LOVE OF MY LIFE (en espanol)

 





Capitolo uno


Rockstown
verano de 1917

 

Y ya no sé nada de ti, pero no soy nada sin ti.

Me estoy ahogando en este mar alcohólico, no quiero vivir una vida en apnea,

porque tú eres oxígeno para mí y por eso no puedo respirar.

Creí verte, pensé que estaba loco

y me enamoré de mi locura.

Así renací dentro de un par de ojos verdes.

Los llevaré conmigo por el camino de la vida

y cuando tenga miedo sabré dónde mirar.

 

 



Nueva York
otoño de 1917

- ¡Terence! No lo puedo creer, por fin has vuelto... - le dijo sin poder evitar abrazarlo, aunque sabía que él no era propenso a ciertos gestos afectuosos. El jovendejó que lo estrechara entre sus brazos mientras permanecía aturdido en el portón de entrada a la villa.

- Pasa... ¡Estás congelado! ¿Cómo estás? ¿Tienes hambre? Te haré preparar un baño caliente de inmediato... Iré a informarle a la criada.

Terence seguía mirando a su alrededor sin lograr decir nada.Escuchaba las palabras de la mujer, pero no entendía muy bien lo que decía. Se dejó caer en el sofá y, antes de que ella regresara, se quedó dormido.

- Mi hijo... - balbuceó Eleanor, mirándolo.

Estaba muy delgado y pálido, pero ella estaba agradecida de que estuviera allí, sano y salvo. Sabía que también tenía que agradecerle a alguien más que Terence hubiera decidido recuperar su vida, a esa jovencita que ya le había devuelto a su hijo una vez y que mágicamente había reaparecido justo cuando más la necesitaba. No entendía por qué se había ido sin siquiera despedirse de él. Había intentado explicarle sus motivos, había hablado de la promesa de que nunca volvería a verlo, pero Eleanor no podía hacerse a la idea. Sabía perfectamente lo que significaba para Terence: lo había visto renacer al ver sus bellísimos ojos verdes llenos de lágrimas. No, no quería hacerla llorar otra vez, por eso había vuelto en sí, porque después de perder su amor para siempre no quería perder su estima también.

Lo cubrió con una manta y permaneció a su lado hasta que despertó.

- ¿Qué hora es? – murmuró con voz aún soñolienta.

- Son casi las ocho.Has dormido más de seis horas... ¿Cómo te sientes, hijo?

- Bien, me voy a cambiar – respondió escuetamente.

Se levantó con lentitud del sofá y se dirigió hacia la habitación que su madre reservaba para él desde hacía tiempo. Después de lavarse, tomó ropa limpia y se vistió. Regresó al salón, donde su madre lo esperaba para cenar juntos. Se sentaron en silencio. Eleanor miraba a su hijo como si fuera un vaso de cristal colocado sobre una mesa tambaleante. Hasta se cuidaba de no respirar demasiado fuerte por miedo a hacerlo caer en cualquier momento. Terence le parecía frágil e indefenso en ese momento, pero no sabía cómo ayudarlo ni cómo protegerlo. Nunca había sido fácil la relación con ese hijo que le habían arrebatado cuando todavía era muy pequeño y al que no había podido conocer realmente hasta que ya se había convertido en un adolescente inquieto y enojado con la vida. Pero incluso entonces, tras el acercamiento que se produjo en Escocia, Terence siempre había salido adelante solo, sin contar más que con sus propias fuerzas, y a pesar de haber decidido seguir la carrera de actor, como su madre, siempre había rechazado cualquier tipo de ayuda de ella.

Después del accidente de su colega Susanna Marlowe, que quedó inválida por salvar la vida de Terence, Eleanor había visto a su hijo desvanecerse lentamente y hundirse cada vez más en el abismo de la depresión y el alcohol, hasta el día en que desapareció sin decirle nada a nadie. Desesperada, se había rendido y había decididocontactar al padre de Terence, el duque de Granchester, quien había desplegado a sus mejores hombres por todo el estado de Nueva York desde Inglaterra, donde vivía, para encontrarlo. Casi por casualidad se descubrió que el chico se encontraba en la localidad de Rockstown, Nueva Jersey, a poco más de 60 millas de Nueva York. La madre lo alcanzó de inmediato, aunque sin acercarse demasiado, y descubrió que su hijo se había unido a una compañía de actores ambulantes, evidentemente incapaz de dejar de actuar, incluso en las condiciones en que se encontraba. De hecho, el muchacho ya no parecía ser él.Había perdido completamente el contacto consigo mismo y con la vida, al grado de parecer un saco vacío.

Y así era exactamente como se sentía Terence: totalmente vacío. En los meses que pasó de gira con aquella miserable compañía de teatro no había hecho más que hundirse cada vez más hasta el punto de subir borracho al escenario. En ese estado lo había visto Candy al llegar a Rockstown en busca de Albert, quiense había ido de la casa que compartían desde que había perdido la memoria. No podía creerlo. ¿Dónde había quedado aquel chico apasionado cuyos ojos se iluminaban cada vez que recitaba a Shakespeare? ¿A dónde se había ido su Terry? ¿Su separación lo había llevado a eso?

A Candy le habría gustado subir a ese escenario y darle un puñetazo sólo para verlo reaccionar, para ver regresar al chico que había conocido una noche de diciembre en medio del océano y que desde entonces se había apoderado de su corazón. Pero no lo hizo porque sabía que si volvía a acercarse a él nunca más lo dejaría. Por suerte,sus ojos verdes llenos de lágrimas y la idea de que lo hubiera visto en esas condiciones, sin nada de dignidad, fueron suficientes para hacer comprender a Terence que tenía que renacer y que debía hacerlo por ella, única y exclusivamentepara no decepcionarla.

Eleanor se la había encontrado y había tratado de convencerla de que el camino que ella y Terence habían tomado no conduciría a nada bueno, que ambos sufrirían innecesariamente, pero Candy no quiso escucharla. Estaba convencida de que con Susanna en esas condiciones Terence y ella no podrían ser felices juntos, por eso se había marchado aquella noche cuando en aquellas malditas escaleras se habían dicho adiós, intercambiando la absurda promesa de ser felices aunque estuvieran separados. Sin embargo, Candy sabía que a pesar de que sus cuerpos se habían alejado, sus almas se habían quedado unidas allí en esas escaleras, resistiéndosea su decisión con todas sus fuerzas, y que probablemente todavía seguían ahí, en espera de que sus cuerpos regresaran por ellas.

Terence ya casi no comía.Su estómago arruinado por el abuso del alcohol se negaba a ingerir nada que no fuera whisky. Incluso esa noche, durante la cena, apenas probó bocado. Su madre, preocupada, notó un extraño temblor en sus manos cuando se levantó de la mesa y se dirigió hacia la ventana que daba al jardín.

- Perdóname, mamá, no quise hacerte sentir mal – murmuró con un hilo de voz, sin mirarla, antes de salir de la habitación, dejándola sola y llorando.

Terence se refugió en su habitación, sabiendo lamentablemente lo que le esperaba. Hacía más o menos una semana que había empezado a reducir su consumo de alcohol y eso naturalmente comportaba una serie de problemas relacionados con la crisis de abstinencia en que se encontraba. Por ningún motivo quería que su madre lo viera en ese estado y, en un primer momento, había pensado en irse a su antiguo apartamento cerca de Broadway. No obstante, eso habría sido muy arriesgado porque la tentación de irse a meter al primer bar que encontrara abiertoy volver a beber habría sido demasiado fuerte. El hecho de estar con su madre lo tranquilizaba un poco, además de que había notado que no había alcohol a la vista en su casa.

Al igual que en los días anteriores, el peor momento era la noche porque, como no podía dormir, era víctima frecuente de alucinaciones y eso le hacía sentir un deseo muy fuerte de beber para ahuyentar aquellas terribles visiones que lo perseguían. Casi nunca lo abandonaban los dolores de cabeza, las náuseas y la taquicardia, y así llevaba semanas afrontando la situación solo, sin ayuda de nadie.

Una vez que entró en la habitación, cerró la puerta con llave y se sentó en la cama con la cabeza entre las manos y las palmas presionadas contra los ojos para mantenerlos cerrados. Cómo le habría gustado dormir, librarse de ese horror que invadía su mente, dormir y no pensar, no sentir, no sentir nada más. En cambio, la oscuridad le arrojaba mil imágenes a la cara.Todo lo sucedido en los últimos meses parecía querer concentrarse en un solo cuadro lleno de espectros que lo atacaban, lo juzgaban, lo culpabilizaban, lo obligaban a hacer lo correcto y lo regañaban por no tener el valor de hacerlo. En esos momentos, asaltado por sus demonios, todo a su alrededor cobraba un aspecto monstruoso y lo único que podía hacer era luchar destruyendo todo. Una fuerza maligna se apoderaba de él y lo empujaba cada vez más hacia un abismo de dolor que parecía no tener fin.

Se levantó de la cama y comenzó a caminarpor toda la habitación.No podía quedarse quieto y se sentía asfixiado entre esas cuatro paredes. Abrió la ventana para respirar un poco de aire fresco y lo golpeó un viento gélido que lo hizo tiritar.Miró hacia abajo. Su habitación estaba en el tercer piso;sólo había oscuridad debajo de él. De repente, le pareció una oscuridad tranquila y acogedora, como un manto de terciopelo. Se sintió atraído por esa oscuridad donde estaba seguro que encontraría la paz.

Pero sus ojos fueron alcanzados por una luz resplandeciente que atravesó el horizonte por unos cuantos segundos y Terence levantó el rostro para buscarla: era la señal del faro de Montauk, ubicado en el punto más oriental de Long Island,más allá de la majestuosa extensión del Atlántico, cuyas olas agitadas por el viento parecían querer elevarse hacia el cielo atraídas por la luz plateada de la luna. Transportado por el olor acre de la sal, el océano invadió su mente y, en medio de todo ese azul, brillaron como nunca dos ojos color esmeralda que parecían llamarlo. Abrumado por su belleza, se tambaleó y cayó al suelo, de donde ya no pudo levantarse.

Dobló las piernas y abrazó las rodillas contra su pecho. Intentabaestar quieto, pero fuertes temblores repentinos sacudían todo su cuerpo mientras un dolor agudo le perforaba el abdomen como la hoja de un cuchillo. Así pasó casi toda la noche. Al final, exhausto, perdió el conocimiento.

Su madre fue a llamarlo por la mañana, pero luego de tocar varias veces y no obtener respuesta, comenzó a agitarse. Recordó que tenía una copia de la llave y fue a buscarla abriendo frenéticamente los cajones de su escritorio con manos temblorosas, por lo que tardó unos minutos en encontrarla. Cuando abrió la puerta y vio a su hijo tirado en el suelo, se precipitó hacia él gritando su nombre. Terry estaba pálido e inconsciente. Eleanor seguía llamándolo y sacudiéndolo, pero no había manera de hacer que volviera en sí. Algunos sirvientes, alarmados por sus gritos, entraron corriendo a la habitación y se les ordenó llamar al médico de inmediato.



- ¿Hace cuánto que este chico no come? – preguntó el Dr. Miller, su médico desde hacía muchos años.

- Desafortunadamente no lo sé, doctor. Terry apenas llegó aquí ayer y en la cena casi no comió nada... - respondió Eleanor con voz temblorosa mientras seguía estrechando la mano de su hijo que yacía en la cama.

En cuanto llegó, el médico le había puesto una inyección para estabilizar su ritmo cardiaco y enseguida se había dado cuenta de cuál era la causa de su estado de inconsciencia.

- Señorita Baker, este joven está completamente debilitado.Necesita absolutamente comer de manera adecuada, aunque creo que eso no será suficiente para resolver su problema.

El médico hizo una pausa, mirando a la actriz a los ojos con expresión seria y preocupada, antes de retomar la palabra. Eleanor literalmente contuvo el aliento pese a que temía saber la verdad.

- Está claro que esta crisis se debe a... la abstinencia de alcohol. Este joven necesita ayuda.Le aconsejo que lo lleve al hospital.

- ¿Al hospital? Por nada del mundo aceptará, lo conozco. Por favor, doctor, ayúdeme – le suplicó Eleanor.

Suspirando, el médico sacó una tarjeta de presentación de su maletín.

- Esta es la dirección de un colega experto en el tema.Contáctelo usando mi nombre. Hágalo lo antes posible, por favor. Mientras tanto, asegúrese de que tome estos comprimidos dos veces al día y estas gotas antes de dormir.

Cuando el Dr. Miller salió de la habitación, Terence parecía estar descansando pacíficamente.Su respiración había vuelto a la normalidad, pero todavía estaba muy pálido. La madre observaba aquel rostro demacrado, sin vida, con el corazón apretado en un puño, tratando de pensar qué decirle, cómo hablarle una vez que despertara. Imaginaba lo difícil que sería hacerlo entrar en razón, ya que era un Granchester en el fondo, pero sabía bien que ella tenía parte de culpa: Terence había crecido solo, siempre se había enfrentado a todo solo e incluso ahora seguramente querríalidiar con su problema solo.

- ¡No necesito ningún médico! – fueron sus primeras palabras cuando, tras abrir los ojos, su madre le contó lo que había dicho el doctor Miller.

- Por favor, Terry, escúchame... déjame ayudarte – intentó persuadirlo su madre.

- “Un médico experto en el tema”… ¡No me digas! ¿Experto en qué? ¿Qué saben de cómo estoy y de lo que siento? Nadie puede entenderlo… ¡ni siquiera tú!

- Quizá si intentaras explicar cómo te sientes...

- ¡Basta, mamá! Ya dije que no lo necesito – Terence puso fin a la discusión y le pidió a su madre que lo dejara solo.

Ella salió de la habitación solamente después de haber logrado que su hijo al menos aceptara tomarlosmedicamentos que el Dr. Miller le había recetado, diciéndole que pediría que le llevaran algo de comer.

Sin embargo, al día siguiente Eleanor contactó al médico recomendado por el doctor Miller y acudió personalmente a su consultorio. El profesor Johnson no se anduvo con medias tintas y le explicóen detalle a la señorita Baker a qué se enfrentaría el chico si no lograba liberarse de esa adicción: tumores hepáticos y daños cardiovasculares eran las consecuencias más frecuentes, sin subestimar el riesgo de accidentes vehiculares o actos compulsivos incluso contra sí mismo debido a la abstinencia. Intentó darle instrucciones precisas, especialmente sobre la dieta que debía seguir y las horas de descanso que debía tener, especificando que esto no sería suficiente para eliminar el problema.

- Verá, señorita Baker, cuando un chico tan joven no ve otra salida más que beber, lo más importante es entender sus motivaciones. ¿Sabe por qué ha tomado ese camino?

- Pues sí, creo que lo sé... - murmuró Eleanor con lágrimas en los ojos.

- Bien, es con eso con lo que debe tratar de ayudarlo, a superar ese problema que está en el origen de todo. De lo contrario, aunque salga adelante por el momento, volverán las ganas de beber.



Pasaron algunas semanas en las que Terence permaneció encerrado en su habitación, sin salir para nada. Su madre iba a verlo todas las mañanas, pero él solo le permitía quedarse unos minutos, durante los cuales ella intentaba hacerlo hablar.Llegaba un momento en que él dejaba de escucharla y ella se iba. Las noches del jovenseguían siendo muy intranquilas.Las gotas que tomaba le hacían muy poco efecto: no lograba conciliar el sueño hasta el amanecer y sus sueños seguían invadidos por demonios. Al menos poco a poco había empezado a comer pequeñas porciones, y por ello su rostro había recuperado un ligero color, aun si su mirada seguía vacía y sin luz.

Una tarde, mientras Eleanor se encontraba en el jardín, escuchó una melodía que provenía de la sala donde tenía el piano y otros instrumentos musicales. Alguien estaba tocando, pero no podía reconocer qué pieza era. De repentele pareció como sila melodía estuviera siendo compuesta en ese momento. Sabía que a su hijo le encantaba tocar, pero no lo había hecho desde su regreso. Sin embargo, sólo podía ser él, así queentró a la casa para escuchar mejor.

Desde el salón Eleanor pudo distinguir claramente la melodía que poco a poco se iba construyendo y en cierto momento… lo escuchó cantar. Era casi un susurro y no lograba reconocer todas las palabras; algunas frases las pronunciaba completas, otras no. Dio unos cuantos pasos más en el pasillo para acercarse y poder escuchar con nitidez las palabras que Terence susurraba mientras acariciaba las teclas del piano.



Love of my life, you've hurt me
You've broken my heart, and now you leave me
Love of my life, can't you see?
Bring it back, bring it back, don't take it away from me
Because you don't know what it means to me

Love of my life, don't leave me
You've taken my love, you now desert me
Love of my life, can't you see?
Bring it back, bring it back, don't take it away from me
Because you don't know what it means to me

You will remember when this is blown over
And everything's all by the way
When I grow older, I will be there at your side
To remind you how I still love you, I still love you

Back, hurry back, please bring it back home to me
Because you don't know what it means to me …[1]



- Es preciosa...

- Mamá… no te oí entrar – dijo Terence levantándose de golpe y cerrando el piano con fuerza.

- Es tuya, ¿verdad?

Terence asintió.

Hubo un momento de silencio. Eleanor estaba conmovida por la intensidad de lo que acababa de escuchar, sabía bien a quién estaba dedicada la letra de esa canción, le habría gustado gritar ese nombre y hacerle entender a su hijo que no era demasiado tarde, que no debía renunciar a lo más hermoso que la vida le había dado, pero él la congeló al decirle que esa misma noche volvería a su apartamento en Greenwich Village.

- ¿Por qué? Aún no te has recuperado del todo...

- Estoy bien, mamá. Es hora de que empiece a vivir de nuevo. Ya has hecho demasiado. Te lo agradezco – dicho esto salió de la sala, tomó las llaves del auto y condujo hacia Manhattan.



Regresar a su antiguo apartamento fue una prueba muy difícil. Habían pasado unos cuatro meses desde la última vez que había estado ahí y seis desde… Recordaba todo sobre ese día como si hubiera sucedido el día anterior. Cuando fue a recogerla a la estación, su rostro, su expresión tan tierna mientras sonreía y lloraba al mismo tiempo. ¡Qué bella era! Y ni siquiera se había atrevido a abrazarla aunque quería gritarle al mundo entero cuánto la amaba. Ella fue la que quiso ver dónde vivía antes de ir al hotel. Allí mismo, en esa habitación donde ahora se encontraba, ese día de diciembre, mientras afuera caía nieve, un fuego parecía haberse encendido en su corazón, iniciado por esa mirada pura que lo había hechizado desde el primer instante que la vio en medio del Atlántico. Mirando el cartel de Romeo y Julieta colgado en la pared, ella le había dicho que legustaría ser la protagonista en lugar de Karen Kleiss.Él se había burlado de ella y habían terminado en el suelo luego de que ella lo empujó enojada. ¡Qué dulce era la sensación de tenerla encima, su aroma que lo aturdía, sus labios tan cerca!No obstante, se habían levantado y habían limpiado el té derramado. Después le había hablado un poco de la obra, de lo mucho que había deseado ese primer papel protagónico para demostrarle que se había convertido en un buen actor. Ella le había dicho que sabía que así sería, que ya en el Colegio San Pablo sabía que él se convertiría en el mejor de todos. Luego le habló de su trabajo como enfermera, de lo difícil que era, mientras juntos enjuagaban las tazas en el fregadero y sus manos se tocaban bajo la espuma.

No había tenido el valor de hablar con ella sobre lo sucedido, sobre el drama ocurrido apenas unos días antes. Había sido egoísta, no había queridoapagar esa luz que resplandecíaen sus ojos al mirarlo, esa luz que era por él, lo sentía. Sabía que toda su vida dependía de esa luz y no podía creer que tendría que renunciar a ella... para siempre.

Agobiado por esos recuerdos, Terence deambulaba por la habitación y le parecía que todavía podía verla, oír su voz y su risa alegre.

- ¡Fui solamente un mentiroso y un cobarde! Debí haberte contado todo, mi amor, y no hacerte venir a Nueva York, pero no pude hacerlo... No podía aceptar la idea de perderte sin volver a verte una última vez. Y así te rompí el corazón, pero el mío también se rompió con el tuyo y no hay manera de volver a juntar los pedazos, no hay manera... siempre falta uno que tú te llevaste...


Bring it back, bring it back, don't take it away from me
Because you don't know what it means to me

… I still love you … I still love you …[2]



... contigo bajé todas mis defensas, dejé de esconderme tras una coraza, me quité todas las máscaras. Frente a ti era sólo yo, Terry. Nunca nadie había ejercido tal poder sobre mí y cedí, ¡me di el lujo por una vez de amar y ser amado! ¡Qué idiota fui!¡Debí haber sabido que no lo merecía y que terminaría arruinando todo! Amor mío...perdido para siempre...

Terence continuó hablando solo mientras lágrimas saladas le inundaban el rostro.Se secó con las palmas de las manos, frotándose los ojos hinchados. Sentía que hablaba con ella, que estaba sentada a su lado.

- Nunca volverá a suceder, te lo juro, Candy. Ninguna otra mujer tendrá jamás mi corazón, es sólo tuyo. Me prometí que sería yo quien te haría feliz y ahora ya no podré hacerlo... pero sí puedo hacer una cosa: intentaré por todos los medios convertirme en una mejor persona, en la que sólo tú me hiciste creer que era. Lo haré por ti, ¡haré todo por ti!

Esa era la única solución posible para él en ese momento: empezar a vivir de nuevo imaginando tenerla siempre a su lado aunque no fuera así,como una luz que guiaría su camino a través de las tinieblas en que se encontraba.

Se desnudó y se metió en la ducha. Mientras el agua caliente borraba el rastro de las lágrimas en su rostro y le relajaba los músculos, su corazón se cerraba como un cofre en cuyo interior palpitaba un núcleo de dulce amor, escondido del mundo. Ya nadie tendría acceso a él.





*****



A la mañana siguiente, Terence, impecablemente vestido, había decidido dar el primer paso para su resurgimiento, el cual no podía iniciar en un lugar que no fuera el teatro.

En su soledad, el teatro había sido durante muchos años su único compañero fiable. Los textos de Shakespeare habían iluminado y nutrido su alma, lo habían entretenido y lo habían hecho soñar. Cada vez que subía al escenario para interpretar uno de esos extraordinarios personajes se sentía lleno de fuerza y ​​audacia, las emociones que sentía eran tan intensas y vivas que hacían desaparecer la realidad, y así las transmitía a quienes lo escuchaban.

La noche anterior había hablado con el señor Hathaway por teléfono y le había preguntado si podía reunirse con él. Robert sabía que Terence estaba de regreso en la ciudad; Eleanor le había informado porque le había pedido que lo hiciera tan pronto como supiera de él. Le tenía mucho cariño a aquel muchacho cuyo gran talento, increíble para su edad y caracterizado por una profunda sensibilidad artística, había reconocidoal instante. Pero no se había encariñado con el joven sólo por eso: Hathaway se reconocía en él, ya que también él había construido su carrera de la misma manera, empezando desde cero y sin la ayuda de nadie. Admiraba especialmente a Terence porque, a pesar de tener una madre muy famosa que podría haberle allanado el camino hacia el éxito, siempre se había negado a asociar su nombre con el de Eleanor Baker, incluso había mantenido su parentesco en secreto durante mucho tiempo.

Mientras recorríala calle Broadway en su coche, a Terence le parecía que poco a poco podía volver a respirar, como si hasta ese momento hubiera estado viviendo en apnea, conteniendo el aliento. Aún era pronto para decir que estaba saliendo delas aguas pútridas en que se había hundido, pero se sentía preparado para dar el primer paso. Ciertamente el encuentro con Hathaway lo teníamuy nervioso.Sentía que había traicionado toda la confianza que Robert había depositado en él y no estaba seguro de poder recuperar su estima, pero tenía que intentarlo dejando a un lado su orgullo.Tenía que pedirle que lo ayudara a volver a los escenarios.

El señor Hathaway había decidido recibirlo en casa y no en su oficina del teatro.Por el momento prefería que no se enterara el resto de la compañía. Terence llegó muy puntual a la cita y lo hicieron pasar a la biblioteca, donde Robert se reunió con él poco después.

- ¡Terence!

Al escuchar su nombre, el joven se levantó y se volteó de golpe, pero no fue capaz de decir palabra. Robert, que había pronunciado su nombre con sincero afecto y estupor, se acercó a él y lo miró fijamente a los ojos, poniendo las manos sobre sus hombros. Luego se sentó en un sillón e invitó a Terence a hacer lo mismo.

- ¿Cómo estás, hijo?

- Bien.

Era evidente que no se encontraba nada bien, ya que todavía estaba demasiado delgado y pálido, pero también era evidente el deseo que había hecho que su corazón volviera a latir: ir a ver a Hathaway después de lo sucedido no era fácil para Terence, y que hubiera encontrado el valor de hacerlo significaba que deseaba con todo su ser volver a actuar. Robert tendría la tarea de decidir cómo y cuándo.

El día de su desaparición todavía estaba fresco en su mente. Estaban en su oficina de Broadway hablando de la última función, que no había ido nada bien. Terence como Romeo Montescoresultabapoco convincente y las críticas no habían tardado en llegar. Pero lo peor era que no parecía importarle. En los meses que siguieron al accidente del que había sido víctima la joven actriz Susanna Marlowe, Terence se había ido desvaneciendo lentamente bajo el peso de la culpa hasta llegar al punto de parecer ausente y no reaccionar a ningún estímulo externo. Se había encerrado en sí mismo y no había forma de sacarlo de su ensimismamiento y sacudirlo. Después del enésimo intento fallido, después de haber amenazado con sacarlo de la compañía si no encontraba la manera de reaccionar, presionado por sus financiadores, Hathaway se vio obligadoa reemplazarlo, y él se fue. Dejó Nueva York sin decírselo a nadie y durante tres largos meses no se volvió a saber nada de él.

Ahora se encontraba allí, frente a él, como un cachorro abandonado y perdido, pero también con una chispa en los ojos, tal vez por la rabia que explotaba en su interior y ese sentimiento de rebelión que siempre había caracterizado su vida, una chispa ala que Robert quería aferrarse para volver a creer en él.

- Pediste hablar conmigo.Te escucho.

Terence no sabía por dónde comenzar, no había preparado un discurso, no era su estilo. Prefería seguir las sensaciones del momento y siendo consciente de haber cometido un error pensó que disculparse era la mejor manera de empezar.

- En primer lugar, estoy aquí para pedirle disculpas por mi comportamiento, que ciertamente no fue muy profesional. Ni siquiera estaba seguro de que aceptaría verme y sólo por eso le estoy enormemente agradecido.

La voz del chico impresionó mucho a Hathaway: la recordaba clara y estentórea en el escenario, mientras que ahora sonaba apagada y temblorosa. Tenía que ponerlo a prueba y sacudirlo de alguna manera para comprender cuánto había cambiado.

- No fuiste nada profesional. ¡Abandonaste la compañía a mitad de temporada y eras el actor principal! – exclamó mirándolo a los ojos.

Terence reunió todo su coraje para sostener esa mirada y le respondió.

- Sé que cometí un error y también sé que fuera del escenario no valgo gran cosa, pero cuando estoy allá arriba soy consciente de mis capacidades y no quiero renunciar a ellas porque el teatro es lo único que puede salvarme. ¡Le pertenezco!

Robert percibióde nuevo por un instante en aquellas palabras la determinación de un chico de dieciséis años que, recién llegado a Broadway, se presentó a la Compañía Stratford diciendo que era actor, sin haber interpretado nunca antes algún papel.

- ¿Qué quieres, Terence?

- Quiero volver a trabajar. ¡Lo necesito!

- ¿No te habrás metido en algún problema?

- No, se lo aseguro, señor.

Robert hizo una pausa y se pasó una mano por el mentón. Sabía que estaba asumiendo un gran riesgo. Eleanor le había contado del problema de Terence, aunque sin entrar en demasiados detalles,así que temía que el chico no tuviera lafuerza necesaria para poder enfrentar de nuevo al escenario, al público y a la prensa. Tenía que tratar de protegerlo, aun sabiendo que no sería fácil porque Terence rechazaba cualquier tipo de facilitación, pero esta vez tendría que someterse a sus condiciones.

- Hijo, tú sabes cuánto he creído en ti desde la primera vez que te escuché recitar los versos de Shakespeare, pero lo que me pides ahora no es sencillo.Eres consciente de ello, ¿verdad?

- Sí, pero no estaría aquí si no estuviera seguro de poder lograrlo – respondió Terence, decidido a no cejar.

- Escucha... sólo puedo asignarte un papel menor, pero no lo hago para castigarte.Al contrario, lo hago para protegerte. No quiero exponerte a la prensa con un papel protagónico.Sería demasiado arriesgado.Aun si dieras la actuación del siglo, estoy seguro de que los periodistas encontrarían la manera de atacarte después de lo sucedido. ¿Aceptas?

- Por supuesto.

- Ahora mismo estamos trabajando en Antonio y Cleopatra.Creo que el papel de Tireo podría ser perfecto para ti. Te aviso que solamente tendrás una semana para prepararte. ¿Crees que puedas lograrlo?

- Sin problema. El papel de Tireo me parece perfecto y estaré listo la próxima semana.

El señor Hathaway permaneció en silencio unos segundos, mirando a Terence con expresión meditabunda, escrutándolo como si quisiera descubrir lo que había en su mente, pero sobre todo en su corazón. Sabía que no lo conseguiría porque aquel chico era un misterio, pero poseía tal carga magnética en el escenario que, si volvía a tener la oportunidad, cautivaría inexorablemente al público haciéndolo sumergirse por completo en los mundos que interpretara.

Robert se levantó, tomó el guion y se lo entregó a Terence.

- El lunes iniciamos las lecturas del tercer acto. Te espero en el teatro.

- ¡Allí estaré! Gracias, señor.

Terence se despidió y se dirigió a la salida, pero Robert lo llamó.

- Terence… cuenta conmigo para cualquier cosa.No estás solo.

El chico asintió antes de alejarse con el guion en las manos.

Una vez de vuelta en su apartamento, se puso a trabajar de inmediato. Buscó en su biblioteca algunos textos que trataban de la obra en cuestión y en poco más de una hora leyó el guion en su totalidad: subrayó algunas partes y dejó notas y comentarios al pie de cada página. Tuvo que esforzarse más de lo habitual para aprender su parte porque evidentemente su memoria estaba fuera de práctica. Aunque había estado actuando en un teatro ambulante, a menudo improvisaba, ya que ese público jamás se daría cuenta.

En uno de los ensayos que había empezado a leer encontró una definición de la figura de Cleopatra que le llamó mucho la atención: la reina de Egipto era descrita como una criatura irresistible, enamorada y egoísta, generosa e insidiosa, en definitiva una mujer por la que es casi lógico sacrificarlo todo. Terence no pensaba entonces que ese también sería su destino: ¡sacrificarlo todo por una mujer egoísta e insidiosa que decía amarlo locamente!

Después de pasar toda la tarde estudiando cada pequeño detalle de su personaje, Terence fue a Long Island a cenar con su madre.

Eleanorse dio cuenta enseguida, tan pronto como lo vio entrar por la puerta principal, de que un pequeño rayo de esperanza brillaba en el rostro de su hijo y sintió mucha curiosidad por saber la causa. Cuando Terence le confesó que había estado en casa de Hathaway para pedirle que lo aceptara de nuevo en la compañía, ella se entusiasmóenormemente. No pareció molestarle en absoluto que hubiera obtenido sólo un papel pequeño. Estaba segura de que su hijo pronto recuperaría su lugar como actor principal.Nadie más poseía tanto talento como él, y Robert, que lo sabía bien, lo ayudaría a volver a ser el mismo de antes.

Se sintió aliviada de verlo comer por primera vez en mucho tiempo con cierto apetito y, sobre todo, de verlo sonreír cuando le contó algunos incidentes que habían tenido en el set de su última película. Ahora que le parecía que su hijo estaba mucho mejor, le comunicó que probablemente tendría que regresar a Florida la semana siguiente para rodar algunas escenas al aire libre.

- Sólo estaré fuera de Nueva York unos días. ¡No vuelvas a desaparecer! – le reprochóen tono de broma.

Terence la tranquilizó al respecto y le deseó todo lo mejor para su nueva aventura cinematográfica.

- La Compañía Stratford también saldrá de gira en primavera, ¿no? ¿Estás preparado para lidiar de nuevo con los extenuantes viajes en tren de una ciudad a otra?

- Bueno... no sé si yo también iré de gira – le respondió inseguro.

- ¿Qué dices? Estoy segura de que en cuanto vuelvas a subir al escenario enamorarás de nuevo a todos. ¡Por eso no te preocupes! – exclamó la madre mientras le estrechaba la mano que tenía apoyada en el borde de la mesa.

- Eso no es lo que me preocupa, mamá...

- ¿Entonces qué es?

- Mañana iré a casa de Susanna – respondió Terence bajando la mirada hacia su plato vacío.

Eleanor quedó petrificada, como si ese nombre fuera veneno en los labios de su hijo. Se recargó en su silla, mirando al frente, y la imagen de esa mujer apareció como si estuviera allí.

Unos días después de la desaparición de Terence, la señorita Baker recibió una visita en su villa de Long Island: la señora Margot, la madre de Susanna.

La mujer no se había andado con rodeos y le había dejado claro cuáles eran, en su opinión, las responsabilidades que Terence tenía que asumir en lo concerniente a su hija, que había quedado inválida por su culpa.

- Pensé que sabía dónde estaba su hijo.

- Hace noches que no duermo, realmente me gustaría saberlo... pero Terence se fue sin decirme nada, obviamente exasperado por toda esta situación.

- ¿Qué quiere decir? ¿Que es culpa de mi hija que Terencehaya dejado todo, como un cobarde?

- ¡No le permito hablar así de mi hijo, y menos en mi casa! Terence es sólo un muchacho que está enfrentando una situación que lo ha rebasado por completo. Estoy segura de que volverá.

- Entonces, cuando vuelva, asegúrese de recordarle a su hijo que tiene un compromiso que cumplir con Susanna. Mi hija también se encuentra en una situación muy difícil de enfrentar, pero no puede lo mismo que él, dejar todo e irse. ¡Ya no es autosuficiente por lo que sucedió, por haber sacrificado su vida para salvar la de su hijo! ¡Encárguese de recordárselo tan pronto como tenga noticias suyas!

La señora Marlowe había hablado con voz aguda y ojos coléricos, subrayando varias veces que Terence era culpable de la discapacidad de su hija.Susanna lo amaba, ¿acaso era demasiado pedir que se quedara a su lado para compensar el sacrificio que había hecho por él?

Eleanor lamentaba sinceramente lo ocurrido aSusanna, pero lo consideraba un accidente, en nadie podía recaer la culpa por lo sucedido. Habría querido tanto poder hacerle entender eso también aTerence, que estaba justo a su lado en ese momento, a ese hijo que había vuelto a encontrar después de tantos años de sufrimiento injusto y que ahora temía volver a perder.

-Terry, ¿por qué? – le preguntó con un hilo de voz, anticipando su reacción.

- Porque se lo debo.

- No… no le debes nada… Puedes estar cerca de ella como amigo, pero más allá de eso…

Terence la interrumpió levantando una mano, pero Eleanor no pudo callar.

- No fuiste tú y no es tu culpa. ¡Fue un accidente! – imploró la madre.

- ¡Es por mi causa que Susanna está en esas condiciones!¡Le arruiné la vida!

- ¿Y ahora ella tiene derecho a arruinártela a ti? -gritó Eleanor.

- Mamá, por favor... ¡Hice una promesa y pretendo cumplirla!

La señorita Baker no podía saber a qué se refería Terence, creía que la promesa a la que aludía su hijo se la había hecho a Susanna, la promesa de cuidarla y quedarse a su lado para siempre a cambio de la vida que ella le había dado. Pero era otra mujer con quien había hecho un pacto, el cual nunca rompería porque era un pacto de amor: al dejarlo conSusanna, Candy le había pedido que la cuidara y que fuera feliz. Eso era lo que sentía que debía hacer por Candy, por el inmenso amor que le tenía. No podía decepcionarla.


_______________________________

[1] Amor de mi vida, me has lastimado, me has roto el corazón y ahora me dejas. Amor de mi vida, ¿no lo ves? Tráelo de vuelta, tráelo de vuelta, no me lo quites, porque no sabes lo que significa para mí. Amor de mi vida, no me dejes. Te has llevado mi amor y ahora me abandonas. Amor de mi vida, ¿no lo ves? Tráelo de vuelta, tráelo de vuelta, no me lo quites, porque no sabes lo que significa para mí. Lo recordarás cuando esto haya pasado y todo se haya calmado. Cuando sea mayor, estaré ahí a tu lado para recordarte que todavía te amo, todavía te amo. Vuelve, vuelve rápido, por favor, tráemelo de vuelta a casa, porque no sabes lo que significa para mí...

[2] Tráelo de vuelta, tráelo de vuelta, no me lo quites, porque no sabes lo que significa para mí.
… Todavía te amo… todavía te amo…



Capítulo dos


 

Nueva York
invierno de 1917

 

Cuando oyó el ruido de un coche detenerse en la acera frente al portón de su edificio, Susannahizo que la llevaran de inmediato al pasillo y permaneció allí esperando a que él entrara, luego de decirle a la criada que la ayudaba a trasladarse que se fuera. Terence le había avisado que la visitaría temprano por la tarde, por lo que Susanna, fuera de sí dealegría, se puso uno de sus vestidos más bonitos, se peinó a la moda y envió a su madre a hacer algunos mandados.

La señora Marlowe y su hija vivían en un apartamento no muy grande situado no lejos del de Terence, en Greenwich Village. No era un alojamiento cómodo para una chica en silla de ruedas dadoque los espacios eran bastante estrechos, por lo que la señora Marlowe ya tenía contemplado mudarse a una casa más grande. Había estado evaluando algunas casas en venta en el Upper East Side, justo enfrente de Central Park. Sin embargo, los precioseran definitivamente prohibitivos para su modesta economía, pero con el regreso de Terence estaba segura de que las cosas cambiarían... y bastante.

Después de estacionar el auto, Terence no se bajó enseguida, sino que permaneció unos minutos más pensando en lo que le diría a Susanna. En realidad, no tenía la más mínima idea, su mente estaba llena de pensamientos confusos y tenía el corazón pesado como una roca.Lo único de lo que estaba seguro era de que no quería hacerlo ni quería estar ahí. Pero no se le permitía elegir: el destino ya había elegido por él.

Los pasos que tuvo que dar desde el coche hasta la puerta de la casa de las Marlowe le parecieron tan dolorosos como escalar una montaña descalzo. Vaciló un momento más, pero luego, tras un profundo suspiro, sacó del bolsillo las llaves que le había dado Susanna meses antes: la muchacha había insistido mucho en que tuviera una copia para poder entrar en la casa cuando quisiera.

- Terence, ¿eres tú? – le gritó Susanna desde el pasillo, cuando él aún se encontraba al pie de la escalera que los separaba.

El chico levantó el rostro y dirigió la mirada hacia el primer piso, desde donde se filtraba una tenue luz amarillenta. Él todavía no podía verla a ella ni ella a él.

- Sí… soy yo – respondió y, tras ponerse la máscara más bonita que tenía, subió.

Susanna escuchaba sus pasos acercándose cada vez más y su corazón latía más rápido a cada instante, mientras una nueva luz se pintaba en su rostro, la cual alcanzó su máximo esplendor tan pronto como él apareció ante sus ojos.

- ¡Terence! – exclamó radiante, abriendo los brazos para invitarlo a acercarse. Él se arrodilló frente a la joven, que lo abrazó con exigencia.

- ¡Lo sabía!¡Siempre supe que volverías a mí! – murmuró al oído del joven, con los ojos llenos de lágrimas.

Terence no pudo decir nada, ya que se sintió abrumado por aquellas palabras, como si cada sílaba que salía de los labios de Susanna se posara sobre sus hombros y creara un peso insoportable. Él se puso de pie y se alejó ligeramente de ella. La chicase desconcertó por su frialdad, pero trató de ocultar su decepción detrás de una dulce sonrisa que Terence intentó devolverle. No fue sino hasta ese momento que Susanna se dio cuenta de lo pálido y delgado que estaba. Bajó la mirada para no ver lo que eran señales claras del sufrimiento del joven. Ella no sabía qué había hecho en esos largos meses en los que había desaparecido y no quería saberlo.Prefería cerrar los ojos y seguir creyendo que había vuelto por ella, para estar con ella.

- ¿Cómo estás,Susanna? – fueron las primeras palabras que Terence logró pronunciar después de interminables segundos de silencio.

- Bien… ¡ahora que estás aquí! – exclamó, acariciándole la mano.

- Creo que tengo que explicarte...

- No tienes que explicarme nada – lo interrumpió –. ¡Todo está bien! – exclamó con firmeza.

Terence, asombrado, la miró a los ojos por primera vez desde que había entrado en el lugar y su rostro se iluminó de nuevo con una maravillosa sonrisa. Se miraron fijamente durante unos instantes, como dos actores que hubieran olvidado sus diálogos, y luego ella, emocionándose de repente como una niña la noche antes de Navidad, le dijo:

- ¡Tengo un regalo para ti!

- ¿Qué…?¿Un regalo? – le preguntó enfatizando por un momento lo totalmente absurda que resultaba aquella situación. Un buen día se había ido sin decir nada, dejándola en esas condiciones sin dar señales de vida por más de tres meses, y ahora ella lo recibía con abrazos y sonrisas, incluso con un regalo, sin exigir ninguna explicación, ¡como si nada hubiera pasado! Una sensación extraña lo invadió de golpe y un escalofrío le recorrió la espalda cuando Susanna volvió a tomar su mano para invitarlo a seguirla.

