo, ver a Terence entrar al cuarto para llevarla a casa la hizo sentirse mejor al instante y aliviada por la idea de que a partir de ese día él siempre estaría presente en las revisiones a las que debía someterse periódicamente.
Salieron del hospital y se dirigieron hacia el coche. El doctor Smith los observaba desde la ventana de su consultorio, intrigado en especial por aquel joven actor del que había oído hablar de forma no demasiado halagadora tras su desaparición, pero que en persona le había parecido esclavo de la situación. Lo vio levantar a Susanna de la silla de ruedas: ella enseguida se abrazó a su cuello, apoyando la cabeza en su hombro, hasta que él la acomodó en el auto con sumo cuidado y delicadeza, poniendo mucha atención para no lastimarla. Luego, Terence rodeó el auto lentamente, pero antes de prender el motoralzó los ojos hacia el hospital y vio al médico detrás de la ventana. El Dr. Smith pudo observar claramente el rostro del chico y por un momento le pareció como si su mirada pidiera piedad.
Una vez que llegaron a casa, la señora Marlowe ayudó a su hija a cambiarse y le dijo a Terence que esperara fuera de la habitación.
- Ahora puedes pasar, Susanna quiere verte.
El muchachotocó a la puerta, y ella lo llamó desde el interior. Al entrar, la vio recostada en la cama con un brazo extendido hacia él para invitarlo a sentarse a su lado. Terence se sentó y ella le tomó la mano. Su mano siempre estaba caliente, mientras que la de Susanna estaba helada, así que le apretó la mano tratando de calentarla con sus dedos.
- Los ensayos de Antonio y Cleopatra empezarán la semana que viene, ¿no es así?
- Sí, así es.
- Estarás muy ocupado…
- Sí, creo que no podré venir por las tardes...
- ¿Entonces, vendrás a cenar? – lo interrumpió Susanna con voz firme y al mismo tiempo suplicante, buscando sus ojos.
Él asintió.
- Ahora intenta descansar, debes haberte cansado mucho hoy – le dijo Terence con una sonrisa tímida mientras se levantaba.
Pero ella lo detuvo sin soltarle la mano.
- Quédate un poco más, por favor.
Terence volvió a sentarse, ella cerró los ojos y, a los pocos minutos, se quedó dormida.
Cuando el joven salió de la habitación tratando no hacer ruido, encontró a la señora Marlowe esperándolo.
- ¿Susannaya está durmiendo?
- Sí.
- ¿Ya te vas?
Terence dejó escapar un gran suspiro antes de hablar. Alzó la cara y le lanzó a la mujer una mirada furibunda.
- ¿Me gustaría saber cómo se le ocurrió la idea de presentarme al doctor Smith como el novio de su hija? – le preguntó con voz cargada de rabia.
- Lo hice simplemente porque, de lo contrario, no habrías podido estar presente durante nuestra conversación, al no ser un familiar cercano.
- Podría fácilmente haber esperado afuera.Estoy seguro de que usted se habría encargado de contarme cómo están las cosas – respondió Terence, dudando mucho de que el motivo dado por la mujer correspondiera a la verdad.
- ¡Oh, no, querido Terence!Es justo que tú te enteres directamente por boca del médico de cuáles son las condiciones de Susanna! ¿Entendiste bien lo que dijo el Dr. Smith? También se dirigió a ti... ¡Nada de estrés físico ni mucho menos emocional! ¡Asegúrate de recordarlo!
De pie con los brazos extendidos a los costados, Terence apretó los puños yagachó ligeramente la cabeza para no tener que ver más ese rostro.
- ¡Asegúrese de recordarlo usted también, señora Marlowe! – exclamó antes de irse.
*****
El regreso a la Compañía Stratford marcó el inicio de un período de trabajo muy intenso para Terence, aunque esto no lo asustaba en absoluto,al contrario, poder volver a subirse a un verdadero escenario lo hacía sentirse cada día más fuerte. Sin embargo, no todos los actores lo recibieron con benevolencia.Algunos todavía no le perdonaban que hubiera abandonado la compañía de un día para otro, lo que les había causado muchas dificultades. Pese a que Hathaway les había pedido la máxima seriedad y compromiso a todos sus actores y actrices, algunos no pudieron evitar lanzar insinuaciones a Graham sobre su actuación, que meses antes se había vuelto desastrosa.
- ¡El hijo pródigo ha decidido volver!
- ¡Tal vez la señorita Baker intervino en su favor!
- A ver si todavía recuerda cómo se hace... sino, podría subir y bajarel telón...
Terence, cuyo carácter naturalmente impulsivo en otra época lo habría llevado a reaccionar mal ante tales provocaciones, intentó no darles demasiada importancia, como le había sugerido Robert, y continuó trabajando arduamente para volver a alcanzar lo más pronto posiblesu nivel anterior. La decisión de Hathaway de no asignarle un papel protagónico por el momento resultó muy acertada. De hecho, en poquísimo tiempo Terence se adueñó de su papel y eso contribuyó bastante a que recuperara la confianza en sus habilidades, algo que necesitaba con desesperación.
El papel protagónico femenino volvió a recaer en la espléndida Karen Kleiss, la actriz que había sustituido a Susanna Marlowe en el papel de Julieta Capuleto. En ese períodose había llevado muy biencon Terence y ahora lamentaba verlo relegado a un papel secundario, puesto que lo consideraba un actor con mucho talento a pesar de su corta edad. No siempre era fácil comprender a ese chico hermético y a veces hastaarisco, pero al mismo tiempo eso la intrigaba y no podía evitar sentirse atraída por él.
Una noche, después de los ensayos, Terence se quedó solo en el camerino que compartía con otros dos actores.
- ¡Siempre el último en irse del teatro!
El joven se volteó y vio a Karen en la puerta, quien, habiéndose cambiado ya, estaba a punto de irse.
- Digamos que no tengo prisa por llegar a casa – respondió poniéndose la chaqueta.
- A decir verdad, yo tampoco. ¿Por qué no vamos a comer algo tú y yo?
- Bueno, en realidad yo debería…
- Oye, ¿qué cosa estás pensando, Graham? No te estoy pidiendo que salgas conmigo, ¡no te emociones tanto! – exclamó Karen sonriéndole – Sólo quiero platicar un rato.
Salieron del teatro y se dirigieron a un pequeño bistró al otro lado de la calle, a donde ya habían ido cuando actuaban en Romeo y Julieta. Era un lugar frecuentado principalmente por artistas, por lo que podían comer algo sin ser molestados.
Luego de ordenar, sentados uno frente al otro en una mesa pequeña, comenzaron a hablar sobre el espectáculo que pronto estrenarían. Terence la felicitó por cómo estaba abordando el difícil papel de reina de Egipto y por el buen resultado que estaba teniendo con su interpretación. Karen le agradeció y,tras unos minutos de silencio, le preguntó:
- ¿Dónde estuviste? ¿Sabes? Todos estuvimos muy preocupados por ti.
- ¿Todos? – le preguntó Terence perplejo – A juzgar por la bienvenida que me dieron cuando regresé a la compañía, ¡dudo mucho que algunas personas se hayan preocupado por mí! Pero está bien, en el fondo los entiendo. ¡Dejé la obra de un día para otro sin ninguna razón!
- Yo más bien creo que tenías varias razones para hacerlo, pero tal vez fue sólo una la que te orilló a desaparecer. ¿Me equivoco? – le preguntó Karen con dulzura.
Terence bajó los ojos y apoyó la barbilla en un puño. Su mirada, que había recuperado parte de su luminosidad en el escenario,se ensombreció de improviso. Karen se dio cuenta de que no se había equivocado.
- ¿Cómo está Susanna? – continuó la chica.
- Bastante bien – respondió Terence apresuradamente.
No se sentía preparado para abordar ese tema todavía. No sabía qué decir,en especial sobre su relación con Susanna. Para entonces, ya todos sabían que ella estaba enamorada de él, y al salvarle la vida también había demostrado hasta dónde llegaría por él. Todos esperaban que él estuviera agradecido y seguramente suponían que él también sentía algo por Susanna: era una muchacha bellísima, dulce y sensible, además de quelos unía el teatro, la misma pasión absoluta por Shakespeare. ¡Esos pensamientos se agolpaban en la cabeza de Terence y no le daban tregua!
Karen entendía su tormento. Estaba al tanto de los sentimientos de Susanna,los cuales, según ella, no tenían nada que ver con el amor, sino que rayaban en el morbo. La había visto en el teatro enloquecer de alegría cuando consiguió el papel de Julieta sólo por el hecho de poder actuar en estrecho contacto con Terence, que había sido elegido para interpretar a Romeo. Durante los ensayos se la pasaba siempre detrás de Terence, se ocupaba personalmente de cualquier cosa que él necesitara y, cuando desaparecía de su vista,enseguida empezaba a preguntar dónde estaba. Un día la sorprendió llorando en su camerino con una carta en la mano. Susanna intentó ocultarla demasiado tarde, porque Karen ya la había visto. Se trataba de un pequeño sobre rosa que reconoció de inmediato porque le había entregado varios en los últimos meses al interesado.
- Susanna, ¿esa carta no es para Terence?
- Sí, así es. Estaba a punto de llevársela, pero no sé dónde está – respondió Susanna con expresión de culpabilidad, por lo que Karen dedujo que no tenía intención alguna de entregarla al destinatario.
- Si quieres se la llevo. Creo que subió a la terraza.
- No, yo voy. Gracias.
Karen pensó que Susanna definitivamente estaría dispuesta a hacer cualquier cosa para tener a Terence, y lo que sucedió en los días posteriores por desgracia confirmó sus temores.
- ¿Y tú cómo estás? – le preguntó buscando sus ojos.
- Bien.
- Terence, yo... Si puedo hacer algo para ayudarte...
Karen no terminó la frase porque él la interrumpió.
- Si en verdad quieres hacer algo por mí, no me preguntes más por Susanna ni cómo estoy. Me gustaría recuperar mi lugar en el teatro. Sé que no será fácil, pero Robert me ha dado otra oportunidad y ¡no puedo desperdiciarla! ¿Puedes ayudarme con eso?
- Claro, sólo dime qué quieres que haga.
- Me he enterado de que dentro de poco la compañía pondrá en escenaHamlet. Debo conseguir el papel principal a como dé lugar, y estoy seguro de que tú estarías espléndida como Ofelia. ¿Qué tal si ensayamos juntos?
Karen le respondió con una magnífica sonrisa. Le alegraba mucho ver de nuevo el entusiasmo en el rostro de Terence.Sabía lo buen actor que era y tenía la certeza de que lograría volver a ser protagonista en la escena teatral de Nueva York.
- ¿Cuándo empezamos?
Las representaciones de Antonio y Cleopatra tuvieron un notable éxito desde el estreno. Todas las noches se registraba un lleno absoluto en el teatro. Además de la fama indiscutible de la que gozaba la Compañía Stratford, el hecho de que Terence Graham hubiera regresado al escenariociertamentesuponía un gran atractivo para el público. Al momento de su desaparición, las críticas a su actuación en realidad no eran en absoluto benévolas, pero el halo de misterio que se había creado en torno a su persona intrigaba al público como nunca antes. Su nombre no aparecía en el cartel publicitario de la obra, pero aun así se había corrido la voz de que Graham había regresado.
La noche del estreno, las damas presentes no hablaban de otra cosaen el vestíbulo. Así que cuando Tireo entró en escana y la voz de Terence resonó clara y estentórea como nunca antes, de la platea le llegó un zumbido inusual que lo hizo estremecerse yexperimentar de nuevo en ese instante la poderosa descarga de adrenalina que inflamaba sus sentidos cada vez que se encontraba en el escenario. Desde la primera línea se volvió a crear el vínculo entre el actor y el público, y nada volvería a romperlo. Graham permaneció en escena solamente unos minutos, pero durante el breve diálogo de Tireo con la reina de Egipto logró hechizar a todos los presentes, y todas las mujeres presentes en la sala habrían pagado por estar en el lugar de Cleopatra cuando estas palabras salieron de sus labios:
“Concédame la gracia de depositar mi
homenaje en su mano”.
A Susanna también le habría gustado poder aplaudirle, pero su estado de salud no le permitía estar tanto tiempo fuera de casa en esos momentos. No obstante, le hizo prometer a Terence que iría a verla tan pronto como terminara la función.
Hathaway felicitó a todos sus actores, que sin duda lo habían dado todo. Vincent y Karen habían estado maravillosos como Antonio y Cleopatra, pero Robert sentía un afecto particular por el joven Graham y no pudo evitar expresarle su agradecimiento personal al recibirlo en su oficina.
- ¡Te fue muy bien, hijo!¡Ahora realmente has vuelto! – le dijo Robert conmovido.
- Gracias, pero lo que he hecho es tan poco que no merezco ningún elogio especial.
- Sé que este pequeño papel no te hace ningún mérito, pero el público te reconoció de inmediato. ¡Hasta eclipsaste a Antonio cuando estuvieron juntos en el escenario! Hamlet te espera, muchacho.¡Dalo todo!
- ¡Así lo haré!
- Pero de una vez te digo que tendrás que audicionar como todos, no puede ser de otra manera.Lo entiendes, ¿verdad?
- Claro.
- Bien. ¡Ahora vámonos a la recepción!
- ¿Qué? Realmente yo no... - intentó objetar Terence al recordar la promesa que le había hecho a Susanna.
- No acepto negativas. ¡Ahora todos deben saber que has vuelto y tú debes ver con tus propios ojos cuánto te extrañó el público!
Después del estreno de una obra siempre se hacía una gran fiesta a la que también asistían diversas autoridades de la ciudad. Los primeros en llegar fueron Vincent Craig y Karen Kleiss, los espléndidos intérpretes de Antonio y Cleopatra.Los invitados les dieron un gran aplauso y sinceros elogios, sobre todo a la actriz,ya que el papel de reina de Egipto parecía haber sido escrito especialmente para ella. De hecho, había dado vida a una Cleopatra irresistiblemente fascinante.
Robert Hathaway, quienantes de convertirse en director de la compañía también había sido un actor de extraordinario talento, fue recibido con una verdadera ovación: suinterpretación de la tragedia de Shakespeare resultaba muy original y decididamente acorde con los tiempos modernos, por lo que había impresionado incluso a los más encarnizados defensores de la tradición.
Terence Graham fue el último en entrar al salón, que ya estaba lleno de gente. Había subido las escaleras que conducían al primer piso con una extraña agitación inusual en él, que nunca le había dado demasiada importancia a ese tipo de eventos. Pero sentía que esa noche algo era diferente. Al llegar a la cima de las escaleras, se detuvo y miró un poco a su alrededor en busca de alguna cara familiar. La primera persona en notar su llegada fue Karen Kleiss. Él la vio y ella le sonrió antes de empezar a aplaudir en su dirección. Todos los presentes se volvieron hacia Graham y, siguiendo el ejemplo de la actriz, el salón estalló al instante en gritos eufóricos y aplausos. Terence comprendió en ese momento por qué Robert había insistido en que estuviera presente en la fiesta y se lo agradeció inmensamente.
*****
- Te esperé durante horas anoche... - le dijo con esa voz lastimera que usaba cuando quería hacerlo sentirse aún más culpable de lo que ya se sentía.
Terence intentó mantener la calma y le habló con dulzura.
- ¿Por qué? Te mandé a avisar que no podría venir. Robert insistió tanto que no pude…
- ¡De todos modos esperaba que vinieras después de la recepción!
- La fiesta terminó muy tarde.Pensé que ya estarías descansando.
- ¡Pero no fue así! – gritó Susanna con rencor.
La muchacha estaba sentada en un sillón en su dormitorio, con una manta sobre las piernas. Su larga cabellera suelta, perfectamente peinada, caía sobre el precioso vestido azul que hacía resaltar su relucientetono rubio.
- Lo siento – se disculpó Terence, acercándose y poniéndose en cuclillas frente a ella para estar a su altura.
- No es cierto… ¡Te estuviste divirtiendo mientras yo no puedo hacer más que estar aquí esperándote! – siguió gritando Susanna y se le llenaron los ojos de lágrimas.
- Tan pronto como te sientas mejor podrás...
- ¡No, yo ya no podré hacer nada! ¿No lo entiendes?
En ese momento, Terence empezó a perder la paciencia. Sabía que el estado de salud de Susanna no era bueno, pero los médicos le habían dado esperanzas el último mes de que sería posible que dejara la silla de ruedas y volviera a caminar con una prótesis. Sin embargo, la joven se obstinaba en no considerar esa opción, ya que según ella estaba condenada para siempre a la inmovilidad.
El Dr. Smith le había sugerido a Terence que tratara de
convencerla, y este había hablado con ella del asunto muchas veces, animándola
a que al menos hiciera el intento, pero ella continuaba resistiéndose. A veces
le parecía que trataba con una niña caprichosa y mimada que le echaba en cara
hasta la cosa más insignificante, y su madre contribuía notablemente a fomentar
la actitud infantil de Susanna complaciéndola en todo.
Terence pensó que no tenía sentido continuar esa discusión que no llevaría a ninguna parte y que sólo haría que la chica se inquietara innecesariamente. Intentó cambiar de tema empezando a hablar de lo único que tenían en común.
- ¿No quieres saber cómo nos fue en el estreno? Aunque tuve un papel menor...
- No, no quiero saberlo - lo interrumpió Susanna - ¡Ese mundo ya no me pertenece y tú deberías entenderlo porque la culpa es sólo tuya!
Terence se puso en pie de golpe y se volteó para no mirarla a la cara porque se le estaba dificultando contener la ira que hacía que le palpitaran las sienes. Con los puños cerrados a los costados vaciló un momento, pero luego las palabras brotaron de su garganta como un río embravecido.
- ¿Qué quieres de mí, Susanna? – le preguntó entre dientes, de espaldas a ella.
- ¡Quiero tu corazón!
Terence entrecerró los ojos al sentir una punzada aguda de dolor en la espalda, como si le hubieran clavado un cuchillo de hoja muy afilada.
- Pagué un precio muy alto para ganarlo, ¿no lo crees? – le preguntó con su habitual voz lastimera.
- No puedes pedirme eso – respondió él, reuniendo el valor para mirarla a los ojos. Sabía que la estaba lastimando, pero pensó que engañarla sería peor.
- Prometiste quedarte a mi lado para siempre, ¿acaso lo has olvidado?
- Eso es lo que estoy haciendo, pero a ti parece no bastarte.
- Eres mi única razón de vivir. No me queda nada más que la esperanza de obtener tu amor.
Su voz se había convertido en un susurro y había pronunciado las últimas palabras entre lágrimas que le inundaban profusamente las mejillas. Terence ya no tuvo fuerzas para seguir discutiendo, así que se le acercó. La jovenle tomó las manos y tiró de ellas para que volviera a estar a su altura y pudiera abrazarla. Continuó sollozando sobre su pecho y él mantuvo el abrazo hasta que se calmó. Luego, exhausta, se quedó dormida y él, tras colocarla en la cama, salió de la recámara con el ánimo de quien acaba de entregar las llaves de casa a su verdugo.
Salió del hogar de las Marlowe y se fue caminanado a su apartamento. Un ardiente atardecer invadió las calles de Nueva York tiñendo todo de rojo; el corazón apesadumbrado de Terence también ardió hasta convertirse en cenizas.
[1]Terence pronuncia algunas líneas tomadas de Antonio y Cleopatra de W. Shakespeare, Acto III, escena XIII.
Capítulo tres
Nueva York
invierno 1917/1918
Mientras actuaban en Antonio y Cleopatra, Karen y Terence comenzaron a prepararse para la audición de Hamlet, que se llevaría a cabo un mes después. Todas las noches, excepto los días en que había función, se reunían en casa de la actriz para ensayar y volver a ensayar sus respectivos papeles hasta el cansancio.
Karen ya conocía muy bien el nivel de meticulosidad de su joven colega, pero, como consideraba que trabajar con él era un verdadero placer tanto por su indiscutible talento como por su atractivo igualmente indiscutible, nunca parecía cansarse y seguía con excepcional empeño cada sugerencia que Terence le hacía.
- Terence, ¿crees que podremos conseguir el papel? – le preguntó la actriz una noche mientras tomaban té durante un descanso.
- Seguramente. ¿Acaso conoces a alguien mejor que nosotros dos? – bromeó Terence, que con ella parecía recuperar su antiguo descaro.
Estaban sentados en dos sillones alrededor de una pequeña mesa redonda, donde Karen había colocado una bandeja con té y pastelillos. Su apartamento estaba situado a pocos minutos del de Terence, aunque definitivamente era más lujoso. De hecho, la joventenía el respaldo de una familia bastante acomodada, ya que su padre era un importante cirujano cuya fama traspasaba el océano. Por desgracia, su madre había muerto al dar a luz y esto le provocaba un profundo dolor que en ocasiones confería a sus ojos color violeta un velo de repentina melancolía.
La elección de dedicarse a la actuación fue más bien casual, pero no por eso menos acertada. Desde pequeña, Karen había mostrado un carácter bastante exuberante e inclinación al arte: le gustaba cantar y bailar, pero sobre todo exhibirse y ser el centro de atención. Durante una fiesta organizada por su padre para celebrar su decimosexto cumpleaños, Karen presentó una especie de comedia corta que había organizado para entretener a los invitados. El padre, que naturalmente satisfacía en todo a su adorada hija única, la dejó hacer lo que mejor le pareciera. Quiso la casualidad que esa noche estuviera presente en la fiesta el señor Hamilton, un importante productor de teatro y amigo del doctor Kleiss, quien con gran asombro notó la extraordinaria ingeniosidad de la joven Karen, así como su particular belleza, que ya destacaba a pesar de su corta edad. El señor Hamilton conocía muy bien la Compañía Stratford, y cuando supo que Hathaway estaba buscando nuevos talentos no dudó en proponerle a la joven señorita Kleiss. Así fue como se incorporó Karen a la compañía, unos meses antes de que Terence también hiciera su aparición en el mismo escenario.
HAMLET: […] Yo
te quería, Ofelia.
OFELIA: Así
me lo dabais a entender.
HAMLET: Y tú
no debieras haberme creído […] [1]
- ¡Yo también estoy segura de que lo conseguiremos! – exclamó Karen exaltada por la alquimia especial que siempre se creaba con Terence mientras actuaban.
El fuego del arte ardía prepotente en ambos jóvenes, los hacía sentirse vivos y poderosos. Cuando le comunicaron a Hathaway su intención de audicionar juntos para Hamlet, Robert apenas pudo contener su entusiasmo para que no se dieran cuenta en ese instante de lo seguro que estaba de tener frente a él a los próximos Hamlet y Ofelia.
Durante el último mes, a pesar de estar muy ocupado en el teatro, Terence no había dejado de visitarun solo día la casa de las Marlowe, aun siel tiempo del que disponía era poco, y Susanna no había dudado en hacérselo notar.
Una
noche, después de haber cenado juntos y de que Margot los hubiera dejado solos,
estaban sentados en el sofá frente a la chimenea encendida. Susanna le había
pedido a Terence que le leyera algo; le gustaba mucho escuchar su voz porque,
cuando recitaba, adquiría un tono diferente al que solía usar con ella. En
verdad era siempre muy amable, pero la amabilidad que se esforzaba en mostrarle
le parecía artificial y poco espontánea, dictada más bien por la buena
educación o, peor aún, por la lástima y el sentimiento de culpa. Por este
motivo, a Susanna le encantaba que le leyera algunos textos en particular,
especialmente los sonetos de Shakespeare, que contenían los más bellos
sentimientos de amor escritos por el célebre dramaturgo. Él accedió como
siempre. Sólo se negaba a leer un texto: Romeo y Julieta.
Algunos se vanaglorian de su cuna, otros de
su genio,
algunos de sus riquezas, otros del vigor de
sus músculos,
algunos de sus ropas —aunque mal ajustadas a la última moda—,
otros de sus halcones y perros de caza,
algunos de sus caballos.
Y cada temperamento tiene un placer
particular
que le da mayor alegría que cualquier otro,
peroestos placeres particulares no me sirven
porque tengo algo mejor que los supera a
todos.
Tu amor es más precioso para mí que la noble
cuna,
más rico que la opulencia, un mayor orgullo
que la ropa cara,
un mayor deleite que los halcones y los
caballos.
Y teniéndote a ti, me jacto de tener más que
cualquier otro hombre.
Mi única desgracia es que me lo puedes
quitar todo
y hacerme el más miserable de los hombres.[2]
Al terminar la lectura, Terence se levantó para reavivar el fuego que se estaba apagando. Susanna lo seguía con la mirada, admirando como siempre la elegancia de sus movimientos, su constitución esbelta y bien proporcionada, los músculos de sus hombros y brazos que se podían intuir debajo del suéter de cuello alto color miel quellevaba esa noche. Arrodillado frente al fuego, sintió que los ojos de la chica recorrían su figura y, tras levantarse, permaneció de pie apoyado contra la chimenea, sin mirarla. Hubo un momento de silencio incómodo, algo que en realidad ocurría a menudo entre ellos. Terence no pudo evitar pensar que si ella hubiera estado allí en lugar de Susanna, hasta ese silencio le habría parecido una dulce melodía. Sintió una punzada en el pecho y dejó escapar un suspiro para que el aire volviera a sus pulmones. Susanna sabía perfectamente en quién estaba pensando. De hecho, siempre que estaban juntos ella observaba con gran atención hasta la más mínima expresión y actitud de Terence y, cuando sentía que su mente se alejaba de ella, como en ese momento, estaba segura de saber qué era lo que lo atormentaba. Entonces intentaba por todos los medios atraer su atención, a menudo aprovechando ese sentimiento de culpa que, por un lado, le habría gustado que él no sintiera, puesto que era consciente de que él estaba allí sólo por deber. Sin embargo, esperaba que a medida que pasara el tiempo Terence comenzara a fijarse en ella.No podía ser de otra manera porque ella lo amaba demasiado y él no podría ignorar ese sentimiento por siempre. Tarde o temprano la olvidaría, al fin y al cabo nunca habían estado comprometidos y no tenían nada en común.Ella era solamente una chica de campo que por un golpe de suerte había sido adoptada por una familia muy importante, pero nunca estaría a la altura de Terence, ¡nunca!
- ¿Cómo van los ensayos de Hamlet? – preguntó para traerlo de vuelta a la realidad.
- Bien… Karen y yo hemos hecho un gran trabajo.Creo que tenemos grandes posibilidades de obtener los papeles principales – respondió Terence distraído.
- Karen se ha vuelto una gran actriz desde... - la voz de Susanna se quebró al recordar aquel trágico día que había destrozado sus sueños y ambiciones para siempre.
Al verla entristecerse, Terence volvió a sentarse a su lado y le dijo en tono sereno:
- Tú también eres muy talentosa. ¿Por qué no intentas hacer algo?
- ¡¿Qué podría hacer yo en estas condiciones?! – exclamó Susanna apretando los puños.
- El teatro no es sólo actuar. Podrías escribir o componer música… sabes tocar muy bien. Además... la medicina avanza cada día a pasos agigantados. Las prótesis han experimentado un fuerte impulsopor la guerra y, tal vez...
- ¡Basta, Terence!¡No tiene sentido engañarse! ¡Yo ya no puedo hacer nada y eso es todo! – gritó con lágrimas en los ojos.
- ¿Por qué quieres rendirte así? Eres joven, tienes toda la vida por delante. ¿Qué piensas hacer?¿Encerrarte en esta casa para siempre?
- ¡Basta! Ni siquiera puedo moverme sola, ¿no lo ves?
- ¡Pero no estás sola! Está tu madre y estoy... yo.
- ¡Tú! ¡Sé bien por qué estás aquí! ¡Y también sé por qué me animas a tratar de salir de esta situación, a hacer algo para que valga la pena vivir mi vida! – Susanna hablaba con rabia y miraba a Terence con ojos fríos como el hielo.
- ¿Qué quieres decir?
- Quiero decir que... ¡sólo buscas tranquilizar tu conciencia!
Terence se levantó de un salto, agarró su abrigo y se dirigió hacia la puerta.
- Espera, por favor… no te vayas así – lo llamó Susanna ya con voz quejumbrosa –. ¿No me ayudas a ir a mi cuarto?
El muchacho regresó lentamente, la levantó del sofá sin decir una palabra y la llevó hasta su cama, donde una criada la ayudaría a prepararse para dormir.
- Perdóname... En realidad no quise decir lo que dije - le susurró.
Terence suspiró, tratando de contener la ira que hacía que le palpitaran las sienes.
- Buenas noches, Susanna – respondió sin poder esconder que no veía la hora de salir de esa habitación.
- Buenas noches, Terence.Nos vemos mañana – dijo mientras retenía su mano, en espera de ese beso en la frente que desde hacía algún tiempo había logrado que se convirtiera en una costumbre.
Debido al poco tiempo que le había podido dedicar últimamente, Susanna lo recibía cada vez más agitada cuando la visitaba y nunca quería dejarlo ir. Terence se había dado cuenta de esto y trataba por todos los medios de complacerla en todo lo que le pedía, también porque la señora Marlowe le lanzaba miradas de reproche cada vez que llegaba tarde.
Una noche, tras haber salido muy tarde del teatro, al llegar a la casa de las Marlowe dijo que sólo había pasado a saludar porque estaba realmente muy cansado. Por lo tanto, acompañó a Susanna a su recámara como siempre, con la intención de quedarse con ella unos minutos antes de despedirse. La levantó de la silla de ruedas y la llevó en brazos hasta su cama, donde la recostó. Todo sucedió en un instante: ella le rodeó el cuello con los brazos y lo atrajo hacia sí.El rostro de Terence acabó a pocos centímetros del de Susanna, cuyos lánguidos ojos azules no se despegaban de los del chico mientras sus labios se separaban con sutileza implorando, sin lugar a dudas, un beso. El joven, algo sorprendido, permaneció como paralizado por unos instantes; luego levantó la cabeza y le rozóla frente con los labios mientras se liberaba de su agarre con las manos.
Así que desde aquella noche, todas las noches, Susanna lo miraba del mismo modo y él le deseaba buenas noches con un beso en la frente.
*****
Durante la última semana Terence y Karen habían intensificado sus reuniones para ensayar juntos la parte que habían decidido presentar en la audición. Finalmente, llegó el día tan esperado.
Cuando llegaron al teatro, lo encontraron repleto de actores y actrices; evidentemente actuar en Hamletde la Compañía Stratford se consideraba una gran oportunidad. A la Stratford le había ido muy bien en esos años ysu última puesta en escena había recibido comentarios más que positivos por parte del público y la crítica.
- ¡Maldición, Terence! ¡La competencia será feroz! Parece que hoy se han reunido aquí todos los actores de Estados Unidos – exclamó Karen bastante pensativa.
- No te preocupes, sólo piensa en lo mucho que hemos trabajado para conseguir este papel. ¡No podemos fallar! – respondió Terence más decidido que nunca.
En realidad, cuando la pareja entró al teatro, muchos de los presentes reconocieron a las dos jóvenes estrellas de la Stratford. Ya era bien sabido que Kleiss era un excelente actriz, pero lo que más inquietó a los demás participantes fue la inesperada presencia de Graham. El pequeño papel que había interpretado en Antonio y Cleopatra había tenido un éxito notable, pero nadie pensó que Graham tendría la osadía de presentarse a audicionar para el papel de Hamlet. Su participación generó desconcierto, pero también considerable preocupación: aunque Graham había estado ausente de la escena teatral durante un tiempo, nadie podía dejar de reconocer su calidad e indiscutible talento. Algunos actores al verlo pensaron que era inútilintentarlo; estaban seguros de que obtendría el papel protagónico, así que se marcharon.Otros quisieron esperar al menos hasta que subiera al escenario con su pareja.
Después de unas dos horas de espera y una lista interminable de participantes rechazados, la pareja Kleiss-Graham fue invitada a subir al escenario.
Además de Hathaway y sus asistentes de escena, algunos de los inversionistas más importantes de la compañía estaban presentes entre el público para tomar parte en la elección de los actores principales. Se trataba de empresarios que se habían enriquecido aprovechando los últimos acontecimientos bélicos y que consideraban el teatro un pasatiempo como cualquier otro. Entre ellos se encontraba también un famoso banquero, un tal John Morgan, amigo de Hathaway, que, a diferencia del resto, era un verdadero apasionado de Shakespeare. Estaba sentado al lado de Robert y después de cada audición intercambiaba unas palabras con él sobre las actuaciones que acababan de presenciar. Por supuesto, las decisiones de Hathaway sobre el reparto serían irrefutables; no habría problema aunque los inversionistas no estuvieran de acuerdo con él.
Terence sabía muy bien que no era apreciado por quienes sostenían económicamente la compañía y habían perdido mucho dinero por su causa. Así que con esa audición no sólo tenía que convencer a Robert, sino realmente conmovercon su actuación a todos losinversionistas para relegar a segundo plano cualquier duda que aún pudieran tener sobre su profesionalismo.
Los dos actores subieron al escenario y, tras una última mirada de entendimiento, se colocaron al centro mientras las luces se atenuaban. Terence permaneció unos instantes con la cabeza inclinada para lograr la concentración adecuada; luego la levantó lentamente mirando un punto imaginario frente a él con expresión sombría y el ceño fruncido. De repente, hizo vibrar todo el teatro con su voz.
“Ser o no ser, he ahí el dilema. ¿Es acaso más noble sufrir en lo más profundo del espíritu por las piedras y los dardos lanzados por la ultrajantefortuna o levantarse en armas contra el mar de adversidades y ponerles fin luchando contra ellas? Morir, dormir. Nada más. ¡Y con ese sueño acabar con el dolor del corazón y con los mil males naturales, herencia de la carne! […]”[3]
Terence declamó todo el monólogo del príncipe de Dinamarca con absoluta maestría, dando una excelente demostración de sus dotes interpretativas. Luego fue el turno de Karen quien, acercándose a él, recitó la primera línea de Ofelia:
"Mi buen señor, ¿cómo ha estado su alteza
estos últimos días?"
“Te lo agradezco humildemente. Bien, bien,
bien”.
Su diálogo continuó varios minutos más hasta que fueron interrumpidos por la intervención de Hathaway, quien, poniéndose de pie, informó a los presentes que la protagonista femenina había sido seleccionada y, por lo tanto, no habría más audiciones para ese papel. La decepción de las actrices que todavía esperaban desató una ola de murmullos que no se acallaron hasta que todas abandonaron la sala. Karen Kleiss recibió elogios de los inversionistas, tras lo que Robert la despidió, no sin antes citarla al día siguiente. Karen vaciló un momento antes de irse mirando a Terence con incredulidad. Él le dedicó una sonrisa amarga y se encaminó hacia la parte posterior del escenario.
- Espere un momento, Graham – lo llamó la voz del señor Morgan.
Terence se volvió hacia el grupo de empresarios que se habían puesto de pie y parecían estar discutiendo entre ellos.
- ¡Por favor, acérquese! – lo invitó el señor Morgan de nuevo, y volvió a hablar cuando el joven actor ya estaba a poca distancia de él – Verá, su actuación fue soberbia, sin lugar a dudas, pero mis colegas creen que es demasiado joven para asumir un papel que por lo general se le confía a actores mucho más maduros y experimentados. Yo, por otro lado, estoy más que convencido de que tiene lo necesario para hacer que el príncipe de Dinamarca sea absolutamente inolvidable, y Hathaway está de acuerdo conmigo, ¿verdad, Robert?
- ¡Por supuesto! – confirmó el director mientras examinaba el rostro de Terence.
- De esta forma, tiene usted dos votos a favor y dos en contra, por lo que el señor Barrymore quisiera hacerle una propuesta.
Terence, sin decir palabra, se giró lentamente hacia el hombre indicado por el señor Morgan y esperóa que hablara, mirándolo directo a los ojos.
- Estoy seguro de que podrá deleitarnos con otro pasaje de Hamlet.No creo que haya preparado sólo esta parte, ¿o me equivoco, Graham? – le preguntó con aire desafiante.
Terence, apenas reprimiendo una sonrisa sarcástica, respondió al desafío.
- ¿Por qué no elige la parte que le gustaría escuchar? Estaré encantado de complacerlo.
El señor Barrymore se quedó desconcertado por un momento por la audaz respuesta del joven actor.No estaba seguro de haber entendido correctamente. ¿Acaso Graham quería hacerle creer que ya se sabía todas las líneas pronunciadas por el príncipe de Dinamarca?
- ¿Qué le parece entonces la última escena, tras la muerte de Hamlet? Pero usted será Horacio y Robert dará vida a Fortimbrás.
Terence, sin pestañear, volvió al escenario seguido por el director y comenzó sin la menor vacilación.
“En fin, ¡se rompe ese gran corazón!Adiós,
adiós, amado príncipe.¡Los coros angélicos te acompañen al celeste descanso!Pero
¿cómo se acerca hasta aquí el estruendo de tambores?”[4]
Cuando terminó el diálogo entre ambos, no se hicieron esperar los aplausos de los demás actores que se habían quedado para presenciar el desafío que Graham parecía haber superado con gran éxito.
El señor Morgan y el señor Barrymore se miraron con expresión de entendimiento, por lo que Hathaway pudo anunciar el cierre de la audición.
El príncipe de Dinamarca también había encontrado a su intérprete.
- ¡Terence!
- Karen, ¿qué haces todavía aquí? – le preguntó el chicoa su colega al encontrarla en la salida de los artistas.
- Te estaba esperando... ¿Qué pasó? – le preguntó balbuceante.
Una sonrisa triunfal iluminó el rostro de Terence.
- ¡La tragedia es nuestra!
- ¡Hurra! Estaba segura de ello... ¡Ese Barrymore es realmente un idiota! ¡Se las da de conocedor, pero no entiende nada de nada! ¡Eres el mejor, el mejor de todos! Intentó dificultarte las cosas, ¿verdad?
- Pues sí, lo intentó, pero no le funcionó. ¡No sabe que leoHamlet desde que tenía diez años! – concluyó Terence satisfecho antes de soltar una carcajada.
Los dos jóvenes se despidieron llenos de entusiasmo quedando en verse al día siguiente, cuando iniciarían los ensayos junto con el resto de la compañía.
Terence caminó hacia su auto y se subió, pero tan pronto como entró en el pequeño habitáculo silencioso, una repentina sensación de melancolía se apoderó de su garganta. Permaneció inmóvil un rato con las manos en el volante y, de repente, una imagen le invadió el pensamiento.Encendió el auto y tomó rumbo hacia la terminal Grand Central. Aparcó el coche cerca de la estación, se bajó y se dirigió a un café cercano. Una vez dentro, se sintió catapultado a otra vida, a un pequeño trozo de felicidad que durante unas horas había creído poder saborear sólo un año antes.
El día que ella llegó a Nueva York, después de haber ido recogerla a la estación, habían ido juntos a ese local, donde él estuvo tomando té y ella, limonada.
Terence se sentó en esa misma mesa, pidió el mismo té y, con la mirada perdida frente a él,trató de recordar esos ojos que lo habían mirado llenos de esperanza ese día. Entoncesse disipó la melancolía de sus pensamientos.
“Estarías orgullosa de mí… Estoy haciendo
todo lo que me pediste, excepto ser feliz. Eso no, todavía no. Me gustaría tanto
saber cómo estás, qué estás haciendo... si piensas en mí de vez en cuando. No,
es mejor que no, es mejor que te olvides de mí… ¡Perdóname si yo no puedo!”
Se quedó mirando la humeante bebida color ámbar dentro de la taza.Su aroma le invadió las fosas nasales mezclándose con el recuerdo de un aroma de rosas. Extendió una mano hacia el centro de la mesa y cerró los ojos.Sin demasiado esfuerzo pudo sentir la suave piel de los dedos de ella, que se había atrevido a acariciar por un instante aquel día. En ese momento, el deseo de tenerla cerca fue tan fuerte que le provocó un dolor físico que recorrió todo su cuerpo desde su corazón, destrozándolelos huesos y desgarrándole el estómago. Entonces resurgió en su mente la exigencia de poner fin a aquel tormento. Detrás de la barra del bar una fila interminable de licores parecía estar esperándolo; únicamente el pensamiento de esos ojos color esmeralda llenos de lágrimas lo hizo desistir de hundirse de nuevo en el abismo.
Pagó la cuenta, se subió a su automóvil y condujo rumbo a Long Island.
Cuando Eleanor abrió la puerta y lo vio, por un momento temió que le hubiera ido mal en la audición, ya que la mirada de su hijo le pareciómuy oscura y melancólica. Lo miró con aire interrogativo.
- ¡El próximo enero seré Hamlet!
- ¿Y me lo dices con esa cara?¡Dios mío, me espantaste!Pero estaba segura de que lo lograrías.¡Es maravilloso! ¡Tú eres maravilloso, hijo mío! – exclamó su madre abrazándolo con fuerza.
Esa noche madre e hijo cenaron juntos. Eleanor ni por un segundo dejó de llenarlo de preguntas y consejos sobre cómo prepararse mejor para un papel tan exigente como el delpríncipe de Dinamarca. Pensaba que esa era una gran oportunidad para que Terence finalmente mostrara todo su talento. Lo veía dueño de la situación, decidido a no fallar, incluso su estado de salud había mejorado tanto que en la cena había devorado literalmente cada plato que se le había llevado a la mesa. No obstante, de repente recordó el discurso que le había dado semanas antes el doctor Johnson, el especialista al que había acudido por consejo de su médico:
“Bien, es con eso con lo que debe tratar de ayudarlo, a superar ese problema
que está en el origen de todo. De lo contrario, aunque salga adelante por el
momento, volverán las ganas de beber”.
- El problema que está en el origen de todo – repitió la señorita Baker para sí. Sabía muy bien que el problema tenía un nombre, pero ¿cómo podría hablar del asunto con Terence?
Después de cenar se sentaron juntos en el sofá frente a la chimenea. Terence puso algo de música.Finalmente parecía relajado, como no lo había visto en mucho tiempo, así que su madre reunió el valor para atreverse a preguntar.
- ¿Le reservarás un lugar para el estreno?
- No creo que pueda venir.Estar sentada muchas horas no es bueno para ella – respondió distraídamente su hijo mientras atizaba el fuego arrodillado frente a la chimenea.
- No me refiero a Susanna.
Terence se volvió de golpe hacia ella, pensando que había entendido mal.
- ¿Por qué no le envías una invitación? Estoy segura de que la haría feliz verte de nuevo y estaría muy orgullosa de...
- ¿Pero qué estás diciendo, mamá? – la interrumpió el chico con brusquedad, levantándose y fulminándola con la mirada.
La señorita Baker también se levantó del sofá y, tras colocarse frente a su hijo, le habló con toda la dulzura de la que era capaz.
- Sé que no la has olvidado y tengo motivos para creer que a ella también le pasa lo mismo.
- ¡Esta conversación no tiene ningún sentido! – exclamó el joven con voz áspera, dirigiéndose hacia la puerta de la villa.
- Espera, Terry.No lo puedes negar. ¡Dime la verdad! No la has olvidado, ¿cierto?
Hubo un momento de silencio. Terence se detuvo frente a la puerta entreabierta y sin volverse respondió.
- ¡Nunca la olvidaré!
Inmediatamente después salió y desapareció en la oscuridad de la noche.
- Entonces, si no quieres escribirle tú, lo haré yo – murmuró Eleanor.
Antes de regresar a su apartamento, Terence se detuvo en casa de las Marlowe.
- Oh, Terence, lo sabía, lo sabía... ¡Ahora podrás mostrarles a todos quién eres realmente! – Susanna se alegró con la noticia de que el papel de Hamlet era suyo – Mamá, ¿escuchaste? Terence consiguió el papel principal en la próximaobra. ¿No es maravilloso?
- Mis felicitaciones, Terence – dijo la señora Marlowe luego de volverse hacia el muchachomientras pensaba que ese era un increíble golpe de suerte para ella y su hija, considerando cuánto dinero les reportaría: tal vez por fin podríandarse el lujo de comprar una casa más grande y elegante en la mejor zona de Nueva York. Definitivamente era hora de atrapar al chico. De hecho, la señora Marlowe, aunque por un lado le satisfacía el éxito de Terence, por el otro imaginaba que lo haría viajar por todo Estados Unidos y le daría la oportunidad de conocer gente nueva, lo que por desgracia incluiría a muchas chicas. No podía permitir que eso lo distrajera de su deber, es decir, estar al lado de su hija. Ya tenía algo en mente y, llegado el momento, no dudaría en jugar sus cartas.
*****
La tarde del 6 de enero de 1918, una multitud se agolpaba en la entrada del teatro esperando a que se abrieran las puertas. Un gran cartel iluminado anunciaba que la nueva temporada de teatro comenzaría con la puesta en escena de la Compañía Stratford de Hamlet, de William Shakespeare. Pero lo que causaba un gran revuelo era la noticia del regreso al teatro del joven talento Terence Graham en el papel del príncipe de Dinamarca. La enorme curiosidad que suscitaba el acontecimiento había atraído a una gran multitud de público que se disponía a presenciar la que sin duda sería una de las actuaciones más memorables de los últimos años.
Entre bastidores, un ir y venir de actores, actrices, costureras, maquillistas y técnicos de escena perturbaba bastante al protagonista, que se había encerrado en su camerino tratando de encontrar la concentración perfecta. Sentado frente al espejo, después de haber realizado algunos ejercicios para calentar sus cuerdas vocales y encontrar el timbre adecuado, el joven actor sentía que se deslizaba cada vez más al interior de ese personaje lleno de dudas.De repente, escuchó un fuerte aplauso del público. ¡Se había levantado el telón!
Un último pensamiento paraella y luego al escenario.
El rey ha sido asesinado y ahora su hermano Claudio ocupa el trono, además de haberse casado con la viuda, la reina Gertrudis, madre de Hamlet. El joven príncipe, consternado por tales acontecimientos, sube al escenario – nos encontramos en la segunda escena del primer acto– y es recibido por la pareja soberana.
REY: [...] Y tú, Hamlet, ¡mi pariente, mi hijo!
HAMLET: Más que pariente y menos que padre afectuoso.
REY: ¿Qué sombras de tristeza te cubren siempre?
HAMLET: Al contrario, señor, estoy demasiado a la luz.
REINA: Mi buen Hamlet, no así tu semblante manifieste aflicción; véase en él que eres amigo de Dinamarca;ni siempre con abatidos párpados busques entre el polvo a tu noble padre. Tú lo sabes, común es a todos, el que vive debe morir, pasando de la naturaleza a la eternidad.
HAMLET: Sí, señora, a todos es común.
REINA: Pues si lo es, ¿por qué aparentas tan particular sentimiento?
HAMLET: ¿Aparentar? No, señora, yo no sé aparentar. Ni el color negro de este manto, ni el traje acostumbrado en solemnes lutos, ni los interrumpidos sollozos, ni en los ojos un abundante río, ni la dolorida expresión del semblante, junto con las fórmulas, los ademanes, las exterioridades de sentimientos, bastarán por sí solos, mi querida madre, a manifestar el verdadero afecto que me ocupa el ánimo. Estos signos aparentan, es verdad; pero son acciones que un hombre puede fingir... Aquí, aquí dentro tengo lo que es más que apariencia, lo restante no es otra cosa que atavíos y adornos del dolor.
¡Terence Graham había pronunciado las últimas líneas de cara al público y ya lo había conquistado definitivamente! Desde ese momento percibiócon claridad el vínculo invisible que se había creado entre él y los espectadores, que permanecieron pegados a sus asientos durante más de tres horas, como si los hubieran capturado y los hubieran hecho prisioneros en el Reino de Dinamarca.
Eleanor Baker también admiraba a su hijo sentada en uno de los palcos centrales. Se emocionó profundamente al recordar el día que había regresado a su casa, cuando parecía el fantasma del joven que ahora se movía con seguridad en el escenario y modulaba la voz en mil tonos distintos, alternando en el rostro la duda, la locura y el amor. Si ella también lo hubiera visto, seguramente se habría sentido orgullosa de él.
En la última escena del quinto acto, tras el furioso duelo entre Laertes, hermano de la bella Ofelia, quien se había suicidado por amor al príncipe, y Hamlet, los dos contendientes mueren, ambos víctimas de un engaño del rey, que había envenenado la espada del primero. Por un extraño giro del destino, tanto Laertes como Hamlet son heridos con la misma arma envenenada.
HAMLET: Me muero, Horacio. La activa ponzoña sofoca ya mi aliento... No viviré para saber nuevas de Inglaterra, pero puedo profetizar que Fortinbrás será elegido: tiene mi último voto. Infórmale de cuanto acaba de ocurrir, así como de las circunstancias grandes y pequeñas que llevaron a esto… El resto es silencio.
La muerte del loco Hamlet fue recibida con un un silencio sepulcral en el teatro.Todos contuvieron la respiración hasta que cayó el telón, momento en el que estalló un estruendoso aplauso con el que los espectadores se liberaron de la tensión acumulada a lo largo del espectáculo y elogiaban a los actores que habían puesto en escena semejante drama.
Terence y Karen se abrazaron tras bambalinas, todavía sin plena consciencia de lo que habían logrado ycargados de adrenalina, cuyos efectos no se les pasarían fácilmente en las horas siguientes.
Mientras el rugido proveniente de la sala se hacía cada vez más intenso, todos los actores se prepararon para regresar al escenario y recibir el merecido homenaje del público, primero los que habían interpretado los papeles secundarios y luego los protagonistas. Cuando Robert avanzó al centro con Karen a su derecha y Terence a su izquierda, todo el público se puso de pie mientras Ofelia y Hamlet se inclinaban emocionados. A continuación, el telón se cerró otra vez y los actores aún perplejos por tal éxito comenzaron a abandonar el escenario poco a poco, pero los aplausos no disminuían y, de repente,el públicoempezó a corear un solo nombre. Karen miró a Terence con una sonrisa llena de satisfacción. El chico, algo desconcertado, se giró buscando el rostro tranquilizador de Robert, quien, sin vacilar, le puso las manos sobre los hombros y le dijo:
- ¿Qué estás esperando? ¡Ve!
Terence dio unos pasos para volver al centro del escenario y se detuvo detrás del pesadotelón de terciopelo rojo. Tragó saliva temblando. Unos segundos después, se abrió el telón y el joven actor se convirtió de golpe en la estrella más brillante de Broadway. Se tambaleó ligeramente y casi se cae porque el cariño del público lo golpeó como una ola gigantesca. No podría decir cuánto tiempo permaneció aturdido en el escenario haciendo reverencias y saludando a quienes literalmente lo alababan.
¡Terence Graham estaba de regreso, y gracias a su talento y tenacidad había recuperado el lugar que merecía!
Las representaciones de Hamlet se prolongaron casi dos años y gozaron de un éxito increíble tanto en Broadway como de gira por todo Estados Unidos. De hecho, durante los primeros meses de 1919, la Compañía Stratford se presentó en todas las principales ciudades de la costa y luego continuó hacia el interior. Hubo una breve pausa de verano y posteriormente se reanudaron los espectáculos.
Indiscutiblemente, Terence se había convertido en el actor del momento y la prensa había empezado a interesarse cada vez más por los más mínimos detalles de su vida privada. Solía haber periodistas y fotógrafos siempre al acecho frente a su edificio, hasta el punto de que le resultaba difícil salir y se veía obligado a refugiarse en casa de su madre, donde la vigilancia contratada por Eleanor disuadía a los fisgones.
- Hijo, deberías dejar ese lugar y mudarte a una casa más grande en un área que no permita el libre acceso de la prensa – le dijo Eleanor una tarde en que Terence se había ido a esconder a su casa por enésima vez porque el asedio de los fotógrafos lo había hecho desistirde entrar a su apartamento.
- Creo que tienes razón. Ya he visto un par de viviendas en el Upper East Side, y además también sería más cómodo... para Susanna.
- ¿Qué quieres decir? ¿Qué tiene que ver Susannaen esto? – le preguntó su madre poniéndose inmediatamente nerviosa al escuchar ese nombre.
- Bueno… en su estado no puede seguir viviendo en esa pequeña casa.Necesita más espacio, un ascensor para salir y tal vez un jardín…
- ¿No estás intentando decirme que van a vivir bajo el mismo techo?
Terence bajó la cabeza para evitar su mirada.
- ¡Por amor de Dios, respóndeme!
- Sí.
- ¿Pero se puede saber qué diablos tienes en mente? – gritó la señorita Baker mientras se levantaba del sillón donde estaba sentada para acercarse a su hijo, que estaba parado junto a la ventana de la lujosa sala estilo art déco.
- Espera un momento… ¡Ha sido ella, esa mujer intrigante y arribista! ¡Claro!¿Cómo no lo vi venir? ¡Qué tonta he sido! ¡Debí de haberlo imaginado! ¡Olió dinero y ha pensado en sacar ventaja!Fue la señora Marlowe quien te sugirió esta locura, ¿o me equivoco?
Eleanor estaba furiosa. Terence nunca la había visto así y ciertamente no podía culparla. A él también le parecía una idea descabellada, pero no había encontrado otra alternativa. En los últimos meses, sus compromisos teatrales lo habían mantenido alejado de Nueva York y de Susanna. Cada vez que él se iba, la salud de Susanna empeoraba: padecía infecciones frecuentes provocadas por la amputación parcial de su pierna derecha y su cuerpo estaba cada vez más debilitado. Comprar una casa nueva donde pudiera pasar más tiempo con ella, sin tener que ir y venir corriendo el riesgo en cada ocasión de ser asediado por los periodistas, le parecía a Terence la única solución posible. Por supuesto, la señora Marlowe había insistido mucho para que él se decidiera a dar ese paso empleando sus habituales estrategias insidiosas.
- El médico recomendó que mi hija sea trasladada de inmediato a un ambiente adecuado para su estado.Ella no puede seguir viviendo en esta pocilga y encima necesitamos más servidumbre y asistencia médica constante. Ahora que tus finanzas te lo permiten, de ninguna manera puedeslavarte las manos. ¡Sin mencionar que la prensa también ha llegado hasta aquí, y sabes muy bien lo que tuvieron la osadía de escribir!
De hecho, unas semanas antes, había aparecido en una revista sensacionalista un artículo sobre la nueva estrella de Broadway, en el que se hacían fuertes alusiones a su relación con su excolega Susanna Marlowe. Ya era conocida por todos la historia del accidente ocurrido en el escenario durante los ensayos de Romeo y Julieta: la chica, una joven promesa del teatro shakespeariano, no había dudado en poner en riesgo su vida para salvar la de Graham,de quien estaba perdidamente enamorada. Por su parte, Terencese había sentido obligado a permanecer cerca de Susannapara saldar su deuda, así que iba a visitarla todos los días y pasaba mucho tiempo a solas con ella. No se sabía con certeza lo que sucedía en ese apartamento, en especial durante las horas de ausencia de la madre, pero se rumoreaba que habían pasado de una simple amistad a otra cosa. El artículo iba acompañado de una serie de fotografías que mostraban a Graham saliendo de la casa de las Marlowe hasta en horas bastante inoportunas.
- Mamá, trata de entender.Los periódicos están escribiendo cosas absurdas. No puedo seguir yendo y viniendo a la casa de Susanna...
- ¿Y crees que vivir juntos va a solucionar el problema?
- Yo estaré en mi casa.El apartamento se dividirá en dos partes, una de las cuales será ocupada porSusanna y su madre. De esa forma, si necesitan cualquier cosa, yo...
- Sabes muy bien adónde te llevará esta situación, y no me sorprendería en absoluto que la señora Marlowe ya lo tenga contemplado... - lo interrumpió Eleanor.
Terence la miraba enmudecido porque temía ya saber la respuesta en el fondo de su corazón.
- ¡Estoy más que segura de que la querida Margot encontrará la manera de hacer que te cases con su hija! Obligarte a vivir bajo el mismo techo es sólo el primer paso.
Terence temía que los planes de la señora Marlowe fueran precisamente los que había insinuado Eleanor, pero no quería creer del todo que pudiera llegar tan lejos.Casarse con Susanna... ¡jamás!
*****
- ¡Oh, Terence, me he quedado sin palabras! ¡Es simplemente maravilloso!¡Estelugar es encantador! Y la vista desde el balcón es increíble... y el jardín con la fuente... Mamá, ¿lo has visto?
Susanna estaba literalmente extasiada mientras exploraba el lujoso apartamento en el que viviría con su madre, ubicado justo frente a Central Park.
Terence le mostró la estancia donde había colocado el piano y otros instrumentos musicales. Sabía cuánto amaba la música Susanna y había pensado que tener la oportunidad de tocar y tal vez incluso de componer podría ayudarla a sentirse mejor.
- Este lugar es para ti – le dijo.
- ¿Para mí? – preguntó la muchacha con sorpresa ante ese pensamiento.
- Sí. ¿Te gusta?
La estancia era muy grande y estaba iluminada por altos ventanales orientados al oeste que en ese momento ofrecían una espléndida puesta de sol neoyorquina. Había muchas plantas verdes y lámparas que hacían que el ambiente fuera particularmente relajante. En el centro había un flamante piano de cola negro.
Susanna se acercó vacilante. Con la prótesis que recién había comenzado a usar podía caminar ayudándose únicamente con un bastón. Se sentó e hizo sonar algunas notas con el ligero toque de sus dedos afilados. La acústica era perfecta.
- Un día me dijiste que te gustaría tener un piano de cola. ¿Te parece bien este? – le preguntó Terence con los codos apoyados en el instrumento.
- Es increíblemente hermoso, uno de los mejores instrumentosen el mercado si no me equivoco. ¡Gracias! – respondió emocionada y extendiólos brazos hacia él. Terence se acercó a ella para permitirle abrazarlo y se esforzó por devolverle el gesto afectuoso.
- Ahora debo irme – dijo mientras se separaba de ella.
- Espera. Me gustaría ver tu apartamento.
Terence no se esperaba esa petición y estaba a punto de preguntarle por qué cuando entró la señora Marlowe.
- Te cansarás mucho con esa prótesis, Susanna.El doctor dijo que no debes abusar de ella.Es mejor que uses la silla de ruedas – dijo en tono severo y le acercó la silla de ruedas a su hija. La chica no protestó y Terence la ayudó a sentarse.
- Vamos, querido. ¿Me muestras tu apartamento? – preguntó Susanna sonriéndole tan feliz como una niña en su cumpleaños.
Tras salir de la sala de música, recorrieron un corto pasillo y se encontraron frente a una puerta que daba acceso a las habitaciones reservadas para el joven. Entraron. A la derecha había una pequeña sala y a la izquierda, un estudio. Susanna quiso visitar el estudio primero. Terence había trasladado allí la mayoría de los libros que guardaba en su antiguo apartamento y los había colocado en una gran estantería abierta. Los muebles eran nuevos: había un escritorio situado frente a una ventana amplia y dos sofás de terciopelo verde esmeralda a juego con las cortinas. El suelo de mármol claro era el mismo en toda la vivienda y estaba adornado con tapetes con motivos geométricos. Unos espejos con marcos en color dorado decoraban la pared donde había un mueble bajo de ébano pintado con motivos florales en tonos verdes.
- El estudio es muy bonito. El verde es mi color favorito. ¿Lo elegiste tú?
- Sí, a mí también me gusta mucho – respondió Terence, cuya mente fue atravesada con la potencia de un rayo por la imagen de dos ojos que habrían combinado muy bien con la decoración del lugar.
Como de costumbre, Susanna notó lo distante que estaba en ese momento.
- ¿Es aquí donde trabajarás? – le preguntó.
- Sí, claro – respondió Terence distraído mientras salían del estudio y encaminaba la silla de ruedas hacia la entrada del apartamento.
- ¿Y dónde está tu habitación? – insistió Susanna y detuvouna rueda conla mano.
- Al final del pasillo – respondió en tono severo para dejar claro que no tenía intención de mostrársela. Siempre era así con ella, nunca estaba conforme con lo que él hacía, siempre quería más y sabía cómo conseguirlo.
Habían pasado casi dos años de aquel trágico accidente y de lo que había seguido. Terence había prometido quedarse al lado de Susanna y había hecho lo más que podía. Había tratado de que ni a ella ni a su madre les faltara nada, a pesar de que su relación con la señora Marlowe no era la mejor. Margot desde el inicio se había aprovechadodel sentimiento de culpa de Terence para asegurarse de atarlo cada vez más a su hija.Cuando la salud de la chica empeoraba, la culpa siempre recaía sobre él porque no había estado lo suficientemente presente, porque siempre estaba taciturno y nunca sonreía, porque llegaba tarde, porque las giras eran demasiado largas, porque lo habían fotografiado con una actriz, etc.
Susanna casi nunca se atrevía a contradecir a su madre pese a que no eran esas las cosas que le preocupaban.Por supuesto que lamentaba que Terence estuviera muchas semanas fuera de Nueva York, pero aun así estaba segura de que regresaría. Lo que más la angustiaba y lo que más temía tenía un nombre muy concreto, y ahora que vivirían juntos estaba decidida a descubrir cuán presente seguía ellaen la mente de Terence, pero sobre todo en su corazón.
Una tarde en que el muchacho no estaba en casa, Susanna no pudo resistir la tentación de husmear en su apartamento. Si Terence lo llegaba a saber, ciertamente no le habría gustado, celoso como era de su privacidad. Sin embargo,pensaba que de alguna manera acabaría perdonándola, como siempre ocurría cuando discutían por alguna razón.
Cruzó la puerta principal y la cerró detrás de sí. El ambiente estaba inmerso en el silencio y la oscuridad. Entró al estudio. El escritorio estaba lleno de hojas escritas: eran notas tanto de Hamlet como de otras obras del Bardo. Intentó abrir los dos cajones, pero estaban cerrados con llave. También había algunas partituras y una en particular le llamó la atención porque no reconocía la melodía.Estaba escrita a mano, con muchas notas pequeñas marcadas con precisión debajo del título.
- Love of my life – leyó esas palabras con un hilo de voz y luego intentó tararear la melodía. De repente se sintió de nuevo comoaplastada bajo unreflector. Ya había oído esa música una vez, unas noches antes, procedente de la habitación de Terence. Se dirigió inmediatamente hacia allí por el pasillo. Nunca había entrado a ese cuarto. Se detuvo en la puerta temiendo lo que podría encontrar al otro lado. Cerró los ojos por un momento y un escalofrío le recorrió la espalda. Luego abrió.
La recámara le pareció muy sencilla: una cama, un armario, una mesa redonda con dos sillones, un pequeño escritorio. Se dirigió al armario y lo abrió; sintió que la inundaba su aroma, una fragancia particular nacida de la alquimia del jazmín, el azafrán, el roble y el almizcle. Con la mano acarició unas camisas cuidadosamente colgadas junto a chaquetas y pantalones. En la puerta derecha, un espejo reflejaba su propia imagen, pero mientras se miraba, un sutilresplandor plateado que provenía de la mesita de noche al lado de la cama le golpeó los ojos. ¿Qué podría ser? Siguió la luz hasta que pudo aferrar el objeto metálico.
- Una armónica – murmuró, dándole vueltas en la mano. Nunca la había visto en manos de Terence, pero debía ser muy valiosa para él si la tenía cerca de su cama. Con ese instrumento había entonado la melodía de Love of my life unas noches antes.
¿Quién era el amor de su vida, a quien le había dedicado esa canción evidentemente compuesta y escrita por él mismo? Susanna se sintió desfallecer. ¿Era posible que ella todavía estuviera en el centro de sus pensamientos? Entonces, ¿cuál era el objetivo de esa vivienda? ¿Qué significaba vivir juntos en ese sitio lleno de… ¡verde! Verde como los ojos de...
- Susanna, ¿qué haces aquí? – una voz le propinó un golpe desde atrás.
La jovenvolteó lentamente con la armónica en la mano. Ver ese objeto tan preciado para él en manos de Susanna le provocó una oleada de ira y un instinto casi animal lo empujó hacia ella para recuperarlo y hacerlo regresar a su lugar de inmediato. Después, tratando de no perder el control, le ordenó que saliera de su habitación. Susanna obedeció y le dijo al pasar junto a él:
- Guardé algunas camisas tuyas en el armario. Apenas llegaron de la tintorería.
*****
Toda la semana siguiente, Terence no llegó a cenar a casa. Salía temprano por la mañana, pasaba todo el día en el teatro y regresaba muy tarde por la noche, cuando Susanna y su madre ya se habían retirado a sus habitaciones.
Aproximadamente un mes antes había recibido una gran noticia del señor Hathaway: la puesta en escena de Hamlet de la Compañía Stratford había cruzado las fronteras de Estados Unidos y llegado a Europa, donde algunos de los teatros más importantes querían incluirla en su programación para el año 1920. Sería una gira muy larga esta vez, ya que actuarían en Milán, París, Madrid y finalmente Londres, por lo que permanecerían en el Viejo Continente al menos seis meses.
Terence estaba encantado y cuando se lo había contado a Susanna, ella también se había mostrado entusiasmada, sinceramente feliz por lo que podía representar la consagración definitiva de Graham en el panorama teatral internacional. No obstante, después de lo sucedido en su habitación, Susanna estaba muy preocupada por esa inminente partida. Ya no había tenido oportunidad de hablar con él a solas.Estaba segura de que Terence la estaba evitando y todavía estaba enojado con ella, pero ella también se sentía herida. Se preguntaba si durante esos tres años que habían pasado juntos algo había cambiado entre ellos. ¿Podía definir a Terence como su novio? Ciertamente no. Vivir bajo el mismo techo no había mejorado las cosas: siempre había una distancia enorme que era imposible de salvar porque él no se lo permitía.
Aun así, ¡estaba locamente enamorada! ¡Quería que Terence fuera suyo, sólo suyo! El solo pensamiento de que su corazón todavía no le perteneciera la hacía sentirse morir. Además, otro pensamiento inconfesable se apoderaba cada vez más de su mente y perturbaba sus noches: lo deseaba con todo su ser. Quería que sus ojos la miraran con toda la pasión que un hombre puede sentir por una mujer, deseaba sentir sus brazos alrededor de ella, sus manos sobre ella, quería sus labios, ¡quería poseer su cuerpo y su alma!
La noche antes de la partida de Terence hacia Europa, Susanna entró en su habitación en silencio, observándolo mientras preparaba las maletas con evidente entusiasmo.
- No ves la hora de irte... ¿verdad? – le preguntó con un ligero tono de reproche en la voz.
- Estoy muy feliz por esta gira.Es una gran oportunidad... Tú también me lo dijiste, ¿no? – le respondió Terence sin mirarla mientras continuabaempacando sus cosas en dos maletas grandes.
- No es eso lo que quiero decir y lo sabes... Estás feliz porque te vas de aquí, lejos de mí... - esta vez su voz había adquirido el inconfundible tono de víctima que Terence no soportaba porque sabía a dónde quería llegar con él. Así era siempre con ella: reproches y chantajes disfrazados de dulzura y debilidad. Pero Susanna no era débil, no lo era en absoluto, y él ya lo había comprendido. A pesar de ello, no podía liberarse de su agarre y sabía que tenía razón: solamente cuando salía de esa casa podía sentir que todavía valía la pena vivir su vida. Sin embargo, él seguía respetándola en todos los sentidos, aunque ella fuera la primera en no respetarse.
- Susanna, por favor…
- ¿Por qué no lo admites, Terence?¡Mi presencia se ha vuelto insoportable para ti! – exclamó antes de llevarse una mano a los labios temblorosos, como si estuviera a punto de llorar.
- No es tu presencia lo que es insoportable… Ya deberías saberlo – respondió él sin ceder a su manipulación por una vez.
- Entonces, ¿qué es? – casi le gritó.
- ¡No me lo preguntes! – le respondió Terence.
Estaba buscando pelea, eso estaba claro. A menudo lo provocaba con alusiones e implicaciones siempre destinadasa aumentar su sentimiento de culpa. Terence se enojaba, terminaban discutiendo y, para no sobrepasarse, élcon frecuencia ponía fin a la discusión marchándose. Pero ella sabía que regresaría más amable que antes. Así era como Susanna lo había mantenido atado todos esos años, esperando a que la simple amabilidad se convirtiera en amor con el paso del tiempo, algo que nunca sucedió, yla joven ya había tomado consciencia de ello. Por eso, la idea de que él fuera a estar ausente todos esos meses le preocupaba mucho. Esta vez temía que no volviera con ella.
- ¡No te lo preguntaré, no te preocupes! No necesito hacerlo ¡porque ya sé la respuesta!
Terence se detuvo; estaba parado frente a ella y, al mirarla, se sintió repentinamente lleno de rabia contra ella, contra sí mismo y contra ese destino que los había unido sin pedirles permiso. En realidad, nada los unía excepto aquel lejano día de invierno de 1916 cuando sus vidas se habían hecho pedazos y, como dos cadenas rotas, habían sido enganchadas una a la otra con un candado cuya llave nadie parecía poseer.
- ¡Es su ausencia lo que te resulta insoportable! Después de todo este tiempo, ella todavía está en el centro de tus pensamientos, ¿no es así? – le gritó inclinándose hacia delante, arriesgándose a caer.
Por lo tanto, fue a dar a los brazos de Terence y se colgó de su cuello, con los labios temblorosos y los ojos llenos de lágrimas.
- Bésame y demuéstrame que estoy equivocada – le susurró antes de acercarse aún más a su boca, pero Terence se volteó de golpe, alejando su rostro. Susanna se rindió. Entonces él la cargó y la llevó a su habitación. Era muy tarde. Le dio el habitual beso en la frente y le deseó buenas noches.
Al día siguiente partió hacia Europa.
Capítulo cuatro
Nueva York, 9 de febrero
de 1917
Estimada
Candice:
Espero
que hayas llegado sana y salva a Chicago.
Te
ruego que me disculpes por haberte echado, pues mi estado de ánimo no era el
mejor. Sé lo que hay en el corazón de Terence, pero aun siendo consciente de
ello, no quería aceptar tener que perderlo para siempre.
Recuerdo
que ya nos habíamos visto en otra ocasión en Chicago,cuando dimos una función
de beneficencia. Te presentaste una noche en el hotel y preguntaste por él. No
pude soportar el brillo que había en tus ojos, ni el hecho de que él no hiciera
más que pensar en ti. Habría hecho cualquier cosa para que te olvidara.
Comparado con perderlo, haber perdido el uso de las piernas no significa nada
para mí.
Te
pido perdón. Creo que desde que comencé a amar a Terry me he convertido en una mala
persona.
Desde
que era pequeña, mi sueño siempre había sido ser una gran actriz. Para
lograrlo, renuncié a muchas cosas. Sin embargo, ahora… mi único deseo es poder
estar con Terry y que no se aleje nunca de mí. Sé lo egoísta que es mi
comportamiento, pero no puedo evitarlo.
Aquella
noche no podía dejar de disculparme y de llorar, pero él me dijo estas
palabras: "Me quedaré a tu ladopara siempre". Lo dijo mientras contemplaba
la nieve a través de la ventana. Su voz era un susurro, pero al mismo tiempo
era extremadamente clara. Sentí que su alma se marchaba contigo, pero, a pesar
de todo, me aferré a esas palabras.
¿Cómo
puedo pagar tu amabilidad? Todo lo que puedo hacer es disculparme contigo en mi
corazón y amar a Terry por las dos. Él es mi vida entera.
Candice,
te estoy muy agradecida por haberme devuelto las ganas de vivir y la esperanza en
el mañana.
Rezo
para que tú también puedas alcanzar la felicidad.
Susanna Marlowe
Candy había recibido esa carta aproximadamente un mes después de
su viaje a Nueva York. La propia Susanna le había pedido su dirección para
poder escribirle cuando las dos jóvenes se habían despedido en el Hospital San Jacobo.
Vivía en ese tiempo en Casa Magnolia, en Chicago, con Albert, que
aún no había recuperado la memoria. Leyó esas palabras sólo una vez, pero no
las olvidaría durante muchos años. Las sensaciones provocadas por la lectura de
esas líneas siempre la hacían estremecerse de la misma manera en que se había
estremecido en aquella terraza cubierta de nieve del Hospital San Jacobo cuando
sus ojos se habían encontrado con los destrozados ojos de Terence mientras
pasaba a su lado con Susanna en brazos.
En esa carta, Susanna le pedía disculpas, le pedía que la
perdonara porque, a pesar de saber lo que había en el corazón de Terence, no
podía soportar la idea de que él no fuera suyo. Decía que se había vuelto una
mala persona, pero que no podía vivir sin él, que él era su vida y que ella lo
amaría también por Candy. Lo llamaba Terry. Al final, le deseaba que encontrara
la felicidad.
Esa carta hizo que Candy derramara todas las lágrimas que le
quedaban.
“¿Cómo podré
encontrarla felicidad lejos de ti? Mi amor, ¿cómo podré? ¡Te prometí que lo
haría, pero esa fue la mentira más grande que jamás he dicho! Tu recuerdo nunca
me abandonará. ¿Cómo es posible olvidar a quién te ha robado el alma? Siempre
estaré a tu lado, aunque no sea físicamente.¡Mi alma está ahí contigo y nada ni
nadie podrá cambiar eso!
Sólo
espero que al menos tú puedas ser realmente feliz.Susanna te quiere mucho,
estuvo dispuesta a sacrificar su vida por ti y, además... comparten la pasión
por el teatro...
¡Solamente
si eres feliz podré soportar no volver a verte nunca más! Le prometí eso,
Terry, le prometí que nunca más te buscaría… Perdóname…”.
No le había contado a Albert de esa carta y la había puesto en una
caja escondida en el fondo del armario. Su rostro mostraba una hermosa sonrisa
mientras su corazón roto seguía derramando lágrimas de dolor todos los días, a
lo que pronto se sumó otro dolor insoportable.
De un día para otro, sin motivo alguno, fue despedida del hospital
de Chicago donde trabajaba. Con toda seguridad, los Lagan se habían encargado
de hacer que ningún hospital la aceptara, pero Candy, sin desanimarse, encontró
trabajo en la pequeña Clínica Feliz del doctor Martin, un médico muy capaz pese
a que sucumbía con frecuencia al vicio del alcohol.
Como si todo esto no fuera suficiente, Albert desaparecióde repente
dejándola completamente sola. Candy no podía entender su partida.Se preocubaba
por él porque pensaba que todavía no se encontraba bien y que no estaba listo
para andar viajando solo. Temía que hubiera recordado algo y que eso lo hubiera
perturbado. ¿Pero por qué no se lo había contado?
Y justo cuando se sentía tan sola y abandonada, otro
acontecimiento trágico la devastó: la muerte de su querido primo Stear, cuyo
avión había sido derribado en el frente francés sin posibilidad de que hubiera
sobrevivido. Stear se había ofrecido como voluntario antes de que Estados
Unidos entrara en la guerra porque había pensado que así podría salvar la vida
de muchos jóvenes y, en vez de eso, terminó perdiendo la suya. La familia
Ardlay ni siquiera le permitió a Candy asistir a su funeral.
Había pasado semanas de desesperación cuando, un día, recibió un
regalo de Albert: un vestido de primavera. El paquete provenía del pueblo de
Rockstown. Segura de encontrarlo allí, Candy partió enseguida sin saber que en
Rockstown recibiría otro cruel golpe del destino: ver a Terence actuando medio
borracho en un teatro ambulante la impactó hasta el punto de empezar a creer
que había cometido un gran error. ¡Su separación había llevado a Terry a eso! No
podía soportarlo, habría querido subirse a ese escenario y agarrarlo a puñetazos,
pero en lugar de eso habría terminado diciéndole cuánto lo amaba, y no podía,
no podía hacerlo. Sin embargo, algo sacó al chico de su letargo y lo hizo resurgir
de ese abismo en un instante. De pronto,volvió a ser el mismo Terry de siempre;lavoz
tan cálida y vibrante que Candy adoraba resonó de nuevo clara y poderosa.
En esa ocasión, Candy pudo hablar con la madre de Terence y
descubrió que se había vuelto a acercar a él y que nunca más lo abandonaría.
Estaba segura de que volvería a Broadway y con Susanna.
De regreso en Chicago y sin tener todavía noticias de Albert,
Candy se sentía tremendamente sola y había decidido refugiarse por un tiempo en
el Hogar de Pony, el único lugar donde estaba segura de que siempre encontraría
el calor de su familia. Fue entonces cuando sucedió algo que nunca habría
creído posible: Neal Lagan dijo que se había enamorado de ella y que quería
casarse con ella, y hasta amenazó con ofrecerse de voluntario para ir a la
guerra si no se lo permitían. Le había tendido una trampa enviándole una
invitación en nombre de Terence para hacerla ir a un sitio donde le reveló sus
intenciones. Fue gracias a esa situación que Candy se llevó la sorpresa de su
vida al enterarse de la verdadera identidad de su amigo Albert, quien no era
otro que el misterioso tío William que la había adoptado para que entrara a formar
parte de la familia Ardlay. Fue necesario que William Albert Ardlay interviniera
precisamente para impedir ese compromiso absurdo, por lo que tuvo que revelar
su verdadera identidad.
A partir de ese momento, Candy siguió adelante con su vida, mas no
sin dificultades. Todo el dolor que se había acumulado en su corazón no le daba
tregua,si bien el calor de su familia y amigos lograba darle sentido a sus
días.
*****
La Porte (Indiana)
invierno 1917-1918
A pesar de la belleza del lugar y de la alegre compañía de los
pequeños habitantes, el verano que Candy pasó en el Hogar de Pony no logró que
las sonrisas de la joven volvieran a iluminar su rostro. La señorita Pony y la hermana
Lane estaban muy preocupadas tanto por su estado psicológico como por su estado
físico. Candy, que siempre había destacado por su gran apetito, ahora comía muy
poco y a menudo encontraba alguna excusa para no volver a casa a la hora del
almuerzo. Taciturna y con la mirada apagada, se afanaba en ayudar a las dos
mujeres con las tareas del hogar y ocupándose de los niños, por lo que se levantaba
muy temprano por la mañana y siempre era la última en irse a dormir.
De hecho, la noche era para ella el peor momento: si durante el
día lograba mantener la mente ocupada en mil tareas, por las noches, al quedarse
sola en su habitación, no podía evitar que la invadieran los pensamientos más
dolorosos. Aunque se había prometido abstenerse de leer revistas donde pudiera
encontrar artículos sobre teatro y no mencionar su nombre por ningún motivo,
algo que incluso la señorita Pony y la hermana Lane tenían cuidado de no hacer,
era inevitable que la imagen de Terence se le presentara todas las noches sin
falta en cuanto cerraba los ojos. Volvía a verlo en las situaciones más
diversas, desde los días pasados en el Colegio San Pablo hasta las
maravillosas vacaciones en Escocia o el día en que ella había llegado a Nueva
York y él había ido a buscarla a la estación, y luego... como siempre... su
mente se detenía en esas escaleras. En ese punto, ya no era sólo una imagen que
la atormentaba, sino un dolor físico real que le atenazaba todo el cuerpo. Le
parecía revivir de manera muyreal el último abrazo desesperado con el que se
habían despedido y, más que las escasas palabras que habían intercambiado, eran
las sensaciones físicas experimentadas en esos instantes lo que le sacudía el
alma. ¿Cómo podría haber olvidado el calor del pecho de Terence pegado a su
espalda, sus lágrimas acariciándole el cuello y esas manos entrelazadas
alrededor de su cintura? Ambos habían deseado que el tiempo se detuviera en ese
instante para hacerlo eterno e inmutable, pero cuando esas manos se soltaron, se
rompió el encanto de creerse unidos para siempre. Sola en su cama, Candy volvía
a sentir, como si estuviera sucediendo en ese momento, las manos de Terence al
deslizarse por sus caderas para dejarla ir, y cada noche lloraba hasta cansarse
y quedarse dormida.
Y su voz adorada en los oídos:
“Por
favor… quedémonos así… sólo un momento más…”
Y un último pensamiento en su corazón:
“Estábamos
a un paso de realizar todos nuestros sueños y tuvimos que renunciar a ellos.
Sólo quedan los recuerdos que guardo encerrados dentro de una pequeña
habitación en mi corazón, donde la luz está siempre apagada”.
*****
Unos días antes de Navidad, llegó al Hogar de Pony una carta
procedente de Nueva York dirigida a la señorita Candice W. Ardlay. No tenía
remitente, pero el solo hecho de ver el nombre de la ciudad de procedencia dejó
a Candy como petrificada. ¿Quién podría escribirle deallí si no… No, no podía
ser. Mantuvo el sobre en las manos durante varios minutos hasta que reunió el
valor para abrirlo.
Queridísima Candy:
¿Cómo estás?
Ha pasado mucho tiempo desde que nos encontramos
y hablamos en Rockstown, pero aún puedo ver con claridad frente a mí la imagen
de tu dulce rostro devastado por el dolor de haber visto a Terry en esas
condiciones. Ese día habría querido contarte muchas cosas sobre mi hijo, pero tú
no me lo permitiste. Sin embargo, debes saber al menos una cosa, y es que a
partir de ese momento en que Terry creyó verte llorando ante sus ojos, encontró
la fuerza para reaccionar y recobrar su vida. Al cabo de unos días regresó a
Nueva York y con gran tesón logró recuperar su lugar en la Compañía Stratford,
tan es así que pronto será el protagonista de “Hamlet”. Verlo subir al
escenario nuevamente fue una gran emoción para mí y estoy segura de que ahora tú
también estarías orgullosa de él.
Por este motivo, me he tomado la
libertad de enviarte una entrada para el estreno dela obra, que tendrá lugar en
Broadway el domingo 6 de enero.Espero de todo corazón que puedas estar
presente.
Con amor y gratitud,
Eleanor Baker
- Candy, ¿estás ahí?
- ¡Estoy aquí arriba!
- ¡Baja de ahí! No esperarás que suba, que ya no tengo edad para
eso.
La joven, que se encontraba trepada en la rama de un árbol en la
colina, descendió rápidamente con la agilidad habitual que había adquirido
desde temprana edad para alcanzar al dueño de la voz que acababa de llamarla.
- Hola, Albert.No te esperaba hasta mañana.
- Bueno, adelanté mi visita semanal porque mañana tengo una
reunión importante, así que… - Albert se interrumpió al notar los ojos rojos de
la chica.
Desde que Candy vivía en el Hogar de Pony, Albert la visitaba al
menos una vez a la semana. Juntos habían planeado hacer algunas mejoras a la
construcción, que no había sido renovada en años. En la primavera también iniciarían
algunas obras de ampliación, en especial en la parte que albergaba las
instalaciones sanitarias. También estaba prevista una buena remodelación de la
pequeña iglesia donde el padre Thobias celebraba misa todos los domingos.
- Candy… ¿qué sucede? – le preguntó con voz acariciante.
La muchacha bajó el rostro y dirigióla mirada al sobre que sujetaba
con fuerza entre las manos. Luego lo abrió y sacó una pequeña tarjeta de color
verde que le entregó a su amigo.
La Compañía Stratford presenta
Hamlet
Director: Robert Hathaway
Protagonizada por: Terence Graham
Albert solamente escaneó las palabras escritas en el boleto y
enseguida volvió a mirar a Candy, tras comprender al instante el motivo de su turbación.
Por un momento se quedó sin palabras. ¿Era posible que Terence se hubiera
atrevido a enviarle esa invitación? No podía creerlo.
- ¿Quién te lo envió?
- Eleanor Baker me escribió esta carta y me invitó al estreno de Hamlet
en Nueva York – respondió Candy con un hilo de voz.
- ¿Piensas aceptar la invitación? – le preguntó Albert, aun si ya intuía
la respuesta.
- ¡No! – exclamó Candy con decisión.
- Pareces muy segura… Entonces, ¿por qué esas lágrimas?
- Ay,Albert… por favor…
Candy se alejó de él y se sentó al pie del gran árbol con el
rostro enterrado entrelos brazos, que abrazaban sus rodillas. Albert se acercó
a ella, se sentó a su lado y comenzó a acariciarle suavemente el cabello. Con
su habitual voz tranquila y tranquilizadora le dijo:
- Ha pasado más de un año, Candy.No puedes seguir así.Tienes que tratar
de superarlo. Ya te he dicho que eres más bonita cuando ríes. ¿Lo has olvidado?
- Lo estoy intentando... pero para hacerlo tendría que arrancarlo
de mi corazón y eso no es posible. Él siempre está ahí y me da mucha vergüenza
porque ahora le pertenece a otra mujer... - los sollozos le bloquearon la
garganta y no pudo continuar.
- No digas eso, no te culpes por eso también. Terence fue parte de
tu vida, fue muy importante para ti.Es normal y no tiene nada de malo que lo
recuerdes, pero si esto todavía te hace estar tan mal, tenemos que encontrar
una solución.
- No encuentro solución... - comentó Candy desconsolada.
- Escúchame.Cuando volviste de Nueva York y me contaste todo lo
que había pasado entre ustedes, pensé que su manera de actuarhabía sido la
correcta. Terence no habría podido abandonar a Susanna en esas condiciones
después de que ella le salvó la vida, y tú decidiste hacerte a un lado, en especial
tras su intento de suicidio. Apoyé su decisión, pero ahora empiezo a tener
dudas... Tal vez debí haberlos ayudado a encontrar otra solución que no fuera separarse.
- Albert, no teníamos otras opciones… ¿Qué podíamos hacer? Cada
vez que pienso en esa noche, me convenzo más de que tomé la decisión correcta,
sobre todo ahora que Terence ha vuelto a actuar con la Compañía Stratford.Estoy
segura de que su vida estará llena de satisfacciones y alegrías.Susannasabrá apoyarlo
y amarlo, y él se lo agradecerá y… - después de esta profusión de palabras que
tenían el único objetivo de autoconvencerse, Candy se detuvo de repente yalzó
los ojos al cielo, de donde empezaban a caer los primeros copos de nieve. No le
gustaba la nieve, le recordaba el frío de aquella noche neoyorquina que había
invadido no sólo las calles, sino también su corazón. Se levantó de golpe y le
dijo a Albert que era mejor volver a la casa hogar, puescomenzaba a sentir
frío.
- Espera un momento. ¡Se me acaba de ocurrir una gran idea! –
exclamó el rubio y se paró frente a ella.
- ¿Qué estás tramando,Albert? – preguntó Candy desconcertada.
- Adivina a quién me encontré la semana pasada en Chicago.
- No lo sé…
-¡A Patty! Me dijo que está estudiando literatura en la universidad
y que vive en un pequeño apartamento en el centro. Hasta el mes pasado
compartía el alquiler con una compañera de clase, pero luego esa chica se mudó
y Patty se quedó sola. Está buscando una nueva compañera de cuarto, pero todavía
no ha podido encontrar a nadie.
- Me alegra mucho saber que Patty ha retomado sus estudios y estoy
segura de que logrará sus objetivos. ¡Ella siempre ha sido muy estudiosa, a
diferencia de mí! – Candy logró esbozar una tímida sonrisa por el recuerdo de
su más bien desastrosa carrera escolar.
- Ambos sabemos por lo que tuvo que pasar Patty.Superar la pérdida
de Stear no debe haber sido fácil para ella, pero está haciendo lo mejor que
puede para tratar de hacer realidad sus sueños. Me confió que el recuerdo de
Stear nunca la abandona, pero que precisamente gracias a ello logra encontrar
la fuerza para seguir adelante, ya que a él le gustaría que fuera así.
- ¿Qué intentas decirme, Albert?
- Si no recuerdo mal, cuando vivíamos juntos en Chicago me
hablaste más de una vez de tu deseo de seguir estudiando para convertirte en
doctora. ¿Por qué no intentarlo ahora?
- ¡Pero te acabo de decir que mi relación con los libros siempre
ha sido bastante conflictiva!
- Candy... te graduaste de enfermera y te has vuelto muy buena en
tu profesión.Podrías estudiar y tal vez empezar una pasantía en un hospital.
Eso es lo que te gusta hacer. ¡Estoy seguro de que podrías convertirte en el
primer médico de la familia Ardlay! Además,sería una gran ayuda para Patty que
te mudaras con ella – concluyó Albert, guiñándole un ojo a Candy.
- No sé si… podré hacerlo ahora… ¡Todo me parece tan difícil!
Albert la tomó por los hombros con suavidad y la miró intensamente
a los ojos para tratar de infundirle un poco de valor, lo justo para que
empezara a tomar el control de su vida de nuevo. Luego podría salir adelante
sola, de eso no tenía ninguna duda.
- Al menos prométeme que lo pensarás y después de Navidad me
contarás lo que has decidido, ¿vale? Ten la seguridad de que no te faltará mi
apoyo.
- De acuerdo.
*****
Chicago
enero de 1918
- ¡Ay, Candy, me parece un sueño que estés aquí! El apartamento no
es la gran cosa, lo sé, pero hay dos lindas habitaciones, una pequeña cocina y
una sala que me parece encantadora, ¿no lo crees?
- Estoy de acuerdo, Patty, pero lo que más me gusta es verte tan
alegre – respondió Candy observando con regocijo a su antigua compañera de
colegio.
Patty había crecido mucho en los últimos meses. El dolor por la
muerte de Stear había sido insoportable y la había llevado a perder por
completo la esperanza en la vida, pero luego, poco a poco, algo renació en su
corazón. Cuando Candy le había regalado la cajita de música de la felicidad que
Stear le había dado el día de su partida a Nueva York, Patty había tomado el
pequeño objeto en sus manos y había sentido como si él estuviera allí diciéndole
que intentara seguir adelante, que él nunca la abandonaría. Así que se había
puesto manos a la obra, se había ido a vivir a ese pequeño apartamento cerca de
la universidad y había comenzado a estudiar de nuevo. Asistir a clases lehabía ayudado
a hacer nuevos amigos, y se había integrado a un agradable grupo de jóvenes
estudiantes con quienes salía en ocasiones a visitar algún museo o simplemente
a dar un paseo.
- ¿Y tú cómo estás? – le preguntó Patty, escrutando los ojos
tristes de Candy.
- ¡Bien! Pasé una Navidad maravillosa en el Hogar de Pony y luego
Albert dio una gran fiesta de fin de año en Villa Ardlay, así que también pude
ver a Archie y Annie.
Candy revivió en su mente aquella noche del 31 de diciembre de
1917.
El salón principal de Villa Ardlay resplandecía como nunca y todas
las personas más destacadas de Chicago habían sido invitadas a unirse a la
fiesta. Candy se sentía bastante incómoda, pero Albert había insistido mucho en
que fuera. Además, volver a ver a Annie la hacía feliz.
- Candy, finalmente te hasdecidido a bajar de esas colinas. No te
habría perdonado si no hubieras venido – la saludó Annie con tono de reproche
antes de abrazarla tiernamente.
- ¡Estoy feliz de estar aquí y poder pasar tiempo contigo, amiga
mía!
- Ahora vamos a prepararnos.No querrás presentarte así en la
fiesta de esta noche...
- Ay, Annie, por favor…
- ¡Vamos, vamos! ¡Sin pretextos!
Mientras las manos expertas de Annie intentaban disciplinar un
poco los rizos rebeldes de Candy, las dos chicasrieron y bromearon recordando
algunos episodios de su infancia en el Hogar de Pony, como cuando Candy fingió que
todavía se hacía pipí en la cama para que no la adoptaran.
Su pensamiento voló luego a Londres y al Colegio San Pablo, y una
miríada de episodios divertidos en ese lugar también lograron casi hacer llorar
de la risa a las dos amigas. Sin embargo, en cierto momento el rostro de Candy se
puso serio de improviso. Annie lo notó al observarla en el espejo frente a ellas
y no supo qué más decir.
“¡Estoy tan enojada, Candy! No puedo dejar de pensar en lo que habría
ocurrido si Archie hubiera estado en el lugar de Terry. Yo nunca renunciaría a
Archie, ni aunque Susanna estuviera de por medio. ¡Nunca!
Tú, en
cambio... Candy, ¿por qué te regresaste de inmediato y dejaste ir a Terry con tanta
facilidad?
Yo soy
incapaz de perdonar a Susanna porque, a pesar de todo, ¡lo mantiene atado a
ella!
Te lo
ruego, ¡no renuncies a Terry fingiendo que no tiene importancia!”.
Esas eran las palabras que Annie le había escrito en una carta
cuando se difundió la noticia de que la actuación de Terence Graham se había
vuelto deplorable y que por ese motivo corría el riesgo de ser expulsado de la Compañía
Stratford. Aunque su amiga no estaba al tanto del intento de suicidio de Susanna
y no podía saber cuánto amaba la actriz a Terence, sus palabras en ese momento
habían impactado mucho a Candy. Las dos amigas se habían vuelto a ver después
de esa carta, cuando Candy se mudó al Hogar de Pony.De hecho, Annie había ido a
visitarla y de inmediato se dio cuenta de lo mucho que todavía estaba
sufriendo. Se habían abrazado sin decir palabra; las lágrimas habían hablado
por ellas. Annie no soportaba verla así. Su "hermanita", que siempre había
sido alegre, fuerte y valiente, se había convertido en una muchacha apagada y
poco entusiasta. Estaba preocupada por ella; temía que volviera a enfermarse
como cuando había regresado destrozada de Nueva York.
- ¡No puedes seguir así, Candy, por favor!¡Tienes que tratar de
superarlo! –le había dicho ella también, como Albert.
Pero Candy no sabía de dónde agarrarse para volver a levantarse.Sentía
que se hundía más y más, como si un peso tirara de ella hacia abajo
inexorablemente en arenas movedizas de las que no había manera de salir.
Sin embargo, ahora pensaba que las cosas habían cambiado: Terence
había regresado a Nueva York, había vuelto a actuar y estaba a punto de interpretar
un papel muy importante, lo cual significaba que había logrado seguir adelante
con su vidaal lado de Susanna. Seguramente es feliz, pensó Candy. Ya era hora
de que ella también siguiera su propio camino. Por eso había decidido irse a
vivir a Chicago con Patty y retomar sus estudios.
Los primeros meses en la universidad no fueron fáciles. A los
cursos que había elegido asistían exclusivamente hombres, y la miraban con
desdén cada vez que entraba al aula. Incluso los profesores, todos hombres, desde
el inicio se habían mostraron bastante escépticos respecto a ella, así que tuvo
que esforzarse mucho para hacerlos cambiar de opinión. Pero fue precisamente
esto lo que hizo que despertara su espíritu de lucha. Al final, con su
tenacidad y espontaneidad logróganárselos a todos.
Después de aprobar los exámenes del primer semestre con gran
éxito, Candy inició una pasantía en el hospital en el equipo médico del
profesor Gardner, quien de inmediatosupo apreciar su competencia y
determinación.
- Candy, el profesor quiere hablar contigo.Te está esperando en su
oficina – le comunicó Josephine, su compañera de clase.
- Oh, Dios… ¿Qué habré hecho esta vez? Espero que no se haya dado
cuenta de que me había equivocado en el orden alfabético de los registros
médicos – exclamó Candy preocupada mientras subía las escaleras que conducían
al segundo piso.
- Por favor, señorita Ardlay, pase.
- ¿Me mandó llamar, profesor Gardner? – preguntó vacilante.
- Siéntese. Quería hablarle de algo. ¿Está enterada de que dentro
de unos meses nuestro hospital tendrá el honor de recibir al grupo de
investigación del Dr. Carver?
- Sí, claro.
- Perfecto. Debe saber que Carver me ha pedido que incluya a un
estudiante de mi curso en su grupo para darle la oportunidad de experimentar
directamente en el campo lo que significa investigar. Había pensado en usted,
Candice.
- ¿Cómo? ¿En mí? – preguntó una Candy sorprendida por la propuesta
que acababa de escuchar.
- No pensará que no está a la altura.Es usted sin duda la mejor de
mi clase, pero no se lo diga a sus compañeros varones. - concluyó el doctor
guiñándole un ojo.
- Realmente es un honor para mí, doctor... No sé qué decir.
- Entonces diga que sí.
Candy asintió y le regaló a Gardner una de sus espléndidas
sonrisas.
En cuanto regresó a casa, le contó todo a Patty, sintiéndose aún
un poco aturdida por la idea de formar parte de un grupo de investigación tan
importante.
Paul Benjamin Carver era un joven médico de origen canadiense que
se distinguía en el campo de la investigación científica y, en particular, en
el sector de la hematología. Tenía a su cargo un nutrido grupo de
investigadores que había obtenido numerosos reconocimientos internacionales. A Candy
le asustaba la idea, pero también le emocionaba esa nueva aventura.
- ¡Candy, es una gran oportunidad! ¡No tengas miedo! ¡Sé que lo
harás muy bien! – la animó Patty.
- Te aseguro que lo daré todo. De hecho, no veo la hora de
empezar.
- Leí un artículo en el Times justo esta mañana que hablaba de su
trabajo. Había una foto... Aquí está – dijo Patty entregándole el periódico a
Candy.
Candy lo tomó y lo leyó con atención.
- Lindo, ¿no?
- ¿Quién?
- ¡El doctor Carver!
- ¡Ay, Patty!¡No empieces!
*****
El equipo del Dr. Carver fue recibido en el hospital con todos los
honores correspondientes. El director, el profesor Gardner, junto con una
multitud de estudiantes, incluida una muy emocionada Candy, los llevó a
recorrer todo el hospital y les mostró con orgullo los pabellones recientemente
renovados, los dos quirófanos de última generación y, finalmente,el área
dedicada a la investigación y la experimentación.
- ¡Realmente creo que será de gran provecho para nuestras
actividades disponer de un espacio como este! – exclamó Carver entusiasta.
- Si no me equivoco, doctor, además del equipamiento necesario
para su proyecto, me había solicitado personal adicional.
- No se equivoca, Gardner.
- Perfecto. Le presento a la señorita Ardlay, una de nuestras
mejores estudiantes y enfermera especializada.
Dicho esto, el profesor invitó a Candy a pasar al frente.
- Es un placer conocerlo, Dr. Carver, y un honor para mí poder
participar en su proyecto.
Candy extendió la mano y el doctor se la estrechó mientras miraba
a la joven de arriba abajo.
- El placer es mío, señorita Ardlay.
Luego se trasladaron a la sala de conferencias, donde el Dr.
Carver explicó con gran detalle el programa de investigación que pretendía
llevar a cabo. Se trataba de un estudio diseñado para analizar las diferencias
observadas en el suero de algunos individuos. Esas diferencias habían hecho
surgir la hipótesis de que la sangre no era una sustancia homogénea en todas
las personas, sino que podía clasificarse en varios grupos.[1]
Candy escuchó lo que decía el doctor con mucha atención, admirada
por la soltura y confianza que mostraba a pesar de su corta edad. De hecho, el
Dr. Paul Benjamin Carver, con tan sólo 25 años, ya era una figura destacada en
el ambiente médico tanto por haberse graduado de la universidad antes de tiempo
y con resultados extraordinarios como por el trabajo de investigación que
estaba realizando con gran determinacióndesde hacía aproximadamente un año.
Era un chico bastante alto, bien proporcionado, con pelo corto
rubio peinado hacia atrás yal ras a los costados, ojos pequeños de un azul muy
claro y elegantemente vestido. Ese día llevaba puesto un traje gris sobre una
camisa blanca y, mientras hablaba, movía lentamente las manos y la cabeza de un
lado al otro de la habitación, dirigiendo su mirada llena de seguridad hacia quienes
lo escuchaban.
Cuando terminó la conferencia, Candy se dirigió al vestidor para
cambiarse. Se quitó el uniforme que usaba en el hospital y se puso un pantalón
oscuro a rayas con pinzas, un suéter rojo y los imprescindibles zapatos Mary
Jane. Después de ponerse el abrigo y el sencillo sombrero coche negro en el que
apenas cabían sus rizos, se dirigió hacia la salida.
- ¡Maldita sea! ¡Tenía que caer un diluvio hoy! – exclamó al darse
cuenta de que llovía a cántaros y había olvidado el paraguas – Ahora llegaré
hecha una sopa y seguro acabaré con un buen resfriado.
Permaneció inmóvil por un momento, sin poder decidir qué hacer,mientras
seguía examinando el cielo en espera de que la lluvia amainara.
- Disculpe, ¿necesita que la lleve a su casa?