- ¿Me ayudas? – le preguntó y él se puso detrás de ella para empujar la silla de ruedas hacia la sala, a donde ella le había indicado que se dirigieran.

Tan pronto como Terence abrió la puerta, un magnífico piano de media cola de un blanco puro apareció ante sus ojos, como un bello adorno en el centro de la habitación. Se quedó sin palabras.

- ¿Te gusta? Sé que tocas muy bien y pensé que podría ser de tu agrado. ¿Sabes? A mí también me gusta mucho tocar. Podemos hacerlo juntos... ¿No dices nada?

- En verdad es muy bonito, pero... no debiste... ¡Te habrá costado una fortuna! – exclamó Terence, que seguía sintiendo ese inexplicable sudor frío bajando por su espalda.

- Bueno, en realidad no tanto, aunque... mamá dice que fue una locura.A mí me habría gustado uno más grande, de cola, pero quizá ni siquiera habría cabido en esta pequeña estancia y... ¿Quieres probarlo?

- ¿Ahora? – preguntó Terence titubeante, dado que no estaba realmente de humor para tocar.

- ¡Sí, vamos, tócame algo, lo que quieras! – respondió Susanna llena de entusiasmo.

El joven se acercó lentamente al instrumento, se sentó en el taburete acolchado de terciopelo azul, puso las manos sobre el teclado y empezó a probar algunas teclas. Unos instantes después, una lánguida melodía inundó la sala.

Susanna se quedó detrás de él para observarlo, y quedó cautivada como siempre por la elegancia de sus movimientos, que la habían conquistado desde la primera vez que lo vio. Se acercó un poco más a él, de manera que quedó a su lado, y colocó delicadamente una mano sobre su hombro. Ante ese contacto, Terence dejó de tocar sin voltear, pero ella le rogó que continuara. La melodía retomó su recorrido hecho de altibajos, giros y volteretas, de idas y venidas. Terence tocaba tratando de ignorar esa mano sobre su hombro que, lejos de provocarle las sensaciones que normalmente despierta en un hombre la mano de una bella mujer, ¡lo impulsaba inevitablemente a levantarse!

La música fue interrumpida de golpe por el ingreso en la sala de la señora Marlowe, que acababa de regresar de hacer sus compras.

- ¡Mamá, mira quién vino a visitarnos! – exclamó Susanna radiante.

Terence se puso de pie y se volvió hacia la mujer para saludarla.

- Señora Marlowe.

- Terence, qué placer volver a verte. ¡Mi hija estaba muy preocupada por ti!

- Mamá, por favor… no importa – murmuró la joven con el rostro ensombrecido.

- ¡No, querida, es justo que lo sepa! – exclamó la señora Marlowe lanzando al joven actor una mirada de reproche, para luego continuar – Deberías reflexionar sobre tu comportamiento.Cada una de tus acciones tiene consecuencias que no puedes ignorar.

- ¡Mamá, ya es suficiente! – gritó Susanna empezando a agitarse. La chicatodavía estaba muy débil; el médico le había recomendado absoluto reposo y tranquilidad. En su condición, el riesgo de infección siempre estaba al acecho y podía tener efectos devastadores, si no letales. Cada vez que por cualquier motivo se inquietaba, terminaba teniendo dificultad para respirar, vencida por el miedo y la ansiedad. Incluso en ese momento, mientras su madre regañaba a Terence por su comportamiento, que consideraba superficial y egoísta, Susanna sintió que le faltaba el aire y tosió un par de veces al sentir que se le cerraba la garganta. La señora Marlowe se dio cuenta de eso y le ordenó al muchacho que la cargara y la llevara a su habitación para que se acostara.

Terence se acercó a ella sin decir una palabra, se esforzópara mirarla con ternura y luego la levantó; ella se sujetó rodeándole el cuello con los brazos, apoyó la cabeza en su hombro y suspiró profundamente. El chico la ayudó a recostarse en la cama y se sentó a su lado.

- No debes agitarte así. No te hace bien – le dijo.

- Mi madre no tiene derecho de reprocharte.A mí no me importa lo que haya pasado. Estoy feliz de que estés aquí conmigo y eso me basta – confesó con voz débil.

- Ya me voy... Intenta descansar.

- Volverás, ¿verdad?

- Claro.

Luego de cubrirla con una manta, Terence salió de la habitación con la intención de irse de esa casa lo más rápido posible. Pero antes de llegar a las escaleras, la señora Marlowe lo detuvo.

- ¡No creas que esto se va a quedar así! – le dijo en voz baja para que su hija no la escuchara.

- ¿Qué cree usted que debería hacer? – le preguntó Terence, apenas logrando contener la ira que sólo la voz de esa mujer era capaz de despertar en él. En verdad sentía pena por ella, entendía su dolor al ver a su hija en esas condiciones, pero cada vez que abría la boca, la piedad del joven al instante se transformaba en cólera. El tono con el que se dirigía a él lo enfurecía. Se sentía con derecho a juzgarlo y, basándose en su juicio, pretendía organizar su vida, porque esa vida en realidad ya no era suya, sino que le pertenecía a su hija, quien se había sacrificado para salvarlo.

- ¡Ten muy presente que la vida de mi hija depende de ti! Sabes cuánto te ama, te lo ha demostrado, ¿no? No te atrevas a abandonarla nunca más, no puede salir adelante sola... Tienes que estar cerca de ella tanto como sea posible. Es lo mínimo que puedes hacer, ¿no crees? – la señora Marlowe pronunció esas palabras alternando tonos de reproche con otros más convincentes e insidiosos.

- Lo haré, no se preocupe. Volveré mañana a verla – zanjó Terence la conversación antes de bajar las escaleras y salir.

Regresó a su apartamento con las palabras de la señora Marlowe atormentándolo sin darle tregua... tienes que estar cerca de ella... no te atrevas a abandonarla nunca más... tienes que estar cerca de ella... tienes que estar cerca de ella...

Fue a la cocina a tomar un vaso de agua. La rabia hacía que le temblaran las manos. Agarró el vaso y lo arrojó violentamente contra la pared, rompiéndolo en mil pedazos, gritando. Se preguntaba cómo le haría, cuánto resistiría. Pero no podía responder esas preguntas, no tenía las respuestas. Se tiró en el sofá con la esperanza de dormir un poco. No había cenado, pero no tenía hambre. Su estómago había sido reemplazado por una gran bola de plomo. Le parecía que toda su vida había adoptado también esa forma y esa pesadez. Sí, se sentía pesado, encadenado a una pesadilla. Extendió la mano para abrir el cajón de la mesa auxiliar y sacó un pequeño objeto de metal. Era su armónica, la que… ¡Sí, esa! Se la llevó a los labios y ese contacto, al recordarle otros días de otra vida, lo hizo sonreír por un instante, un breve instante, demasiado breve. Inmediatamente después,un suspiro invadió su garganta y sus ojos comprendieron que no tendrían salvación. No pudo producir ni una sola nota; le temblaban los labios. Se quitó la armónica de la boca y la colocó sobre su pecho. Cerró los ojos; una lágrima solitaria acarició su mejilla.

 

*****

 

A la mañana siguiente, cuando se despertó, se duchó, bebió su té, barrió y recogió los vidrios rotos del suelo y empezó a estudiar el nuevo guion. Su aparición en el escenario estaba prevista para la decimotercera escena del tercer acto.

Tireo, el personaje que interpretaría Terence Graham, era un mensajero de César que era enviado al palacio de Cleopatra en Alejandría, Egipto, para informarle a la reina cuáles eran las intenciones del emperador.

 

“[…] ilustre reina, César le aconseja que no se preocupe demasiado por las condiciones en las que se encuentra, sino que sólo piense que él es César.

[…] Él sabe muy bien que no se entregó a Antonio por amor, sino sólo por temor. Por tanto, se compadece de las heridas que ha sufrido su honor, las cuales considera manchas impuestas, no merecidas.

[…] ¿Qué he de decir en su nombre a César? […] Le complacería saber que ha dejado a Antonio y se ha puesto bajo la protección de César, que ahora es amo del universo”.

 

Tras la respuesta de Cleopatra de que está lista para poner su corona a los pies de César, Tireo dice:

 

“Noble resolución […]Concédame la gracia de depositar mi homenaje en su mano”.

 

Pero en el momento en que Tireo besa la mano de la reina de Egipto, Antonio entra y, enfurecido ante tal vista, le pregunta al mensajero quién es, a lo queeste responde:

 

“Alguien que no hace más que seguir las órdenes del hombre más poderoso que existe y más digno de que sus órdenes sean obedecidas”.[1]

 

Después de escuchar estas palabras, Antonio ordena que azoten inmediatamente al mensajero.

Ante la idea de ser azotado, Terence se echó a reír, puesto que toda la situación le pareció bastante irónica. Era evidente que hasta en el teatro el destino estaba en su contra, pensó con una sonrisa maliciosa. Shakespeare siempre conseguíacautivarlo y sacarlo de la vida cotidiana, que en ese momento a él no le entusiasmaba en absoluto salvo por el teatro. La tragedia que iba a representar en escena lo hacía sentir vivo, mientras que la tragedia en la que se había hundido en la realidad lo aniquilaba.

Luego de pasar casi todo el día analizando el guion y ensayando su papel, Terence volvió a la casa de las Marlowe. Al llegar a la entrada, como el día anterior, tuvo que hacer un gran esfuerzo para insertar la llave en la puerta. Ese gesto, que podría parecer poca cosa, tuvo un efecto extraño en él: aquella no era su casa, no quería que fuera su casa y, sin embargo, tenía las llaves en el bolsillo y su tintineo lo estremecía.

Susanna lo recibió tal vez con aún más entusiasmo porque había regresado: entonces, la visita de la tarde anterior no había sido una simple visita de cortesía, ahora estaba segura de ello. Terence iría a verla todos los días para pasar tiempo juntos hablando de teatro, tocando el piano y cenando en la misma mesa. De hecho, esa misma noche la señora Marlowe lo invitó a quedarse a cenar y, como de costumbre, su tono no admitió negativas.

Terence se esforzó por responder a todas las preguntas que Susanna le hizo sobre su nuevo compromiso teatral. La chica parecía muy feliz y no escatimó consejos sobre cómo afrontar mejor el papel que le había sido asignado. Su madre, por el contrario, expresó su desaprobación por el papel secundario que iba a interpretar el joven actor.

- ¡No es posible que hayas aceptado un papel tan miserable! Es absurdo que se ignore tu talento de esta manera. ¡Creo que esto encima reducirá las probabilidades de éxito del espectáculo! – exclamó indignada la señora Marlowe, ensañándose con Terence por su actitud sumisa.

- Acabo de regresar. ¡No podía exigir nada más! Lamento, señora, que sus expectativas no se hayan cumplido, pero creo que el señor Hathaway sabe más que usted al respecto – respondió Terence con frialdad y, quizás por primera vez, con la determinación de quien no acepta órdenes, al menos no en su propio trabajo.

- Precisamente porque sabe más que yo, debería entender que el único que puede desempeñar el papel de protagonista no es Vincent – ​​replicó la madre de Susanna, decidida a no dar marcha atrás.

- Verá, Margot, en el teatro, como en la vida, ¡los papeles más importantes deben merecerse, no exigirse! – respondió el joven actor fulminándola con la mirada y levantándose de la mesa – Es hora de que me vaya.Buenas noches, Susanna, señora Marlowe.

Mientras Terence se dirigía hacia la salida poniéndose la chaqueta, Margot lo siguió para decirle que al día siguiente su hija tenía que ir a hacerse un chequeo médico y que él tendría que acompañarla.

- Está bien. Nos vemos mañana.

 

*****

 

La tarde siguiente, después de pasar toda la mañana estudiando el guion en su apartamento, Terence acompañó a Susanna y a su madre al Hospital San Jacobo. Mientras la joven, asistida por dos enfermeras, era conducida al médico que la examinaría, su madre se quedó con él en la sala de espera. El doctor Smith la mandaría llamar tras el examen para informarle del estado de salud de su hija.

Terence estaba sentado en un rincón, lejos de la señora Marlowe, perdido en sus pensamientos. Por un momento tuvo la impresión de ver toda la escena desde arriba, como en el teatro cuando tienes la suerte de conseguir el palco con la mejor vista. Se vio a sí mismo, pero era como si fuera otra persona, no podía ser él sentado en esa sala de hospital. Todavía no podía aceptar que esa fuera su vida. Margot estaba parada frente a una ventana al lado de Terence. Lo observaba de reojo y notaba claramente lo ajeno que se sentía el joven a lo que sucedía a su alrededor. Durante el trayecto de la casa al hospital no había dicho una sola palabra: como si fuera un simple chofer, había conducidosin quitar la mirada de la cale frente a él, y la madre de Susanna había interpretado esa actitud como un reto, como si el muchacho quisiera hacerleentender que no tenía ninguna intención de doblegarse a su voluntad, que era empujarlo a ser mucho más que un amigo para su hija.

- Buenas tardes, señora Marlowe, el doctor Smith está listo para recibirla – anunció una enfermera asomándose por la puerta de la sala de espera.

- Ya voy, gracias. Terence, ven también, por favor.

La voz de esa mujer trajo a Terence de nuevo a la realidad.Por un momento alzó el rostro atónito por aquella petición que, como siempre, sonaba más bien como una orden. Margot le dirigió una mirada que subrayaba inequívocamente el carácter perentorio de sus palabras. El joven actor se levantó y la siguió.

- Un placer volver a verla, señora Marlowe, y… ¿puedo saber quién es este joven caballero que la acompaña? – preguntó cordialmente el Dr. Smith.

- Por supuesto, doctor, déjeme presentarle a Terence Graham... el novio de mi hija – dijo la mujer, dirigiendo una mirada amable primero al médico y luego a Terence.

El chico, que en ese momento estaba junto a ella y frente al doctor, se giró hacia la mujer impactado por las palabras que acababa de escuchar. El médico se dio cuenta al instante de la vergüenza que se había apoderado del muchacho. Conocía la historia del accidente que había causado queSusanna Marlowe perdiera el uso de sus piernas, ya que los periódicos habían hablado durante semanas de aquella joven promesa del teatro que había puesto en riesgo su vida para salvar la de su colega Terence Graham, de quien, según decía, estaba perdidamente enamorada. Por lo tanto, al ver la expresión de desconcierto de Terence, el médico entendió perfectamente en qué situación se encontraba. Lo saludó diciéndole que era un honor conocerlo y le tendió la mano, la cual permaneció unos instantes esperando a que Terence reaccionara.

- El placer es mío, doctor – murmuró al tiempo que le apretaba la mano débilmente.

Mientras el doctor Smith le informaba a la madre de Susannacómo se encontraba su hija, Terence no podía quitarse de la mente esa palabra: "novio". ¿Cómo había podido Margot decir algo así?Susanna y él... novios… Estaba furioso y se estrujaba las manos para tratar de mantener la calma. Oía la voz del médico, que seguía hablando,como ruido de fondo.Le parecía que un millar de palabras, como minúsculos soldados, devastaban su cabeza.Empezó a sudar frío y una fuerte sensación de náusea se apoderó de su estómago.

- ¿Terence, se siente bien? Señor Graham...

- ¿Cómo…? Sí, claro, disculpe, doctor – respondió Terence como si acabara de regresar de otro planeta.

- Como le decía a la señora Marlowe, es de fundamental importancia que la paciente siga una dieta equilibrada y no se canse.Debe tener horarios regulares y no someterse en absoluto a ningún tipo de estrés físico ni mucho menos emocional - prosiguió el médico, volviéndose hacia el chico, que hizo un gesto con la cabeza de haber entendido.

Acto seguido, el Dr. Smith se despidió de ellos y les dijo que la señorita Marlowe los estaba esperando en el cuarto número 3, sobre ese mismo pasillo. Susanna parecía bastante inquieta después de la consulta, sobre todo porque no soportaba tener que salir de casa y mostrarse en público en silla de ruedas. Sin embargo, ver a Terence entrar al cuarto para llevarla a casa la hizo sentirse mejor al instante y aliviada por la idea de que a partir de ese día él siempre estaría presente en las revisiones a las que debía someterse periódicamente.

Salieron del hospital y se dirigieron hacia el coche. El doctor Smith los observaba desde la ventana de su consultorio, intrigado en especial por aquel joven actor del que había oído hablar de forma no demasiado halagadora tras su desaparición, pero que en persona le había parecido esclavo de la situación. Lo vio levantar a Susanna de la silla de ruedas: ella enseguida se abrazó a su cuello, apoyando la cabeza en su hombro, hasta que él la acomodó en el auto con sumo cuidado y delicadeza, poniendo mucha atención para no lastimarla. Luego, Terence rodeó el auto lentamente, pero antes de prender el motoralzó los ojos hacia el hospital y vio al médico detrás de la ventana. El Dr. Smith pudo observar claramente el rostro del chico y por un momento le pareció como si su mirada pidiera piedad.

Una vez que llegaron a casa, la señora Marlowe ayudó a su hija a cambiarse y le dijo a Terence que esperara fuera de la habitación.

- Ahora puedes pasar, Susanna quiere verte.

El muchachotocó a la puerta, y ella lo llamó desde el interior. Al entrar, la vio recostada en la cama con un brazo extendido hacia él para invitarlo a sentarse a su lado. Terence se sentó y ella le tomó la mano. Su mano siempre estaba caliente, mientras que la de Susanna estaba helada, así que le apretó la mano tratando de calentarla con sus dedos.

- Los ensayos de Antonio y Cleopatra empezarán la semana que viene, ¿no es así?

- Sí, así es.

- Estarás muy ocupado…

- Sí, creo que no podré venir por las tardes...

- ¿Entonces, vendrás a cenar? – lo interrumpió Susanna con voz firme y al mismo tiempo suplicante, buscando sus ojos.

Él asintió.

- Ahora intenta descansar, debes haberte cansado mucho hoy – le dijo Terence con una sonrisa tímida mientras se levantaba.

Pero ella lo detuvo sin soltarle la mano.

- Quédate un poco más, por favor.

Terence volvió a sentarse, ella cerró los ojos y, a los pocos minutos, se quedó dormida.

Cuando el joven salió de la habitación tratando no hacer ruido, encontró a la señora Marlowe esperándolo.

- ¿Susannaya está durmiendo?

- Sí.

- ¿Ya te vas?

Terence dejó escapar un gran suspiro antes de hablar. Alzó la cara y le lanzó a la mujer una mirada furibunda.

- ¿Me gustaría saber cómo se le ocurrió la idea de presentarme al doctor Smith como el novio de su hija? – le preguntó con voz cargada de rabia.

- Lo hice simplemente porque, de lo contrario, no habrías podido estar presente durante nuestra conversación, al no ser un familiar cercano.

- Podría fácilmente haber esperado afuera.Estoy seguro de que usted se habría encargado de contarme cómo están las cosas – respondió Terence, dudando mucho de que el motivo dado por la mujer correspondiera a la verdad.

- ¡Oh, no, querido Terence!Es justo que tú te enteres directamente por boca del médico de cuáles son las condiciones de Susanna! ¿Entendiste bien lo que dijo el Dr. Smith? También se dirigió a ti... ¡Nada de estrés físico ni mucho menos emocional! ¡Asegúrate de recordarlo!

De pie con los brazos extendidos a los costados, Terence apretó los puños yagachó ligeramente la cabeza para no tener que ver más ese rostro.

- ¡Asegúrese de recordarlo usted también, señora Marlowe! – exclamó antes de irse.

 

 

*****

 

 

El regreso a la Compañía Stratford marcó el inicio de un período de trabajo muy intenso para Terence, aunque esto no lo asustaba en absoluto,al contrario, poder volver a subirse a un verdadero escenario lo hacía sentirse cada día más fuerte. Sin embargo, no todos los actores lo recibieron con benevolencia.Algunos todavía no le perdonaban que hubiera abandonado la compañía de un día para otro, lo que les había causado muchas dificultades. Pese a que Hathaway les había pedido la máxima seriedad y compromiso a todos sus actores y actrices, algunos no pudieron evitar lanzar insinuaciones a Graham sobre su actuación, que meses antes se había vuelto desastrosa.

- ¡El hijo pródigo ha decidido volver!

- ¡Tal vez la señorita Baker intervino en su favor!

- A ver si todavía recuerda cómo se hace... sino, podría subir y bajarel telón...

Terence, cuyo carácter naturalmente impulsivo en otra época lo habría llevado a reaccionar mal ante tales provocaciones, intentó no darles demasiada importancia, como le había sugerido Robert, y continuó trabajando arduamente para volver a alcanzar lo más pronto posiblesu nivel anterior. La decisión de Hathaway de no asignarle un papel protagónico por el momento resultó muy acertada. De hecho, en poquísimo tiempo Terence se adueñó de su papel y eso contribuyó bastante a que recuperara la confianza en sus habilidades, algo que necesitaba con desesperación.

El papel protagónico femenino volvió a recaer en la espléndida Karen Kleiss, la actriz que había sustituido a Susanna Marlowe en el papel de Julieta Capuleto. En ese períodose había llevado muy biencon Terence y ahora lamentaba verlo relegado a un papel secundario, puesto que lo consideraba un actor con mucho talento a pesar de su corta edad. No siempre era fácil comprender a ese chico hermético y a veces hastaarisco, pero al mismo tiempo eso la intrigaba y no podía evitar sentirse atraída por él.

Una noche, después de los ensayos, Terence se quedó solo en el camerino que compartía con otros dos actores.

- ¡Siempre el último en irse del teatro!

El joven se volteó y vio a Karen en la puerta, quien, habiéndose cambiado ya, estaba a punto de irse.

- Digamos que no tengo prisa por llegar a casa – respondió poniéndose la chaqueta.

- A decir verdad, yo tampoco. ¿Por qué no vamos a comer algo tú y yo?

- Bueno, en realidad yo debería…

- Oye, ¿qué cosa estás pensando, Graham? No te estoy pidiendo que salgas conmigo, ¡no te emociones tanto! – exclamó Karen sonriéndole – Sólo quiero platicar un rato.

Salieron del teatro y se dirigieron a un pequeño bistró al otro lado de la calle, a donde ya habían ido cuando actuaban en Romeo y Julieta. Era un lugar frecuentado principalmente por artistas, por lo que podían comer algo sin ser molestados.

Luego de ordenar, sentados uno frente al otro en una mesa pequeña, comenzaron a hablar sobre el espectáculo que pronto estrenarían. Terence la felicitó por cómo estaba abordando el difícil papel de reina de Egipto y por el buen resultado que estaba teniendo con su interpretación. Karen le agradeció y,tras unos minutos de silencio, le preguntó:

- ¿Dónde estuviste? ¿Sabes? Todos estuvimos muy preocupados por ti.

- ¿Todos? – le preguntó Terence perplejo – A juzgar por la bienvenida que me dieron cuando regresé a la compañía, ¡dudo mucho que algunas personas se hayan preocupado por mí! Pero está bien, en el fondo los entiendo. ¡Dejé la obra de un día para otro sin ninguna razón!

- Yo más bien creo que tenías varias razones para hacerlo, pero tal vez fue sólo una la que te orilló a desaparecer. ¿Me equivoco? – le preguntó Karen con dulzura.

Terence bajó los ojos y apoyó la barbilla en un puño. Su mirada, que había recuperado parte de su luminosidad en el escenario,se ensombreció de improviso. Karen se dio cuenta de que no se había equivocado.

- ¿Cómo está Susanna? – continuó la chica.

- Bastante bien – respondió Terence apresuradamente.

No se sentía preparado para abordar ese tema todavía. No sabía qué decir,en especial sobre su relación con Susanna. Para entonces, ya todos sabían que ella estaba enamorada de él, y al salvarle la vida también había demostrado hasta dónde llegaría por él. Todos esperaban que él estuviera agradecido y seguramente suponían que él también sentía algo por Susanna: era una muchacha bellísima, dulce y sensible, además de quelos unía el teatro, la misma pasión absoluta por Shakespeare. ¡Esos pensamientos se agolpaban en la cabeza de Terence y no le daban tregua!

Karen entendía su tormento. Estaba al tanto de los sentimientos de Susanna,los cuales, según ella, no tenían nada que ver con el amor, sino que rayaban en el morbo. La había visto en el teatro enloquecer de alegría cuando consiguió el papel de Julieta sólo por el hecho de poder actuar en estrecho contacto con Terence, que había sido elegido para interpretar a Romeo. Durante los ensayos se la pasaba siempre detrás de Terence, se ocupaba personalmente de cualquier cosa que él necesitara y, cuando desaparecía de su vista,enseguida empezaba a preguntar dónde estaba. Un día la sorprendió llorando en su camerino con una carta en la mano. Susanna intentó ocultarla demasiado tarde, porque Karen ya la había visto. Se trataba de un pequeño sobre rosa que reconoció de inmediato porque le había entregado varios en los últimos meses al interesado.

- Susanna, ¿esa carta no es para Terence?

- Sí, así es. Estaba a punto de llevársela, pero no sé dónde está – respondió Susanna con expresión de culpabilidad, por lo que Karen dedujo que no tenía intención alguna de entregarla al destinatario.

- Si quieres se la llevo. Creo que subió a la terraza.

- No, yo voy. Gracias.

Karen pensó que Susanna definitivamente estaría dispuesta a hacer cualquier cosa para tener a Terence, y lo que sucedió en los días posteriores por desgracia confirmó sus temores.

- ¿Y tú cómo estás? – le preguntó buscando sus ojos.

- Bien.

- Terence, yo... Si puedo hacer algo para ayudarte...

Karen no terminó la frase porque él la interrumpió.                           

- Si en verdad quieres hacer algo por mí, no me preguntes más por Susanna ni cómo estoy. Me gustaría recuperar mi lugar en el teatro. Sé que no será fácil, pero Robert me ha dado otra oportunidad y ¡no puedo desperdiciarla! ¿Puedes ayudarme con eso?

- Claro, sólo dime qué quieres que haga.

- Me he enterado de que dentro de poco la compañía pondrá en escenaHamlet. Debo conseguir el papel principal a como dé lugar, y estoy seguro de que tú estarías espléndida como Ofelia. ¿Qué tal si ensayamos juntos?

Karen le respondió con una magnífica sonrisa. Le alegraba mucho ver de nuevo el entusiasmo en el rostro de Terence.Sabía lo buen actor que era y tenía la certeza de que lograría volver a ser protagonista en la escena teatral de Nueva York.

- ¿Cuándo empezamos?

 

Las representaciones de Antonio y Cleopatra tuvieron un notable éxito desde el estreno. Todas las noches se registraba un lleno absoluto en el teatro. Además de la fama indiscutible de la que gozaba la Compañía Stratford, el hecho de que Terence Graham hubiera regresado al escenariociertamentesuponía un gran atractivo para el público. Al momento de su desaparición, las críticas a su actuación en realidad no eran en absoluto benévolas, pero el halo de misterio que se había creado en torno a su persona intrigaba al público como nunca antes. Su nombre no aparecía en el cartel publicitario de la obra, pero aun así se había corrido la voz de que Graham había regresado.

La noche del estreno, las damas presentes no hablaban de otra cosaen el vestíbulo. Así que cuando Tireo entró en escana y la voz de Terence resonó clara y estentórea como nunca antes, de la platea le llegó un zumbido inusual que lo hizo estremecerse yexperimentar de nuevo en ese instante la poderosa descarga de adrenalina que inflamaba sus sentidos cada vez que se encontraba en el escenario. Desde la primera línea se volvió a crear el vínculo entre el actor y el público, y nada volvería a romperlo. Graham permaneció en escena solamente unos minutos, pero durante el breve diálogo de Tireo con la reina de Egipto logró hechizar a todos los presentes, y todas las mujeres presentes en la sala habrían pagado por estar en el lugar de Cleopatra cuando estas palabras salieron de sus labios:

 

“Concédame la gracia de depositar mi homenaje en su mano”.

 

A Susanna también le habría gustado poder aplaudirle, pero su estado de salud no le permitía estar tanto tiempo fuera de casa en esos momentos. No obstante, le hizo prometer a Terence que iría a verla tan pronto como terminara la función.

Hathaway felicitó a todos sus actores, que sin duda lo habían dado todo. Vincent y Karen habían estado maravillosos como Antonio y Cleopatra, pero Robert sentía un afecto particular por el joven Graham y no pudo evitar expresarle su agradecimiento personal al recibirlo en su oficina.

- ¡Te fue muy bien, hijo!¡Ahora realmente has vuelto! – le dijo Robert conmovido.

- Gracias, pero lo que he hecho es tan poco que no merezco ningún elogio especial.

- Sé que este pequeño papel no te hace ningún mérito, pero el público te reconoció de inmediato. ¡Hasta eclipsaste a Antonio cuando estuvieron juntos en el escenario! Hamlet te espera, muchacho.¡Dalo todo!

- ¡Así lo haré!

- Pero de una vez te digo que tendrás que audicionar como todos, no puede ser de otra manera.Lo entiendes, ¿verdad?

- Claro.

- Bien. ¡Ahora vámonos a la recepción!

- ¿Qué? Realmente yo no... - intentó objetar Terence al recordar la promesa que le había hecho a Susanna.

- No acepto negativas. ¡Ahora todos deben saber que has vuelto y tú debes ver con tus propios ojos cuánto te extrañó el público!

Después del estreno de una obra siempre se hacía una gran fiesta a la que también asistían diversas autoridades de la ciudad. Los primeros en llegar fueron Vincent Craig y Karen Kleiss, los espléndidos intérpretes de Antonio y Cleopatra.Los invitados les dieron un gran aplauso y sinceros elogios, sobre todo a la actriz,ya que el papel de reina de Egipto parecía haber sido escrito especialmente para ella. De hecho, había dado vida a una Cleopatra irresistiblemente fascinante.

Robert Hathaway, quienantes de convertirse en director de la compañía también había sido un actor de extraordinario talento, fue recibido con una verdadera ovación: suinterpretación de la tragedia de Shakespeare resultaba muy original y decididamente acorde con los tiempos modernos, por lo que había impresionado incluso a los más encarnizados defensores de la tradición.

Terence Graham fue el último en entrar al salón, que ya estaba lleno de gente. Había subido las escaleras que conducían al primer piso con una extraña agitación inusual en él, que nunca le había dado demasiada importancia a ese tipo de eventos. Pero sentía que esa noche algo era diferente. Al llegar a la cima de las escaleras, se detuvo y miró un poco a su alrededor en busca de alguna cara familiar. La primera persona en notar su llegada fue Karen Kleiss. Él la vio y ella le sonrió antes de empezar a aplaudir en su dirección. Todos los presentes se volvieron hacia Graham y, siguiendo el ejemplo de la actriz, el salón estalló al instante en gritos eufóricos y aplausos. Terence comprendió en ese momento por qué Robert había insistido en que estuviera presente en la fiesta y se lo agradeció inmensamente.

 

 

*****

 

- Te esperé durante horas anoche... - le dijo con esa voz lastimera que usaba cuando quería hacerlo sentirse aún más culpable de lo que ya se sentía.

Terence intentó mantener la calma y le habló con dulzura.

- ¿Por qué? Te mandé a avisar que no podría venir. Robert insistió tanto que no pude…

- ¡De todos modos esperaba que vinieras después de la recepción!

- La fiesta terminó muy tarde.Pensé que ya estarías descansando.

- ¡Pero no fue así! – gritó Susanna con rencor.

La muchacha estaba sentada en un sillón en su dormitorio, con una manta sobre las piernas. Su larga cabellera suelta, perfectamente peinada, caía sobre el precioso vestido azul que hacía resaltar su relucientetono rubio.

- Lo siento – se disculpó Terence, acercándose y poniéndose en cuclillas frente a ella para estar a su altura.

- No es cierto… ¡Te estuviste divirtiendo mientras yo no puedo hacer más que estar aquí esperándote! – siguió gritando Susanna y se le llenaron los ojos de lágrimas.

- Tan pronto como te sientas mejor podrás...

- ¡No, yo ya no podré hacer nada! ¿No lo entiendes?

En ese momento, Terence empezó a perder la paciencia. Sabía que el estado de salud de Susanna no era bueno, pero los médicos le habían dado esperanzas el último mes de que sería posible que dejara la silla de ruedas y volviera a caminar con una prótesis. Sin embargo, la joven se obstinaba en no considerar esa opción, ya que según ella estaba condenada para siempre a la inmovilidad.

El Dr. Smith le había sugerido a Terence que tratara de convencerla, y este había hablado con ella del asunto muchas veces, animándola a que al menos hiciera el intento, pero ella continuaba resistiéndose. A veces le parecía que trataba con una niña caprichosa y mimada que le echaba en cara hasta la cosa más insignificante, y su madre contribuía notablemente a fomentar la actitud infantil de Susanna complaciéndola en todo.

Terence pensó que no tenía sentido continuar esa discusión que no llevaría a ninguna parte y que sólo haría que la chica se inquietara innecesariamente. Intentó cambiar de tema empezando a hablar de lo único que tenían en común.

- ¿No quieres saber cómo nos fue en el estreno? Aunque tuve un papel menor...

- No, no quiero saberlo - lo interrumpió Susanna - ¡Ese mundo ya no me pertenece y tú deberías entenderlo porque la culpa es sólo tuya!

Terence se puso en pie de golpe y se volteó para no mirarla a la cara porque se le estaba dificultando contener la ira que hacía que le palpitaran las sienes. Con los puños cerrados a los costados vaciló un momento, pero luego las palabras brotaron de su garganta como un río embravecido.

- ¿Qué quieres de mí, Susanna? – le preguntó entre dientes, de espaldas a ella.

- ¡Quiero tu corazón!

Terence entrecerró los ojos al sentir una punzada aguda de dolor en la espalda, como si le hubieran clavado un cuchillo de hoja muy afilada.

- Pagué un precio muy alto para ganarlo, ¿no lo crees? – le preguntó con su habitual voz lastimera.

- No puedes pedirme eso – respondió él, reuniendo el valor para mirarla a los ojos. Sabía que la estaba lastimando, pero pensó que engañarla sería peor.

- Prometiste quedarte a mi lado para siempre, ¿acaso lo has olvidado?

- Eso es lo que estoy haciendo, pero a ti parece no bastarte.

- Eres mi única razón de vivir. No me queda nada más que la esperanza de obtener tu amor.

Su voz se había convertido en un susurro y había pronunciado las últimas palabras entre lágrimas que le inundaban profusamente las mejillas. Terence ya no tuvo fuerzas para seguir discutiendo, así que se le acercó. La jovenle tomó las manos y tiró de ellas para que volviera a estar a su altura y pudiera abrazarla. Continuó sollozando sobre su pecho y él mantuvo el abrazo hasta que se calmó. Luego, exhausta, se quedó dormida y él, tras colocarla en la cama, salió de la recámara con el ánimo de quien acaba de entregar las llaves de casa a su verdugo.

Salió del hogar de las Marlowe y se fue caminanado a su apartamento. Un ardiente atardecer invadió las calles de Nueva York tiñendo todo de rojo; el corazón apesadumbrado de Terence también ardió hasta convertirse en cenizas.



[1]Terence pronuncia algunas líneas tomadas de Antonio y Cleopatra de W. Shakespeare, Acto III, escena XIII.


Capítulo tres

 

 

 


Nueva York

invierno 1917/1918

 

Mientras actuaban en Antonio y Cleopatra, Karen y Terence comenzaron a prepararse para la audición de Hamlet, que se llevaría a cabo un mes después. Todas las noches, excepto los días en que había función, se reunían en casa de la actriz para ensayar y volver a ensayar sus respectivos papeles hasta el cansancio.

Karen ya conocía muy bien el nivel de meticulosidad de su joven colega, pero, como consideraba que trabajar con él era un verdadero placer tanto por su indiscutible talento como por su atractivo igualmente indiscutible, nunca parecía cansarse y seguía con excepcional empeño cada sugerencia que Terence le hacía.

- Terence, ¿crees que podremos conseguir el papel? – le preguntó la actriz una noche mientras tomaban té durante un descanso.

- Seguramente. ¿Acaso conoces a alguien mejor que nosotros dos? – bromeó Terence, que con ella parecía recuperar su antiguo descaro.

Estaban sentados en dos sillones alrededor de una pequeña mesa redonda, donde Karen había colocado una bandeja con té y pastelillos. Su apartamento estaba situado a pocos minutos del de Terence, aunque definitivamente era más lujoso. De hecho, la joventenía el respaldo de una familia bastante acomodada, ya que su padre era un importante cirujano cuya fama traspasaba el océano. Por desgracia, su madre había muerto al dar a luz y esto le provocaba un profundo dolor que en ocasiones confería a sus ojos color violeta un velo de repentina melancolía.

La elección de dedicarse a la actuación fue más bien casual, pero no por eso menos acertada. Desde pequeña, Karen había mostrado un carácter bastante exuberante e inclinación al arte: le gustaba cantar y bailar, pero sobre todo exhibirse y ser el centro de atención. Durante una fiesta organizada por su padre para celebrar su decimosexto cumpleaños, Karen presentó una especie de comedia corta que había organizado para entretener a los invitados. El padre, que naturalmente satisfacía en todo a su adorada hija única, la dejó hacer lo que mejor le pareciera. Quiso la casualidad que esa noche estuviera presente en la fiesta el señor Hamilton, un importante productor de teatro y amigo del doctor Kleiss, quien con gran asombro notó la extraordinaria ingeniosidad de la joven Karen, así como su particular belleza, que ya destacaba a pesar de su corta edad. El señor Hamilton conocía muy bien la Compañía Stratford, y cuando supo que Hathaway estaba buscando nuevos talentos no dudó en proponerle a la joven señorita Kleiss. Así fue como se incorporó Karen a la compañía, unos meses antes de que Terence también hiciera su aparición en el mismo escenario.

 

HAMLET:      […] Yo te quería, Ofelia.

OFELIA:         Así me lo dabais a entender.

HAMLET:      Y tú no debieras haberme creído […] [1]

 

- ¡Yo también estoy segura de que lo conseguiremos! – exclamó Karen exaltada por la alquimia especial que siempre se creaba con Terence mientras actuaban.

El fuego del arte ardía prepotente en ambos jóvenes, los hacía sentirse vivos y poderosos. Cuando le comunicaron a Hathaway su intención de audicionar juntos para Hamlet, Robert apenas pudo contener su entusiasmo para que no se dieran cuenta en ese instante de lo seguro que estaba de tener frente a él a los próximos Hamlet y Ofelia.

 

Durante el último mes, a pesar de estar muy ocupado en el teatro, Terence no había dejado de visitarun solo día la casa de las Marlowe, aun siel tiempo del que disponía era poco, y Susanna no había dudado en hacérselo notar.

Una noche, después de haber cenado juntos y de que Margot los hubiera dejado solos, estaban sentados en el sofá frente a la chimenea encendida. Susanna le había pedido a Terence que le leyera algo; le gustaba mucho escuchar su voz porque, cuando recitaba, adquiría un tono diferente al que solía usar con ella. En verdad era siempre muy amable, pero la amabilidad que se esforzaba en mostrarle le parecía artificial y poco espontánea, dictada más bien por la buena educación o, peor aún, por la lástima y el sentimiento de culpa. Por este motivo, a Susanna le encantaba que le leyera algunos textos en particular, especialmente los sonetos de Shakespeare, que contenían los más bellos sentimientos de amor escritos por el célebre dramaturgo. Él accedió como siempre. Sólo se negaba a leer un texto: Romeo y Julieta.

 

Algunos se vanaglorian de su cuna, otros de su genio,

algunos de sus riquezas, otros del vigor de sus músculos,

algunos de sus ropas —aunque mal ajustadas a la última moda—,

otros de sus halcones y perros de caza, algunos de sus caballos.

Y cada temperamento tiene un placer particular

que le da mayor alegría que cualquier otro,

peroestos placeres particulares no me sirven

porque tengo algo mejor que los supera a todos.

Tu amor es más precioso para mí que la noble cuna,

más rico que la opulencia, un mayor orgullo que la ropa cara,

un mayor deleite que los halcones y los caballos.

Y teniéndote a ti, me jacto de tener más que cualquier otro hombre.

Mi única desgracia es que me lo puedes quitar todo

y hacerme el más miserable de los hombres.[2]

 

Al terminar la lectura, Terence se levantó para reavivar el fuego que se estaba apagando. Susanna lo seguía con la mirada, admirando como siempre la elegancia de sus movimientos, su constitución esbelta y bien proporcionada, los músculos de sus hombros y brazos que se podían intuir debajo del suéter de cuello alto color miel quellevaba esa noche. Arrodillado frente al fuego, sintió que los ojos de la chica recorrían su figura y, tras levantarse, permaneció de pie apoyado contra la chimenea, sin mirarla. Hubo un momento de silencio incómodo, algo que en realidad ocurría a menudo entre ellos. Terence no pudo evitar pensar que si ella hubiera estado allí en lugar de Susanna, hasta ese silencio le habría parecido una dulce melodía. Sintió una punzada en el pecho y dejó escapar un suspiro para que el aire volviera a sus pulmones. Susanna sabía perfectamente en quién estaba pensando. De hecho, siempre que estaban juntos ella observaba con gran atención hasta la más mínima expresión y actitud de Terence y, cuando sentía que su mente se alejaba de ella, como en ese momento, estaba segura de saber qué era lo que lo atormentaba. Entonces intentaba por todos los medios atraer su atención, a menudo aprovechando ese sentimiento de culpa que, por un lado, le habría gustado que él no sintiera, puesto que era consciente de que él estaba allí sólo por deber. Sin embargo, esperaba que a medida que pasara el tiempo Terence comenzara a fijarse en ella.No podía ser de otra manera porque ella lo amaba demasiado y él no podría ignorar ese sentimiento por siempre. Tarde o temprano la olvidaría, al fin y al cabo nunca habían estado comprometidos y no tenían nada en común.Ella era solamente una chica de campo que por un golpe de suerte había sido adoptada por una familia muy importante, pero nunca estaría a la altura de Terence, ¡nunca!