Candy volteó hacia el lugar de donde provenía la voz que le había
hecho esa pregunta y vio un auto oscuro que parecía recién salido de una sala
de exhibición por lo reluciente. Se había detenido cerca de la acera y tenía
una ventanilla bajada. La persona que conducía se asomó lo suficiente para que
pudiera darse cuenta de quién era: se trataba del Dr. Carver.
- Muchas gracias, pero vivo aquí cerca. Acostumbro regresar a pie
– respondió Candy antes de que un trueno sacudiera las ventanas del edificio.
- Aunque lo acostumbre, esta noche no lo hará – exclamó Carver
tras dirigir también la mirada al cielo, que poco a poco se volvía cada vez más
amenazador, lo que acabó con las esperanzas de Candy. Después de coger un
paraguas, bajó del coche y dio unos pasos hacia ella.
- Si no nos damos prisa, acabaremos empapados los dos – le dijo en
un tono alegre que sorprendió a Candy, ya que era muy diferente al que había utilizado
durante la conferencia.
Entonces Candy se refugió bajo el paraguas yel doctor la acompañó
hasta el auto, le abrió la puerta, rodeó el vehículo y se subió de nuevo.
El trayecto desde el hospital hasta el apartamento de Candy fue
muy breve. La joven guio al médico, que aún no conocía bien las calles de
Chicago, y al cabo de unos minutos llegaron a su destino.
- Aquí es. Ya puede detenerse, Dr. Carver.Aquí vivo.
- ¿Puedo pedirle un favor, Candice? – le preguntó mientras apagaba
el motor.
- Por supuesto – respondió Candy con su habitual espontaneidad.
- Verá, hay una regla indispensable en mi grupo de trabajo – dijo
mirándola con seriedad.
Candy permaneció en silencio, esperando que continuara.
- Todos nos tuteamos y nos llamamos por nuestro nombre, así que le
agradecería que me llamara simplemente Paul – explicó con una sonrisa.
A Candy le sorprendió esa petición insólita, pero luego le
devolvió la sonrisa.
- ¿Cree que podrá hacerlo, señorita Ardlay?
- Sólo si tú me llamas simplemente Candy!
- ¡Trato hecho! – declaró Paul mientrastomaba el paraguas para acompañar
a Candy hasta la puerta principal, ya que seguía lloviendo fuerte.
- Pues gracias por traerme… Paul.
- De nada. Estoy seguro de que será un placer trabajar contigo...
Candy. Nos vemos mañana – Paul se despidió con una sonrisa que a ella le
pareció tímida.
- Nos vemos mañana – le respondió antes de entrar a casa.
[1]En realidad, fue el austriaco Karl Landsteiner quien descubrió la existencia de los grupos sanguíneos en 1901, por lo que recibió el Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1930.
Capítulo cinco
verano 1920
Después de una gira triunfal por Europa, Terence regresó a Nueva York a finales de junio. El éxito de su Hamlet fue memorable y, sobre todo en Inglaterra, la patria de Shakespeare, había obtenido los mayores reconocimientos.
Terence Graham ya no era la estrella en ascenso del teatro estadounidense, sino que se había consagrado sin lugar a dudas como el mejor intérprete de su generación. La Compañía Stratford había incrementado considerablemente sus ganancias, así que los inversionistas también estaban muy satisfechos.
Sin embargo, la última parada en Londres no sólo le había dado a Terence fama y éxito, sino también mucha nostalgia. Ciertamente sus compromisos teatrales no le habían dado la oportunidad de dedicarse a otra cosa, pero en uno de los raros momentos libres que tuvo se permitió dar una vuelta por la ciudad para recorrer todos aquellos lugares que lo habían visto en sus días de niño taciturno y adolescente inquieto.
La primera parada fue Granchester Manor, la mansión donde había pasado sus primeros años tras dejar Estados Unidos y a su madre. Por el momento estaba deshabitada porque el duque, su gentil esposa y sus tres hijos pasaban los meses de verano en la residencia escocesa de Windermere.
- ¡De cualquier manera no tenía ninguna intención de encontrarlos! – exclamó Terence entre dientes.
Pese a los años de distancia, el solo hecho de ver esa casa lo desasosegaba. Se recordaba de niño, solo, excluido por sus hermanos, maltratado por la duquesa, pero, sobre todo, ni una sola vez defendido por su padre. Jamás había recibido ninguna palabra o demostración de cariño por parte de aquel hombre. Incluso cuando lo envió a un internado a los doce años, lo cual era completamente normal para los hijos de la alta aristocracia inglesa, para él en realidad fue como sentirse definitivamente repudiado. “Bastardo”, así era como lo llamaba su querida madrastra cuando quería ser especialmente amable, si no, era un “delincuente, alcohólico, depravado… ¡el mismísimo diablo”!
Una vez al mes los padres podían ir a buscar a sus hijos al internado, salir y pasar el domingo juntos: eso nunca había sucedido. Terence siempre había esperado en vano la llegada de su padre, y al final había dejado de esperarlo. Salía solo, o mejor dicho, se escapaba de aquel lugar donde no tenía más amigos que sus libros, en particular las lecturas de Shakespeare y los poetas ingleses. En el fondo, si había empezado entonces a apasionarse por la literatura, se lo debía a toda esa soledad que había caracterizado su vida hasta aquel encuentro.
¿Por qué se había detenido frente a esa casa? ¿Qué pensaba encontrar ahí?
Encendió el auto y emprendió de nuevo la marcha. Se dejó guiar por los recuerdos, que no pudieron evitar conducirlo a ese lugar que custodiaba celosamente en su corazón. Se detuvo frente a la enorme reja. Era casi mediodía y, al cabo de unos minutos, escuchó sonar la campana que indicaba el final de las clases y la pausa para el almuerzo.
Ese sonido hizo que su corazón se detuviera y sintiera una repentina necesidad de bajarse del auto, saltar la reja y correr hacia la colina. Cerró los ojos para volver a verla.
“Terry, ¿estás ahí? Sal... no trates de
engañarme como siempre. No puedo quedarme mucho hoy porque tengo que estudiar.
La hermana Kreis me dio un poema que tengo que aprenderme para mañana, y si no empiezo
a estudiarlo enseguida,me sacaré una mala nota. Está en francés. ¡No creo que exista
un idioma más difícil que el francés!”.
“Yo puedo ayudarte”.
“¿En verdadtienes que asustarme todo el
tiempo? ¿Dónde estabasescondido?”.
“Soy muy bueno en francés. Dame el libro…”.
“¡Qué suerte tienes dehablar francés
tan bien!”.
“Podría darte clases
particulares a cambio de…”.
“¡Ay, Terence, estás siendo un
descarado como siempre! Está sonando de nuevo la campana. Me tengo que ir.
¡Hasta mañana!”.
Terence
volvió de sus recuerdos y abrió los ojos.
-
“Nos vemos mañana”… Nunca más habrá un mañana… – murmuró sintiendo que le atravesaban
el pecho.
Al
pasar frente al zoológico de Londres, no pudo evitar recordar a Albert, ese
único amigo que por pura casualidad había conocido una noche, durante una de
sus escapadas nocturnas del internado, y que lo había salvado de dos bribones
que le estaban dando una paliza. Recientemente se había enterado por los
periódicos de quién se escondía en realidad detrás de esa imagen devagabundo
que Albert se había construido. William Albert Ardlay, ese era su verdadero
nombre, el querido tío William que había adoptado a…
¡Qué
tarde tan maravillosa habían pasado juntos, cuántas risas y cómo se había enfurecidocuando
la había comparado con una mona! Después ella le había dicho que había ofendido
a la hermana Grey y que por eso le habían prohibido participar en el festival
de mayo, y él se había sentido perdido. ¡Cuánto había fantaseado con esa fiesta!
Por primera vez había decidido asistir, sólo porque ella estaría ahí. Y luego
la sorpresa: ¡ella estaba ahí! Había escapado de la celda donde estaba recluida
disfrazándose primero de Romeo y después de Julieta. Qué dulce visión cuando
ella se había cambiado de ropa en el bosque y él estaba allí... Sólo había
echado un vistazo, nada más. Luego habían corrido colina arriba y bailado. Dios,¡qué
hermosa estaba con el cabello suelto acariciado por la brisa primaveral!Lo
miraba a los ojos con una sonrisa tan dulce, la mano de ella en la suya, una
mano de él alrededor de su cintura, la otra mano de ella en su hombro. No había
podido resistirse, tenía que hacerle entender lo que sentía y no sabía cómo...
¡Entonces ella había mencionado a ese jovencito muerto y él se había sentido
tan lleno de rabia!
"¡Estoy
yo aquí contigo, yo!"
– había pensado, así que dejó de bailar de golpe y la besó, por lo que recibió
dos bofetadas, pero no le importó.Ahora habría recibido otras diez, cien o mil con
tal de poder besarla una segunda vez.
Con
el corazón lleno de nostalgia regresó al hotel. Al cabo de unas horas se embarcaría
en el puerto de Southampton para volver a Estados Unidos.
*****
-
¡Finalmente, Terence!¡Estos últimos días me parecieron eternos!
-
¿Cómo estás,Susanna?
Durante
la gira, Susanna le había escrito varias cartas a las que Terence había
respondido. Ella le había contado con mucha alegría que había empezado a
dedicarse a la música componiendo melodías para el teatro con el piano que él
le había regalado. Algunas de ellas habían sido consideradas por diversas compañías,
en especial por las de estilo moderno. A Terence le dio gustola noticia y, como
siempre, la animaba a seguir adelante. Ella le preguntaba cómo iban las
representaciones y qué había visto en las hermosas ciudades donde actuaban. Él le
contestaba con todo lujo de detalles, llenando las páginas con palabras sobre
los sitios que había visitado, como la Torre Eiffel, el Museo del Prado y la
Catedral de Milán.
Si
un desconocido hubiera leído esas cartas, habría pensado que habían sido
escritas por dos amigos, pero ni siquiera muy cercanos, ya que no habría
encontrado en ellas ni la sombra de una palabra de amor. Aun si habían
discutido antes de la partida de Terence, tampoco habían escrito nada sobre eso,
como si no hubiera sucedido. No obstante, Susanna sentía que algo había
cambiado y temía el momento de su regreso: tenía miedo de que la lejanía
también hubiera aumentado la distancia entre ellos y, en cuanto lo vio, todo le
quedó muy claro.
Esperaba
verlo satisfecho y feliz por una gira que sin duda había sido un verdadero
triunfo. Todas las principales revistas especializadas habían hablado de ello
durante semanas, e incluso algunos periódicos nacionales importantes habían
dado ampliacobertura al éxito alcanzado en el extranjero por la Compañía
Stratford. Terence, en cambio, no mostraba ningún signo de entusiasmo en el
rostro, y la sonrisa que se esforzaba por regalarle era claramente digna de su
reputación como actor consumado.
-
He oído que el próximo sábado habrá una gran recepción para celebrar el
extraordinario éxito de Hamlet – intervino la señora Marlowe para
interrumpir el silencio que solía acompañarlos durante la cena.
Terence
confirmó que se llevaría a cabo en el Hotel Plaza y agregó que se vería
obligado a asistira pesar de su conocida aversión por ese tipo de eventos
sociales.
- Yo
creo que debes asistir, y Susanna podría acompañarte esta vez – exclamó Margot
volviéndose hacia su hija que estaba sentada a su derecha.
Susanna
la miró sorprendida en un primer momento, pero enseguida su rostro se iluminó
ante la sola idea de entrar al salón de baile del brazo de Terence.
-
¡Eso sería magnífico! – exclamó la chica volviéndose hacia Terence.
-
No creo que sea conveniente. Últimamente no te has sentido bien, y hasta el doctor
Smith ha dicho que…
- ¡Tonterías!
Los médicos siempre exageran, ya lo hemos entendido – lo interrumpió la señora
Marlowe –. ¡Di más bien que no quieres que te vean con mi hija!
Terence
le lanzó una mirada furiosa. Unos días antes se había reunido con el propio doctor
Smith porque, habiendo estado ausente durante tanto tiempo, quería que el
médico le informara directamente cuál era el estado actual de salud de Susanna.
Smith le había dicho que la muchacha había tenido varias infecciones que eran leves
al inicio, pero que acababan volviéndose más graves cada vez que reaparecían.
En los seis meses que había estado en Europa, Susanna había sido hospitalizada
dos veces debido a ataques repentinos de fiebre que indicaban una propagación
cada vez más generalizada de la infección en la sangre. El cuerpo de la joven
definitivamente se había debilitado, por lo que el médico había recomendado
tener mucho cuidado de no cansarla demasiado y no exponerla a riesgos de ningún
tipo.
-
Oh, por favor, Terence, déjame acompañarte.Sólo por esta vez – le suplicó Susanna
con su habitual voz lastimera.
-
Está bien.Veamos cómo te sientes el sábado y entonces lo decidimos – respondió
el chico preocupado mientras la señora Marlowe sonreía satisfecha.
Durante
toda la semana Susanna no hizo más que hablar de la recepción. Quería que todo
fuera perfecto: hizo que le llevaran una serie de vestidos de noche de las
mejores boutiques de Nueva York y, aunque tardó mucho en decidirse, al final la
elección recayó en un vestido largo con vuelo en la parte baja, de seda en
color melocotón, con un escote pronunciado en la parte delantera yentallado en
la cintura con una decoración floral de encaje y cuentas. Le hicieron suaves
ondas ensu largo y sedoso cabello, y las sujetaron por un lado con un clip de
plumas. En el cuello llevaba el collar de perlas que Terence le había regalado en
su cumpleaños.
Cuando
Terence le preguntó por la mañana cómo se sentía, ella le respondió que se
sentía muy bien y que no veía la hora de acompañarlo a la recepción.
Como
habían previsto, al llegar al Hotel Plaza se encontraron con una multitud de
periodistas y fotógrafos esperándolos. Susannase había empeñado enprescindir de
la silla de ruedas para poder caminar al lado de Terence aun si de esa manera
avanzaba más lentamente y terminaba muy fatigada. El joven actor le había hecho
prometer que no se quedarían mucho tiempo, y Susanna había aceptado sólo con la
condición de bailar al menos un vez con él.
Su
entrada al salón de baile fue recibida con grandes aplausos y algunos murmullos
de asombro por la presencia de la joven Marlowe, quien no había vuelto a aparecer
en público tras el accidente. Robert Hathaway fueenseguida a su encuentro para
saludarlos e invitarlos a tomar asiento en la mesa donde se iba a servir la
cena. Susanna se sentía un poco cohibida por estar nuevamente en ese ambiente
que alguna vez le había sido tan familiar, pero que ahora le parecía lejano.
Sin embargo, le bastaba mirar a Terence,que estaba sentado a su lado y de vez
en cuando le estrechaba la mano para darle confianza, para que sus inseguridades
desaparecieran y se sintiera la mujer más feliz del mundo.
El
joven actor recibió esa tarde diversos premios y reconocimientos directamente
de manos del alcalde de Nueva York, el señor John Francis Hylan, por el
prestigio que había dado al teatro estadounidense con su memorable
interpretación de Hamlet. Eleanor Baker, sentada no muy lejos de su amigo
Hathaway, miraba a su hijo con inmenso orgullo y admiración no sólo por los
resultados obtenidos, sino, sobre todo, porque había tenido la fuerza para
levantarse y volver a brillar.
Tan
pronto como la orquesta empezó a tocar, Susanna, que se había quedado sentada a
la mesa, le hizo una seña a Terence para que se acercara. El chico fue hacia
ella, la ayudó a levantarse y la condujo lentamente hasta el centro del salón.
Con todas las miradas puestas en ellos, comenzaron a bailar. Susanna estaba en
el séptimo cielo, bailar en los brazos de Terence le parecía un sueño. Él, tan
guapo y talentoso, finalmente era suyo, sólo suyo. Pensó que había sido una
tonta por creer que él no volvería con ella después de la gira.Evidentemente,
se había dado cuenta al estar lejos de lo importante que era ella ahora para
él. Sí, tenía que ser así, pensaba Susanna mientras le rodeaba el cuello con
los brazos para sostenerse.
Una
vez terminado el primer baile, Terence le dijo que era hora de irse a casa.
-
¿Pero cómo? Es temprano...Quedémonos un poco más, solamente un baile más, por
favor.
Bailaron
otra pieza y luego otra más, pero cuando estaba por terminar la música, Terence
se dio cuenta de que algo andaba mal.
-
Lo sabía...Te cansaste demasiado. Nos vamos en este momento – le ordenó sin darle
oportunidad de replicar.
Cuando
se dirigían a la salida, Susanna se tambaleó y Terence sintió que se aferraba
con más fuerza a su brazo.
- Susanna,
¿estás bien? – le preguntó preocupado sin obtener respuesta mientras la
muchacha se desplomaba en sus brazos. Terence, asustado, la llamó varias veces,
pero ella no respondía, así que le tocó la frente con los labios y se dio
cuenta de que estaba ardiendo en fiebre.
De
inmediato pidió que trajeran su coche y le ordenó al chofer que se dirigiera lo
más rápido posible al Hospital San Jacobo. Eleanor había corrido tras él al presentir
la situación.
-
Terence, ¿qué está pasando?
- Susanna
no se encuentra bien.Nos vamos al hospital. Avísale a su madre, por favor –alcanzó
a gritarle antes de que el coche partiera a toda velocidad.
Después
de una revisión inicial, el doctor Smith quiso hablar con Terence para hacerle
algunas preguntas.
-
¿Hace cuánto que Susanna tiene fiebre?
-
No sabría decirle. Esta mañana me aseguró que estaba bien. Luego, en la
recepción se sintió mal y me di cuenta de que ya tenía mucha fiebre... No
entiendo cómo pudo pasar esto... La enfermera que la cuida siempre está muy
atenta... - respondió el muchacho agitado. De hecho, recordaba lo que le había
dicho el médico: que ante los primeros síntomas de fiebre, la joven debía ser llevada
inmediatamente al hospital.
- Por
desgracia, no creo que la fiebre se haya presentado recién esta tarde. Por el
contrario, es muy probable que ya la tuviera desde hace unos días.
-
Pero, doctor, ¿cómo es posible?
- Susanna
debe haber encontrado una manera de ocultar la situación, probablemente tomando
un medicamento que mantenía su temperatura bajo control.
-
¿Por qué haría algo así? Le expliqué todas sus indicaciones. Ella sabía que la
fiebre sería un síntoma claro de que había una nueva infección, ¿porqué... –
Terence se detuvo de repente tras comprender lo que había impulsado a Susanna a
fingir que estaba bien.
El
médico vio palidecer al joven que estaba sentado frente a él antes dellevarse
una mano a los ojos y dejar escapar un largo suspiro, como si le faltara el
aire.
-
Ahora lo entiendo... - murmuró - Susanna quería venir conmigo esta noche a
cualquier precio y por eso fingió... - no pudo decir más porque se le hizo un nudoen
la garganta.
-
Realizaremos todos los análisis necesarios y luego podré decirle con seguridad
cómo procederemos, pero no puedo ocultarle que si la fiebre ya lleva varios
días presente, la infección bacteriana en curso podría ya
habersepropagadoampliamentea través de la sangre y haber llegado a algunos
órganos vitales.
Terence
lo miró aterrorizado.No era médico, pero entendía el significado de esas
palabras. El doctor Smith se levantó de su escritorio y, antes de salir de su
consultorio,le puso una mano en el hombro al chico.
- Ánimo,
hijo. Haremos todo lo posible.
- Se
lo agradezco, doctor.
Pasaron
varias horas antes de que el Dr. Smith pudiera dar su diagnóstico. Mientras
tanto, habían llegado una angustiada señora Marlowe junto con Eleanor, Karen y
Robert. Cuando el muchacho ingresó a la sala de espera donde se encontraban, la
madre de Terence lo abordó exigiendo saber qué le había dicho el médico.
Terence no sabía qué decir ante la desesperación de la mujer; se sentía
impotente y culpable. Recobrando con dificultad todo su valor y tratando de mantener
la calma, le dijo que el doctor Smith no había dicho nada seguro, que había que
esperar y que Susanna estaba en las mejores manos. Después se sentó cabizbajo.
Eleanor se le acercó y lo miró sin decir nada; él se giró levemente hacia ella
sin que los demás pudieran ver sus ojos, que hablaban por sí solos: su madre
comprendió al instante la gravedadde la situación, tomó la mano de su hijo y la
estrechó.
-
Señora Marlowe, el doctor Smith la espera en su consultorio – anunció una
enfermera acercándose a la mujer, quien enseguida se volvió hacia Terence.
Juntos abandonaron la sala de espera y se encaminaron por el pasillo.
Las
palabras del médico fueron sumamente claras y no dejaron lugar a ninguna
esperanza.
- El
cuadro clínico dela paciente es muy grave e irreversible. Los riñones y el
hígado ya están muy comprometidos. El corazón parece aguantar de momento, pero
evitar el choque séptico es prácticamente imposible con los medios disponibles
en la actualidad. Lo siento.
Terence,
que ya había intuido la gravedad de la situación, quedó petrificado. El grito
de dolor de la madre de Susanna lo hizo reaccionar y trató de consolarla, pero
ella se seguía alterando. El médico llamó a una enfermera para que atendiera a
la señora Marlowe y le diera un tranquilizante. Luego se volvió hacia Terence y
le dijo que Susanna estaba consciente en ese momento y había preguntado por él.
-
Si quieres hablar con ella, te aconsejo que lo hagas ahora.Después puede que
sea demasiado tarde.
Terence
lo miró como si esa voz hubiera llegado a sus oídos desde otro planeta; luego
asintió y lo acompañaron a la habitación de Susanna. Después de inhalar todo el
aire que sus pulmones podían contener, como cuando uno está a punto de
sumergirse en aguas tan profundas que parecen casi aguas negras, entró.
Se
acercó lentamente a la cama y se sentó en la silla colocada a un lado. Susanna,
muy pálida, tenía los ojos cerrados, la respiración lenta y dificultosa, los
labios entreabiertos. Después de unos minutos, volteó hacia Terence y abrió ligeramente
los ojos vidriosos.
-
Terence... - murmuró en un soplo, apenas moviendo los dedos de una mano.
El
chico le tomó la mano y trató de sonreírle.
-
¿Ya terminó la fiesta?
-
Sí.
-
Fue lindo, ¿verdad?
-
Sí.
-
Aunque bailamos poco... La próxima vez no nos iremos tan pronto, ¿me lo
prometes?
- Claro.
Hubo
una larga pausa durante la cual Susanna pareció perder de nuevo el
conocimiento. Terence sintió que una lágrima le quemaba la mejilla; no podía
pensar en nada. No pudo evitar advertir esa sensación de vivir una vida que no
era la suya. Se avergonzaba mucho por ello, se sentía terriblemente culpable,
pero no lograba sentir el dolor de un chico enamorado. Quería gritar y salir huyendo
de aquel hospital que volvía a ser escenario de la tragedia de su vida y la de Susanna.
Luego ella volvió a hablar.
- Perdóname...
-
No digas eso.No es necesario.
-
Sí lo es. Escúchame. Creí que mi amor era suficiente para llenar el vacío que dejóella.No
quise ver cuánto sufrías y este es mi justo castigo.
-
No digas eso. Basta. No hay nadie a quién perdonar o castigar.
-
Una vez te dije que quería tu corazón a cambio de lo que había hecho por ti.No
debí pedirte algo así. Sabía que tu corazón ya le pertenecía a otra persona.
Dime que me perdonas, por favor.Dímelo, Terence... Lo necesito...
-
Te perdono – murmuró el joven entre dientes.
-
Gracias. También tengo que agradecerte por haber estado a mi lado a pesar de
todo. Cuando regresaste de Europa, tuve miedo de no volver a verte nunca más.En
cambio, los días que pasé en la casa nueva fueron maravillosos para mí.Imaginaba
que en verdad era tu pareja, y esta noche por fin todos nos vieron juntos. ¡Quién
sabe cuántas chicas habrían querido estar en mi lugar, en tus brazos! Gracias
por regalarme ese sueño… Terence…
Esas
fueron sus últimas palabras;después de ese momento, nunca recuperó la consciencia.
Terence permaneció con ella hasta que sintió que su mano, que no había soltado
en todo ese tiempo, dejaba de apretar la de él. Se puso de pie después de darle
el último beso en la frente;le pareció verla sonreír. Salió de la habitación y
la luz de neón del pasillo le lastimó los ojos. Eleanor de inmediato fue a su
encuentro y regresaron a la sala de espera. Nadie dijo nada; no era necesario y
no habría ayudado.
Unas
horas más tarde, los gritos mezclados con el llanto de la madre de Susanna
anunciaron su muerte.
El
funeral se celebró de forma estrictamente privada en la Catedral de San
Patricio. No se permitió el acceso a la prensa. Los principales periódicos
nacionales anunciaron la triste noticia de la muerte prematura de la joven
actriz Susanna Marlowe. Junto a una foto suya sonriente, sentada en su silla de
ruedas, estaba escrito que trabajaba como compositora de música para teatro. Luego
se mencionaba su vínculo con Terence Graham, que siempre había estado a su lado
aun si su compromiso nunca se había convertido en matrimonio. No hubo
declaraciones de parte del actor.
Terence
fue al cementerio donde enterraron aSusanna acompañado de su madre, que había
insistido mucho en no dejarlo solo.
Era
un día de finales de verano y un fresco viento otoñal ya empezaba a hacer caer
las primeras hojas amarillas de los árboles. El sol se estaba hundiendo en el
horizonte cuando Terence pronunció estas palabras:
“¿Que
debo comparte con un día de verano?
Tú
eres más hermosa y gentil:
vientos
fuertes sacuden los tiernos capullos de mayo,
y
el arrendamiento del estío se vence demasiado pronto.
A
veces el ojo del cielo brilla con demasiado fuego,
y
amenudo su tez dorada se apaga,
y
a veces toda belleza puede decaer,
por
imprevistos o por el curso cambiante de la naturaleza.
Pero
tu eterno verano jamás se desvanecerá,
ni
será privado de la belleza que posees,
ni
la muerte se jactará de que vagas a su sombra,
pues
vivirás en el tiempo futuro en versos eternos.
Mientras
los hombres respiren y los ojos vean,
vivirán
mis poemas y te darán vida”.[2]
*****
Nueva York
otoño de 1921
Había
pasado aproximadamente un año desde aquella noche. Terence había dejado de trabajar
durante algunos meses. La prensa seguía persiguiéndolo y Hathaway le sugirió
que se tomara un descanso, tal vez alejándose de Nueva York por un tiempo, pero
él no quiso. Su único deseo era volver a trabajar lo antes posible porque
actuar era lo único que lo hacía seguir adelante. No había sido nada fácil.
Después
de la muerte de Susanna, lo había asaltado una profunda sensación de vacío. Continuaba
culpándose por todo. Eleanor había intentado en vano hablar con él para hacerlo
entrar en razón.
-
No pude protegerla... No debí quedarme en Europa todo ese tiempo...
-
Pero, Terence, Susanna no estaba sola. Tú hiciste todo lo que pudiste: le
compraste una casa nueva, te aseguraste de que tuviera atención médica
continua, la llevaste a los mejores médicos, gracias a ti y a que la alentabas
había empezado a componer para el teatro con excelentes resultados... ¿Qué más
podrías haber hecho?
-
No lo sé... pero ella quería más y yo no fui capaz de...
-
¡Más, Susanna quería más! – casi gritó su madre – Ya habías renunciado aella.
¿Qué esperaba? ¿Que también renunciaras a tu carrera?
Ese
diálogo se repitió varias veces, pero siempre acababa igual: Terence ponía fin
a la discusión encerrándose en un mutismo sombrío que ni siquiera su madre era
capaz de romper.
Una
noche, cansado de tener que permanecer recluido para evitar los ataques de
periodistas y fotógrafos, Terence cogió el coche y salió de la ciudad. Condujo
sin rumbo durante un rato hasta que finalmente se detuvo y entró en un bar
medio desierto. Era muy tarde. Hacía tiempo que no tomaba una gota de alcohol,
así que estaba seguro de poder controlarse, por lo que se sentó en la barra y
pidió un whisky. El licor, al que ya no estaba acostumbrado, le raspó la
garganta y lo hizo entrecerrar los ojos. Enseguida se encendió un cigarrillo. Esos
no los había abandonado, con todo y que alguien se los había prohibido en el
pasado.
“¡Señor Terence Granchester!”
“¡Qué susto! ¿Sabes que
imitas muy bien la voz de la hermana Gray? Caí redondito. ¿Quieres fumar?”
“No, gracias.Y me parece que
ya te había dicho que no vinieras a fumar aquí. Mira lo que te traje, Terence”.
“Eh… ¿Es una armónica?”
“Sí, es mi instrumento
favorito”.
“Mmmm… pero no es el que yo prefiero.
Ah... ahora lo entiendo… ¡Esta es sólo una forma indirecta de pedirme un beso!”
“¿Pero cómo te atreves?”
“¡Vamos, Candy, no te enojes!De
verdad que contigo nunca se puede bromear”.
“¡Es tu culpa, Terence!¡Eres siempre
tan irritante! Se hace tarde. Tengo que irme, pero, por favor, toca la armónica
en lugar de fumar”.
“Hasta pronto, señorita
Tarzán pecosa”.
Recordar
ese intercambio de palabras hizo que involuntariamente apareciera una ligera
sonrisa en sus labios.
-
Tarzán pecosa... ¡quién sabe qué estarás haciendo ahora mismo! Seguramente te
habrás enterado de lo de Susanna, tal vez pienses que yo... pero no... ¡Han
pasado cinco años desde esa maldita noche!Debes haber seguido adelante con tu
vida y quizás alguien más se ha ganado tu corazón.
Sabía
que no tenía el derecho, ¡pero la sola idea de que el corazón de Candy ya no le
perteneciera lo volvía loco!
-
Sabes muy bien que ya no eres digno de ella y tal vez nunca lo hayas sido...
Pagó
la cuenta y abandonó el lugar a toda prisa. Quería volver a su apartamento,
dormir bien y volver a trabajar al día siguiente. Macbeth no podía esperar más.
Aquella
noche hacía bastante frío. Según las previsiones, en los próximos días Nueva
York se pondría su manto invernal cubriéndose de nieve. Terence aceleró el paso
para llegar rápido al coche. De repente, escuchó a sus espaldas el ruido de vidrios
al romperse y una voz masculina que gritaba asustada. Se detuvo y se volvió
para averiguar qué estaba pasando.Caminó unos cuantos metros y, en la oscuridad
casi total, le pareció distinguiral final de la pared a dos hombres parados y a
otro sentado en el suelo sin escapatoria.
-
¡Ahora haremos que se te pasen las ganas de mirar a las mujeres de otros!
-
Pero yo no lo sabía...Les juro que... - intentó defenderse el hombre alzándose.
-
Pues da igual. ¡Te mereces una buena lección! – sentenció uno de los dos tipos
frente a él, amenazándolo con una botella rota.
-
¡Si yo fuera tú, no lo haría! – le dijo Terence con voz tranquila pero a la vez
autoritaria.
-
¿Y tú de dónde saliste, galán? ¡Apártate de mi camino si no quieres vértelas
conmigo! ¡No quisiera tener que rompertetu bella cara! – le dijo el rufián,
acercándole el vidrioroto al rostro.
Terence
lo miró directamente a los ojos sonriendo tanto que el tipo, desconcertado, se desorientó
por un instante, lo que fue suficiente para que recibiera un puñetazo en plena
cara que lo hizo caer. Mientras tanto, el otro se había colocado detrás de
Terence y estaba a punto de golpearlo, pero el chico al que habían agredidolo
agarró a tiempo y pudo derribarlo con una patada certera. Los dos truhanes no iban
a tardarmucho en levantarse, así que Terence le gritó al chico que lo siguiera.
Se echaron a correr y, una vez que llegaron al auto, se subieron y
desaparecieron en la noche.
-
¿Cómo te llamas? – preguntó Terence mientras miraba por el espejo para
asegurarse de que nadie los estuviera siguiendo.
-
Jean Paul… Jean Paul Moreau.
-
¡Agárrate fuerte, Jean Paul!
Atravesaron
todo Manhattan en pocos minutos. Terence conocía muy bien esas calles y,
tomando un par de atajos, pronto llegaron a Broadway.
-
Por tu forma de conducir, temo que tú también seas un delincuente. ¡Parece que
estuvieras acostumbrado a perder gente en persecuciones! – exclamó Jean Paul,
que ya no estaba tan seguro de estar sano y salvo.
-
No soy un criminal, pero… ¡sí que estoy acostumbrado a que me persigan! Dime,
¿conoces a esos dos? ¿Saben dónde vives?
-
No, no los conozco. Es la primera vez que los veo.
-
¿Entonces, por qué estaban enojados contigo?
-
Bueno, estaba en el bar sin meterme con nadie cuando se me acercó una chica.Hablamos
un rato y le ofrecí un trago; luego ella se fue y, cuando salí, esos dos me
estaban esperando afuera... Me dijeron que había mirado a la mujer equivocada y
que merecía una lección por eso.
- De
todos modos no me fío.Vamos a mi casa.
Una
vez que llegaron al Village, Terence ayudó al muchacho a bajar del auto.
-
¿Puedes caminar? – le preguntó.
-
Sí, gracias.
Entraron
al antiguo apartamento de Terence, que había conservado aun después de irse a
vivir con Susanna. Era su refugio, donde guardaba todas las cosas más preciadas
que tenía, incluidos sus recuerdos. Encendió las luces y, por primera vez, los
dos chicos se vieron bien las caras.
- ¿No
te rompiste algún hueso? Puedo llevarte al hospital si quieres.
-
No, estoy bien. Tú, en cambio... - respondió Jean Paul, señalando la mano que
Terence había usado para lanzar el puñetazo que había tirado a uno de lostipos
y que ahora se veía bastante maltratada.
Terence
la observó y fue a la cocina a buscar un poco de hielo. Luego se sentó en el
sofá e invitó al joven a hacer lo mismo. Se miraron fijamente por un momento y
Jean Paul de pronto tuvo una epifanía.
- ¡Yo
te conozco!Tú eres ese actor famoso... sí… ¡eres Graham! – exclamó con los ojos
bien abiertos.
Terence
asintió con una leve sonrisa. Le habría dado gusto que no lo reconociera, ¡pero
ahora era casi imposible!
-
Dios... ¡no sabes cuánto te odio!
-
¿Qué? ¿Es posible que apenas te haya salvado la vida y tú me odias? Pues…
¡muchas gracias!
-
Bueno, sí, perdóname.Tal vez después de estanoche te odie un poco menos.
- ¿Se
puede saber qué te he hecho?
-
Yo también soy actor. Soy de origen francés, como habrás comprendido por mi
acento, y hace dos años vine a Estados Unidos en busca de fortuna. Cuando supe
que la Compañía Stratford buscaba a alguien para el papel de Hamlet, decidí
intentarlo. Tras varios meses de intentos fallidos, realmente le apostaba a ese
papel.Me había preparado hasta el agotamiento. El día que llegué a la audición,
había una multitud de actores y actrices, pero yo había decidido que ese papel
tenía que ser mío y no me dejé desanimar. Me formé en la fila para esperar mi
turno y, mientras estaba allí esperando, sólo un nombre estaba en boca de
todos. ¡El tuyo! Se había corrido la voz de que Graham también audicionaría y
que probablemente sería el nuevo príncipe de Dinamarca. Muchos se fueron sin
siquiera intentarlo.
-
¿Y tú?
- Yo
me quedé... hasta que subiste al escenario. Cuando te escuché pronunciar las
primeras líneas junto a Kleiss, yo también me fui.
-
¿Y es por eso que me odias?
-
En los meses siguientes literalmente me morí de hambre.Estuve a punto de renunciar
y regresar a mi tierra natal. Pero un día conseguí un pequeño papel en una
película y a partir de entonces las cosas han empezado a ir un poco mejor.
-
Créeme que conseguir ese papel no fue nada fácil para mí.Venía de una época muy
mala y tuve que trabajar muy duro.Se puede decir que el papel de Hamlet me
salvó, y esta noche yo te salvé a ti. Estamos a mano, ¿no?
-
Tienes razón. ¡Estamos a mano!
-
¿Dónde vives?
-
En Soho.
-
En un par de horas habrá amanecido. Tengo una cita a las nueve. Puedo llevarte
a tu casa si te parece bien.
- Es
broma, ¿no?Ya has hecho demasiado por mí.Tomaré un taxi.
-
Como quieras. Lamentablemente aquí no tengo cuarto de huéspedes, así que tendrás
que conformarte con el sofá.
- ¿Qué
dices? El sofá está perfecto. Cuando les diga a las chicas que he dormido en el
sofá de Terence Graham, ¡ya me imagino la cara que pondrán!
Terence
se le acercó y, mirándolo a los ojos, le dijo que no hablara demasiado del
asunto, pues no era conveniente que lo sucedido terminara en los periódicos.
Luego se fue a dormir a su habitación.
Por
la mañana, el francés se despertó con el ruido del agua de la ducha. Después de
unos minutos, Terence salió del baño elegantemente vestido.
- Vaya,
vaya, casi no te reconocí. ¿Acaso vas a ir a un desfile de moda? – le preguntó
asombrado.
-
Buenos días, Jean Paul.Esta mañana tengo una rueda de prensa para presentar el
nuevo espectáculo. Realmente debería irme ya si no te importa.
-
Ah, claro.
Salieron
del apartamento y se dirigieron hacia el coche de Terence.
-
¿Estás seguro de que no quieres que te lleve?
- Sí,
seguro, pero... bueno, me gustaría pagarte el favor. No quiero ser intrusivo,
seguramente tienes muchos compromisos, pero... me reúno con algunos amigos
todos los sábados por la noche en el Cotton Club.Si te apetece darte una
vuelta, al menos podría ofrecerte un trago.
-
¡Lo pensaré! – respondió Terence guiñándole un ojo.
- De
acuerdo. Entonces, adiós y gracias de nuevo.
Terence
puso en marcha el coche y se despidió del francés con la mano antes de dirigirse
hacia Broadway.
[1]Labé, Louise, Soneto IV (trad.: “Desde que el Amor cruel envenenó mi pecho con su fuego por primera vez, he ardido sin tregua con su furia divina que nunca abandonó mi corazón. Cualquiera que sea el suplicio, y ya me ha dado suficiente, cualquiera que sea la amenaza y la desgracia venidera, cualquiera que sea el pensamiento de la muerte que pone fin a todo, mi corazón ardiente no se sorprende de nada. Cuanto más fuertemente nos asalta el Amor, más fuerzas nos hace reunir y más vigorosos nos hace estar en sus combates; pero esto no es porque nos favorezca aquel que desprecia a los dioses y a los hombres, sino para parecer más fuerte contra los fuertes”.)
[2]W. Shakespeare, Soneto XVIII (trad.)
Capítulo seis
Chicago
enero de 1922
Los últimos dos años habían sido muy absorbentes para Candy. Trabajar y estudiar a la vez no había sido fácil y su tiempo libre era muy limitado. Cuando podía, salía con Patty y sus amigas de la universidad o con algunas enfermeras con las que trabajaba.
Durante varios meses había participado en el proyecto de investigación del Dr. Carver. Definitivamente había sido una experiencia muy interesante tanto a nivel profesional como personal. De hecho, había entablado una buena amistad con varios colegas, pero era en particular con el doctor Carver, o más bien Paul, con quien Candy había establecido una relación especial. Además de ser un excelente profesionista escrupuloso e incansable como ella, Paul siempre se había mostrado muy amable, alegre y dispuesto a vivir nuevas experiencias.
Habían trabajado en estrecho contacto durante seis meses al año porque en el verano Carver regresaba a Canadá con su familia. Paul había tratado de invitar a salir a Candy varias veces, pero, aunque era muy seguro de sí mismo cuando traía puestala bata de médico, se volvía muy tímido frente a las chicas y nunca se había atrevido a manifestar de manera explícita sus intenciones.
Candy le gustaba mucho. Había sido amor a primera vista y durante un tiempo se había conformado con poder trabajar estrechamente con ella y acompañarla a casa de vez en cuando. No obstante, últimamente su deseo por ella se había acrecentado, y el hecho de que Candy pareciera no darse cuenta de ello en absoluto lo impacientaba aún más. De hecho, temía que ella pudiera tener a alguien más y que un día apareciera de improviso con un anillo en el dedo. Una muchacha tan hermosa y llena de vida seguramente no pasaba desapercibida. Le asombraba el hecho de que nunca la veía con algún joven, a excepción de William Albert Ardlay, con quien a veces salía a cenar, pero él sabía que era su padre adoptivo.
En realidad, una de las tantas veces que habían almorzado juntos en días de trabajo, Candy le había hablado un poco de su familia y sus orígenes. De esa forma, habían descubierto que tenían algunas cosas en común, porque Paul también había nacido y crecido en medio de la naturaleza y a él también le gustaba mucho montar, pero no sabía usar el lazo.
- ¡Candy, definitivamente vas a tener que enseñarme!
- No creo que te vaya a servir de nada en Chicago.
-Pues nunca se sabe... – respondió Paul y ambos se echaron a reír.
- Entretanto, podríamos empezar con un paseo a caballo. ¿Qué te parece? – le había preguntado Paul, poniéndose serio.
Candy, tomada por sorpresa, no supo cómo negarse. La invitación de Paul tuvo un efecto extraño en ella:por un lado, la hacía sentirse feliz, pero, por el otro, sentía como si estuviera traicionando a alguien. De cualquier manera, quedaron en salir el domingo temprano por la tarde para dar un paseo a caballo por el lago Michigan.
Era un día de invierno bastante frío pero muy soleado. Paul pasó por Candy y, después de elegir dos caballos en los establos, iniciaron la cabalgata junto al lago. El recorrido duró aproximadamente una hora, tras la cual el frío los hizo decidir parar en una cafetería parabeber algo caliente. Se sentaron en una mesa, uno frente al otro, y Candy se dio cuenta de cómo había cambiado en los últimos días la mirada de Paul. De vez en cuando lo sorprendía observándola, y eso la ponía nerviosa. El paseo a caballo había sido placentero y Candy se sentía feliz de haber pasado un rato con él, pero temía lo que efectivamente pasaría poco después.
- Me la paso muy bien contigo, Candy, y me gustaría que volviéramos a salir – le dijo buscando la mano que la joven tenía apoyada en la mesa,pero ella la retiró.
- Si te parece bien, por supuesto – añadió un poco decepcionado.
- Claro… ¿por qué no? – respondió Candy vacilante – Pero ahora debería volver a casa.Se está haciendo tarde.
Muy a su pesar, Paul la acompañó de regreso a Villa Ardlay, donde Candy iba a cenar con Albert esa noche.
*****
Después de cambiarse de ropa en la habitación reservada para ella, Candy se encontró con Albert en la mesa.
- Estás muy callada. ¿Te pasa algo, Candy?
- Albert, en tu opinión, después de haber amado mucho a alguien, ¿es posible volver a enamorarse?
- No lo sé. Quizás no sea yo la persona más indicada para responder esa pregunta. ¿Por qué lo preguntas?
- Oh, por nada...
- Mmmm… ¿Qué tratas de ocultar? Sabes que puedes decírmelo.
- ¿Recuerdas al doctor Carver?
- Por supuesto… el médico del grupo de investigación con el que trabajas.
- Bueno… me había invitadoya a salir un par de veces, y hoy fuimos a montar a caballo.
Albert permaneció en silencio esperando a que Candy continuara porque estaba seguro de que había más. Candy se sentía agitada y no estaba segura de poder hablar con él sobre lo que sentía, sobre todo porque se avergonzaba mucho de ello. Al ver que la chica dudaba, intentó animarla.
- Saliste con Carver y pasaste una linda tarde si entendí bien. ¿Cuál es el problema?
- El doctor Carver, es decir, Paul es un tipo muy simpático, amable, interesante, y estuve muy a gusto en su compañía...
- Pero…
- Pero por nada del mundo querría hacerlo sufrir.
- ¿Y por qué lo harías sufrir?
- ¡Por favor, Albert, no pienses que estoy loca y no me mires así! – exclamó Candy contrariada por la expresión de desconcierto de Albert - Sé que ya entendiste de lo que estoy hablando.
Candy dejó escapar un gran suspiro y desvió la mirada; luego se levantó y caminó hacia la ventana. El jardín de Villa Ardlay iluminado por la luna tenía un aspecto mágico, parecía el escenario de un teatro bajo la luz de un enorme reflector.
- Desde que me enteré del fallecimiento de Susanna yo... - murmuró Candy, mas no pudo continuar.
Albert se acercó a ella sin decir nada, la abrazó y la sintió temblar.
- Sé que ha pasado más de un año desde entonces, pero… no puedo evitar preguntarme si él en algún momento habrá pensado en mí, si todavía se acuerda de mí. Quisiera al menos saber cómo está...
- ¿Por qué no le escribes?
- Debí haberlo hecho hace algún tiempo, después de que Susanna... pero no tuve el valor y, ahora, después de todo este tiempo... Soy sólo una tonta, lo sé... Es evidente que él ha seguido adelante con su vida. Ahora es un actor muy famoso, seguramente estará rodeado de mujeres bellísimas y ni siquiera se acordará de mí. Tal vez así es como tenía que ser y es hora de que empiece a superarlo, a dejar atrás el pasado y también a salir con Paul sin preocuparme demasiado.
- Definitivamente yo también creo que debes superarlo, Candy, pero eso no significa que debas arrojarte en los brazos de ese muchacho. Tómate todo el tiempo que necesites, no te apresures y no te hagas demasiadaspreguntas para las que no puedas encontrar respuestas ahora. Sólo con el tiempo lasobtendrás.
Como de costumbre, Candy sintió un poco de alivio en su atormentado corazón trashaberse desahogado y se fue a dormir.
Albert permaneció despierto un rato más reflexionando sobre las palabras de Candy: era cierto que si Terence hubiera querido contactarla ya tendría que haberlo hecho.Había pasado más de un año, pero, conociéndolo, también podría estar pensando que no tenía derecho a hacerlo y tal vez también creía que Candy debía haberlo olvidado, aun cuando en realidad era evidente lo mucho que ella aún estaba atada a ese sentimiento que los había unido en el pasado.
- Ay, Candy… te sentí temblar cuando te abracé. ¡El recuerdo de Terence todavía tiene ese efecto en ti! Si tan sólo él lo supiera...
La semana siguiente, Candy se dedicó de lleno a sus estudios, yaque pronto tendría que presentar un examen muy difícil. Incluso durante la pausa del almuerzo, mientras mordisqueaba un sándwich, tenía siempre la cabeza hundida en los libros.
- ¡Si sigues estudiando así, terminarás robándome el trabajo! – bromeó Paul antes de sentarse a su lado en una banca del jardín.
- Hola, Paul… No te preocupes, tu lugar estáasegurado.Es imposible aprobar este examen de patología.
- Si quieres, te puedo echar una mano.
- Pero ya estás muy ocupado con tu trabajo...
- Por desgracia es cierto, pero también creo que para rendir al máximo es necesario tomarse un descanso de vez en cuando. ¿Qué opinas?
- ¿Qué tipo de descanso? – preguntó Candy sonriendo con suspicacia.
- Por ejemplo, logré conseguir dos entradas para el teatro este sábado por la noche. No fue nada fácil. Ya se habían agotado las entradas, pero, por suerte, tengo un amigo que trabaja ahí y me echó una mano. ¡Me dijiste que te gusta mucho el teatro y por eso no aceptaré una negativa!
- ¡Pero tengo el examen la semana que viene!
- Vamos, Candy, no vas a estudiar el sábado por la noche. ¡No regresaremos tarde, lo juro!
- De acuerdo.
A media tarde Candy volvió a casa y, después de estudiar un poco más, comenzó a preparar algo para la cena mientras esperaba el regreso de Patty, que había pasado el fin de semana con sus padres.
- Bienvenida a casa, Patty. ¿Cómo estuvieron tus pequeñas vacaciones?
- Todo bien, Candy, gracias.¿Y tú qué hiciste el fin de semana?
- Ah, nada especial... un paseo a caballo – respondió Candy sin darle demasiada importancia al asunto.
- ¡La compañía debió ser muy agradable para salir con este frío! – exclamó Patty con mirada pícara.
- ¡Paul!
- ¡Lo imaginaba! Me da mucho gusto... ¿Cómo les fue? – continuó la amiga curiosa y emocionada.
- Bien… creo. El sábado por la noche volveremos a salir. Me llevará al teatro.
- ¿Al teatro? – preguntó Patty cambiando repentinamente de expresión – ¿Y qué van a ver?
- Ahora que lo pienso, no lo sé. ¡No se lo pregunté! Pero tú siempre estás al tanto de la programación del teatro si no me equivoco. ¿Sabes qué obra se presentará el próximo sábado?
Candy había entrado a la cocina y estaba trayendo una bandeja con carne a la mesa cuando vio el rostro serio y al mismo tiempo afligido de Patty. Dejó la bandeja sobre la mesa y se sentó, empezando a temer la respuesta a su pregunta.
- Caminé a casa desde la estación y pasé justo enfrente del Teatro de Chicago. Hay un gran cartel que anuncia el próximo espectáculo que se presentará: se trata de Macbeth.
- Shakespeare – murmuró Candy, sintiendo que se le hacía un nudo en el estómago.
- Sí... de la Compañía Stratford.
No hacía falta saber nada más: seguramente sería él quien interpretaría el papel protagónico.
Él, en Chicago, el sábado.
Esas pocas palabras le golpearonla mente como una ola en un mar tempestuoso. Casi se cae de la silla. Su rostro apareció ante sus ojos como si estuviera allí, en esa estancia, y sintió que el corazón se le detenía. Tuvo que respirar profundamente porque sentía que se ahogaba. Entonces, de repente…
- No puedo ir, Patty. ¡Tengo que decirle a Paul que no puedo!
- Candy...
- Lo sé, lo sé… soy una estúpida… ¡pero no voy a poder ver unafunción completa en la que él esel protagonista! ¡Maldición! Paul me dijo que conseguir las entradas había sido casi un milagro porque estaban agotadas… ¿Cómo es que no me lo imaginé? Ay, Patty, ¿ahora qué hago?