- ¿Cómo van los ensayos de Hamlet? – preguntó para traerlo de vuelta a la realidad.

- Bien… Karen y yo hemos hecho un gran trabajo.Creo que tenemos grandes posibilidades de obtener los papeles principales – respondió Terence distraído.

- Karen se ha vuelto una gran actriz desde... - la voz de Susanna se quebró al recordar aquel trágico día que había destrozado sus sueños y ambiciones para siempre.

Al verla entristecerse, Terence volvió a sentarse a su lado y le dijo en tono sereno:

- Tú también eres muy talentosa. ¿Por qué no intentas hacer algo?

- ¡¿Qué podría hacer yo en estas condiciones?! – exclamó Susanna apretando los puños.

- El teatro no es sólo actuar. Podrías escribir o componer música… sabes tocar muy bien. Además... la medicina avanza cada día a pasos agigantados. Las prótesis han experimentado un fuerte impulsopor la guerra y, tal vez...

- ¡Basta, Terence!¡No tiene sentido engañarse! ¡Yo ya no puedo hacer nada y eso es todo! – gritó con lágrimas en los ojos.

- ¿Por qué quieres rendirte así? Eres joven, tienes toda la vida por delante. ¿Qué piensas hacer?¿Encerrarte en esta casa para siempre?

- ¡Basta! Ni siquiera puedo moverme sola, ¿no lo ves?

- ¡Pero no estás sola! Está tu madre y estoy... yo.

- ¡! ¡Sé bien por qué estás aquí! ¡Y también sé por qué me animas a tratar de salir de esta situación, a hacer algo para que valga la pena vivir mi vida! – Susanna hablaba con rabia y miraba a Terence con ojos fríos como el hielo.

- ¿Qué quieres decir?

- Quiero decir que... ¡sólo buscas tranquilizar tu conciencia!

Terence se levantó de un salto, agarró su abrigo y se dirigió hacia la puerta.

- Espera, por favor… no te vayas así – lo llamó Susanna ya con voz quejumbrosa –. ¿No me ayudas a ir a mi cuarto?

El muchacho regresó lentamente, la levantó del sofá sin decir una palabra y la llevó hasta su cama, donde una criada la ayudaría a prepararse para dormir.

- Perdóname... En realidad no quise decir lo que dije - le susurró.

Terence suspiró, tratando de contener la ira que hacía que le palpitaran las sienes.

- Buenas noches, Susanna – respondió sin poder esconder que no veía la hora de salir de esa habitación.

- Buenas noches, Terence.Nos vemos mañana – dijo mientras retenía su mano, en espera de ese beso en la frente que desde hacía algún tiempo había logrado que se convirtiera en una costumbre.

Debido al poco tiempo que le había podido dedicar últimamente, Susanna lo recibía cada vez más agitada cuando la visitaba y nunca quería dejarlo ir. Terence se había dado cuenta de esto y trataba por todos los medios de complacerla en todo lo que le pedía, también porque la señora Marlowe le lanzaba miradas de reproche cada vez que llegaba tarde.

Una noche, tras haber salido muy tarde del teatro, al llegar a la casa de las Marlowe dijo que sólo había pasado a saludar porque estaba realmente muy cansado. Por lo tanto, acompañó a Susanna a su recámara como siempre, con la intención de quedarse con ella unos minutos antes de despedirse. La levantó de la silla de ruedas y la llevó en brazos hasta su cama, donde la recostó. Todo sucedió en un instante: ella le rodeó el cuello con los brazos y lo atrajo hacia sí.El rostro de Terence acabó a pocos centímetros del de Susanna, cuyos lánguidos ojos azules no se despegaban de los del chico mientras sus labios se separaban con sutileza implorando, sin lugar a dudas, un beso. El joven, algo sorprendido, permaneció como paralizado por unos instantes; luego levantó la cabeza y le rozóla frente con los labios mientras se liberaba de su agarre con las manos.

Así que desde aquella noche, todas las noches, Susanna lo miraba del mismo modo y él le deseaba buenas noches con un beso en la frente.

 

 

*****

 

Durante la última semana Terence y Karen habían intensificado sus reuniones para ensayar juntos la parte que habían decidido presentar en la audición. Finalmente, llegó el día tan esperado.

Cuando llegaron al teatro, lo encontraron repleto de actores y actrices; evidentemente actuar en Hamletde la Compañía Stratford se consideraba una gran oportunidad. A la Stratford le había ido muy bien en esos años ysu última puesta en escena había recibido comentarios más que positivos por parte del público y la crítica.

- ¡Maldición, Terence! ¡La competencia será feroz! Parece que hoy se han reunido aquí todos los actores de Estados Unidos – exclamó Karen bastante pensativa.

- No te preocupes, sólo piensa en lo mucho que hemos trabajado para conseguir este papel. ¡No podemos fallar! – respondió Terence más decidido que nunca.

En realidad, cuando la pareja entró al teatro, muchos de los presentes reconocieron a las dos jóvenes estrellas de la Stratford. Ya era bien sabido que Kleiss era un excelente actriz, pero lo que más inquietó a los demás participantes fue la inesperada presencia de Graham. El pequeño papel que había interpretado en Antonio y Cleopatra había tenido un éxito notable, pero nadie pensó que Graham tendría la osadía de presentarse a audicionar para el papel de Hamlet. Su participación generó desconcierto, pero también considerable preocupación: aunque Graham había estado ausente de la escena teatral durante un tiempo, nadie podía dejar de reconocer su calidad e indiscutible talento. Algunos actores al verlo pensaron que era inútilintentarlo; estaban seguros de que obtendría el papel protagónico, así que se marcharon.Otros quisieron esperar al menos hasta que subiera al escenario con su pareja.

Después de unas dos horas de espera y una lista interminable de participantes rechazados, la pareja Kleiss-Graham fue invitada a subir al escenario.

Además de Hathaway y sus asistentes de escena, algunos de los inversionistas más importantes de la compañía estaban presentes entre el público para tomar parte en la elección de los actores principales. Se trataba de empresarios que se habían enriquecido aprovechando los últimos acontecimientos bélicos y que consideraban el teatro un pasatiempo como cualquier otro. Entre ellos se encontraba también un famoso banquero, un tal John Morgan, amigo de Hathaway, que, a diferencia del resto, era un verdadero apasionado de Shakespeare. Estaba sentado al lado de Robert y después de cada audición intercambiaba unas palabras con él sobre las actuaciones que acababan de presenciar. Por supuesto, las decisiones de Hathaway sobre el reparto serían irrefutables; no habría problema aunque los inversionistas no estuvieran de acuerdo con él.

Terence sabía muy bien que no era apreciado por quienes sostenían económicamente la compañía y habían perdido mucho dinero por su causa. Así que con esa audición no sólo tenía que convencer a Robert, sino realmente conmovercon su actuación a todos losinversionistas para relegar a segundo plano cualquier duda que aún pudieran tener sobre su profesionalismo.

Los dos actores subieron al escenario y, tras una última mirada de entendimiento, se colocaron al centro mientras las luces se atenuaban. Terence permaneció unos instantes con la cabeza inclinada para lograr la concentración adecuada; luego la levantó lentamente mirando un punto imaginario frente a él con expresión sombría y el ceño fruncido. De repente, hizo vibrar todo el teatro con su voz.

 

“Ser o no ser, he ahí el dilema. ¿Es acaso más noble sufrir en lo más profundo del espíritu por las piedras y los dardos lanzados por la ultrajantefortuna o levantarse en armas contra el mar de adversidades y ponerles fin luchando contra ellas? Morir, dormir. Nada más. ¡Y con ese sueño acabar con el dolor del corazón y con los mil males naturales, herencia de la carne! […]”[3]

 

Terence declamó todo el monólogo del príncipe de Dinamarca con absoluta maestría, dando una excelente demostración de sus dotes interpretativas. Luego fue el turno de Karen quien, acercándose a él, recitó la primera línea de Ofelia:

 

"Mi buen señor, ¿cómo ha estado su alteza estos últimos días?"

“Te lo agradezco humildemente. Bien, bien, bien”.

 

Su diálogo continuó varios minutos más hasta que fueron interrumpidos por la intervención de Hathaway, quien, poniéndose de pie, informó a los presentes que la protagonista femenina había sido seleccionada y, por lo tanto, no habría más audiciones para ese papel. La decepción de las actrices que todavía esperaban desató una ola de murmullos que no se acallaron hasta que todas abandonaron la sala. Karen Kleiss recibió elogios de los inversionistas, tras lo que Robert la despidió, no sin antes citarla al día siguiente. Karen vaciló un momento antes de irse mirando a Terence con incredulidad. Él le dedicó una sonrisa amarga y se encaminó hacia la parte posterior del escenario.

- Espere un momento, Graham – lo llamó la voz del señor Morgan.

Terence se volvió hacia el grupo de empresarios que se habían puesto de pie y parecían estar discutiendo entre ellos.

- ¡Por favor, acérquese! – lo invitó el señor Morgan de nuevo, y volvió a hablar cuando el joven actor ya estaba a poca distancia de él – Verá, su actuación fue soberbia, sin lugar a dudas, pero mis colegas creen que es demasiado joven para asumir un papel que por lo general se le confía a actores mucho más maduros y experimentados. Yo, por otro lado, estoy más que convencido de que tiene lo necesario para hacer que el príncipe de Dinamarca sea absolutamente inolvidable, y Hathaway está de acuerdo conmigo, ¿verdad, Robert?

- ¡Por supuesto! – confirmó el director mientras examinaba el rostro de Terence.

- De esta forma, tiene usted dos votos a favor y dos en contra, por lo que el señor Barrymore quisiera hacerle una propuesta.

Terence, sin decir palabra, se giró lentamente hacia el hombre indicado por el señor Morgan y esperóa que hablara, mirándolo directo a los ojos.

- Estoy seguro de que podrá deleitarnos con otro pasaje de Hamlet.No creo que haya preparado sólo esta parte, ¿o me equivoco, Graham? – le preguntó con aire desafiante.

Terence, apenas reprimiendo una sonrisa sarcástica, respondió al desafío.

- ¿Por qué no elige la parte que le gustaría escuchar? Estaré encantado de complacerlo.

El señor Barrymore se quedó desconcertado por un momento por la audaz respuesta del joven actor.No estaba seguro de haber entendido correctamente. ¿Acaso Graham quería hacerle creer que ya se sabía todas las líneas pronunciadas por el príncipe de Dinamarca?

- ¿Qué le parece entonces la última escena, tras la muerte de Hamlet? Pero usted será Horacio y Robert dará vida a Fortimbrás.

Terence, sin pestañear, volvió al escenario seguido por el director y comenzó sin la menor vacilación.

 

“En fin, ¡se rompe ese gran corazón!Adiós, adiós, amado príncipe.¡Los coros angélicos te acompañen al celeste descanso!Pero ¿cómo se acerca hasta aquí el estruendo de tambores?”[4]

 

Cuando terminó el diálogo entre ambos, no se hicieron esperar los aplausos de los demás actores que se habían quedado para presenciar el desafío que Graham parecía haber superado con gran éxito.

El señor Morgan y el señor Barrymore se miraron con expresión de entendimiento, por lo que Hathaway pudo anunciar el cierre de la audición.

El príncipe de Dinamarca también había encontrado a su intérprete.

 

- ¡Terence!

- Karen, ¿qué haces todavía aquí? – le preguntó el chicoa su colega al encontrarla en la salida de los artistas.

- Te estaba esperando... ¿Qué pasó? – le preguntó balbuceante.

Una sonrisa triunfal iluminó el rostro de Terence.

- ¡La tragedia es nuestra!

- ¡Hurra! Estaba segura de ello... ¡Ese Barrymore es realmente un idiota! ¡Se las da de conocedor, pero no entiende nada de nada! ¡Eres el mejor, el mejor de todos! Intentó dificultarte las cosas, ¿verdad?

- Pues sí, lo intentó, pero no le funcionó. ¡No sabe que leoHamlet desde que tenía diez años! – concluyó Terence satisfecho antes de soltar una carcajada.

Los dos jóvenes se despidieron llenos de entusiasmo quedando en verse al día siguiente, cuando iniciarían los ensayos junto con el resto de la compañía.

Terence caminó hacia su auto y se subió, pero tan pronto como entró en el pequeño habitáculo silencioso, una repentina sensación de melancolía se apoderó de su garganta. Permaneció inmóvil un rato con las manos en el volante y, de repente, una imagen le invadió el pensamiento.Encendió el auto y tomó rumbo hacia la terminal Grand Central. Aparcó el coche cerca de la estación, se bajó y se dirigió a un café cercano. Una vez dentro, se sintió catapultado a otra vida, a un pequeño trozo de felicidad que durante unas horas había creído poder saborear sólo un año antes.

El día que ella llegó a Nueva York, después de haber ido recogerla a la estación, habían ido juntos a ese local, donde él estuvo tomando té y ella, limonada.

Terence se sentó en esa misma mesa, pidió el mismo té y, con la mirada perdida frente a él,trató de recordar esos ojos que lo habían mirado llenos de esperanza ese día. Entoncesse disipó la melancolía de sus pensamientos.

 

“Estarías orgullosa de mí… Estoy haciendo todo lo que me pediste, excepto ser feliz. Eso no, todavía no. Me gustaría tanto saber cómo estás, qué estás haciendo... si piensas en mí de vez en cuando. No, es mejor que no, es mejor que te olvides de mí… ¡Perdóname si yo no puedo!”

 

Se quedó mirando la humeante bebida color ámbar dentro de la taza.Su aroma le invadió las fosas nasales mezclándose con el recuerdo de un aroma de rosas. Extendió una mano hacia el centro de la mesa y cerró los ojos.Sin demasiado esfuerzo pudo sentir la suave piel de los dedos de ella, que se había atrevido a acariciar por un instante aquel día. En ese momento, el deseo de tenerla cerca fue tan fuerte que le provocó un dolor físico que recorrió todo su cuerpo desde su corazón, destrozándolelos huesos y desgarrándole el estómago. Entonces resurgió en su mente la exigencia de poner fin a aquel tormento. Detrás de la barra del bar una fila interminable de licores parecía estar esperándolo; únicamente el pensamiento de esos ojos color esmeralda llenos de lágrimas lo hizo desistir de hundirse de nuevo en el abismo.

 

Pagó la cuenta, se subió a su automóvil y condujo rumbo a Long Island.

Cuando Eleanor abrió la puerta y lo vio, por un momento temió que le hubiera ido mal en la audición, ya que la mirada de su hijo le pareciómuy oscura y melancólica. Lo miró con aire interrogativo.

- ¡El próximo enero seré Hamlet!

- ¿Y me lo dices con esa cara?¡Dios mío, me espantaste!Pero estaba segura de que lo lograrías.¡Es maravilloso! ¡Tú eres maravilloso, hijo mío! – exclamó su madre abrazándolo con fuerza.

Esa noche madre e hijo cenaron juntos. Eleanor ni por un segundo dejó de llenarlo de preguntas y consejos sobre cómo prepararse mejor para un papel tan exigente como el delpríncipe de Dinamarca. Pensaba que esa era una gran oportunidad para que Terence finalmente mostrara todo su talento. Lo veía dueño de la situación, decidido a no fallar, incluso su estado de salud había mejorado tanto que en la cena había devorado literalmente cada plato que se le había llevado a la mesa. No obstante, de repente recordó el discurso que le había dado semanas antes el doctor Johnson, el especialista al que había acudido por consejo de su médico:

“Bien, es con eso con lo que debe tratar de ayudarlo, a superar ese problema que está en el origen de todo. De lo contrario, aunque salga adelante por el momento, volverán las ganas de beber”.

- El problema que está en el origen de todo – repitió la señorita Baker para sí. Sabía muy bien que el problema tenía un nombre, pero ¿cómo podría hablar del asunto con Terence?

Después de cenar se sentaron juntos en el sofá frente a la chimenea. Terence puso algo de música.Finalmente parecía relajado, como no lo había visto en mucho tiempo, así que su madre reunió el valor para atreverse a preguntar.

- ¿Le reservarás un lugar para el estreno?

- No creo que pueda venir.Estar sentada muchas horas no es bueno para ella – respondió distraídamente su hijo mientras atizaba el fuego arrodillado frente a la chimenea.

- No me refiero a Susanna.

Terence se volvió de golpe hacia ella, pensando que había entendido mal.

- ¿Por qué no le envías una invitación? Estoy segura de que la haría feliz verte de nuevo y estaría muy orgullosa de...

- ¿Pero qué estás diciendo, mamá? – la interrumpió el chico con brusquedad, levantándose y fulminándola con la mirada.

La señorita Baker también se levantó del sofá y, tras colocarse frente a su hijo, le habló con toda la dulzura de la que era capaz.

- Sé que no la has olvidado y tengo motivos para creer que a ella también le pasa lo mismo.

- ¡Esta conversación no tiene ningún sentido! – exclamó el joven con voz áspera, dirigiéndose hacia la puerta de la villa.

- Espera, Terry.No lo puedes negar. ¡Dime la verdad! No la has olvidado, ¿cierto?

Hubo un momento de silencio. Terence se detuvo frente a la puerta entreabierta y sin volverse respondió.

- ​​¡Nunca la olvidaré!

Inmediatamente después salió y desapareció en la oscuridad de la noche.

- Entonces, si no quieres escribirle tú, lo haré yo – murmuró Eleanor.

 

Antes de regresar a su apartamento, Terence se detuvo en casa de las Marlowe.

- Oh, Terence, lo sabía, lo sabía... ¡Ahora podrás mostrarles a todos quién eres realmente! – Susanna se alegró con la noticia de que el papel de Hamlet era suyo – Mamá, ¿escuchaste? Terence consiguió el papel principal en la próximaobra. ¿No es maravilloso?

- Mis felicitaciones, Terence – dijo la señora Marlowe luego de volverse hacia el muchachomientras pensaba que ese era un increíble golpe de suerte para ella y su hija, considerando cuánto dinero les reportaría: tal vez por fin podríandarse el lujo de comprar una casa más grande y elegante en la mejor zona de Nueva York. Definitivamente era hora de atrapar al chico. De hecho, la señora Marlowe, aunque por un lado le satisfacía el éxito de Terence, por el otro imaginaba que lo haría viajar por todo Estados Unidos y le daría la oportunidad de conocer gente nueva, lo que por desgracia incluiría a muchas chicas. No podía permitir que eso lo distrajera de su deber, es decir, estar al lado de su hija. Ya tenía algo en mente y, llegado el momento, no dudaría en jugar sus cartas.

 

*****

 

La tarde del 6 de enero de 1918, una multitud se agolpaba en la entrada del teatro esperando a que se abrieran las puertas. Un gran cartel iluminado anunciaba que la nueva temporada de teatro comenzaría con la puesta en escena de la Compañía Stratford de Hamlet, de William Shakespeare. Pero lo que causaba un gran revuelo era la noticia del regreso al teatro del joven talento Terence Graham en el papel del príncipe de Dinamarca. La enorme curiosidad que suscitaba el acontecimiento había atraído a una gran multitud de público que se disponía a presenciar la que sin duda sería una de las actuaciones más memorables de los últimos años.

Entre bastidores, un ir y venir de actores, actrices, costureras, maquillistas y técnicos de escena perturbaba bastante al protagonista, que se había encerrado en su camerino tratando de encontrar la concentración perfecta. Sentado frente al espejo, después de haber realizado algunos ejercicios para calentar sus cuerdas vocales y encontrar el timbre adecuado, el joven actor sentía que se deslizaba cada vez más al interior de ese personaje lleno de dudas.De repente, escuchó un fuerte aplauso del público. ¡Se había levantado el telón!



Un último pensamiento paraella y luego al escenario.

El rey ha sido asesinado y ahora su hermano Claudio ocupa el trono, además de haberse casado con la viuda, la reina Gertrudis, madre de Hamlet. El joven príncipe, consternado por tales acontecimientos, sube al escenario – nos encontramos en la segunda escena del primer acto– y es recibido por la pareja soberana.



REY: [...] Y tú, Hamlet, ¡mi pariente, mi hijo!

HAMLET: Más que pariente y menos que padre afectuoso.

REY: ¿Qué sombras de tristeza te cubren siempre?

HAMLET: Al contrario, señor, estoy demasiado a la luz.

REINA: Mi buen Hamlet, no así tu semblante manifieste aflicción; véase en él que eres amigo de Dinamarca;ni siempre con abatidos párpados busques entre el polvo a tu noble padre. Tú lo sabes, común es a todos, el que vive debe morir, pasando de la naturaleza a la eternidad.

HAMLET: Sí, señora, a todos es común.

REINA: Pues si lo es, ¿por qué aparentas tan particular sentimiento?

HAMLET: ¿Aparentar? No, señora, yo no sé aparentar. Ni el color negro de este manto, ni el traje acostumbrado en solemnes lutos, ni los interrumpidos sollozos, ni en los ojos un abundante río, ni la dolorida expresión del semblante, junto con las fórmulas, los ademanes, las exterioridades de sentimientos, bastarán por sí solos, mi querida madre, a manifestar el verdadero afecto que me ocupa el ánimo. Estos signos aparentan, es verdad; pero son acciones que un hombre puede fingir... Aquí, aquí dentro tengo lo que es más que apariencia, lo restante no es otra cosa que atavíos y adornos del dolor.



¡Terence Graham había pronunciado las últimas líneas de cara al público y ya lo había conquistado definitivamente! Desde ese momento percibiócon claridad el vínculo invisible que se había creado entre él y los espectadores, que permanecieron pegados a sus asientos durante más de tres horas, como si los hubieran capturado y los hubieran hecho prisioneros en el Reino de Dinamarca.

Eleanor Baker también admiraba a su hijo sentada en uno de los palcos centrales. Se emocionó profundamente al recordar el día que había regresado a su casa, cuando parecía el fantasma del joven que ahora se movía con seguridad en el escenario y modulaba la voz en mil tonos distintos, alternando en el rostro la duda, la locura y el amor. Si ella también lo hubiera visto, seguramente se habría sentido orgullosa de él.

En la última escena del quinto acto, tras el furioso duelo entre Laertes, hermano de la bella Ofelia, quien se había suicidado por amor al príncipe, y Hamlet, los dos contendientes mueren, ambos víctimas de un engaño del rey, que había envenenado la espada del primero. Por un extraño giro del destino, tanto Laertes como Hamlet son heridos con la misma arma envenenada.



HAMLET: Me muero, Horacio. La activa ponzoña sofoca ya mi aliento... No viviré para saber nuevas de Inglaterra, pero puedo profetizar que Fortinbrás será elegido: tiene mi último voto. Infórmale de cuanto acaba de ocurrir, así como de las circunstancias grandes y pequeñas que llevaron a esto… El resto es silencio.



La muerte del loco Hamlet fue recibida con un un silencio sepulcral en el teatro.Todos contuvieron la respiración hasta que cayó el telón, momento en el que estalló un estruendoso aplauso con el que los espectadores se liberaron de la tensión acumulada a lo largo del espectáculo y elogiaban a los actores que habían puesto en escena semejante drama.

Terence y Karen se abrazaron tras bambalinas, todavía sin plena consciencia de lo que habían logrado ycargados de adrenalina, cuyos efectos no se les pasarían fácilmente en las horas siguientes.

Mientras el rugido proveniente de la sala se hacía cada vez más intenso, todos los actores se prepararon para regresar al escenario y recibir el merecido homenaje del público, primero los que habían interpretado los papeles secundarios y luego los protagonistas. Cuando Robert avanzó al centro con Karen a su derecha y Terence a su izquierda, todo el público se puso de pie mientras Ofelia y Hamlet se inclinaban emocionados. A continuación, el telón se cerró otra vez y los actores aún perplejos por tal éxito comenzaron a abandonar el escenario poco a poco, pero los aplausos no disminuían y, de repente,el públicoempezó a corear un solo nombre. Karen miró a Terence con una sonrisa llena de satisfacción. El chico, algo desconcertado, se giró buscando el rostro tranquilizador de Robert, quien, sin vacilar, le puso las manos sobre los hombros y le dijo:

- ¿Qué estás esperando? ¡Ve!

Terence dio unos pasos para volver al centro del escenario y se detuvo detrás del pesadotelón de terciopelo rojo. Tragó saliva temblando. Unos segundos después, se abrió el telón y el joven actor se convirtió de golpe en la estrella más brillante de Broadway. Se tambaleó ligeramente y casi se cae porque el cariño del público lo golpeó como una ola gigantesca. No podría decir cuánto tiempo permaneció aturdido en el escenario haciendo reverencias y saludando a quienes literalmente lo alababan.

¡Terence Graham estaba de regreso, y gracias a su talento y tenacidad había recuperado el lugar que merecía!



*****



Las representaciones de Hamlet se prolongaron casi dos años y gozaron de un éxito increíble tanto en Broadway como de gira por todo Estados Unidos. De hecho, durante los primeros meses de 1919, la Compañía Stratford se presentó en todas las principales ciudades de la costa y luego continuó hacia el interior. Hubo una breve pausa de verano y posteriormente se reanudaron los espectáculos.

Indiscutiblemente, Terence se había convertido en el actor del momento y la prensa había empezado a interesarse cada vez más por los más mínimos detalles de su vida privada. Solía haber periodistas y fotógrafos siempre al acecho frente a su edificio, hasta el punto de que le resultaba difícil salir y se veía obligado a refugiarse en casa de su madre, donde la vigilancia contratada por Eleanor disuadía a los fisgones.

- Hijo, deberías dejar ese lugar y mudarte a una casa más grande en un área que no permita el libre acceso de la prensa – le dijo Eleanor una tarde en que Terence se había ido a esconder a su casa por enésima vez porque el asedio de los fotógrafos lo había hecho desistirde entrar a su apartamento.

- Creo que tienes razón. Ya he visto un par de viviendas en el Upper East Side, y además también sería más cómodo... para Susanna.

- ¿Qué quieres decir? ¿Qué tiene que ver Susannaen esto? – le preguntó su madre poniéndose inmediatamente nerviosa al escuchar ese nombre.

- Bueno… en su estado no puede seguir viviendo en esa pequeña casa.Necesita más espacio, un ascensor para salir y tal vez un jardín…

- ¿No estás intentando decirme que van a vivir bajo el mismo techo?

Terence bajó la cabeza para evitar su mirada.

- ¡Por amor de Dios, respóndeme!

- Sí.

- ¿Pero se puede saber qué diablos tienes en mente? – gritó la señorita Baker mientras se levantaba del sillón donde estaba sentada para acercarse a su hijo, que estaba parado junto a la ventana de la lujosa sala estilo art déco.

- Espera un momento… ¡Ha sido ella, esa mujer intrigante y arribista! ¡Claro!¿Cómo no lo vi venir? ¡Qué tonta he sido! ¡Debí de haberlo imaginado! ¡Olió dinero y ha pensado en sacar ventaja!Fue la señora Marlowe quien te sugirió esta locura, ¿o me equivoco?

Eleanor estaba furiosa. Terence nunca la había visto así y ciertamente no podía culparla. A él también le parecía una idea descabellada, pero no había encontrado otra alternativa. En los últimos meses, sus compromisos teatrales lo habían mantenido alejado de Nueva York y de Susanna. Cada vez que él se iba, la salud de Susanna empeoraba: padecía infecciones frecuentes provocadas por la amputación parcial de su pierna derecha y su cuerpo estaba cada vez más debilitado. Comprar una casa nueva donde pudiera pasar más tiempo con ella, sin tener que ir y venir corriendo el riesgo en cada ocasión de ser asediado por los periodistas, le parecía a Terence la única solución posible. Por supuesto, la señora Marlowe había insistido mucho para que él se decidiera a dar ese paso empleando sus habituales estrategias insidiosas.

- El médico recomendó que mi hija sea trasladada de inmediato a un ambiente adecuado para su estado.Ella no puede seguir viviendo en esta pocilga y encima necesitamos más servidumbre y asistencia médica constante. Ahora que tus finanzas te lo permiten, de ninguna manera puedeslavarte las manos. ¡Sin mencionar que la prensa también ha llegado hasta aquí, y sabes muy bien lo que tuvieron la osadía de escribir!

De hecho, unas semanas antes, había aparecido en una revista sensacionalista un artículo sobre la nueva estrella de Broadway, en el que se hacían fuertes alusiones a su relación con su excolega Susanna Marlowe. Ya era conocida por todos la historia del accidente ocurrido en el escenario durante los ensayos de Romeo y Julieta: la chica, una joven promesa del teatro shakespeariano, no había dudado en poner en riesgo su vida para salvar la de Graham,de quien estaba perdidamente enamorada. Por su parte, Terencese había sentido obligado a permanecer cerca de Susannapara saldar su deuda, así que iba a visitarla todos los días y pasaba mucho tiempo a solas con ella. No se sabía con certeza lo que sucedía en ese apartamento, en especial durante las horas de ausencia de la madre, pero se rumoreaba que habían pasado de una simple amistad a otra cosa. El artículo iba acompañado de una serie de fotografías que mostraban a Graham saliendo de la casa de las Marlowe hasta en horas bastante inoportunas.

- Mamá, trata de entender.Los periódicos están escribiendo cosas absurdas. No puedo seguir yendo y viniendo a la casa de Susanna...

- ¿Y crees que vivir juntos va a solucionar el problema?

- Yo estaré en mi casa.El apartamento se dividirá en dos partes, una de las cuales será ocupada porSusanna y su madre. De esa forma, si necesitan cualquier cosa, yo...

- Sabes muy bien adónde te llevará esta situación, y no me sorprendería en absoluto que la señora Marlowe ya lo tenga contemplado... - lo interrumpió Eleanor.

Terence la miraba enmudecido porque temía ya saber la respuesta en el fondo de su corazón.

- ¡Estoy más que segura de que la querida Margot encontrará la manera de hacer que te cases con su hija! Obligarte a vivir bajo el mismo techo es sólo el primer paso.

Terence temía que los planes de la señora Marlowe fueran precisamente los que había insinuado Eleanor, pero no quería creer del todo que pudiera llegar tan lejos.Casarse con Susanna... ¡jamás!



*****



- ¡Oh, Terence, me he quedado sin palabras! ¡Es simplemente maravilloso!¡Estelugar es encantador! Y la vista desde el balcón es increíble... y el jardín con la fuente... Mamá, ¿lo has visto?

Susanna estaba literalmente extasiada mientras exploraba el lujoso apartamento en el que viviría con su madre, ubicado justo frente a Central Park.

Terence le mostró la estancia donde había colocado el piano y otros instrumentos musicales. Sabía cuánto amaba la música Susanna y había pensado que tener la oportunidad de tocar y tal vez incluso de componer podría ayudarla a sentirse mejor.

- Este lugar es para ti – le dijo.

- ¿Para mí? – preguntó la muchacha con sorpresa ante ese pensamiento.

- Sí. ¿Te gusta?

La estancia era muy grande y estaba iluminada por altos ventanales orientados al oeste que en ese momento ofrecían una espléndida puesta de sol neoyorquina. Había muchas plantas verdes y lámparas que hacían que el ambiente fuera particularmente relajante. En el centro había un flamante piano de cola negro.

Susanna se acercó vacilante. Con la prótesis que recién había comenzado a usar podía caminar ayudándose únicamente con un bastón. Se sentó e hizo sonar algunas notas con el ligero toque de sus dedos afilados. La acústica era perfecta.

- Un día me dijiste que te gustaría tener un piano de cola. ¿Te parece bien este? – le preguntó Terence con los codos apoyados en el instrumento.

- Es increíblemente hermoso, uno de los mejores instrumentosen el mercado si no me equivoco. ¡Gracias! – respondió emocionada y extendiólos brazos hacia él. Terence se acercó a ella para permitirle abrazarlo y se esforzó por devolverle el gesto afectuoso.

- Ahora debo irme – dijo mientras se separaba de ella.

- Espera. Me gustaría ver tu apartamento.

Terence no se esperaba esa petición y estaba a punto de preguntarle por qué cuando entró la señora Marlowe.

- Te cansarás mucho con esa prótesis, Susanna.El doctor dijo que no debes abusar de ella.Es mejor que uses la silla de ruedas – dijo en tono severo y le acercó la silla de ruedas a su hija. La chica no protestó y Terence la ayudó a sentarse.

- Vamos, querido. ¿Me muestras tu apartamento? – preguntó Susanna sonriéndole tan feliz como una niña en su cumpleaños.

Tras salir de la sala de música, recorrieron un corto pasillo y se encontraron frente a una puerta que daba acceso a las habitaciones reservadas para el joven. Entraron. A la derecha había una pequeña sala y a la izquierda, un estudio. Susanna quiso visitar el estudio primero. Terence había trasladado allí la mayoría de los libros que guardaba en su antiguo apartamento y los había colocado en una gran estantería abierta. Los muebles eran nuevos: había un escritorio situado frente a una ventana amplia y dos sofás de terciopelo verde esmeralda a juego con las cortinas. El suelo de mármol claro era el mismo en toda la vivienda y estaba adornado con tapetes con motivos geométricos. Unos espejos con marcos en color dorado decoraban la pared donde había un mueble bajo de ébano pintado con motivos florales en tonos verdes.

- El estudio es muy bonito. El verde es mi color favorito. ¿Lo elegiste tú?

- Sí, a mí también me gusta mucho – respondió Terence, cuya mente fue atravesada con la potencia de un rayo por la imagen de dos ojos que habrían combinado muy bien con la decoración del lugar.

Como de costumbre, Susanna notó lo distante que estaba en ese momento.

- ¿Es aquí donde trabajarás? – le preguntó.

- Sí, claro – respondió Terence distraído mientras salían del estudio y encaminaba la silla de ruedas hacia la entrada del apartamento.

- ¿Y dónde está tu habitación? – insistió Susanna y detuvouna rueda conla mano.

- Al final del pasillo – respondió en tono severo para dejar claro que no tenía intención de mostrársela. Siempre era así con ella, nunca estaba conforme con lo que él hacía, siempre quería más y sabía cómo conseguirlo.

Habían pasado casi dos años de aquel trágico accidente y de lo que había seguido. Terence había prometido quedarse al lado de Susanna y había hecho lo más que podía. Había tratado de que ni a ella ni a su madre les faltara nada, a pesar de que su relación con la señora Marlowe no era la mejor. Margot desde el inicio se había aprovechadodel sentimiento de culpa de Terence para asegurarse de atarlo cada vez más a su hija.Cuando la salud de la chica empeoraba, la culpa siempre recaía sobre él porque no había estado lo suficientemente presente, porque siempre estaba taciturno y nunca sonreía, porque llegaba tarde, porque las giras eran demasiado largas, porque lo habían fotografiado con una actriz, etc.

Susanna casi nunca se atrevía a contradecir a su madre pese a que no eran esas las cosas que le preocupaban.Por supuesto que lamentaba que Terence estuviera muchas semanas fuera de Nueva York, pero aun así estaba segura de que regresaría. Lo que más la angustiaba y lo que más temía tenía un nombre muy concreto, y ahora que vivirían juntos estaba decidida a descubrir cuán presente seguía ellaen la mente de Terence, pero sobre todo en su corazón.



Una tarde en que el muchacho no estaba en casa, Susanna no pudo resistir la tentación de husmear en su apartamento. Si Terence lo llegaba a saber, ciertamente no le habría gustado, celoso como era de su privacidad. Sin embargo,pensaba que de alguna manera acabaría perdonándola, como siempre ocurría cuando discutían por alguna razón.

Cruzó la puerta principal y la cerró detrás de sí. El ambiente estaba inmerso en el silencio y la oscuridad. Entró al estudio. El escritorio estaba lleno de hojas escritas: eran notas tanto de Hamlet como de otras obras del Bardo. Intentó abrir los dos cajones, pero estaban cerrados con llave. También había algunas partituras y una en particular le llamó la atención porque no reconocía la melodía.Estaba escrita a mano, con muchas notas pequeñas marcadas con precisión debajo del título.

- Love of my life – leyó esas palabras con un hilo de voz y luego intentó tararear la melodía. De repente se sintió de nuevo comoaplastada bajo unreflector. Ya había oído esa música una vez, unas noches antes, procedente de la habitación de Terence. Se dirigió inmediatamente hacia allí por el pasillo. Nunca había entrado a ese cuarto. Se detuvo en la puerta temiendo lo que podría encontrar al otro lado. Cerró los ojos por un momento y un escalofrío le recorrió la espalda. Luego abrió.

La recámara le pareció muy sencilla: una cama, un armario, una mesa redonda con dos sillones, un pequeño escritorio. Se dirigió al armario y lo abrió; sintió que la inundaba su aroma, una fragancia particular nacida de la alquimia del jazmín, el azafrán, el roble y el almizcle. Con la mano acarició unas camisas cuidadosamente colgadas junto a chaquetas y pantalones. En la puerta derecha, un espejo reflejaba su propia imagen, pero mientras se miraba, un sutilresplandor plateado que provenía de la mesita de noche al lado de la cama le golpeó los ojos. ¿Qué podría ser? Siguió la luz hasta que pudo aferrar el objeto metálico.

- Una armónica – murmuró, dándole vueltas en la mano. Nunca la había visto en manos de Terence, pero debía ser muy valiosa para él si la tenía cerca de su cama. Con ese instrumento había entonado la melodía de Love of my life unas noches antes.

¿Quién era el amor de su vida, a quien le había dedicado esa canción evidentemente compuesta y escrita por él mismo? Susanna se sintió desfallecer. ¿Era posible que ella todavía estuviera en el centro de sus pensamientos? Entonces, ¿cuál era el objetivo de esa vivienda? ¿Qué significaba vivir juntos en ese sitio lleno de… ¡verde! Verde como los ojos de...

- Susanna, ¿qué haces aquí? – una voz le propinó un golpe desde atrás.

La jovenvolteó lentamente con la armónica en la mano. Ver ese objeto tan preciado para él en manos de Susanna le provocó una oleada de ira y un instinto casi animal lo empujó hacia ella para recuperarlo y hacerlo regresar a su lugar de inmediato. Después, tratando de no perder el control, le ordenó que saliera de su habitación. Susanna obedeció y le dijo al pasar junto a él:

- Guardé algunas camisas tuyas en el armario. Apenas llegaron de la tintorería.



*****



Toda la semana siguiente, Terence no llegó a cenar a casa. Salía temprano por la mañana, pasaba todo el día en el teatro y regresaba muy tarde por la noche, cuando Susanna y su madre ya se habían retirado a sus habitaciones.

Aproximadamente un mes antes había recibido una gran noticia del señor Hathaway: la puesta en escena de Hamlet de la Compañía Stratford había cruzado las fronteras de Estados Unidos y llegado a Europa, donde algunos de los teatros más importantes querían incluirla en su programación para el año 1920. Sería una gira muy larga esta vez, ya que actuarían en Milán, París, Madrid y finalmente Londres, por lo que permanecerían en el Viejo Continente al menos seis meses.

Terence estaba encantado y cuando se lo había contado a Susanna, ella también se había mostrado entusiasmada, sinceramente feliz por lo que podía representar la consagración definitiva de Graham en el panorama teatral internacional. No obstante, después de lo sucedido en su habitación, Susanna estaba muy preocupada por esa inminente partida. Ya no había tenido oportunidad de hablar con él a solas.Estaba segura de que Terence la estaba evitando y todavía estaba enojado con ella, pero ella también se sentía herida. Se preguntaba si durante esos tres años que habían pasado juntos algo había cambiado entre ellos. ¿Podía definir a Terence como su novio? Ciertamente no. Vivir bajo el mismo techo no había mejorado las cosas: siempre había una distancia enorme que era imposible de salvar porque él no se lo permitía.

Aun así, ¡estaba locamente enamorada! ¡Quería que Terence fuera suyo, sólo suyo! El solo pensamiento de que su corazón todavía no le perteneciera la hacía sentirse morir. Además, otro pensamiento inconfesable se apoderaba cada vez más de su mente y perturbaba sus noches: lo deseaba con todo su ser. Quería que sus ojos la miraran con toda la pasión que un hombre puede sentir por una mujer, deseaba sentir sus brazos alrededor de ella, sus manos sobre ella, quería sus labios, ¡quería poseer su cuerpo y su alma!

La noche antes de la partida de Terence hacia Europa, Susanna entró en su habitación en silencio, observándolo mientras preparaba las maletas con evidente entusiasmo.

- No ves la hora de irte... ¿verdad? – le preguntó con un ligero tono de reproche en la voz.

- Estoy muy feliz por esta gira.Es una gran oportunidad... Tú también me lo dijiste, ¿no? – le respondió Terence sin mirarla mientras continuabaempacando sus cosas en dos maletas grandes.

- No es eso lo que quiero decir y lo sabes... Estás feliz porque te vas de aquí, lejos de mí... - esta vez su voz había adquirido el inconfundible tono de víctima que Terence no soportaba porque sabía a dónde quería llegar con él. Así era siempre con ella: reproches y chantajes disfrazados de dulzura y debilidad. Pero Susanna no era débil, no lo era en absoluto, y él ya lo había comprendido. A pesar de ello, no podía liberarse de su agarre y sabía que tenía razón: solamente cuando salía de esa casa podía sentir que todavía valía la pena vivir su vida. Sin embargo, él seguía respetándola en todos los sentidos, aunque ella fuera la primera en no respetarse.

- Susanna, por favor…

- ¿Por qué no lo admites, Terence?¡Mi presencia se ha vuelto insoportable para ti! – exclamó antes de llevarse una mano a los labios temblorosos, como si estuviera a punto de llorar.

- No es tu presencia lo que es insoportable… Ya deberías saberlo – respondió él sin ceder a su manipulación por una vez.

- Entonces, ¿qué es? – casi le gritó.

- ¡No me lo preguntes! – le respondió Terence.

Estaba buscando pelea, eso estaba claro. A menudo lo provocaba con alusiones e implicaciones siempre destinadasa aumentar su sentimiento de culpa. Terence se enojaba, terminaban discutiendo y, para no sobrepasarse, élcon frecuencia ponía fin a la discusión marchándose. Pero ella sabía que regresaría más amable que antes. Así era como Susanna lo había mantenido atado todos esos años, esperando a que la simple amabilidad se convirtiera en amor con el paso del tiempo, algo que nunca sucedió, yla joven ya había tomado consciencia de ello. Por eso, la idea de que él fuera a estar ausente todos esos meses le preocupaba mucho. Esta vez temía que no volviera con ella.

- ¡No te lo preguntaré, no te preocupes! No necesito hacerlo ¡porque ya sé la respuesta!

Terence se detuvo; estaba parado frente a ella y, al mirarla, se sintió repentinamente lleno de rabia contra ella, contra sí mismo y contra ese destino que los había unido sin pedirles permiso. En realidad, nada los unía excepto aquel lejano día de invierno de 1916 cuando sus vidas se habían hecho pedazos y, como dos cadenas rotas, habían sido enganchadas una a la otra con un candado cuya llave nadie parecía poseer.

- ¡Es su ausencia lo que te resulta insoportable! Después de todo este tiempo, ella todavía está en el centro de tus pensamientos, ¿no es así? – le gritó inclinándose hacia delante, arriesgándose a caer.

Por lo tanto, fue a dar a los brazos de Terence y se colgó de su cuello, con los labios temblorosos y los ojos llenos de lágrimas.

- Bésame y demuéstrame que estoy equivocada – le susurró antes de acercarse aún más a su boca, pero Terence se volteó de golpe, alejando su rostro. Susanna se rindió. Entonces él la cargó y la llevó a su habitación. Era muy tarde. Le dio el habitual beso en la frente y le deseó buenas noches.

Al día siguiente partió hacia Europa.






[1]W. Shakespeare, Hamlet, escena IV, acto III.

[2]W. Shakespeare, Soneto XCI.

[3]W. Shakespeare, Hamlet, Acto III, escena I.

[4]W. Shakespeare, Hamlet, Acto V, escena II.


Capítulo cuatro




 

Nueva York, 9 de febrero de 1917

Estimada Candice:

 

Espero que hayas llegado sana y salva a Chicago.

Te ruego que me disculpes por haberte echado, pues mi estado de ánimo no era el mejor. Sé lo que hay en el corazón de Terence, pero aun siendo consciente de ello, no quería aceptar tener que perderlo para siempre.

Recuerdo que ya nos habíamos visto en otra ocasión en Chicago,cuando dimos una función de beneficencia. Te presentaste una noche en el hotel y preguntaste por él. No pude soportar el brillo que había en tus ojos, ni el hecho de que él no hiciera más que pensar en ti. Habría hecho cualquier cosa para que te olvidara. Comparado con perderlo, haber perdido el uso de las piernas no significa nada para mí.

Te pido perdón. Creo que desde que comencé a amar a Terry me he convertido en una mala persona.

Desde que era pequeña, mi sueño siempre había sido ser una gran actriz. Para lograrlo, renuncié a muchas cosas. Sin embargo, ahora… mi único deseo es poder estar con Terry y que no se aleje nunca de mí. Sé lo egoísta que es mi comportamiento, pero no puedo evitarlo.

Aquella noche no podía dejar de disculparme y de llorar, pero él me dijo estas palabras: "Me quedaré a tu ladopara siempre". Lo dijo mientras contemplaba la nieve a través de la ventana. Su voz era un susurro, pero al mismo tiempo era extremadamente clara. Sentí que su alma se marchaba contigo, pero, a pesar de todo, me aferré a esas palabras.

¿Cómo puedo pagar tu amabilidad? Todo lo que puedo hacer es disculparme contigo en mi corazón y amar a Terry por las dos. Él es mi vida entera.

Candice, te estoy muy agradecida por haberme devuelto las ganas de vivir y la esperanza en el mañana.

Rezo para que tú también puedas alcanzar la felicidad.

 

Susanna Marlowe

 

Candy había recibido esa carta aproximadamente un mes después de su viaje a Nueva York. La propia Susanna le había pedido su dirección para poder escribirle cuando las dos jóvenes se habían despedido en el Hospital San Jacobo.

Vivía en ese tiempo en Casa Magnolia, en Chicago, con Albert, que aún no había recuperado la memoria. Leyó esas palabras sólo una vez, pero no las olvidaría durante muchos años. Las sensaciones provocadas por la lectura de esas líneas siempre la hacían estremecerse de la misma manera en que se había estremecido en aquella terraza cubierta de nieve del Hospital San Jacobo cuando sus ojos se habían encontrado con los destrozados ojos de Terence mientras pasaba a su lado con Susanna en brazos.

En esa carta, Susanna le pedía disculpas, le pedía que la perdonara porque, a pesar de saber lo que había en el corazón de Terence, no podía soportar la idea de que él no fuera suyo. Decía que se había vuelto una mala persona, pero que no podía vivir sin él, que él era su vida y que ella lo amaría también por Candy. Lo llamaba Terry. Al final, le deseaba que encontrara la felicidad.

Esa carta hizo que Candy derramara todas las lágrimas que le quedaban.

 

“¿Cómo podré encontrarla felicidad lejos de ti? Mi amor, ¿cómo podré? ¡Te prometí que lo haría, pero esa fue la mentira más grande que jamás he dicho! Tu recuerdo nunca me abandonará. ¿Cómo es posible olvidar a quién te ha robado el alma? Siempre estaré a tu lado, aunque no sea físicamente.¡Mi alma está ahí contigo y nada ni nadie podrá cambiar eso!

Sólo espero que al menos tú puedas ser realmente feliz.Susanna te quiere mucho, estuvo dispuesta a sacrificar su vida por ti y, además... comparten la pasión por el teatro...

¡Solamente si eres feliz podré soportar no volver a verte nunca más! Le prometí eso, Terry, le prometí que nunca más te buscaría… Perdóname…”.

 

No le había contado a Albert de esa carta y la había puesto en una caja escondida en el fondo del armario. Su rostro mostraba una hermosa sonrisa mientras su corazón roto seguía derramando lágrimas de dolor todos los días, a lo que pronto se sumó otro dolor insoportable.

De un día para otro, sin motivo alguno, fue despedida del hospital de Chicago donde trabajaba. Con toda seguridad, los Lagan se habían encargado de hacer que ningún hospital la aceptara, pero Candy, sin desanimarse, encontró trabajo en la pequeña Clínica Feliz del doctor Martin, un médico muy capaz pese a que sucumbía con frecuencia al vicio del alcohol.

Como si todo esto no fuera suficiente, Albert desaparecióde repente dejándola completamente sola. Candy no podía entender su partida.Se preocubaba por él porque pensaba que todavía no se encontraba bien y que no estaba listo para andar viajando solo. Temía que hubiera recordado algo y que eso lo hubiera perturbado. ¿Pero por qué no se lo había contado?

Y justo cuando se sentía tan sola y abandonada, otro acontecimiento trágico la devastó: la muerte de su querido primo Stear, cuyo avión había sido derribado en el frente francés sin posibilidad de que hubiera sobrevivido. Stear se había ofrecido como voluntario antes de que Estados Unidos entrara en la guerra porque había pensado que así podría salvar la vida de muchos jóvenes y, en vez de eso, terminó perdiendo la suya. La familia Ardlay ni siquiera le permitió a Candy asistir a su funeral.

Había pasado semanas de desesperación cuando, un día, recibió un regalo de Albert: un vestido de primavera. El paquete provenía del pueblo de Rockstown. Segura de encontrarlo allí, Candy partió enseguida sin saber que en Rockstown recibiría otro cruel golpe del destino: ver a Terence actuando medio borracho en un teatro ambulante la impactó hasta el punto de empezar a creer que había cometido un gran error. ¡Su separación había llevado a Terry a eso! No podía soportarlo, habría querido subirse a ese escenario y agarrarlo a puñetazos, pero en lugar de eso habría terminado diciéndole cuánto lo amaba, y no podía, no podía hacerlo. Sin embargo, algo sacó al chico de su letargo y lo hizo resurgir de ese abismo en un instante. De pronto,volvió a ser el mismo Terry de siempre;lavoz tan cálida y vibrante que Candy adoraba resonó de nuevo clara y poderosa.

En esa ocasión, Candy pudo hablar con la madre de Terence y descubrió que se había vuelto a acercar a él y que nunca más lo abandonaría. Estaba segura de que volvería a Broadway y con Susanna.

De regreso en Chicago y sin tener todavía noticias de Albert, Candy se sentía tremendamente sola y había decidido refugiarse por un tiempo en el Hogar de Pony, el único lugar donde estaba segura de que siempre encontraría el calor de su familia. Fue entonces cuando sucedió algo que nunca habría creído posible: Neal Lagan dijo que se había enamorado de ella y que quería casarse con ella, y hasta amenazó con ofrecerse de voluntario para ir a la guerra si no se lo permitían. Le había tendido una trampa enviándole una invitación en nombre de Terence para hacerla ir a un sitio donde le reveló sus intenciones. Fue gracias a esa situación que Candy se llevó la sorpresa de su vida al enterarse de la verdadera identidad de su amigo Albert, quien no era otro que el misterioso tío William que la había adoptado para que entrara a formar parte de la familia Ardlay. Fue necesario que William Albert Ardlay interviniera precisamente para impedir ese compromiso absurdo, por lo que tuvo que revelar su verdadera identidad.

A partir de ese momento, Candy siguió adelante con su vida, mas no sin dificultades. Todo el dolor que se había acumulado en su corazón no le daba tregua,si bien el calor de su familia y amigos lograba darle sentido a sus días.

 

 

*****

 

La Porte (Indiana)

invierno 1917-1918

 

A pesar de la belleza del lugar y de la alegre compañía de los pequeños habitantes, el verano que Candy pasó en el Hogar de Pony no logró que las sonrisas de la joven volvieran a iluminar su rostro. La señorita Pony y la hermana Lane estaban muy preocupadas tanto por su estado psicológico como por su estado físico. Candy, que siempre había destacado por su gran apetito, ahora comía muy poco y a menudo encontraba alguna excusa para no volver a casa a la hora del almuerzo. Taciturna y con la mirada apagada, se afanaba en ayudar a las dos mujeres con las tareas del hogar y ocupándose de los niños, por lo que se levantaba muy temprano por la mañana y siempre era la última en irse a dormir.

De hecho, la noche era para ella el peor momento: si durante el día lograba mantener la mente ocupada en mil tareas, por las noches, al quedarse sola en su habitación, no podía evitar que la invadieran los pensamientos más dolorosos. Aunque se había prometido abstenerse de leer revistas donde pudiera encontrar artículos sobre teatro y no mencionar su nombre por ningún motivo, algo que incluso la señorita Pony y la hermana Lane tenían cuidado de no hacer, era inevitable que la imagen de Terence se le presentara todas las noches sin falta en cuanto cerraba los ojos. Volvía a verlo en las situaciones más diversas, desde los días pasados ​​en el Colegio San Pablo hasta las maravillosas vacaciones en Escocia o el día en que ella había llegado a Nueva York y él había ido a buscarla a la estación, y luego... como siempre... su mente se detenía en esas escaleras. En ese punto, ya no era sólo una imagen que la atormentaba, sino un dolor físico real que le atenazaba todo el cuerpo. Le parecía revivir de manera muyreal el último abrazo desesperado con el que se habían despedido y, más que las escasas palabras que habían intercambiado, eran las sensaciones físicas experimentadas en esos instantes lo que le sacudía el alma. ¿Cómo podría haber olvidado el calor del pecho de Terence pegado a su espalda, sus lágrimas acariciándole el cuello y esas manos entrelazadas alrededor de su cintura? Ambos habían deseado que el tiempo se detuviera en ese instante para hacerlo eterno e inmutable, pero cuando esas manos se soltaron, se rompió el encanto de creerse unidos para siempre. Sola en su cama, Candy volvía a sentir, como si estuviera sucediendo en ese momento, las manos de Terence al deslizarse por sus caderas para dejarla ir, y cada noche lloraba hasta cansarse y quedarse dormida.

Y su voz adorada en los oídos:

 

“Por favor… quedémonos así… sólo un momento más…”

 

Y un último pensamiento en su corazón:

 

“Estábamos a un paso de realizar todos nuestros sueños y tuvimos que renunciar a ellos. Sólo quedan los recuerdos que guardo encerrados dentro de una pequeña habitación en mi corazón, donde la luz está siempre apagada”.

 

*****

 

Unos días antes de Navidad, llegó al Hogar de Pony una carta procedente de Nueva York dirigida a la señorita Candice W. Ardlay. No tenía remitente, pero el solo hecho de ver el nombre de la ciudad de procedencia dejó a Candy como petrificada. ¿Quién podría escribirle deallí si no… No, no podía ser. Mantuvo el sobre en las manos durante varios minutos hasta que reunió el valor para abrirlo.

 

Queridísima Candy:

¿Cómo estás?

Ha pasado mucho tiempo desde que nos encontramos y hablamos en Rockstown, pero aún puedo ver con claridad frente a mí la imagen de tu dulce rostro devastado por el dolor de haber visto a Terry en esas condiciones. Ese día habría querido contarte muchas cosas sobre mi hijo, pero tú no me lo permitiste. Sin embargo, debes saber al menos una cosa, y es que a partir de ese momento en que Terry creyó verte llorando ante sus ojos, encontró la fuerza para reaccionar y recobrar su vida. Al cabo de unos días regresó a Nueva York y con gran tesón logró recuperar su lugar en la Compañía Stratford, tan es así que pronto será el protagonista de “Hamlet”. Verlo subir al escenario nuevamente fue una gran emoción para mí y estoy segura de que ahora tú también estarías orgullosa de él.

Por este motivo, me he tomado la libertad de enviarte una entrada para el estreno dela obra, que tendrá lugar en Broadway el domingo 6 de enero.Espero de todo corazón que puedas estar presente.

 

Con amor y gratitud,

 Eleanor Baker

 

- Candy, ¿estás ahí?

- ¡Estoy aquí arriba!

- ¡Baja de ahí! No esperarás que suba, que ya no tengo edad para eso.

La joven, que se encontraba trepada en la rama de un árbol en la colina, descendió rápidamente con la agilidad habitual que había adquirido desde temprana edad para alcanzar al dueño de la voz que acababa de llamarla.

- Hola, Albert.No te esperaba hasta mañana.

- Bueno, adelanté mi visita semanal porque mañana tengo una reunión importante, así que… - Albert se interrumpió al notar los ojos rojos de la chica.

Desde que Candy vivía en el Hogar de Pony, Albert la visitaba al menos una vez a la semana. Juntos habían planeado hacer algunas mejoras a la construcción, que no había sido renovada en años. En la primavera también iniciarían algunas obras de ampliación, en especial en la parte que albergaba las instalaciones sanitarias. También estaba prevista una buena remodelación de la pequeña iglesia donde el padre Thobias celebraba misa todos los domingos.

- Candy… ¿qué sucede? – le preguntó con voz acariciante.

La muchacha bajó el rostro y dirigióla mirada al sobre que sujetaba con fuerza entre las manos. Luego lo abrió y sacó una pequeña tarjeta de color verde que le entregó a su amigo.

 

La Compañía Stratford presenta

Hamlet

Director: Robert Hathaway

Protagonizada por: Terence Graham

 

Albert solamente escaneó las palabras escritas en el boleto y enseguida volvió a mirar a Candy, tras comprender al instante el motivo de su turbación. Por un momento se quedó sin palabras. ¿Era posible que Terence se hubiera atrevido a enviarle esa invitación? No podía creerlo.

- ¿Quién te lo envió?

- Eleanor Baker me escribió esta carta y me invitó al estreno de Hamlet en Nueva York – respondió Candy con un hilo de voz.

- ¿Piensas aceptar la invitación? – le preguntó Albert, aun si ya intuía la respuesta.

- ¡No! – exclamó Candy con decisión.

- Pareces muy segura… Entonces, ¿por qué esas lágrimas?

- Ay,Albert… por favor…

Candy se alejó de él y se sentó al pie del gran árbol con el rostro enterrado entrelos brazos, que abrazaban sus rodillas. Albert se acercó a ella, se sentó a su lado y comenzó a acariciarle suavemente el cabello. Con su habitual voz tranquila y tranquilizadora le dijo:

- Ha pasado más de un año, Candy.No puedes seguir así.Tienes que tratar de superarlo. Ya te he dicho que eres más bonita cuando ríes. ¿Lo has olvidado?

- Lo estoy intentando... pero para hacerlo tendría que arrancarlo de mi corazón y eso no es posible. Él siempre está ahí y me da mucha vergüenza porque ahora le pertenece a otra mujer... - los sollozos le bloquearon la garganta y no pudo continuar.

- No digas eso, no te culpes por eso también. Terence fue parte de tu vida, fue muy importante para ti.Es normal y no tiene nada de malo que lo recuerdes, pero si esto todavía te hace estar tan mal, tenemos que encontrar una solución.

- No encuentro solución... - comentó Candy desconsolada.

- Escúchame.Cuando volviste de Nueva York y me contaste todo lo que había pasado entre ustedes, pensé que su manera de actuarhabía sido la correcta. Terence no habría podido abandonar a Susanna en esas condiciones después de que ella le salvó la vida, y tú decidiste hacerte a un lado, en especial tras su intento de suicidio. Apoyé su decisión, pero ahora empiezo a tener dudas... Tal vez debí haberlos ayudado a encontrar otra solución que no fuera separarse.

- Albert, no teníamos otras opciones… ¿Qué podíamos hacer? Cada vez que pienso en esa noche, me convenzo más de que tomé la decisión correcta, sobre todo ahora que Terence ha vuelto a actuar con la Compañía Stratford.Estoy segura de que su vida estará llena de satisfacciones y alegrías.Susannasabrá apoyarlo y amarlo, y él se lo agradecerá y… - después de esta profusión de palabras que tenían el único objetivo de autoconvencerse, Candy se detuvo de repente yalzó los ojos al cielo, de donde empezaban a caer los primeros copos de nieve. No le gustaba la nieve, le recordaba el frío de aquella noche neoyorquina que había invadido no sólo las calles, sino también su corazón. Se levantó de golpe y le dijo a Albert que era mejor volver a la casa hogar, puescomenzaba a sentir frío.

- Espera un momento. ¡Se me acaba de ocurrir una gran idea! – exclamó el rubio y se paró frente a ella.

- ¿Qué estás tramando,Albert? – preguntó Candy desconcertada.

- Adivina a quién me encontré la semana pasada en Chicago.

- No lo sé…

-¡A Patty! Me dijo que está estudiando literatura en la universidad y que vive en un pequeño apartamento en el centro. Hasta el mes pasado compartía el alquiler con una compañera de clase, pero luego esa chica se mudó y Patty se quedó sola. Está buscando una nueva compañera de cuarto, pero todavía no ha podido encontrar a nadie.

- Me alegra mucho saber que Patty ha retomado sus estudios y estoy segura de que logrará sus objetivos. ¡Ella siempre ha sido muy estudiosa, a diferencia de mí! – Candy logró esbozar una tímida sonrisa por el recuerdo de su más bien desastrosa carrera escolar.

- Ambos sabemos por lo que tuvo que pasar Patty.Superar la pérdida de Stear no debe haber sido fácil para ella, pero está haciendo lo mejor que puede para tratar de hacer realidad sus sueños. Me confió que el recuerdo de Stear nunca la abandona, pero que precisamente gracias a ello logra encontrar la fuerza para seguir adelante, ya que a él le gustaría que fuera así.

- ¿Qué intentas decirme, Albert?

- Si no recuerdo mal, cuando vivíamos juntos en Chicago me hablaste más de una vez de tu deseo de seguir estudiando para convertirte en doctora. ¿Por qué no intentarlo ahora?

- ¡Pero te acabo de decir que mi relación con los libros siempre ha sido bastante conflictiva!

- Candy... te graduaste de enfermera y te has vuelto muy buena en tu profesión.Podrías estudiar y tal vez empezar una pasantía en un hospital. Eso es lo que te gusta hacer. ¡Estoy seguro de que podrías convertirte en el primer médico de la familia Ardlay! Además,sería una gran ayuda para Patty que te mudaras con ella – concluyó Albert, guiñándole un ojo a Candy.

- No sé si… podré hacerlo ahora… ¡Todo me parece tan difícil!

Albert la tomó por los hombros con suavidad y la miró intensamente a los ojos para tratar de infundirle un poco de valor, lo justo para que empezara a tomar el control de su vida de nuevo. Luego podría salir adelante sola, de eso no tenía ninguna duda.

- Al menos prométeme que lo pensarás y después de Navidad me contarás lo que has decidido, ¿vale? Ten la seguridad de que no te faltará mi apoyo.

- De acuerdo.

 

*****

 

Chicago

enero de 1918

 

- ¡Ay, Candy, me parece un sueño que estés aquí! El apartamento no es la gran cosa, lo sé, pero hay dos lindas habitaciones, una pequeña cocina y una sala que me parece encantadora, ¿no lo crees?

- Estoy de acuerdo, Patty, pero lo que más me gusta es verte tan alegre – respondió Candy observando con regocijo a su antigua compañera de colegio.

Patty había crecido mucho en los últimos meses. El dolor por la muerte de Stear había sido insoportable y la había llevado a perder por completo la esperanza en la vida, pero luego, poco a poco, algo renació en su corazón. Cuando Candy le había regalado la cajita de música de la felicidad que Stear le había dado el día de su partida a Nueva York, Patty había tomado el pequeño objeto en sus manos y había sentido como si él estuviera allí diciéndole que intentara seguir adelante, que él nunca la abandonaría. Así que se había puesto manos a la obra, se había ido a vivir a ese pequeño apartamento cerca de la universidad y había comenzado a estudiar de nuevo. Asistir a clases lehabía ayudado a hacer nuevos amigos, y se había integrado a un agradable grupo de jóvenes estudiantes con quienes salía en ocasiones a visitar algún museo o simplemente a dar un paseo.

- ¿Y tú cómo estás? – le preguntó Patty, escrutando los ojos tristes de Candy.

- ¡Bien! Pasé una Navidad maravillosa en el Hogar de Pony y luego Albert dio una gran fiesta de fin de año en Villa Ardlay, así que también pude ver a Archie y Annie.

Candy revivió en su mente aquella noche del 31 de diciembre de 1917.

El salón principal de Villa Ardlay resplandecía como nunca y todas las personas más destacadas de Chicago habían sido invitadas a unirse a la fiesta. Candy se sentía bastante incómoda, pero Albert había insistido mucho en que fuera. Además, volver a ver a Annie la hacía feliz.

- Candy, finalmente te hasdecidido a bajar de esas colinas. No te habría perdonado si no hubieras venido – la saludó Annie con tono de reproche antes de abrazarla tiernamente.

- ¡Estoy feliz de estar aquí y poder pasar tiempo contigo, amiga mía!

- Ahora vamos a prepararnos.No querrás presentarte así en la fiesta de esta noche...

- Ay, Annie, por favor…

- ¡Vamos, vamos! ¡Sin pretextos!

Mientras las manos expertas de Annie intentaban disciplinar un poco los rizos rebeldes de Candy, las dos chicasrieron y bromearon recordando algunos episodios de su infancia en el Hogar de Pony, como cuando Candy fingió que todavía se hacía pipí en la cama para que no la adoptaran.

Su pensamiento voló luego a Londres y al Colegio San Pablo, y una miríada de episodios divertidos en ese lugar también lograron casi hacer llorar de la risa a las dos amigas. Sin embargo, en cierto momento el rostro de Candy se puso serio de improviso. Annie lo notó al observarla en el espejo frente a ellas y no supo qué más decir.

 

“¡Estoy tan enojada, Candy! No puedo dejar de pensar en lo que habría ocurrido si Archie hubiera estado en el lugar de Terry. Yo nunca renunciaría a Archie, ni aunque Susanna estuviera de por medio. ¡Nunca!

Tú, en cambio... Candy, ¿por qué te regresaste de inmediato y dejaste ir a Terry con tanta facilidad?

Yo soy incapaz de perdonar a Susanna porque, a pesar de todo, ¡lo mantiene atado a ella!

Te lo ruego, ¡no renuncies a Terry fingiendo que no tiene importancia!”.

 

Esas eran las palabras que Annie le había escrito en una carta cuando se difundió la noticia de que la actuación de Terence Graham se había vuelto deplorable y que por ese motivo corría el riesgo de ser expulsado de la Compañía Stratford. Aunque su amiga no estaba al tanto del intento de suicidio de Susanna y no podía saber cuánto amaba la actriz a Terence, sus palabras en ese momento habían impactado mucho a Candy. Las dos amigas se habían vuelto a ver después de esa carta, cuando Candy se mudó al Hogar de Pony.De hecho, Annie había ido a visitarla y de inmediato se dio cuenta de lo mucho que todavía estaba sufriendo. Se habían abrazado sin decir palabra; las lágrimas habían hablado por ellas. Annie no soportaba verla así. Su "hermanita", que siempre había sido alegre, fuerte y valiente, se había convertido en una muchacha apagada y poco entusiasta. Estaba preocupada por ella; temía que volviera a enfermarse como cuando había regresado destrozada de Nueva York.

- ¡No puedes seguir así, Candy, por favor!¡Tienes que tratar de superarlo! –le había dicho ella también, como Albert.

Pero Candy no sabía de dónde agarrarse para volver a levantarse.Sentía que se hundía más y más, como si un peso tirara de ella hacia abajo inexorablemente en arenas movedizas de las que no había manera de salir.

 

 

Sin embargo, ahora pensaba que las cosas habían cambiado: Terence había regresado a Nueva York, había vuelto a actuar y estaba a punto de interpretar un papel muy importante, lo cual significaba que había logrado seguir adelante con su vidaal lado de Susanna. Seguramente es feliz, pensó Candy. Ya era hora de que ella también siguiera su propio camino. Por eso había decidido irse a vivir a Chicago con Patty y retomar sus estudios.

Los primeros meses en la universidad no fueron fáciles. A los cursos que había elegido asistían exclusivamente hombres, y la miraban con desdén cada vez que entraba al aula. Incluso los profesores, todos hombres, desde el inicio se habían mostraron bastante escépticos respecto a ella, así que tuvo que esforzarse mucho para hacerlos cambiar de opinión. Pero fue precisamente esto lo que hizo que despertara su espíritu de lucha. Al final, con su tenacidad y espontaneidad logróganárselos a todos.

Después de aprobar los exámenes del primer semestre con gran éxito, Candy inició una pasantía en el hospital en el equipo médico del profesor Gardner, quien de inmediatosupo apreciar su competencia y determinación.

- Candy, el profesor quiere hablar contigo.Te está esperando en su oficina – le comunicó Josephine, su compañera de clase.

- Oh, Dios… ¿Qué habré hecho esta vez? Espero que no se haya dado cuenta de que me había equivocado en el orden alfabético de los registros médicos – exclamó Candy preocupada mientras subía las escaleras que conducían al segundo piso.

- Por favor, señorita Ardlay, pase.

- ¿Me mandó llamar, profesor Gardner? – preguntó vacilante.

- Siéntese. Quería hablarle de algo. ¿Está enterada de que dentro de unos meses nuestro hospital tendrá el honor de recibir al grupo de investigación del Dr. Carver?

- Sí, claro.

- Perfecto. Debe saber que Carver me ha pedido que incluya a un estudiante de mi curso en su grupo para darle la oportunidad de experimentar directamente en el campo lo que significa investigar. Había pensado en usted, Candice.

- ¿Cómo? ¿En mí? – preguntó una Candy sorprendida por la propuesta que acababa de escuchar.

- No pensará que no está a la altura.Es usted sin duda la mejor de mi clase, pero no se lo diga a sus compañeros varones. - concluyó el doctor guiñándole un ojo.

- Realmente es un honor para mí, doctor... No sé qué decir.

- Entonces diga que sí.

Candy asintió y le regaló a Gardner una de sus espléndidas sonrisas.

En cuanto regresó a casa, le contó todo a Patty, sintiéndose aún un poco aturdida por la idea de formar parte de un grupo de investigación tan importante.

Paul Benjamin Carver era un joven médico de origen canadiense que se distinguía en el campo de la investigación científica y, en particular, en el sector de la hematología. Tenía a su cargo un nutrido grupo de investigadores que había obtenido numerosos reconocimientos internacionales. A Candy le asustaba la idea, pero también le emocionaba esa nueva aventura.

- ¡Candy, es una gran oportunidad! ¡No tengas miedo! ¡Sé que lo harás muy bien! – la animó Patty.

- Te aseguro que lo daré todo. De hecho, no veo la hora de empezar.

- Leí un artículo en el Times justo esta mañana que hablaba de su trabajo. Había una foto... Aquí está – dijo Patty entregándole el periódico a Candy.

Candy lo tomó y lo leyó con atención.

- Lindo, ¿no?

- ¿Quién?

- ¡El doctor Carver!

- ¡Ay, Patty!¡No empieces!

 

*****

 

 

El equipo del Dr. Carver fue recibido en el hospital con todos los honores correspondientes. El director, el profesor Gardner, junto con una multitud de estudiantes, incluida una muy emocionada Candy, los llevó a recorrer todo el hospital y les mostró con orgullo los pabellones recientemente renovados, los dos quirófanos de última generación y, finalmente,el área dedicada a la investigación y la experimentación.

- ¡Realmente creo que será de gran provecho para nuestras actividades disponer de un espacio como este! – exclamó Carver entusiasta.

- Si no me equivoco, doctor, además del equipamiento necesario para su proyecto, me había solicitado personal adicional.

- No se equivoca, Gardner.

- Perfecto. Le presento a la señorita Ardlay, una de nuestras mejores estudiantes y enfermera especializada.

Dicho esto, el profesor invitó a Candy a pasar al frente.

- Es un placer conocerlo, Dr. Carver, y un honor para mí poder participar en su proyecto.

Candy extendió la mano y el doctor se la estrechó mientras miraba a la joven de arriba abajo.

- El placer es mío, señorita Ardlay.

Luego se trasladaron a la sala de conferencias, donde el Dr. Carver explicó con gran detalle el programa de investigación que pretendía llevar a cabo. Se trataba de un estudio diseñado para analizar las diferencias observadas en el suero de algunos individuos. Esas diferencias habían hecho surgir la hipótesis de que la sangre no era una sustancia homogénea en todas las personas, sino que podía clasificarse en varios grupos.[1]

Candy escuchó lo que decía el doctor con mucha atención, admirada por la soltura y confianza que mostraba a pesar de su corta edad. De hecho, el Dr. Paul Benjamin Carver, con tan sólo 25 años, ya era una figura destacada en el ambiente médico tanto por haberse graduado de la universidad antes de tiempo y con resultados extraordinarios como por el trabajo de investigación que estaba realizando con gran determinacióndesde hacía aproximadamente un año.

Era un chico bastante alto, bien proporcionado, con pelo corto rubio peinado hacia atrás yal ras a los costados, ojos pequeños de un azul muy claro y elegantemente vestido. Ese día llevaba puesto un traje gris sobre una camisa blanca y, mientras hablaba, movía lentamente las manos y la cabeza de un lado al otro de la habitación, dirigiendo su mirada llena de seguridad hacia quienes lo escuchaban.

Cuando terminó la conferencia, Candy se dirigió al vestidor para cambiarse. Se quitó el uniforme que usaba en el hospital y se puso un pantalón oscuro a rayas con pinzas, un suéter rojo y los imprescindibles zapatos Mary Jane. Después de ponerse el abrigo y el sencillo sombrero coche negro en el que apenas cabían sus rizos, se dirigió hacia la salida.

- ¡Maldita sea! ¡Tenía que caer un diluvio hoy! – exclamó al darse cuenta de que llovía a cántaros y había olvidado el paraguas – Ahora llegaré hecha una sopa y seguro acabaré con un buen resfriado.

Permaneció inmóvil por un momento, sin poder decidir qué hacer,mientras seguía examinando el cielo en espera de que la lluvia amainara.

- Disculpe, ¿necesita que la lleve a su casa?

Candy volteó hacia el lugar de donde provenía la voz que le había hecho esa pregunta y vio un auto oscuro que parecía recién salido de una sala de exhibición por lo reluciente. Se había detenido cerca de la acera y tenía una ventanilla bajada. La persona que conducía se asomó lo suficiente para que pudiera darse cuenta de quién era: se trataba del Dr. Carver.

- Muchas gracias, pero vivo aquí cerca. Acostumbro regresar a pie – respondió Candy antes de que un trueno sacudiera las ventanas del edificio.

- Aunque lo acostumbre, esta noche no lo hará – exclamó Carver tras dirigir también la mirada al cielo, que poco a poco se volvía cada vez más amenazador, lo que acabó con las esperanzas de Candy. Después de coger un paraguas, bajó del coche y dio unos pasos hacia ella.

- Si no nos damos prisa, acabaremos empapados los dos – le dijo en un tono alegre que sorprendió a Candy, ya que era muy diferente al que había utilizado durante la conferencia.

Entonces Candy se refugió bajo el paraguas yel doctor la acompañó hasta el auto, le abrió la puerta, rodeó el vehículo y se subió de nuevo.

El trayecto desde el hospital hasta el apartamento de Candy fue muy breve. La joven guio al médico, que aún no conocía bien las calles de Chicago, y al cabo de unos minutos llegaron a su destino.

- Aquí es. Ya puede detenerse, Dr. Carver.Aquí vivo.

- ¿Puedo pedirle un favor, Candice? – le preguntó mientras apagaba el motor.

- Por supuesto – respondió Candy con su habitual espontaneidad.

- Verá, hay una regla indispensable en mi grupo de trabajo – dijo mirándola con seriedad.

Candy permaneció en silencio, esperando que continuara.

- Todos nos tuteamos y nos llamamos por nuestro nombre, así que le agradecería que me llamara simplemente Paul – explicó con una sonrisa.

A Candy le sorprendió esa petición insólita, pero luego le devolvió la sonrisa.

- ¿Cree que podrá hacerlo, señorita Ardlay?

- Sólo si me llamas simplemente Candy!

- ¡Trato hecho! – declaró Paul mientrastomaba el paraguas para acompañar a Candy hasta la puerta principal, ya que seguía lloviendo fuerte.

- Pues gracias por traerme… Paul.

- De nada. Estoy seguro de que será un placer trabajar contigo... Candy. Nos vemos mañana – Paul se despidió con una sonrisa que a ella le pareció tímida.

- Nos vemos mañana – le respondió antes de entrar a casa.



[1]En realidad, fue el austriaco Karl Landsteiner quien descubrió la existencia de los grupos sanguíneos en 1901, por lo que recibió el Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1930.



Capítulo cinco

Terence e Susanna
 


Nueva York
verano 1920

 

 

Después de una gira triunfal por Europa, Terence regresó a Nueva York a finales de junio. El éxito de su Hamlet fue memorable y, sobre todo en Inglaterra, la patria de Shakespeare, había obtenido los mayores reconocimientos.

Terence Graham ya no era la estrella en ascenso del teatro estadounidense, sino que se había consagrado sin lugar a dudas como el mejor intérprete de su generación. La Compañía Stratford había incrementado considerablemente sus ganancias, así que los inversionistas también estaban muy satisfechos.

Sin embargo, la última parada en Londres no sólo le había dado a Terence fama y éxito, sino también mucha nostalgia. Ciertamente sus compromisos teatrales no le habían dado la oportunidad de dedicarse a otra cosa, pero en uno de los raros momentos libres que tuvo se permitió dar una vuelta por la ciudad para recorrer todos aquellos lugares que lo habían visto en sus días de niño taciturno y adolescente inquieto.

La primera parada fue Granchester Manor, la mansión donde había pasado sus primeros años tras dejar Estados Unidos y a su madre. Por el momento estaba deshabitada porque el duque, su gentil esposa y sus tres hijos pasaban los meses de verano en la residencia escocesa de Windermere.

- ¡De cualquier manera no tenía ninguna intención de encontrarlos! – exclamó Terence entre dientes.

Pese a los años de distancia, el solo hecho de ver esa casa lo desasosegaba. Se recordaba de niño, solo, excluido por sus hermanos, maltratado por la duquesa, pero, sobre todo, ni una sola vez defendido por su padre. Jamás había recibido ninguna palabra o demostración de cariño por parte de aquel hombre. Incluso cuando lo envió a un internado a los doce años, lo cual era completamente normal para los hijos de la alta aristocracia inglesa, para él en realidad fue como sentirse definitivamente repudiado. “Bastardo”, así era como lo llamaba su querida madrastra cuando quería ser especialmente amable, si no, era un “delincuente, alcohólico, depravado… ¡el mismísimo diablo”!

Una vez al mes los padres podían ir a buscar a sus hijos al internado, salir y pasar el domingo juntos: eso nunca había sucedido. Terence siempre había esperado en vano la llegada de su padre, y al final había dejado de esperarlo. Salía solo, o mejor dicho, se escapaba de aquel lugar donde no tenía más amigos que sus libros, en particular las lecturas de Shakespeare y los poetas ingleses. En el fondo, si había empezado entonces a apasionarse por la literatura, se lo debía a toda esa soledad que había caracterizado su vida hasta aquel encuentro.

¿Por qué se había detenido frente a esa casa? ¿Qué pensaba encontrar ahí?

Encendió el auto y emprendió de nuevo la marcha. Se dejó guiar por los recuerdos, que no pudieron evitar conducirlo a ese lugar que custodiaba celosamente en su corazón. Se detuvo frente a la enorme reja. Era casi mediodía y, al cabo de unos minutos, escuchó sonar la campana que indicaba el final de las clases y la pausa para el almuerzo.

Ese sonido hizo que su corazón se detuviera y sintiera una repentina necesidad de bajarse del auto, saltar la reja y correr hacia la colina. Cerró los ojos para volver a verla.

 

“Terry, ¿estás ahí? Sal... no trates de engañarme como siempre. No puedo quedarme mucho hoy porque tengo que estudiar. La hermana Kreis me dio un poema que tengo que aprenderme para mañana, y si no empiezo a estudiarlo enseguida,me sacaré una mala nota. Está en francés. ¡No creo que exista un idioma más difícil que el francés!”.

“Yo puedo ayudarte”.

“¿En verdadtienes que asustarme todo el tiempo? ¿Dónde estabasescondido?”.

“Soy muy bueno en francés. Dame el libro…”.

 



Depuis qu'Amour cruel empoisonna

Premièrement de son feu ma poitrine,

Toujours brûlai de sa fureur divine,

Qui un seul jour mon cœur n'abandonna.



Quelque travail, dont assez me donna,

Quelque menace et prochaine ruine:

Quelque penser de mort qui tout termine,

De rien mon cœur ardent ne s’étonna.



Tant plus qu’Amour nous vient fort assaillir,

Plus il nous fait nos forces recueillir,

E toujours frais en ses combats fait être;



Mais ce n’est pas qu’en rien nous favorise,

Cil qui les Dieux et les hommes méprise:

Mais pour plus fort contre les forts paraître.[1]


“¡Qué suerte tienes dehablar francés tan bien!”.

“Podría darte clases particulares a cambio de…”.

“¡Ay, Terence, estás siendo un descarado como siempre! Está sonando de nuevo la campana. Me tengo que ir. ¡Hasta mañana!”.

 

Terence volvió de sus recuerdos y abrió los ojos.

- “Nos vemos mañana”… Nunca más habrá un mañana… – murmuró sintiendo que le atravesaban el pecho.

Al pasar frente al zoológico de Londres, no pudo evitar recordar a Albert, ese único amigo que por pura casualidad había conocido una noche, durante una de sus escapadas nocturnas del internado, y que lo había salvado de dos bribones que le estaban dando una paliza. Recientemente se había enterado por los periódicos de quién se escondía en realidad detrás de esa imagen devagabundo que Albert se había construido. William Albert Ardlay, ese era su verdadero nombre, el querido tío William que había adoptado a…

¡Qué tarde tan maravillosa habían pasado juntos, cuántas risas y cómo se había enfurecidocuando la había comparado con una mona! Después ella le había dicho que había ofendido a la hermana Grey y que por eso le habían prohibido participar en el festival de mayo, y él se había sentido perdido. ¡Cuánto había fantaseado con esa fiesta! Por primera vez había decidido asistir, sólo porque ella estaría ahí. Y luego la sorpresa: ¡ella estaba ahí! Había escapado de la celda donde estaba recluida disfrazándose primero de Romeo y después de Julieta. Qué dulce visión cuando ella se había cambiado de ropa en el bosque y él estaba allí... Sólo había echado un vistazo, nada más. Luego habían corrido colina arriba y bailado. Dios,¡qué hermosa estaba con el cabello suelto acariciado por la brisa primaveral!Lo miraba a los ojos con una sonrisa tan dulce, la mano de ella en la suya, una mano de él alrededor de su cintura, la otra mano de ella en su hombro. No había podido resistirse, tenía que hacerle entender lo que sentía y no sabía cómo... ¡Entonces ella había mencionado a ese jovencito muerto y él se había sentido tan lleno de rabia!

"¡Estoy yo aquí contigo, yo!" – había pensado, así que dejó de bailar de golpe y la besó, por lo que recibió dos bofetadas, pero no le importó.Ahora habría recibido otras diez, cien o mil con tal de poder besarla una segunda vez.

 

Con el corazón lleno de nostalgia regresó al hotel. Al cabo de unas horas se embarcaría en el puerto de Southampton para volver a Estados Unidos.

 

*****

 

- ¡Finalmente, Terence!¡Estos últimos días me parecieron eternos!