- En mi opinión, deberías ir.No puedes pretender evitarlo toda la vida.
- Ahora que salí con Paul me estaba convenciendo de que por fin podría vivir mi vida en paz, dejando atrás el pasado… ¡pero no contaba con volver a verlo, no ahora, no así!
- Pero no tienes que verlo, sólo verás una obra. Podría más bien ser un primer paso para tratar de verlo con otros ojos... comoun querido amigo, ¿no crees?
Candy miró a Patty intentando con todo su ser dar crédito a sus palabras, aunque seguía sintiéndose dentro de una vorágine que la hundía cada vez más, consumida por un dolor sordo que había mantenido oculto todos esos años, pero que ahora resurgía con toda su potencia, triturándola y dejándola completamente desprovista de espíritu vital.
*******
Chicago
sábado 28 de enero de 1922
Durante la tercera escena del primer acto, un redoble de tambores resonó dentro del teatro anunciando la llegada de Macbeth, el victorioso general leal al rey Duncan de Escocia.
La sala, que hasta hacía unos minutos resplandecíapor los candelabros y los maravillosos vestidos de las damas de la alta sociedad de Chicago, ahora estaba inmersa en una oscuridad lúgubre en la que un únicohaz de luz dirigido al escenario hizo aparecer como de la nada la imponente figura de Macbeth, acompañado por el fiel Banquo.
Cuando Candy llegó al teatro, tuvo que agarrarse del brazo de Paul porque, al ver frente a ella el enorme cartel en el que destacaba el nombre de Terence Graham en letras grandes, las piernas le habían comenzado a temblar. Pero la emoción que la invadió en el momento en que reconoció el rostro de Terence a pesar del maquillaje y del traje de guerrero valeroso no la habría podido describir con palabras. Ni siquiera fue capaz de entender la mayoría de las frases pronunciadas por Macbeth: su voz, sólo su voz resonaba en su mente, y esta no tardó en hacer que sus ojos hablaran. No se dio cuenta del momento preciso en que empezó a llorar, pero estaba segura de que no había dejado de hacerlo ni por un instante.
Paul, sentado a su lado, creía que su turbación se debía a la violencia que dominaba el drama de Shakespeare y le preguntó varias veces si se encontraba bien.
En la última escena, cuando Macduff, barón de Fife, cuya esposa e hijos habían sido asesinados por órdenes de Macbeth, se presenta ante el rey con su cabeza como regalo, Candy se sobresaltó y abrió mucho los ojos.
- No lo decapitaron de verdad, de lo contrario tendrían que buscar un nuevo actor para cada función! – bromeó Paul, tomando la mano de Candy.
- ¡Oh, claro, qué tonta soy! – exclamó mientras caía el telón y un estruendoso aplauso inundaba el teatro – ¡Es tan buen actor que por un instante temí que lo hubieran matado en serio!
Los aplausos y vítores se prolongaron varios minutos hasta que se levantó nuevamente el pesado telón rojo para permitir a los actores agradecer al público y recibir los merecidos honores. En el centro del escenario estaba Robert Hathaway, entre Terence Graham y Karen Kleiss, espléndida intérprete de Lady Macbeth. En un momento dado, los dos actores principales dieron un paso adelante hacia el público tomados de la mano y saludaron a los presentes con repetidas reverencias. Sobre ellos llovieron flores acompañadas de entusiastas ovaciones hasta que se apagaron los reflectores y se encendieron las luces de la sala. Los gritos y aplausos fueron disminuyendo poco a poco hasta convertirse en un murmullo incomprensible que acompañó al público a la salida del teatro.
Antes de marcharse, Candy creyó oportuno hacer una parada en el baño para comprobar el estado en el que se encontraba su rostro después de haber derramado un río de lágrimas y para estar sola unos minutos, con la vana esperanza de recuperar el control de sí misma. Mientras tanto, Paul la estaba esperando en el vestíbulo, donde se topó con el amigo que le había conseguido los boletoscuandocruzabael lugar a paso veloz. Los dos se saludaron y Paul se atrevió a pedirle otro favor.
- Me gustaría impresionar a la chica que vino conmigo, por lo que, si fuera posible, quisiera llevarla a conocer a alguno de los actores. ¿Crees que se pueda, Steve?
- Bueno, Paul, puedo intentarlo, pero no te prometo nada. Espera aquí – le respondió el joven antes de desaparecertras bambalinas.
Tan pronto como Candy volvió, le dijo a Paul que estaba muy cansada y que prefería irse a casa enseguida en lugar de ir a tomar una copa como habían planeado.
- ¿Puedes esperar sólo un momento más? – le preguntó Paul y justo en ese momento vio a su amigo haciéndole señas para que lo siguieran. El muchacho tomó la mano de Candy y le dijo:
– ¡Ven conmigo!
Ante sus protestas, Paul le dijo que le tenía una sorpresa, que no tardarían mucho y que después la llevaría a su casa de inmediato.
Siguiendo a Steve, seadentraron en los pasillos oscuros que se extendían por detrás del escenario; Candy todavía no se imaginaba lo que Paul había planeado. De repente, se detuvieron frente a una puerta cerrada y el chico que los había guiado hasta allí simplemente les dijo:
- ¡Los está esperando!
- Oh, gracias, Steve. Eres un verdadero amigo.Estoy en deuda contigo – le agradeció Paul con entusiasmo.
- Paul, ¿te gustaría explicarme quién nos está esperando? – preguntó Candy bastante nerviosa.
- ¿Cómo quién? ¡Graham! – exclamó Steve con orgullo, atribuyéndose el mérito de haber convencido al primer actor de conceder ese encuentro.
Candy habría deseado que se hubiera abierto un abismo bajo sus pies y la hubiera hecho desaparecer en ese instante. Miró a Paul aterrorizada, sin saber cómo escapar de esa pesadilla. Encontrarlo ahora, con Paul al lado, entrar en su camerino, no, no, no...
- No es posible – balbuceó.
- Sí lo es, pero tienen que darse prisa porque estaba a punto de irse y sólo se quedó porque le dije que un querido amigo mío quería sorprender a su novia - dicho esto Steve tocó a la puerta y, sin esperar respuesta,la abrió un poco para asomarse y preguntarle a Graham si ya podía recibir a sus amigos.
- Sí, claro, hazlos entrar – respondió el actor sin darse la vuelta, ocupado en arreglarse la corbata frente al espejo.
Paul entró, mientras Candy aún permanecía escondida detrás de la puerta.
- Buenas noches, Sr. Graham.Lo felicito por el espectáculo, me quedé sin aliento de principio a fin.
- Gracias, señor...
- Carver, Paul Carver.Soy médico, trabajo en un hospital de Chicago – respondió extendiendo la mano; el actor la estrechó cordialmente.
- Me dijeron que estaba con su novia, pero no la veo.
- Bueno, a decir verdad, está afuera, pero está un poco apenada y no quiere entrar.
Terence sonrió diciendo que evidentemente la fama de su mal carácter había llegado hasta Illinois.Luego se dirigió a la puerta y la abrió por completo. Quedó petrificado al ver a la "la novia del Dr. Carver".
- A estas alturas ya podrías entrar, ¿no te parece, Candy? – le preguntó Paul al verla todavía inmóvil en el umbral.
Terence retrocedió para dejarla pasar y ella entró sin decir una palabra.
- Justo le estaba diciendo al Sr. Graham lo impresionante que estuvo la función, nunca había visto algo así.Aunque debo confesar que no soy un gran apasionado del género, sólo me decidí a venir porque sé que a Candy le gusta mucho, y…
Paul continuó hablando mientras los otros dos ni siquiera se miraban.
- ¿Sabe, Sr. Graham? Candy estaba tan conmovida que lloró todo el tiempo, simplemente no podía parar.
Al escuchar su nombre de nuevo, Terence alzó el rostro primero hacia Paul y luego hacia Candy.
- Lo siento mucho, señorita.Nunca habría querido hacerla llorar – dijo esforzándose por mantener un tono tranquilo,aun cuando por dentro se sentía morir.
Candy alzó los ojos lentamente y lo miró inmóvil como una estatua, apretando ligeramente los labios.
- Por suerte todo fue ficción y su cabeza aún está en su lugar – dijo Paul para aligerar el momento, pues había comenzado a notar algo extraño en el ambiente.
- Sí, el teatro es sólo ficción y no vale la pena llorar por ello. La realidad, por el contrario, esa sí que puede ser despiadada a veces – afirmó Terence con decisión mientras sus ojos se volvían fríos y se ensombrecían.
- Pero podría compensarla, señorita...
- Candice, Candice Ardlay – especificó Paul.
El actor le dirigió una mirada engreída y luego tomó una fotografía suya del tocador y le escribió una dedicatoria.
- Disculpen, pero realmente me tengo que ir ahora. ¡Fue un verdadero placer! – dijo entregándole el autógrafo a Candy antes de dirigirse hacia la salida.
- Feliz cumpleaños – fueron las únicas palabras que Candy logró pronunciar cuando Terence pasó a su lado.
Él volteó obviamente sorprendido por el hecho de que ella recordara esa fecha, pero la rabia que a duras penas lograba contener lo hizo decir que nunca festejaba su cumpleaños. Luego desapareció en la oscuridad.
- ¡Qué tipo tan maleducado! Y tú que hasta le deseaste un feliz cumpleaños. Es muy cierto lo que dicen de él, que es un presuntuoso y fanfarrón.¿Peroquién se cree que es? Nunca entenderé a los artistas. Nosotros somos muy diferentes, ¿no lo crees?
- ¿Nosotros somos diferentes? ¿Qué quieres decir? – preguntó Candy aún aturdida por lo que acababa de suceder.
- Me refiero a “nosotros, los que pertenecemos al mundo de la ciencia”.
- Yo creo que el arte también tiene su importancia en el mundo.A veces es lo único que puede ayudar a una persona a sobrevivir.
- ¡Una persona que está enferma no se cura con el arte, sino con la ciencia! En todo caso, fue realmente una falta de respeto irse de ese modo.
- Bueno, tal vez tenía prisa.Lo hicimos perder mucho tiempo y tenía un compromiso.
- No entiendo por qué sigues defendiéndolo.Solamente perdió unos minutos de su precioso tiempo por darte un autógrafo. Por cierto, ¿qué te escribió?
Candy tomó la fotografía y leyó lo que estaba escrito en la parte de atrás:
“Nunca había visto un día tan horrible y hermoso a la vez”.[1]
Terence
- La primera línea de Macbeth... ¡qué original! Bah... - comentó Paul con desprecio mientras se subían al coche.
Candy todavía no podía creer lo que había pasado. Ella lo había visto, Terence había estado allí a unos centímetros de ella, quién sabe qué había pensado al verla con Paul... Entonces recordó que ese chico, ese Steve, la había presentado como la novia de Paul...
Oh, Dios, no, no es
verdad, Terence, no es verdad, no soy su novia… ¿Dónde estás? ¿A dónde te fuiste?
Tengo que encontrarte, tengo que hablar contigo... ahora mismo, pero ¿cómo le
hago y... y si a ti no te importa en absoluto? No, no es posible que lo hayas
olvidado todo.Sé que han pasado muchos años, pero… ¡esta frase que escribiste
significa algo, estoy segura! ¿Por qué este día es tan horrible y hermoso a la
vez? ¿Por qué? Perdóname... no debí haber ido a tu camerino... no así...
- Candy, Candy, ¿me estás escuchando? ¿Puedo saber qué te pasa?
Como si acabara de despertar de una pesadilla, Candy se dio cuenta de que el auto se había detenido y habían llegado a su apartamento.
- Lo siento, Paul.No me siento muy bien. Buenas noches - dicho esto bajó del auto velozmente y se refugió dentro de casa, sin siquiera darle tiempo al chico de despedirse.
- Pero ¿qué está ocurriendo? – murmuró Paul.
*****
- ¡¿Pero qué carajos te pasó por la cabeza?! ¿Acaso te has vuelto loco? ¿Tienes una idea de cuánto nos costará esta hazaña tuya? ¡Vamos, di algo, maldita sea!
- Pagaré todos los daños.
- ¡Por supuesto que los pagarás, puedes estar seguro de eso! Pero el daño a la imagen de la compañía...No pensaste en eso, ¿verdad?
- Esto fue culpa mía ¿Qué tiene que ver la Compañía Stratford con esto?
- Es evidente que no has leído los periódicos de hoy. Mira... ¡Estamos en todas las portadas de los diarios nacionales con una bonita foto tuya y de los policías entrando al hotel!
Caprichos de estrella
Terence Graham destroza su habitación de
hotel.
Daños por cientos de dólares
El hotel se vio obligado a llamar a la
policía.
Por el momento se desconocen las causas de
lo sucedido.
- ¿Sabes que tuve que responder por ti, de lo contrario habrías terminado en la comisaría y con toda seguridad habrías pasado la noche tras las rejas? Tal vez te habría sentado bien...
- Ya te dije que pagaré los daños y que lo siento. ¿Qué más puedo hacer?
- ¡Primero que nada, asegúrate de que no vuelva a suceder!
- No se repetirá.
- Y luego me gustaría saber qué te impulsó a hacer algo así.
Terence no respondió y bajó la cabeza.
- ¿Estabas borracho?
- ¡No! – exclamó molesto por aquella insinuación.
- ¿Entonces?
- No tengo ganas de hablar de eso...
- ¿Estás bromeando?
- No estoy bromeando, Robert.Por favor, no insistas.
¿Cómo podría explicarle lo que había desencadenado en él una ira furiosa e incontrolable?
Después de aquel encuentro en el camerino, había perdido la cabeza. No dejaba de preguntarse por qué, cómo podía haberle hecho semejante cosa: ¡presentarse ante él en compañía de otro! ¿Qué pretendía?¿Castigarlo tal vez?¿Hacerlo pagar?
Había pedido prestado un coche y se había alejado del teatroa toda velocidad, conduciendo como un loco sin rumbo fijo por los barrios de Chicago. El vehículo estuvo a punto de salirse del camino más de una vez. En un momento de lucidez,decidió regresar al hotel, pero aún estaba demasiado conmocionado como para poder controlarse,así que se desquitó con lámparas, floreros y con todo lo que estaba a su alcance y podía hacerse añicos.
Sin embargo, mientras arrojabay destruía todo a su alrededor, lo que en realidad se rompía en pedazos cada vez más pequeños era él.
¿Qué querías
demostrar, qué? ¿Que ya no significo nada para ti? ¿Qué fue de nosotros, de
esos dos chicos que se amaban?Porque tú también me amabas, ¿verdad? O... tal
vez no y lo imaginé todo. ¿He sufrido como un perro todos estos años por un
amor que era sólo una ilusión? Pero... entonces...¿por qué? ¿Qué viniste a
hacer esta noche? O quizá fue idea de él... Claro, quería humillarme... ¡Él
sabe de nosotros y quiso hacerme entender de esta manera que eres sólo suya!
¿Es así, Candy? ¿Es así? Hasta tuviste el descaro de desearme un feliz
cumpleaños... No tengo nada que celebrar... ¡nada!
No obstante, fui yo
quien te pidió que fueras feliz, lo sé bien, pero no puedes esperar que acepte
que lo seas sin mí... No quiero verte feliz con él, no puedo, ¡no puedo!
Mantente alejada de mí...
En cierto momento, un pedazo de vidrio de un vaso que había lanzado contra la pared le había impactado en el rostro, provocándole un corte en la ceja izquierda que al instantehabía empezado a sangrar. Eso había interrumpido su locura por un momento, y se dio cuenta de que alguien estaba tocando a la puerta. Haciendo presión en la herida con una toalla, fue a abrir la puerta, luego de reconocer la voz que lo llamaba.
- Terence, ¿qué está pasando? – le preguntó Karen, cuyos ojos casi se salen de sus órbitas al darse cuenta de que la habitación del muchacho parecía un campo de batalla – ¿Pero qué has hecho? – volvió a preguntar pasmada.
Después de unos minutos, todo el hotel parecía haberse volcado en el pasillo del primer piso, atraído por el estruendo proveniente de la habitación de Graham. También Hathaway había llegado corriendo y, al darse cuenta de la situación y del estado en que se encontraba Terence, de inmediato lo agarró por los hombros y lo llevó a su habitación para protegerlo del asedio de los curiosos.
*****
Ese domingo, Candy y Pattyhabían sido invitadas a almorzar por los Ardlay. Archie y Annie, que se habían casado dos meses antes,llegaron a la villa un poco antes que ellas. Después de una larga luna de miel en Europa, habían vuelto a los Estados Unidos y se habían ido a vivir a una casa grande en las afueras de Chicago.
Candy no había pegado ojo la noche anterior, incapaz de recobrar la calma tras lo sucedido en el teatro. Se le había grabado en la mente el momento preciso en que él había abierto la puerta y se la había encontrado de frente sin previo aviso después de años. Por un instante todo había desaparecido, sólo estaba él con su dulce rostro y sus maravillosos ojos. Se había cortado el pelo, parecía mayor, en realidad lo era. Se había convertido en un hombre, un hombre hermoso. Cuántas veces había fantaseado con un posible encuentro, no sabía dónde ni cuándo, pero estaba segura de que tarde o temprano lo volvería a ver e imaginaba que se mirarían y luego él le sonreiría. Cuánto extrañaba esa sonrisa que sólo él poseía, a veces descarada e irreverente, pero otras tan tierna y sincera, esa sonrisa que le daba calor a su corazón. Pero él no le había sonreído, por el contrario, la mirada fría que le había dirigido cuando le había deseado un feliz cumpleaños la había dejado helada.
Aun después de llegar a Villa Ardlay y haber saludadoa su primo y a su querida Annie, no podía evitar seguir preguntándose cómo se sentiría él en ese momento. La respuesta llegó pronto.
Tras el almuerzo, se trasladaron al jardín de invierno, que recibía algo de calor del pálido sol. Annie les contaba con entusiasmo de los maravillosos lugares que habían visitado durante su viaje de bodas.
- Chicas, Venecia es un sueño, prácticamente una ciudad sobre el agua, algo realmente único y mágico, y luego París,una ciudad llena de artistas y tan romántica... ¡No queríamos irnos!
- ¡Siempre pueden volver, tal vez para su primer aniversario! – exclamó Patty sinceramente feliz de ver a Annie en el séptimo cielo y a Archie un poco más sereno después de la terrible experiencia de la muerte de Stear, que lo había sumido en un silencio sombrío durante muchos meses.
Mientras las muchachas intercambiaban estas confidencias, Albert y su sobrino habían pedido que les llevaran algunos periódicos y examinaban las páginas sobre economía. Desde el final de la guerra, la situación financiera del país se había recuperado gradualmente y también los Ardlay habían obtenido excelentes rendimientos. Archie, después de obtener la licenciatura en economía, había empezado a trabajar con su tío en las empresas familiares y estaba demostrando ser un excelente colaborador.
De pronto, la atención de Cornwell fue captada por una imagen en la primera plana del Times en la que aparecía un rostro conocido, aun si la fotografía se había tomado desde lejos y la identidad de esa persona no se distinguía con claridad. Sin embargo, el piede foto despejaba cualquier duda. De inmediato le pasó el periódico a Albert indicándole con el dedo dónde leer, pero sin decir palabra. Tan pronto como vio la foto, su expresión estupefacta no pasó desapercibida por Candy, que enseguida le preguntó a Albert si había alguna mala noticia.
- Por supuesto que no, nada importante – respondió doblando rápidamente el periódico.
Su gesto había delatado cierto nerviosismo, y Candy tuvo la clara sensación de que le ocultaba algo.
- Déjame ver – dijo estirando la mano.
En ese momento, Albert comprendió que de una forma u otra se enteraría, y era mejor que fuera entonces que estaba allí con ellos. Le pasó el diario y Candy leyó:
¡La furia de Macbeth se desata en el hotel!
El actor Terence Graham estalla en cólera.
La función de esta noche ha sido cancelada.
Candy no pudo seguir leyendo.
- Discúlpenme, me tengo que ir – exclamó levantándose.
- Candy, ¿qué sucede? – le preguntó Annie al instante, alarmada.
- Te explicaré yo lo que sucede... Ese inglés...
-¡Archie, no! – lo detuvo Albert.
- ¿Qué pasa? ¿Ni siquiera se le puede nombrar?
- Candy, ¿a dónde quieres ir? – le preguntó Albert con voz tranquila, acercándose.
- A su hotel.
- ¿Estás segura?
- Sí.
- Te acompañaré.
Mientras el auto de los Ardlay se dirigía velozmente hacia el hotel donde se alojaba la Compañía Stratford, Candy intentó contarle a Albert todo lo que había sucedido la noche anterior en el teatro.
- ¿Crees que lo que hizo Terence tiene que ver consu encuentro?
- ¡Tengo miedo de que así sea!
- ¿Qué le vas a decir?
- No lo sé, pero quiero verlo... aunque tengo miedo de que él...
Entraron a la recepción y Albert, presentándose como William Ardlay, algo que por lo regular funcionaba muy bien, pidió ver al señor Graham.
- Lamento no poder ayudarle, Sr. Ardlay, pero me temo que esto no será posible. En verdad lo siento – respondió el recepcionista.
- Por favor, se trata de un asunto muy importante.Él es un muy querido amigo mío y necesito verlo con urgencia – insistió Albert en tono decidido.
- Le repito que no es posible...
- ¿Pero por qué? – intervino Candy, a quien la espera le resultaba insoportable.
- Porque el señor Graham ya no está aquí.Se fue muy temprano esta mañana junto con la compañía teatral – respondió el encargado molesto por su insistencia.
- ¿A dónde se fue?
- Creo que se regresó a Nueva York, señorita. Ahora, si me disculpan, tengo asuntos que atender. Buen día.
- Nueva York... Volvió a Nueva York... - murmuró Candy, sintiéndose al borde de un abismo.
Mientras tanto en Villa Ardlay.
- ¿Entonces, se vieron?
- Sí, Archie. Candy no me dijo mucho, pero sé que después delafunción se encontraron, aunque Paul estaba con ella.
- ¿Quién es Paul, Patty?
- Ay, perdón, Annie.Me refiero al Dr. Carver, Paul Carver. Creo que han salido juntos un par de veces y anoche fueron al teatro. Evidentemente no sabe nada sobre Terence, de lo contrario no habría insistido en conocerlo.
- ¿Entonces los desmanes de Granchester tienen relación con su encuentro? No puede ser cierto, después de todos estos años. Quizá simplemente estaba borracho, siempre tuvo serios problemas con el alcohol. Y esa tonta de Candy cree que es por ella... Y aunque así fuera, ¿a ella qué le importa? ¿No dijiste que está saliendo con Carver? ¿No pensará todavía en ese idiota jactancioso del inglés?
- ¡Archie, puedes parar, por favor! ¡No tienes derecho a hablar así, y Candy no es una tonta! – respondió la señora Cornwell, regañando a su marido.
- ¡Te aseguro, Annie, que cuando se trata de Granchester, Candy se vuelve una verdadera tonta! Esperaba que después de todo este tiempo al menos hubiera entendido qué clase de persona es. ¡Obviamente me equivoqué!
El regreso a Nueva York para Terence no fue nada fácil. A los inversionistas de la Compañía Stratford definitivamente no les había agradado la cancelación de una de las dos representaciones que iban a llevarse a cabo en el Teatro de Chicago, ni mucho menos la publicidad negativa que habíanocasionadolos actos violentos de Graham. Por lo tanto, el choque fue inevitable.
- ¿Graham, se da cuenta de la terrible impresión que hemos dado única y exclusivamente por su culpa? – comenzó el señor Barrymore.
- Me doy cuenta y créame que lo siento.
- ¿Pero qué se le metió en la cabeza? ¿Se volvió loco? ¿Sabe a cuánto ascienden los daños que causó? Por no hablar de la denuncia… ¡Si no hubiera sido por Robert!
- Ya le dije que el pago de los daños correrá completamente por mi cuenta y ya le agradecí a Robert por lo que hizo. ¿Qué más quiere?
- ¡No se atreva a usar ese tono conmigo! – continuó Barrymore – Tal vez debería recordarle que ya se le había dado una segunda oportunidad después de su fuga de hace años, y había prometido comportarse y acatar las reglas. No creo que su comportamiento pueda definirse como correcto. ¿Sabe cuánto dinero nos hizo perder?
- ¿Y usted sabe cuánto les he hecho ganar hasta hoy? ¿Lo sabe, señor Barrymore, o tengo que recordárselo? ¿Sabe de quién es el mérito de que sus negocios vayan tan bien? De su servidor... quien ha estado trabajando ininterrumpidamente para enriquecersus bolsillos sin que usted mueva un dedo! – espetó Terence.
- ¡Pero qué sinvergüenza y arrogante!¿Cómo se atreve a hablarme así? Evidentemente pertenecer a una familia noble no le ha hecho comprender lo que significa ganarse la vida.
Terence, ahora furioso, se levantó y golpeó con los puños la mesa que lo separaba de Barrymore.
- ¿Sabe qué? ¡A partir de ahora puede ganarse el dinero porusted mismo! ¡Adelante, tome mi contrato y cancélelo en este instante!
- Espera un momento, Terence – intervino Hathaway tratando de calmar los ánimos –.¿Por qué no nos calmamos todos?Quisiera hablar con el señor Barrymore a solas. ¿Puedes esperar afuera?
Terence salió sacudiendo la cabeza.
- Esto hasta aquí llegó. ¿Te das cuenta de lo que me ha dicho? Yo soy quien decidirá qué hacer con su contrato – continuó el industrial decidido a deshacerse de Graham lo antes posible.
- Escúchame, John, por favor. Sé que Graham no tiene un carácter fácil, pero es el mejor y no puedes negarlo. Si lo dejas ir, no tardará más de 24 horas en conseguir un contrato con otra compañía. ¿Sabes cuántas ofertas recibe cada mes?
- ¡Robert, eso no le da derecho a hacer lo que hizo y a hablarme de ese modo!
- ¡Pero tú tampoco puedes recriminarlo así! Nunca ha recibido nada de su familia de origen, ya ni siquiera se hace llamar Granchester. Llegó solo a Estados Unidos con dieciséis años y, a pesar de ser hijo de la gran Eleanor Baker, nunca le ha pedido ayuda.
- Lo sé - admitió Barrymore.
- Cometió un error, es consciente de ello y me ha jurado que no volverá a suceder. Es puro talento.¡Interpreta papeles para los que otros actores no están listos antes de los cuarenta años! No podemos dejarlo ir.
- ¿Al menos te explicó el porqué de esa locura?
- No, no quiso decirme nada.
- Entonces, ¿qué sugieres que hagamos?
- No alimentemos la polémica.Yo no haría ruedas de prensa ni daría entrevistas. En cuanto vuelva a subir al escenario, todo quedará olvidado, ya lo verás. El público lo ama, le perdonará también esto. ¿Lohago pasar?
Barrymore asintió.
Terence entró de nuevo y se quedó de pie con los brazos cruzados.
- No toleraremos más excesos de ese tipo. ¡Que quede claro! – le advirtió el empresario con dureza.
- ¿Entonces? – preguntó Terence en tono desafiante.
Barrymore suspiró, haciendo un gran esfuerzo por contenerse para no mandarlo al infierno.
- Entonces... yo diría que hay que pensar en la próxima función y ponerse a trabajar de inmediato - dicho esto, el empresario abandonó el teatro.
*****
Al día siguiente, Candy no se sentía muy bien, por lo que se quedó en Villa Ardlay y no fue ni al hospital ni a la universidad. Por la tarde, Paul la había llamado para preguntarle si podían verse.
- ¿Cómo estás, Candy? – le preguntó al entrar al gran salón, que debía su calidez a una magnífica chimenea de estilo clásico.
- Un poco mejor.Debo haberme resfriado la otra noche.
- ¿Por eso saliste huyendodel auto cuando te llevé a casa, porque no te sentías bien?
Candy dudó. No quería mentirle, pero no tenía ganas de darle explicaciones.
- Pues... por eso también.
- Supongo que hay algo más. ¿Podrías decirme qué te ocurre? - preguntó Paul, quese había sentado a su lado y la miraba; Candy mantenía los ojos bajos y no sabía qué responder.
Ante su silencio, el joven médico sintió una creciente angustia, como si entre ellos se hubiera abierto un abismo que los separaba inexorablemente. ¡Qué lejoshabía quedadola ligera complicidad que se había creado entre ellos durante su paseo a caballo la semana anterior! ¿Qué había pasado? Tenía que saberlo, no podía esperar más.
- ¿Acaso Graham tiene algo que ver? – le preguntó de improviso, por lo que Candy volteó de golpe y sus ojos respondieron por ella.
- Se conocen – afirmó levantándose.
- Nos conocimos hace muchos años, cuando éramos dos jovencitos. Fuimos a la misma escuela en Londres.
- ¿Has leído los periódicos? ¿Te enteraste de lo que hizo?
- Sí, me enteré.
- ¿Sabes el motivo?
- No.
- ¡Candy, no me mientas! ¿Qué hay entre ustedes? – le preguntó Paul arrodillándose frente a ella, que seguía sentada en el sofá.
- Paul, por favor, es una historia larga y no tengo ganas de contarla ahora. Sólo puedo decirte que desde hace seis años no habíamos tenido ningún tipo de contacto, no nos habíamos visto ni hablado, y las cosas habrían seguido así si no hubieras insistido en conocerlo la otra noche.
- Y ahora que se han vuelto a ver, ¿qué va a pasar?
- Nada.
Paul tomó su mano y se la llevó a los labios para darle un beso ligero.
- ¿Nos veremos de nuevo en cuanto te sientas mejor? – le preguntó vacilante.
- Claro.
Cuando el joven se fue y Candy se quedó sola en el gran salón decorado con fino mármol y estuco, se sintió como si estuviera dentro de una prisión que se hacía cada vez más pequeña a su alrededor. Le faltaba el aire, habría querido salir corriendo y gritar a todo pulmón cuánto lo amaba... ¡todavía!
¿Por qué no se lo
dije a Paul? ¿Qué sentido tiene fingir que no siento lo que siento? ¡Nunca
podré olvidarte, Terence, jamás!
[1]W. Shakespeare, Macbeth, acto I, escena III, cit.
Capítulo siete
Nueva York
un sábado por la tarde, febrero de 1922
Una vez de regreso en Nueva York, después de la conversación con el señor Barrymore, Terence retomó su rutina habitual, compuesta de ensayos entre semana y funciones el fin de semana.
Antes de salir de gira, en una de las contadas ocasiones en que estaba libre un sábado por la noche, se había acordado del chico de origen francés al que había salvado de una paliza segura yde la invitación que le había hecho para saldar su deuda, así quehabía decididodarse una vuelta por el Cotton Club.Cuando el francés lo vio entrar, apenas lo había podido creer. Fue a su encuentro y lo recibió con todos los honores, como si fuera un jefe de Estado: lo presentó a sus amigos, en su mayoría músicos, que naturalmente ya sabían quién era Terence Graham, y en pocos minutos un pequeño grupo de chicas ya se había reunido alrededor de ellos.
Desde aquel primer sábado por la noche, Terence empezó a salir cada vez con más frecuencia. Jean Paul era un verdaderotorbellino, no particularmente guapo, pero con una alegría inagotable y contagiosa, siempre dispuesto a divertirse;era justo lo que Terence necesitaba en ese momento. Lograba arrastrarlo de un club a otro hasta el amanecer. Conocía a mucha gente que participaba en la vida nocturna neoyorquina, y Terence no tardó mucho en ambientarse, ya que definitivamente no pasaba inadvertido. El encanto que derrochaba en el escenario no lo abandonaba cuando se quitaba la ropa de su personaje, y en cuanto entraba a un local, no había una sola mujer que no se lo comiera con la mirada.
Terence Graham finalmente había decidido abandonar su vida de monje y Jean Paul era el compinche perfecto para eso. Algo los había unido de inmediato a pesar de ser muy diferentes: el francés era tan exuberante en comparación con el inglés, de carácter sombrío y reservado, pero habían encontrado en la música un terreno común. Les encantaba ir a lugares donde había música en vivo, especialmente jazz y blues, y, a veces, cuando la mayoría de los clientes ya se habían levantado de las mesas, se aventuraban a tocar algunas piezas, con Terence al piano y Jean Paul al saxofón.
Todos los sábados por la noche se reunían en el Cotton Club con otros músicos amigos de Paul. Reservaban una mesa y, una vez sentados, por lo regular se unía a ellos el grupo habitual de chicas pocos minutos después. Entre ellas, la bellísima Isabel, quien le había confiado a su amigo Jean Paul que tenía una gran debilidad por Graham y no perdía oportunidad de intentar acercarse a él. Sin embargo, había comprendidodesde el inicio que Terence no era un tipo fácil: rodeado constantemente de mujeres espléndidas, daba la impresión de ser inmune al encanto femenino. Pese a ser siempre amable con todas, mantenía una cierta distancia y nadie sabía el motivo. Isabel sabía de la relación que lo había vinculado con su colega Susanna Marlowe, fallecida hacía poco más de un año, pero incluso sobre ese compromiso no había noticias comprobadas, sólo rumores a los que nadie daba demasiado crédito. Sin embargo, Terence nunca hablaba de ello y todos tenían cuidado de no hacerlo, al menos en su presencia. Lo que más le importaba a Isabel era que Graham finalmente estaba libre y disponible, o eso creía ella.
- ¿Qué estás tomando? ¿Puedo probar? – escuchó Terence que le preguntaba Isabel mientras, envuelta en un espléndido vestido azul que dejaba muy poco a la imaginación, se sentaba a su lado y le pasaba un brazo alrededor de la cintura.
Tan pronto como había entrado al local, la muchachaenseguida lo había buscado y, al verlo de espaldas, sentado con los demás, no había podido evitar acercarse. Terence tenía un vaso de whisky con hielo en la mesa frente a él y lo hacía girar lentamente entre sus dedos. Isabel habría deseado con todo su ser convertirse en ese objeto de vidrio para sentir su cálida mano alrededor del cuello, así que, para no dejarse abrumar por esa visión, agarró el vaso y se lo llevó a los labios, lanzándole a Terence una mirada lánguida y cargada de deseo. Él se quedó quieto, saludándola con una media sonrisa mientras esperaba que le devolviera su whisky.
El lugar ya estaba lleno cuando el grupo que se presentaba esa noche comenzó con una serie de piezas bastante animadas. Jean Paul se lanzó a bailar como de costumbre, tratando en vano de convencer a Terence de que lo siguiera, pero al actor no parecía gustarle especialmente el baile.
- ¡Si tú no bailas, yo tampoco bailaré! – había exclamado Isabel en tono de broma, por lo que se quedó sentada a la mesa a solas con él.
- Será mejor que te busques un caballero porque estoy a punto de irme – le dijo Terence, conteniendo un bostezo.
- ¿Te aburro tanto que te hago bostezar?
- ¡No, para nada! Es que esta noche estoy muy cansado, ni siquiera quería salir, pero a Jean no se le puede decir que no, así que... - le respondió distraídamente.
- Concédeme al menos un baile, por favor... A Jean no puedes decirle que noy a mí, en cambio... - gimió Isabel, levantándose y jalándolo suavemente hacia ella para incitarlo a seguirla.
En ese momento, la banda tocaba ritmos más lentos, ideales para bailar en pareja,y eso era lo que Isabel esperaba. Terence se levantó de mala gana y se dejó guiar hacia el centro de la pista, donde la chica no perdió tiempo y de inmediato le rodeóel cuello con ambos brazos, de manera que quedó a unos centímetros de su rostro. Terence la observó: sin duda era una joven muy atractiva, no era casualidad que fuera modelo de Chanel, era casi tan alta como él, con una cabellera muy rubia que apenas le llegaba a los hombros y estaba peinada en suaves ondas recogidas a un lado con un clip de plumas. Su maquillaje perfecto hacía resaltar sus profundos ojos oscuros y sus brillantes labios rojos, que a menudo curvaba en sonrisas sensuales. Era difícil permanecer indiferente al intenso aroma que emanaba de su piel color ámbar, y la mano de Terence en su espalda la sentía tan cálida como chocolate derretido. No dijeron una sola palabra en todo el tiempo que bailaron, pero las miradas de Isabel fueron más que elocuentes.
De repente se vieron arrastrados por el furor contagioso de Jean Paul, que insistió en que todos volvieran a la mesa para brindar y celebrar algo que no había quedado claro de qué se trataba.
- ¡Chicos, tengo una noticia sensacional! Nuestro buen amigo Charlie ha conseguido un contrato discográfico y en menos de un mes se irá a Chicago a grabar su propia música. ¿No es grandioso? Esto amerita un brindis en toda regla,¡champán para todos!Tú invitas, ¿verdad, Charlie?
El pobre Charles Hamilton era un músico que aún no había tenido mucho éxito y, a pesar de la gran oportunidad que se le había presentado con ese contrato, sus finanzas en ese momento no le permitían en realidad ofrecer champán a todos los presentes. Jean, al verlo poner una cara bastante avergonzada, se volvió hacia Terence, quien sonrió y aceptó la petición tácita de su amigo con un movimiento de la barbilla.
Las botellas y las copas no tardaron en llegar, y una alegría genuina contagió a aquel grupo de jóvenes que celebraban el logro de su amigo.
- Chicago... - murmuró Terence, sintiendo una punzada en el pecho. Encendió un cigarrillo y le dijo a Jean que ya se iba, que tomaría un taxi. Pero su amigo lo detuvo agarrándolo del brazo.
- Siéntate, siéntate, siéntate. ¡No puedes irte ahora!
- ¿Ahora qué te traes, Jean? – preguntó Terencecon fastidio.
- Esta realmente es una noche de suerte... ¡No te imaginas quién acaba de entrar al club! – exclamó Jean Paul con expresión embobada, mirando por sobre el hombro de Terence, quien no entendía las reacciones de su amigo.
- ¡Aunque haya entrado el presidente de Estados Unidos, yo me voy a casa!
- ¡Vamos, no seas aguafiestas! ¿Y si te dijera que acaba de entrar un hada? ¡No, no te des la vuelta!
- Pero si no me doy vuelta, ¿cómo le hago para ver a esa "hada"?
- ¡Está mirando hacia acá!¡Si te das la vuelta,todo se habrá acabado para mí! Todas las mujeres quedan hechizadas en cuanto te ven, ¡pero esta no te la dejo! ¡Ni lo pienses, Graham!¡Esta hada es mía!
- Entonces, dime cómo es – preguntó Terence, que comenzaba a sentirse intrigado por aquella misteriosa aparición.
- Escucha... Imagina una chica que es un poco mujer y un poco niña, no muy alta en realidad, pero perfectamente bien proporcionada, es decir, ¡no le falta nada de nada! – exclamó Jean Paul, deteniéndose para admirarla extasiado.
- ¿Y luego? ¡Continúa! – lo instó Terence, sonriendo divertido ante la mirada de borrego a medio morir de su amigo.
- Cabello muy rubio recogido a un lado con un clip de diamantes cuya luminosidad no es capaz de igualar el esplendor de sus ojos, ¡dos lagos verdes de montaña en los que dan ganas de ahogarse!
Terence alzó los ojos al cielo, bromeando con Isabel, quien mientras tanto se había volteado para observar el objeto del deseo de Jean.
- Muy bonita en verdad – había murmurado con expresión preocupada, lista ya para sacar las garras y defender a quien ahora consideraba su presa.
- Y luego esos labios... ¡Oh,Dios! ¡Te desmayas cada vez que sonríe!
- No me suena tan especial… ¿Hay algún otro detalle de interés? – preguntó Terence con bastante escepticismo, los brazos cruzados sobre el pecho y exhalando el humo de su cigarrillo.
- Pues... el toque final, irresistible: ¡una cascada de pecas en esa carita de muñeca que resplandecen incluso en la oscuridad como una multitud de estrellitas! Te juro que es la criatura más fascinante que he visto en mi vida.
Jean Paul, perdido en la admiración de aquella maravilla, no había notado en absoluto la expresión que había surgido de pronto en el rostro de su amigo, que seguía sentado frente a él.
Terence se había puesto serio de golpe y estaba como petrificado, con la mirada perdida, casi sin atreverse a respirar. Con tan sólo escuchar la palabra "pecas", había sentido un intenso temblor frío recorrerle la espalda, y su rostro parecía estar a punto de arder. Había dejado caer sobre la mesa el cigarrillo que sostenía entre los labios, lo que había llamado la atención de Isabel, quien lo escrutó yvio el destello que atravesó sus ojos azules.
Levantó el rostro, que había mantenido inclinado sobre el vaso después de haberlo vaciado de un solo trago, y un espejo al otro lado de la habitación le reveló lo que jamás imaginó que vería esa noche. Una mirada bastó para reconocerla y todo lo demás desapareció: músicos y música, champán y copas, mesas y la gente que bailaba, Jean, Isabel… ¡ya nada existía! Sólo un perfil inconfundible, el oro de su cabello, las esmeraldas de sus ojos, esas pecas que todavía decoraban su rostro, el más hermoso de los frescos. Tuvo que volver a bajar los ojos para ocultar la turbación que lo abrumaba cada vez más. Cuando pudo hablar de nuevo, le preguntó a Jean Paul si la muchacha estaba sola.
- ¡Desafortunadamente no! Hay otras tres personas con ella, dos hombres y una mujer, pero no parecen dos parejas, aunque...
- Aunque... - Terence lo instó a continuar.
- Pues sí, tengo que admitir que el rubio sentado a su lado literalmente se la está comiendo con la mirada... ¡Maldita sea!
Terence se levantó de un salto. Eso era demasiado para él, no estaba listo para verla con ese otra vez.
- ¡Me voy! – exclamó decidido y se dirigió hacia la salida secundaria en la parte trasera.
- ¡Terence, espera! ¿Pero qué fue eso? – se preguntó Jean Paul perplejo.
Isabel, que había presenciado toda la escena en silencio, sin perderse ni la más mínima expresión que había cruzado el rostro de Terence, se volvió hacia la joven que era culpable de la fuga del actor, de eso no tenía ninguna duda, y murmuró para sí entre dientes:
- ¿Quién eres?
- ¿Sabes quévoy a hacer? ¡Ahora mismo me acercaré a ella y le ofreceré un trago! – dijo Jean Paul levantándose de la mesa tras haber cogido la única botella de champán que aún estaba intacta.
- Disculpen si los molesto.Déjenme presentarme.Mi nombre es Jean Paul y, como estamos celebrando un logro importante con algunos amigos, nos gustaría que nos acompañaran con un brindis. ¿Puedo? – preguntó finalmente mirando a la pequeña “hada” con intención de llenar su copa.
- ¡Gracias, es usted muy amable!
- Bueno, a decir verdad, no tiene que agradecerme a mí, señorita, porque el champán es cortesía de un amigo que acaba de irse, de lo contrario se lo habría presentado, aunque probablemente ya lo conozcan.
- Ah,¿sí? ¿Y por qué deberíamos conocerlo? – preguntó la joven con una sonrisa que a Jean Paul le pareció embriagadora.
- Digamos que ahora es bastante famoso en todo Estados Unidos, y después de su deslumbrante gira por Europa, no hay quien no haya oído hablar de él.
- Vaya, vaya... ¡tiene amigos importantes, Jean Paul! – exclamó algo molesto el rubio sentado al lado de la muchacha.
- No es por alardear, pero... ¡Terence y yo en verdad somos muy buenos amigos!
- ¿Ha dicho Terence? – preguntó la chica casi sin respirar.
- Tenía razón, ¿eh? ¿Lo conoce? ¡Seguramente es su admiradora! Se lo dije… ¿Quién no conoce a Terence Graham? Lo siento, señorita, pero tendrá que esperar si desea un autógrafo. Si vuelve aquí el próximo sábado, seguro lo encontrará.
- ¡Qué pena que mañana regresamos a Chicago! – exclamó el rubio satisfecho.
- Una verdadera lástima, señorita...
- Candice, Candy para mis amigos – susurró mirando a Jean Paul de una forma que el francés no supo interpretar; le pareció como si en esos ojos hubiera un millón de preguntas.
Se quedó sin palabras por un momento, como aturdido, pero luego se despidió:
- Fue un verdadero placer conocerla... Candy.
- También para mí – respondió ella con un hilo de voz.
*****
Al día siguiente, domingo
- ¿Se puede saber qué te pasó anoche? ¿Por qué te fuiste así? – le preguntó Jean Paul a su amigo al volante.
Iban a toda velocidad por las calles de Manhattan para ir a un restaurante a almorzar, lo que se había convertido en una agradable costumbre dominical. Por lo regular no almorzaban solos, ya que solía hacerles compañía un nutrido grupo de amigos y amigas.
- Estaba muy cansado… Ni siquiera habría ido si no hubieras insistido tanto – respondió Terencesin dejar de conducir.
- Fue una pena... ¡te perdiste mi último número!
- ¿Qué hiciste esta vez? ¿Te subiste a una mesa y te pusiste a bailar? – le preguntó su amigo estallando en carcajadas al imaginar la escena.
- ¡No, algo mucho mejor! ¡Le ofrecí una copa a mi hada del bosque!
- ¿Qué? – preguntó Terence volteando a ver a Jean, por lo que estuvo a punto de chocar con el coche que se había detenido delante de ellos.
El peligroso enfrenóntomó tan desprevenido al francés que su frente se salvó por muy poco de golpear el parabrisas.
- Oye, Graham... ¡ten cuidado! ¿Acaso quieresarruinar mi bello rostro?
Terence se disculpó y permaneció en silencio, dado que no estaba muy seguro de querer escuchar el resto de la historia, pero Jean Paul, que ignoraba por completo lo que atormentaba la mente y el corazón de su amigo, prosiguió con su relato.
- Volviendo a anoche... tomé el champán y fui a su mesa a decirle que estábamos celebrando y que quería ofrecerle una copa para que brindara con nosotros. ¡No te imaginas cuando me miró y me respondió! Es un ángel...Tiene una sonrisa increíble y una voz sincera y alegre con la que me agradeció diciéndome que era muy amable...¡Ay,nunca había conocido a una chica como ella! ¡Es diferente a las demás, una criatura terrenal y sobrenatural al mismo tiempo!
Terence seguía viendo fijamente el camino, haciendo un gran esfuerzo por mostrarse sereno, aunque en realidad habría querido estrangular a su amigo para silenciarlo al instante. Se repetía a sí mismo que la noche anterior no había pasado nada, que no había visto a nadie conocido en ese lugar, más bien, que ni siquiera había ido allí… ¡se había quedado en casa y se había ido a dormir temprano! ¡Él no la había visto, no, se había quedado en casa!
- En honor a la verdad, aclaré que el champán en realidad era cortesía de un amigo mío que había decidido abandonarme en plena celebración. ¿Y adivina qué? ¡No hace falta decir que ella me dijo que te conocía!
Terence se detuvo en seco de nuevo en un alto, y esta vez Jean Paul se limitó a mirarlo de reojo, preguntándose por qué el inglés parecía haber olvidado las reglas básicas del reglamento de tránsito.
- Todavía no he conocido a una sola mujer que no sea admiradora tuya, ¿pero qué se le va a hacer? Incluso anoche, aunque no estabas ahí, terminamos hablando de ti – señaló Jean Paul fingiendo estar un poco irritado con su amigo, que siempre teníademasiado éxito con el género femenino.
- ¿Hablaron de mí? – Terence logró reunir el valor suficiente para preguntar.
- Le dije que si quería un autógrafo, tendría que regresar el próximo sábado, pero ese rubioantipáticode inmediato especificó que hoy se regresan a Chicago.Pero estoy seguro de que a ella no le gusta ese tipo. Tiene una actitud de mandamás que no va bien con una criatura extraordinaria como ella.
- ¡Sintió el peligro y decidió marcar su territorio! – dijo Terence más para sí mismo que para su amigo.
- Tienes toda la razón, es sólo que… ¿qué hago ahora? Ella se va esta tarde. ¡Dios, cuánto me gustaría volver a ver esos ojos y esa sonrisa! ¡Juro que no puedo sacármela de la cabeza!
- Síguela hasta Chicago – dijo Terence en tono de broma.
- ¡Oye, no es mala idea! ¿Por qué no vamos a Chicago y nos divertimos un poco? La próxima semana se llevará a cabo el Festival de Jazz de Chicago... ¡Podemos acompañar a Charlie! Está decidido, ¡nos vamos para allá! – declaró Jean con una sonora palmada en el hombro de su amigo.
- ¡Olvídalo! – fue la respuesta del inglés.
- ¿Por qué? Anda, Terence, no me fastidies... No puedes abandonarme esta vez, es una cuestión de vida o muerte, ¡lo juro!
- He escuchado esta historia antes con Claire, Diana, Elizabeth y... Espera, ¿cómo se llamaba esa rubia que quisiste perseguir hasta Virginia? ¡Te recuerdo que tuve que ir por ti porque se te descompuso el motor del auto!
- Pero esta vez es diferente, es que tú no la viste... De lo contrario, estarías de acuerdo conmigo. ¡Estoy seguro!
- ¡Yo no voy a Chicago! ¡Quítate esa idea de la cabeza!
- Anda... ¿qué te cuesta? La temporada teatral...
- ¡He dicho que no! – gritó Terence interrumpiendo la frase de Jean, quien quedó pasmado, pues nunca lo había oído alzar la voz de ese modo.
- Está bien, está bien. ¡No hay necesidad de alterarse tanto! Aunque realmente no entiendo por qué no quieres venir.Parece como si Chicago te asustara.
Terence detuvo el auto de golpe.Habían llegado a su destino, pero antes de bajar, se volvió hacia Jean Paul y clavó sus ojos azules en el rostro de su amigo.
- Escúchame con atención: no quiero saber más de Chicago ni de Candy, ¿vale? Y ahora vamos a almorzar, que nos están esperando.
Dicho esto, salió del auto y caminó con paso decidido hacia la entrada del restaurante. Pero el francés lo detuvo agarrándolo del brazo.
- ¿Cómo sabes su nombre?
- Tú me lo dijiste.
- No, no te lo dije... - afirmó Jean mirándolo serio - La conoces, ¿adiviné?
Desde la noche anterior, al observar la expresión inquieta de Candy cuando mencionó el nombre de Terence Graham, Jean había sospechado que la fuga de su amigo del club ocultaba mucho más que un simple cansancio y se había convencido de que la muchacha tenía algo que ver con eso. Por lo tanto, durante todo el trayecto en coche, había intentadoanalizar las reacciones de Terence a su historia y había tratado de hacerlo confesar, lo que el inglés acababa de hacer sin darse cuenta.
- ¿Entramos? ¡Tengo hambre!
- ¡No, espera!Primero vas a decirme si la conoces o no.
- Sí la conozco, ¿ya estás feliz?
Dicho esto, Terence se liberó del agarre del francés y desapareció dentro del local.
*****
Después de la velada en el Cotton Club, al regresar al hotel, Candy enseguida se había retirado a su habitación con una excusa. De hecho, tenía la impresión de que lo sucedido unas horas antes había dejado señales más que evidentes en su rostro y temía que alguien pudiera ver claramente allí toda su turbación.
Había bastado escuchar su nombre y saber que había estado ahí a unos pasos de ella para confundirla y hundirla en un torbellino de emociones. Se preguntaba si él la habría visto, tal vez se había ido por esa razón. Pero si no quería tener nada que ver con ella, ¿por qué le había ofrecido champán? O tal vez simplemente había sido una idea de su amigo, ese Jean Paul. Trató por todos los medios de armar el rompecabezas, pero no podía:faltaban demasiadas piezas y su mente seguía dando vueltas sin poder detenerse. En realidad, se dio cuenta de que quería pensar en él, seguía repasando cada pequeño detalle con el único fin de mantener sus pensamientos enfocados en Terence. Cuando finalmente se dio cuenta de que no serviría de nada seguir torturándose así, empezó a maldecirse, lamentándose amargamente por haber venido a Nueva York.
- Debí haberlo imaginado.Esta ciudad nunca me ha traído suerte. ¿Por qué vine, por qué? – pensaba en voz alta cuando escuchó que tocaban a su puerta, y por una fracción de segundo le cruzó una idea absurda por la mente y, sin darse cuenta, murmuró... "Terry".
- Candy, vine a ver cómo estás. ¿Puedo pasar? – preguntó una voz masculina desde detrás de la puerta.
- Por supuesto, Paul. Entra – respondió ella, tratando de ocultar su decepción mientras se decía que era una tonta.
- ¿Ya ha disminuido tu dolor de cabeza? – le preguntó Paul mientras se acercaba.
- Sí, ya me siento un poco mejor.Debe haber sido el champán. No estoy acostumbrada a esa bebida.
- Claro, el champán... Yo también creo que fue eso – dijo el joven mirándola fijamente, como queriendo convencerse de algo que no creía. De hecho, había notado lo nerviosa que se había puesto Candy luego de ese extraño encuentro en el Cotton Club con aquel chico de origen francés. Le habría gustado saber más, pero no sabía cómo proceder porque cada vez que se encontraba cerca de ella a solas, como en ese momento en esa habitación, sentía cada vez con más claridad cuánto la deseaba, y eso le provocaba una fuerte sensación de celos que lo hacía temblar de pies a cabeza. Por estos motivos, de repente decidió preguntarle quién era el muchacho que les había ofrecido champán.
- No sé quién es, nunca antes lo había visto, pero fue muy amable de su parte invitarnos a brindar, o tal vez simplemente había bebido un poco de más – concluyó Candy con una sonrisa al notar cierta inquietud en las palabras de su amigo.
- En cambio, a Graham sí lo conoces biensi no me equivoco – le preguntó a quemarropa, por lo que Candy se quedó sin aliento un instante.
No tenía ningún deseo de hablar con Paul sobre ese tema.Estaba demasiado conmocionada para poder mantener una conversación tranquila, así que trató de concluir el asunto diciendo que era un actor bastante famoso.
- Ya lo hemos hablado, Paul.Además,¿quién no lo conoce? – exclamó tratando de sonar graciosa.
- Yo, por ejemplo, no tenía la más mínima idea de quién era antes de Macbeth – confesó Paul con franqueza.
- Entonces, deberías ir un poco más seguido al teatro en lugar de pasártela recluido en pabellones de hospital.
- ¡Te prometo que intentaré arreglar eso, pero sólo si tú me acompañas!
- ¿Por qué no? Pero ahora prefiero dormir si no te importa.Mañana tendremos un día bastante ocupado – Candy trató de dar por terminada la conversación, ya que realmente no podía soportar más el interrogatorio.
Con un suave beso en la mano, Paul se despidió muy a su pesar y le deseó buenas noches.
Aunque estaba muy cansada, Candy tuvo dificultades para conciliar el sueño, como era de esperarse. No podía evitar pensar que si el solo hecho deescuchar su nombre tenía ese efecto en ella, ¿qué pasaría si se lo volvía a encontrar? Si se hubieran visto en el Cotton Club, ¿qué habría hecho? ¿Habría podido saludarlo esta vez como a un viejo amigo? Intentó convencerse de que sí, pero sabía que se estaba mintiendo a sí misma. Pudo quedarse dormida únicamente después de tener el valor de admitir que si hubiera sabido dónde encontrarlo, habría corrido hacia él de inmediato.
*****
El sábado siguiente
Había pasado una semana desde aquella reunión y, como cada sábado, la pandilla de Jean Paul se había reunido en el Cotton Club. Ya era muy tarde cuando Terence entró al lugar. Lo habían retenido un rato en el teatro después del espectáculo, pero no tenía ganas de volver a casa enseguida. Una idea insensatacontinuaba atormentándolo, asomándose en su cabeza: sabía muy bien que ella había regresado a Chicago, pero ¿y si Jean Paul se había equivocado y tal vez ella había vuelto al club esa noche?
Una vez que entró al establecimiento, comenzó a mirar a su alrededor como buscando a alguien, pero ningún "hada" apareció ante sus ojos. En lugar de ello, su amigo francés fue a su encuentro y lo saludó calurosamente.
- Hola, Graham, por fin llegas… ¡Estaba empezando a creer que tus admiradoras te habían tomado como rehén! ¿Qué tal si tocamos juntosal rato?
- Más tarde, tal vez – respondió Terence sin dejar de buscar entre la gente un par de ojos verdes.
Ya no habían vuelto a hablar de Candy, pero Jean Paul se moría de curiosidad por saber más. Se sentaron en la barra del bar y pidieron bebidas. Ya era muy tarde y el lugar empezaba a vaciarse poco a poco. Isabel, que lo había estado esperando toda la noche, se acercó, se paró detrás de él y le rodeó el cuello con los brazos.
- ¿Qué horas son estas de llegar, Graham? – lo regañó sin demasiada convicción para luego decirle que tendríaque compensarla mientras le acariciaba la mejilla con los labios.
Terence giró un poco el rostro y le sonrió al tiempo que encendía un cigarrillo. Isabel habría continuado con sus avances de buena gana si Jean Paul no hubiera intervenido y arruinado sus planes.
- Olvídalo, Isy. Terence y yo tenemos que hablar. ¿Por qué no vas a otro lado a menear ese fantástico trasero que tienes?
- ¡Jean, eres el mismo grosero de siempre! – exclamó la chica alejándose.
- ¿De qué tenemos que hablar? – le preguntó Terence a su amigo.
- ¡Sobre esto! – exclamó el francés poniendo una revista médica delante de la nariz de Terence.
- ¿Qué es esto? ¿Para qué tengo que verla? ¡Disfruto de una salud excelente!
- No lo creo. Estoy seguro de que estás enfermo y lo peor es que te empeñas en hacer como que no pasa nada. No me veas así, te lo demostraré enseguida... Ve a la página 18... adelante.
Terence entendió a dónde quería llegar su amigo cuando en la página indicadavio una fotografía que lo golpeó como un disparo en el pecho: estaba retratado el equipo médico dirigido por el Dr. Paul Benjamin Carver, dedicado a importantes investigaciones sobre los grupos sanguíneos, del cual formaba parte la enfermera Candice White Ardlay, que aparecía sonriente a su derecha. La semana anterior, el Dr. Carver y sus colegas habían recibido un premio por su trabajo, y era por eso que habían viajado a Nueva York.
- Creí haber sido claro cuando te dije que no quiero hablar de ella. ¿Qué es lo que no entendiste, Jean?
- Ya te estás alterando, ¿no lo ves? ¡Y ese es un síntoma claro de tu enfermedad!
- Entonces, dígame, doctor, ¿qué enfermedad es esa que padezco? – preguntó Terence con sarcasmo.
- El diagnóstico es sencillo, ¡mal de amores! Sin embargo, el tratamiento que tengo que prescribirlees definitivamente más complicado.
- ¡Basta, Jean! ¡En verdad me tienes harto con esta historia!
- Observala foto. ¿No ves cómo la mira? ¡Ese te la está robando en tus narices y tú estás aquí sentado de brazos cruzados! No tiene sentido que sigas negándolo. Desde que te conocí, a pesar de todas las mujeres que te rodean y que harían cualquier cosa por salir contigo, ¡no te he visto interesarte por conocer mejor a ninguna! Ni siquiera a Isabel que, aquí entre nos, es impresionantemente hermosa y en cuanto te ve se lanza sobre ti sin reparo alguno.Nunca has mostrado un interés por ella que fuera más allá de ser amable. Y el sábado pasado finalmente entendí por qué.
- Y ¿cuál sería la causa?Tengo curiosidad.
- ¡Candy! ¡Estás irremediable y desesperadamente enamorado de ella, completamente enamorado!
- ¡Te equivocas!
- ¡No, Terence, no me equivoco!
- ¡Que sí!
- ¡Qué testarudo eres, maldita sea! Entonces,demuéstramelo.¡Adelante! Isabel te está esperando – lo provocó Jean señalando a la rubia con un movimiento de cabeza.
Terence volteó y vio a Isabel apoyada en el piano.Ella estaba mirando en su dirección y realmente parecía que lo estaba esperando. Después de lanzarle una mirada desafiante a Jean, se levantó del taburete y, luego de ponerse el abrigo, se dirigió hacia la salida. Se detuvo a unos pasos de la joven, que de inmediatolo alcanzó.
- Te llevo a casa si quieres – le dijo y salieron juntos del club.
Se subieron al coche de Terence y se dirigieron hacia Soho, donde vivía Isabel. Durante el recorrido hablaron de todo y de nada,en especial de sus respectivos compromisos laborales. La muchachatenía en puerta un viaje a París, donde la había solicitado la casa de moda de Elsa Schiaparelli. Terence, por su parte, estaba a punto de finalizar la temporada teatral en Broadway antes de las vacaciones de verano.
- ¿Entonces, puedo esperar verte más a menudo? ¿Te quedarás en Nueva York todo el verano?
- No lo sé todavía... Probablemente.
- En julio pienso ir a Florida a ver a unos amigos, gente divertida... Si quieres...
- No lo creo, pero... gracias por la invitación – respondió Terence con una media sonrisa, deteniendo el auto afuera de la casa de Isabel.
- Jamás había conocido a un chico como tú. ¡Realmente eres un misterio!
- ¿Eso crees?
- Lo siento... pero es que eres el actor más famoso de Estados Unidos, ahora probablemente también de Europa, y no se sabe absolutamente nada sobre tu vida privada. Además, según lo que cuenta Jean, ¡hasta hace poco llevabas una vida de monje!
Terence sonrió sin imaginarse lo que provocaba en Isabel cada vez que veía su rostro iluminarse, aunque fuera por un breve instante.
- Simplemente porque no hay nada que saber.
- Entonces, ¿por qué no les damos a los periodistas algo interesante de que hablar? ¿Qué tal si subes a mi apartamento? Podemos tomar algo... - le susurró la joven con voz persuasiva, acariciándole un hombro con la mano.
Desde que detuvo el coche, Terence empezó a preguntarse qué hacía allí, si estaba haciendo lo correcto o si tenía razón su amigo francés, cuyo diagnóstico, debía admitir, no era del todo erróneo. Y si esta fuera realmente su enfermedad, ¿podría Isabel ser la cura? No, definitivamente no. Sin embargo, representaba un potente anestésico que aliviaría su doloraunque fuera sólo por unas horas.
Sin mucha convicción hizo un último intento por no ceder, diciéndole que ya había bebido lo suficiente esa noche, pero Isabel no parecía dispuesta a renunciar a su presa. Llevaba meses esperando ese momento, desde que lo había visto por primera vez en una fiesta en casa de Jean Paul. Por supuesto que sabía quién era Terence Graham; los periódicos estaban llenos de artículos más que halagadores sobre sus habilidades histriónicas, pero tras la muerte prematura de su novia, no se había relacionado a aquel joven talento con ninguna otra mujer. La noche que lo conoció, Isabel había quedado literalmente hechizada desde el primer momento en que sus ojos se encontraron: Terence tenía la mirada triste de un cachorro herido y abandonado, lo que había despertado en ella el deseo inmediato de consolarlo, pero él no dejaba que se le acercaran fácilmente. Habían pasado varios meses en los que Isabel no lo había perdido de vista, y cada vez que el grupo de Jean Paul se reunía, ella aprovechaba la oportunidad paraintentar acercarse al guapo actor. Ahora Terence ya no parecía un cachorro perdido; la gira por Estados Unidos, de la que había sido protagonista, había ido muy bien, salvo por aquel extraño episodio en Chicago, y el gran éxito obtenido lo había revitalizado. Así que,desde que había vuelto a Nueva York, su mirada parecía más luminosa y segura, al menos hasta aquel encuentro en el Cotton Club el sábado anterior.
Isabel no había pasado por alto la nueva inquietud que reflejaban los ojos de Terence, y temía que dependiera precisamente de esa chica que Jean le había descrito con gran detalle en el club. Estaba segura de que Terence la conocía y de que por eso se había ido tan de repente esa noche. Le había preguntado a Jean si sabía algo al respecto, pero él había negado que existiera alguna relación entre ellos. Según él, no se conocían de nada. En cualquier caso, aunque hubiera otra mujer en la vida del actor, él en ese momento estaba ahí con ella y ella no tenía intención de dejarlo escapar. Después de todo, había sido Terence quien le había propuesto llevarla a casa, y eso era más que suficiente para ella.
- Si no quieres un trago… podemos hacer otra cosa – le susurró ella acercando peligrosamente los labios a su oído, con lo que consiguió arrancarle un suspiro.
- No creo que sea conveniente, Isabel.Sólo te haría daño, créeme – le dijo alejándose un poco.
Pero ella, extendiendo una mano sobre su pierna, le respondió:
- Eso déjame decidirlo a mí.
Terence vaciló un poco, y luego le dijo:
- Vamos.
Domingo por la mañana
A la mañana siguiente, Terence se despertó sobresaltado al escuchar golpes en la puerta de su apartamento. Se levantó de un salto de la cama y sólo entonces se dio cuenta de que aún llevaba puesta la ropa de la noche anterior, además de que tenía un terrible dolor de cabeza.
- ¡Ya voy! - gritó, sintiendo las sienes palpitar a causa del sonido de su propia voz.
- Entonces, sí estás aquí... Dios mío, Graham, ¿pero qué te pasó? ¡Estás hecho un desastre!
- Por favor, Jean, no grites.Creo que bebí demasiado anoche... Pero ¿qué haces aquí?
- ¿Cómo que qué hago aquí? ¿No teníamos planeado un paseo a caballo esta mañana? ¡No me digas que lo olvidaste!Fuiste tú quien insistió.
- Perdóname, Jean, pero no creo que hoy sea capaz de montar a caballo... - dicho esto, corrió al baño y reapareció media hora después, con el pelo empapado y blanco como una sábana.
El francés le preguntó si se encontraba bien y Terence le respondió que ya estaba un poco mejor antes de tirarse en el sofá.
- ¿Qué hiciste? ¡No me digas que fue Isabel quien te dejó así! – exclamó Jean riéndose y burlándose un poco de él.
Terence permaneció en silencio con una mano sobre los ojos.
- Se divirtieron anoche,¿o me equivoco?
- Sólo me ofreció un trago...
- Ya lo veo. ¡Isy definitivamente es una chica ingeniosa y muy generosa! Y tú pensaste que estarías mejor y en realidad estás peor que antes, ¿no es así?
- Si vas a sermonearme, puedes irte. ¡No lo necesito! – exclamó Terence molesto.
- De hecho, necesitas otra cosa.
- Jean, no empieces de nuevo... ¡Ten piedad de mí!
- Voy a ser despiadado, ¿y sabes por qué? Porque soy tu amigo y cuando yoestuve en problemas, tú no dudaste en ayudarme. ¡Ahora deja que yo te ayude! No me gusta nada verte así...
- Es sólo una resaca.
- Eso no es cierto… ¡y tú lo sabes bien!
Terence se incorporó y se quedó sentado con los codos sobre las rodillas y la cabeza entre las manos. La habitación daba vueltas a su alrededor y no podía mirar a Jean porque la luz le lastimaba los ojos. De pronto, sintió un nudo en la garganta y dejó escapar un profundo suspiro antes de decirle a su amigo que no podía hacer nada por él, que no podía ayudarlo, ¡que nadie podía!
- ¡Te equivocas, Terence!¡Ella puede ayudarte! ¿Por qué no intentas contactarla?
- ¡Estás loco!
- ¿Por qué? Eres libre y ella también... Lo sé, lo sé, está ese doctorcito rondándola, pero estoy seguro de que si tú...
- ¡Ya basta, basta! No pienso escucharte más – gritó Terence tapándose los oídos – ¡No sabes nada de nosotros!¡No puedes entender!
- Dijiste “nosotros”... Entonces, hubo un nosotros – comentó Jean asombrado.
- Así es… ¡lo hubo, pero arruiné todo y la perdí para siempre! Le hice demasiado daño y ahora no tengo ningún derecho de acercarme a ella. No puedo y, sobre todo, no debo.
- Dime la verdad, ¿el accidente de Susanna Marlowe tiene algo que ver con esta historia?
Terence asintió, pasándose una mano por el cabello todavía húmedo.Luego levantó el rostro yle mostróa su amigo sin avergonzarse sus ojos azules a punto de desbordarse.
- Terence… - murmuró Jean Paul, sinceramente afligido por ver a su amigo en ese estado - ¿Por qué no me cuentas qué sucedió?
Hubo una larga pausa durante la cual Terence estuvo tratando de reorganizar sus pensamientos. El recuerdo de aquel encuentro después de Macbeth le traspasaba el corazón constantemente; lo sentía sangrar.
- La vi en Chicago… Dejémoslo así – fueron las únicas palabras que logró pronunciar.
Capítulo ocho
Nueva York
marzo de 1922
Esa noche toda la alta sociedad neoyorquina estaba presente en lo que se había denominado como el evento del año. Una gran recepción en la que, con la excusa de divertirse, en realidad se cerrarían los negocios más importantes. La dinámica era la siguiente: mientras las damas pasaban tiempo intercambiando confidencias e indirectas, los maridos hablaban de finanzas y economía mundial más que si hubieran estado en Wall Street.
Al evento también se había invitado a las personas más destacadas del mundo del espectáculo: músicos, bailarines, actores. Extrañamente, Terence Graham también había aceptadola invitación y, para sorpresa de la joven, le había pedido a Isabel Adams que lo acompañara.
Su llegada al Hotel Waldorf-Astoria causó furor entre los fotógrafos y periodistas que, aglomerados frente a la entrada, esperaban con ansias la aparición de las celebridades.
La modelo estadounidense estaba encantada de mostrarse en todo su esplendor del brazo de la estrella de Broadway. De hecho, el actor era uno de los invitados más esperados debido al escándalo que había ocasionado dos meses antes en Chicago.Además, se había corrido la voz de una posible relación con una mujer cuya identidad aún no se conocía. Por lo tanto, cuando se bajaron del Rolls Royce en el que habían llegado al Astoria, fueron literalmente atacados por flashes. Isabel se sorprendió al constatar que Terence no tenía prisa por huir de la curiosidad de los periodistas; por el contrario, parecía querer asegurarse de que al día siguiente todos los principales periódicos publicaran una hermosa foto de Graham con la magnífica Isabel Adams en laprimera plana. Hasta se detuvo para firmar algunos autógrafos antes de entrar a la recepción.
Se sirvió una fastuosa cena a más de quinientos invitados repartidos en varias mesas ricamente decoradas con arreglos florales de todo tipo. En la mesa de los artistas, donde Terence se había sentado con Isabel, también estaban presentes Karen Kleiss y Jean Paul, a quien el inglés le había conseguido una invitación.
Isabel y Karen no tuvieron demasiados problemas para entrar en confianza de inmediato, y durante toda la cena continuaron hablando de ropa, peinados a la moda y joyas, mientras que tanto Terence como Jean Paul no veían la hora de que terminara ese martirio.
- Terence, la próxima vez que te pida que me consigas una invitación para una fiesta de este tipo, ¡no te esfuerces mucho en lograrlo! – exclamó Jean Paul mientras seguía mirando a su alrededor en busca de algo divertido.
- Jean, me sorprende de ti, siempre tan lleno de ideas... ¿Cómo es posible que tú no encuentres la manera de amenizar la velada? – le preguntó Terence, burlándose un poco de él.
- Tengo una idea, pero no sé si... - se acercó al oído del inglés para preguntarle en voz baja si podía invitar a Karen a bailar, ya que la orquesta recién había empezado a tocar - No corro el riesgo de recibir un puñetazo de algún novio celoso presente en el salón, ¿verdad?
- No te preocupes por eso, Jean… ¡Además, yo estoy aquí para defenderte! – exclamó Terence divertido.
Al ver a Karen y Jean Paul dirigirse hacia el centro del salón, donde algunas parejas habían abierto el baile, Isabel no perdió el tiempo y le pidió a Terence que la sacara a bailar, pero cuando se levantaban de la mesa, una figura familiar captó la mirada del guapo actor.
Unas mesas más adelante, a la izquierda, había un hombre de pie. Como estaba de espaldas, Terence no podía ver su rostro, pero estaba casi seguro de quién era.
- Disculpa un momento, Isabel.Tengo que saludar a alguien – le dijo sin mirarla y se fue a paso veloz hacia el hombre que estaba de espaldas. La modelo se sentó de nuevo porque no le dio tiempo de reaccionar yseguirlo.
Conforme se acercaba, Terence se convencía cada vez más de estar en lo cierto respecto a la identidad del hombre, y una leve sonrisa iluminó su rostro hasta que se encontró justo detrás de él.
- Si tengo que pelear esta noche, ¿todavía podré contar contigo?
El hombre que estaba hablando con una mujer sentada a la mesa se calló de golpe, pues reconoció de inmediato la voz que acababa de escuchar. Se dio la vuelta incrédulo.
- Terence, no lo puedo creer... ¿En verdad eres tú?
- En verdad soy yo, Albert. ¡Qué placer verte!
Y sin hacer demasiado caso a las buenas costumbres que exigían un elegante apretón de manos entre dos caballeros, dado que ya no eran unos jovencitos, se abrazaron sonriendo divertidos.
- ¡Ha pasado mucho tiempo!
- Y definitivamente has cambiado, Albert. ¡Jamás habría pensado que fuera posible encontrarte en una recepción como esta!
- ¡Pues yo podría decir lo mismo de ti, querido!
Los dos volvieron a estallar en carcajadas como cuando se reunían en el zoológico de Londres, lo que llamó la atención de los presentes, que se preguntaban qué podrían tener en común el patriarca de la familia de banqueros más famosa de Chicago y el primer actor de la Compañía Stratford.
- ¿No me presentarás a tu amigo? – preguntó amablemente una voz femenina.
- No finjas que no lo conoces.¡Sé que eres una gran admiradora suya! – exclamó Albert poniendo los ojos en blanco, y luego continuó volviéndose hacia Terence – Tengo el placer de presentarte a mi novia, Jasmine Rodríguez.
Terence se volteó hacia la joveny le mostró su increíble sonrisa.
– ¡El placer es mío, Jasmine! – le dijo antes de besar la mano que le había tendido.
- ¡Así que todavía quedan caballeros! – exclamó divertida pero también halagada por el gesto del actor.
Era una lindísima chica de cabello negro y ojos igualmente oscuros, profundos e inteligentes. Le sonrió de una manera que aTerencele pareció extremadamente sincera, al igual que el tono de su voz, y pensó que era la mujer adecuada para Albert.
Hubo un momento de silencio en el que Terence barrió con la mirada la mesa detrás de Albert, quien notó el gesto, en particular la sombra de decepción que apareció en el rostro de su amigo. No, ella no estaba ahí.
- ¿Por qué no te sientas con nosotros?
- Gracias, Albert, pero estoy con unos amigos y...
- ¡No puede irse sin antes concedermepor lo menos un baile!Le aseguro que mi novio no es celoso.
Terence se quedó muy sorprendido por la petición de la señorita Rodríguez, pero al ver que Albert sonreía divertido, accedió de buen grado a cumplir su deseo.
- Creo que soy la chica más envidiada de Estados Unidos en este momento... ¡Después de su novia, claro está!
- ¿Mi novia? No tengo novia.
- ¿Ah, no? Habría jurado que esa espléndida joven con la que llegó no era sólo una amiga.
Terence sonrió ligeramente.
- ¿Se refiere a Isabel...a Isabel Adams? Es una chica espléndida sin duda, pero no es mi novia.
- A juzgar por la forma en que nos mira, ¡creo que le gustaría serlo!
Terence volvió a sonreír.
- Me alegra hacerlo sonreír, sobre todo porque no creo que lo haga a menudo, ¿o me equivoco?
- ¿Por qué piensa eso?
- Sus ojos no sonríen - respondió Jasmine mirándolo fijamente -. ¿Podemos tutearnos, Terence?
- Por supuesto.
- ¿Hace cuánto que conoces a Albert?
- Desde hace muchos años. Yo era un adolescente revoltoso cuando iba al colegio en Londres, y Albert me sacó de apuros más de una vez – confesó Terence.
- ¿Estudiaste en Londres?
- Sí. ¿Tú también estuviste prisionera en el infame Real Colegio San Pablo?
- Oh, no, yo no… La hija adoptiva de Albert estudió allí, y creo que tiene más o menos tu edad. ¿La conoces?
- Sí, la conozco – respondió Terence después de un instante de vacilación que no pasó inadvertido por la bella Jasmine.
En ese momento terminó la música y los dos regresaron juntos a la mesa con Albert.
- ¿Sabías que Terence baila mucho mejor que tú?
- ¡Podría haberlo jurado! – bromeó el rubio.
- Ahora realmente tengo que despedirme...
- ¿Por qué no vienes a cenar con nosotros mañana por la noche? Si no tienes otros compromisos, nos daría mucho gusto. ¿No es así,Albert? – propuso Jasmine, quien parecía no tener la menor intención de dejar ir al joven actor.
- ¡Me parece una gran idea! – confirmó el novio.
Terence no tenía otros compromisos y, aun si los hubiera tenido... aceptó con gusto la invitación.
- ¿Pero dónde te habías metido? – le preguntó Jean Paul al verlo regresar a su mesa después de más de una hora.
- Discúlpenme, me encontré a un viejo amigo al que hacía muchos años que no veía y perdí la noción del tiempo. ¿Quieres bailar, Isabel?
La modelo aceptó a pesar de que estaba realmente enojada con él, y no tardó en señalárselo.
- ¿Te encontraste a un amigo o a una amiga? – le preguntó con molestia, algo que Terence no soportaba,por lo que le lanzó una mirada asesina y siguió bailando sin responder.
Pero Isabel no dejaba que nadie la intimidara, ni siquiera él.
- ¡Te hice una pregunta!
- Como es una pregunta estúpida, no merece respuesta.
- ¿Qué?
- Escucha, esta fiesta ha resultado un verdadero fastidio.Por favor, no lo seas tú también.
Al otro lado del salón, dos ojos oscuros y profundos estaban concentrados en observar a la pareja que bailaba, o mejor dicho, discutía.
- ¡Tu amigo es un tipo realmente interesante!
- Si no confiara ciegamente en Terence, podría empezar a sentir celos.
- Vamos, no seas tonto… ¿No crees que deberíamos hacer algo?
- ¿Qué podemos hacer? No son dos niños.
- Creo que deberíamos encontrar la manera de hacer que hablen. Es evidente que ninguno de los dos es feliz.
- ¿Por eso lo invitaste a cenar?
- ¡También!
- ¿Y por qué otra razón?
- ¡Para ponerte celoso, por supuesto!
- ¡Quizá sea mejor irnos! – exclamó Terence algo molesto por la actitud de Isabel.
- Yo también lo creo – respondió ella, encaminándose decidida hacia la salida.
- ¿Pero qué les pasó a esos dos? – le preguntó Karen a Jean Paul, quien se encogió de hombros sin saber qué responder.
En cuanto trajeron el coche de Terence, el conductor se dirigió hacia Soho. Al llegara la casa de Isabel, Terence se bajó y le abrió la puerta a la muchacha; luego la acompañó hasta la puerta de su edificio.
- ¿Quieres subir? – le preguntó Isabel, pues, aunque todavía estaba enojada con él, no quería separarse de él en ese momento por ningún motivo.
- No.
- Pensé que pasaríamos la noche juntos, pero, en lugar de eso, desapareciste.
- Ya sabes cómo son estas fiestas, siempre hay mucha gente... Te compensaré, ¿vale? – le dijo con esa voz persuasiva a la que ella no podía resistirse.
- Hazlo ahora... quédate conmigo... - le susurró al oído, deslizando la mano bajo su chaqueta y acercando peligrosamente los labios a su cuello.
- Isabel, por favor… es muy tarde. Te veré mañana. Ese amigo mío me invitó a cenar a su casa. ¿Te gustaría acompañarme?
- Sólo si tu oferta incluye también el resto de la noche – respondió Isabel sin dejar de besarlo en la cara, alrededor de los labios.
- Ya veremos... - murmuró Terence antes de avasallarla con un beso contundente - ¡Buenas noches!
Isabel, suspirando, lo vio bajar lentamente las escaleras y desaparecer dentro del Rolls. Aún embriagada por el sabor que él le había dejado en la boca, consciente de estar totalmente en su poder, se preguntó si algún día sería capaz de conquistarlo por completo. De hecho, estaba segura de que el corazón de Terence todavía era un mundo desconocido para ella y no sabía si algún día tendría acceso a él. ¿Pero qué le impedía abrirse y dejarse llevar? Le gustaba a Terence, no tenía dudas de ello, ya se lo había demostrado más de una vez aunque sólo en una ocasión se había permitido ir más allá. Sí, tal vez había bebido demasiado esa noche, Isabel lo sabía y… había sido ella misma quien lo había tentado y había aprovechado el momento. Desde entonces, no había vuelto a suceder a pesar de que ella lo había intentado por todos los medios, como esa noche. Lo había invitado varias veces a subir a su apartamento. Él había aceptado, pero no había vuelto a tomar una gota de alcohol. Le había explicado que en el pasado había sido adicto al alcohol durante un periodo y que no podía darse el lujo de recaer.
De regreso en su apartamento, Terence no pudo evitar pensar en lo que Jasmine le había dicho:
“Sus ojos no sonríen”.
Tenía la impresión de que esa chica sabía mucho sobre él y tal vez también sobre ella. Seguramente la conocía, siendo la novia de Albert, debía haberla conocido, quién sabe si hasta habían hablado de Londres. Eso lo había empujado a aceptar la invitación a cenar, aunque ahora la idea lo asustaba. Le había dado mucho gusto ver a Albert de nuevo, se había dado cuenta en ese momento de cuánta falta le había hecho ese entrañable amigo. Cuando Susannahabía muerto, Albert le había enviado un telegrama, unas cuantas palabras que habían tenido el mismo efecto tranquilizador que un hombro sobre el que llorar: "Estoy contigo, amigo mío". Ella, en cambio… nada.
Lo estoy intentando,
lo juro, lo estoy intentando... pero todos los días fracaso miserablemente. No
puedo evitar pensar en ti cuando estoy solo. ¡Eres una presencia constante
todavía, aun después de lo que vi con mis propios ojos en Chicago! Quisiera
odiarte, pero sigo buscándote en mis recuerdos más bellos; los únicos que tengo
son los que compartí contigo. Es una tortura diaria la que me impongo, pero
sigo buscándote desesperadamente en mis recuerdos porque ahora son lo único que
me une a ti, y yo no puedo, no puedo dejarte ir... No debí haberlo hecho esa
noche, no debía haberlo hecho nunca... ¡Sólo estaba tratando de protegerte!
Mañana volveré a ver
a Albert. ¿Tendré el valor de preguntarle por ti? Quién sabe qué piensa él de
todo lo que nos pasó... Pensará que fui un cobarde.Él jamás se habría
comportado así, ¡estoy seguro!
¿Qué queda de
nosotros... mi amor? Todo lo que vivimos juntos... ¿dónde está? El recuerdo es
tan dulce, lo necesito… más… y más… y más. Quiero tus ojos ahora... aquí. ¿Soy
egoísta? Sí, lo soy... ¡pero sin ti no vivo!
Terence se quedó dormido por enésima vez agotado por el recuerdo de ella.
Sin embargo, cada mañana se convencía de que debía pasar la página. Salir con Isabel era la mejor de las ilusiones que se podía hacer; era tan hermosa y apasionada. Al día siguiente, sus fotos juntos saldrían en todos los periódicos. ¿Era eso lo que quería?
*****
- Encantada de verte de nuevo, Terence.
- Buenas noches, Jasmine, y gracias otra vez por la invitación. Te presento a Isabel, Isabel Adams.
- Bienvenida.
- Y este es mi amigo Albert.
- Creo que le debo una disculpa, señorita Adams, por lo de anoche.Acaparé a Terence, pero en mi defensa puedo decir que hace mucho que no nos veíamos.
- No se preocupe, no se puede esperar exclusividad con Terence, lo sé bien.
Durante la cena se habló principalmente de teatro, un tema que parecía fascinar enormemente a Jasmine, quien llenó de preguntas a Terence sobre los personajes que había interpretado y cómo se preparaba para afrontar textos desafiantes como los de Shakespeare. Terence satisfizo su curiosidad de muy buena gana: hablar de su trabajo era lo que lo hacía sentirse más a gusto. En realidad, ese era precisamente el objetivo de la señorita Rodríguez: quería entrar en confianza con él porque tenía algo muy importante que decirle.
Pero Terence también quería saber cosas sobre ella, a qué se dedicaba y, sobre todo, cómo había conocido a Albert.
Jasmine le contó que trabajaba para una organización de beneficiencia internacional que operaba principalmente en América del Sur, y que había sido precisamente por eso que había conocido a Albert. Él viajaba a menudo a Brasil para estar al pendiente de sus inversiones y se habían conocido durante una recepción. Al principio, su relación había sido exclusivamente laboral, porque Albert le había propuesto financiar algunas actividades benéficas, pero al cabo de un tiempo las cosas habían cambiado.
- Entonces, estar al mando de un imperio financiero también tiene sus ventajas, ¿no es así, señor Ardlay? – bromeó Terence, burlándose de su amigo – ¡Y pensar que cuando nos conocimos parecías un vagabundo sin patria! – continuó riendo.
- Yo no sería tan insolente si fuera tú.¡Podría contar lo que hacías cuando nos conocimos! – comentó Albert con aire amenazador.
- ¿Por qué? ¿Qué hacía Terence? – preguntó Isabel con mucha curiosidad por saber algo del pasado de aquel chico cuyo presente apenas conocía.
- Oh, bueno, en realidad no hacía gran cosa. ¡Estaba encerrado en un internado en Londres!
- ¿Tú encerrado en un internado? ¡No te imagino en un lugar así! – comentó Isabel divertida.
- De hecho, no pasaba mucho tiempo ahí dentro... Fue durante una de mis escapadas nocturnas que conocí a Albert.
- ¿Y hace cuánto tiempo que no se veían? – intervino de pronto Jasmine, mirando a Terence a los ojos.
Terence desvió la mirada y luego respondió que hacía más o menos seis años. De hecho, su último encuentro se remontaba a la época en la que había dejado la compañía de teatro y se había hundido en el abismo del alcohol: había sido en Rockstown, pero eso nunca se lo revelaría a nadie.
- ¿Y por qué no se habían vuelto a ver? Se habían hecho muy buenos amigos, ¿no? – continuó Jazmín.
- Albert se fue a África y yo después de un tiempo me vine a Estados Unidos, y así...
- ¿Te mudaste a Estados Unidos para convertirte en actor?
- Sí, Jasmine… para convertirme en actor.
- ¡Se puede decir que la hiciste en grande, amigo mío!
Después de cenar se trasladaron a una pequeña sala para escuchar algo de música. Terence de repente se sintió extrañamente nervioso, como si algo fuera a pasar en cualquier momento. Encendió un cigarrillo.
- ¿No lo habías dejado? – le señaló Albert, y él lo miró asintiendo y apretando los labios.
- Voy a la terraza, no quiero que el humo moleste a las damas.
- Te hago compañía.
Hacía bastante frío, pero la terraza estaba protegida por un ventanal exterior que la hacía acogedora incluso en pleno invierno. Fue así que los dos amigos se encontraron solos.
Las noches en Nueva York nunca eran demasiado silenciosas y, aunque Villa Ardlay estaba situada en una zona que estaba más bien en la periferia, los sonidos de la ciudad se oían claramente. Se escuchaban en particular las sirenas de los barcos que entraban y salían del puerto, con su largo lamento que se perdía en el océano.
Terence dejó escapar un profundo suspiro luego de inhalar el humo de su cigarrillo, tratando de expulsar el peso que sentía en el pecho y que con frecuencia lo oprimía como hacía justo en ese momento. Habría querido gritar como esos barcos que salían del puerto. En vez de eso, intentó decir algo para evitar que Albert se diera cuenta de cómo se sentía.
- Te felicito. Jasmine es una chica encantadora, además de muy inteligente, por lo que he visto, y… muy afortunada.
- ¡Gracias, Terence!También yo lo soy por haberla conocido.
Silencio de nuevo.
Los dos jóvenes estaban sentados muy juntos en un pequeño sofá de jardín y mientras Terence hacía girar su cigarrillo entre los dedos, Albert lo observaba de reojo. Quería hacerle una pregunta, pero al mismo tiempo no quería hacerle pasar un mal rato reabriendo heridas dolorosas que tal vez ya habían cicatrizado. Le había parecido que estaba tranquilo, y el hecho de que hubiera ido a la cena con Isabel le hacía creer que tal vez había superado la muerte de Susanna y todo lo que la había precedido. Sin embargo, no estaba seguro de ello, y lo que le había dicho Jasmine, que Terence no era feliz, le parecía muy probable ahora que estaba sentado a su lado. Habían pasado muchos años desde que se habían conocidocuando Terence era sólo un jovencito, pero Albert recordaba bien lo lleno de vida que estaba en esa época a pesar de toda su historia. Ahora, en cambio,podía ver que una profunda melancolía se asomabapor instantes a través de su aparente serenidad, y eso no le agradaba en absoluto, por lo que intentó hacerlo hablar.
- ¿Y tú cómo estás, Terence?
El joven apagó el cigarrillo que ya se había terminado y luego volteó hacia su amigo, pasándose una mano por la nuca.
- Bien, ¿no se ve? – dijo irónicamente.
- ¿Qué pasó en Chicago?
- ¿Por qué me lo preguntas? Debes saberlo. Los periódicos hablaron bastante del asunto si no me equivoco.
- No confío mucho en lo que dicen los periódicos.Preferiría escuchar tu versión si no te molesta.
- ¡En Chicago armé un lío, un desastre de los que acostumbro, uno de tantos! – exclamó Terence, dejándose caer sobre el respaldo, con la mirada perdida en la oscuridad.
- Fui a buscarte al día siguiente a tu hotel, pero ya te habías ido.
Terence sintió que se le helaba la sangre.Habría querido preguntarle si ella también había ido, pero tuvo miedo de que le dijera que no, y para ocultar su turbación se puso su habitual máscara de arrogancia.
- ¿Y qué fuiste a hacer? ¿A consolarme tal vez? – preguntó en tono despectivo.
- No te pongas así, por favor... - Albert hizo una pausa, pues sabía que continuar era muy arriesgado, no quería lastimarlo, pero tampoco podía fingir con él, lo quería demasiado - Acompañé a alguien.
Terence se levantó de golpe, como para esquivar un disparo. Demasiado tarde.
- ¿Por qué me dices esto, Albert? – preguntó, intentando una vez más ocultar lo que le destrozaba el alma.
- ¡Porque es justo que lo sepas! Ella quería hablar contigo...
- ¡Quería hablar conmigo! ¿Y de qué? – casi gritó Terence.
- Eso no puedo decírtelo yo.
- ¡Tal vez quería contarme lo bien que le va con su novio!
- ¿Qué novio?
- ¡Su amigo médico, ese con el que tuvo a bien ir a saludarme al teatro!
- No es lo que crees, Terence...
- Escúchame, Albert, puedo entender que ella ya no quiera tener nada que ver conmigo y que me haya olvidado, después de lo que le hice no la culpo, pero ¿por qué humillarme de ese modo?
- Terence, ¿pero qué estás diciendo? ¡Candy no te ha olvidado! Esa noche a Paul se le ocurrió sorprenderla. Él no sabía nada de ustedes y ella se encontró en esa situación sin quererlo, créeme. Cuando se enteró de lo que habías hecho en el hotel, se alteró mucho y quiso ir a explicarte.Estaba segura de que había sido culpa suya.
- ¿Qué me tenía que explicar? Todo me pareció demasiado claro. ¡La presentó como su novia!
- No es cierto, Terence, no están juntos… Trabajan juntos y es probable que él se haya enamorado de ella, pero solamente han salido un par de veces.
Terence volvió a sentarse. ¿Había entendidobien? ¿No eran novios?
- Creo que Candy te ha esperado todos estos años sin darse cuenta. Nunca dejó de amarte y cuando Susanna... Esperaba aunque fuera sólo poder volver a verte, esperaba que la contactaras de alguna manera.
- ¿Ella te dijo eso?
- Sí.
- ¿Con qué carahabría podido acercarme... después de todo el daño que le hice? Nunca podrá perdonarme y yo tampoco. La perdí para siempre.
- ¡Te equivocas, no es así! Todo lo que vivieron juntos sigue ahí, ¡estoy seguro!
Terence miró a su amigo directamente a los ojos en busca de un apoyo para no hundirse ante el recuerdo de su amor.
- ¿Todo bien aquí afuera? ¿No se están congelando?
- Ya vamos, Jasmine – respondió Albert, pero Terence ya se había levantado con la intención de interrumpir la conversación.
- Es mejor que entremos, Albert.
- ¡Prométeme que pensarás en lo que te dije!
Pero Terence norespondió y entró a la casa con la mirada baja.
Un lánguido vals sonaba en la habitación. En cuanto Isabel lo vio, fue a su encuentro, lo abrazó y lo invitó a bailar. Albert y su novia hicieron lo mismo.
- Terence tiene una cara… ¿Qué le dijiste Albert?
- Lo que tenía que saber, mas no sé si eso será suficiente. Piensa que Candy lo ha olvidado y,además, siente que no tiene derecho a buscarla de nuevo. Esa es la situación en pocas palabras. Si tan sólo Candy estuviera aquí y pudieran hablar.
- Podrías convencerla de que le escriba.
- No lo hará... pero, pensándolo bien, es como si ya lo hubiera hecho. Se me ocurre una idea, una gran idea – exclamó Albert sonriendo para símientras Jasmine lo miraba sin entender de qué hablaba.
Antes de dar por terminada la velada, las dos damas intercambiaron caballeros y, pese a que Albert bromeaba diciéndole a Graham que mantuviera las manos quietas, las sospechas de Isabel se acrecentaban, dado quehabía notadoenseguida que Terence había vuelto con el rostro descompuesto trasla larga conversación en la terraza.
- ¿Funcionó? – le preguntó Jasmine en cuanto comenzó a bailar con él.
- ¿Qué?
- La máscara que te pusiste cuando volvieron de la terraza.
- Tengo la impresión de que sabes muchas cosas de mí, ¿me equivoco?
- No de ti, pero sí de ti y Candy. Me contó muchas cosas sobre ustedes dos y su historia.Lo necesitaba después de su encuentro en Chicago.
- Ahora entiendo. Albert y tú no están aquí por casualidad. ¿Acaso los envió ella? – le preguntó Terence algo molesto.
- Si fuera tú, dejaría mi orgullo a un lado y trataría de entender realmente cómo están las cosas, en lugar de perder más tiempo – le dijo Jasmine con una voz tan firme que lo dejó sin palabras.
Desde el momento en que salieron de Villa Ardlay hasta que llegaron a casa de Isabel, no habían dicho una sola palabra. Terence había conducido en silencio mientras la muchacha observaba seria las luces de la ciudad que desfilaban ante sus ojos. Una vez quese bajaron del auto, subieron al primer piso y entraron al apartamento. Ella se quitó el abrigo y los zapatos de tacón altísimo mientras él encendía el enésimo cigarrillo de la noche tras haberse acomodado en el sofá. Después de cambiarse, Isabel volvió a la sala en bata, se sentó en su regazo y empezó a aflojarle la corbata. Fue cuando ella comenzó a desabotonarle la camisa que él le dijo que se detuviera.
- Anoche dijiste que me compensarías por haberme dejado sola en la recepción, ¿lo has olvidado? – le preguntó, saboreando vorazmente su cuello.
- Espera, sé lo que dije ayer, pero… esta noche es distinto… ¡Detente! – le dijo Terence, alejándola.
Ella le quitó el cigarrillo de los dedos,le tomó las manos y las colocóalrededor de sus caderas, luego de haberse desatado la bata.
- ¿Por qué no dejas de hacerte el difícil y te dejas llevar? - continuó la modelo, colocándose a horcajadas sobre él y apuntando directamente a su boca.
- Detente, Isabel, tengo que hablar contigo… por favor…
- Después…
- ¡No, ahora! – exclamó Terence tratando de recuperar el control y mantener las hormonas a raya.
Isabel se separó de mala gana de sus labios y lo miró fastidiada, pero al ver su rostro comprendió que no estaba bromeando.
- ¿Qué pasa? – le preguntó preocupada.
- Es que esto no está funcionando, perdóname.
- ¿Qué quieres decir?
- Es mejor que no vayamos más allá.
- ¿Por qué?
- No finjas que no lo sabes.Siempre lo has sabido.
Isabel rápidamente se levantó del sofá y se vistió. Fue al bar y se sirvió un poco de whisky.
- ¿Y tú, en cambio, lo entendiste esta noche? Quizá tu querido amigo Albert te iluminó. ¿De qué hablaron en la terraza, o tal vez debería mejor preguntarte de quién?
Isabel se volteó y lo miró fijamente. Estaba intentando odiarlo con todas sus fuerzas, pero sabía que él tenía razón. Había sido claro con ella desde el principio.
- Me lo advertiste... que sólo me harías daño. Lo lograste. Te odio.
- ¿Me odias porque fui honesto? ¿Preferirías que me fuera a la cama contigo y fingiera que todo está bien?
- ¿No es eso lo que hacen todos los hombres... fingir? – le preguntó Isabel conteniendo las lágrimas, pues ella no era de las que lloraban delante de un hombre, y mucho menos quería hacerlo delante de él.
- ¡Yo no soy como todos!
- Lo sé... es por eso que yo...
Terence se le acercó.
- ¡Vete!
- Lo siento.
- ¡Dije que te fueras!
*****
Habían pasado dos días desde que había estado con Albert y había decidido terminar las cosas con Isabel. Esa mañana, Terence se había despertado más tarde de lo habitual y con la sensación de que no había dormido nada. Estaba cansado, sentía la cabeza pesada y era probable que tuviera inicios de laringitis. Pensó que debía haberse resfriado. Por la tarde tenía ensayo en el teatro.
- ¡Perfecto!Si me presento con esta voz, ¡Robert me dará un sermón!
Luego de ducharse, se vistió para ir a almorzar a casa de su madre. Estaba a punto de salir cuando escuchó un golpe en la puerta. Abrió.
- ¡Albert! – exclamó asombrado.
- Espero no ser inoportuno.Parece que vas de salida...
- No, está bien. Pasa.
- Sólo te quitaré cinco minutos.Te traje algo.
Los dos amigos se sentaron en dos sillones separados por una mesita. Albert tenía un paquete en las manos que Terence observaba con curiosidad.
- Pero primero me gustaría hacerte una pregunta.
- Dime.
- Intenta olvidar todo lo que ha pasado desde que se separaron; es imposible, lo sé, y ni siquiera sería justo, pero intenta hacerlo al menos por un instante – le pidió Albert con esa particular forma de decir las cosas que siempre resultaba muy convincente.
- Ok, lo intentaré, pero ¿cuál es la pregunta?
- Si ella estuviera aquí ahora, ¿qué harías?
Terence sonrió.
- Para empezar, sonreirías... ¡Buena señal!
- También lo es porque últimamente no lo hago a menudo.
- ¿Y luego?
- Luego… le pediría que se casara conmigo.
Entonces fue el turno de Albert de sonreír.
- ¡Por supuesto que con tu permiso! – exclamó Terence.
- Mmmmm... tengo que pensarlo.
Los dos se echaron a reír y el rubio colocó el paquete sobre la mesa.
- ¿Qué es? ¿Un regalo? Mi cumpleaños ya pasó.
- Más o menos, pero después de usarlo tendrás que devolvérmelo.
- ¿Y qué tipo de regalo es entonces?
- Un regalo especial que podría costarme muy caro si no surte el efecto deseado – respondió Albert, que había vuelto a ponerse serio, empujando el paquete hacia su amigo.
Terence puso una mano sobre él y sintió un extraño calor.
- Es algo que le pertenece a Candy. Se lo envió al "tío William" cuando dejó la escuela para regresar a Estados Unidos con el fin de explicarle los motivos de su actuar. ¡Tú sabes por qué abandonó el Colegio San Pablo!
- Sí, lo sé.
- Ábrelo.
Terence quitó con cuidado el papel que lo envolvía y sacó lo que parecía... un diario. La cubierta era de cuero marrón oscuro y tenía una inscripción en letras doradas un tanto descoloridas. Miró perplejo a su amigo esperando una explicación lógica.