- ¿Cómo estás,Susanna?

 

Durante la gira, Susanna le había escrito varias cartas a las que Terence había respondido. Ella le había contado con mucha alegría que había empezado a dedicarse a la música componiendo melodías para el teatro con el piano que él le había regalado. Algunas de ellas habían sido consideradas por diversas compañías, en especial por las de estilo moderno. A Terence le dio gustola noticia y, como siempre, la animaba a seguir adelante. Ella le preguntaba cómo iban las representaciones y qué había visto en las hermosas ciudades donde actuaban. Él le contestaba con todo lujo de detalles, llenando las páginas con palabras sobre los sitios que había visitado, como la Torre Eiffel, el Museo del Prado y la Catedral de Milán.

Si un desconocido hubiera leído esas cartas, habría pensado que habían sido escritas por dos amigos, pero ni siquiera muy cercanos, ya que no habría encontrado en ellas ni la sombra de una palabra de amor. Aun si habían discutido antes de la partida de Terence, tampoco habían escrito nada sobre eso, como si no hubiera sucedido. No obstante, Susanna sentía que algo había cambiado y temía el momento de su regreso: tenía miedo de que la lejanía también hubiera aumentado la distancia entre ellos y, en cuanto lo vio, todo le quedó muy claro.

Esperaba verlo satisfecho y feliz por una gira que sin duda había sido un verdadero triunfo. Todas las principales revistas especializadas habían hablado de ello durante semanas, e incluso algunos periódicos nacionales importantes habían dado ampliacobertura al éxito alcanzado en el extranjero por la Compañía Stratford. Terence, en cambio, no mostraba ningún signo de entusiasmo en el rostro, y la sonrisa que se esforzaba por regalarle era claramente digna de su reputación como actor consumado.

- He oído que el próximo sábado habrá una gran recepción para celebrar el extraordinario éxito de Hamlet – intervino la señora Marlowe para interrumpir el silencio que solía acompañarlos durante la cena.

Terence confirmó que se llevaría a cabo en el Hotel Plaza y agregó que se vería obligado a asistira pesar de su conocida aversión por ese tipo de eventos sociales.

- Yo creo que debes asistir, y Susanna podría acompañarte esta vez – exclamó Margot volviéndose hacia su hija que estaba sentada a su derecha.

Susanna la miró sorprendida en un primer momento, pero enseguida su rostro se iluminó ante la sola idea de entrar al salón de baile del brazo de Terence.

- ¡Eso sería magnífico! – exclamó la chica volviéndose hacia Terence.

- No creo que sea conveniente. Últimamente no te has sentido bien, y hasta el doctor Smith ha dicho que…

- ¡Tonterías! Los médicos siempre exageran, ya lo hemos entendido – lo interrumpió la señora Marlowe –. ¡Di más bien que no quieres que te vean con mi hija!

Terence le lanzó una mirada furiosa. Unos días antes se había reunido con el propio doctor Smith porque, habiendo estado ausente durante tanto tiempo, quería que el médico le informara directamente cuál era el estado actual de salud de Susanna. Smith le había dicho que la muchacha había tenido varias infecciones que eran leves al inicio, pero que acababan volviéndose más graves cada vez que reaparecían. En los seis meses que había estado en Europa, Susanna había sido hospitalizada dos veces debido a ataques repentinos de fiebre que indicaban una propagación cada vez más generalizada de la infección en la sangre. El cuerpo de la joven definitivamente se había debilitado, por lo que el médico había recomendado tener mucho cuidado de no cansarla demasiado y no exponerla a riesgos de ningún tipo.

- Oh, por favor, Terence, déjame acompañarte.Sólo por esta vez – le suplicó Susanna con su habitual voz lastimera.

- Está bien.Veamos cómo te sientes el sábado y entonces lo decidimos – respondió el chico preocupado mientras la señora Marlowe sonreía satisfecha.

Durante toda la semana Susanna no hizo más que hablar de la recepción. Quería que todo fuera perfecto: hizo que le llevaran una serie de vestidos de noche de las mejores boutiques de Nueva York y, aunque tardó mucho en decidirse, al final la elección recayó en un vestido largo con vuelo en la parte baja, de seda en color melocotón, con un escote pronunciado en la parte delantera yentallado en la cintura con una decoración floral de encaje y cuentas. Le hicieron suaves ondas ensu largo y sedoso cabello, y las sujetaron por un lado con un clip de plumas. En el cuello llevaba el collar de perlas que Terence le había regalado en su cumpleaños.

Cuando Terence le preguntó por la mañana cómo se sentía, ella le respondió que se sentía muy bien y que no veía la hora de acompañarlo a la recepción.

Como habían previsto, al llegar al Hotel Plaza se encontraron con una multitud de periodistas y fotógrafos esperándolos. Susannase había empeñado enprescindir de la silla de ruedas para poder caminar al lado de Terence aun si de esa manera avanzaba más lentamente y terminaba muy fatigada. El joven actor le había hecho prometer que no se quedarían mucho tiempo, y Susanna había aceptado sólo con la condición de bailar al menos un vez con él.

Su entrada al salón de baile fue recibida con grandes aplausos y algunos murmullos de asombro por la presencia de la joven Marlowe, quien no había vuelto a aparecer en público tras el accidente. Robert Hathaway fueenseguida a su encuentro para saludarlos e invitarlos a tomar asiento en la mesa donde se iba a servir la cena. Susanna se sentía un poco cohibida por estar nuevamente en ese ambiente que alguna vez le había sido tan familiar, pero que ahora le parecía lejano. Sin embargo, le bastaba mirar a Terence,que estaba sentado a su lado y de vez en cuando le estrechaba la mano para darle confianza, para que sus inseguridades desaparecieran y se sintiera la mujer más feliz del mundo.

El joven actor recibió esa tarde diversos premios y reconocimientos directamente de manos del alcalde de Nueva York, el señor John Francis Hylan, por el prestigio que había dado al teatro estadounidense con su memorable interpretación de Hamlet. Eleanor Baker, sentada no muy lejos de su amigo Hathaway, miraba a su hijo con inmenso orgullo y admiración no sólo por los resultados obtenidos, sino, sobre todo, porque había tenido la fuerza para levantarse y volver a brillar.

Tan pronto como la orquesta empezó a tocar, Susanna, que se había quedado sentada a la mesa, le hizo una seña a Terence para que se acercara. El chico fue hacia ella, la ayudó a levantarse y la condujo lentamente hasta el centro del salón. Con todas las miradas puestas en ellos, comenzaron a bailar. Susanna estaba en el séptimo cielo, bailar en los brazos de Terence le parecía un sueño. Él, tan guapo y talentoso, finalmente era suyo, sólo suyo. Pensó que había sido una tonta por creer que él no volvería con ella después de la gira.Evidentemente, se había dado cuenta al estar lejos de lo importante que era ella ahora para él. Sí, tenía que ser así, pensaba Susanna mientras le rodeaba el cuello con los brazos para sostenerse.

Una vez terminado el primer baile, Terence le dijo que era hora de irse a casa.

- ¿Pero cómo? Es temprano...Quedémonos un poco más, solamente un baile más, por favor.

Bailaron otra pieza y luego otra más, pero cuando estaba por terminar la música, Terence se dio cuenta de que algo andaba mal.

- Lo sabía...Te cansaste demasiado. Nos vamos en este momento – le ordenó sin darle oportunidad de replicar.

Cuando se dirigían a la salida, Susanna se tambaleó y Terence sintió que se aferraba con más fuerza a su brazo.

- Susanna, ¿estás bien? – le preguntó preocupado sin obtener respuesta mientras la muchacha se desplomaba en sus brazos. Terence, asustado, la llamó varias veces, pero ella no respondía, así que le tocó la frente con los labios y se dio cuenta de que estaba ardiendo en fiebre.

De inmediato pidió que trajeran su coche y le ordenó al chofer que se dirigiera lo más rápido posible al Hospital San Jacobo. Eleanor había corrido tras él al presentir la situación.

- Terence, ¿qué está pasando?

- Susanna no se encuentra bien.Nos vamos al hospital. Avísale a su madre, por favor –alcanzó a gritarle antes de que el coche partiera a toda velocidad.

Después de una revisión inicial, el doctor Smith quiso hablar con Terence para hacerle algunas preguntas.

- ¿Hace cuánto que Susanna tiene fiebre?

- No sabría decirle. Esta mañana me aseguró que estaba bien. Luego, en la recepción se sintió mal y me di cuenta de que ya tenía mucha fiebre... No entiendo cómo pudo pasar esto... La enfermera que la cuida siempre está muy atenta... - respondió el muchacho agitado. De hecho, recordaba lo que le había dicho el médico: que ante los primeros síntomas de fiebre, la joven debía ser llevada inmediatamente al hospital.

- Por desgracia, no creo que la fiebre se haya presentado recién esta tarde. Por el contrario, es muy probable que ya la tuviera desde hace unos días.

- Pero, doctor, ¿cómo es posible?

- Susanna debe haber encontrado una manera de ocultar la situación, probablemente tomando un medicamento que mantenía su temperatura bajo control.

- ¿Por qué haría algo así? Le expliqué todas sus indicaciones. Ella sabía que la fiebre sería un síntoma claro de que había una nueva infección, ¿porqué... – Terence se detuvo de repente tras comprender lo que había impulsado a Susanna a fingir que estaba bien.

El médico vio palidecer al joven que estaba sentado frente a él antes dellevarse una mano a los ojos y dejar escapar un largo suspiro, como si le faltara el aire.

- Ahora lo entiendo... - murmuró - Susanna quería venir conmigo esta noche a cualquier precio y por eso fingió... - no pudo decir más porque se le hizo un nudoen la garganta.

- Realizaremos todos los análisis necesarios y luego podré decirle con seguridad cómo procederemos, pero no puedo ocultarle que si la fiebre ya lleva varios días presente, la infección bacteriana en curso podría ya habersepropagadoampliamentea través de la sangre y haber llegado a algunos órganos vitales.

Terence lo miró aterrorizado.No era médico, pero entendía el significado de esas palabras. El doctor Smith se levantó de su escritorio y, antes de salir de su consultorio,le puso una mano en el hombro al chico.

- Ánimo, hijo. Haremos todo lo posible.

- Se lo agradezco, doctor.

Pasaron varias horas antes de que el Dr. Smith pudiera dar su diagnóstico. Mientras tanto, habían llegado una angustiada señora Marlowe junto con Eleanor, Karen y Robert. Cuando el muchacho ingresó a la sala de espera donde se encontraban, la madre de Terence lo abordó exigiendo saber qué le había dicho el médico. Terence no sabía qué decir ante la desesperación de la mujer; se sentía impotente y culpable. Recobrando con dificultad todo su valor y tratando de mantener la calma, le dijo que el doctor Smith no había dicho nada seguro, que había que esperar y que Susanna estaba en las mejores manos. Después se sentó cabizbajo. Eleanor se le acercó y lo miró sin decir nada; él se giró levemente hacia ella sin que los demás pudieran ver sus ojos, que hablaban por sí solos: su madre comprendió al instante la gravedadde la situación, tomó la mano de su hijo y la estrechó.

- Señora Marlowe, el doctor Smith la espera en su consultorio – anunció una enfermera acercándose a la mujer, quien enseguida se volvió hacia Terence. Juntos abandonaron la sala de espera y se encaminaron por el pasillo.

Las palabras del médico fueron sumamente claras y no dejaron lugar a ninguna esperanza.

- El cuadro clínico dela paciente es muy grave e irreversible. Los riñones y el hígado ya están muy comprometidos. El corazón parece aguantar de momento, pero evitar el choque séptico es prácticamente imposible con los medios disponibles en la actualidad. Lo siento.

Terence, que ya había intuido la gravedad de la situación, quedó petrificado. El grito de dolor de la madre de Susanna lo hizo reaccionar y trató de consolarla, pero ella se seguía alterando. El médico llamó a una enfermera para que atendiera a la señora Marlowe y le diera un tranquilizante. Luego se volvió hacia Terence y le dijo que Susanna estaba consciente en ese momento y había preguntado por él.

- Si quieres hablar con ella, te aconsejo que lo hagas ahora.Después puede que sea demasiado tarde.

Terence lo miró como si esa voz hubiera llegado a sus oídos desde otro planeta; luego asintió y lo acompañaron a la habitación de Susanna. Después de inhalar todo el aire que sus pulmones podían contener, como cuando uno está a punto de sumergirse en aguas tan profundas que parecen casi aguas negras, entró.

Se acercó lentamente a la cama y se sentó en la silla colocada a un lado. Susanna, muy pálida, tenía los ojos cerrados, la respiración lenta y dificultosa, los labios entreabiertos. Después de unos minutos, volteó hacia Terence y abrió ligeramente los ojos vidriosos.

- Terence... - murmuró en un soplo, apenas moviendo los dedos de una mano.

El chico le tomó la mano y trató de sonreírle.

- ¿Ya terminó la fiesta?

- Sí.

- Fue lindo, ¿verdad?

- Sí.

- Aunque bailamos poco... La próxima vez no nos iremos tan pronto, ¿me lo prometes?

- Claro.

Hubo una larga pausa durante la cual Susanna pareció perder de nuevo el conocimiento. Terence sintió que una lágrima le quemaba la mejilla; no podía pensar en nada. No pudo evitar advertir esa sensación de vivir una vida que no era la suya. Se avergonzaba mucho por ello, se sentía terriblemente culpable, pero no lograba sentir el dolor de un chico enamorado. Quería gritar y salir huyendo de aquel hospital que volvía a ser escenario de la tragedia de su vida y la de Susanna. Luego ella volvió a hablar.

- Perdóname...

- No digas eso.No es necesario.

- Sí lo es. Escúchame. Creí que mi amor era suficiente para llenar el vacío que dejóella.No quise ver cuánto sufrías y este es mi justo castigo.

- No digas eso. Basta. No hay nadie a quién perdonar o castigar.

- Una vez te dije que quería tu corazón a cambio de lo que había hecho por ti.No debí pedirte algo así. Sabía que tu corazón ya le pertenecía a otra persona. Dime que me perdonas, por favor.Dímelo, Terence... Lo necesito...

- Te perdono – murmuró el joven entre dientes.

- Gracias. También tengo que agradecerte por haber estado a mi lado a pesar de todo. Cuando regresaste de Europa, tuve miedo de no volver a verte nunca más.En cambio, los días que pasé ​​en la casa nueva fueron maravillosos para mí.Imaginaba que en verdad era tu pareja, y esta noche por fin todos nos vieron juntos. ¡Quién sabe cuántas chicas habrían querido estar en mi lugar, en tus brazos! Gracias por regalarme ese sueño… Terence…

Esas fueron sus últimas palabras;después de ese momento, nunca recuperó la consciencia. Terence permaneció con ella hasta que sintió que su mano, que no había soltado en todo ese tiempo, dejaba de apretar la de él. Se puso de pie después de darle el último beso en la frente;le pareció verla sonreír. Salió de la habitación y la luz de neón del pasillo le lastimó los ojos. Eleanor de inmediato fue a su encuentro y regresaron a la sala de espera. Nadie dijo nada; no era necesario y no habría ayudado.

Unas horas más tarde, los gritos mezclados con el llanto de la madre de Susanna anunciaron su muerte.

El funeral se celebró de forma estrictamente privada en la Catedral de San Patricio. No se permitió el acceso a la prensa. Los principales periódicos nacionales anunciaron la triste noticia de la muerte prematura de la joven actriz Susanna Marlowe. Junto a una foto suya sonriente, sentada en su silla de ruedas, estaba escrito que trabajaba como compositora de música para teatro. Luego se mencionaba su vínculo con Terence Graham, que siempre había estado a su lado aun si su compromiso nunca se había convertido en matrimonio. No hubo declaraciones de parte del actor.

Terence fue al cementerio donde enterraron aSusanna acompañado de su madre, que había insistido mucho en no dejarlo solo.

Era un día de finales de verano y un fresco viento otoñal ya empezaba a hacer caer las primeras hojas amarillas de los árboles. El sol se estaba hundiendo en el horizonte cuando Terence pronunció estas palabras:

 

“¿Que debo comparte con un día de verano?

Tú eres más hermosa y gentil:

vientos fuertes sacuden los tiernos capullos de mayo,

y el arrendamiento del estío se vence demasiado pronto.

 

A veces el ojo del cielo brilla con demasiado fuego,

y amenudo su tez dorada se apaga,

y a veces toda belleza puede decaer,

por imprevistos o por el curso cambiante de la naturaleza.

 

Pero tu eterno verano jamás se desvanecerá,

ni será privado de la belleza que posees,

ni la muerte se jactará de que vagas a su sombra,

pues vivirás en el tiempo futuro en versos eternos.

 

Mientras los hombres respiren y los ojos vean,

vivirán mis poemas y te darán vida”.[2]

 

 

 

*****



Nueva York

otoño de 1921

 

Había pasado aproximadamente un año desde aquella noche. Terence había dejado de trabajar durante algunos meses. La prensa seguía persiguiéndolo y Hathaway le sugirió que se tomara un descanso, tal vez alejándose de Nueva York por un tiempo, pero él no quiso. Su único deseo era volver a trabajar lo antes posible porque actuar era lo único que lo hacía seguir adelante. No había sido nada fácil.

Después de la muerte de Susanna, lo había asaltado una profunda sensación de vacío. Continuaba culpándose por todo. Eleanor había intentado en vano hablar con él para hacerlo entrar en razón.

- No pude protegerla... No debí quedarme en Europa todo ese tiempo...

- Pero, Terence, Susanna no estaba sola. Tú hiciste todo lo que pudiste: le compraste una casa nueva, te aseguraste de que tuviera atención médica continua, la llevaste a los mejores médicos, gracias a ti y a que la alentabas había empezado a componer para el teatro con excelentes resultados... ¿Qué más podrías haber hecho?

- No lo sé... pero ella quería más y yo no fui capaz de...

- ¡Más, Susanna quería más! – casi gritó su madre – Ya habías renunciado aella. ¿Qué esperaba? ¿Que también renunciaras a tu carrera?

Ese diálogo se repitió varias veces, pero siempre acababa igual: Terence ponía fin a la discusión encerrándose en un mutismo sombrío que ni siquiera su madre era capaz de romper.

 

Una noche, cansado de tener que permanecer recluido para evitar los ataques de periodistas y fotógrafos, Terence cogió el coche y salió de la ciudad. Condujo sin rumbo durante un rato hasta que finalmente se detuvo y entró en un bar medio desierto. Era muy tarde. Hacía tiempo que no tomaba una gota de alcohol, así que estaba seguro de poder controlarse, por lo que se sentó en la barra y pidió un whisky. El licor, al que ya no estaba acostumbrado, le raspó la garganta y lo hizo entrecerrar los ojos. Enseguida se encendió un cigarrillo. Esos no los había abandonado, con todo y que alguien se los había prohibido en el pasado.

 

“¡Señor Terence Granchester!”

“¡Qué susto! ¿Sabes que imitas muy bien la voz de la hermana Gray? Caí redondito. ¿Quieres fumar?”

“No, gracias.Y me parece que ya te había dicho que no vinieras a fumar aquí. Mira lo que te traje, Terence”.

“Eh… ¿Es una armónica?”

“Sí, es mi instrumento favorito”.

“Mmmm… pero no es el que yo prefiero. Ah... ahora lo entiendo… ¡Esta es sólo una forma indirecta de pedirme un beso!”

“¿Pero cómo te atreves?”

“¡Vamos, Candy, no te enojes!De verdad que contigo nunca se puede bromear”.

“¡Es tu culpa, Terence!¡Eres siempre tan irritante! Se hace tarde. Tengo que irme, pero, por favor, toca la armónica en lugar de fumar”.

“Hasta pronto, señorita Tarzán pecosa”.

 

Recordar ese intercambio de palabras hizo que involuntariamente apareciera una ligera sonrisa en sus labios.

- Tarzán pecosa... ¡quién sabe qué estarás haciendo ahora mismo! Seguramente te habrás enterado de lo de Susanna, tal vez pienses que yo... pero no... ¡Han pasado cinco años desde esa maldita noche!Debes haber seguido adelante con tu vida y quizás alguien más se ha ganado tu corazón.

Sabía que no tenía el derecho, ¡pero la sola idea de que el corazón de Candy ya no le perteneciera lo volvía loco!

- Sabes muy bien que ya no eres digno de ella y tal vez nunca lo hayas sido...

Pagó la cuenta y abandonó el lugar a toda prisa. Quería volver a su apartamento, dormir bien y volver a trabajar al día siguiente. Macbeth no podía esperar más.

Aquella noche hacía bastante frío. Según las previsiones, en los próximos días Nueva York se pondría su manto invernal cubriéndose de nieve. Terence aceleró el paso para llegar rápido al coche. De repente, escuchó a sus espaldas el ruido de vidrios al romperse y una voz masculina que gritaba asustada. Se detuvo y se volvió para averiguar qué estaba pasando.Caminó unos cuantos metros y, en la oscuridad casi total, le pareció distinguiral final de la pared a dos hombres parados y a otro sentado en el suelo sin escapatoria.

- ¡Ahora haremos que se te pasen las ganas de mirar a las mujeres de otros!

- Pero yo no lo sabía...Les juro que... - intentó defenderse el hombre alzándose.

- Pues da igual. ¡Te mereces una buena lección! – sentenció uno de los dos tipos frente a él, amenazándolo con una botella rota.

- ¡Si yo fuera tú, no lo haría! – le dijo Terence con voz tranquila pero a la vez autoritaria.

- ¿Y tú de dónde saliste, galán? ¡Apártate de mi camino si no quieres vértelas conmigo! ¡No quisiera tener que rompertetu bella cara! – le dijo el rufián, acercándole el vidrioroto al rostro.

Terence lo miró directamente a los ojos sonriendo tanto que el tipo, desconcertado, se desorientó por un instante, lo que fue suficiente para que recibiera un puñetazo en plena cara que lo hizo caer. Mientras tanto, el otro se había colocado detrás de Terence y estaba a punto de golpearlo, pero el chico al que habían agredidolo agarró a tiempo y pudo derribarlo con una patada certera. Los dos truhanes no iban a tardarmucho en levantarse, así que Terence le gritó al chico que lo siguiera. Se echaron a correr y, una vez que llegaron al auto, se subieron y desaparecieron en la noche.

- ¿Cómo te llamas? – preguntó Terence mientras miraba por el espejo para asegurarse de que nadie los estuviera siguiendo.

- Jean Paul… Jean Paul Moreau.

- ¡Agárrate fuerte, Jean Paul!

Atravesaron todo Manhattan en pocos minutos. Terence conocía muy bien esas calles y, tomando un par de atajos, pronto llegaron a Broadway.

- Por tu forma de conducir, temo que tú también seas un delincuente. ¡Parece que estuvieras acostumbrado a perder gente en persecuciones! – exclamó Jean Paul, que ya no estaba tan seguro de estar sano y salvo.

- No soy un criminal, pero… ¡sí que estoy acostumbrado a que me persigan! Dime, ¿conoces a esos dos? ¿Saben dónde vives?

- No, no los conozco. Es la primera vez que los veo.

- ¿Entonces, por qué estaban enojados contigo?

- Bueno, estaba en el bar sin meterme con nadie cuando se me acercó una chica.Hablamos un rato y le ofrecí un trago; luego ella se fue y, cuando salí, esos dos me estaban esperando afuera... Me dijeron que había mirado a la mujer equivocada y que merecía una lección por eso.

- De todos modos no me fío.Vamos a mi casa.

Una vez que llegaron al Village, Terence ayudó al muchacho a bajar del auto.

- ¿Puedes caminar? – le preguntó.

- Sí, gracias.

Entraron al antiguo apartamento de Terence, que había conservado aun después de irse a vivir con Susanna. Era su refugio, donde guardaba todas las cosas más preciadas que tenía, incluidos sus recuerdos. Encendió las luces y, por primera vez, los dos chicos se vieron bien las caras.

- ¿No te rompiste algún hueso? Puedo llevarte al hospital si quieres.

- No, estoy bien. Tú, en cambio... - respondió Jean Paul, señalando la mano que Terence había usado para lanzar el puñetazo que había tirado a uno de lostipos y que ahora se veía bastante maltratada.

Terence la observó y fue a la cocina a buscar un poco de hielo. Luego se sentó en el sofá e invitó al joven a hacer lo mismo. Se miraron fijamente por un momento y Jean Paul de pronto tuvo una epifanía.

- ¡Yo te conozco!Tú eres ese actor famoso... sí… ¡eres Graham! – exclamó con los ojos bien abiertos.

Terence asintió con una leve sonrisa. Le habría dado gusto que no lo reconociera, ¡pero ahora era casi imposible!

- Dios... ¡no sabes cuánto te odio!

- ¿Qué? ¿Es posible que apenas te haya salvado la vida y tú me odias? Pues… ¡muchas gracias!

- Bueno, sí, perdóname.Tal vez después de estanoche te odie un poco menos.

- ¿Se puede saber qué te he hecho?

- Yo también soy actor. Soy de origen francés, como habrás comprendido por mi acento, y hace dos años vine a Estados Unidos en busca de fortuna. Cuando supe que la Compañía Stratford buscaba a alguien para el papel de Hamlet, decidí intentarlo. Tras varios meses de intentos fallidos, realmente le apostaba a ese papel.Me había preparado hasta el agotamiento. El día que llegué a la audición, había una multitud de actores y actrices, pero yo había decidido que ese papel tenía que ser mío y no me dejé desanimar. Me formé en la fila para esperar mi turno y, mientras estaba allí esperando, sólo un nombre estaba en boca de todos. ¡El tuyo! Se había corrido la voz de que Graham también audicionaría y que probablemente sería el nuevo príncipe de Dinamarca. Muchos se fueron sin siquiera intentarlo.

- ¿Y tú?

- Yo me quedé... hasta que subiste al escenario. Cuando te escuché pronunciar las primeras líneas junto a Kleiss, yo también me fui.

- ¿Y es por eso que me odias?

- En los meses siguientes literalmente me morí de hambre.Estuve a punto de renunciar y regresar a mi tierra natal. Pero un día conseguí un pequeño papel en una película y a partir de entonces las cosas han empezado a ir un poco mejor.

- Créeme que conseguir ese papel no fue nada fácil para mí.Venía de una época muy mala y tuve que trabajar muy duro.Se puede decir que el papel de Hamlet me salvó, y esta noche yo te salvé a ti. Estamos a mano, ¿no?

- Tienes razón. ¡Estamos a mano!

- ¿Dónde vives?

- En Soho.

- En un par de horas habrá amanecido. Tengo una cita a las nueve. Puedo llevarte a tu casa si te parece bien.

- Es broma, ¿no?Ya has hecho demasiado por mí.Tomaré un taxi.

- Como quieras. Lamentablemente aquí no tengo cuarto de huéspedes, así que tendrás que conformarte con el sofá.

- ¿Qué dices? El sofá está perfecto. Cuando les diga a las chicas que he dormido en el sofá de Terence Graham, ¡ya me imagino la cara que pondrán!

Terence se le acercó y, mirándolo a los ojos, le dijo que no hablara demasiado del asunto, pues no era conveniente que lo sucedido terminara en los periódicos. Luego se fue a dormir a su habitación.

Por la mañana, el francés se despertó con el ruido del agua de la ducha. Después de unos minutos, Terence salió del baño elegantemente vestido.

- Vaya, vaya, casi no te reconocí. ¿Acaso vas a ir a un desfile de moda? – le preguntó asombrado.

- Buenos días, Jean Paul.Esta mañana tengo una rueda de prensa para presentar el nuevo espectáculo. Realmente debería irme ya si no te importa.

- Ah, claro.

Salieron del apartamento y se dirigieron hacia el coche de Terence.

- ¿Estás seguro de que no quieres que te lleve?

- Sí, seguro, pero... bueno, me gustaría pagarte el favor. No quiero ser intrusivo, seguramente tienes muchos compromisos, pero... me reúno con algunos amigos todos los sábados por la noche en el Cotton Club.Si te apetece darte una vuelta, al menos podría ofrecerte un trago.

- ¡Lo pensaré! – respondió Terence guiñándole un ojo.

- De acuerdo. Entonces, adiós y gracias de nuevo.

Terence puso en marcha el coche y se despidió del francés con la mano antes de dirigirse hacia Broadway.



[1]Labé, Louise, Soneto IV (trad.: “Desde que el Amor cruel envenenó mi pecho con su fuego por primera vez, he ardido sin tregua con su furia divina que nunca abandonó mi corazón. Cualquiera que sea el suplicio, y ya me ha dado suficiente, cualquiera que sea la amenaza y la desgracia venidera, cualquiera que sea el pensamiento de la muerte que pone fin a todo, mi corazón ardiente no se sorprende de nada. Cuanto más fuertemente nos asalta el Amor, más fuerzas nos hace reunir y más vigorosos nos hace estar en sus combates; pero esto no es porque nos favorezca aquel que desprecia a los dioses y a los hombres, sino para parecer más fuerte contra los fuertes”.)

[2]W. Shakespeare, Soneto XVIII (trad.)



Capítulo seis

 


Dott. Paul Benjamin Carver

 


Chicago

enero de 1922

 

Los últimos dos años habían sido muy absorbentes para Candy. Trabajar y estudiar a la vez no había sido fácil y su tiempo libre era muy limitado. Cuando podía, salía con Patty y sus amigas de la universidad o con algunas enfermeras con las que trabajaba.

Durante varios meses había participado en el proyecto de investigación del Dr. Carver. Definitivamente había sido una experiencia muy interesante tanto a nivel profesional como personal. De hecho, había entablado una buena amistad con varios colegas, pero era en particular con el doctor Carver, o más bien Paul, con quien Candy había establecido una relación especial. Además de ser un excelente profesionista escrupuloso e incansable como ella, Paul siempre se había mostrado muy amable, alegre y dispuesto a vivir nuevas experiencias.

Habían trabajado en estrecho contacto durante seis meses al año porque en el verano Carver regresaba a Canadá con su familia. Paul había tratado de invitar a salir a Candy varias veces, pero, aunque era muy seguro de sí mismo cuando traía puestala bata de médico, se volvía muy tímido frente a las chicas y nunca se había atrevido a manifestar de manera explícita sus intenciones.

Candy le gustaba mucho. Había sido amor a primera vista y durante un tiempo se había conformado con poder trabajar estrechamente con ella y acompañarla a casa de vez en cuando. No obstante, últimamente su deseo por ella se había acrecentado, y el hecho de que Candy pareciera no darse cuenta de ello en absoluto lo impacientaba aún más. De hecho, temía que ella pudiera tener a alguien más y que un día apareciera de improviso con un anillo en el dedo. Una muchacha tan hermosa y llena de vida seguramente no pasaba desapercibida. Le asombraba el hecho de que nunca la veía con algún joven, a excepción de William Albert Ardlay, con quien a veces salía a cenar, pero él sabía que era su padre adoptivo.

En realidad, una de las tantas veces que habían almorzado juntos en días de trabajo, Candy le había hablado un poco de su familia y sus orígenes. De esa forma, habían descubierto que tenían algunas cosas en común, porque Paul también había nacido y crecido en medio de la naturaleza y a él también le gustaba mucho montar, pero no sabía usar el lazo.

- ¡Candy, definitivamente vas a tener que enseñarme!

- No creo que te vaya a servir de nada en Chicago.

-Pues nunca se sabe... – respondió Paul y ambos se echaron a reír.

- Entretanto, podríamos empezar con un paseo a caballo. ¿Qué te parece? – le había preguntado Paul, poniéndose serio.

Candy, tomada por sorpresa, no supo cómo negarse. La invitación de Paul tuvo un efecto extraño en ella:por un lado, la hacía sentirse feliz, pero, por el otro, sentía como si estuviera traicionando a alguien. De cualquier manera, quedaron en salir el domingo temprano por la tarde para dar un paseo a caballo por el lago Michigan.

Era un día de invierno bastante frío pero muy soleado. Paul pasó por Candy y, después de elegir dos caballos en los establos, iniciaron la cabalgata junto al lago. El recorrido duró aproximadamente una hora, tras la cual el frío los hizo decidir parar en una cafetería parabeber algo caliente. Se sentaron en una mesa, uno frente al otro, y Candy se dio cuenta de cómo había cambiado en los últimos días la mirada de Paul. De vez en cuando lo sorprendía observándola, y eso la ponía nerviosa. El paseo a caballo había sido placentero y Candy se sentía feliz de haber pasado un rato con él, pero temía lo que efectivamente pasaría poco después.

- Me la paso muy bien contigo, Candy, y me gustaría que volviéramos a salir – le dijo buscando la mano que la joven tenía apoyada en la mesa,pero ella la retiró.

- Si te parece bien, por supuesto – añadió un poco decepcionado.

- Claro… ¿por qué no? – respondió Candy vacilante – Pero ahora debería volver a casa.Se está haciendo tarde.

Muy a su pesar, Paul la acompañó de regreso a Villa Ardlay, donde Candy iba a cenar con Albert esa noche.

 

*****

 

Después de cambiarse de ropa en la habitación reservada para ella, Candy se encontró con Albert en la mesa.

- Estás muy callada. ¿Te pasa algo, Candy?

- Albert, en tu opinión, después de haber amado mucho a alguien, ¿es posible volver a enamorarse?

- No lo sé. Quizás no sea yo la persona más indicada para responder esa pregunta. ¿Por qué lo preguntas?

- Oh, por nada...

- Mmmm… ¿Qué tratas de ocultar? Sabes que puedes decírmelo.

- ¿Recuerdas al doctor Carver?

- Por supuesto… el médico del grupo de investigación con el que trabajas.

- Bueno… me había invitadoya a salir un par de veces, y hoy fuimos a montar a caballo.

Albert permaneció en silencio esperando a que Candy continuara porque estaba seguro de que había más. Candy se sentía agitada y no estaba segura de poder hablar con él sobre lo que sentía, sobre todo porque se avergonzaba mucho de ello. Al ver que la chica dudaba, intentó animarla.

- Saliste con Carver y pasaste una linda tarde si entendí bien. ¿Cuál es el problema?

- El doctor Carver, es decir, Paul es un tipo muy simpático, amable, interesante, y estuve muy a gusto en su compañía...

- Pero…

- Pero por nada del mundo querría hacerlo sufrir.

- ¿Y por qué lo harías sufrir?

- ¡Por favor, Albert, no pienses que estoy loca y no me mires así! – exclamó Candy contrariada por la expresión de desconcierto de Albert - Sé que ya entendiste de lo que estoy hablando.

Candy dejó escapar un gran suspiro y desvió la mirada; luego se levantó y caminó hacia la ventana. El jardín de Villa Ardlay iluminado por la luna tenía un aspecto mágico, parecía el escenario de un teatro bajo la luz de un enorme reflector.

- Desde que me enteré del fallecimiento de Susanna yo... - murmuró Candy, mas no pudo continuar.

Albert se acercó a ella sin decir nada, la abrazó y la sintió temblar.

- Sé que ha pasado más de un año desde entonces, pero… no puedo evitar preguntarme si él en algún momento habrá pensado en mí, si todavía se acuerda de mí. Quisiera al menos saber cómo está...

- ¿Por qué no le escribes?

- Debí haberlo hecho hace algún tiempo, después de que Susanna... pero no tuve el valor y, ahora, después de todo este tiempo... Soy sólo una tonta, lo sé... Es evidente que él ha seguido adelante con su vida. Ahora es un actor muy famoso, seguramente estará rodeado de mujeres bellísimas y ni siquiera se acordará de mí. Tal vez así es como tenía que ser y es hora de que empiece a superarlo, a dejar atrás el pasado y también a salir con Paul sin preocuparme demasiado.

- Definitivamente yo también creo que debes superarlo, Candy, pero eso no significa que debas arrojarte en los brazos de ese muchacho. Tómate todo el tiempo que necesites, no te apresures y no te hagas demasiadaspreguntas para las que no puedas encontrar respuestas ahora. Sólo con el tiempo lasobtendrás.

Como de costumbre, Candy sintió un poco de alivio en su atormentado corazón trashaberse desahogado y se fue a dormir.

Albert permaneció despierto un rato más reflexionando sobre las palabras de Candy: era cierto que si Terence hubiera querido contactarla ya tendría que haberlo hecho.Había pasado más de un año, pero, conociéndolo, también podría estar pensando que no tenía derecho a hacerlo y tal vez también creía que Candy debía haberlo olvidado, aun cuando en realidad era evidente lo mucho que ella aún estaba atada a ese sentimiento que los había unido en el pasado.

- Ay, Candy… te sentí temblar cuando te abracé. ¡El recuerdo de Terence todavía tiene ese efecto en ti! Si tan sólo él lo supiera...

La semana siguiente, Candy se dedicó de lleno a sus estudios, yaque pronto tendría que presentar un examen muy difícil. Incluso durante la pausa del almuerzo, mientras mordisqueaba un sándwich, tenía siempre la cabeza hundida en los libros.

- ¡Si sigues estudiando así, terminarás robándome el trabajo! – bromeó Paul antes de sentarse a su lado en una banca del jardín.

- Hola, Paul… No te preocupes, tu lugar estáasegurado.Es imposible aprobar este examen de patología.

- Si quieres, te puedo echar una mano.

- Pero ya estás muy ocupado con tu trabajo...

- Por desgracia es cierto, pero también creo que para rendir al máximo es necesario tomarse un descanso de vez en cuando. ¿Qué opinas?

- ¿Qué tipo de descanso? – preguntó Candy sonriendo con suspicacia.

- Por ejemplo, logré conseguir dos entradas para el teatro este sábado por la noche. No fue nada fácil. Ya se habían agotado las entradas, pero, por suerte, tengo un amigo que trabaja ahí y me echó una mano. ¡Me dijiste que te gusta mucho el teatro y por eso no aceptaré una negativa!

- ¡Pero tengo el examen la semana que viene!

- Vamos, Candy, no vas a estudiar el sábado por la noche. ¡No regresaremos tarde, lo juro!

- De acuerdo.

 

A media tarde Candy volvió a casa y, después de estudiar un poco más, comenzó a preparar algo para la cena mientras esperaba el regreso de Patty, que había pasado el fin de semana con sus padres.

- Bienvenida a casa, Patty. ¿Cómo estuvieron tus pequeñas vacaciones?

- Todo bien, Candy, gracias.¿Y tú qué hiciste el fin de semana?

- Ah, nada especial... un paseo a caballo – respondió Candy sin darle demasiada importancia al asunto.

- ¡La compañía debió ser muy agradable para salir con este frío! – exclamó Patty con mirada pícara.

- ¡Paul!

- ¡Lo imaginaba! Me da mucho gusto... ¿Cómo les fue? – continuó la amiga curiosa y emocionada.

- Bien… creo. El sábado por la noche volveremos a salir. Me llevará al teatro.

- ¿Al teatro? – preguntó Patty cambiando repentinamente de expresión – ¿Y qué van a ver?

- Ahora que lo pienso, no lo sé. ¡No se lo pregunté! Pero tú siempre estás al tanto de la programación del teatro si no me equivoco. ¿Sabes qué obra se presentará el próximo sábado?

Candy había entrado a la cocina y estaba trayendo una bandeja con carne a la mesa cuando vio el rostro serio y al mismo tiempo afligido de Patty. Dejó la bandeja sobre la mesa y se sentó, empezando a temer la respuesta a su pregunta.

- Caminé a casa desde la estación y pasé justo enfrente del Teatro de Chicago. Hay un gran cartel que anuncia el próximo espectáculo que se presentará: se trata de Macbeth.

- Shakespeare – murmuró Candy, sintiendo que se le hacía un nudo en el estómago.

- Sí... de la Compañía Stratford.

No hacía falta saber nada más: seguramente sería él quien interpretaría el papel protagónico.

 

Él, en Chicago, el sábado.

 

Esas pocas palabras le golpearonla mente como una ola en un mar tempestuoso. Casi se cae de la silla. Su rostro apareció ante sus ojos como si estuviera allí, en esa estancia, y sintió que el corazón se le detenía. Tuvo que respirar profundamente porque sentía que se ahogaba. Entonces, de repente…

- No puedo ir, Patty. ¡Tengo que decirle a Paul que no puedo!

- Candy...

- Lo sé, lo sé… soy una estúpida… ¡pero no voy a poder ver unafunción completa en la que él esel protagonista! ¡Maldición! Paul me dijo que conseguir las entradas había sido casi un milagro porque estaban agotadas… ¿Cómo es que no me lo imaginé? Ay, Patty, ¿ahora qué hago?

- En mi opinión, deberías ir.No puedes pretender evitarlo toda la vida.

- Ahora que salí con Paul me estaba convenciendo de que por fin podría vivir mi vida en paz, dejando atrás el pasado… ¡pero no contaba con volver a verlo, no ahora, no así!

- Pero no tienes que verlo, sólo verás una obra. Podría más bien ser un primer paso para tratar de verlo con otros ojos... comoun querido amigo, ¿no crees?

Candy miró a Patty intentando con todo su ser dar crédito a sus palabras, aunque seguía sintiéndose dentro de una vorágine que la hundía cada vez más, consumida por un dolor sordo que había mantenido oculto todos esos años, pero que ahora resurgía con toda su potencia, triturándola y dejándola completamente desprovista de espíritu vital.

 

 

*******

 

Chicago

sábado 28 de enero de 1922

 

Durante la tercera escena del primer acto, un redoble de tambores resonó dentro del teatro anunciando la llegada de Macbeth, el victorioso general leal al rey Duncan de Escocia.

La sala, que hasta hacía unos minutos resplandecíapor los candelabros y los maravillosos vestidos de las damas de la alta sociedad de Chicago, ahora estaba inmersa en una oscuridad lúgubre en la que un únicohaz de luz dirigido al escenario hizo aparecer como de la nada la imponente figura de Macbeth, acompañado por el fiel Banquo.

Cuando Candy llegó al teatro, tuvo que agarrarse del brazo de Paul porque, al ver frente a ella el enorme cartel en el que destacaba el nombre de Terence Graham en letras grandes, las piernas le habían comenzado a temblar. Pero la emoción que la invadió en el momento en que reconoció el rostro de Terence a pesar del maquillaje y del traje de guerrero valeroso no la habría podido describir con palabras. Ni siquiera fue capaz de entender la mayoría de las frases pronunciadas por Macbeth: su voz, sólo su voz resonaba en su mente, y esta no tardó en hacer que sus ojos hablaran. No se dio cuenta del momento preciso en que empezó a llorar, pero estaba segura de que no había dejado de hacerlo ni por un instante.

Paul, sentado a su lado, creía que su turbación se debía a la violencia que dominaba el drama de Shakespeare y le preguntó varias veces si se encontraba bien.

En la última escena, cuando Macduff, barón de Fife, cuya esposa e hijos habían sido asesinados por órdenes de Macbeth, se presenta ante el rey con su cabeza como regalo, Candy se sobresaltó y abrió mucho los ojos.

- No lo decapitaron de verdad, de lo contrario tendrían que buscar un nuevo actor para cada función! – bromeó Paul, tomando la mano de Candy.

- ¡Oh, claro, qué tonta soy! – exclamó mientras caía el telón y un estruendoso aplauso inundaba el teatro – ¡Es tan buen actor que por un instante temí que lo hubieran matado en serio!

Los aplausos y vítores se prolongaron varios minutos hasta que se levantó nuevamente el pesado telón rojo para permitir a los actores agradecer al público y recibir los merecidos honores. En el centro del escenario estaba Robert Hathaway, entre Terence Graham y Karen Kleiss, espléndida intérprete de Lady Macbeth. En un momento dado, los dos actores principales dieron un paso adelante hacia el público tomados de la mano y saludaron a los presentes con repetidas reverencias. Sobre ellos llovieron flores acompañadas de entusiastas ovaciones hasta que se apagaron los reflectores y se encendieron las luces de la sala. Los gritos y aplausos fueron disminuyendo poco a poco hasta convertirse en un murmullo incomprensible que acompañó al público a la salida del teatro.

Antes de marcharse, Candy creyó oportuno hacer una parada en el baño para comprobar el estado en el que se encontraba su rostro después de haber derramado un río de lágrimas y para estar sola unos minutos, con la vana esperanza de recuperar el control de sí misma. Mientras tanto, Paul la estaba esperando en el vestíbulo, donde se topó con el amigo que le había conseguido los boletoscuandocruzabael lugar a paso veloz. Los dos se saludaron y Paul se atrevió a pedirle otro favor.

- Me gustaría impresionar a la chica que vino conmigo, por lo que, si fuera posible, quisiera llevarla a conocer a alguno de los actores. ¿Crees que se pueda, Steve?

- Bueno, Paul, puedo intentarlo, pero no te prometo nada. Espera aquí – le respondió el joven antes de desaparecertras bambalinas.

Tan pronto como Candy volvió, le dijo a Paul que estaba muy cansada y que prefería irse a casa enseguida en lugar de ir a tomar una copa como habían planeado.

- ¿Puedes esperar sólo un momento más? – le preguntó Paul y justo en ese momento vio a su amigo haciéndole señas para que lo siguieran. El muchacho tomó la mano de Candy y le dijo:

– ¡Ven conmigo!

Ante sus protestas, Paul le dijo que le tenía una sorpresa, que no tardarían mucho y que después la llevaría a su casa de inmediato.

Siguiendo a Steve, seadentraron en los pasillos oscuros que se extendían por detrás del escenario; Candy todavía no se imaginaba lo que Paul había planeado. De repente, se detuvieron frente a una puerta cerrada y el chico que los había guiado hasta allí simplemente les dijo:

- ¡Los está esperando!

- Oh, gracias, Steve. Eres un verdadero amigo.Estoy en deuda contigo – le agradeció Paul con entusiasmo.

- Paul, ¿te gustaría explicarme quién nos está esperando? – preguntó Candy bastante nerviosa.

- ¿Cómo quién? ¡Graham! – exclamó Steve con orgullo, atribuyéndose el mérito de haber convencido al primer actor de conceder ese encuentro.

Candy habría deseado que se hubiera abierto un abismo bajo sus pies y la hubiera hecho desaparecer en ese instante. Miró a Paul aterrorizada, sin saber cómo escapar de esa pesadilla. Encontrarlo ahora, con Paul al lado, entrar en su camerino, no, no, no...

- No es posible – balbuceó.

- Sí lo es, pero tienen que darse prisa porque estaba a punto de irse y sólo se quedó porque le dije que un querido amigo mío quería sorprender a su novia - dicho esto Steve tocó a la puerta y, sin esperar respuesta,la abrió un poco para asomarse y preguntarle a Graham si ya podía recibir a sus amigos.

- Sí, claro, hazlos entrar – respondió el actor sin darse la vuelta, ocupado en arreglarse la corbata frente al espejo.

Paul entró, mientras Candy aún permanecía escondida detrás de la puerta.

- Buenas noches, Sr. Graham.Lo felicito por el espectáculo, me quedé sin aliento de principio a fin.

- Gracias, señor...

- Carver, Paul Carver.Soy médico, trabajo en un hospital de Chicago – respondió extendiendo la mano; el actor la estrechó cordialmente.

- Me dijeron que estaba con su novia, pero no la veo.

- Bueno, a decir verdad, está afuera, pero está un poco apenada y no quiere entrar.

Terence sonrió diciendo que evidentemente la fama de su mal carácter había llegado hasta Illinois.Luego se dirigió a la puerta y la abrió por completo. Quedó petrificado al ver a la "la novia del Dr. Carver".

- A estas alturas ya podrías entrar, ¿no te parece, Candy? – le preguntó Paul al verla todavía inmóvil en el umbral.

Terence retrocedió para dejarla pasar y ella entró sin decir una palabra.

- Justo le estaba diciendo al Sr. Graham lo impresionante que estuvo la función, nunca había visto algo así.Aunque debo confesar que no soy un gran apasionado del género, sólo me decidí a venir porque sé que a Candy le gusta mucho, y…

Paul continuó hablando mientras los otros dos ni siquiera se miraban.

- ¿Sabe, Sr. Graham? Candy estaba tan conmovida que lloró todo el tiempo, simplemente no podía parar.

Al escuchar su nombre de nuevo, Terence alzó el rostro primero hacia Paul y luego hacia Candy.

- Lo siento mucho, señorita.Nunca habría querido hacerla llorar – dijo esforzándose por mantener un tono tranquilo,aun cuando por dentro se sentía morir.

Candy alzó los ojos lentamente y lo miró inmóvil como una estatua, apretando ligeramente los labios.

- Por suerte todo fue ficción y su cabeza aún está en su lugar – dijo Paul para aligerar el momento, pues había comenzado a notar algo extraño en el ambiente.

- Sí, el teatro es sólo ficción y no vale la pena llorar por ello. La realidad, por el contrario, esa sí que puede ser despiadada a veces – afirmó Terence con decisión mientras sus ojos se volvían fríos y se ensombrecían.

- Pero podría compensarla, señorita...

- Candice, Candice Ardlay – especificó Paul.

El actor le dirigió una mirada engreída y luego tomó una fotografía suya del tocador y le escribió una dedicatoria.

- Disculpen, pero realmente me tengo que ir ahora. ¡Fue un verdadero placer! – dijo entregándole el autógrafo a Candy antes de dirigirse hacia la salida.

- Feliz cumpleaños – fueron las únicas palabras que Candy logró pronunciar cuando Terence pasó a su lado.

Él volteó obviamente sorprendido por el hecho de que ella recordara esa fecha, pero la rabia que a duras penas lograba contener lo hizo decir que nunca festejaba su cumpleaños. Luego desapareció en la oscuridad.

- ¡Qué tipo tan maleducado! Y tú que hasta le deseaste un feliz cumpleaños. Es muy cierto lo que dicen de él, que es un presuntuoso y fanfarrón.¿Peroquién se cree que es? Nunca entenderé a los artistas. Nosotros somos muy diferentes, ¿no lo crees?

- ¿Nosotros somos diferentes? ¿Qué quieres decir? – preguntó Candy aún aturdida por lo que acababa de suceder.

- Me refiero a “nosotros, los que pertenecemos al mundo de la ciencia”.

- Yo creo que el arte también tiene su importancia en el mundo.A veces es lo único que puede ayudar a una persona a sobrevivir.

- ¡Una persona que está enferma no se cura con el arte, sino con la ciencia! En todo caso, fue realmente una falta de respeto irse de ese modo.

- Bueno, tal vez tenía prisa.Lo hicimos perder mucho tiempo y tenía un compromiso.

- No entiendo por qué sigues defendiéndolo.Solamente perdió unos minutos de su precioso tiempo por darte un autógrafo. Por cierto, ¿qué te escribió?

Candy tomó la fotografía y leyó lo que estaba escrito en la parte de atrás:

 

“Nunca había visto un día tan horrible y hermoso a la vez”.[1]

Terence

 

- La primera línea de Macbeth... ¡qué original! Bah... - comentó Paul con desprecio mientras se subían al coche.

Candy todavía no podía creer lo que había pasado. Ella lo había visto, Terence había estado allí a unos centímetros de ella, quién sabe qué había pensado al verla con Paul... Entonces recordó que ese chico, ese Steve, la había presentado como la novia de Paul...

 

Oh, Dios, no, no es verdad, Terence, no es verdad, no soy su novia… ¿Dónde estás? ¿A dónde te fuiste? Tengo que encontrarte, tengo que hablar contigo... ahora mismo, pero ¿cómo le hago y... y si a ti no te importa en absoluto? No, no es posible que lo hayas olvidado todo.Sé que han pasado muchos años, pero… ¡esta frase que escribiste significa algo, estoy segura! ¿Por qué este día es tan horrible y hermoso a la vez? ¿Por qué? Perdóname... no debí haber ido a tu camerino... no así...

 

- Candy, Candy, ¿me estás escuchando? ¿Puedo saber qué te pasa?

Como si acabara de despertar de una pesadilla, Candy se dio cuenta de que el auto se había detenido y habían llegado a su apartamento.

- Lo siento, Paul.No me siento muy bien. Buenas noches - dicho esto bajó del auto velozmente y se refugió dentro de casa, sin siquiera darle tiempo al chico de despedirse.

- Pero ¿qué está ocurriendo? – murmuró Paul.

 

*****

 


 

 

- ¡¿Pero qué carajos te pasó por la cabeza?! ¿Acaso te has vuelto loco? ¿Tienes una idea de cuánto nos costará esta hazaña tuya? ¡Vamos, di algo, maldita sea!

- Pagaré todos los daños.

- ¡Por supuesto que los pagarás, puedes estar seguro de eso! Pero el daño a la imagen de la compañía...No pensaste en eso, ¿verdad?

- Esto fue culpa mía ¿Qué tiene que ver la Compañía Stratford con esto?

- Es evidente que no has leído los periódicos de hoy. Mira... ¡Estamos en todas las portadas de los diarios nacionales con una bonita foto tuya y de los policías entrando al hotel!

 

Caprichos de estrella

Terence Graham destroza su habitación de hotel.

Daños por cientos de dólares

El hotel se vio obligado a llamar a la policía.

Por el momento se desconocen las causas de lo sucedido.

 

- ¿Sabes que tuve que responder por ti, de lo contrario habrías terminado en la comisaría y con toda seguridad habrías pasado la noche tras las rejas? Tal vez te habría sentado bien...

- Ya te dije que pagaré los daños y que lo siento. ¿Qué más puedo hacer?

- ¡Primero que nada, asegúrate de que no vuelva a suceder!

- No se repetirá.

- Y luego me gustaría saber qué te impulsó a hacer algo así.

Terence no respondió y bajó la cabeza.

- ¿Estabas borracho?

- ¡No! – exclamó molesto por aquella insinuación.

- ¿Entonces?

- No tengo ganas de hablar de eso...

- ¿Estás bromeando?

- No estoy bromeando, Robert.Por favor, no insistas.

 

¿Cómo podría explicarle lo que había desencadenado en él una ira furiosa e incontrolable?

Después de aquel encuentro en el camerino, había perdido la cabeza. No dejaba de preguntarse por qué, cómo podía haberle hecho semejante cosa: ¡presentarse ante él en compañía de otro! ¿Qué pretendía?¿Castigarlo tal vez?¿Hacerlo pagar?

Había pedido prestado un coche y se había alejado del teatroa toda velocidad, conduciendo como un loco sin rumbo fijo por los barrios de Chicago. El vehículo estuvo a punto de salirse del camino más de una vez. En un momento de lucidez,decidió regresar al hotel, pero aún estaba demasiado conmocionado como para poder controlarse,así que se desquitó con lámparas, floreros y con todo lo que estaba a su alcance y podía hacerse añicos.

Sin embargo, mientras arrojabay destruía todo a su alrededor, lo que en realidad se rompía en pedazos cada vez más pequeños era él.

 

¿Qué querías demostrar, qué? ¿Que ya no significo nada para ti? ¿Qué fue de nosotros, de esos dos chicos que se amaban?Porque tú también me amabas, ¿verdad? O... tal vez no y lo imaginé todo. ¿He sufrido como un perro todos estos años por un amor que era sólo una ilusión? Pero... entonces...¿por qué? ¿Qué viniste a hacer esta noche? O quizá fue idea de él... Claro, quería humillarme... ¡Él sabe de nosotros y quiso hacerme entender de esta manera que eres sólo suya! ¿Es así, Candy? ¿Es así? Hasta tuviste el descaro de desearme un feliz cumpleaños... No tengo nada que celebrar... ¡nada!

No obstante, fui yo quien te pidió que fueras feliz, lo sé bien, pero no puedes esperar que acepte que lo seas sin mí... No quiero verte feliz con él, no puedo, ¡no puedo! Mantente alejada de mí...

 

En cierto momento, un pedazo de vidrio de un vaso que había lanzado contra la pared le había impactado en el rostro, provocándole un corte en la ceja izquierda que al instantehabía empezado a sangrar. Eso había interrumpido su locura por un momento, y se dio cuenta de que alguien estaba tocando a la puerta. Haciendo presión en la herida con una toalla, fue a abrir la puerta, luego de reconocer la voz que lo llamaba.

- Terence, ¿qué está pasando? – le preguntó Karen, cuyos ojos casi se salen de sus órbitas al darse cuenta de que la habitación del muchacho parecía un campo de batalla – ¿Pero qué has hecho? – volvió a preguntar pasmada.

Después de unos minutos, todo el hotel parecía haberse volcado en el pasillo del primer piso, atraído por el estruendo proveniente de la habitación de Graham. También Hathaway había llegado corriendo y, al darse cuenta de la situación y del estado en que se encontraba Terence, de inmediato lo agarró por los hombros y lo llevó a su habitación para protegerlo del asedio de los curiosos.




 

*****

 

Ese domingo, Candy y Pattyhabían sido invitadas a almorzar por los Ardlay. Archie y Annie, que se habían casado dos meses antes,llegaron a la villa un poco antes que ellas. Después de una larga luna de miel en Europa, habían vuelto a los Estados Unidos y se habían ido a vivir a una casa grande en las afueras de Chicago.

Candy no había pegado ojo la noche anterior, incapaz de recobrar la calma tras lo sucedido en el teatro. Se le había grabado en la mente el momento preciso en que él había abierto la puerta y se la había encontrado de frente sin previo aviso después de años. Por un instante todo había desaparecido, sólo estaba él con su dulce rostro y sus maravillosos ojos. Se había cortado el pelo, parecía mayor, en realidad lo era. Se había convertido en un hombre, un hombre hermoso. Cuántas veces había fantaseado con un posible encuentro, no sabía dónde ni cuándo, pero estaba segura de que tarde o temprano lo volvería a ver e imaginaba que se mirarían y luego él le sonreiría. Cuánto extrañaba esa sonrisa que sólo él poseía, a veces descarada e irreverente, pero otras tan tierna y sincera, esa sonrisa que le daba calor a su corazón. Pero él no le había sonreído, por el contrario, la mirada fría que le había dirigido cuando le había deseado un feliz cumpleaños la había dejado helada.

Aun después de llegar a Villa Ardlay y haber saludadoa su primo y a su querida Annie, no podía evitar seguir preguntándose cómo se sentiría él en ese momento. La respuesta llegó pronto.

Tras el almuerzo, se trasladaron al jardín de invierno, que recibía algo de calor del pálido sol. Annie les contaba con entusiasmo de los maravillosos lugares que habían visitado durante su viaje de bodas.

- Chicas, Venecia es un sueño, prácticamente una ciudad sobre el agua, algo realmente único y mágico, y luego París,una ciudad llena de artistas y tan romántica... ¡No queríamos irnos!

- ¡Siempre pueden volver, tal vez para su primer aniversario! – exclamó Patty sinceramente feliz de ver a Annie en el séptimo cielo y a Archie un poco más sereno después de la terrible experiencia de la muerte de Stear, que lo había sumido en un silencio sombrío durante muchos meses.

Mientras las muchachas intercambiaban estas confidencias, Albert y su sobrino habían pedido que les llevaran algunos periódicos y examinaban las páginas sobre economía. Desde el final de la guerra, la situación financiera del país se había recuperado gradualmente y también los Ardlay habían obtenido excelentes rendimientos. Archie, después de obtener la licenciatura en economía, había empezado a trabajar con su tío en las empresas familiares y estaba demostrando ser un excelente colaborador.

De pronto, la atención de Cornwell fue captada por una imagen en la primera plana del Times en la que aparecía un rostro conocido, aun si la fotografía se había tomado desde lejos y la identidad de esa persona no se distinguía con claridad. Sin embargo, el piede foto despejaba cualquier duda. De inmediato le pasó el periódico a Albert indicándole con el dedo dónde leer, pero sin decir palabra. Tan pronto como vio la foto, su expresión  estupefacta no pasó desapercibida por Candy, que enseguida le preguntó a Albert si había alguna mala noticia.

- Por supuesto que no, nada importante – respondió doblando rápidamente el periódico.

Su gesto había delatado cierto nerviosismo, y Candy tuvo la clara sensación de que le ocultaba algo.

- Déjame ver – dijo estirando la mano.

En ese momento, Albert comprendió que de una forma u otra se enteraría, y era mejor que fuera entonces que estaba allí con ellos. Le pasó el diario y Candy leyó:

 

¡La furia de Macbeth se desata en el hotel!

El actor Terence Graham estalla en cólera.

La función de esta noche ha sido cancelada.

 

Candy no pudo seguir leyendo.

- Discúlpenme, me tengo que ir – exclamó levantándose.

- Candy, ¿qué sucede? – le preguntó Annie al instante, alarmada.

- Te explicaré yo lo que sucede... Ese inglés...

-¡Archie, no! – lo detuvo Albert.

- ¿Qué pasa? ¿Ni siquiera se le puede nombrar?

- Candy, ¿a dónde quieres ir? – le preguntó Albert con voz tranquila, acercándose.

- A su hotel.

- ¿Estás segura?

- Sí.

- Te acompañaré.

 

Mientras el auto de los Ardlay se dirigía velozmente hacia el hotel donde se alojaba la Compañía Stratford, Candy intentó contarle a Albert todo lo que había sucedido la noche anterior en el teatro.

- ¿Crees que lo que hizo Terence tiene que ver consu encuentro?

- ¡Tengo miedo de que así sea!

- ¿Qué le vas a decir?

- No lo sé, pero quiero verlo... aunque tengo miedo de que él...

Entraron a la recepción y Albert, presentándose como William Ardlay, algo que por lo regular funcionaba muy bien, pidió ver al señor Graham.

- Lamento no poder ayudarle, Sr. Ardlay, pero me temo que esto no será posible. En verdad lo siento – respondió el recepcionista.

- Por favor, se trata de un asunto muy importante.Él es un muy querido amigo mío y necesito verlo con urgencia – insistió Albert en tono decidido.

- Le repito que no es posible...

- ¿Pero por qué? – intervino Candy, a quien la espera le resultaba insoportable.

- Porque el señor Graham ya no está aquí.Se fue muy temprano esta mañana junto con la compañía teatral – respondió el encargado molesto por su insistencia.

- ¿A dónde se fue?

- Creo que se regresó a Nueva York, señorita. Ahora, si me disculpan, tengo asuntos que atender. Buen día.

- Nueva York... Volvió a Nueva York... - murmuró Candy, sintiéndose al borde de un abismo.

 

Mientras tanto en Villa Ardlay.

- ¿Entonces, se vieron?

- Sí, Archie. Candy no me dijo mucho, pero sé que después delafunción se encontraron, aunque Paul estaba con ella.

- ¿Quién es Paul, Patty?

- Ay, perdón, Annie.Me refiero al Dr. Carver, Paul Carver. Creo que han salido juntos un par de veces y anoche fueron al teatro. Evidentemente no sabe nada sobre Terence, de lo contrario no habría insistido en conocerlo.

- ¿Entonces los desmanes de Granchester tienen relación con su encuentro? No puede ser cierto, después de todos estos años. Quizá simplemente estaba borracho, siempre tuvo serios problemas con el alcohol. Y esa tonta de Candy cree que es por ella... Y aunque así fuera, ¿a ella qué le importa? ¿No dijiste que está saliendo con Carver? ¿No pensará todavía en ese idiota jactancioso del inglés?

- ¡Archie, puedes parar, por favor! ¡No tienes derecho a hablar así, y Candy no es una tonta! – respondió la señora Cornwell, regañando a su marido.

- ¡Te aseguro, Annie, que cuando se trata de Granchester, Candy se vuelve una verdadera tonta! Esperaba que después de todo este tiempo al menos hubiera entendido qué clase de persona es. ¡Obviamente me equivoqué!

 

El regreso a Nueva York para Terence no fue nada fácil. A los inversionistas de la Compañía Stratford definitivamente no les había agradado la cancelación de una de las dos representaciones que iban a llevarse a cabo en el Teatro de Chicago, ni mucho menos la publicidad negativa que habíanocasionadolos actos violentos de Graham. Por lo tanto, el choque fue inevitable.

- ¿Graham, se da cuenta de la terrible impresión que hemos dado única y exclusivamente por su culpa? – comenzó el señor Barrymore.

- Me doy cuenta y créame que lo siento.

- ¿Pero qué se le metió en la cabeza? ¿Se volvió loco? ¿Sabe a cuánto ascienden los daños que causó? Por no hablar de la denuncia… ¡Si no hubiera sido por Robert!

- Ya le dije que el pago de los daños correrá completamente por mi cuenta y ya le agradecí a Robert por lo que hizo. ¿Qué más quiere?

- ¡No se atreva a usar ese tono conmigo! – continuó Barrymore – Tal vez debería recordarle que ya se le había dado una segunda oportunidad después de su fuga de hace años, y había prometido comportarse y acatar las reglas. No creo que su comportamiento pueda definirse como correcto. ¿Sabe cuánto dinero nos hizo perder?

- ¿Y usted sabe cuánto les he hecho ganar hasta hoy? ¿Lo sabe, señor Barrymore, o tengo que recordárselo? ¿Sabe de quién es el mérito de que sus negocios vayan tan bien? De su servidor... quien ha estado trabajando ininterrumpidamente para enriquecersus bolsillos sin que usted mueva un dedo! – espetó Terence.

- ¡Pero qué sinvergüenza y arrogante!¿Cómo se atreve a hablarme así? Evidentemente pertenecer a una familia noble no le ha hecho comprender lo que significa ganarse la vida.

Terence, ahora furioso, se levantó y golpeó con los puños la mesa que lo separaba de Barrymore.

- ¿Sabe qué? ¡A partir de ahora puede ganarse el dinero porusted mismo! ¡Adelante, tome mi contrato y cancélelo en este instante!

- Espera un momento, Terence – intervino Hathaway tratando de calmar los ánimos –.¿Por qué no nos calmamos todos?Quisiera hablar con el señor Barrymore a solas. ¿Puedes esperar afuera?

Terence salió sacudiendo la cabeza.

- Esto hasta aquí llegó. ¿Te das cuenta de lo que me ha dicho? Yo soy quien decidirá qué hacer con su contrato – continuó el industrial decidido a deshacerse de Graham lo antes posible.

- Escúchame, John, por favor. Sé que Graham no tiene un carácter fácil, pero es el mejor y no puedes negarlo. Si lo dejas ir, no tardará más de 24 horas en conseguir un contrato con otra compañía. ¿Sabes cuántas ofertas recibe cada mes?

- ¡Robert, eso no le da derecho a hacer lo que hizo y a hablarme de ese modo!

- ¡Pero tú tampoco puedes recriminarlo así! Nunca ha recibido nada de su familia de origen, ya ni siquiera se hace llamar Granchester. Llegó solo a Estados Unidos con dieciséis años y, a pesar de ser hijo de la gran Eleanor Baker, nunca le ha pedido ayuda.

- Lo sé - admitió Barrymore.

- Cometió un error, es consciente de ello y me ha jurado que no volverá a suceder. Es puro talento.¡Interpreta papeles para los que otros actores no están listos antes de los cuarenta años! No podemos dejarlo ir.

- ¿Al menos te explicó el porqué de esa locura?

- No, no quiso decirme nada.

- Entonces, ¿qué sugieres que hagamos?

- No alimentemos la polémica.Yo no haría ruedas de prensa ni daría entrevistas. En cuanto vuelva a subir al escenario, todo quedará olvidado, ya lo verás. El público lo ama, le perdonará también esto. ¿Lohago pasar?

Barrymore asintió.

Terence entró de nuevo y se quedó de pie con los brazos cruzados.

- No toleraremos más excesos de ese tipo. ¡Que quede claro! – le advirtió el empresario con dureza.

- ¿Entonces? – preguntó Terence en tono desafiante.

Barrymore suspiró, haciendo un gran esfuerzo por contenerse para no mandarlo al infierno.

- Entonces... yo diría que hay que pensar en la próxima función y ponerse a trabajar de inmediato - dicho esto, el empresario abandonó el teatro.

 

*****

 

Al día siguiente, Candy no se sentía muy bien, por lo que se quedó en Villa Ardlay y no fue ni al hospital ni a la universidad. Por la tarde, Paul la había llamado para preguntarle si podían verse.

- ¿Cómo estás, Candy? – le preguntó al entrar al gran salón, que debía su calidez a una magnífica chimenea de estilo clásico.

- Un poco mejor.Debo haberme resfriado la otra noche.

- ¿Por eso saliste huyendodel auto cuando te llevé a casa, porque no te sentías bien?

Candy dudó. No quería mentirle, pero no tenía ganas de darle explicaciones.

- Pues... por eso también.

- Supongo que hay algo más. ¿Podrías decirme qué te ocurre? - preguntó Paul, quese había sentado a su lado y la miraba; Candy mantenía los ojos bajos y no sabía qué responder.

Ante su silencio, el joven médico sintió una creciente angustia, como si entre ellos se hubiera abierto un abismo que los separaba inexorablemente. ¡Qué lejoshabía quedadola ligera complicidad que se había creado entre ellos durante su paseo a caballo la semana anterior! ¿Qué había pasado? Tenía que saberlo, no podía esperar más.

- ¿Acaso Graham tiene algo que ver? – le preguntó de improviso, por lo que Candy volteó de golpe y sus ojos respondieron por ella.

- Se conocen – afirmó levantándose.

- Nos conocimos hace muchos años, cuando éramos dos jovencitos. Fuimos a la misma escuela en Londres.

- ¿Has leído los periódicos? ¿Te enteraste de lo que hizo?

- Sí, me enteré.

- ¿Sabes el motivo?

- No.

- ¡Candy, no me mientas! ¿Qué hay entre ustedes? – le preguntó Paul arrodillándose frente a ella, que seguía sentada en el sofá.

- Paul, por favor, es una historia larga y no tengo ganas de contarla ahora. Sólo puedo decirte que desde hace seis años no habíamos tenido ningún tipo de contacto, no nos habíamos visto ni hablado, y las cosas habrían seguido así si no hubieras insistido en conocerlo la otra noche.

- Y ahora que se han vuelto a ver, ¿qué va a pasar?

- Nada.

Paul tomó su mano y se la llevó a los labios para darle un beso ligero.

- ¿Nos veremos de nuevo en cuanto te sientas mejor? – le preguntó vacilante.

- Claro.

Cuando el joven se fue y Candy se quedó sola en el gran salón decorado con fino mármol y estuco, se sintió como si estuviera dentro de una prisión que se hacía cada vez más pequeña a su alrededor. Le faltaba el aire, habría querido salir corriendo y gritar a todo pulmón cuánto lo amaba... ¡todavía!

 

¿Por qué no se lo dije a Paul? ¿Qué sentido tiene fingir que no siento lo que siento? ¡Nunca podré olvidarte, Terence, jamás!



[1]W. Shakespeare, Macbeth, acto I, escena III, cit.



Capítulo siete

 


Terence Graham y Jean Paul Moreau

 

Nueva York

un sábado por la tarde, febrero de 1922

 

Una vez de regreso en Nueva York, después de la conversación con el señor Barrymore, Terence retomó su rutina habitual, compuesta de ensayos entre semana y funciones el fin de semana.

Antes de salir de gira, en una de las contadas ocasiones en que estaba libre un sábado por la noche, se había acordado del chico de origen francés al que había salvado de una paliza segura yde la invitación que le había hecho para saldar su deuda, así quehabía decididodarse una vuelta por el Cotton Club.Cuando el francés lo vio entrar, apenas lo había podido creer. Fue a su encuentro y lo recibió con todos los honores, como si fuera un jefe de Estado: lo presentó a sus amigos, en su mayoría músicos, que naturalmente ya sabían quién era Terence Graham, y en pocos minutos un pequeño grupo de chicas ya se había reunido alrededor de ellos.

Desde aquel primer sábado por la noche, Terence empezó a salir cada vez con más frecuencia. Jean Paul era un verdaderotorbellino, no particularmente guapo, pero con una alegría inagotable y contagiosa, siempre dispuesto a divertirse;era justo lo que Terence necesitaba en ese momento. Lograba arrastrarlo de un club a otro hasta el amanecer. Conocía a mucha gente que participaba en la vida nocturna neoyorquina, y Terence no tardó mucho en ambientarse, ya que definitivamente no pasaba inadvertido. El encanto que derrochaba en el escenario no lo abandonaba cuando se quitaba la ropa de su personaje, y en cuanto entraba a un local, no había una sola mujer que no se lo comiera con la mirada.

Terence Graham finalmente había decidido abandonar su vida de monje y Jean Paul era el compinche perfecto para eso. Algo los había unido de inmediato a pesar de ser muy diferentes: el francés era tan exuberante en comparación con el inglés, de carácter sombrío y reservado, pero habían encontrado en la música un terreno común. Les encantaba ir a lugares donde había música en vivo, especialmente jazz y blues, y, a veces, cuando la mayoría de los clientes ya se habían levantado de las mesas, se aventuraban a tocar algunas piezas, con Terence al piano y Jean Paul al saxofón.

Todos los sábados por la noche se reunían en el Cotton Club con otros músicos amigos de Paul. Reservaban una mesa y, una vez sentados, por lo regular se unía a ellos el grupo habitual de chicas pocos minutos después. Entre ellas, la bellísima Isabel, quien le había confiado a su amigo Jean Paul que tenía una gran debilidad por Graham y no perdía oportunidad de intentar acercarse a él. Sin embargo, había comprendidodesde el inicio que Terence no era un tipo fácil: rodeado constantemente de mujeres espléndidas, daba la impresión de ser inmune al encanto femenino. Pese a ser siempre amable con todas, mantenía una cierta distancia y nadie sabía el motivo. Isabel sabía de la relación que lo había vinculado con su colega Susanna Marlowe, fallecida hacía poco más de un año, pero incluso sobre ese compromiso no había noticias comprobadas, sólo rumores a los que nadie daba demasiado crédito. Sin embargo, Terence nunca hablaba de ello y todos tenían cuidado de no hacerlo, al menos en su presencia. Lo que más le importaba a Isabel era que Graham finalmente estaba libre y disponible, o eso creía ella.

- ¿Qué estás tomando? ¿Puedo probar? – escuchó Terence que le preguntaba Isabel mientras, envuelta en un espléndido vestido azul que dejaba muy poco a la imaginación, se sentaba a su lado y le pasaba un brazo alrededor de la cintura.

Tan pronto como había entrado al local, la muchachaenseguida lo había buscado y, al verlo de espaldas, sentado con los demás, no había podido evitar acercarse. Terence tenía un vaso de whisky con hielo en la mesa frente a él y lo hacía girar lentamente entre sus dedos. Isabel habría deseado con todo su ser convertirse en ese objeto de vidrio para sentir su cálida mano alrededor del cuello, así que, para no dejarse abrumar por esa visión, agarró el vaso y se lo llevó a los labios, lanzándole a Terence una mirada lánguida y cargada de deseo. Él se quedó quieto, saludándola con una media sonrisa mientras esperaba que le devolviera su whisky.

El lugar ya estaba lleno cuando el grupo que se presentaba esa noche comenzó con una serie de piezas bastante animadas. Jean Paul se lanzó a bailar como de costumbre, tratando en vano de convencer a Terence de que lo siguiera, pero al actor no parecía gustarle especialmente el baile.

- ¡Si tú no bailas, yo tampoco bailaré! – había exclamado Isabel en tono de broma, por lo que se quedó sentada a la mesa a solas con él.

- Será mejor que te busques un caballero porque estoy a punto de irme – le dijo Terence, conteniendo un bostezo.

- ¿Te aburro tanto que te hago bostezar?

- ¡No, para nada! Es que esta noche estoy muy cansado, ni siquiera quería salir, pero a Jean no se le puede decir que no, así que... - le respondió distraídamente.

- Concédeme al menos un baile, por favor... A Jean no puedes decirle que noy a mí, en cambio... - gimió Isabel, levantándose y jalándolo suavemente hacia ella para incitarlo a seguirla.

En ese momento, la banda tocaba ritmos más lentos, ideales para bailar en pareja,y eso era lo que Isabel esperaba. Terence se levantó de mala gana y se dejó guiar hacia el centro de la pista, donde la chica no perdió tiempo y de inmediato le rodeóel cuello con ambos brazos, de manera que quedó a unos centímetros de su rostro. Terence la observó: sin duda era una joven muy atractiva, no era casualidad que fuera modelo de Chanel, era casi tan alta como él, con una cabellera muy rubia que apenas le llegaba a los hombros y estaba peinada en suaves ondas recogidas a un lado con un clip de plumas. Su maquillaje perfecto hacía resaltar sus profundos ojos oscuros y sus brillantes labios rojos, que a menudo curvaba en sonrisas sensuales. Era difícil permanecer indiferente al intenso aroma que emanaba de su piel color ámbar, y la mano de Terence en su espalda la sentía tan cálida como chocolate derretido. No dijeron una sola palabra en todo el tiempo que bailaron, pero las miradas de Isabel fueron más que elocuentes.

De repente se vieron arrastrados por el furor contagioso de Jean Paul, que insistió en que todos volvieran a la mesa para brindar y celebrar algo que no había quedado claro de qué se trataba.

- ¡Chicos, tengo una noticia sensacional! Nuestro buen amigo Charlie ha conseguido un contrato discográfico y en menos de un mes se irá a Chicago a grabar su propia música. ¿No es grandioso? Esto amerita un brindis en toda regla,¡champán para todos!Tú invitas, ¿verdad, Charlie?

El pobre Charles Hamilton era un músico que aún no había tenido mucho éxito y, a pesar de la gran oportunidad que se le había presentado con ese contrato, sus finanzas en ese momento no le permitían en realidad ofrecer champán a todos los presentes. Jean, al verlo poner una cara bastante avergonzada, se volvió hacia Terence, quien sonrió y aceptó la petición tácita de su amigo con un movimiento de la barbilla.

Las botellas y las copas no tardaron en llegar, y una alegría genuina contagió a aquel grupo de jóvenes que celebraban el logro de su amigo.

- Chicago... - murmuró Terence, sintiendo una punzada en el pecho. Encendió un cigarrillo y le dijo a Jean que ya se iba, que tomaría un taxi. Pero su amigo lo detuvo agarrándolo del brazo.

- Siéntate, siéntate, siéntate. ¡No puedes irte ahora!

- ¿Ahora qué te traes, Jean? – preguntó Terencecon fastidio.

- Esta realmente es una noche de suerte... ¡No te imaginas quién acaba de entrar al club! – exclamó Jean Paul con expresión embobada, mirando por sobre el hombro de Terence, quien no entendía las reacciones de su amigo.

- ¡Aunque haya entrado el presidente de Estados Unidos, yo me voy a casa!

- ¡Vamos, no seas aguafiestas! ¿Y si te dijera que acaba de entrar un hada? ¡No, no te des la vuelta!

- Pero si no me doy vuelta, ¿cómo le hago para ver a esa "hada"?

- ¡Está mirando hacia acá!¡Si te das la vuelta,todo se habrá acabado para mí! Todas las mujeres quedan hechizadas en cuanto te ven, ¡pero esta no te la dejo! ¡Ni lo pienses, Graham!¡Esta hada es mía!

- Entonces, dime cómo es – preguntó Terence, que comenzaba a sentirse intrigado por aquella misteriosa aparición.

- Escucha... Imagina una chica que es un poco mujer y un poco niña, no muy alta en realidad, pero perfectamente bien proporcionada, es decir, ¡no le falta nada de nada! – exclamó Jean Paul, deteniéndose para admirarla extasiado.

- ¿Y luego? ¡Continúa! – lo instó Terence, sonriendo divertido ante la mirada de borrego a medio morir de su amigo.

- Cabello muy rubio recogido a un lado con un clip de diamantes cuya luminosidad no es capaz de igualar el esplendor de sus ojos, ¡dos lagos verdes de montaña en los que dan ganas de ahogarse!

Terence alzó los ojos al cielo, bromeando con Isabel, quien mientras tanto se había volteado para observar el objeto del deseo de Jean.

- Muy bonita en verdad – había murmurado con expresión preocupada, lista ya para sacar las garras y defender a quien ahora consideraba su presa.

- Y luego esos labios... ¡Oh,Dios! ¡Te desmayas cada vez que sonríe!

- No me suena tan especial… ¿Hay algún otro detalle de interés? – preguntó Terence con bastante escepticismo, los brazos cruzados sobre el pecho y exhalando el humo de su cigarrillo.

- Pues... el toque final, irresistible: ¡una cascada de pecas en esa carita de muñeca que resplandecen incluso en la oscuridad como una multitud de estrellitas! Te juro que es la criatura más fascinante que he visto en mi vida.

Jean Paul, perdido en la admiración de aquella maravilla, no había notado en absoluto la expresión que había surgido de pronto en el rostro de su amigo, que seguía sentado frente a él.

Terence se había puesto serio de golpe y estaba como petrificado, con la mirada perdida, casi sin atreverse a respirar. Con tan sólo escuchar la palabra "pecas", había sentido un intenso temblor frío recorrerle la espalda, y su rostro parecía estar a punto de arder. Había dejado caer sobre la mesa el cigarrillo que sostenía entre los labios, lo que había llamado la atención de Isabel, quien lo escrutó yvio el destello que atravesó sus ojos azules.

Levantó el rostro, que había mantenido inclinado sobre el vaso después de haberlo vaciado de un solo trago, y un espejo al otro lado de la habitación le reveló lo que jamás imaginó que vería esa noche. Una mirada bastó para reconocerla y todo lo demás desapareció: músicos y música, champán y copas, mesas y la gente que bailaba, Jean, Isabel… ¡ya nada existía! Sólo un perfil inconfundible, el oro de su cabello, las esmeraldas de sus ojos, esas pecas que todavía decoraban su rostro, el más hermoso de los frescos. Tuvo que volver a bajar los ojos para ocultar la turbación que lo abrumaba cada vez más. Cuando pudo hablar de nuevo, le preguntó a Jean Paul si la muchacha estaba sola.

- ¡Desafortunadamente no! Hay otras tres personas con ella, dos hombres y una mujer, pero no parecen dos parejas, aunque...

- Aunque... - Terence lo instó a continuar.

- Pues sí, tengo que admitir que el rubio sentado a su lado literalmente se la está comiendo con la mirada... ¡Maldita sea!

Terence se levantó de un salto. Eso era demasiado para él, no estaba listo para verla con ese otra vez.

- ¡Me voy! – exclamó decidido y se dirigió hacia la salida secundaria en la parte trasera.

- ¡Terence, espera! ¿Pero qué fue eso? – se preguntó Jean Paul perplejo.

Isabel, que había presenciado toda la escena en silencio, sin perderse ni la más mínima expresión que había cruzado el rostro de Terence, se volvió hacia la joven que era culpable de la fuga del actor, de eso no tenía ninguna duda, y murmuró para sí entre dientes:

- ¿Quién eres?

- ¿Sabes quévoy a hacer? ¡Ahora mismo me acercaré a ella y le ofreceré un trago! – dijo Jean Paul levantándose de la mesa tras haber cogido la única botella de champán que aún estaba intacta.

- Disculpen si los molesto.Déjenme presentarme.Mi nombre es Jean Paul y, como estamos celebrando un logro importante con algunos amigos, nos gustaría que nos acompañaran con un brindis. ¿Puedo? – preguntó finalmente mirando a la pequeña “hada” con intención de llenar su copa.

- ¡Gracias, es usted muy amable!

- Bueno, a decir verdad, no tiene que agradecerme a mí, señorita, porque el champán es cortesía de un amigo que acaba de irse, de lo contrario se lo habría presentado, aunque probablemente ya lo conozcan.

- Ah,¿sí? ¿Y por qué deberíamos conocerlo? – preguntó la joven con una sonrisa que a Jean Paul le pareció embriagadora.