- Se trata del diario que Candy escribió cuando estudiaba en Londres. Creo que deberías leerlo porque habla mucho de ti.
- No sé si tenga derecho a hacerlo, Albert – respondió Terence, observando la portada como si quisiera atravesarla, ya que en realidad tenía una inmensa curiosidad de saber qué había escrito sobre él en ese periodo.
- ¡Te repito que debes leerlo!
- Aun si lo hiciera, ¿qué cambiaría eso? Ha pasado demasiado tiempo, Albert.Esos dos chicos ya no existen...
- ¿Estás seguro, Terence? Entonces, ¿por qué me pediste su mano hace un momento? – le preguntó Albert sonriendo.
- ¡Si se entera, podría matarnos a los dos! – exclamó Terence con una sonrisa que denotaba preocupación.
- Lo sé muy bien, por eso estás obligado a hacer buen uso de él. ¡Hazlo por mí, por mi incolumidad!
Cuando los dos amigos se despidieron, Albert le dijo que lo esperaría en Chicago.
Terence colocó con mucho cuidado el diario de Candy en el cajón de la mesita de noche al lado de su cama. No se atrevía a abrirlo todavía y el solo hecho de sostenerlo entre sus manos hacía que el corazón le temblara. La idea de que Candy hubiera dedicado tiempo a hablar sobre él, a escribir sobre él, lo llenaba de alegría, pero era esa misma alegría lo que lo asustaba porque temía que fuera sólo una ilusión.
Fue a almorzar a casa de su madre y luego al teatro a ensayar. Durante toda la tarde una profunda inquietud se instaló en sus pensamientos. Era como si aquel objeto lo estuviera llamando.
- Terence, ¿se puede saber qué tienes hoy? ¡Tu voz es un desastre y tu mente está peor! – le reprochó Robert.
- Lo siento, pero no me encuentromuy bien.
- Hagamos esto: vete a casa y haz que descansen tus cuerdas vocales. Si estás mejor para entonces, te veo mañana. De lo contrario, haré que te reemplacen el sábado.
- ¡Estaré bien mañana!
Regresó a casa. Era un día muy frío y el apartamento estaba helado. Encendió el fuego en la chimenea. Llamó a Jean Paul para avisarle que no saldría esa noche. Se recostó en el sofá con una manta; sentíaligeros escalofríos recorriéndole la espalda. Pensó que debía tener un poco de fiebre. De pronto, se volvió hacia la puerta del dormitorio detrás de él. Estaba entreabierta, y por la rendija podía ver parte de la cama y la mesita de noche. Le pareció verla, como si estuviera ahíllamándolo.
Nueva York
9 de marzo de 1922
¡Estoy en Escocia!
Descubrí que la villa de T.G. también está cerca de aquí. Se lo oí decir a Eliza por casualidad.
Las vacaciones de verano han llegado a su fin. Se me pasaron volando tan rápido...
Cada día que pasaba era como vivir un sueño maravilloso. Todavía estoy inmersa en los recuerdos. La brisa y la luz única de Escocia… Nadie sabe cuántas imágenes se acumulan en mi mente cuando cierro los ojos…
Dondequiera que esté, siempre rezaré por tu felicidad.
Terence
Chicago
10 de marzo de 1922
Nueva York
10 de marzo de 1922
Chicago
24 de marzo de 1922
Terence Gr. Gr.
10 West 45th Street, Broadway
Nueva York, Nueva York
17 de marzo de 1922
Querida Candy:
¿Cómo estás?
Ha pasado ya un año desde entonces. Me hice la promesa de escribirte en cuanto pasase ese largo periodo, pero después, preso de las dudas, dejé pasar otros seis meses.
Sin embargo, ahora ya he reunido el suficiente valor para escribirte esta carta.
Para mí nada ha cambiado.
No sé si llegarás a leer estas palabras algún día, pero quería que al menos lo supieras.
T.G.
Chicago
25 de marzo de 1922
domingo 26 de marzo de 1922
______________
[1]Shakespeare, Guillermo. Macbeth, acto V, escena V.
Capítulo
once
Nueva York
27 de marzo de 1922
El aire fresco de la mañana la hizo sentirse llena de optimismo mientras caminaba rápidamente por la acera, esquivando el gentío que ya bullía en las calles de la ciudad. Tan pronto como salió del hotel, había decidido continuar a pie hasta el hospital.Le gustaba caminar porque le ayudaba a despejarse y en ese momento realmente lo necesitaba. De hecho, la cabeza de Candy estaba invadida por una multitud de pensamientos, aun si todos giraban en torno a un solo nombre: Terence. ¿Era verdad que estaba caminando hacia él? ¿Cómo habría pasado la noche? ¿Y si ya se había despertado? No, no era posible, el médico había hablado de unos días de sedación, ¡pero tarde o temprano podría hablar con él! Esos pensamientos la agitaban, pero al mismo tiempo una extraña euforia se apoderaba de ella de vez en cuando y la hacía sentir que caminaba en las nubes.
En pocos minutos llegó al Hospital San Jacobo y subió al primer piso, donde se encontraba el cuarto de Terence. Era muy temprano y aún no se permitían las visitas a los pacientes, por lo que Candy pensó en buscar al Dr. Brown para tener noticias. Por suerte, Michael estaba caminando justo en ese momento por el pasillo donde estaba Candy.
- ¡Buenos días, Candy! ¡Madrugadora como siempre, ya veo! – exclamó el joven médico.
- Buenos días, Michael.Te estaba buscando... Quería saber cómo se encuentra el paciente de la habitación 27.
- ¿Te refieres a tu amigo? – le preguntó Michael subrayando con picardía la palabra “amigo” – Sígueme y lo sabrás.Estoy por comenzar mi turno y precisamente tengo que mirar su historial clínico.
Entraron a una habitación adyacente a la de Terence y, después de examinar cuidadosamente los parámetros registrados durante la noche, el doctor Brown le informó a Candy que todo parecía ir bien y que tal vez podrían intentar despertarlo poco a poco. La sonrisa que surgió en el rostro de la chica fue más elocuente que mil palabras.
- ¿Quieres verlo? – le preguntó Michael devolviéndole la sonrisa.
- Sí... pero no creo que sea hora de visitas todavía...
Sin responder, Michael se acercó a una cortina que ocultaba una especie de ventana: cuando la abrió, el cuarto de Terence apareció al otro lado del cristal.
- Como bien sabes, es un paciente bastante especial, y desde aquí podemos tener siempre todo bajo control por si llegan visitas inoportunascomo, por ejemplo, alguna admiradora intrusiva – comentó el joven médico ante la cara estupefacta de su amiga.
Candy dio unos pasos para acercarse al vidrio y la emoción de verlo de nuevo la golpeó de lleno en el pecho, dejándola sin aliento.
- Michael, ¡el Dr. Taylor quiere hablar contigo de inmediato! – intervino decididamente una enfermera que se asomó por la puerta.
Michael le indicó a Candy que lo esperara allí y salió.
- Terry, ¿escuchaste? El Dr. Brown dijo que todo está bien y que podrás despertarte pronto... ¡No puedo esperar! Estoy segura de que estarás bien y de que pronto volverás a casa y al teatro... ¡Todo esto será sólo un mal recuerdo!
Candy no podía quitarle los ojos de encima;se sentía tan impaciente por estar a su lado.
- ¿Pero a qué hora empieza el horario de visitas? En verdad espero poder quedarme contigo un poco más de tiempo hoy... ¡Si fuera por mí, nunca te dejaría!
De pronto, una mujer entró en la habitación de Terence. Candy no la reconoció enseguida, ni siquiera cuando se quitó el sombrero y la bufanda que le envolvía parcialmente la cara.
- ¿Pero quién es ella? ¡No es la señorita Baker! – exclamó Candy perpleja.
La mujer se acercó a Terence y se sentó en la misma silla en la que Candy se había sentado la noche anterior. A continuación, tomó la mano del joven con un gesto que a Candy le pareció muy apasionado, tras lo cual la vio pronunciar algunas frases sin poder escuchar lo que decía, mientras sus hermosos ojos oscuros resplandecían llenos de lágrimas.
Candy quiso cerrar la cortina y no ver nada más, pero no le dio tiempo, y lo que ocurrió un instante después arrasó con ella como un río embravecido: la mujer acercó su rostro al de Terence hasta que sus labios rozaron los del chico con un tierno beso.
Candy, devastada, salió corriendo de la habitación con las mejillas ardiendo y el corazón acelerado.
- No puede ser... no es posible... me equivoqué... - murmuraba para sí intentando en vano calmarse.
- Buenos días, Candy. ¿Estás bien? – la saludó la señorita Baker, que acababa de llegar, al notar la turbación de la muchacha.
Candy tuvo que renunciar a las ganas de salir corriendo y trató de responder con la mayor calma de la que era capaz en ese momento.
- Sí... Acabo de hablar con el doctor Brown y me dijo que Terence podrá despertarse pronto.
- Pero esa es una noticia maravillosa, ¡es un gran alivio! – exclamó Eleanor estrechando a Candy en un cálido abrazo.
Mientras tanto, la chica que acababa de salir de la habitación de Terence se detuvo para saludar a la actriz. Candy notó que las dos mujeres parecían conocerse, aun si se miraban con frialdad. En cierto momento, Eleanor le indicó a Candy que se acercara.
- Te presento a una querida amiga de mi hijo, Candice Ardlay.
- Encantada de conocerla... Yo también soy una querida amiga de Terence.Mi nombre es Isabel Adams.
Se dieron la mano y se miraron directo a los ojos a pesar de que la señorita Adams era más alta que Candy; la modelo la escrutó de arriba abajo.
- Ahora realmente tengo que irme.Nos vemos pronto – se despidió Isabel antes de dirigirse hacia la salida del hospital.
Candy la vio alejarse dejando tras de sí un intenso aroma a orquídeas. Sin duda se trataba de la joven que había aparecido en los periódicos junto a Terence y que había sido descrita como su nueva conquista.
- ¿Entramos? – le preguntó Eleanor a Candy señalando el cuarto de Terence.
Candy asintió, incapaz de negarse aunque se sentía extremadamente vulnerable y al borde de las lágrimas.
La habitación todavía estaba envuelta en la penumbra, ya que el paciente todavía debía permanecer inconsciente un poco más. Eleanor y Candy se acercaron a la cama en silencio y se quedaron así unos minutos más, con la mirada fija en aquel joven que para ambas representaba todo el amor del mundo. Su cara aún pálida y sus ojos cerrados hacían que pareciera un cachorro indefenso.
- Sabes, Candy… cuando nació Terry, me sentí la mujer más feliz del universo.Sentía que tenía en los brazos el tesoro más grande que jamás podría recibir, ¡un regalo inmenso! Por eso, cuando su padre me lo quitó, pensé que me iba a morir. Fue como si me hubiera arrancado el alma, aunque racionalmente también yo creía que era lo mejor para él. Convertirse en un Granchester de pleno derecho le iba a garantizar un futuro mejor que el que yo podría haberle ofrecido. ¡Qué equivocada estaba! Sólo el amor puede hacerte feliz, y Terry no lo tuvo durante toda su infancia... hasta que... - Eleanor hizo una pausa, miró a Candy por un momento y le sonrió antes de continuar - El día que perdí a mi niño me juré a mí misma que nunca volvería a depender del amor de un hombre. ¡Quería ser una mujer independiente y realizada para no tener que volver a soportar las decisiones tomadas por otra persona! Creo que puedes entenderme fácilmente, sé que has encontrado tu camino con determinación, sin la ayuda de nadie, y lamentablemente para una mujer no es fácil. No hay que depender nunca de nadie, Candy... Claro, cuando se trata de un hijo, la cosa cambia. Si Terry es feliz, yo también lo soy.Si él no está bien, yo también sufro. Es inevitable, un hijo es parte de ti y siempre lo será, incluso al convertirse en hombre.
Con la mano, Eleanor acarició varias veces el rostro de su hijo y sus hermosos ojos azules, idénticos a los de Terence, se llenaron de lágrimas que secó enseguida con un pañuelo blanco de batista.
- Te escribió, ¿verdad? – preguntó de repente, volviéndose hacia Candy.
- Sí – respondió al instante la joven como si hubiera estado esperando esa pregunta desde hacía tiempo.
- ¿Y es por eso que estás aquí en Nueva York? ¿Es por Terry?
Candy vaciló. Sólo Dios sabía cuánto le habría gustado confesarle a la madre de Terence que la carta de su hijo la había llenado de alegría y que no había dudado ni por un solo segundo en subirse al primer tren para reunirse con él, pero después de lo que había visto, después del beso de Isabel… se sentía confundida y ya no sabía qué pensar. Recordaba haberlos visto juntos, fotografiados en los periódicos. Jasmine le había dicho que no le diera importancia a esas noticias y le había asegurado que no había nada importante entre ellos. Pero ese beso… ahora… después de que él le había escrito… ¿qué significaba?
Una enfermera entró en la habitación y le dijo a la señorita Baker que el Dr. Taylor estaba disponible para recibirla. La actriz salió y Candy pudo evitar contestar, al menos por el momento. Se quedó sola con Terence. Se sentó a su lado presa de sentimientos encontrados y mil preguntas. Después de su carta, ¿cuál era el sentido de ese beso? ¿Para qué le había escrito si entre él e Isabel…?La modelo no sólo era una mujer bellísima, sino también encantadora. Compartía con Terence la misma pasión por el mundo del espectáculo, probablemente frecuentaban los mismos círculos y tenían amistades en común.Por lo tanto, era natural que se hubiera creado una relación bastante íntima entre ellos y, además... Terence ya se había convertido en un hombre, como había dicho su madre.Ya no era el jovencito rebelde del Colegio San Pablo y, si ya entonces todas las alumnas morían por él, ¿ahora qué mujer podría resistírsele?
Candy lo veía casi avergonzada, confesándose a sí misma que, pese a no haber cambiado mucho, el rostro de Terence se había vuelto más maduro y aún más hermoso de como lo recordaba. Los rasgos estaban más definidos: la frente, la nariz, la barbilla y la boca parecían cinceladas por la mano de un artista. Candy tuvo que apartar la mirada cuando sintió que se le sonrojaban hasta las orejas.
¡Entonces la imagen de Isabel inclinándose sobre él y de ese beso apareció ante sus ojos nuevamente! Se sentía perdida, le parecía que todo lo que había creído y esperado desde que había recibido su carta se había desvanecido de repente. Evidentemente, el sentimiento por él que había guardado en su corazón durante todos esos años y el deseo de volver a verlo le habían hecho leer entre esas escasas líneas algo que en realidad no estaba allí, que ya no estaba allí.
- ¿Qué estoy haciendo aquí? Deja de soñar despierta, Candy.Sólo eres una tonta por seguir creyendo que él...
Salió corriendo del cuarto y regresó al hotel. Poco después, la llamaron de la recepción para pasarle una llamada urgente de Chicago.
- ¿Diga?
- Candy, ¿dónde te habías metido? Leí sobre Terence en el periódico. ¿Qué sucedió? ¿Cómo está?
- Albert, perdóname por no avisarte, pero, créeme, todo pasó de pronto y no encontré el tiempo... Terence tuvo un accidente terrible y lo operaron, pero ya está bien. Aún está sedado, pero probablemente podrá despertar mañana – respondió Candy casi sin respirar.
- ¡Gracias a Dios! Vi la foto de su coche... es impresionante, ¡es un verdadero milagro que haya salido de eso con vida! ¿Y tú cómo estás, pequeña? ¿Necesitas algo? ¿Quieres que te alcance allá?
- Estoy bien, no te preocupes. No es necesario que vengas a Nueva York porque creo que volveré pronto. ¡El trabajo me espera! – exclamó Candy intentando recuperar el habitual tono agudo de su voz.
A Albert le pareció bastante extraño que Candy ya quisiera regresar a Chicago. Sabía que ella había salido corriendo a ver a Terence después de recibir su carta y, a pesar de no saber su contenido, había esperado que las cosas finalmente pudieran arreglarse entre ellos. ¿Por qué tanta prisa ahora? Sin embargo, no se atrevió a preguntarle nada más y prefirió esperara que ella se sincerara con él.
En cuanto colgó el teléfono, Candy sintió un deseo aún más fuerte de volverde inmediato a Chicago, a su hogar. La voz de Albert, tan tranquilizadora como de costumbre, siempre le infundía una profunda calma, y en ese momento hubiera deseado tanto estar en Villa Ardlay con él, con sus queridos Annie y Archie, las únicas personas que, junto con la señorita Pony y la hermana Lane, la hacían sentirse segura.
En todos esos años lejos de Terence había aprendido a seguir adelante mirando hacia el futuro y encerrando en el rincón más recóndito de su corazón ese amor pasado que ya no tenía esperanzas de volver a la vida. Entonces esa carta… ese “para mí nada ha cambiado”había hecho explotar todo como dinamita, su corazón había estallado en mil fragmentos y todos los sentimientos que había mantenido ocultos hasta ese momento habían resurgido con fuerza para reclamar su lugar. El alma de Candy había comenzado a gritar fuerte, cada vez más fuerte, un solo nombre, ¡el único posible!
¡Pero todo esto volvía a dolerle demasiado! ¿Por qué amarlo significaba volver a sufrir? ¿Por qué? ¿Acaso su amor era realmente irrealizable?
- Ay, Terry… tal vez no sea cierto que no has cambiado…
Después de almorzar en el hotel, Candy había pasado parte de la tarde caminando por Central Park. Una brisa ligera calentaba un poco el aire fresco de finales de marzo; empezaba a ser agradable estar al aire libre. Se sentó en una banca frente a un pequeño estanque y sus pensamientos volaron inevitablemente a Escocia. ¡Cuántos momentos inolvidables habían pasado ella y Terence durante aquellas vacaciones de verano! Cada sonrisa, cada mirada, cada instantehabían quedado grabados en su mente; ahora todo parecía tan lejano. Había custodiado esos recuerdos durante años, escondiéndolos como un tesoro precioso del resto del mundo, convencida de que él también había hecho lo mismo. ¡Pero ya no estaba tan segura!
Terence Graham, la joven estrella de Broadway, el actor más aclamado del momento, rodeado de admiradoras y hermosas actrices, un hombre lleno de encanto y cultura, un artista con un talento innegable... ¿podía en realidad sentir todavía algo por esa jovencita pecosa con nariz chata que había conocido en un barco?
- ¡Tal vez ya hasta se le olvidó que me escribió! – murmuró para sí.
Se sentía vacía y tonta. ¿Por qué había partido al instante rumbo a Nueva York? Podía haber respondido a la carta de Terence tranquilamente, ¿no? ¡En lugar de subirse al primer tren persiguiendo un sueño sin sentido!
- Porque definitivamente hay que estar un poco mal de la cabeza para encontrarle sentido a toda esta situación: un chico que, tal vez, sintió alguna vez algo por mí me escribe una breve carta confesándome que no ha cambiado... ¿Pero qué es lo que no ha cambiado para él? ¿Alguna vez dijo que me amaba? ¡No! ¡Incluso se comprometió con otra mujer! ¿Y yo qué hago? ¡Salgo corriendo hacia él y lo veo besando a otra mujer! ¡Debo haberme vuelto loca!
Después de una serie interminable de divagaciones, cada vez más enojada consigo misma, Candy decidió que se iría a Chicago enseguida. Sólo había un pequeño problema: no podía irse sin hablar primero con la madre de Terence. Por lo tanto, se fue a toda prisa al hospital con la esperanza de encontrarla allí.
En efecto, la señorita Baker había pasado la tarde junto a su hijo sin separarse de él ni un momento. Esperaba que en cualquier momento empezara a despertar y definitivamente quería estar allí cuando sucediera. Le parecía bastante extraño no haber vuelto a ver a Candy, y se sintió aliviada cuando, al salir de la habitación, la vio caminando hacia ella.
- Buenas noches, Eleanor. ¿Cómo está Terence? – preguntó Candy mostrando relativa calma.
- ¡Cada vez mejor! El médico apenas comenzó a reducir los tranquilizantes, así que mañana Terence estará de nuevo con nosotras. ¡Estoy muy feliz, no puedo esperar!
- ¡Yo también estoy feliz por eso y estoy segura de que, cuando despierte, tener a su madre cerca de él será muy importante!
- Si puedo ser honesta, ¡creo que en realidad verte a ti lo será mucho más!
Candy se sentía morir, pero tenía que decíselo. Era el momento.
- Bueno... lo siento mucho, pero yo no podré estar presente mañana. Esta noche salgo de regreso a Chicago.
Eleanor se quedó sin palabras por un instante, pensando que había entendido mal, y Candy se dio cuenta de que no sería fácil salir de esa situación sin colapsar.
- Lamentablemente mis vacaciones en Nueva York ya terminaron. Tengo que volver al trabajo pasado mañana y me espera un viaje bastante largo...
- ¿Te vas? – le preguntó Eleanor apuntando sus maravillosos ojos azules,incrédulos e implorantes, directamente al rostro.
Candy sólo pudo asentir.
- ¿Por qué? ¿Qué sucedió? ¡No puedes irte sin hablar con él primero!
Al igual que su hijo, Eleanor evidentemente era una persona muy directa, acostumbrada a expresar sus pensamientos sin andarse con rodeos.
- Cuando te pregunté si habías venido a Nueva York por Terry, no me respondiste, pero sé que sí. Y ahora me dices que te vas... ¿Por qué? – le volvió a preguntar la actriz tomándole las manos.
Ese gesto íntimo y afectuoso hizo que las barreras que Candy había levantado para evitar seguir sufriendo se derrumbaran. No podía mentir, no habría podido hacerlo en ese momento.
- Se lo suplico, Eleanor… ¡no me pregunte nada más y no le diga a Terry que estuve aquí! – le dijo sintiendo un nudo en la garganta.
La señorita Baker guardó silencio durante unos segundos y luego...
- ¿Ni siquiera quieres verlo?
Candy dirigió la mirada a la puerta de la habitación 27 y Eleanor la abrió lo suficiente para dejarla entrar.
- Apenas esta mañana estaba inmersa en el más hermoso de los sueños ¡y ahora todo se ha vuelto a convertir en una pesadilla! – pensó Candy mientras se acercaba a la cama donde yacía Terence, aún profundamente dormido.
Se sentó a su lado sin atreverse a mirarlo. Se cubrió la cara con las manos y apoyó los codos en las rodillas. En el silencio de la habitación, podía escuchar la respiración regular de Terence; le parecía que ese ligero soplido la acariciaba. Sentía un deseo abrumador de abrazarlo, las lágrimas la asfixiaban y, sin darse cuenta,empezó a sollozar.
- Candy...
¿Alguien la estaba llamando?
- Candy… - otra vez… como un susurro.
Candy alzó la cara y se volvió hacia Terence con incredulidad. ¿Era posible que fuera él quien había pronunciado su nombre?
La expresión del muchacho había cambiado: había apretado un poco los párpadosy tenía los labios entreabiertos, como si estuviera a punto de hablar. Luego abrió lentamente los ojos,volteó hacia ella y le dedicó una leve sonrisa que casi al instante fue reemplazada por una mueca de dolor.
- ¡No te muevas, Terry! – Candy se apresuró a decirle, pero el joven parecía haber vuelto a caer en la inconsciencia.
La chica salió del cuartoy vio a la madre de Terence frente a ella.
- Creo que está empezando a despertar. ¡Abrió los ojos por un instante! Vaya con él. Yo iré corriendo a llamar al médico.
Eleanor corrió hacia su hijo y Candy, después de hablar con el doctor Taylor, salió del hospital y se encaminó llorando hacia la estación de trenes.
*****
Chicago
28-29 de marzo de 1922
Candy estaba firmemente decidida a no revelar a nadie lo sucedido en Nueva York, incluso estaba convencida de que podría ocultárselo a ella misma. Había ido a Nueva York, sí, a visitar a Terence, perohabía ocurrido el accidente y no le había sido posible hablar con él. ¡Fin del asunto!
Llegó a Chicago a primera hora de la tarde después de haber viajado toda la noche sin poder pegar ojo. En Villa Ardlay, Albert fue el primero en darle la bienvenida cuando Candy se reunió con él en su estudio. William Albert Ardlay había asumido ya en su totalidad el papel de cabeza de familia y, a decir verdad,lo hacía perfectamente, aunque de vez en cuando se permitía algún capricho, como un viaje repentino a África Central o a Brasil (naturalmente sin que la tía Elroy lo supiera).
- ¡Bienvenida a casa, Candy!Pareces muy cansada – la saludó abrazándola tiernamente.
- ¡Efectivamente lo estoy!El viaje no ha sido el más cómodo que digamos. Creo que me iré a descansar enseguida.Mañana me esperan mis pacientes – respondió Candy, quien se veía realmente exhausta.
- Hablando de pacientes, ¿cómo está Terence?
- Bueno… digamos que se está recuperando.Tomará algo de tiempo, pero volverá a ser el mismo de antes. Estoy segura de que la convalecencia en casa de su madre le ayudará y pronto podrá volver a actuar. La Compañía Stratford está presentandoMacbeth, y es obvio que tendrán que sustituirlo por el momento, pero de seguro recuperará el lugar que le corresponde sin problemas...
Mientras la escuchaba, Albert pensaba que Candy estaba hablando demasiado sin decir nada en realidad. Sabía que ella había ido a Nueva York para hablar con Terence, entonces, ¿por qué ahora no hacía la más mínima mención del asunto? No obstante, creyó mejor posponer las explicaciones y dejarla ir a descansar.
Cenaron juntos solamente ellos dos. Archie y Annie habían ido a pasar unos días con el señor y la señora Brighton, y la tía Elroy prefería comer en sus habitaciones privadas.
- Vi muy bien a la tía.Me dijo que últimamente sus migrañas han disminuido gracias al nuevo medicamento que le recomendé. ¡Estoy feliz por eso! – exclamó Candy mientras caminaba con Albert por el jardín de la villa.
- Querida Candy… ¡siempre preocupándote por los demás! ¿Y tú cómo estás? – le preguntó Albert con un ligero tono de reproche.
- ¡Bien! ¿No se ve? – respondió Candy alegremente.
- Bueno… digamos que estás haciendo todo lo posible para convencerme de que ese es el caso, pero no estoy tan seguro.
- Mira, estoy tan en forma que hasta podría trepar a ese árbol – reiteró señalando un enorme roble.
- Por lo regular, cuando me subo a un árbol lo hago porque quiero esconderme del resto del mundo y quedarme tranquilo pensando en algo o en alguien – comentó Albert interrumpiendo la caminata y mirando a Candy a la cara. Como esperaba, la jovenbajo la mirada.
- ¿Quieres hablar de eso? – le preguntó entonces.
- No.
A la mañana siguiente, mientras desayunaban en la terraza, la alegría incontenible de Annie al ver a la que consideraba su hermana impactó a Candy como un huracán. La dulce y tímida Annie no solía perder la compostura de esa manera, pero no podía esperar a conocer cada detalle de su viaje a Nueva York. Apasionada como era de las novelas románticas, no podía resistir el encanto de esa historia de amor turbulento que, en su opinión, merecía sin duda alguna un final feliz, de acuerdo con las leyes de la más alta literatura o al menos de la que ella conocía.
- ¡Ahora cuéntamelo todo! – le ordenó Annie tras haber literalmente aprisionado a Candy en su recámara.
- Pero, Annie, ¿qué quieres saber? ¡No hay nada que contar! – Candy trató de evadir el tema minimizándolo.
- Antes que nada, dime cómo está Terence.Debe haber sido un terrible accidente por lo que escriben los diarios.
- Sí… tuvo mucha suerte.
- Pero estoy segura de que, cuando te vio,al instante se sintió mejor, ¿no es así? – le preguntó Annie llena de entusiasmo ante el solo pensamiento de que se hubieran reconciliado.
- En realidad no me vio.
- ¿Cómo?
- Estaba inconsciente bajo sedación. Cuando me fui de Nueva York, todavía no había despertado – confesó Candy apartando la mirada de su amiga, que la miraba incrédula.
- ¿Entonces, no hablaron?
- No.
- Pero...¿cómo?No lo entiendo. Pensé que habías ido a Nueva York justo para...
Candy la interrumpió y no la dejó continuar.
- ¡Por favor, Annie, ya es suficiente!
Luego salió de la habitación.
Annie regresó ala veranda, donde Archie y Albert comentaban las últimas noticias de economía. Candy no estaba con ellos, así que aprovechó la oportunidad para preguntarle a Albert sobre lo que había pasado en Nueva York,porque era obvio que algo había sucedido.
- Intenté hacerla hablar, ¡pero Candy no quiso decirmenada! – fue su respuesta.
- ¿Por qué? ¿Algo anda mal? – preguntó Archie, quien ya se estaba imaginando que Granchester había hecho de las suyas.
- No lo sé... Candy acaba de decirme que ella y Terence no hablaron y eso me parece bastante extraño – le respondió Annie a su marido.
- ¡Otra vez la misma historia! Debimos de haberle impedido ir a Nueva York... ¡ya sabíamos cómo iba a terminar eso! – vociferó Archie poniéndose de pie.
- ¡Tratemos de mantener la calma, Archie! Candy sabe lo que hace, y si no quiere hablar de eso ahora, no podemos obligarla – declaró Albert mientras entraba de nuevo a la casa.
Al día siguiente, Candy recibió una visita muy bienvenida. Jasmine recién había vuelto de un viaje que había hecho para visitar algunos negocios que recibían financiación de su organización benéfica. Tan pronto como vio a Candy, se dio cuenta de que algo debía haber salido mal en Nueva York. Sin embargo, como estaba al tanto del accidente que había sufrido Terence, pensó que el rostro tenso de la muchacha se debía a ello.
Las dos mujeres se saludaron abrazándose cálidamente, pero cuando se separaron, los ojos verdes de Candy estaban llenos de lágrimas.
- Ay, querida, ¿por qué las lágrimas? Al final, todo salió bien, ¿verdad? Albert me dijo que Terence ya está fuera de peligro y recuperándose, ¿no es así?
Candy asintió sin poder decir nada más, aun si se moría de ganas por confesarle a alguien lo que le pasaba para aligerar el peso de su corazón.
Se sentaron. Estaban en el cuarto de Candy, quien había preferido quedarse unos días en Villa Ardlay antes de regresar al apartamento que compartía con Patty para no afligir a su amiga con su tormento.
Jasmine sintió la necesidad de Candy de abrirse con ella, pero no quería forzarla, así que trató de hablar de otra cosa, aunque era algo que había descubierto y que tenía que ver con Terence.
- ¿Sabes que estuve en el Hogar de Pony?
- ¿En serio? – preguntó Candy asombrada.
- Sí… el orfanato ha recibido muchas donaciones en los últimos dos años. Hicimos bien en dar a conocer el espléndido trabajo que hacen la señorita Pauline y la hermana Lane, las adopciones también han aumentado.
- En verdad me alegro por ello, y te agradezco mucho por todo lo que haces.
- El mérito no es mío, sino de los benefactores que se comprometieron a donar. Tienes que saber que desde hace más de un año, cada mes llega puntualmente al Hogar de Pony una suma bastante importante de parte de un benefactor anónimo que probablemente reside en Nueva York, ya que el dinero proviene de un banco de esa ciudad. Me pregunto quién será... ¡Tengo mucha curiosidad por descubrirlo!
- No lo sé... Tal vez sea de una familia que adoptó a uno de nuestros niños.
- Yo también pensé eso primero, pero en los últimos años ninguna familia de Nueva York ha adoptado. ¿Quién podría conocer el Hogar de Pony... allá? ¿No te viene a la mente nadie, Candy?
Las dos mujeres se miraron y, de repente, ambas sonrieron.
- ¿Crees que podría ser él? – preguntó Candy con un hilo de voz, sintiendo que el corazón se le llenaba nuevamente de dulzura.
- ¡Estoy segura de ello! No debería haberlo hecho, pero investigué quién es el propietario de la cuenta de donde provienen esas donaciones mensuales... y el titular es Terence Graham.
Candy rompió a llorar.
- Por favor, cálmate… ¿Quieres contarme qué pasó? – le preguntó Jasmine sujetándola tiernamente por los hombros.
Candy le contó con mucha dificultad lo que había visto y lo estúpida que se sentía por haber creído que él todavía podía amarla, por haber malinterpretado las palabras que le había escrito.
- Perdóname, Candy, no quiero parecer poco delicada... ¿pero todo esto por un beso mientras Terence estaba inconsciente? ¿No crees que estás exagerando?
- Tú también viste las fotos en los periódicos, seguramente ha habido algo entre ellos... y luego, cuando la tuve delante de mí, tan hermosa...
- ¿Y te fuiste dejándole el campo libre?
- No es sólo eso... Tengo miedo de que amar a Terence sea muy difícil, y yo no quiero volver a sufrir. Después de lo que me escribió, estaba segura de que esta vez no habría problemas, de que bastaría con mirarnos a los ojos y ambos entenderíamos todo. Y, en cambio... mi cabeza ahora está llena de dudas. Terence necesita recuperarse.El accidente que tuvo no es poca cosa... Necesita estar tranquilo...
- ¿Crees que cuando sepa que te fuiste sin siquiera despedirte se quedará tranquilo como si nada? Aunque no lo conozco mucho, ¡no lo creo!
- Lo sé... por eso le pedí a su madre que no le dijera que estuve ahí...
- ¿Qué? Pero...¡estás loca! Él te escribió... ¿Quieres dejarlo sin una respuesta?
- Quizá le escriba... más adelante, cuando esté mejor.
- ¿Y qué le dirás?
- No lo sé…
- Tienes que decirle la verdad, Candy. ¡Tienes que decirle que lo amas!
[1]W. Shakespeare, cit.
Nueva York
abril de 1922
Capítulo trece
Chicago
20 de abril de 1922
Terence había decidido
alquilar un coche para moverse más libremente por la ciudad, así que poco antes
de las cuatro pasó a recoger a las chicas. Patty estaba en el séptimo cielo y
armada con un bolígrafo y una libreta, puesto que no pensaba perderse ni una
sílaba de todo lo que pronunciaran aquellas mentes excelsas. Literalmente saltó
al auto y se sentó al lado de Terence, mientras que Candy, conuna cara como si
se dirigiera al patíbulo, se refugió en el asiento trasero sin decir una
palabra. Terence la miró furtivamente a través del espejo retrovisor antes de encender
el motor y arrancar.
Tardaron poco más de veinte
minutos en llegar a su destino. Cuando entraron, la sala de conferencias ya
estaba repleta de gente, y todos los asistentes notaron la llegada del famoso
actor angloamericano acompañado de dos jóvenes encantadoras. De hecho, Terence,
impecablemente vestido, con una elegancia natural realzada por su insolencia
juvenil, ciertamente no podía pasar inadvertido. Candy también se había dado
cuenta de ello, y con gran dificultad intentaba en vano no mirarlo para no quedar
hechizada.
Conforme Terence Graham avanzaba
con solemnidad y gallardía hacia la primera fila de asientos, se alzaba un
ligero rumor en las últimas filas, ocupadas en su mayoría por estudiantes
universitarias que habían acudidoespecíficamente por la presencia de la
estrella de Broadway.
Las amigas tuvieron que
acomodarse en los asientos reservados para ellas, mientras que Terence fue a
sentarse más adelante junto con las diversas personalidades que iban a
participar. Lorecibieron calurosamente, en particular, el profesor responsable
de la organización de la conferencia, el ilustre Charles Collins, estudioso de
Shakespeare y autor de numerosas publicaciones sobre el tema.
- Señor Graham, por fin nos
honra con su presencia. ¡Ya habíamos perdido las esperanzas!
- Muchas gracias, pero
confieso que me siento un poco fuera de lugar.Definitivamente me siento más
cómodo en el escenario – comentó Terence con franqueza.
- No se preocupe, es justo
por eso que lo invitamos, para poder disfrutar de su arte dramático. Además, todos
los aquí presentes estudiamos a Shakespeare, pero usted le da vida. ¡El suyo es
un punto de vista absolutamente privilegiado!
Terence dejó escapar una de
sus arrolladorassonrisas y tomó asiento.
Varios expertos en
literatura inglesa tomaron el micrófono para hablar sobre la vida del Bardo,
los acontecimientos históricos de la Inglaterra de la época, incluso hubo una
intervención sobre el arte culinario del siglo XVI. Patty no dejaba de tomar
notas ni un momento, llenando páginas y más páginas con su diminuta letra y sin
levantar la cabeza de la libreta ni un segundo. Candy, por el contrario, no podía
seguir el hilo del discurso en absoluto ni evitar que sus ojos terminaran posándose
en el perfil de Terence, sentado unas filas más adelante a su derecha. Parecía totalmente
absorto escuchando lo que decía cada intelectual que subía al gran escenario
habilitado para la ocasión. De vez en cuando, intercambiaba algunas palabras
con el profesor Collins, que estaba a su lado, con esa expresión amable y
elegante que ella conocía bien.
En un momento dado, fue el
propio profesor Collins quien tomó la palabra paraanunciar personalmente la
intervención de Graham.
- Señores y señoras, con
sincera emoción presento al siguiente orador. No es parte de nuestro entorno,
no es un académico, pero estoy seguro de que logrará atrapar a todos los
presentes con algo absolutamente único. Si alguno de ustedes ya ha tenido la
suerte de poder admirarlo en el teatro, seguro sabrá de lo que hablo. A pesar
de su corta edad, yaes una figura destacada del teatro shakespeariano y, como
ya le dije, los intelectuales podemos diseccionar al Bardo en todas sus
facetas, pero sólo un actor puede dar vida a la intensidad de sus obras. ¡No
quiero hacerlos esperar más, en especial porque he notado la insólita presencia
de numerosas estudiantes que ciertamente no están aquí por mí! Confieso que, al
igual que ellas, estoy ansioso por escuchar a Terence Graham. Adelante, por
favor.
Terence se puso de pie
lentamente, algo tenso y cohibido después de la elogiosa presentación, pero
recuperó por completo el control de sí mismo y su habitual altivez tan pronto
como se encontró frente al atril.
Patty decidió alzar la cabeza,
sintiéndose un tanto orgullosa de tener un amigo tan importante. Se volteó
hacia Candy y le sonrió; la rubia suspiró tratando de que al menos su rostro pareciera
sereno, pues todos sus sentidos estaban en un completo caos. Le parecía que no
podía ver con claridad, no podía oír bien, tenía la garganta seca y un temblor
insistente en el estómago que no le daba tregua. Y cuando Terence tomó la
palabra, las cosas no mejoraron, sino todo lo contrario.
- En primer lugar, quiero
agradecer al profesor Collins por invitarme a participar y a todos los
presentes que tendrán la paciencia de escucharme – inició Terence, a quien
habían recibido con un caluroso aplauso. Luego continuó.
- Mi pasión por el teatro
comenzó hace muchos años, cuando aún era un adolescente y empecé a preguntarme
quién era yo y cuál era mi lugar en el mundo. La respuesta a mis preguntas me
quedó clara cuando llegaron a mis manos las obras de William Shakespeare, que
afortunadamente llenaban la biblioteca familiar. Los genes maternos tal vez
hicieron el resto y nunca más me alejé de sus obras. Pero no estoy aquí para
hablar de mí, sino para intentar dar respuesta a una de las preguntas
fundamentales que todo hombre y toda mujer se hace al menos una vez en la vida:
¿qué es el amor?
Ni Patty ni mucho menos Candy
estaban al tanto del tema que trataría Terence en su discurso. Al escuchar la
pregunta, Patty se inclinó hacia adelante en su silla como si quisiera escuchar
aún mejor lo que vendría a continuación, mientras que Candy, en cambio, ¡sintió
un repentino e irreprimible deseo de escapar!
- No lo haré solo, no sería
capaz de hacerlo, sino querecurriré a quien ha sabido captar mejor que nadie cada
aspecto del alma humana, resaltando sus luces y sombras. Por lo tanto,
escuchemos directamente de las palabras de William si alguna vez será posible
encontrar una respuesta.
Después de aclararse un poco
la garganta, Terence prosiguió:
No dejéis que ponga impedimentos
a la unión de dos almas fieles; no es amor
el que enseguida se altera cuando descubre cambios
o tiende a desvanecerse cuando el otro se aleja.
¡Oh, no! El amor es un faro inamovible
que observa la tempestad y nunca flaquea;
es la estrella que guía las naves a la deriva,
de valor ignorado, aun sabiendo su altura.
El amor no es juguete del tiempo, aun si rosados labios
o mejillasalcanza su guadaña.
Al amor no lo alteran las horas o semanas fugaces,
sino que resiste impávidoincluso al filo del abismo.
Si es error lo que digo y se me demuestra,
decid que yo nunca he escrito y nadie jamás ha amado.
Después de haber recitado el
soneto número 116 de Shakespeare y haber captado la completa atención de los
presentes como ocurría siempre en el teatro, Terence continuó comentando
aquellos versos de amor en el más profundo silencio.
- No es amor el que
enseguida se altera cuando descubre cambios.
¿Entonces, el amor es
siempre igual? ¿Cuántas formas tiene? ¿Cómo se reconoce? Shakespeare nos lo
explica: el amor no es tal si no sobrevive a los cambios. Quizás el corazón, la
esencia última del corazón, sea lo único que no puede cambiar y, si el amor
está ligado a este, ¿cómo puede cambiar? Si amas el alma de una persona, si te
unes al corazón de una persona, ¿cómo no aceptar sus cambios y cambiar junto
con ella? ¿Cómo se puede permitir que un simple cambio arruine uno de los
vínculos más importantes de la vida? En ese caso, tal vez no sea amor
verdadero.
El amor nos guía en tiempos
oscuros, o al menos así debería ser, ¿verdad? Porque el amor es un faro inamovible
que nunca flaquea. Eso dice William, pero ¿será cierto? ¿O nos hemos vuelto tan
fríos que el amor ya no está en primer lugar y dejamos que todo influya en él y
lo arruine?
Sin embargo, la esperanza de
encontrar a nuestra otra mitad perfecta yace tentadoramente en el corazón de
cada uno de nosotros. Alguien a quien estrecharle la mano toda la vida, cuya
belleza nos parezcafulgurante y resplandeciente incluso cuando se haya
desvanecido, cuando los labios ya no sean rojos como las rosas y la mirada ya
no tenga el brillo de la juventud. Por más banal que parezca, es el objetivo
final que compartimos todos. Por mucho que uno pueda esconderse detrás de
máscaras frías y distantes, por mucho que decida prescindir de esa esperanza...
el deseo de encontrar a alguien está oculto en el alma de cada persona. Ya sea
simple o complicado, buscado, nunca encontrado, soñado y anhelado, rechazado y
repudiado, prometido y nunca cumplido, escrito, cantado o recitado. El motor
universal de todo es siempre el amor, únicamente el amor.
-Si es error lo que digo y se me demuestra,
decid que yo nunca he escrito y nadie jamás ha amado.
Nunca ha habido ninguna
prueba de que el amor verdadero no exista y no resista a todo, a las
tempestades y a cada segundo que pasa. No obstante, tal vez haya que pasar por
esas tempestades para realmente encontrarlo, tal vez en verdad se necesita
mucho valor para resistir. Pero a muchas personas les falta valor y muchas
terminan por darse por vencidas, condenándose a una vida sin amor, condenándose
a sobrevivir y a mentirse a sí mismas.
Llegado a este punto,
Terence hizo una breve pausa yle dirigió una mirada despiadada a Candy, quien
de pronto se sintió como si estuviera en el centro del escenario, iluminada por
un único reflector, por una sola luz proveniente de esos ojos azul océano.
- Mujeres que tienen el
intelecto del amor, escribió Dante Alighieri en su obra llamada Vita
nova, invocando la ayuda de las mujeres porque Beatriz, su amada, le había retirado
el saludo. Alighieri pide ayuda a las mujeres porque afirma que sólo ellas tienen
plena consciencia de lo que es el amor. ¿Y en Shakespeare quién reconoce por
primera vez el amor verdadero sino la joven Julieta Capuleto? Antes de conocer
a Julieta, el pobre Romeo está desesperado porque su amor por Rosalina no es
correspondido, pero cuando ve a Julieta olvida sus penas embelesado por su
belleza y se acerca a ella como si fuera algo sagrado. Así es como Romeo se
revela como lo que es, es decir, un peregrino en camino hacia la verdadera
belleza. Julieta acoge a Romeo en sus brazos y lo transforma, porque ahora él está
enamorado y es correspondido. Julieta ya no es una dama medieval, no juega a
engañar a su amante. No duda del amor que siente y, en nombre de ese amor,
estará dispuesta a arriesgar la vida. De hecho, Julieta elige a Romeo, un
hombre que le está prohibido, y se une a él en matrimonio para la eternidad, en
un acto de gran libertad y valentía. Pero no se detiene ahí, va más allá, o más
bien lo hace Shakespeare al dejar que Julieta entone una canción de amor que es
pura pasión por su Romeo.
Extiende tu denso velo, noche consumadora del amor,
para que se cierren los errantes ojos y pueda Romeo, invisible, sin que su
nombre se pronuncie, arrojarse en mis brazos. La luz de su propia belleza basta
a los amantes para celebrar sus ritos amorosos, y si el amor es ciego, se
aviene mejor con la noche.
….
¡Ven, noche! ¡Ven, Romeo! Ven, tú, que eres el día en
la noche, pues sobre las alas de esta aparecerás más blanco que la nieve recién
caída sobre el lomo de un cuervo. Ven, noche apacible, ven, noche amorosa y oscura,
y dame a mi Romeo; y cuando muera, tómalo y divídelo en pequeñas estrellas, así
él embellecerá tanto la faz del cielo que el mundo entero se prendará de la
noche y dejará de rendir culto al sol demasiado esplendente. ¡Oh!He comprado una
mansión de amor, pero no he tomado posesión de ella, y yo, aunque ya he sido
vendida, todavía no he sido disfrutada. Tan tedioso es este día como lo es la
noche anterior a un festival para un niño impaciente que tiene un traje nuevo y
anhela ponérselo.[1]
¡Estos son los pensamientos
de Julieta mientras espera impaciente pasar la primera noche de amor con su
Romeo! Invoca la protección de la noche para él, pero él es el día para ella,
¡él es la luz!
Me perdonarán por haberme
atrevido a prestar mi voz a la joven Julieta, pero estoy seguro de que de todos
modos han comprendido lo que ella pretende decirnos: que es necesario saber
reconocer el amor y tener el valor de vivirlo y defenderlo ¡a toda costa!
Los asistentes, que hasta
entonces habían estado encadenados a las palabras de Terence, al término de su participación
le dedicaron estruendosos aplausos que invadieron todos los rincones de la sala
mientras el actor agradecía con inclinaciones. Patty había quedado gratamente
sorprendida por la capacidad oratoria de su antiguo compañero de escuela, al
que aún no había tenido el placer de ver actuar en el teatro, yse puso de pie
para aplaudirle, dejando a un lado su bolígrafo y su libreta. Candy permanecía
sentada, atónita, simplemente con lágrimas en los ojos.
- Por favor, Patty, salgamos
– le rogó a su amiga.
Patty, al ver su turbación,
asintió y la acompañó afuera de la sala.
- Candy, ¿qué sucede? ¿Te
sientes bien?
- Sí... quiero decir no, no
podía respirar allí dentro – balbuceó Candy.
Patty la miró desanimada y
dejó caer los hombros.
- ¿Por qué no hablas con él
y tratan de aclarar las cosas? – le susurró.
- No hay nada que aclarar,
no serviría de nada – respondió Candy, quien se sentía al borde del colapso.
- Voy a llamarlo para que
podamos irnos...
- No, Patty, tomaré un
taxi... Nos vemos en casa.
- Pero, Candy... - intentó
detenerla, pero su amiga ya se había ido.
- ¡Ahora va a pensar que soy
una cobarde! Bien hecho, Candy… ¡pero no podía quedarme ahí más tiempo con él que
no hacía más que hablar de amor! ¡Te odio, Terence Graham! ¿Quién te crees que
eres para enseñarme a mí lo que significa amar? Lo sé muy bien, lo aprendí a un
costo muy alto, pagando todas las consecuencias, y ahora… ¿debería volver a
arriesgar mi vida por ti? ¿Es eso lo que quieres? ¿Es por eso que estás aquí?
Los pensamientos furiosos de
Candy se mezclaban con las lágrimas rabiosas que finalmente habían derramado
sus ojos mientras atravesaba un Chicago frío y gris cuyo cielo parecía prometer
lluvia en cualquier momento.
Terminada la conferencia,
Terence Graham, tras recibir las sinceras felicitaciones de los participantes,
intentó llegar a la salida, pero acabócompletamente rodeado por un grupo de estudiantes
que no querían dejar escapar la oportunidad de conocerlo en persona. De hecho,
cuando Patty regresó a la sala para buscarlo, lo vio en medio de un grupo de
chicas, incluidas algunas de sus compañeras de clase, firmando un autógrafo
tras otro un poco fastidiado. Patty se aproximó a una de las estudiantes que
conocía y esta, muy emocionada, le soltó una serie de comentarios bastante atrevidos
sobre el guapo actor que Patty parecía conocer.
- Por Dios, Patty…
¿realmente lo conoces?
- Pues sí, fuimos compañeros
de colegio hace años, en Londres. Pero ahora en verdad tengo que irme... Discúlpame.
Patty le hizo una seña con
la cabeza a Terence para que supiera que lo esperaría afuera y salió del lugar.
Unos minutos después,
Terence por fin logró liberarse de sus admiradoras y pudo alcanzar a Patty.
- ¿Dónde está Candy? –le
preguntó a la joven de inmediato al verla sola.
- Tomó un taxi y se fue a
casa – le respondió y notó al instante la decepción en el rostro de Terence –
¿Podemos irnos también?
El muchacho asintió y se
dirigieron hacia el auto.
- Estuvo todo muy
interesante.Tomé muchas notas que me serán muy útiles para mi tesis. Tu participaciónfue
verdaderamente grandiosa. Te pido perdón porque todavía no te he ido a ver al teatro.
¡Tengo que remediar eso!
Terence la escuchaba en
silencio, apenas sonriendo ante sus elogios. Patty quería hablarle de Candy,
pero no se atrevía. Ella nunca había sido muy cercana a él y no estaba muy segura
de que él no se fuera a molestar porque se metiera en su vida personal. Pero
estaba decidida a intentar algo y trató de irse por las ramas.
- ¿Te gustaría volver a ver
a Albert?
- Me gustaría mucho, la
verdad ya lo había pensado pero no sé cuando podría estar libre. Ahora que es la
cabeza de la familia Ardlay, imagino que estará muy ocupado.
- Pues sí, pero yo creo que
encontrará el tiempo si se trata de ti. Eran muy buenos amigos, ¿no?
- ¡Creo que fue mi primer
amigo de verdad!
- Entonces, veré si puede
venir a cenar esta noche. ¡No hagas ningún compromiso! – exclamó Patty
mirándolo en busca de confirmación.
Terence redujo la velocidad
y detuvo el auto junto a la acera. Patty tomó esto como una señal de que tal
vez necesitaba hablar.
- Patty... no creo que Candy
tenga ganas de verme esta noche – le dijo serio, con una voz apagada que
ciertamente no era propia de él.
Entonces ella se armó de
valor y le preguntó:
- No viniste a Chicago por
la conferencia, ¿verdad?
Terence suspiró.
- No, pero no se lo digas.
- Escúchame. Candy no me ha
confiado nada y, por lo tanto, no puedo saber qué le pasa por la cabeza, pero
de una cosa estoy absolutamente segura: ella no te ha olvidado.
- Pero entonces, ¿por qué esté
intentando alejarme por todos los medios?
- Quizá si vienes a cenar
esta noche puedas descubrirlo.
Patty lo vio sonreír sin
demasiada convicción a decir verdad, pero al final aceptó la invitación.
Candy había vuelto a su apartamento
de pésimo humor, enojada con Terence, pero sobre todo consigo misma porque se
había dejado involucrar en esa situación sin tomar una decisión propia. No
debía haber aceptado ir a esa conferencia. ¿Por qué no había sido capaz de
decir que no cuando él la había invitado? No podía seguir mintiéndose, sabía
muy bien que no había sido para hacerle un favor a Patty que había aceptado.
¿Era posible que Terence todavía tuviera tanto poder sobre ella? ¿Por qué, por
qué seguía permitiendo que leperturbara la vida? Además, había visto ese beso
claramente, ¡con sus propios ojos! Si Terencetenía una relación con Isabel,
¿por qué no la dejaba en paz?
- Candy, ya volví. ¿Estás en
casa? – gritó Patty mientras entraba a la sala y se quitaba el abrigo – ¡Brrr,
que frío hace! La primavera parece haber desaparecido. ¡Será mejor abastecernos
de leña para la chimenea!
Candy estaba leyendo un
libro sentada en el sofá con una manta sobre las piernas. Patty notó que era la
misma manta con la que había tapado a Terence la noche anterior.
- ¿Quieres un poco de té? –
le preguntó acercándose.
Candy asintió sin levantar
la vista del libro.
Unos minutos más tarde,
Patty regresó con dos tazas humeantes y se sentó a su lado.
- Gracias, Patty – le dijo
Candy tomando la taza que su amiga acababa de ofrecerle.
Silencio.
Patty en verdad no sabía
cómo decirle a Candy de la cena que había organizado para esa noche. De repente,
recordó las dudas de Terence al respecto y empezó a parecerle que no estaba del
todo equivocado. Inesperadamente, como si le hubiera leído el pensamiento, fue
Candy quien rompió el hielo preguntándole si Terence había vuelto al hotel.
- Sí – respondió Patty.
- Y mañana se va a Nueva
York, ¿no?
- Creo que sí… pero…
- ¿Pero qué?
- Bueno... mientras
regresábamos de la conferencia me confió que le habría gustado mucho poder saludar
a Albert.
- Puede ir a visitarlo a
Villa Ardlay si quiere.
- Sí, claro, pero yo… pensé
que a ti también te gustaría pasar un rato con Albert… así que…
- Patty, ¿se puede saber qué
es lo que estás tratando de decirme? – preguntó finalmente Candy con
impaciencia.
- ¡He organizado una cena
esta noche a las 8! – confesó Patty con franqueza con una gran sonrisa pintada
en el rostro.
- ¿Que hiciste qué?
¿Significa eso que Albert y… Terence vendrán a cenar aquí en… poco más de una
hora?
Candy estaba alterada, no
sabía si reír o llorar por el nerviosismo que se había apoderado de ella de
golpe.
- Yo diría que nos pongamos
manos a la obra, ¡en realidad no tenemos mucho tiempo! – sugirió Patty dirigiéndose
a la cocina.
Entre tanto, William Albert
Ardlay conducía su nuevo y flamante Isotta Fraschini hacia el número 140 de East
Walton Place, donde se hospedaba su querido amigo Terence en el Hotel Drake. De
hecho, tras recibir la llamada telefónica de Patty informándole de la
invitación a cenar, Albert enseguida se había puesto en contacto con Terence
para pasar por él y llegar juntos.
Cuando Albert llegó al hotel,
su amigo ya lo estaba esperando sentado en el exclusivo comedor del hotel,
fumando ansiosamente un cigarrillo tras otro. Tan pronto como lo vio, se levantó
de un salto y fue hacia él con una de sus impactantes sonrisas. Antes de
intercambiar palabra alguna, se abrazaron fraternalmente, como si no hubiera
pasado ni un día desde la última vez que se habían visto.
- ¿Cómo estás, amigo mío? –
preguntó Albert primero.
- Bien... ¿y tú? ¡Casi no te
reconozco! ¿De dónde vienes? ¿Directamente de una reunión con los altos mandos?
¡Casi me das miedo! – bromeó Terence fingiendo ponerse en firmes.
- Y tú… ¡estás tan impecable
que temo haberte arrugado un poco al saludarte! – respondió el otro
sinceramente admirado – ¡Vámonos, que las chicas nos están esperando!
Subieron al coche y se
adentraron en el tráfico de Chicago.
- Veo que te has recuperado por
completo del accidente. ¡Estoy muy feliz por ello!
- ¡Gracias, Albert!Tuve
suerte. Te aseguro que ver una furgoneta venir directo hacia ti no es nada agradable.
De lo que pasó después no recuerdo casi nada.
- ¿Y cómo te fue en la
conferencia?
- Bastante bien, diría yo.
- Oye... ¡te juro que no
recordaba que fueras tan modesto! Patty me dijo que dejaste a todos sin
palabras.
- ¿Te dijo que Candy también
fue? – preguntó Terence abandonando el tono bromista que había mantenido hasta
ese momento.
- Sí… me lo dijo. ¿Qué está
pasando entre ustedes?
- Créeme, Albert, a mí
también me gustaría saberlo – respondió Terence suspirando.
Albert estaba al tanto de que
Terence le había escrito a Candy y sabía cuánto le había impactado esa carta,
pero también que la había hecho renacer en un solo instante. De hecho, la joven
le había confiado que el simple hecho de leer el nombre del remitente había
vuelto a encender una luz dentro de su alma y que, cuando luego había leído esas
pocas palabras tan intensas y tan suyas, sus ojos, como si hasta ese momento
hubieran estado entrecerrados, se habían abierto de nuevo al mundo y este había
recuperado todos sus colores más brillantes y cálidos.
- Sé que fue a Nueva York a
buscarme después de que le escribí,aunque hizo todo lo posible para que yo no me
enterara,¡pero se fue sin siquiera esperar a que despertara! ¿Por qué? No lo
entiendo. Incluso he pensado que ha deser por ese hombre, el doctor, que quería
decirme a la cara que ya no hay esperanzas para nosotros... pero entonces, ¿por
qué se fue?Luego de leer su diario, realmente creí que nada había cambiado
entre nosotros y se lo escribí... pero ella continúa manteniéndome a distancia
y no ha hecho mención alguna de mi carta.
Terence había hablado con el
corazón en la mano, como sólo podía hacer con Albert, quien lo escuchó y
decidió que era necesario que Terence supiera lo que Jasmine le había contado
después de hablar con Candy. Detuvo el auto un momento y se giró hacia su amigo,
que lo miraba trepidante como en espera de una sentencia.
- Escúchame, Terence, tal
vez no me corresponde a mí decirte lo que sé, en verdad creo que Candy debería
hacerlo, pero creo que ahora tiene una gran confusión en la cabeza y me temo
que no encontrará el valor para decírtelo. Es extraño, pero cuando se trata de
ti,¡pierdeel control por completo!
Terence sonrió pensando que
a él le pasaba lo mismo.
- Candy vio algo en Nueva
York que realmente la perturbó. Vio a la señorita Adams besándote en el
hospital cuando tú aún estabas inconsciente.
- ¿Isabel besándome? Pero yo
ni siquiera lo recuerdo... Hace tiempo que no nos vemos, ella se fue a París.
¿Candy se fue por eso? ¿Cómo es posible que ni siquiera haya querido hablar
conmigo?
- Yo creo que esto
desencadenó en ella un miedo muy grande, el miedo de volver a pasar por la
misma situación.
- No confía en mí, entonces...
¡Ahora entiendo! ¿Y cómo podría culparla? No fui honesto con ella cuando ocurrió
el accidente deSusanna y todo se fue al carajo... Esta vez no sucederá, ¡seré
totalmente sincero!
Cuando los dos jóvenes
llegaron a casa de Patty y Candy, la cena ya estaba lista. Habían hecho un gran
trabajo organizando todo en poco más de una hora y, a pesar de las constantes
quejas de Candy, Patty al final había logrado tranquilizarla convenciéndola de
que se trataba de una simple cena con amigos. Candy parecía estar más serena,
estaba casi convencida de que no había nada que temer de aquel encuentro, además
la presencia de Albert siempre era un salvavidas para ella. Inmersa en esos
pensamientos se dirigió con calma a abrir la puerta, pero esa calma desapareció
al instante en cuanto se encontró frente a Terence.
La expresión del chico al
saludarla le pareció tan dulce, con sus ojos azules que parecían acariciarla
con ternura mientras se acercaba para darle un beso en la mejilla, que tuvo la
impresión de flotar en el aire como una pluma.
Se sentaron a la mesa y
empezaron a comer. La pequeña mesa redonda permitía que estuvieran sentados
cerca, y Candy, con Terence sentado a su derecha, tuvo dificultad para terminar
la cena. Su voz, su risa al bromear con Albert y, sobre todo, su perfume la transportaron
al pasado, a cuando por primera vez se dio cuenta de lo importante que era
Terence para ella. De repente, volteó y en el mismo instante lo hizo él también.Por
una fracción de segundo sus ojos se encontraron y Candy pudo leer en ellos esa
frase con claridad: “Para mí nada ha cambiado”. Sintió que su corazón explotaba
y tuvo que levantarse.
- Discúlpenme un momento –
dijo antes de refugiarse en su habitación.
Unos minutos después, sonó
el teléfono y Patty fue a contestar; alguien buscaba a Candy. Su amiga fue a
llamarla y la joven, muy a su pesar, tuvo que salir de su refugio temporal. Terence,
que no la había perdido de vista ni un solo instante, vio que abrió mucho los
ojos al darse cuenta de quién estaba al otro lado del teléfono. Patty también
hizo una mueca, bajó la mirada y se volteó para evitar que Terence se diera
cuenta de su incomodidad.
- Diga.
…
- No, no hay problema. ¿Mañana?
…
- De acuerdo.
…
- Adiós.
Una vez que terminó la
llamada telefónica, Candy fue a la cocina diciendo que iba porel postre.
Terence la siguió oficialmente para echarle una mano.
- ¿Quién te llamó? – le
preguntó con tono brusco.
- ¡No es asunto tuyo!
- ¿Quién era? Tu “doctor”,
¿verdad?
Candy lo miró sin responder.
- ¿Es a él a quien vas a ver
mañana? ¡Contéstame!
- Sí.
Sin dejarla continuar,
Terence regresó a la sala y le preguntó a Albert si podía acompañarlo al hotel
de inmediato. Luego de despedirse de Patty, que no entendía lo que había
pasado, los dos muchachos salieron.
- ¿Porqué siguen haciéndose la
guerra como dos cabezones? – le recriminó Albert mientras ponía en marcha el
coche.
- ¡La guerra! ¿Pero no ves
cómo se comporta? Me evita, no me habla, ni siquiera me mira y, si por error lo
hace, sale huyendo... ¡y encima mañana verá a ese! ¿Qué es lo que estoy
esperando? Ya fue suficiente... Me regreso a Nueva York y, siquiere algo de mí,
ya sabe dónde encontrarme.
[1]W. Shakespeare, Romeo y Julieta, acto III, escena dos.
Capítulo quince
Chicago
22 de abril de 1922
Durmieron un par de horas
abrazados en el sofá. Terence se despertó primero. Durante su sueño, Candy se
había dado vuelta, así que cuando abrió los ojos lo primero que vio fue su
rostro. Permaneció embelesado mirándola sin emitir ningún sonido porque no
quería que se despertara.
La estanciaya estaba tenuemente
iluminada por las primeras luces del amanecer, que se filtraban a través de las
cortinas. Un silencio perfecto reinaba a su alrededor, interrumpido sólo por
sus respiraciones.
En esa suave luz, el rostro
de Candy parecía salido de un cuadro impresionista, una imagen hecha sólo de
luz y color como esos Monet que Terence había visto en el Louvre durante su
gira por Europa. Por un momento recordó ese periodo de su vida, cuando estaba
seguro de haberla perdido para siempre. Sintió una punzada en el pecho que lo
dejó sin aire y estuvo a punto de despertarla para besarla y abrazarla tan
fuerte como pudiera, atenazado por el miedo de que todo fuera sólo un sueño.
Luego sonrió para síal advertir el dulce peso de su mano en su cadera. Le
apartó un pequeño mechón de pelo de la frente y empezó a contar sus pecas, pero
descubrió que no podía, puesto que lo distraía todo lo que las rodeaba.
Ay, Candy… sabía que debía haberme ido a un hotel… ¿Ahora
qué hago contigo? Eres tan bella y yo… No te imaginas cuántas veces he soñado
con abrazarte así. Tal vez podría intentar dormir un poco más… No, ya es
imposible, tu respiración en mi cara me lo impide. Es mejor que te despierte y nos
levantemos de este sofá tan peligroso... Pero estás tan dormida... Es una pena,
pero yo ya no puedo quedarme sólo mirándote. Ahora te doy un beso y luego nos
vamos a desayunar. ¿Qué te parece?
Terence rozó ligeramente sus
labios con los suyos, pero ella no se despertó.
Pecas... como puedes ver, no la hago bien de príncipe azul.
Se sentía desarmado ante
aquel amor tan grande que le había sido devuelto sin ningún mérito. Se preguntó
si sería capaz de amarla como se merecía. Ya le había roto el corazón una vez,
no podía darse el lujo de volver a equivocarse de nuevo. Hacía muchos años se
había jurado que sería él quien la haría feliz y ahora sólo importaba eso, nada
más. Quería hacerle entender que a partir de ahora no volvería a dejarla nunca
más, pero enseguida pensó que pronto tendría que regresar a Nueva York. ¿Cómo
podrían soportar la lejanía ahora?
- Amor mío… - murmuró
enterrando el rostro en su cuello y, acercándose aún más a ella, cubrió parte
de su cuerpo con el suyo.
Después de unos instantes,
ella se movió levemente como siguiendo los movimientos de él y sus piernas se entrelazaron.
- Oh, Dios... - susurró
Terence suspirando profundamente, embriagado por su olor y el calor de su
cuerpo.
Candy se despertó sintiendo
su cálido aliento haciéndole cosquillas en el cuello. Él lo notó, pero no se
atrevía a mirarla y permaneció con el rostro escondido en su cabello. Ella sintió
el peso de su cuerpo sobre su lado izquierdo y sus brazos que la rodeaban dulcemente.
Se quedó quieta y abrió los ojos poco a poco.Lo vio recostado a su lado y
sintió que el corazón le latía cada vez más con más fuerza. No sabía qué hacer
ni qué decir, pero estaba segura de algo: no habría querido estar en ningún
otro lugar que no fuera allí con él. ¿Estaría despierto?
- Terry – lo llamó.
Él no respondió, pero
decidió salir de su escondite. Sus dos zafiros brillaban sobre ella.
Con dificultad intentaron
darse los buenos días sin moverse ni un milímetro, temiendo ambos que tan sólo
esofuera suficiente para iniciar algo que no pudieran detener.
- Aún es temprano, pero como
estamos despiertos tal vez sea mejor si… nos levantamos.
- Sí... tal vez sea mejor –
confirmó Candy.
Entonces él se movió para
liberarla de sus brazos y que pudieran desenredar sus piernas. Candy se incorporó
y quedó sentada en el borde del sofá dándole la espalda. Terence no pudo
resistirse y le acarició la espalda con una mano. Candy sintió un escalofrío
recorrerla de pies a cabeza. Se volteó y él se acercó lentamente y la besó; temía
morir si no lo hacía, como si su vida dependiera de esos labios. Candy se
hundió en sus brazos, casi aferrándose a su cuello.
Se separó de ella y le
acarició el rostro, cuya expresión le parecía indescifrable, una mezcla de estupor
y ternura. Se quedó quieto temiendo haberla asustado, pero ella lo sorprendió.
- Estoy segura de que nunca
sentiré por nadie más lo que siento por ti... ¡Te amo tanto! – le dijo
mirándolo intensamente a los ojos.
Luego bajó la mirada y tomó
el borde de la camiseta que llevaba Terencecon sus manos y tiró de ella hacia
arriba hasta quitársela. Él se inclinó para ayudarla suspirando profundamente.
Tembló cuando ella le puso las manos sobre el pecho. Su piel estaba tan
caliente y el calor que desprendía envolvió a Candy por completo, tanto que
sentíalas mejillas en llamas.
Terence,aún incrédulo,le dio
mil besos ligeros en los labios y continuó por su mejilla para finalmente
sumergirse de nuevo en su cuello, como si fuera un refugio de los males del
mundo. La sintió temblar ante ese contacto, como si descubriera por primera vez
que poseía ese rincón del paraíso justo debajo de su cabello.
- Candy, anoche te hice una
promesa cuando te pedí que te quedaras conmigo aquí en el sofá... - murmuró
Terence con la frente apoyada en la de ella.
- Lo sé.
- Por lo regular cumplo mis promesas,
pero ahora… no creo que pueda… si seguimos así…
- No quiero que la cumplas.
- ¿Está segura?
- Sí – respondió Candy regalándole
la más hermosa de sus sonrisas antes de levantarse, tomarlo de la mano y llevarlo
a su habitación.
No pasó mucho tiempo para
que el camisón que Candy llevaba puesto se deslizara hasta sus pies y Terence
finalmente pudo disfrutar despierto de esa visión que había perturbado sus
sueños muchas noches. Pensó que era víctima de un hechizo cuando ella cruzó las
manos detrás de su cuello y le lanzó una mirada que nunca antes le había visto.
¿Era pasión lo que ahora descubría en sus ojos? Sí, lo era, pasión por él.No lo
podía creer.
Candy sintió cuando el cabello
le cayó enla espalda porque Terence había soltadoel listón que lo ataba.
Hundiendo una mano en sus rizos rubios, algo que había querido hacer desde
hacía mucho tiempo, aproximó su rostro al de ella, tomó posesión de su boca y
exploró cada rincón como si buscara un tesoro escondido.
Escuchó un gemido escapar de
su garganta y se detuvo de golpe, tratando de contener el deseo por ella que lo
estaba consumiendo, pero Candy lo miró y le sonrió una vez más, dándole la
última pizca de valor que le faltaba para seguir adelante.
La levantó del suelo con los
brazos y no apartaron los ojos el uno del otro mientras el joven se dirigía a
la cama, donde sólo la tenue luz del amanecer sería testigo de su unión. Un
nuevo día estaba naciendo, dos almas se estaban reencontrando.
Cuando Terence despertó, un
rayo de sol que entraba a la habitación le lastimó los ojos, así que los cerró
y permaneció quieto bajo las sábanas que olían a ella. ¿Pero dónde estaba? Se
levantó de la cama de un salto, se puso los pantalones y se dirigió a la sala,
frotándose los ojos con las palmas de las manos.
- Pecas, ¿dónde te metiste?
No tuvo tiempo de escuchar
la respuesta a su pregunta porque un puño lo golpeó en plena cara antes de que
pudiera ver quién era el agresor. Totalmente desprevenido, Terence cayó
pesadamente hacia atrás y se estrelló contra la puerta del dormitorio a sus
espaldas.
- ¡Pero te has vuelto loco! ¡Terry!
¡Ay, Dios mío!
- ¡No es más que un
bastardo! ¿Qué te hizo?
- ¡Sal inmediatamente de
aquí! ¡Vete ya! – gritó Candy asustada pero decidida.
- ¿Qué? ¿Que soy yo el que
tiene que irse?
- ¡He dicho que te vayas! –
gritó aún más fuerte.
- Está bien… pero la cosa no
termina aquí, Candy.Me debes una explicación. ¡No lo olvides!
Esas fueron las últimas
palabras que escuchó Terence, luego el portazo y Candy llamándolo entre
lágrimas.
- Terry, por amor de Dios,
¿puedes oírme?
Terence sangraba
profusamente por el labio superior y su pómulo izquierdo se estaba hinchaba velozmente.
Candy, desesperada, corrió a buscar un poco de hielo y, después de que se lo
puso en la cara, el joven abrió poco a poco los ojos.
- ¡Mi amor, por favor, di
algo! – le suplicó Candy arrodillada junto a él, que yacía en el suelo con la
espalda apoyada contra la puerta.
Terencelogró pronunciar unas
cuantas palabras con dificultad para preguntarle qué había pasado, pero el
dolor en su rostro era bastante fuerte y no pudo decir nada más mientras observabapasmado
las manchas de sangre en sus pantalones.
- ¿Crees que puedas
levantarte para ir a la cama? Es mejor que te acuestes.
Terence hizo un primer
intento de levantarse, pero la cabeza le daba vueltas. Al final, con la ayuda
de Candy, logró llegar a la cama.
- Espérame aquí, no te
muevas.Iré a buscar algo para desinfectarte.
Unos segundos después, Candy
volvió con gasas y alcohol, se sentó en la cama a su lado y comenzó a limpiarleel
rostro con delicadeza.
- Candy, ¿quieres contarme
qué pasó? ¿Tú estás bien? – le preguntó Terence preocupado entre muecas de
dolor.
- Te dieron un puñetazo
cuando saliste de mi cuarto.
- ¿Y a quién tengo que
agradecerle por elamable gesto?
- Bueno… fue… Paul. Pero ya
se marchó, le dije que se fuera. Terry, lo siento tanto, ¡ha sido culpa mía!
- No digas eso, por favor.
- Mira cómo te dejó… ¿Te
duele mucho?
- Bueno, sí, bastante... ¡Pega
fuerte tu doctor! Pero si yo hubiera visto a un hombre medio desnudo salir de
la habitación de mi novia, probablemente habría hecho lo mismo, tal vez incluso
algo peor – Terence concluyó la frase con una mueca mientras Candy le desinfectaba
la cortada en su boca.
- ¡Ya acabé! La cortada no
es muy profunda, creo que no necesitarás puntos. Perote saldrá un bonito
hematoma oscuro en el pómulo que desaparecerá por completo más o menos en diez
días.
- ¿Qué? ¡Maldita sea! ¿Que no
sabe tu doctor que yo trabajo con esta cara?
Candy lo miró y, como se
sentía profundamente culpable, no pudo evitar que se le llenaran los ojos de
lágrimas.
- Ven aquí – le dijo Terence
con dulzura, la acercó a su pecho y empezó a acariciarle la cabeza –. ¡No pensé
que fuera tan peligroso estar contigo, Pecas! – trató de bromear, pero notó que
aumentaban las lágrimas de Candyy sintió que le bañabanla piel.
- Dejaría que me dieran puñetazos
todas las mañanas si ese fuera el precio a pagar por una noche como la que hemos
pasado juntos.
Candy sonrió y, aunque se
ruborizó al recordar lo que había sucedido entre ellos, alzó el rostro hacia él
y lo besó con suavidad, tratando de no lastimarlo.Luego le dijo:
- No soy su novia.
Como buena enfermera, le
ordenó a Terence que se acostara un rato más y que no se levantara para nada
mientras ella preparaba el desayuno. No obstante, cuando regresó a la
habitación unos minutos después, lo encontró de pie.Se había cambiado los
pantalones y estaba terminando de abrocharse la camisa que acababa de ponerse.
- ¿No te prohibí que te
levantaras?
- Estoy bien, no te
preocupes.
- ¡Serías un paciente
terrible!
- Ven aquí – le dijo
acercándola hacia él –. Por culpa de tu doctor ahora ni siquiera puedo besarte.
- ¿Puedes dejar de llamarlo
así?Además... si tú no puedes hacerlo, lo haré yo.
- Yo evitaría por el momento
los labios y el pómulo izquierdo.Todo lo demás está a tu disposición.
Candy le lanzó una mirada
muy maliciosa, pero luego… le plantó un beso en la mejilla.
- ¡Eso no es lo que tenía en
mente!
Ella sonrió satisfecha de
haberle hecho una pequeña broma, luego con un dedo le jaló un poco la camisa
del cuello y se lo acarició ligeramente con los labios.
- Así está mejor...
Se fueron abrazadosa
desayunar a la sala. Sin dejar de mirarse a los ojos y sentados muy juntos,
bebieron un poco de té, el cual les pareció a ambos el mejor que habían probado
en toda su vida.
Candy todavía estaba en bata
con el cabello suelto un poco desordenado y la cara adormilada, pero a los ojos
de Terence era la mujer más hermosa del mundo. La tomó por la cintura y la hizo
sentarse en su regazo antes de preguntarle dulcemente cómo estaba mientras
apoyaba su rostro en sus senos apenas cubiertos por la seda del camisón.
Acariciándole el cabello, ella le respondió que estaba muy bien, pero un
segundo después un pensamiento hizo que se le empezara a agitar la respiración.
- ¿Qué pasa? – le preguntó Terence
de inmediato.
Ante su silencio, él levantó
el rostropara mirarla, separándose de mala gana de su pecho, en espera de una
respuesta.
- ¿Hay alguien esperándote
en Nueva York? – le preguntó con un hilo de voz.
- ¡Claro!
Ella lo miró frunciendo el
ceño y no respiró hasta que él continuó.
- Mi madre... Seguro me
someterá a un interrogatorio en cuanto me vea.
- Me alegra que tu madre
esté tan cerca de ti, pero no me refería a ella.
Terence sólo había fingido
no entender. Le quedaba claro que Candy se refería a alguna mujer y esa mujer
probablemente era Isabel. Se puso serio porque no soportaba que ella todavía
tuviera dudas.
- Si te refieres a Isabel,
¡espero que estés bromeando! ¿Crees que estaría aquí si todavía tuviera algo
que ver con ella?
- No es eso... pero es que tal
vez ella no piensa como tú...
- Tú sólo debes pensar en lo
que quiero yo. Me parece que ya te lo había dicho... ¡Y yo sólo te quiero a ti,
a nadie más!
Candy lo abrazó con fuerza e
hizo que su rostro volviera a donde estaba antes; luego le besó elcabello
mientras le pedía disculpas.
Permanecieron un rato así, muy
juntos en silencio, mimándose con pequeños besos y caricias. Para ambos estar
cerca era indispensable: el contacto de su piel no podía interrumpirse por
mucho tiempo porque eso al instante les generaba una ansiedad incontrolable que
sólo se calmaba si volvían a tocarse o a tomarse de la mano.
De repente, la levantó en
brazos provocando en ella esa risa natural que tanto le encantaba y la llevó
hasta el sofá, dondese sentó y la acomodó de nuevo entre sus brazos. A pesar
del puñetazo recibido, en ese momento el rostro de Terencele pareció más
hermoso que nunca, pues irradiaba una luz particular, muy distinto al del día
que había llegado a Chicago. Esperaba que eso se debiera a lo que había pasado
entre ellos, y le habría gustado hablar del tema, a decir verdad, ya que no
estaba del todo segura de que las cosas hubieran salido como él esperaba. Sin
embargo, la vergüenza de haber experimentado por primera vez ciertas emociones
y sensaciones le impidió abordar el asunto.
Terence se imaginaba cómo debía
estarse sintiendo Candy al respecto, así que fue él quien habló.
- Fue increíblemente
maravilloso sentir tu corazón y el mío latiendo juntos con fuerza… – le
susurró, lo que hizo florecer una tímida sonrisa en su rostro - escucharte
decir mi nombre entre besos, nuestras respiraciones entrelazadas, tus manos
sobre mí y las mías sobre ti…
- ¡Por favor, para!
- ¿Por qué?
Pero ella no respondió.
- Me gustaría mucho saber si
para ti también fue así o no...
Candy permaneció en silencio
un rato más. Habría necesitado nuevas palabras nunca dichas por nadie para
describir lo que había significado para ella hacer el amor con Terence.
- Para mí fue mucho más...
fue como volver a la vida, como nacer de nuevo. No sé cómo logré seguir adelante
todos estos años sin ti y sin siquiera la esperanza de poder volver a verte
algún día. Dime que ya no tendré que vivir sin ti, ¡dímelo, por favor!
Terence la abrazó tan fuerte
como pudo y en su rostro sintió el calor salado de las lágrimas que
silenciosamente se habían apoderado de sus ojos.
- No volverá a pasar, mi
amor. Te lo juro.
Por la tarde fueron a Villa
Ardlay, dado que Albert los había invitado para pasar un rato juntos. Sin
embargo, Terence tuvo que reservar su pasaje de tren antes. El primer tren
disponible estaba previsto para las 7 de la mañana del día siguiente. Les
quedaban sólo algunas horas antes de tener que separarse y, con cada minuto que
pasaba, sentían que sus corazones se hacían más y más pequeños.
- Bienvenidos, chicos, pero…
¿qué te hiciste en la cara, Terence? – preguntó Albert al ver el rostro tumefacto
de su amigo.
- Hola, Albert.Bueno… ¡ya
sabes lo violenta que puede ser Candy a veces! – respondió Terence en tono de
broma.
- Oh, Terry, basta… Luego te
lo explico, Albert, pero te juro que no fui yo – precisó Candy tras lanzarle
una mirada asesina a Terence.
También Jasminese sorprendió
cuando los saludó en la sala al ver a Terence en ese estado.
- Cuando te sugerí que te
quitaras la máscara no creí que hubiera un boxeador debajo. ¿Qué te pasó?
- Un pequeño desacuerdo con
un exnovio celoso. Nada importante – respondió Terence tratando de minimizar el
incidente, aun si la idea de que Candy tuviera que ver de nuevo a Paul no lo
hacía sentirse nada tranquilo, así que decidió hablar de ello con Albert.
Mientras Jasmine y Candy
caminaban por el jardín, Albert, preocupado, volvió a pedir explicaciones y
Terence le contó lo que había sucedido.
- Traté de no darle mucha
importancia al asunto enfrente de Candy, pero aunque ya no vayan a trabajar
juntos, él sabe dónde vive, por lo que creo que tal vez sería mejor que ella se
quedara aquí unos días. ¿Tú qué opinas?
- Estoy de acuerdo. Yo me
encargo, no te preocupes, aunque… me parece extraño que no hayas pensado en
corresponder alamable gesto.
- En efecto, el viejo
Terence lo habría hecho, pero, reflexionando,sólo consiguió golpearme. Yo, en
cambio, conseguí el amor de Candy.
- ¡Excelente reflexión!
¿Cuándo tienes que volver a Nueva York?
- Mañana por la mañana.
- Entonces, ambos deberían
quedarse aquí esta noche. Me daría mucho gusto.
- Te lo agradezco,Albert.
- A juzgar por cómo te
brillan los ojos, diría que todo está bien, ¿o me equivoco?
- ¿Es tan evidente, Jasmine?
- ¡Se ven hermosos juntos!
Candy sonrió pensando en lo
mucho que había cambiado su vida en unas cuantas horas. El antes ahora le parecía
inconcebible, ahora sólo quedaba el después: después de que él había regresado,
después de que se habían amado como nunca antes.
Jasmine la observaba
mientras caminaban por los senderos del jardín de Villa Ardlay y sentía una
inmensa ternura por aquella joven tan fuerte y a la vez tan indefensa ante
aquel gran amor que había superado mil dificultades y años de separación.
Después de una larga
caminata, regresaron a la terraza donde habían dejado a Albert y Terence, pero
Candy enseguida notó que él no estaba allí. Jasmine se dio cuenta al instante de
su repentino cambio de humor y salió al rescate.
- Creo que Albert hizo que
le prepararan una habitación para que se quede aquí esta noche y lo lleve a la
estación mañana temprano. Debe haber ido a cambiarse para la cena.
- Seguramente. Será mejor
que yo también vaya a cambiarme – respondió Candy.
Albert le dijo que el cuarto
de Terence era la habitación verde, y sonrió pensando que estaba en el segundo
piso muy cerca de la suya.
Después de cambiarse de ropa
fue a buscarlo. La puerta estaba entreabierta y, al asomarse, lo vio sentado en
una mesa muy concentrado escribiendo algo en una hoja que escondió tan pronto
como la vio entrar.
- Normalmente se toca antes
de entrar a la habitación de un hombre.
- La puerta estaba abierta y
yo… ¿Qué escondes?
- ¡Nada!
- ¡Vamos!Te vi… ¡Estabas
escribiendo algo y luego lo escondiste!
- ¡Eres la misma entrometida
de siempre! Es algo que tendrás cuando llegue el momento. Ahora vamos a cenar.
¡Tengo un hambre! Tú sabes que hoy no hemos comido casi nada.
- Efectivamente. Hemos
estado ocupados haciendo otras cosas...
En cuanto terminaron de
cenar, Albert y Jasmine se despidieron con la clara intención de dejarlos solos.
Candy y Terence se quedaron un rato en la terraza hablando de nada porque un único
pensamiento se había apoderado de su mente: que pronto tendrían que separarse.
En cierto momento, Terence le dijo que tenía que darle algo y se dirigieron a
su habitación.
Una vez que entraron a su dormitorio,
fue hacia su maleta ya lista para el día siguiente y sacó un paquete de ella.
Candy lo miró sorprendida. No entendía qué era, ya que no parecía un regalo.
- Esto te pertenece – le dijoponiendo
delante de ella el envoltorio.
Cuando Candy extendió la
mano para cogerlo, él retrajo el brazo y le hizo prometer que no lepegaría
porque ya era suficiente por ese día el golpe que había recibido en la mañana.
- ¿Por qué habría de pegarte?
– le preguntó con suspicacia.
Pero él, en vez de
responder, volvió a estirar el brazo para que pudiera tomar el paquete.
- Ábrelo.
Candy quitó el papel que lo
envolvía y,en un primer momento, no captó que era su diario; pensó que era otra
cosa porque era un tipo de cuaderno muy común. Miró a Terence, que tenía los
ojos fijos en ella, luego lo abrió y reconoció claramente su letra.
- Pero este es mi antiguo
diario... ¿Cómo es que lo tienes?
- Si vienes aquí, te lo
cuento – le dijo después de acostarse en la cama.
Candy dudó por un momento,
pues no estaba del todo segura de que no lo golpearía, pero luego se le acercó
y él le tomó una manoparaatraerla hacia sus brazos.
- Seguramente Albert te
habrá contado que cuando fue a Nueva York nos encontramos por casualidad en una
recepción y luego me invitó a cenar a su casa, o mejor dicho, fue Jasmine quien
me invitó.
- Sí, me lo dijo.
- Esa noche en su casa
hablamos mucho y un par de días después, antes de regresar a Chicago, fue a
visitarme y me entregó esto.
- ¿Por qué?
- Según él, debía leerlo
porque hablabas mucho de mí y también porque creía que todo lo que habías
descrito no podía haberse desvanecido en el aire, aun si habían pasado muchos
años. Le dije que nos matarías a ambos, pero él insistió y, sobre todo, me
pidió que le diera buen uso.
- ¿Buen uso?
- Sí.
- ¿Entonces, lo leíste?
- Sí, me llevó casi una
noche entera leerlo y…
- ¿Y?
- Leyendo esas páginas
entendí que Albert tenía razón, que lo que habías escrito no se había perdido, ya
que mi amor seguía ahí, y entonces comencé a tener esperanzas de que fuera igual
para ti. Después de una semana muy difícil, logré escribirte esa carta en la que
te dije que nada había cambiado para mí. ¿Estás enojada?
- ¡Por supuesto que Albert
podría habérmelo dicho antes de hacer algo así!
- Si te hubiera pedido que
me dejaras leer tu diario, ¿habrías aceptado?
- Probablemente no…
- Lo hizo porque pensó que
era la única forma de hacer que nos comunicáramos.
Candy guardó silencio y a Terence
le pareció que algo la perturbaba.
- ¿En qué piensas? Dímelo.
- Si no lo hubieras leído…
¿no me habrías escrito?
- Lo habría hecho, pero no podría
decirte cuándo... Llevaba mucho tiempo pensando en hacerlo, pero no encontraba
el valor para hacerlo. Tenía miedo de...
- ¿De qué tenías miedo?
- De muchas cosas... Primero
que nada, de que no me respondieras porque tal vez ya me habías olvidado... Luego
pensé que quizá ya eras feliz con otra persona y yo no tenía ningún derecho a
interferir en tu vida... En fin,¡había muchasrazones para tener dudas!
- ¿Y esas dudas desaparecieron
cuando leíste mi diario?
- No, no desaparecieron,
pero... quise darle otra oportunidad al amor que reencontré en esas páginas.
Recuerdo bien el día que envié la carta: inició para mí una lenta agonía
esperando una respuesta que nunca llegó.
- Fui a Nueva York para
responderte en persona.
- ¿Y qué me habrías dicho si
no hubiera ocurrido ese maldito accidente?
- Lo que te dije ayer en la
estación.
- No recuerdo bien… ¿Qué me
dijiste?
Candy se levantó para
mirarlo a la cara y, amenazándolo con el dedo índice, le dijo que no se pasara
de listo porque sabía muy bien lo que le había hecho gritar en la estación
delante de toda la gente. Terence empezó a reír a carcajadas, lo que la irritó
aún más.
- ¡Prometiste no pegarme, no
lo olvides!
- ¡No prometí absolutamente
nada y lo haces a propósito! ¡Te diviertes haciéndome enojar!
- Así luego tengo que hacer
que me perdones... – susurró acariciándole una mano con los labios.
- Mmmmm… será mejor que te
ponga algo en este hematoma ono desaparecerá. Espera aquí, debo tener todo lo
necesario en mi recámara.
Candy salió y regresó poco
después con un ungüento que, según ella, aceleraría la curación del rostro de
Terence. A él en realidad no le convencía mucho la idea.
- ¿Qué es eso? – le preguntó
tapándose la cara con la mano.
- Vamos, no seas infantil. ¿No
creerás que sabes más que yo de estas cosas? Déjame ponértelo.
- ¿Estás segura de que
funciona? – le preguntó tratando de apartar el rostro de nuevo.
- ¿Quieres quedarte quieto?
Al final logró convencerlo
de dejarse medicar, y mientras ella le embarraba suavemente la crema sobre el
pómulo con los dedos, él de repente sonrió.
- ¿Ahora por qué te ríes, si
se puede saber?
- Bueno, es que estaba
pensando que no es tan malo dejarse curar por usted, doctora Ardlay.
- ¿Ya ves, hombre de poca fe?
- Lo admito, has mejorado
mucho desde los tiemposdel Colegio San Pablo. ¡Por poco me muero desangrado esa
noche!
- Te recuerdo que esa noche
salí del colegio arriésgandome mucho y tú te fuiste sin siquiera esperar a que
volviera. ¡Desagradecido! – le respondió en el mismo tono dirigiéndose hacia la
puerta.
- ¿Adónde vas?
- ¡A dormir!
- ¡Vamos,Pecas, ven aquí!¡Estaba
bromeando!
- Eres el mismo de siempre,
pero esta vez...
No pudo terminar la frase
porque Terence la detuvo detuvo abrazándola por detrás, por la cintura.
- Quédate un poco más… ¿No
quieres despedirte como Dios manda? Mañana por la mañana no tendremos mucho
tiempo...
- Lo sé... - murmuró Candy volteándose
y aferrándose a él como si de esa manera pudiera evitar que se fuera.
Luego se besaron durante un
largo rato olvidándose por unos minutos de los difíciles días que les
esperaban.
- La próxima vez te llevaré
conmigo – murmuró Terence sin despegar sus labios de los de ella.
- ¿Cuándo será la próxima
vez? – le preguntó Candy mirándolo a los ojos.
Él vaciló porque sabía muy
bien que no podía estar seguro de cuánto tiempo pasaría antes de que pudieran
volver a verse. Trasladarse de Nueva York a Chicago no seríasencillo, eran
muchas horas de viaje y para poder pasar un poco de tiempo juntos necesitaría
tener más de un día de vacaciones, lo que no sería fácil de lograr. Tenía que
encontrar el momento adecuado para hablar con Hathaway al respecto, y esperar
que lo comprendiera. ¡Por lo pronto no iba a saltar de alegría al verlo llegar
con dos días de retraso y con la cara en esas condiciones!
- Por desgracia no lo sé,
Pecas.Primero tengo que hablar con Robert.
- No es cierto que no lo
sepas… ¡lo que pasa es que no tienes el valor de decírmelo!
Se supone que soy un buen
actor, pensó, ¡pero con ella simplemente no logro salir bien librado!
- Sólo puedo hacer una
suposición.
- ¿Cuál?
- Unas dos o tres semanas,
un mes como máximo – respondió muy a su pesar.
- ¡¡¡Un mes!!! – gritó
Candy.
- En el peor de los casos...
Sé que es mucho tiempo y no tengo idea de cómo podré esperar tanto, pero hasta
que no haya hablado del tema con Robert no puedo...
- Me gustaría quedarme con
algo tuyo.
- ¿Algo mío?
- Sí.
Terence lo pensó por un
momento y luego se quitó el anillo que llevaba en el dedo anular de la mano
derecha.
- Lo compré en Londres.Al
pasar frente a un escaparate me llamó la atención el verde intenso y nítido de
esta piedra.Me recordó el color de tus ojos.
Candy lo tomó y lo ensartó
en la cadenaque llevaba en el cuello;luego lo deslizó dentro de su camisón.
- Ahora es mejor que me vaya
a dormir, de lo contrario no podré acompañarte a la estación mañana temprano.
- No quiero que me
acompañes.
- ¿Cómo? ¿Por qué?
- Prefiero que nos
despidamos aquí.Habrá mucha gente en la estación y… no me gustan las despedidas
en las estaciones.
- Pero, Terence... no quiero
que vayas solo.
- Albert se ofreció a
acompañarme. No debes preocuparte, ¿vale?
- Está bien... Entonces, me
quedaré aquí un poco más si quieres...
Terence sonrió y, sin esperar
a que se lo dijera dos veces, la levantó en brazos y la llevó a la cama. Se
durmieron abrazados hasta que la aurora los despertó.
Nueva York
24 de abril
de 1922
Terence llegó a Nueva York
muy temprano por la mañana. Por suerte había conseguido dormir un poco durante
el viaje. Por la tarde tenía una cita con el señor Hathaway, pero su madre lo
esperaba primero para almorzar en Villa Baker.
- ¡Dios bendito! ¿Qué te pasó?
– le preguntó Eleanor en cuanto vio su rostro hinchado.
- Nada grave, mamá. ¡No te
preocupes! – Terence intentó tranquilizarla.
Desde que su hijo había
sufrido aquel accidente automovilístico, la señorita Baker se preocupaba en
cuanto notaba el más mínimo rasguño, tal había sido su miedo ese día al verlo
inconsciente en el hospital.
- ¿Cómo que nada grave?
Alguien te agredió. ¿Tuviste una pelea? – continuó la actriz, pues queríaaveriguar
a toda costa qué había sucedido.
- Tuve una pequeña discusión
con un exnovio celoso – confesó Terence al final.
- ¿Un exnovio de quién? –
preguntó la madre cada vez más curiosa por saber los detalles del viaje a
Chicago.
- De Candy, mamá. Pero ahora
me voy a cambiar. ¿Podemos hablar de eso más tarde, en el almuerzo?
- ¡Claro! – respondió la
señorita Baker en el séptimo cielo tras escuchar a su hijo pronunciar ese
nombre.
En la intimidad de su
habitación, acostado en la cama, Terence recordaba los últimos días transcurridos
con ella. Se sentía como dividido, como si le faltara una parte de sí mismo. Era
evidente que ya no podía mantenerse alejado de ella. Tenían que encontrar una
solución lo antes posible... pero, de pronto, todo le pareció muy claro. Por
supuesto, ¡qué estúpido! ¡Cómo no se le había ocurrido enseguida! ¡Si hasta se
lo había dicho a Albert!
Chicago
24 de abril
de 1922
A unas 800 millas de
distancia, otro corazón inquieto no hacía más que contar los minutos en espera
de volver a verse.
Al despedirse de él la
mañana de su partida, por un momento le había costado mucho no ceder a la
desesperación.
- ¡Te escribiré todos los
días! – le había dicho él.
- ¡Yo también! – había respondido
Candy.
Con esa promesa habían
logrado sobrevivir a esa separación que les recordaba cruelmente a las anteriores.
Pero ahora era diferente. ¡Por fin podían vivir su amor!¡Su destino estaba
únicamente en sus manos!
Antes de irse, Terence le
había dado una nota, la que había estado escribiendo el día anterior cuando
ella lo había sorprendido.
- No la leas hasta queya me haya
ido – le había dicho y, tras un último beso, se había marchado.
Sosteniendo ese pequeño
papel en la mano como si fuera un tesoro, Candy se despidió de él mientras
subía al auto con Albert. Volverlo a ver lo antes posible era su único
pensamiento en ese momento porque cada pequeña célula de su cuerpo le
pertenecía a él, y sabía con absoluta certeza que todos sus sacrificios y el dolor
que habían sufrido en esos años no habían sido en vano, sino que habían servido
para que llegara ese día en el que ya nada ni nadie los separaría.
De regreso en su habitación,
dio rienda suelta a unllanto liberador. Luego abrió la nota que Terence había puesto
en su mano y la leyó:
Amor mío:
Me voy con tu
perfume encima, con el sabor de tu boca en la mía, con el dulce recuerdo de tus
caricias en mi piel. Creo que nunca antes había recibido tantas bendiciones y todo
lo hermoso en mi vida proviene de ti. El consuelo que me da pensar en ti, haberte
reencontrado sin más mérito mío que el
dejamás haber dejado de amarte, espero que sea suficiente para soportar esta
separación hasta el día en que volvamos a vernos. Dejo mi corazón en Chicago, en
tus manos.Cuídalo.Volveré por él y por ti.
Te ama,
Tu Terence
Capítulo dieciséis
Nueva York
25 de abril de 1922
Amor mío:
Sólo
han pasado dos días pero tu ausencia ya me resulta insoportable. Pienso en ti todo
el tiempo y cuando finalmente pueda verte de nuevo y abrazarte, entenderás lo
difícil que está siendo para mí estar lejos de ti. Lamentablemente todavía no
sé cuándo será posible, pero me temo que tendremos que armarnos de mucha
paciencia. Hablé con Robert, quien, pensando que me hacía un favor, decidió prolongar
un mes la temporada teatral, por lo que continuará durante el mes de junio.
Será muy difícil, si no es que imposible, conseguir unos días libres para ir a
Chicago. Lo único que me consuela un poco es el hecho de que una vez que terminen
las representaciones de “Macbeth”, tendré un periodo de vacaciones y podré
dedicarme por completo a ti, ¡a nosotros!
Si
cierro los ojos, puedo verte.No es mucho, pero por ahora tendré que conformarme
con eso.
Chicago
27 de abril de 1922
Amado mío:
Creo que comprendo lo que significa para
ti estar lejos de mí porque a mí me pasa lo mismo. Intento trabajar y estudiar
lo más posible para distraerme, pero ya no puedo imaginar mi vida sin tenerte
junto a mí. A veces incluso hablo sola convenciéndome de que estás aquí, y me
parece escuchar tu voz llamándome.
Ya me imaginaba que después de tu
ausencia por el accidente tendrías que trabajar más y lo entiendo, tu público
te reclama. No debes preocuparte, en cuanto estés libre recuperaremos el tiempo
perdido. Ya empecé a escribir una lista de todas las cosas que me gustaría
hacer contigo cuando te vuelva a ver. Es una lista muy larga, así que
¡prepárate!
Nueva
York
30
de abril de 1922
Amor
mío:
No
sabes cuánto me gustaría estar ahí para hacer de inmediato lo primero que has escrito
en tu lista. ¡Espero que sea loque estoy pensando! No soporto la idea de que el
domingo sea tu cumpleaños y no pueda estar contigo. Te prometo que será el
último que no celebremos juntos.
Ya
me es imposible encontrar las palabras para hacerte entender cuánto te extraño,
pero si tú estuvieras aquí, no tendría que decirte nada. Te hablaría con mis
besos y tú comprenderías todo, lo sé.
Tu
perfume, que llevaba encima cuando me fui, ya se ha desvanecido y no te
imaginas cuánto lo necesito. Hasta he pensado en comprarlo, pero no sería lo
mismo, no sería tan intenso y placentero como respirarlo en tu piel.
Esta
noche, como todas demás, me dormiré pensando en ti, pensando en el momento en
que volverás a ser mía, en cuando ya no volveremos a separarnos.
No
olvides que mi corazón está ahí contigo desde siempre y para siempre.
Chicago
3 de mayo de 1922
Cuando Candy recibió esa última carta, un solo pensamiento comenzó a rondar su mente: ¡encontrar la manera de correr hacia él! Sería su cumpleaños en unos días y el regalo que deseaba más que nada en el mundo era volver a verlo.
Si pudiera cambiar un par de turnos en el hospital, probablemente podría salir el viernes por la noche, llegar a Nueva York el sábado por la tarde y tomar un tren de regreso el lunes, ¡lo que significaría pasar casi dos días completos con él! La solaidea la había hecho empezar a soñar despierta, imaginando que ya estaba allí y corría hacia él para arrojarseen sus brazos. Entonces recordó que Terenceseguramente tendría que estar en el teatro durante el fin de semana, dado que las representaciones de Macbeth continuaban sin cesar con llenos totales desde que Graham había regresado al escenario.