- Digamos que ahora es bastante famoso en todo Estados Unidos, y después de su deslumbrante gira por Europa, no hay quien no haya oído hablar de él.

- Vaya, vaya... ¡tiene amigos importantes, Jean Paul! – exclamó algo molesto el rubio sentado al lado de la muchacha.

- No es por alardear, pero... ¡Terence y yo en verdad somos muy buenos amigos!

- ¿Ha dicho Terence? – preguntó la chica casi sin respirar.

- Tenía razón, ¿eh? ¿Lo conoce? ¡Seguramente es su admiradora! Se lo dije… ¿Quién no conoce a Terence Graham? Lo siento, señorita, pero tendrá que esperar si desea un autógrafo. Si vuelve aquí el próximo sábado, seguro lo encontrará.

- ¡Qué pena que mañana regresamos a Chicago! – exclamó el rubio satisfecho.

- Una verdadera lástima, señorita...

- Candice, Candy para mis amigos – susurró mirando a Jean Paul de una forma que el francés no supo interpretar; le pareció como si en esos ojos hubiera un millón de preguntas.

Se quedó sin palabras por un momento, como aturdido, pero luego se despidió:

- Fue un verdadero placer conocerla... Candy.

- También para mí – respondió ella con un hilo de voz.

 

*****

Al día siguiente, domingo

- ¿Se puede saber qué te pasó anoche? ¿Por qué te fuiste así? – le preguntó Jean Paul a su amigo al volante.

Iban a toda velocidad por las calles de Manhattan para ir a un restaurante a almorzar, lo que se había convertido en una agradable costumbre dominical. Por lo regular no almorzaban solos, ya que solía hacerles compañía un nutrido grupo de amigos y amigas.

- Estaba muy cansado… Ni siquiera habría ido si no hubieras insistido tanto – respondió Terencesin dejar de conducir.

- Fue una pena... ¡te perdiste mi último número!

- ¿Qué hiciste esta vez? ¿Te subiste a una mesa y te pusiste a bailar? – le preguntó su amigo estallando en carcajadas al imaginar la escena.

- ¡No, algo mucho mejor! ¡Le ofrecí una copa a mi hada del bosque!

- ¿Qué? – preguntó Terence volteando a ver a Jean, por lo que estuvo a punto de chocar con el coche que se había detenido delante de ellos.

El peligroso enfrenóntomó tan desprevenido al francés que su frente se salvó por muy poco de golpear el parabrisas.

- Oye, Graham... ¡ten cuidado! ¿Acaso quieresarruinar mi bello rostro?

Terence se disculpó y permaneció en silencio, dado que no estaba muy seguro de querer escuchar el resto de la historia, pero Jean Paul, que ignoraba por completo lo que atormentaba la mente y el corazón de su amigo, prosiguió con su relato.

- Volviendo a anoche... tomé el champán y fui a su mesa a decirle que estábamos celebrando y que quería ofrecerle una copa para que brindara con nosotros. ¡No te imaginas cuando me miró y me respondió! Es un ángel...Tiene una sonrisa increíble y una voz sincera y alegre con la que me agradeció diciéndome que era muy amable...¡Ay,nunca había conocido a una chica como ella! ¡Es diferente a las demás, una criatura terrenal y sobrenatural al mismo tiempo!

Terence seguía viendo fijamente el camino, haciendo un gran esfuerzo por mostrarse sereno, aunque en realidad habría querido estrangular a su amigo para silenciarlo al instante. Se repetía a sí mismo que la noche anterior no había pasado nada, que no había visto a nadie conocido en ese lugar, más bien, que ni siquiera había ido allí… ¡se había quedado en casa y se había ido a dormir temprano! ¡Él no la había visto, no, se había quedado en casa!

- En honor a la verdad, aclaré que el champán en realidad era cortesía de un amigo mío que había decidido abandonarme en plena celebración. ¿Y adivina qué? ¡No hace falta decir que ella me dijo que te conocía!

Terence se detuvo en seco de nuevo en un alto, y esta vez Jean Paul se limitó a mirarlo de reojo, preguntándose por qué el inglés parecía haber olvidado las reglas básicas del reglamento de tránsito.

- Todavía no he conocido a una sola mujer que no sea admiradora tuya, ¿pero qué se le va a hacer? Incluso anoche, aunque no estabas ahí, terminamos hablando de ti – señaló Jean Paul fingiendo estar un poco irritado con su amigo, que siempre teníademasiado éxito con el género femenino.

- ¿Hablaron de mí? – Terence logró reunir el valor suficiente para preguntar.

- Le dije que si quería un autógrafo, tendría que regresar el próximo sábado, pero ese rubioantipáticode inmediato especificó que hoy se regresan a Chicago.Pero estoy seguro de que a ella no le gusta ese tipo. Tiene una actitud de mandamás que no va bien con una criatura extraordinaria como ella.

- ¡Sintió el peligro y decidió marcar su territorio! – dijo Terence más para sí mismo que para su amigo.

- Tienes toda la razón, es sólo que… ¿qué hago ahora? Ella se va esta tarde. ¡Dios, cuánto me gustaría volver a ver esos ojos y esa sonrisa! ¡Juro que no puedo sacármela de la cabeza!

- Síguela hasta Chicago – dijo Terence en tono de broma.

- ¡Oye, no es mala idea! ¿Por qué no vamos a Chicago y nos divertimos un poco? La próxima semana se llevará a cabo el Festival de Jazz de Chicago... ¡Podemos acompañar a Charlie! Está decidido, ¡nos vamos para allá! – declaró Jean con una sonora palmada en el hombro de su amigo.

- ¡Olvídalo! – fue la respuesta del inglés.

- ¿Por qué? Anda, Terence, no me fastidies... No puedes abandonarme esta vez, es una cuestión de vida o muerte, ¡lo juro!

- He escuchado esta historia antes con Claire, Diana, Elizabeth y... Espera, ¿cómo se llamaba esa rubia que quisiste perseguir hasta Virginia? ¡Te recuerdo que tuve que ir por ti porque se te descompuso el motor del auto!

- Pero esta vez es diferente, es que tú no la viste... De lo contrario, estarías de acuerdo conmigo. ¡Estoy seguro!

- ¡Yo no voy a Chicago! ¡Quítate esa idea de la cabeza!

- Anda... ¿qué te cuesta? La temporada teatral...

- ¡He dicho que no! – gritó Terence interrumpiendo la frase de Jean, quien quedó pasmado, pues nunca lo había oído alzar la voz de ese modo.

- Está bien, está bien. ¡No hay necesidad de alterarse tanto! Aunque realmente no entiendo por qué no quieres venir.Parece como si Chicago te asustara.

Terence detuvo el auto de golpe.Habían llegado a su destino, pero antes de bajar, se volvió hacia Jean Paul y clavó sus ojos azules en el rostro de su amigo.

- Escúchame con atención: no quiero saber más de Chicago ni de Candy, ¿vale? Y ahora vamos a almorzar, que nos están esperando.

Dicho esto, salió del auto y caminó con paso decidido hacia la entrada del restaurante. Pero el francés lo detuvo agarrándolo del brazo.

- ¿Cómo sabes su nombre?

- Tú me lo dijiste.

- No, no te lo dije... - afirmó Jean mirándolo serio - La conoces, ¿adiviné?

Desde la noche anterior, al observar la expresión inquieta de Candy cuando mencionó el nombre de Terence Graham, Jean había sospechado que la fuga de su amigo del club ocultaba mucho más que un simple cansancio y se había convencido de que la muchacha tenía algo que ver con eso. Por lo tanto, durante todo el trayecto en coche, había intentadoanalizar las reacciones de Terence a su historia y había tratado de hacerlo confesar, lo que el inglés acababa de hacer sin darse cuenta.

- ¿Entramos? ¡Tengo hambre!

- ¡No, espera!Primero vas a decirme si la conoces o no.

- Sí la conozco, ¿ya estás feliz?

Dicho esto, Terence se liberó del agarre del francés y desapareció dentro del local.

 

*****

Después de la velada en el Cotton Club, al regresar al hotel, Candy enseguida se había retirado a su habitación con una excusa. De hecho, tenía la impresión de que lo sucedido unas horas antes había dejado señales más que evidentes en su rostro y temía que alguien pudiera ver claramente allí toda su turbación.

Había bastado escuchar su nombre y saber que había estado ahí a unos pasos de ella para confundirla y hundirla en un torbellino de emociones. Se preguntaba si él la habría visto, tal vez se había ido por esa razón. Pero si no quería tener nada que ver con ella, ¿por qué le había ofrecido champán? O tal vez simplemente había sido una idea de su amigo, ese Jean Paul. Trató por todos los medios de armar el rompecabezas, pero no podía:faltaban demasiadas piezas y su mente seguía dando vueltas sin poder detenerse. En realidad, se dio cuenta de que quería pensar en él, seguía repasando cada pequeño detalle con el único fin de mantener sus pensamientos enfocados en Terence. Cuando finalmente se dio cuenta de que no serviría de nada seguir torturándose así, empezó a maldecirse, lamentándose amargamente por haber venido a Nueva York.

- Debí haberlo imaginado.Esta ciudad nunca me ha traído suerte. ¿Por qué vine, por qué? – pensaba en voz alta cuando escuchó que tocaban a su puerta, y por una fracción de segundo le cruzó una idea absurda por la mente y, sin darse cuenta, murmuró... "Terry".

- Candy, vine a ver cómo estás. ¿Puedo pasar? – preguntó una voz masculina desde detrás de la puerta.

- Por supuesto, Paul. Entra – respondió ella, tratando de ocultar su decepción mientras se decía que era una tonta.

- ¿Ya ha disminuido tu dolor de cabeza? – le preguntó Paul mientras se acercaba.

- Sí, ya me siento un poco mejor.Debe haber sido el champán. No estoy acostumbrada a esa bebida.

- Claro, el champán... Yo también creo que fue eso – dijo el joven mirándola fijamente, como queriendo convencerse de algo que no creía. De hecho, había notado lo nerviosa que se había puesto Candy luego de ese extraño encuentro en el Cotton Club con aquel chico de origen francés. Le habría gustado saber más, pero no sabía cómo proceder porque cada vez que se encontraba cerca de ella a solas, como en ese momento en esa habitación, sentía cada vez con más claridad cuánto la deseaba, y eso le provocaba una fuerte sensación de celos que lo hacía temblar de pies a cabeza. Por estos motivos, de repente decidió preguntarle quién era el muchacho que les había ofrecido champán.

- No sé quién es, nunca antes lo había visto, pero fue muy amable de su parte invitarnos a brindar, o tal vez simplemente había bebido un poco de más – concluyó Candy con una sonrisa al notar cierta inquietud en las palabras de su amigo.

- En cambio, a Graham sí lo conoces biensi no me equivoco – le preguntó a quemarropa, por lo que Candy se quedó sin aliento un instante.

No tenía ningún deseo de hablar con Paul sobre ese tema.Estaba demasiado conmocionada para poder mantener una conversación tranquila, así que trató de concluir el asunto diciendo que era un actor bastante famoso.

- Ya lo hemos hablado, Paul.Además,¿quién no lo conoce? – exclamó tratando de sonar graciosa.

- Yo, por ejemplo, no tenía la más mínima idea de quién era antes de Macbeth – confesó Paul con franqueza.

- Entonces, deberías ir un poco más seguido al teatro en lugar de pasártela recluido en pabellones de hospital.

- ¡Te prometo que intentaré arreglar eso, pero sólo si tú me acompañas!

- ¿Por qué no? Pero ahora prefiero dormir si no te importa.Mañana tendremos un día bastante ocupado – Candy trató de dar por terminada la conversación, ya que realmente no podía soportar más el interrogatorio.

Con un suave beso en la mano, Paul se despidió muy a su pesar y le deseó buenas noches.

Aunque estaba muy cansada, Candy tuvo dificultades para conciliar el sueño, como era de esperarse. No podía evitar pensar que si el solo hecho deescuchar su nombre tenía ese efecto en ella, ¿qué pasaría si se lo volvía a encontrar? Si se hubieran visto en el Cotton Club, ¿qué habría hecho? ¿Habría podido saludarlo esta vez como a un viejo amigo? Intentó convencerse de que sí, pero sabía que se estaba mintiendo a sí misma. Pudo quedarse dormida únicamente después de tener el valor de admitir que si hubiera sabido dónde encontrarlo, habría corrido hacia él de inmediato.

 

*****

 

El sábado siguiente

Había pasado una semana desde aquella reunión y, como cada sábado, la pandilla de Jean Paul se había reunido en el Cotton Club. Ya era muy tarde cuando Terence entró al lugar. Lo habían retenido un rato en el teatro después del espectáculo, pero no tenía ganas de volver a casa enseguida. Una idea insensatacontinuaba atormentándolo, asomándose en su cabeza: sabía muy bien que ella había regresado a Chicago, pero ¿y si Jean Paul se había equivocado y tal vez ella había vuelto al club esa noche?

Una vez que entró al establecimiento, comenzó a mirar a su alrededor como buscando a alguien, pero ningún "hada" apareció ante sus ojos. En lugar de ello, su amigo francés fue a su encuentro y lo saludó calurosamente.

- Hola, Graham, por fin llegas… ¡Estaba empezando a creer que tus admiradoras te habían tomado como rehén! ¿Qué tal si tocamos juntosal rato?

- Más tarde, tal vez – respondió Terence sin dejar de buscar entre la gente un par de ojos verdes.

Ya no habían vuelto a hablar de Candy, pero Jean Paul se moría de curiosidad por saber más. Se sentaron en la barra del bar y pidieron bebidas. Ya era muy tarde y el lugar empezaba a vaciarse poco a poco. Isabel, que lo había estado esperando toda la noche, se acercó, se paró detrás de él y le rodeó el cuello con los brazos.

- ¿Qué horas son estas de llegar, Graham? – lo regañó sin demasiada convicción para luego decirle que tendríaque compensarla mientras le acariciaba la mejilla con los labios.

Terence giró un poco el rostro y le sonrió al tiempo que encendía un cigarrillo. Isabel habría continuado con sus avances de buena gana si Jean Paul no hubiera intervenido y arruinado sus planes.

- Olvídalo, Isy. Terence y yo tenemos que hablar. ¿Por qué no vas a otro lado a menear ese fantástico trasero que tienes?

- ¡Jean, eres el mismo grosero de siempre! – exclamó la chica alejándose.

- ¿De qué tenemos que hablar? – le preguntó Terence a su amigo.

- ¡Sobre esto! – exclamó el francés poniendo una revista médica delante de la nariz de Terence.

- ¿Qué es esto? ¿Para qué tengo que verla? ¡Disfruto de una salud excelente!

- No lo creo. Estoy seguro de que estás enfermo y lo peor es que te empeñas en hacer como que no pasa nada. No me veas así, te lo demostraré enseguida... Ve a la página 18... adelante.

Terence entendió a dónde quería llegar su amigo cuando en la página indicadavio una fotografía que lo golpeó como un disparo en el pecho: estaba retratado el equipo médico dirigido por el Dr. Paul Benjamin Carver, dedicado a importantes investigaciones sobre los grupos sanguíneos, del cual formaba parte la enfermera Candice White Ardlay, que aparecía sonriente a su derecha. La semana anterior, el Dr. Carver y sus colegas habían recibido un premio por su trabajo, y era por eso que habían viajado a Nueva York.

- Creí haber sido claro cuando te dije que no quiero hablar de ella. ¿Qué es lo que no entendiste, Jean?

- Ya te estás alterando, ¿no lo ves? ¡Y ese es un síntoma claro de tu enfermedad!

- Entonces, dígame, doctor, ¿qué enfermedad es esa que padezco? – preguntó Terence con sarcasmo.

- El diagnóstico es sencillo, ¡mal de amores! Sin embargo, el tratamiento que tengo que prescribirlees definitivamente más complicado.

- ¡Basta, Jean! ¡En verdad me tienes harto con esta historia!

- Observala foto. ¿No ves cómo la mira? ¡Ese te la está robando en tus narices y tú estás aquí sentado de brazos cruzados! No tiene sentido que sigas negándolo. Desde que te conocí, a pesar de todas las mujeres que te rodean y que harían cualquier cosa por salir contigo, ¡no te he visto interesarte por conocer mejor a ninguna! Ni siquiera a Isabel que, aquí entre nos, es impresionantemente hermosa y en cuanto te ve se lanza sobre ti sin reparo alguno.Nunca has mostrado un interés por ella que fuera más allá de ser amable. Y el sábado pasado finalmente entendí por qué.

- Y ¿cuál sería la causa?Tengo curiosidad.

- ¡Candy! ¡Estás irremediable y desesperadamente enamorado de ella, completamente enamorado!

- ¡Te equivocas!

- ¡No, Terence, no me equivoco!

- ¡Que sí!

- ¡Qué testarudo eres, maldita sea! Entonces,demuéstramelo.¡Adelante! Isabel te está esperando – lo provocó Jean señalando a la rubia con un movimiento de cabeza.

Terence volteó y vio a Isabel apoyada en el piano.Ella estaba mirando en su dirección y realmente parecía que lo estaba esperando. Después de lanzarle una mirada desafiante a Jean, se levantó del taburete y, luego de ponerse el abrigo, se dirigió hacia la salida. Se detuvo a unos pasos de la joven, que de inmediatolo alcanzó.

- Te llevo a casa si quieres – le dijo y salieron juntos del club.

Se subieron al coche de Terence y se dirigieron hacia Soho, donde vivía Isabel. Durante el recorrido hablaron de todo y de nada,en especial de sus respectivos compromisos laborales. La muchachatenía en puerta un viaje a París, donde la había solicitado la casa de moda de Elsa Schiaparelli. Terence, por su parte, estaba a punto de finalizar la temporada teatral en Broadway antes de las vacaciones de verano.

- ¿Entonces, puedo esperar verte más a menudo? ¿Te quedarás en Nueva York todo el verano?

- No lo sé todavía... Probablemente.

- En julio pienso ir a Florida a ver a unos amigos, gente divertida... Si quieres...

- No lo creo, pero... gracias por la invitación – respondió Terence con una media sonrisa, deteniendo el auto afuera de la casa de Isabel.

- Jamás había conocido a un chico como tú. ¡Realmente eres un misterio!

- ¿Eso crees?

- Lo siento... pero es que eres el actor más famoso de Estados Unidos, ahora probablemente también de Europa, y no se sabe absolutamente nada sobre tu vida privada. Además, según lo que cuenta Jean, ¡hasta hace poco llevabas una vida de monje!

Terence sonrió sin imaginarse lo que provocaba en Isabel cada vez que veía su rostro iluminarse, aunque fuera por un breve instante.

- Simplemente porque no hay nada que saber.

- Entonces, ¿por qué no les damos a los periodistas algo interesante de que hablar? ¿Qué tal si subes a mi apartamento? Podemos tomar algo... - le susurró la joven con voz persuasiva, acariciándole un hombro con la mano.

Desde que detuvo el coche, Terence empezó a preguntarse qué hacía allí, si estaba haciendo lo correcto o si tenía razón su amigo francés, cuyo diagnóstico, debía admitir, no era del todo erróneo. Y si esta fuera realmente su enfermedad, ¿podría Isabel ser la cura? No, definitivamente no. Sin embargo, representaba un potente anestésico que aliviaría su doloraunque fuera sólo por unas horas.

Sin mucha convicción hizo un último intento por no ceder, diciéndole que ya había bebido lo suficiente esa noche, pero Isabel no parecía dispuesta a renunciar a su presa. Llevaba meses esperando ese momento, desde que lo había visto por primera vez en una fiesta en casa de Jean Paul. Por supuesto que sabía quién era Terence Graham; los periódicos estaban llenos de artículos más que halagadores sobre sus habilidades histriónicas, pero tras la muerte prematura de su novia, no se había relacionado a aquel joven talento con ninguna otra mujer. La noche que lo conoció, Isabel había quedado literalmente hechizada desde el primer momento en que sus ojos se encontraron: Terence tenía la mirada triste de un cachorro herido y abandonado, lo que había despertado en ella el deseo inmediato de consolarlo, pero él no dejaba que se le acercaran fácilmente. Habían pasado varios meses en los que Isabel no lo había perdido de vista, y cada vez que el grupo de Jean Paul se reunía, ella aprovechaba la oportunidad paraintentar acercarse al guapo actor. Ahora Terence ya no parecía un cachorro perdido; la gira por Estados Unidos, de la que había sido protagonista, había ido muy bien, salvo por aquel extraño episodio en Chicago, y el gran éxito obtenido lo había revitalizado. Así que,desde que había vuelto a Nueva York, su mirada parecía más luminosa y segura, al menos hasta aquel encuentro en el Cotton Club el sábado anterior.

Isabel no había pasado por alto la nueva inquietud que reflejaban los ojos de Terence, y temía que dependiera precisamente de esa chica que Jean le había descrito con gran detalle en el club. Estaba segura de que Terence la conocía y de que por eso se había ido tan de repente esa noche. Le había preguntado a Jean si sabía algo al respecto, pero él había negado que existiera alguna relación entre ellos. Según él, no se conocían de nada. En cualquier caso, aunque hubiera otra mujer en la vida del actor, él en ese momento estaba ahí con ella y ella no tenía intención de dejarlo escapar. Después de todo, había sido Terence quien le había propuesto llevarla a casa, y eso era más que suficiente para ella.

- Si no quieres un trago… podemos hacer otra cosa – le susurró ella acercando peligrosamente los labios a su oído, con lo que consiguió arrancarle un suspiro.

- No creo que sea conveniente, Isabel.Sólo te haría daño, créeme – le dijo alejándose un poco.

Pero ella, extendiendo una mano sobre su pierna, le respondió:

- Eso déjame decidirlo a mí.

Terence vaciló un poco, y luego le dijo:

- Vamos.

 

Domingo por la mañana

A la mañana siguiente, Terence se despertó sobresaltado al escuchar golpes en la puerta de su apartamento. Se levantó de un salto de la cama y sólo entonces se dio cuenta de que aún llevaba puesta la ropa de la noche anterior, además de que tenía un terrible dolor de cabeza.

- ¡Ya voy! - gritó, sintiendo las sienes palpitar a causa del sonido de su propia voz.

- Entonces, sí estás aquí... Dios mío, Graham, ¿pero qué te pasó? ¡Estás hecho un desastre!

- Por favor, Jean, no grites.Creo que bebí demasiado anoche... Pero ¿qué haces aquí?

- ¿Cómo que qué hago aquí? ¿No teníamos planeado un paseo a caballo esta mañana? ¡No me digas que lo olvidaste!Fuiste tú quien insistió.

- Perdóname, Jean, pero no creo que hoy sea capaz de montar a caballo... - dicho esto, corrió al baño y reapareció media hora después, con el pelo empapado y blanco como una sábana.

El francés le preguntó si se encontraba bien y Terence le respondió que ya estaba un poco mejor antes de tirarse en el sofá.

- ¿Qué hiciste? ¡No me digas que fue Isabel quien te dejó así! – exclamó Jean riéndose y burlándose un poco de él.

Terence permaneció en silencio con una mano sobre los ojos.

- Se divirtieron anoche,¿o me equivoco?

- Sólo me ofreció un trago...

- Ya lo veo. ¡Isy definitivamente es una chica ingeniosa y muy generosa! Y tú pensaste que estarías mejor y en realidad estás peor que antes, ¿no es así?

- Si vas a sermonearme, puedes irte. ¡No lo necesito! – exclamó Terence molesto.

- De hecho, necesitas otra cosa.

- Jean, no empieces de nuevo... ¡Ten piedad de mí!

- Voy a ser despiadado, ¿y sabes por qué? Porque soy tu amigo y cuando yoestuve en problemas, tú no dudaste en ayudarme. ¡Ahora deja que yo te ayude! No me gusta nada verte así...

- Es sólo una resaca.

- Eso no es cierto… ¡y tú lo sabes bien!

Terence se incorporó y se quedó sentado con los codos sobre las rodillas y la cabeza entre las manos. La habitación daba vueltas a su alrededor y no podía mirar a Jean porque la luz le lastimaba los ojos. De pronto, sintió un nudo en la garganta y dejó escapar un profundo suspiro antes de decirle a su amigo que no podía hacer nada por él, que no podía ayudarlo, ¡que nadie podía!

- ¡Te equivocas, Terence!¡Ella puede ayudarte! ¿Por qué no intentas contactarla?

- ¡Estás loco!

- ¿Por qué? Eres libre y ella también... Lo sé, lo sé, está ese doctorcito rondándola, pero estoy seguro de que si tú...

- ¡Ya basta, basta! No pienso escucharte más – gritó Terence tapándose los oídos – ¡No sabes nada de nosotros!¡No puedes entender!

- Dijiste “nosotros”... Entonces, hubo un nosotros – comentó Jean asombrado.

- Así es… ¡lo hubo, pero arruiné todo y la perdí para siempre! Le hice demasiado daño y ahora no tengo ningún derecho de acercarme a ella. No puedo y, sobre todo, no debo.

- Dime la verdad, ¿el accidente de Susanna Marlowe tiene algo que ver con esta historia?

Terence asintió, pasándose una mano por el cabello todavía húmedo.Luego levantó el rostro yle mostróa su amigo sin avergonzarse sus ojos azules a punto de desbordarse.

- Terence… - murmuró Jean Paul, sinceramente afligido por ver a su amigo en ese estado - ¿Por qué no me cuentas qué sucedió?

Hubo una larga pausa durante la cual Terence estuvo tratando de reorganizar sus pensamientos. El recuerdo de aquel encuentro después de Macbeth le traspasaba el corazón constantemente; lo sentía sangrar.

- La vi en Chicago… Dejémoslo así – fueron las únicas palabras que logró pronunciar.



Capítulo ocho

 



Terence y Isabel

 

Nueva York

marzo de 1922

 

 

Esa noche toda la alta sociedad neoyorquina estaba presente en lo que se había denominado como el evento del año. Una gran recepción en la que, con la excusa de divertirse, en realidad se cerrarían los negocios más importantes. La dinámica era la siguiente: mientras las damas pasaban tiempo intercambiando confidencias e indirectas, los maridos hablaban de finanzas y economía mundial más que si hubieran estado en Wall Street.

Al evento también se había invitado a las personas más destacadas del mundo del espectáculo: músicos, bailarines, actores. Extrañamente, Terence Graham también había aceptadola invitación y, para sorpresa de la joven, le había pedido a Isabel Adams que lo acompañara.

Su llegada al Hotel Waldorf-Astoria causó furor entre los fotógrafos y periodistas que, aglomerados frente a la entrada, esperaban con ansias la aparición de las celebridades.

La modelo estadounidense estaba encantada de mostrarse en todo su esplendor del brazo de la estrella de Broadway. De hecho, el actor era uno de los invitados más esperados debido al escándalo que había ocasionado dos meses antes en Chicago.Además, se había corrido la voz de una posible relación con una mujer cuya identidad aún no se conocía. Por lo tanto, cuando se bajaron del Rolls Royce en el que habían llegado al Astoria, fueron literalmente atacados por flashes. Isabel se sorprendió al constatar que Terence no tenía prisa por huir de la curiosidad de los periodistas; por el contrario, parecía querer asegurarse de que al día siguiente todos los principales periódicos publicaran una hermosa foto de Graham con la magnífica Isabel Adams en laprimera plana. Hasta se detuvo para firmar algunos autógrafos antes de entrar a la recepción.

Se sirvió una fastuosa cena a más de quinientos invitados repartidos en varias mesas ricamente decoradas con arreglos florales de todo tipo. En la mesa de los artistas, donde Terence se había sentado con Isabel, también estaban presentes Karen Kleiss y Jean Paul, a quien el inglés le había conseguido una invitación.

Isabel y Karen no tuvieron demasiados problemas para entrar en confianza de inmediato, y durante toda la cena continuaron hablando de ropa, peinados a la moda y joyas, mientras que tanto Terence como Jean Paul no veían la hora de que terminara ese martirio.

- Terence, la próxima vez que te pida que me consigas una invitación para una fiesta de este tipo, ¡no te esfuerces mucho en lograrlo! – exclamó Jean Paul mientras seguía mirando a su alrededor en busca de algo divertido.

- Jean, me sorprende de ti, siempre tan lleno de ideas... ¿Cómo es posible que tú no encuentres la manera de amenizar la velada? – le preguntó Terence, burlándose un poco de él.

- Tengo una idea, pero no sé si... - se acercó al oído del inglés para preguntarle en voz baja si podía invitar a Karen a bailar, ya que la orquesta recién había empezado a tocar - No corro el riesgo de recibir un puñetazo de algún novio celoso presente en el salón, ¿verdad?

- No te preocupes por eso, Jean… ¡Además, yo estoy aquí para defenderte! – exclamó Terence divertido.

Al ver a Karen y Jean Paul dirigirse hacia el centro del salón, donde algunas parejas habían abierto el baile, Isabel no perdió el tiempo y le pidió a Terence que la sacara a bailar, pero cuando se levantaban de la mesa, una figura familiar captó la mirada del guapo actor.

Unas mesas más adelante, a la izquierda, había un hombre de pie. Como estaba de espaldas, Terence no podía ver su rostro, pero estaba casi seguro de quién era.

- Disculpa un momento, Isabel.Tengo que saludar a alguien – le dijo sin mirarla y se fue a paso veloz hacia el hombre que estaba de espaldas. La modelo se sentó de nuevo porque no le dio tiempo de reaccionar yseguirlo.

Conforme se acercaba, Terence se convencía cada vez más de estar en lo cierto respecto a la identidad del hombre, y una leve sonrisa iluminó su rostro hasta que se encontró justo detrás de él.

- Si tengo que pelear esta noche, ¿todavía podré contar contigo?

El hombre que estaba hablando con una mujer sentada a la mesa se calló de golpe, pues reconoció de inmediato la voz que acababa de escuchar. Se dio la vuelta incrédulo.

- Terence, no lo puedo creer... ¿En verdad eres tú?

- En verdad soy yo, Albert. ¡Qué placer verte!

Y sin hacer demasiado caso a las buenas costumbres que exigían un elegante apretón de manos entre dos caballeros, dado que ya no eran unos jovencitos, se abrazaron sonriendo divertidos.

- ¡Ha pasado mucho tiempo!

- Y definitivamente has cambiado, Albert. ¡Jamás habría pensado que fuera posible encontrarte en una recepción como esta!

- ¡Pues yo podría decir lo mismo de ti, querido!

Los dos volvieron a estallar en carcajadas como cuando se reunían en el zoológico de Londres, lo que llamó la atención de los presentes, que se preguntaban qué podrían tener en común el patriarca de la familia de banqueros más famosa de Chicago y el primer actor de la Compañía Stratford.

 


William Albert Ardlay


- ¿No me presentarás a tu amigo? – preguntó amablemente una voz femenina.

- No finjas que no lo conoces.¡Sé que eres una gran admiradora suya! – exclamó Albert poniendo los ojos en blanco, y luego continuó volviéndose hacia Terence – Tengo el placer de presentarte a mi novia, Jasmine Rodríguez.

Terence se volteó hacia la joveny le mostró su increíble sonrisa.

– ¡El placer es mío, Jasmine! – le dijo antes de besar la mano que le había tendido.

- ¡Así que todavía quedan caballeros! – exclamó divertida pero también halagada por el gesto del actor.

Era una lindísima chica de cabello negro y ojos igualmente oscuros, profundos e inteligentes. Le sonrió de una manera que aTerencele pareció extremadamente sincera, al igual que el tono de su voz, y pensó que era la mujer adecuada para Albert.

Hubo un momento de silencio en el que Terence barrió con la mirada la mesa detrás de Albert, quien notó el gesto, en particular la sombra de decepción que apareció en el rostro de su amigo. No, ella no estaba ahí.

- ¿Por qué no te sientas con nosotros?

- Gracias, Albert, pero estoy con unos amigos y...

- ¡No puede irse sin antes concedermepor lo menos un baile!Le aseguro que mi novio no es celoso.

Terence se quedó muy sorprendido por la petición de la señorita Rodríguez, pero al ver que Albert sonreía divertido, accedió de buen grado a cumplir su deseo.

- Creo que soy la chica más envidiada de Estados Unidos en este momento... ¡Después de su novia, claro está!

- ¿Mi novia? No tengo novia.

- ¿Ah, no? Habría jurado que esa espléndida joven con la que llegó no era sólo una amiga.

Terence sonrió ligeramente.

- ¿Se refiere a Isabel...a Isabel Adams? Es una chica espléndida sin duda, pero no es mi novia.

- A juzgar por la forma en que nos mira, ¡creo que le gustaría serlo!

Terence volvió a sonreír.

- Me alegra hacerlo sonreír, sobre todo porque no creo que lo haga a menudo, ¿o me equivoco?

- ¿Por qué piensa eso?

- Sus ojos no sonríen - respondió Jasmine mirándolo fijamente -. ¿Podemos tutearnos, Terence?

- Por supuesto.

- ¿Hace cuánto que conoces a Albert?

- Desde hace muchos años. Yo era un adolescente revoltoso cuando iba al colegio en Londres, y Albert me sacó de apuros más de una vez – confesó Terence.

- ¿Estudiaste en Londres?

- Sí. ¿Tú también estuviste prisionera en el infame Real Colegio San Pablo?

- Oh, no, yo no… La hija adoptiva de Albert estudió allí, y creo que tiene más o menos tu edad. ¿La conoces?

- Sí, la conozco – respondió Terence después de un instante de vacilación que no pasó inadvertido por la bella Jasmine.

En ese momento terminó la música y los dos regresaron juntos a la mesa con Albert.

- ¿Sabías que Terence baila mucho mejor que tú?

- ¡Podría haberlo jurado! – bromeó el rubio.

- Ahora realmente tengo que despedirme...

- ¿Por qué no vienes a cenar con nosotros mañana por la noche? Si no tienes otros compromisos, nos daría mucho gusto. ¿No es así,Albert? – propuso Jasmine, quien parecía no tener la menor intención de dejar ir al joven actor.

- ¡Me parece una gran idea! – confirmó el novio.

Terence no tenía otros compromisos y, aun si los hubiera tenido... aceptó con gusto la invitación.

 

- ¿Pero dónde te habías metido? – le preguntó Jean Paul al verlo regresar a su mesa después de más de una hora.

- Discúlpenme, me encontré a un viejo amigo al que hacía muchos años que no veía y perdí la noción del tiempo. ¿Quieres bailar, Isabel?

La modelo aceptó a pesar de que estaba realmente enojada con él, y no tardó en señalárselo.

- ¿Te encontraste a un amigo o a una amiga? – le preguntó con molestia, algo que Terence no soportaba,por lo que le lanzó una mirada asesina y siguió bailando sin responder.

Pero Isabel no dejaba que nadie la intimidara, ni siquiera él.

- ¡Te hice una pregunta!

- Como es una pregunta estúpida, no merece respuesta.

- ¿Qué?

- Escucha, esta fiesta ha resultado un verdadero fastidio.Por favor, no lo seas tú también.

 

Al otro lado del salón, dos ojos oscuros y profundos estaban concentrados en observar a la pareja que bailaba, o mejor dicho, discutía.

- ¡Tu amigo es un tipo realmente interesante!

- Si no confiara ciegamente en Terence, podría empezar a sentir celos.

- Vamos, no seas tonto… ¿No crees que deberíamos hacer algo?

- ¿Qué podemos hacer? No son dos niños.

- Creo que deberíamos encontrar la manera de hacer que hablen. Es evidente que ninguno de los dos es feliz.

- ¿Por eso lo invitaste a cenar?

- ¡También!

- ¿Y por qué otra razón?

- ¡Para ponerte celoso, por supuesto!

 

- ¡Quizá sea mejor irnos! – exclamó Terence algo molesto por la actitud de Isabel.

- Yo también lo creo – respondió ella, encaminándose decidida hacia la salida.

- ¿Pero qué les pasó a esos dos? – le preguntó Karen a Jean Paul, quien se encogió de hombros sin saber qué responder.

En cuanto trajeron el coche de Terence, el conductor se dirigió hacia Soho. Al llegara la casa de Isabel, Terence se bajó y le abrió la puerta a la muchacha; luego la acompañó hasta la puerta de su edificio.

- ¿Quieres subir? – le preguntó Isabel, pues, aunque todavía estaba enojada con él, no quería separarse de él en ese momento por ningún motivo.

- No.

- Pensé que pasaríamos la noche juntos, pero, en lugar de eso, desapareciste.

- Ya sabes cómo son estas fiestas, siempre hay mucha gente... Te compensaré, ¿vale? – le dijo con esa voz persuasiva a la que ella no podía resistirse.

- Hazlo ahora... quédate conmigo... - le susurró al oído, deslizando la mano bajo su chaqueta y acercando peligrosamente los labios a su cuello.

- Isabel, por favor… es muy tarde. Te veré mañana. Ese amigo mío me invitó a cenar a su casa. ¿Te gustaría acompañarme?

- Sólo si tu oferta incluye también el resto de la noche – respondió Isabel sin dejar de besarlo en la cara, alrededor de los labios.

- Ya veremos... - murmuró Terence antes de avasallarla con un beso contundente - ¡Buenas noches!

Isabel, suspirando, lo vio bajar lentamente las escaleras y desaparecer dentro del Rolls. Aún embriagada por el sabor que él le había dejado en la boca, consciente de estar totalmente en su poder, se preguntó si algún día sería capaz de conquistarlo por completo. De hecho, estaba segura de que el corazón de Terence todavía era un mundo desconocido para ella y no sabía si algún día tendría acceso a él. ¿Pero qué le impedía abrirse y dejarse llevar? Le gustaba a Terence, no tenía dudas de ello, ya se lo había demostrado más de una vez aunque sólo en una ocasión se había permitido ir más allá. Sí, tal vez había bebido demasiado esa noche, Isabel lo sabía y… había sido ella misma quien lo había tentado y había aprovechado el momento. Desde entonces, no había vuelto a suceder a pesar de que ella lo había intentado por todos los medios, como esa noche. Lo había invitado varias veces a subir a su apartamento. Él había aceptado, pero no había vuelto a tomar una gota de alcohol. Le había explicado que en el pasado había sido adicto al alcohol durante un periodo y que no podía darse el lujo de recaer.

 

De regreso en su apartamento, Terence no pudo evitar pensar en lo que Jasmine le había dicho:

 

“Sus ojos no sonríen”.

 

Tenía la impresión de que esa chica sabía mucho sobre él y tal vez también sobre ella. Seguramente la conocía, siendo la novia de Albert, debía haberla conocido, quién sabe si hasta habían hablado de Londres. Eso lo había empujado a aceptar la invitación a cenar, aunque ahora la idea lo asustaba. Le había dado mucho gusto ver a Albert de nuevo, se había dado cuenta en ese momento de cuánta falta le había hecho ese entrañable amigo. Cuando Susannahabía muerto, Albert le había enviado un telegrama, unas cuantas palabras que habían tenido el mismo efecto tranquilizador que un hombro sobre el que llorar: "Estoy contigo, amigo mío". Ella, en cambio… nada.

 

Lo estoy intentando, lo juro, lo estoy intentando... pero todos los días fracaso miserablemente. No puedo evitar pensar en ti cuando estoy solo. ¡Eres una presencia constante todavía, aun después de lo que vi con mis propios ojos en Chicago! Quisiera odiarte, pero sigo buscándote en mis recuerdos más bellos; los únicos que tengo son los que compartí contigo. Es una tortura diaria la que me impongo, pero sigo buscándote desesperadamente en mis recuerdos porque ahora son lo único que me une a ti, y yo no puedo, no puedo dejarte ir... No debí haberlo hecho esa noche, no debía haberlo hecho nunca... ¡Sólo estaba tratando de protegerte!

Mañana volveré a ver a Albert. ¿Tendré el valor de preguntarle por ti? Quién sabe qué piensa él de todo lo que nos pasó... Pensará que fui un cobarde.Él jamás se habría comportado así, ¡estoy seguro!

¿Qué queda de nosotros... mi amor? Todo lo que vivimos juntos... ¿dónde está? El recuerdo es tan dulce, lo necesito… más… y más… y más. Quiero tus ojos ahora... aquí. ¿Soy egoísta? Sí, lo soy... ¡pero sin ti no vivo!

 

Terence se quedó dormido por enésima vez agotado por el recuerdo de ella.

Sin embargo, cada mañana se convencía de que debía pasar la página. Salir con Isabel era la mejor de las ilusiones que se podía hacer; era tan hermosa y apasionada. Al día siguiente, sus fotos juntos saldrían en todos los periódicos. ¿Era eso lo que quería?

 

*****

 


Albert y Jasmine


- Encantada de verte de nuevo, Terence.

- Buenas noches, Jasmine, y gracias otra vez por la invitación. Te presento a Isabel, Isabel Adams.

- Bienvenida.

- Y este es mi amigo Albert.

- Creo que le debo una disculpa, señorita Adams, por lo de anoche.Acaparé a Terence, pero en mi defensa puedo decir que hace mucho que no nos veíamos.

- No se preocupe, no se puede esperar exclusividad con Terence, lo sé bien.

 

Durante la cena se habló principalmente de teatro, un tema que parecía fascinar enormemente a Jasmine, quien llenó de preguntas a Terence sobre los personajes que había interpretado y cómo se preparaba para afrontar textos desafiantes como los de Shakespeare. Terence satisfizo su curiosidad de muy buena gana: hablar de su trabajo era lo que lo hacía sentirse más a gusto. En realidad, ese era precisamente el objetivo de la señorita Rodríguez: quería entrar en confianza con él porque tenía algo muy importante que decirle.

Pero Terence también quería saber cosas sobre ella, a qué se dedicaba y, sobre todo, cómo había conocido a Albert.