Podría comprar una
entrada e ir directo al teatro el sábado por la noche.Por primera vez podría
disfrutar del espectáculo y estar segura de no tener que perseguirte después ni
correr el riesgo de no poder verte. ¡Eso sería magnífico! Definitivamente tengo
que conseguir una entrada para la función del próximo sábado...Ya es muy
tarde... no lo lograré. Podría pedirte que me reserves un lugar, pero no…
quiero que sea sorpresa… ¡Y creo saber quién podría ayudarme a organizarla!
El viernes por la mañana, Archibald Cornwell y su esposa llegaron a Villa Ardlay. Annie tenía la intención de organizar una gran fiesta por el cumpleaños de ambas y, como no estaba al tanto de los acontecimientos de las últimas semanas, ya había comenzado a hacer las invitaciones que les enviaría a los mejores partidos de Chicago.
Ni Annie ni Archie sabían que Terence había ido a buscar a Candy y que se habían reconciliado. Únicamente sabían que después de haber estado en Nueva York, Candy había vuelto a Chicago y ya no había querido hablar más de él.
- En verdad espero que esta vez Candy se haya dado cuenta de lo inmaduro y engreído que Granchester sigue siendo, tal como cuando estábamos en el Colegio San Pablo. Siempre pensó que era el centro del universo, que se merecía todo. La hizo ir otra vez a Nueva Yorky ¿qué ganó Candy con eso? ¡Lágrimas, sólo lágrimas como siempre! Lamento decirlo, pero en realidad se lo buscó, aunque seguramente fue mejor así. Ya habrá entendido de una vez por todas que ha llegado el momento de dejarlo ir y ser feliz. ¡Candy merece ser feliz y quizás esta fiesta de cumpleaños que estamos organizando pueda ser un punto de partida para una nueva vida!
Annie escuchaba a su marido queriendo creer que tenía razón, aun cuando, conociendo a Candy demasiado bien, no creía que una fiesta pudiera solucionar los problemas de su corazón. No veía la hora de volver a abrazarla para saber cómo estaba y cómo había pasado las últimas semanas después de aquel triste viaje a Nueva York.
- ¿Piensas que deberíamos invitar también al Dr. Carver? – le preguntó Archie a su esposa, quien seguía escribiendo cartas de invitación.
- No lo sé, Archie.Tal vez sería mejor preguntarle a Candy.Honestamente no sé cómo vayan las cosas entre ellosen este momento.
- ¿Qué es lo que te gustaría preguntarme, Annie?
- ¡Oh, Candy, por fin llegas! ¡Déjame abrazarte!
Annie corrió hacia su amiga y las dos muchachas se abrazaron afectuosamente como cuando eran niñas, después de lo cual fue el turno de Archie, quien saludó a su prima con un beso solemne en la mano antes de que ella lo abrazara y le diera un sonoro beso en la mejilla.
- Candy, estás espléndida. ¡Te ves realmente muy bien! – exclamó Annie al verla tan radiante como hacía mucho tiempo que no lo estaba.
- Gracias, Annie.Tú también te ves estupenda, por nohablarde mi primo favorito. ¿Serán los efectos del matrimonio?
- Querida Candy, yo diría que sí.Por eso te aconsejo que empieces a pensar en el asunto, pues el tiempo no se detiene. Si continúas haciéndote la difícil, ¡en poco tiempo entrarás por derecho propio en el club de las solteronas!
- Gracias por la sugerencia, querida Annie, pero quizás deberías de saber que el matrimonio ya no es una posibilidad tan remota para tu servidora.
- ¿Acaso quieres decirque hay algún pretendiente a la vista? – preguntó Archie, con los ojos muy abiertos, al igual que Annie.
- Tal vez... – respondió enigmática.
- ¡Vamos, Candy, no te andes con misterios! Estoy planeando nuestra fiesta de cumpleaños y si hay alguien en particular a quien deba invitar, será mejor que me lo digas.
- ¿Nuestra fiesta de cumpleaños?
- ¡Sí, claro, como cada año! ¿No me digas que has olvidado que tu cumpleaños es el domingo?
- Oh, no… pero… perdóname, Annie, este año no podré participar.
- ¿Cómo? ¿Y por qué razón?
- Archie, no insistas.Tal vez el misterioso pretendiente ha organizado algo especial... ¿Estoy en lo cierto, Candy?
- Bueno, más o menos… En realidad soy yo quien organizó algo, así que no podré celebrar con ustedes el domingo. Lo siento mucho, Annie, pero festejaremos tan pronto como regrese. ¡Lo prometo!
- ¿Qué significa "tan pronto como regrese"? ¿Te vas de viaje? – indagó Archie poniéndose serio, pues empezaba a temer la identidad del hipotético novio.
- Sí – respondió Candy dudando si revelar o no el destino de su viaje, pues sabía que Archie no lo aprobaría, pero ya era hora de que todos supieran lo feliz que se sentía –. Me voy esta noche. Voy a Nueva York – reveló con una sonrisa radiante, sintiendo que el corazón se le salía del pecho.
Archie y Annie la miraban estupefactos.
- Lamento no haberles avisado antes, pero fue una decisión repentina y no...
- ¡Otra vez él! – la interrumpió Archie mirándola fijamente.
- Sí, Archie,otra vez él – respondió Candy decidida.
- ¿No fue suficiente lo que te hizo?
- Archie, basta – le rogó Annie.
- Espera, Annie... Ustedes no sabentodo lo que ha sucedido en las últimas semanas,por lo que es justo que...
- No me interesa lo que haya sucedido... ¡Tú no puedes seguir cayendo en la misma trampa cada vez, olvidando el pasado!
- Te equivocas, Archie... ¡Es precisamente porque nunca he olvidado el pasado que no puedo estar sin Terence! Ahora voy a despedirme de Albert. Nos vemos a mi regreso.
Dicho esto, Candy salió de la estancia, pero Annie corrió tras ella luego de lanzarle a su marido una mirada de severo reproche.
- Candy, discúlpalo.Hablaré con él y estoy segura de que poco a poco lo entenderá.
- Te lo agradezco, Annie.
- Pero podías haberme dicho que había novedades importantes – le reprochó Annie amistosamente.
- Perdóname, pero todo pasó tan rápido y no tuve oportunidad... En resumen, Terence vino a Chicago hace como dos semanas, oficialmente para una conferencia, pero en realidad quería verme, y al final aclaramos las cosas y...
- ¿Y?
- ¡Pasamos dos días maravillosos!
- Ay, Candy, estoy tan feliz y tú también lo estás, se ve... ¿Y ahora vas a verlo?
- Sí, Annie, no puedo más... Terence no puede venir porque está muy ocupado en el teatro.Nos escribimos todos los días... ¡pero no nos basta!
Annie la abrazó mientras trataba de contener las lágrimas.Sentía en lo más profundo de su corazón una gran alegría por ese amor que finalmente había encontrado su camino a casa.
*****
Nueva York
6 de mayo de 1922
Desde que se había subido al tren la noche anterior, Candy no había dejado de imaginar el momento en que sus ojos se encontrarían de nuevo. Un constante temblor en el estómago la había acompañado durante todo el viaje, el cual sólo había sido interrumpido cuando finalmente había sucumbido a unas cuantas horas de sueño.
Se había despertado poco antes de llegar a la estación de Nueva York, y nada más bajar del tren,casi la había sofocado un repentino peso en el pecho. De hecho, le había sido imposible no pensar en las veces en que ese lugar había sido testigo del dolor más atroz que jamás había sentido en su vida. ¡Tener que separarse de él ya no era algo que su corazón pudiera soportar!
Tomó un taxi para ir al hotel a cambiarse. Tenía poco tiempo antes de que fuera hora de dirigirse al teatro, donde la esperaría Eleanor Baker. Candy había logrado contactarla para pedirle que la ayudara a conseguir una entrada para el espectáculo de esa noche. Esta de más decir que la señorita Baker no había tenido ningún problema para cumplir con su petición,además de que no veía la hora de volver a abrazarla. Estaba emocionadísima por la sorpresa que su hijo recibiría una vez terminada la función. Terence no le había contado mucho sobre lo sucedido en Chicago, pero a juzgar por cierta expresión soñadora que había visto en su rostro más de una vez, Eleanor estaba segura de que había recuperadoal “amor de su vida”.
Candy llegó al teatro puntualmente. La señorita Baker le había dado instrucciones precisas para que encontrara la entrada secundaria y pudiera colarse en el teatro sin correr el riesgo de que Terence la viera. Incluso había elegido unpalcoalgo escondido para ver Macbethjuntas. Candy había sido categórica: no quería por nada del mundo que él notara su presencia, no quería distraerlo. Una vez que terminara el espectáculo, ella se iría a su departamento y lo esperaría ahí.
Sin embargo, cuando Terence subió al escenario, cuando pudo escuchar de nuevo su voz pronunciando las primeras líneas, Candy estuvo a punto de arruinar todos sus planes. Instintivamente se levantó y avanzó hasta el parapeto con unas ganas irrefrenables de gritar: “¡Amor mío, estoy aquí!”. Por suerte, Eleanor estaba con ella y, tras señalarle que Terence podría verla si se quedaba de pie, la invitó a volver a sentarse.
Durante toda la obra, Candy tuvo la impresión de haber contenido la respiración y estar inmersa en un sueño. No fue sino hasta que el público comenzó a aplaudir que volvió a la realidad y recordó que debía darse prisa si quería llegar al apartamento de Terence antes que él. Se quedó unos minutos más para poder aplaudirle y disfrutar de la increíble visión de Terence Graham en el centro del escenario recibiendo el homenaje de un público delirante.
Tan pronto como se cerró el telón, Candy y Eleanor intercambiaron una mirada llena de orgullo y emoción.
- Un coche te espera en la salida. ¡Adelante! – le dijo finalmente la señorita Baker despidiédola con un abrazo maternal.
La señora Dora reconoció de inmediato a la pequeña rubia pecosa que había estado allí hacía más de un mes y la saludó cordialmente. En realidad, la propia señorita Baker le había advertido que su hijo recibiría una visita muy importante esa noche y que, como era una sorpresa, tendría que ayudarla a asegurarse de que Terence no se diera cuenta de nada. Por lo tanto, la llevó hasta el apartamento del actor sin hacerle demasiadas preguntas y simplemente le deseó buena suerte.
Candy una vez más se encontró sola en el apartamento de Terence. Verlo actuar en el teatro, por fin sin preocupaciones ni miedos, había sido una emoción única e indescriptible, pero nada comparable con estar ahí en ese momento.
Se paró en medio de la estancia y no podía dejar de mirar la puerta principal, segura de que en cualquier momento volvería a ver su dulce rostro y esa maravillosa sonrisa que tanto le encantaba. Brincabacon cada mínimo ruido tratando de reconocer si era él quien lo hacía.
Al finalizar el espectáculo, Terence fue a su camerino a cambiarse. Estaba poniéndose la chaqueta cuando oyó un golpe en la puerta, e inmediatamente después vio entrar a su madre, quien quería felicitarlo por la espléndida puesta en escena, de la que había sido protagonista indiscutible, pero, sobre todo,quería asegurarse de que Terence se fuera directamente a su casa.
En eso llegó también su colega Karen Kleiss, quien, tras saludar a la señorita Baker, invitó al actor principal a un evento social que se había organizado en parte para celebrar el regreso de Terence Graham a los escenarios.
- ¿Cuándo es? – le preguntó.
- ¡Esta noche, por supuesto! – exclamó Karen.
Los bellísimos ojos azules de la señorita Baker nunca se habían abierto tanto como en ese momento. La actriz los dirigió a su hijo mientras contenía la respiración. Terence notó que algo andaba mal, probablemente era una fiesta a la que a Eleanor no le parecía bien que asistiera. ¿Pero por qué? Sabía que su madre estaba mucho mejor informada que él respecto a la vida social de Nueva York, así que finalmente decidió rechazar la invitación de Karen a pesar de su insistencia.
- ¿Se puede saber cuál es el problema con esa fiesta? – le preguntó a su madre en cuanto Kleiss se fue.
- Nada... es sólo que pareces muy cansado. No has parado en los últimos días y creo que es mejor que vayas a descansar.
Terence la miró con suspicacia, pero luego pensó que tenía razón.Además, definitivamente no estaba de humor para salir a divertirse. No hacía más que pensar en ella, la extrañaba como un loco. Sólo deseaba irse a dormir con la esperanza de por lo menos soñar con ella.
Más de una hora después de que había concluido la función, tras haber firmado una interminable serie de autógrafos, Terence finalmente logró subirse al auto que lo llevaría al Village, el barrio donde vivía. Eleanor lo había obligado a dejar que lo llevara su chofer y Terence había aceptado extrañamente, aun sile parecía que su madre estaba muy rara esa noche.
En la entrada del edificio se encontró a la señora Dora, quien, luego de saludarlo con una gran sonrisa, le informó que el ascensor estaba fuera de servicio desde la tarde, por lo que tendría que usar las escaleras. Terence subió los primeros escalones, pero se detuvo porque había notado algo extraño en su expresión. Se volvió hacia la portera, quien seguía con la mirada cada movimiento del actor.
- Dora, ¿está todo bien? ¿Tiene algo que decirme?
- No, no... adelante... vaya. ¡Debe estar cansado!
- Sí, definitivamente… Buenas noches.
- Buenas noches.
Terence comenzó a subir los dos tramos de escaleras que lo separaban de su apartamento y, en especial, de lo que más deseaba en ese momento: ¡su cama!
Mientras tanto, Candy, cansada de permanecer parada como una estatua en medio de la estancia, había decidido sentarse cuando, de repente, le pareció escuchar un ruido bastante familiar. Dejó de respirar por unos segundos para poder escuchar mejor ese particular crujido que se acercaba cada vez más. No podía equivocarse, habría reconocido el ritmo de sus pasos entre miles de ellos. Cuántas veces, tumbada en la hierba de la colina del Colegio San Pablo, se había dado cuenta de que él estaba a punto de llegar al distinguir los pasos lentos pero decididos con los que subía la pendiente que lo llevaría hacia ella. Ahora le parecía que subía las escaleras siguiendo el ritmo de su propio corazón, con cada paso un latido, y a medida que el ruido se intensificaba, los latidos de su corazón también se volvían más fuertes, hasta que los pasos se detuvieron y el silencio reinó por unos segundos. Luego el sonido metálico de la llave literalmente la hizo saltar mientras la puerta se abría con lentitud y se encendía la luz.
- ¡Terence!
Alzó la cara con incredulidad al escuchar esa voz familiar y, cuando la vio, entreabrió los labios, pero ninguna palabra salió de su boca. Sólo después de que ella le sonrió logró decir:
- ¡Candy!
No hizo falta decir nada más porque ambos, como dos imanes que se atraen inexorablemente, terminaron en los brazos del otro sin siquiera darse cuenta de cómo habían llegado hasta allí. Durante unos larguísimos minutos no dijeron una sola palabra, sólo permanecieron pegados el uno al otro casi sin respirar. Candy ni siquiera se había dado cuenta de que sus pies no tocaban el suelo, ya que Terence la había levantado y ella se había aferrado a su cuello, decidida a no volver a soltarlo.
- No lo puedo creer, no puede ser verdad. ¿Realmente eres tú? – murmuró finalmente Terence con el rostro sumergido en sus rizos rubios.
Candy logró separarse de él un poco para mirarlo, sonriéndole entre lágrimas. Terence entonces la apoyó en el suelo y, después de tomar su rostro entre sus manos para observarla mejor y estar seguro de que en verdad era ella, le sonrió a su vez y la besó profundamente, lo que hizo que ambos comprendieranque definitivamente que no estaban soñando.
- ¿Pero cuándo llegaste?
- Hoy en la tarde.
- ¿Por qué no me lo dijiste? Habría ido a buscarte a la estación… ¿Y qué hiciste en todo este tiempo? – le preguntó sin siquiera poder coordinar bien las palabras y la besó otra vez antes de que ella pudiera responder.
- No te lo dije porque quería sorprenderte, así que planeé esperarte aquí después de ir al teatro.
- ¿Estuviste en el teatro esta noche?
- Sí… ¡estuviste magnífico! ¡Por primera vez disfruté en verdad una obra tuya, aunque ya quería que terminara para poder abrazarte!
Y, de hecho, se abrazaron y se besaron como locos hasta que acabaron cayendo en el sofá sin dejar de mirarse a los ojos, sonriendo cada vez que volvían a darse cuenta de que todo era verdad, de que estaban ahí juntos.
- Tuviste una cómplice en todo esto, ¿no?
- Bueno, yo diría que dos: ¡la señora Dora y tu madre!
- Por eso me pareció que las dos actuaban de manera extraña esta noche: la portera no podía dejar de verme cuando llegué y mi madre insistió en que me viniera a casa inmediatamente después del espectáculo.
- ¿Acaso tenías algún compromiso? – le preguntó Candy con una sonrisa amenazadora.
- Bueno, Pecas,tú sabes cómo terminan estas veladas.Normalmente después de cada función siempre hay algún evento social al que me invitan. Incluso esta noche...
- ¿Incluso esta noche qué? – continuó Candy sentándose y alejándolo con las manos.
Terence sonrió sacudiendo ligeramente la cabeza.
- ¡Deja de estarte burlando de mí!
- ¡Pero si es la verdad!Todos los fines de semana se organizan muchas fiestas y recepciones en Nueva York, y por lo regular me invitan... ¡pero nunca voy!
- Ay, Terry… ¡siempre logras tomarme el pelo!
Ambos se echaron a reír mientras Candy fingía querer golpearlo. Entonces recordó el puñetazo que Terence había recibido en Chicago y empezó a revisarlo para comprobar que todo estuviera bien.
- ¡Soy muy buena enfermera!No te quedó ni siquiera una pequeña marca – comentó con satisfacción tras observar atentamente primero el pómulo de Terence y luego sus labios, y fue precisamente en ellos donde su mirada se detuvo mientras volvían a recostarse en el sofá, uno frente al otro.
- ¿Tienes hambre? – preguntó el joven mirándola a los ojos.
- No.
- ¿Necesitas cambiarte… darte un baño?
- No.
- ¿No necesitas nada entonces?
- Bueno, sí.
- ¿Qué necesitas?
- ¡A ti! Bésame, tonto...
Se besaron durante un largo rato, abrazándose como si quisieran fusionar sus cuerpos. Luego, una vez más esa mirada suya, una nueva mirada llena de deseo que Terence no pudo resistir.
*****
Nueva York
7 de mayo de 1922
Cuando se había encontrado con la señorita Baker, antes de que iniciara el espectáculo, Candy había tenido la oportunidad de hablar un poco con ella. Eleanor le había contado cuánto empeñohabía tenido que poner Terence y cuánto se había tenido que esforzar para volver a convertirse en el gran actor que era. Al final había cosechado todo el éxito que merecía y la gira por Europa lo había consagrado definitivamente como un gran protagonista del ámbito teatral internacional. Estaba muy orgullosa de él, pero había un aspecto de la vida de su hijo que todavía le preocupaba. Dudó un poco antes de hablar de ello con Candy, pues no quería entristecerla ni arruinar esos días con Terence, pero luego se decidió al pensar que, como siempre, sólo ella podía ayudarlo.
- ¿Qué es lo que le preocupa, Eleanor?
- No sé si Terence y tú ya han hablado de ello, pero... creo que mi hijo todavía se siente culpable por lo que le pasó a Susanna y también por su muerte.
Al despertar abrazada a él en su cama, Candy tuvo la clara sensación de que por fin podía saborear la felicidad. Terence aún dormía. Su ligera respiración le parecía el sonido más dulce del mundo y su aroma era tan embriagador que la aturdía. Se habían amado mucho durante toda la noche. Había sido diferente a la primera vez: una nueva complicidad los había guiado sin necesidad de palabras. Con cada caricia y beso que intercambiaban, su vínculo se fortalecía cada vez más porque entregarse el uno al otro significaba poder volver a creer en ese amor roto tantos años antes. Nada se había perdido, nada había cambiado, y ambos estaban seguros de eso ahora.
No obstante, de improviso las palabras de Eleanor volvieron a su mente. Terence no le había contado nada sobre el tiempo que había pasado con Susanna, por lo que probablemente era cierto que todavía le causara sufrimiento.
Cuando despertó, Candy lo sintió moverse debajo de ella. Lo miró y en ese instante él abrió los ojos. Candy le dio los buenos días y él simplemente sonrió como un sol naciente. Luego se deslizó más abajo entre las sábanas, la hizo rodar hacia el otro lado y comenzó a besarle la espalda desnuda.
- ¿No crees que deberíamos levantarnos? – intentó preguntarle.
Terence sólo gimió con la plena intención de continuar el camino que sus labios acababan de iniciar. Subió de la espalda al cuello, lo liberó del cabello, conquistó una oreja y después la hizo girarse para volver a tomar posesión de su boca. Candy tuvo que rendirse a esos besos que le hablaban tal como él le había escrito en su última carta, esa que la había convencido de partir de inmediato hacia Nueva York.
Los besos de Terence, como la pluma de un poeta, componían versos de amor sobre su piel. Era un poema interminable porque cada vez que lo reanudaba, volvía a empezar desde el principio, y Candy ya sabía que adoraría cada palabra que él le dedicara.
Se amaron una y otra vez... dejando que todo lo demás se hundiera en el olvido, viviendo sólo de su deseo, de su querer, de su entrega mutua.
Una dulce melodía despertó a Candy unas horas más tarde, cuando el sol ya estaba alto. Abrió los ojos y lo vio sentado en la cama tocando la armónica. Se quedó escuchándolo hasta que la música se detuvo; luego se levantó, lo abrazó y apoyó la cabezaen su pecho.
- Cuando vine aquí a buscarte, ¡me sorprendió verla en tu mesita de noche! Extrañé mucho escucharte tocarla, pero no pensé que todavía lo tuvieras. Y tampococreí que todavía tuvieras este apartamento.
- Siempre lo he tenido. Fue mi refugio durante muchos años.
- Pero no vivías aquí.
- No.
Candy sintió que se ponía nervioso, pero pensó que si quería hablar de Susanna, era justo el momento de hacerlo.
- Tenías otra casa donde también vivía Susanna, ¿verdad? – le preguntó vacilante.
- Sí, pero ya no la tengo.La vendí. Su madre se quedó allí un tiempo... Luego se fue – respondió secamente Terence.
- ¿Podemos hablar de eso?
- No.
- ¿Por qué no quieres hablar de eso?
Terence permaneció en silencio, decidido a no continuar con esa conversación. Entonces Candy se arrodilló en la cama y lo miró con toda la ternura de la que era capaz.
Terence dejó escapar una sonrisa.
– ¡Esto no es correcto! – exclamó.
- ¿Qué? – preguntó Candy ingenuamente.
- Pecas, ¿te parece normal que me pidas que hable del pasado mientras estás aquí frente a mí, arrodillada en mi cama, desnuda, con los pechos apenas cubiertos por tu cabello? - le dijo al mismo tiempo que apartaba de allí un mechón de pelo con un dedo que luego descendió hasta su ombligo, haciéndole cosquillas.
Candy tomó la sábana tratando de taparse, con la cara de quien ha hecho una travesura y ha sido descubierto.
- ¿Así está mejor?
- No – respondió Terence lanzándose sobre ella y hundiéndose en su cuello.
- Para... tenemos que hablar. Lo digo en serio... - le dijo Candy tratando de oponer una mínima resistencia a aquellas ardientes caricias - Terry, por favor...
Terence encontró fuerzas para detenersey pasarse al otro lado de la cama, dándole la espalda para no verla.
Candy esperó un momento, luego se acercó a él y le puso una mano en la espalda. Lo escuchó suspirar.
- Si te contara cómo fueron esos años con Susanna, de seguro encontrarías la manera de culpabilizarte, pero tú no tienes ninguna culpa de lo que sucedió.
- ¿Y tú sí?
- Por favor, Candy… ¡Sólo quiero olvidarlo y tú también deberías hacerlo!
- No, Terence, no podemos olvidarlo si no hablamos de ello. Yo sé en qué me equivoqué y si pudiera volver atrás, me comportaría de manera diferente... No te dejaría enfrentar todo solo.
- Jamás habría permitido que te vieras involucrada en esa situación...
- ¡Pero yo ya estaba involucrada porque te amaba! Debí haberte ayudado en lugar de salir huyendo.
- No habrías podido hacer nada… ¡Ni siquiera yo pude salvarla!
Candy quedó muy impactada por lo que Terence acababa de decir. ¿Entonces,él había pensadoque su deber era salvar a Susanna? ¡Y también se sentía culpable por su muerte, tal como le había dicho Eleanor! ¿Pero por qué? Deseaba con todo su corazón que se abriera con ella, pero conociéndolo sabía lo difícil que sería para él. De cualquier modo, siempre llevaría ese peso con él, y Candy quería compartir esa carga. Nunca podrían olvidar, pero era importante hacer las paces con el pasado para poder afrontar el futuro en paz.
- ¿De verdad crees que te correspondía a ti salvarla? – le preguntó dulcemente, esperando que él se animara a proseguir.
- Por eso me quedé a su lado.Decía que yo era su única razón de vivir.
- ¿Y, en tu opinión, lo que hiciste no fue suficiente?
Terencenegó con la cabeza sin mirarla. Candy permaneció en espera de que continuara.
- Hice todo lo que pude, pero no fue suficiente... No pude hacerle entender que hay muchas cosas en la vida por las que vale la pena seguir adelante.Ella no veía nada más... sólo estaba obsesionada con algo que nunca tuvo... y por eso al final se dejó morir...
Candy no sabía qué hacer, quería abrazarlo con fuerza, pero temía que eso interrumpiera su historia. Se quedó quieta escuchándolo, conteniendo la respiración y las lágrimas.
- Antes de irse me pidió que la perdonara por no haber querido ver cuánto sufría... pero yo ahora estoy aquí contigo, estoy vivo y soy feliz... ella no. Debería odiarla por lo que nos hizo, pero no puedo... No sé si puedas entenderme, Candy, o tal vez ahora serás tú la que me odie por lo que te acabo de decir.
- ¿Odiarte? ¿Cómo podría, mi amor?
Entonces ella lo abrazó y lo llenó de besos, queriendo disipar de ese modohasta la más mínima sombra que pudiera haber en su alma. Terence se volteó, le sonrió y cerró los ojos, abandonándose a sus caricias. Después permanecieron abrazados en silencio, hasta que él le preguntó en qué pensaba.
- Creo que deberíamos ir a verla juntos.
- ¡No! – respondió categóricamente levantándose de la cama.
- Escúchame, por favor... Susanna te pidió que la perdonaras porque sabía que había cometido un error, y tienes que hacerlo porque solamente así podrás perdonarte a ti mismo y a mí también. Sólo el perdón puede hacernos libres para vivir nuestra vida juntos y garantizar que el alma de Susanna pueda descansar en paz.
Candy también se levantó de la cama, fue hacia él y lo abrazó por detrás.
- Te lo ruego, Terence... Vamos averla.
Lo escuchó dar un profundo suspiro, pero no respondió. Luego se volteó y la abrazó con fuerza pensando que nunca podría decirle que no.
Después de desayunar, se dirigieron al Cementerio de Mármol de Nueva York. Antes de entrar, Candy se detuvo a comprar unas flores.
- ¿Qué flores le gustaban? – le preguntó.
Terence señaló con la mano un ramo de lirios blancos y rosados.Candy lo acomodó cuidadosamente cuando llegaron a la tumba de Susanna. Terence se quedó un poco atrás, con el rostro sombrío y una tormenta de sentimientos agitándole el corazón.
Candy se acercó a él, murmuró una oración, luego le apretó la mano con fuerza y él respondió al apretón. No dijeron nada, únicamente guardaron silencio unos minutos. En un momento dado, se volvió hacia Candy y le dijo:
- Ya podemos irnos.
Ella le sonrió y se alejaron juntos.
*****
Después de recoger la maleta de Candy en el hotel, fueron a almorzar a un restaurante al aire libre junto al mar. ¡Terence ciertamente no había olvidado que había un cumpleaños que celebrar!
- ¡Tengo hambre! – exclamó Candy frente a todos los manjares que acababan de llegar a la mesa.
- ¡Pecas, sigues siendo la misma glotona! – dijo Terence estallando en carcajadas.
Cuando llegó la hora del pastel, Candy pidió un deseo antes de apagar las velas, pero inmediatamente después notó el rostro serio de Terence.
- ¿Qué sucede? – le preguntó.
- Este sería el momento adecuado para darte tu regalo.
- ¡Yo diría que sí! – confirmó Candy con una sonrisa impaciente y demasiada curiosidad por ver el regalo que le daría.
- Desafortunadamente hay un pequeño problema...
- ¿Qué quieres decir? ¿Dónde está mi regalo?
- En Chicago… supongo. No sabía que vendrías a Nueva York, así que... te envié tu regalo allí.Lo encontrarás cuando llegues a casa.
- Mmmm... - refunfuñó Candy un poco decepcionada.
- ¡Estoy seguro de que Albert lo cuidará bien! – exclamó mientras Candy seguía mirándolo con el ceño fruncido.
- Por cierto... ¿sabes que cuando supe que él era el famoso tío abuelo William me quedé sin palabras?
- ¡Imáginate cómo me quedé yo! Pero,cuando lo digerí... entendí muchas cosas: el hecho de que él siempre estuviera ahí cuando yo tenía dificultades, por ejemplo, ¡ciertamente no erapor casualidad!
- Entonces, en cierto sentido… ¿Albert es tu padre?
- Es demasiado joven para serlo, pero así es, aunque lo veo más como un hermano.
- De cualquier modo… ¡tendré que pedirle permiso para casarme contigo!
Candy se quedó sin palabras por un momento y sus grandes ojos verdes se abrieron por completo, más resplandecientes que nunca; luego sonrió. De seguro Terence estaba tomándole el pelo como siempre, pensó. ¡Pero esta vez no iba a caer! Quería ver hasta dónde llegaría.
- Deberías preguntarme a mí primero, ¿no lo crees?
- ¿No te lo he preguntado ya? – inquirió Terence fingiendo perplejidad.
- ¡No! – respondió Candy con decisión.
- ¿Estás segura? Estaba convencido de que ya te lo había preguntado.
- ¡Lo recordaría!
- Déjame ver –le dijo tomando su mano izquierda -. En efecto, no hay ningún anillo aquí.Si estuviéramos comprometidos, ya tendrías un anillo en el dedo, ¿cierto?
- ¡Cierto! Así es como funciona por lo regular – respondió Candy empezando a molestarse.
- Mmmm... pero me parece que...
Terence comenzó a buscar algo en los bolsillos de su pantalón y de su chaqueta. Candy lo veía sin comprender.
- ¿Qué estás haciendo? – protestó la chica.
- Sentí como si tuviera algo en el bolsillo... ¿Lo ves? – le preguntó sacando finalmente una cajita verde agua del bolsillo interior de su chaqueta.
- ¿Qué es?
- Ábrelo.
- ¿Es para mí?
Terence asintió sonriendo. Candy lo abrió y los destellos de un espléndido anillo deslumbraron sus ojos, pero, sobre todo, su corazón.
- ¿Cómo le haces? – preguntó Candy conmovida.
- ¿Cómo hago qué?
- ¡Leer mis pensamientos! Acabas de concederme el deseo que pedí al apagar las velas.
- ¿Querías un anillo? – le preguntó riendo.
- No... quería estar contigo para siempre. ¡Eso es lo que deseo!
- Entonces, ahora te toca a ti cumplirme un deseo, aunque no sea mi cumpleaños, ¿vale?
- De acuerdo.
- Cuando te conocí me prometí que te haría feliz, aún no sabía lo feliz que me harías tú a mí. Por eso mi único deseo es que te conviertas en mi esposa. ¿Quieres casarte conmigo, Candy?
- Sí, sí, sí…- repitió Candy varias veces entre lágrimas y sonrisas mientras Terence la besaba.
Luego le puso el anillo en el dedo y caminaron abrazados hacia la playa.
Terence había recibido unainvitación un tanto particular para esa noche. No estaba seguro de aceptar, pero cuando se lo dijo a Candy, ella respondió: "¿Por qué no?".
Por lo tanto, se dirigieron al Cotton Club, donde encontraron a Jean Paul esperándolos con el resto de la pandilla.
- ¡No sabes cuántas chicas han sido víctimas de la desesperación al verlos entrar de la mano! – exclamó el francés saludando a Terence.
- ¡Tendrás que encargarte de consolarlas!
- Me temo que sí.¡Haré ese sacrificio!
- ¿Te acuerdas de Candy?
- Yo sí, ella no creo que se acuerde de mí.
- Por el contrario, me acuerdo muy bien a ti y de esa noche – dijo Candy lanzándole una mirada severa a Terence, quien se había ido en cuanto la había visto esa noche. Le besó la mano como pidiéndole perdón.
Jean Paul los invitó a su mesa, que, como de costumbre, estaba totalmente abarrotada.
- ¿A cuántas chicas tendrá que consolar?
- ¡A todas las que ves en ellugar, Candy!
- ¡¡¡Terence!!!!!
- ¿Bailamos?
- ¡¡¡No!!!
- ¡Bailemos…por favor! No quiero compartirte con toda esta gente.
Epílogo
Stratford-upon-Avon
verano de 1925
Si no lo sintiera respirar aquí a mi lado, si su brazo no estuviera alrededor de mi cintura y sus piernas no estuvieran entrelazadas con las mías, podría pensar que se trata de un sueño.
Anoche se realizó la última función de la temporada teatral y regresó muy tarde, agotado porque, como siempre, lo dio todo. Así que ahora todavía está durmiendo.
Llevo un rato despierta, pero no he tenido fuerzas para levantarme y sigo en la cama con él. Esta mañana, no sé por qué, me siento especialmente nostálgica y tengo muchas ganas de llorar. De vez en cuando me pasa que vuelvo a pensar en todo lo que tuvimos que afrontar para llegar hasta aquí. Fueron muchos momentos difíciles.Durante mucho tiempo pensé que nuestro adiós había sido definitivo aunque en realidad no lograba resignarme a esa idea. De hecho, mi corazón no estaba equivocado y, cuando me escribió,volví a tener esperanza.
Es increíble cómo nuestros sentimientos han resistido a todo y a todos, incluso a nosotros mismos, porque en ocasioneshemos sido dos verdaderos testarudos. Ambos cometimos errores, pero hemos hablado al respecto y afortunadamente hemos logrado superarlos perdonándonos.
Se ha volteado hacia mí, pero todavía está inmerso en el sueño. ¡Lo miro y no puedo evitar pensar en lo hermoso que es! Aunque no se lo digo a menudo, de lo contrario se le subiría a la cabeza y comprendería que estoy totalmente en su poder. No lo puedo negar, creo que me cautivó desde el primer momento en que lo vi en ese barco en medio del océano a pesar de que enseguida me hizo enfurecer con ese "señorita Pecas" con el que todavía hoy me fastidia.Recuerdo que en cuanto llegamos al puerto, mi mirada se perdíabuscándolo, como si de inmediato hubiera surgido algo entre nosotrosque no podía terminar ahí en ese muelle.
Cuando luego lo volví a ver en el Colegio San Pablo, porque él también estudiaba allí, me sentí aliviada, pues aunque no me daba cuenta, no quería perderlo. Era diferente de los demás, con una miradaa menudo melancólica y triste, dura y cínica, otras veces tan tierna y sincera. Nunca había visto unos ojos así y, no sé cómo, pero tenía la impresión de que podía leer en ellos sus verdaderos sentimientos. Su mirada muchas veces me habla más que sus palabras, definitivamente es un tipo bastante taciturno.
Nos casamos hace tres años, en junio,en la colina de Pony. Temblábamos como hojas. A nuestro alrededor estuvieron las personas más queridas que siempre creyeron en nosotros. Y finalmente nos hemos convertido en eso,en un "nosotros".
Los primeros dos años vivimos en Nueva York y nuestra pequeña Pauline nació allí. Está por cumplir dos años y es bellísima, como su padre. Tiene sus ojos y su nariz, pero con una cascada de pecas. ¡Una combinación perfecta diría yo!
Terence la adora y ella lo adora. Sabe que cuando papá está trabajando no debe molestarlo, pero a veces me mira y me toma una mano para arrastrarme hasta la puerta del estudio.
- ¿Quieres ir con él? - le pregunto.
Ella me responde temerosa, asintiendo con la cabecita.
- Pero tienes que quedarte en silencio, ¿vale?
Ella asiente de nuevo.
Le abro un poco la puerta y se cuela enel estudio. Se sienta en un rincón sin que él se dé cuenta. Permanece inmóvil mirándolo fijamente un rato hasta que Terence percibe su presencia. Finge estar enojado, luego abre los brazos y ella corre para lanzarse en ellos. Platican entre ellos con Pauline sentada en su regazo. Finalmente, antes de bajarse le da un beso. Después la veo volver hacia mí con una gran sonrisa.Evidentemente su padre le ha prometido que en cuanto termine harán algo juntos, y ella lo espera ansiosa, conformándose por un rato con su madre.
Nos mudamos a Stratford porque Terence recibió una oferta de trabajo muy importante del Shakespeare Memorial Theatre. Se trata de un contrato de tres años para que protagonice las principales obras del Bardo. No quería venir, temía que yo fuera a sufrir demasiado lejos de Estados Unidos, todavía no entendía que yo sólo sufro cuando estoy lejos de él.
Vivimos en una casa de campo junto al río Avon, con un precioso jardín. Es un lugar muy diferente de Nueva York. Me gusta y es idóneo para criar niños. Terence no tiene que hacer giras, así que pasamos mucho tiempo juntos.
Me jala y me abraza y, como cada mañana, antes de abrir los ojos hunde el rostro en mi cuello y me besa. Luego masculla algo, probablemente quiere saber qué hora es, debe haber olvidado que hoy no tiene que ir al teatro.
Le doy un beso de buenos días y finalmente abre los ojos. Me sonríe y me besa durante un buen rato. Nos duchamos juntos. Le digo que me gustaría tener otro hijo y él me dirige una mirada pícara antes de afirmar que todos mis deseos son órdenes ineludibles para él.
- Yo diría que empecemos ahora mismo... ¿Qué opinas, Pecas? – me susurra al oído mientras el agua caliente se desliza por nuestros cuerpos.
Ni siquiera intento resistirme. Sus manos y sus labios no me lo permiten, y yo soy completamente suya.
💖 FIN
Ay no cuánto dolor, me imagino a Eleanor ver a su hijo así, pero Terry resurge como Ave Fénix 🙏, solo q siente que tiene q cumplir esa deuda 😓 gracias EleTG, saludos cl@us
RispondiEliminaSicuro che lui risorgerà, grazie all'amore che custodisce nel cuore ❤️ grazie
EliminaWoww!! Que gran inicio, lloré mucho 💔
RispondiElimina🥺🥺😥gracias!
Elimina😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭
RispondiEliminaUn periodo molto doloroso dopo Rockstown 😢
EliminaPobre Terry, tanto sufrimiento por el egoísmo de una persona. El amor nace no se impone. Terry ayúdala económicamente pero nada más, no fue tu culpa. 😭😭😭😭. Gracias EveS.
RispondiEliminaTerence di sicuro vuole aiutare Susanna perché lei ha impedito che il riflettore cadesse su di lui ... ma l'amore è un'altra cosa 🥺 grazie ❤️
EliminaAy pobre de mi Terry, el sufrimiento de estar con alguien que no amas, y luego lo critican que x que bebió, tuvo mujeres, etc, si Susana y su mamá eran unas tóxicas, al contrario, fue fiel a la promesa de Candy, aún cuando fue una mala decisión que tomaron x ser buenos de corazón ❤️ saludos EleTG
RispondiElimina❤️
EliminaPor cierto que guapo se ve aquí Terry en esta imagen 🥰. cl@us
RispondiElimina🥰
EliminaTerry, resucitaste como el phoenix. Susanna el nunca te quiso ni te querrá, eso ya lo sabías. Formidable capítulo. Gracias EveS 👏🏼💕👏🏼
RispondiEliminaGracias 🙏
EliminaWhoooo me encanta amiga está historia te digo la vi abrí el enlace y se me perdió hasta hoy que la encontré y te digo me tienes cautiva en tus letras espero pronto actualización 😘😘😘😍😍
RispondiEliminaGracias 😘
EliminaWhoooo muy interesante desde la prectiva que tienes Candy y Terry me encanta 😘😘😘😘
RispondiElimina❤️🥰
EliminaPaul no te enamores de Candy. Terry vuelve por Candy. Buenísima. Gracias Eve S. 👏🏼💕👏🏼💕
RispondiEliminaPaul è un combinaguai!
EliminaEstupendo capítulo y bueno estoy consciente que en estos años de separación, ambos debieron conocer otras personas, esperando el próximo capítulo, saludos bonito fin Cl@us 😊
RispondiEliminaGracias!
EliminaPobre Terry cuánto sufrimiento por una desquiciada creyendo que tener una obra de caridad tenía el derecho de acabarle la vida de alguien ahora que pasará en la vida de los rebeldes
RispondiEliminaTerry ha un cuore generoso e un'anima nobile. Grazie.
EliminaWhoooo qué encuentro ese que tuvieron pero me da un coleron de eso que le da al bombón no buscarse y hablar por qué sufren así de darle a cada uno un galletazo tal vez así entienden que ellos deben estar juntos
RispondiEliminaAhora están separados otra vez, Terry está enojado y Candy no sabe qué hacer. 🥺🥺
EliminaCandy viaja a NY y cuéntale a Terry que Paul Carver no es nada tuyo. Habla claro con Paul también. Terry Que mensaje en esa firma. Candy lo destrozaste. Archie hablando sin saber como siempre. Bravo. Gracias EveS. 👏🏼💕👏🏼💕
RispondiEliminaCandy y Terence son víctimas de un malentendido, pero la distancia y el tiempo que pasan separados no les ayuda.
EliminaCandy busca a Terry, explícale lo de Chicago. Terry tu también trata de hablar con Candy. Terry tu dolor y sufrimiento tiene cura. Buenísima. Gracias EveS 👏🏼💕👏🏼💕
RispondiEliminaLa sola cura è Candy ❤️ grazie cara EveS
EliminaQue barbaridad otra vez estuvieron en el mismo lugar y no pudieron hablar deberás que me estresas saber los testarudo que son cuando deberían luchar por su felicidad ambos
RispondiEliminaSono decisamente due testoni e la lunga separazione non li aiuta 😭😭
EliminaVaya que ya llegó Alberth eso es buena señal ahora basta saber que hará Terry por qué tanto miedo todos merecemos ser feliz alguna vez por qué ellos no
RispondiEliminaLa paura che il loro amore sia svanito nel nulla li sta frenando, hanno già sofferto molto e non vogliono soffrire più 😥
EliminaMe encanta como es Jazmín, la pareja perfecta para Albert, una persona directa. Bien hecho Terry, dejasteis a la modelo. Ahora lee el diario y busca a Candy. Formidable capituló 👏🏼💕👏🏼💕EveS
RispondiEliminaGracias 😘 😘
EliminaMe imaginé a Terry leyendo el diario, muy emocionante. Paul actuaste mal. No seas un mal perdedor. Candy si búscalo y sean felices. Buenísima. Gracias EveS. 👏🏼💕👏🏼💕
RispondiEliminaPaul non si arrende, ma quello che c'è tra Candy e Terence non ha eguali ❤️❤️
EliminaQue emoción Candy va para New York, siempre impulsiva, Solo espero que Isabel no sea una piedra en el zapato Gracias me encanta la historia 👏👏👏
RispondiEliminaIsabel 😥🫣
EliminaDespués de tanto padecer los dos al fin se encontrarán está vez será distinto ellos ya son adultos y saben cómo luchar por su amor sin que nadie los detengan viva el amor ❤️❤️
RispondiEliminaChe sia la volta buona o il destino si metterà di traverso un'altra volta? 🥺
EliminaNo se por que Karen puede temer que Candy este allí para Terence. Es que ella prefiere que su amiga esté con Terrence?
RispondiEliminaMmmmmm... vedremo 🤔😊
EliminaNo hay justicia para el par de enamorados después de tanto padecer ahora el tiene un accidente lo bueno que ella lo cuidara pero que dolor para la pecosa 😭😭😭😭
RispondiEliminaAncora il destino si è messo di traverso 😟
EliminaPobre Candy ella tan emocionada y encontrarlo así en el hospital 😔, Será que Terry va a tener su enfermera personal, 🫣. Gracias por otro capítulo 👏👏👏
RispondiEliminaGracias, hasta pronto 🥰
EliminaOMG 😱 Que accidente. Que no vaya a perder la memoria. Buenísima. Gracias 👏🏼💕👏🏼EveS
RispondiEliminaTi tranquillizzo, Terence non perderà la memoria 🥰😘😘
EliminaTienen que tolerance a estar juntos.😢😢😢😢😢😢
RispondiElimina❤️
EliminaHay amiga mía SOS tan linda pero creo que ya basta una Candy miedosa extrovertida para todo pero para el amor tan sonsa hasta en eso Anne tiene as valor Jesús la mato y la vuelvo a revivir por tonta y ahora Terry que hará
RispondiElimina😂😂😂 definitivamente Candy es sonsa.
Elimina🤣🤣
EliminaNo puedo estar más de acuerdo con Jasmine, porque se regresó a Chicago? Isabel es una aprovechada!! Y la boba de Candy tan crédula, y mi Terry sedado, va a pensar que fue una alucinación haberla visto, en fin me dejo triste este capítulo, ojala que Eleanor le confirme que efectivamente ella si estuvo allí. Me dejas con ganas de seguir leyendo, gracias por otro capítulo.
RispondiEliminaGracias 😘 😘
EliminaCandy Que testaruda. Terry estaba inconsciente. Lo volviste a dejar solo cuando mas te necesita. Vuelve a NY y cuida de el. Gracias por el capituló. EveS 👏🏼💕💕💕
RispondiEliminaCandy è proprio una testona! Grazie a te 🥰😘
EliminaHay bombón que camino más espinoso tienes que cruzar para llegar al corazón de Candy y n por qué no te amé si no por testaruda y cabeza dura como una vez le digo a la hermana Grecy pero tú puede bombón ella se derrite cuando estás cerca no pierdas la oportunidad porfa
RispondiEliminaVediamo cosa farà Terry per far aprire Candy ❤️❤️
EliminaCandy no seas tan testaruda. Háblale a Terry con el corazón. Patty sigue así ayudándolos. Que bueno que el Dr Brown le contó a Terry que Candy estuvo ahí. Terry hazla hablar. Gracias 👏🏼💕👏🏼☀️ EveS
RispondiEliminaTerry non molla e punta direttamente al cuore di Candy ❤️❤️
EliminaAmbos son testarudos, ninguno quiere dar el primer paso, y es obvio que el amor de ellos se siente hasta en el aire, hasta pude recrear en mi mente la escena de Candy cubriéndolo con la manta y el sonriendo, me encanto el capítulo. gracias por alegrar hoy mi día.
RispondiEliminaMolto dolce il momento in cui Candy lo copre con il plaid e Terence non stava dormendo 😊😉
EliminaEsto es en serio amiga no lo puedo creer estos dos de Albert los amarro en un árbol y los dejo ahí que barbaridad
RispondiEliminaTerry que paso con tu paciencia. Estás dándote por vencido muy rápido. Como pueden ser tan testarudos. 😭😭😭. Formidable capituló. EveS 👏🏼💕👏🏼💕
RispondiEliminaQue hermoso espero que pronto resuelvan y deciding darce otra oportunidad , gracias Ele TG , me encantan tus historias.❤️❤️❤️
RispondiElimina💕🥰
EliminaHermoso. Sublime reconciliación. 👏🏼💕👏🏼💕EveS
RispondiEliminaGracias 😘
EliminaAmiga mía eres única sufrí viendo a ese par de testarudo pero este capitulo es hermoso gracias
RispondiEliminaFinalmente si sono parlati 🥰
EliminaPor un momento pensé que Candy iba a dejarlo ir, que emocionante esa escena en el andén!! me encanto el capítulo, gracias por hacerme feliz este día, entre tanto problema cotidiano. 👏👏👏
RispondiEliminaGrazie a te ❤️🌷
EliminaHermoso capítulo cómo no enamorarse de una pareja tan hermosa y un amor tan puro como el de los dos ❤️❤️❤️❤️
RispondiEliminaGracias 😘 😘
EliminaComo entro Paul a la casa de Candy? Sublime entrega de tus almas que ya han sufrido bastante. Que fue la decisión Terry. Cásate y llévatela contigo a NY. Excelente capituló. Gracias EveS. 👏🏼💕👏🏼💕
RispondiEliminaÈ stata Candy a far entrare Paul, lui voleva delle spiegazioni ma quando è apparso Terence non ci ha visto più e boom 👊🙄
EliminaWhoooo que hermoso fue está vez su sorpresa para ambos la felicidad les llegó espero no hay nuberrones pahi queriendo opacar el amor ❤️❤️❤️❤️
RispondiEliminaGracias 🥰
EliminaQue belleza de capítulo, me he quedado suspirando, amo cuando leo que son felices y me imagino cada escena como si estuviera viéndolos. Ahhh que bonito amor.🥰. GRACIAS 👏👏👏
RispondiElimina😘😘
EliminaHermosa declaración. Jean Paul estará muy contento 😁😁😁 Formidable capituló 👏🏼💕👏🏼💕
RispondiEliminaGracias 😘 😘
EliminaHermosa historia me encanta como escribe , 🥰🥰🥰🥰🌹🌹🌹
RispondiEliminaGracias 😘
EliminaGracias mil, ha sido un placer leer tan bonita historia, he suspirado me he ilusionado, tantas emociones, gracias por compartir tu talento.
RispondiEliminaGrazie a te carissima amica 😘
EliminaBuenísima historia de principio a fin. Gracias 👏🏼💕👏🏼💕EveS
RispondiEliminaGracias amiga 😘😘
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