Jasmine le contó que trabajaba para una organización de beneficiencia internacional que operaba principalmente en América del Sur, y que había sido precisamente por eso que había conocido a Albert. Él viajaba a menudo a Brasil para estar al pendiente de sus inversiones y se habían conocido durante una recepción. Al principio, su relación había sido exclusivamente laboral, porque Albert le había propuesto financiar algunas actividades benéficas, pero al cabo de un tiempo las cosas habían cambiado.

- Entonces, estar al mando de un imperio financiero también tiene sus ventajas, ¿no es así, señor Ardlay? – bromeó Terence, burlándose de su amigo – ¡Y pensar que cuando nos conocimos parecías un vagabundo sin patria! – continuó riendo.

- Yo no sería tan insolente si fuera tú.¡Podría contar lo que hacías cuando nos conocimos! – comentó Albert con aire amenazador.

- ¿Por qué? ¿Qué hacía Terence? – preguntó Isabel con mucha curiosidad por saber algo del pasado de aquel chico cuyo presente apenas conocía.

- Oh, bueno, en realidad no hacía gran cosa. ¡Estaba encerrado en un internado en Londres!

- ¿Tú encerrado en un internado? ¡No te imagino en un lugar así! – comentó Isabel divertida.

- De hecho, no pasaba mucho tiempo ahí dentro... Fue durante una de mis escapadas nocturnas que conocí a Albert.

- ¿Y hace cuánto tiempo que no se veían? – intervino de pronto Jasmine, mirando a Terence a los ojos.

Terence desvió la mirada y luego respondió que hacía más o menos seis años. De hecho, su último encuentro se remontaba a la época en la que había dejado la compañía de teatro y se había hundido en el abismo del alcohol: había sido en Rockstown, pero eso nunca se lo revelaría a nadie.

- ¿Y por qué no se habían vuelto a ver? Se habían hecho muy buenos amigos, ¿no? – continuó Jazmín.

- Albert se fue a África y yo después de un tiempo me vine a Estados Unidos, y así...

- ¿Te mudaste a Estados Unidos para convertirte en actor?

- Sí, Jasmine… para convertirme en actor.

- ¡Se puede decir que la hiciste en grande, amigo mío!

 

Después de cenar se trasladaron a una pequeña sala para escuchar algo de música. Terence de repente se sintió extrañamente nervioso, como si algo fuera a pasar en cualquier momento. Encendió un cigarrillo.

- ¿No lo habías dejado? – le señaló Albert, y él lo miró asintiendo y apretando los labios.

- Voy a la terraza, no quiero que el humo moleste a las damas.

- Te hago compañía.

Hacía bastante frío, pero la terraza estaba protegida por un ventanal exterior que la hacía acogedora incluso en pleno invierno. Fue así que los dos amigos se encontraron solos.

Las noches en Nueva York nunca eran demasiado silenciosas y, aunque Villa Ardlay estaba situada en una zona que estaba más bien en la periferia, los sonidos de la ciudad se oían claramente. Se escuchaban en particular las sirenas de los barcos que entraban y salían del puerto, con su largo lamento que se perdía en el océano.

Terence dejó escapar un profundo suspiro luego de inhalar el humo de su cigarrillo, tratando de expulsar el peso que sentía en el pecho y que con frecuencia lo oprimía como hacía justo en ese momento. Habría querido gritar como esos barcos que salían del puerto. En vez de eso, intentó decir algo para evitar que Albert se diera cuenta de cómo se sentía.

- Te felicito. Jasmine es una chica encantadora, además de muy inteligente, por lo que he visto, y… muy afortunada.

- ¡Gracias, Terence!También yo lo soy por haberla conocido.

Silencio de nuevo.

Los dos jóvenes estaban sentados muy juntos en un pequeño sofá de jardín y mientras Terence hacía girar su cigarrillo entre los dedos, Albert lo observaba de reojo. Quería hacerle una pregunta, pero al mismo tiempo no quería hacerle pasar un mal rato reabriendo heridas dolorosas que tal vez ya habían cicatrizado. Le había parecido que estaba tranquilo, y el hecho de que hubiera ido a la cena con Isabel le hacía creer que tal vez había superado la muerte de Susanna y todo lo que la había precedido. Sin embargo, no estaba seguro de ello, y lo que le había dicho Jasmine, que Terence no era feliz, le parecía muy probable ahora que estaba sentado a su lado. Habían pasado muchos años desde que se habían conocidocuando Terence era sólo un jovencito, pero Albert recordaba bien lo lleno de vida que estaba en esa época a pesar de toda su historia. Ahora, en cambio,podía ver que una profunda melancolía se asomabapor instantes a través de su aparente serenidad, y eso no le agradaba en absoluto, por lo que intentó hacerlo hablar.

- ¿Y tú cómo estás, Terence?

El joven apagó el cigarrillo que ya se había terminado y luego volteó hacia su amigo, pasándose una mano por la nuca.

- Bien, ¿no se ve? – dijo irónicamente.

- ¿Qué pasó en Chicago?

- ¿Por qué me lo preguntas? Debes saberlo. Los periódicos hablaron bastante del asunto si no me equivoco.

- No confío mucho en lo que dicen los periódicos.Preferiría escuchar tu versión si no te molesta.

- ¡En Chicago armé un lío, un desastre de los que acostumbro, uno de tantos! – exclamó Terence, dejándose caer sobre el respaldo, con la mirada perdida en la oscuridad.

- Fui a buscarte al día siguiente a tu hotel, pero ya te habías ido.

Terence sintió que se le helaba la sangre.Habría querido preguntarle si ella también había ido, pero tuvo miedo de que le dijera que no, y para ocultar su turbación se puso su habitual máscara de arrogancia.

- ¿Y qué fuiste a hacer? ¿A consolarme tal vez? – preguntó en tono despectivo.

- No te pongas así, por favor... - Albert hizo una pausa, pues sabía que continuar era muy arriesgado, no quería lastimarlo, pero tampoco podía fingir con él, lo quería demasiado - Acompañé a alguien.

Terence se levantó de golpe, como para esquivar un disparo. Demasiado tarde.

- ¿Por qué me dices esto, Albert? – preguntó, intentando una vez más ocultar lo que le destrozaba el alma.

- ¡Porque es justo que lo sepas! Ella quería hablar contigo...

- ¡Quería hablar conmigo! ¿Y de qué? – casi gritó Terence.

- Eso no puedo decírtelo yo.

- ¡Tal vez quería contarme lo bien que le va con su novio!

- ¿Qué novio?

- ¡Su amigo médico, ese con el que tuvo a bien ir a saludarme al teatro!

- No es lo que crees, Terence...

- Escúchame, Albert, puedo entender que ella ya no quiera tener nada que ver conmigo y que me haya olvidado, después de lo que le hice no la culpo, pero ¿por qué humillarme de ese modo?

- Terence, ¿pero qué estás diciendo? ¡Candy no te ha olvidado! Esa noche a Paul se le ocurrió sorprenderla. Él no sabía nada de ustedes y ella se encontró en esa situación sin quererlo, créeme. Cuando se enteró de lo que habías hecho en el hotel, se alteró mucho y quiso ir a explicarte.Estaba segura de que había sido culpa suya.

- ¿Qué me tenía que explicar? Todo me pareció demasiado claro. ¡La presentó como su novia!

- No es cierto, Terence, no están juntos… Trabajan juntos y es probable que él se haya enamorado de ella, pero solamente han salido un par de veces.

Terence volvió a sentarse. ¿Había entendidobien? ¿No eran novios?

- Creo que Candy te ha esperado todos estos años sin darse cuenta. Nunca dejó de amarte y cuando Susanna... Esperaba aunque fuera sólo poder volver a verte, esperaba que la contactaras de alguna manera.

- ¿Ella te dijo eso?

- Sí.

- ¿Con qué carahabría podido acercarme... después de todo el daño que le hice? Nunca podrá perdonarme y yo tampoco. La perdí para siempre.

- ¡Te equivocas, no es así! Todo lo que vivieron juntos sigue ahí, ¡estoy seguro!

Terence miró a su amigo directamente a los ojos en busca de un apoyo para no hundirse ante el recuerdo de su amor.

- ¿Todo bien aquí afuera? ¿No se están congelando?

- Ya vamos, Jasmine – respondió Albert, pero Terence ya se había levantado con la intención de interrumpir la conversación.

- Es mejor que entremos, Albert.

- ¡Prométeme que pensarás en lo que te dije!

Pero Terence norespondió y entró a la casa con la mirada baja.

Un lánguido vals sonaba en la habitación. En cuanto Isabel lo vio, fue a su encuentro, lo abrazó y lo invitó a bailar. Albert y su novia hicieron lo mismo.

- Terence tiene una cara… ¿Qué le dijiste Albert?

- Lo que tenía que saber, mas no sé si eso será suficiente. Piensa que Candy lo ha olvidado y,además, siente que no tiene derecho a buscarla de nuevo. Esa es la situación en pocas palabras. Si tan sólo Candy estuviera aquí y pudieran hablar.

- Podrías convencerla de que le escriba.

- No lo hará... pero, pensándolo bien, es como si ya lo hubiera hecho. Se me ocurre una idea, una gran idea – exclamó Albert sonriendo para símientras Jasmine lo miraba sin entender de qué hablaba.

Antes de dar por terminada la velada, las dos damas intercambiaron caballeros y, pese a que Albert bromeaba diciéndole a Graham que mantuviera las manos quietas, las sospechas de Isabel se acrecentaban, dado quehabía notadoenseguida que Terence había vuelto con el rostro descompuesto trasla larga conversación en la terraza.

- ¿Funcionó? – le preguntó Jasmine en cuanto comenzó a bailar con él.

- ¿Qué?

- La máscara que te pusiste cuando volvieron de la terraza.

- Tengo la impresión de que sabes muchas cosas de mí, ¿me equivoco?

- No de ti, pero sí de ti y Candy. Me contó muchas cosas sobre ustedes dos y su historia.Lo necesitaba después de su encuentro en Chicago.

- Ahora entiendo. Albert y tú no están aquí por casualidad. ¿Acaso los envió ella? – le preguntó Terence algo molesto.

- Si fuera tú, dejaría mi orgullo a un lado y trataría de entender realmente cómo están las cosas, en lugar de perder más tiempo – le dijo Jasmine con una voz tan firme que lo dejó sin palabras.

 

Desde el momento en que salieron de Villa Ardlay hasta que llegaron a casa de Isabel, no habían dicho una sola palabra. Terence había conducido en silencio mientras la muchacha observaba seria las luces de la ciudad que desfilaban ante sus ojos. Una vez quese bajaron del auto, subieron al primer piso y entraron al apartamento. Ella se quitó el abrigo y los zapatos de tacón altísimo mientras él encendía el enésimo cigarrillo de la noche tras haberse acomodado en el sofá. Después de cambiarse, Isabel volvió a la sala en bata, se sentó en su regazo y empezó a aflojarle la corbata. Fue cuando ella comenzó a desabotonarle la camisa que él le dijo que se detuviera.

- Anoche dijiste que me compensarías por haberme dejado sola en la recepción, ¿lo has olvidado? – le preguntó, saboreando vorazmente su cuello.

- Espera, sé lo que dije ayer, pero… esta noche es distinto… ¡Detente! – le dijo Terence, alejándola.

Ella le quitó el cigarrillo de los dedos,le tomó las manos y las colocóalrededor de sus caderas, luego de haberse desatado la bata.

- ¿Por qué no dejas de hacerte el difícil y te dejas llevar? - continuó la modelo, colocándose a horcajadas sobre él y apuntando directamente a su boca.

- Detente, Isabel, tengo que hablar contigo… por favor…

- Después…

- ¡No, ahora! – exclamó Terence tratando de recuperar el control y mantener las hormonas a raya.

Isabel se separó de mala gana de sus labios y lo miró fastidiada, pero al ver su rostro comprendió que no estaba bromeando.

- ¿Qué pasa? – le preguntó preocupada.

- Es que esto no está funcionando, perdóname.

- ¿Qué quieres decir?

- Es mejor que no vayamos más allá.

- ¿Por qué?

- No finjas que no lo sabes.Siempre lo has sabido.

Isabel rápidamente se levantó del sofá y se vistió. Fue al bar y se sirvió un poco de whisky.

- ¿Y tú, en cambio, lo entendiste esta noche? Quizá tu querido amigo Albert te iluminó. ¿De qué hablaron en la terraza, o tal vez debería mejor preguntarte de quién?

Isabel se volteó y lo miró fijamente. Estaba intentando odiarlo con todas sus fuerzas, pero sabía que él tenía razón. Había sido claro con ella desde el principio.

- Me lo advertiste... que sólo me harías daño. Lo lograste. Te odio.

- ¿Me odias porque fui honesto? ¿Preferirías que me fuera a la cama contigo y fingiera que todo está bien?

- ¿No es eso lo que hacen todos los hombres... fingir? – le preguntó Isabel conteniendo las lágrimas, pues ella no era de las que lloraban delante de un hombre, y mucho menos quería hacerlo delante de él.

- ¡Yo no soy como todos!

- Lo sé... es por eso que yo...

Terence se le acercó.

- ¡Vete!

- Lo siento.

- ¡Dije que te fueras!

 

*****

 

Habían pasado dos días desde que había estado con Albert y había decidido terminar las cosas con Isabel. Esa mañana, Terence se había despertado más tarde de lo habitual y con la sensación de que no había dormido nada. Estaba cansado, sentía la cabeza pesada y era probable que tuviera inicios de laringitis. Pensó que debía haberse resfriado. Por la tarde tenía ensayo en el teatro.

- ¡Perfecto!Si me presento con esta voz, ¡Robert me dará un sermón!

Luego de ducharse, se vistió para ir a almorzar a casa de su madre. Estaba a punto de salir cuando escuchó un golpe en la puerta. Abrió.

- ¡Albert! – exclamó asombrado.

- Espero no ser inoportuno.Parece que vas de salida...

- No, está bien. Pasa.

- Sólo te quitaré cinco minutos.Te traje algo.

Los dos amigos se sentaron en dos sillones separados por una mesita. Albert tenía un paquete en las manos que Terence observaba con curiosidad.

- Pero primero me gustaría hacerte una pregunta.

- Dime.

- Intenta olvidar todo lo que ha pasado desde que se separaron; es imposible, lo sé, y ni siquiera sería justo, pero intenta hacerlo al menos por un instante – le pidió Albert con esa particular forma de decir las cosas que siempre resultaba muy convincente.

- Ok, lo intentaré, pero ¿cuál es la pregunta?

- Si ella estuviera aquí ahora, ¿qué harías?

Terence sonrió.

- Para empezar, sonreirías... ¡Buena señal!

- También lo es porque últimamente no lo hago a menudo.

- ¿Y luego?

- Luego… le pediría que se casara conmigo.

Entonces fue el turno de Albert de sonreír.

- ¡Por supuesto que con tu permiso! – exclamó Terence.

- Mmmmm... tengo que pensarlo.

Los dos se echaron a reír y el rubio colocó el paquete sobre la mesa.

- ¿Qué es? ¿Un regalo? Mi cumpleaños ya pasó.

- Más o menos, pero después de usarlo tendrás que devolvérmelo.

- ¿Y qué tipo de regalo es entonces?

- Un regalo especial que podría costarme muy caro si no surte el efecto deseado – respondió Albert, que había vuelto a ponerse serio, empujando el paquete hacia su amigo.

Terence puso una mano sobre él y sintió un extraño calor.

- Es algo que le pertenece a Candy. Se lo envió al "tío William" cuando dejó la escuela para regresar a Estados Unidos con el fin de explicarle los motivos de su actuar. ¡Tú sabes por qué abandonó el Colegio San Pablo!

- Sí, lo sé.

- Ábrelo.

Terence quitó con cuidado el papel que lo envolvía y sacó lo que parecía... un diario. La cubierta era de cuero marrón oscuro y tenía una inscripción en letras doradas un tanto descoloridas. Miró perplejo a su amigo esperando una explicación lógica.

- Se trata del diario que Candy escribió cuando estudiaba en Londres. Creo que deberías leerlo porque habla mucho de ti.

- No sé si tenga derecho a hacerlo, Albert – respondió Terence, observando la portada como si quisiera atravesarla, ya que en realidad tenía una inmensa curiosidad de saber qué había escrito sobre él en ese periodo.

- ¡Te repito que debes leerlo!

- Aun si lo hiciera, ¿qué cambiaría eso? Ha pasado demasiado tiempo, Albert.Esos dos chicos ya no existen...

- ¿Estás seguro, Terence? Entonces, ¿por qué me pediste su mano hace un momento? – le preguntó Albert sonriendo.

- ¡Si se entera, podría matarnos a los dos! – exclamó Terence con una sonrisa que denotaba preocupación.

- Lo sé muy bien, por eso estás obligado a hacer buen uso de él. ¡Hazlo por mí, por mi incolumidad!

Cuando los dos amigos se despidieron, Albert le dijo que lo esperaría en Chicago.

Terence colocó con mucho cuidado el diario de Candy en el cajón de la mesita de noche al lado de su cama. No se atrevía a abrirlo todavía y el solo hecho de sostenerlo entre sus manos hacía que el corazón le temblara. La idea de que Candy hubiera dedicado tiempo a hablar sobre él, a escribir sobre él, lo llenaba de alegría, pero era esa misma alegría lo que lo asustaba porque temía que fuera sólo una ilusión.

Fue a almorzar a casa de su madre y luego al teatro a ensayar. Durante toda la tarde una profunda inquietud se instaló en sus pensamientos. Era como si aquel objeto lo estuviera llamando.

- Terence, ¿se puede saber qué tienes hoy? ¡Tu voz es un desastre y tu mente está peor! – le reprochó Robert.

- Lo siento, pero no me encuentromuy bien.

- Hagamos esto: vete a casa y haz que descansen tus cuerdas vocales. Si estás mejor para entonces, te veo mañana. De lo contrario, haré que te reemplacen el sábado.

- ¡Estaré bien mañana!

Regresó a casa. Era un día muy frío y el apartamento estaba helado. Encendió el fuego en la chimenea. Llamó a Jean Paul para avisarle que no saldría esa noche. Se recostó en el sofá con una manta; sentíaligeros escalofríos recorriéndole la espalda. Pensó que debía tener un poco de fiebre. De pronto, se volvió hacia la puerta del dormitorio detrás de él. Estaba entreabierta, y por la rendija podía ver parte de la cama y la mesita de noche. Le pareció verla, como si estuviera ahíllamándolo.




Capítulo nueve






Nueva York
9 de marzo de 1922




Sentado en la cama, abrió el diario y un olor inconfundible le acarició el corazón. Lo volvió a cerrar pensando que no podría hacerlo. Ese objeto que había estado con ella durante tanto tiempo y que contenía sus pensamientos ahora estaba allí con él.

¡Si Candy lo supiera, me estrangularía! Puedo oírla gritar... "¡Terence, cómo pudiste! ¡Esta no te la perdonaré!".

Sonrió ante la idea; luego sus ojos se posaron de nuevo en la primera página, donde Candy había escrito su nombre y la fecha.



Candice White Ardlay

enero de 1913



Durante un instante más sintió que le faltaba el aire. Se recostó en la cama, recargado en la cabecera. Empezó a leer las primeras páginas, donde Candy hablaba sobre la escuela, Stear y Archie, los odiosos hermanos Lagan y la terrible hermana Gray. La preciosa amistad con Patty y luego la llegada de la querida Annie, las dos chicas que siempre estarían a su lado.

Entonces su nombre apareció de repente entre esas líneas. Candy contaba sobre la noche en que había salido de la escuela para buscar una medicina. Terence había irrumpido en su habitación borracho y herido, y ella no sabía qué hacer. Mientras deambulaba por Londres en busca de una farmacia, sorpresivamente se había encontrado a Albert.



Hoy es un día feliz. ¡He vuelto a encontrar al Sr. Albert! Sr. Albert, le prometo que iré a visitarlo al zoológico Blue River. La próxima vez, hablaremos con más calma.

Aunque odio admitirlo, sé que mi encuentro con el Sr. Albert ha sido gracias alpresuntuoso de Terence Granchester. ¿Cómo estarán sus heridas?

Me muero de sueño. Qué día más ajetreado...



Nunca nadie había hecho algo así por mí, nadie, Candy... y tú ni siquiera me soportabas. ¡Realmente era un presuntuoso! Pero no sabías que ya te amaba...


Candy está emocionada porque se avecina el Festival de Mayo y ella será una de las hadas. Se preocupa por Annie, porque teme que se sepa que ella también es huérfana y se crio en el Hogar de Pony. Tiene miedo de la posible reacción de Archie.



Abril

Seguramente bailarán juntos en el Festival de Mayo. ¿Y yo? ¿Con quién voy a bailar? ¿Con Stear? ¿O con T.G.?



¿Y quién sería ese T.G.?¡Terence Granchester, soy yo! Ay, Candy...

Bailaste conmigo en la fiesta, ¿lo recuerdas? Vestida de Julieta, mi Julieta, ¡la única!

Fue difícil ese día... Tú que seguías pensando en Anthony y yo que no sabía cómo demostrarte lo que significabas para mí. No sabía amar Candy, pero intenté hacerlo contigo. Te besé esperando que lo entendieras y, en lugar de eso, nos abofeteamos. Luego ese paseo a caballo hacia una nueva vida que quería que compartieras conmigo. Quería amarte, sólo quería eso y todavía lo quiero...



Mayo

No sé qué me está pasando. Desde el Festival de Mayo, es como si se hubiera instalado un manantial en mi pecho. Mi corazón no puede contener sus aguas heladas y siempre tengo ganas de llorar. Busco a Terence en todas partes sin darme cuenta, y me odio a mí misma por ello. No quiero aceptar lo que estoy empezando a sentir, pero no hago otra cosa que pensar en él.



Terence tuvo que detenerse, pues fue incapaz de seguir adelante con la lectura. Un nudo le apretaba la garganta, sus ojoscaldeados estaban a punto de desbordarse y las palabras frente a él desaparecían en una niebla líquida.


¡Todo lo que hacías era pensar en mí! Yo también… y no he dejado de hacerlo desde entonces. No podría imaginar mis días sin pensar en ti... a pesar de que no essuficiente, nunca es suficiente, ¡ya no es suficiente para mí!



Hasta ahora, Anthony había ocupado mi mente casi por completo. Por más que me esforzara en deshacerme de su recuerdo, me era imposible no pensar en los momentos que vivimos juntos. Pero ahora…

Ahora estás en un lugar al que no puedo acceder, donde no puedo tocarte ni escuchar tu voz. Siempre lo supe, pero no quería aceptarlo.

[…] pero, a pesar de todo, tengo que seguir adelante con mi vida, ¿no es así?

Terence G. Granchester, Terry... Ha sido él quien me lo ha hecho entender. Me obligó a enfrentar lo que estaba tratando de evitar. No sé si debería agradecerle u odiarlo, pero lo cierto es que, gracias a él, ya no les temo a los caballos ni tampoco a los recuerdos. Terence me está cambiando cada vez más. Me gustaría tanto que alguien me dijera si esto es correcto. Me gustaría tanto que alguien le devolviera la paz a mi agitado corazón.



¡No sabes cuánto me has cambiado tú a mí! No sabes cuánto… Si creí que podía ser una mejor persona, sólo te lo debo a ti. Todo lo que he logrado, hasta donde he llegado… ¡lo he hecho sólo por ti!

¿Tu corazón estaba agitado? El mío estaba irreconocible, ya no entendía nada, ¡sólo quería estar cerca del tuyo!



Junio

¡Estoy en Escocia!
Descubrí que la villa de T.G. también está cerca de aquí. Se lo oí decir a Eliza por casualidad.


Nuestras vacaciones en Escocia... ¡Cuántos recuerdos, Candy! El verano más bello de toda mi vida. Podíamos vernos todos los días... durante nuestros paseos a caballo por el bosque, en el lago cuando te recitaba Shakespeare, en mi villa aquella tarde lluviosa frente a la chimenea...¡Cuánto me habría gustado volver a besarte y no sólo eso! ¡Cuántas veces te soñé en aquellas noches escocesas!Te habías convertido en mi dulce tormento. Durante el día, tarde se me hacía por verte; durante la noche,sólo quería soñar contigo... ¿Tú habrás soñado conmigo alguna vez? Yo digo que sí.

Si no hubiera sido por ti, habría echado a Eleanor y probablemente habría perdido a mi madre para siempre. ¡Siempre has sido una entrometida encantadora!



Septiembre

Las vacaciones de verano han llegado a su fin. Se me pasaron volando tan rápido...
Cada día que pasaba era como vivir un sueño maravilloso. Todavía estoy inmersa en los recuerdos. La brisa y la luz única de Escocia… Nadie sabe cuántas imágenes se acumulan en mi mente cuando cierro los ojos…

He mejorado muchísimo con el piano. ¡Gracias, T.G.!



Nuestras lecciones de música... ¡No sabes cuántas cosas me habría gustado aprender contigo! Yo te enseñaba las notas, pero la única melodía para mí eras tú. Una melodía nueva que nunca había escuchado porque nunca nadie me la había compuesto... ¡Tú se la cantabas a mi corazón y yo todavía puedo escucharla!


Terence estaba tan inmerso en la lectura que no se daba cuenta del paso del tiempo. Ya era muy noche cuando llegó a la última página. Encontró una pequeña hoja de papel doblada a la mitad entre las dos últimas páginas del diario. La desdobló y reconoció su propia letra al instante: era la nota que le había escrito antes de irse de la escuela.



Querida Candy
He decidido dejar el colegio e irme a Estados Unidos. Hay algo que me gustaría hacer.

Dondequiera que esté, siempre rezaré por tu felicidad.
                                     Terence




Perdóname, Candy... Debí haberte llevado conmigo.Si hubiera sido mayor, lo habría hecho, te lo juro, y tal vez nada de esto habría pasado. Pero en ese momento era lo único que podía hacer para evitar que te expulsaran. Stear y Archie también querían que fueras feliz porque ya habías sufrido mucho en la vida, pero no podían hacer nada. Era mi responsabilidad... Fue mi culpa que cayeras en esa trampa. ¡Debí haberme dado cuenta enseguida de que todo era obra de Eliza!

Quería ser quien te hiciera feliz y no sabía aún que esa sería sólo la primera vez que tendría que renunciar a ti... El recuerdo de cuando dejé Londres todavía duele mucho. No podía quedarme en Inglaterra, no me quedaba nada allí, así que puse un océano de distancia entre nosotros. Pero dentro de mí guardaba una pequeña esperanza de que algún día, tal vez... No teníala fuerza para dejarte ir del todo, ¡nunca la he tenido!



Última página.



Por más que escriba, soy incapaz de expresar lo que siento por Terry.

T.G. se ha marchado y me ha dejado demasiados recuerdos. Pero no quiero hablar de recuerdos ni de su partida porque sé que algún día nos volveremos a encontrar. T.G., hasta que llegue ese momento, seguiré alimentando y cuidandolos sentimiento que tengo por ti.

Sólo espero, T.G., que no te enfades conmigo. Intentaste protegerme sacrificándote en mi lugar, pero yo también dejaré el colegio. Siento que no encontraré mi camino aquí. Si me quedo, sé que mi futuro estará asegurado, pero he comprendido que eso no me traerá la felicidad.

Debo encontrar mi camino yo sola, y si hay una persona que me ha enseñado eso, eres tú, T.G. ¡Gracias!

Y cuando lo haya encontrado,quiero gritarte estas palabras en voz alta: ¡Terence, estoy enamorada de ti como nunca lo he estado de nadie más![1]



¿Cuántas veces releyó Terence esa última frase? No podría decir si transcurrieron sólo unos minutos o toda una eternidad. Cerró el diario y lo volvió a abrir varias veces para asegurarse de que no había estado soñando. Sabía que ella lo amaba, pero no creía que ya fuera consciente de ello en Londres y tampoco creía que lo amara como nunca antes había amado.


Amor mío... ¿desde cuándo lo sabías, desde cuándo sabías que me amabas? Tal vez desde las vacaciones en Escocia... o quizás tú también, como yo, ¡desde el primer instante! Si no me hubiera ido, ¿me lo habrías dicho?

¿En verdad has cuidado este sentimiento? Estoy seguro de que así fue durante mucho tiempo.Cuando viniste a Nueva York y nos volvimos a ver en la estación después de meses alejados y de tantas cartas, ¡tus ojos me dijeron todo lo que mi corazón ya sabía! El amor que nos unía era tan fuerte... ¿Cómo pudo desplomarse en un instante en aquellas escaleras? ¿Realmente se rompió en tantos pedazos que no se puede reconstruir?

Albert me dijo que no te has relacionado con nadie y que parece como si todos estos años me hubieras estado esperando. ¿Acaso es posible? ¿Es posible que lo que escribiste en estas páginas hace nueve años siga vivo en tu corazón?

Para mí lo es, Candy. Todo es como era entonces… ¡Para mí nada ha cambiado!



Terence cerró el diario y lo colocó debajo de su almohada. Se desvistió y se metió en las cobijas. Sentía frío, tal vez le había subido la fiebre, pero una nueva sensación le calentaba el corazón, una certeza aún frágil arrullaba dulcemente sus pensamientos: ella estaba enamorada de él como nunca lo había estado de nadie. ¿Podía creer que todavía lo estuviera? Sí, podía creerlo porque él también seguía amándola y nunca había dejado de hacerlo.

Inmerso en el dulce aroma que despedían aquellas páginas, se quedó dormido.






********


Chicago
10 de marzo de 1922




Candy estaba en Villa Ardlay esa tarde. Sabía que Albert y Jasmine regresarían de Nueva York y quería darles la bienvenida. El chofer había ido a recogerlos a la estación. Aunque habían estado ausentes pocos días, estaba muy feliz de poder verlos de nuevo.

Se había refugiado en el estudio de Albert para no ser molestada y estaba leyendo un libro de poesía cuando unos versos la impactaron profundamente:



Corazón, ¡lo olvidaremos!

¡Tú y yo... esta noche!

Tú olvidarásel calor que te dio,

¡yo me olvidaré de la luz!

Cuando hayas terminado, por favor, dímelo,

para comenzar al instante.

¡Date prisa! Porque si te tardas,

¡yo lo recuerdo![2]



-Terence... - no pudo evitar murmurar en voz baja mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. En ese momento alguien llamó a la puerta.

- Jasmine, ¡bienvenida!

- Gracias, Candy. ¡Déjame abrazarte!

Candy se levantó y fue a su encuentro. Se abrazaron cálidamente. Sólo tenían un mes de conocerse, pero enseguida se había creado entre ellas un vínculo muy fuerte. Jasmine era cinco años mayor que Candy, era una chica franca y directa. Había crecido en Brasil en el seno de una familia adinerada que la había enviado a estudiar a Estados Unidos. Una vez finalizados sus estudios, su madre había querido que se casara con un empresario acaudalado, amigo de la familia. Ella se había opuesto con firmeza y su padre la había apoyado. El señor Rodríguez era embajador y viajaba con frecuencia. Un día, Jasmine le había pedido que la llevara con él y así había empezado a viajar por el mundo. Conocer realidades muy distintas a la suya la hizo comprenderque su vocación era ayudar a los demás, dedicar su vida a ayudar a quienes más lo necesitaban. Al estar en contacto con personas en dificultades, había desarrollado una aptitud particular para entender los problemas de los demás, para captar incluso las angustias más ocultas. Por lo tanto, había notado desde la primera vez que se vieron la melancolía que a veces velaba la mirada de Candy, una melancolía que no era parte de su carácter. Una chica tan alegre y llena de vida debía tener un motivo muy preciso para dejarse arrastrar por la tristeza.

Candy la admiraba mucho por su tenacidad y determinación. No le resultó difícil confiar en ella y de inmediato encontró comprensión y consuelo. Cuando Jasmine le dijo a Candy que iría a Nueva York con Albert, la vio sobresaltarse al escuchar el nombre de esa ciudad y le preguntó si conocía a alguien que viviera allí. Candy no sólo le había dicho a quién conocía, sino que le había contado todo, de principio a fin. Jasmine no le había prometido nada, pero había partido decidida a encontrar a ese tal Terence Graham a cualquier precio para averiguar cómo estaban las cosas. Y lo había logrado.

- ¿Dónde está Albert?

- Ya viene... se quedó con la tía abuela - respondió Jasmine poniendo los ojos en blanco y fingiendo no haber notado las lágrimas que Candy trataba de ocultar.

- Querida Candy, tengo que felicitarte… ¡Tienes muy buen gusto! – exclamó sentándose en el sofá y quitándose el sombrero – Ese Terence es realmente un joven guapísimo.

Candy la miró pasmada sin poder pronunciar una sola palabra.

- No me mires así... Lo conocí y tengo que decir que las fotos de los periódicos no le hacen justicia. Tiene un encanto increíble y es tan simpático, inteligente... y además baila muy bien, ¿lo sabías?

- ¿Bailaron? – preguntó Candy con un hilo de voz.

- ¡Sí, dos veces! El viernes en una recepción y la noche siguiente en Villa Ardlay. ¡Lo invité a cenar!

Candy no podía creer que Jasmine pudiera hablarle con tanta tranquilidad sobre Terence, nadie jamás lo hacía.Sólo entonces se dio cuenta de lo agradable que era hablar de él con alguien, aun si su mirada se posó sin querer en la revista abierta sobre la mesita frente a ellas. En un artículo, acompañado de varias fotografías, se hablaba de la pareja más bella de la velada, Terence Graham e Isabel Adams.

- Estaba con ella – dijo Jasmine sin perder de vista la mirada nuevamente abatida de Candy.

Luego se acercó a ella y tomó su mano.

- No hagas mucho caso a lo que escriben los diarios. Terence es una figura pública y es muy famoso.Es normal que si lo ven con una chica, los periódicos enseguida escriban que es su nueva novia. También fue con ella a Villa Ardlay, pero fue algo bueno, créeme, porque pude comprobar con mis propios ojos que no hay nada especial entre ellos.

- Es muy hermosa... - murmuró Candy.

- Bellísima y además inteligente, por eso creo que ya lo ha entendido. Esa noche Terence habló mucho con Albert y yo con ella. Me dijo que se conocen desde hace un tiempo porque tienen amigos en común, pero que han salido juntos muy pocas veces.

- ¿Albert y Terence hablaron?

- Sí, estaban muy felices de volver a verse. Se quieren mucho.

- Es verdad, se llevaban muy bien cuando estábamos en Londres. Se reían mucho a mis espaldas – confesó Candy, sonriendo ante el recuerdo.

En ese momento entró Albert. Candy de inmediato fue a su encuentro y lo saludó afectuosamente, como solía hacerlo, y él le correspondió de la misma manera, abrazándola y preguntándole cómo estaba.

- Estoy bien y… ¿cómo estuvo Nueva York?

- ¡Frío! – exclamó Albert, fingiendo estremecerse.

- ¿Tuviste algún encuentro agradable?

- Candy quiere saber qué se dijeron tú y Terence – especificó Jasmine, guiñándole un ojo a la muchacha, que se había sonrojado como una amapola –.Los dejo. Me voy a cambiar… ¡Estoy agotada!

En cuanto se quedaron solos, Candy miró a Albert como implorando que hablara.

- No me corresponde a mí decirte lo que Terence me confió, ¡pero estoy seguro de que dará señales de vida muy pronto!

- Ay, Albert, ¿de verdad lo crees?

- Sí. Le dije que lo habías buscado en el hotel cuando estuvo en Chicago. Eso le sorprendió.No se lo esperaba porque creía que tú y Paul...

- Por eso destrozó su habitación de hotel, ¿verdad?

- Sí.

- Lo siento mucho, no quería lastimarlo, no quería...

- Cálmate, Candy. Terence ahora lo sabe, no te preocupes. Verás que pronto podrán hablar de ello en persona.

- ¡Eso espero en verdad,Albert!





*****



Nueva York
10 de marzo de 1922




Cuando Terence despertó, antes de abrir los ojos metió la mano debajo de su almohada… Estaba ahí, no lo había soñado, el diario de Candy seguía ahí. Lo tomó y se lo llevó a los labios; inhaló el dulce aroma que había acompañado sus sueños durante la noche. Nunca antes había sentido tanto la ausencia física de Candy como en ese momento. El deseo de estrecharla entre sus brazos era tan fuerte que todos los músculos delcuerpo le dolían.



Chicago,¿por qué estás tan lejos? ¡Si tan sólo pudiera verte ahora, si tan sólo pudiera! ¡Ya no soporto estar sin ti, tengo que encontrar una solución! Pero no puedo simplemente salir corriendo a buscarte, no puedo reaparecer en tu vida como si nada hubiera pasado, no tengo el derecho... Pero tienes que saberlo al menos.



Se levantó para desayunar, pero se llevó el diario a la mesa con él. Lo abrió de nuevo en la última página mientras bebía té. Parecía que su garganta estaba mejor, por lo que planeaba regresar al teatro por la tarde. Sin embargo, en ese momento tenía que ocuparse de su corazón, ya que ese todavía no estaba nada bien: seguía a merced de sus pensamientos, aún muy confusos. Un instante estaba convencido de que su amor continuaba vivo y al siguiente pensaba que era pura locura creer que después de todos esos años nada hubiera cambiado.



No obstante, te siento, te siento aquí conmigo, mi amor. Nunca te fuiste... ¿Tal vez estoy loco? ¡Probablemente no sería el primero ni el último en enloquecer por amor! Pero de una cosa estoy seguro:jamás podré amar a nadie más porque nunca podré olvidarte. Entraste dentro de mí y fijaste allí tu residencia permanente. Ahuyentaste todas mis sombras y las reemplazaste con tu luz, y ahora no se me puede pedir que siga fingiendo que no pasó nada y que vuelva a ser el de antes. Tu luz resplandece dentro de mi alma, tus ojos están dentro de mis ojos, esos labios que una sola vez he tocado están dentro de los míos, tu piel es el confín de la mía y más allá no hay nada más para mí.

En Chicago fuiste a buscarme, pero ya no lo has vuelto a intentar... ¿qué querías decirme? Cuando te vi con él, se me nubló el entendimiento... pero sé que te decepcioné, no supe amarte a ti ni tampoco a ella... y si has encontrado a alguien que te ama de verdad, no tengo ningún derecho a...

Pero Albert no me habría dado este diario si estuviera seguro de que eres feliz así... ¡sin mí! ¡Él te conoce bien y te quiere!

¡Basta! ¡No podré vivir más tiempo si no te digo lo que siento!



Se alzó de un salto y se dirigió al escritorio. Tomó papel y lápiz y comenzó a escribir.

Después de unas dos horas, un lecho de hojas arrugadas se extendía por todo el suelo. No sólo ese día, sino también los sucesivos, se repitió la misma escena varias veces: Terence se ponía a escribir, pero después de dos líneas rompía la hoja de papel y empezaba a escribir en otra que pronto corría con la misma suerte.



¡Qué gran actor eres! ¿Es posible que todos los días recites los versos de amormás bonitos y ahora seas incapaz de hilvanar dos palabras para expresar lo que llevas dentro? ¡Maldición! Es que cualquier frase me parece obvia y ridícula comparada con lo que siento... ¡comparada con lo que tú eres para mí! Además, me gustaría decirte tantas cosas, pero mirándote a los ojos... abrazándote.

Pero tú sabes lo que había entre nosotros aun cuando nunca nos lo dijimos claramente, tú lo sabes, ¿no es así?

Si para ti tampoco ha cambiado nada, espero que entiendas mis breves palabras.



Después de cerrar el sobre, haciendo acopio de todo su valor, salió para echarlo en el buzón. Caminó varios kilómetros antes de encontrar un buzón que le pareciera adecuado para tan importante tarea. Porque su vida dependía de ese pequeño sobre, lo sabía bien, así como también sabía que desde el momento en que lo enviara daría inicio una lenta agonía hasta el día en que recibiera una respuesta, que incluso podría no llegar jamás.

Escuchó el leve golpe del sobre al caer. Se le detuvo el corazón; pensó que había ido a dar al interior del buzónjunto ala carta.





Vuelve, vuelve rápido, por favor, 
tráemelo de vuelta a casa, 
porque no sabes lo que significa para mí…





*****

Chicago
24 de marzo de 1922




Habían pasado dos semanas desde que Albert y Jasmine habían regresado de Nueva York, pero todavía no se sabía nada de Terence. Candy trataba de hacer cualquier cosa para no pensar en eso, entre estudiar y trabajar no tenía un momento libre, pero a veces sentía que le faltaba el aire por un instante sin motivo aparente. Se detenía a mirar al cielo: quería volar, volar hacia él, ligera como una nube arrastrada por el viento.

Por la tarde fue al hospital para estar presente en la reunión final del proyecto de investigación del Dr. Carver. Volver a vera Paul la ponía nerviosa, pero sabía que tendría que enfrentarlo y hablar con él.

Cuando terminó la conferencia, se acercó a ella y la saludó.

- Hicimos un gran trabajo. Te agradezco, Candy, por haber participado en este proyecto. Fue hermoso trabajar contigo.

- Soy yo quien tiene que agradecerte por la oportunidad que me has brindado, y también creo que… tengo que pedirte disculpas…

Paul la interrumpió.

- No lo hagas. ¿Por qué no mejor vamos a cenar juntos mañana por la noche?

-Paul, no creo que...

- Podremos hablar más tranquilamente. ¿Qué te parece?

Candy aceptó, pues pensaba que él tenía derecho a saber la verdad, aun si ella no sabía por dónde empezar.

Regresó a casa. Patty no estaba. Le había dejado una nota en la que le decía que saldría con unas amigas yllegaría tarde, además de añadir "tienes correspondencia esperándote en tu cuarto". Un escalofrío le recorrió la espalda y sintió que le temblaban las piernas;apoyó una mano en una silla para no caerse. Se volvió hacia la puerta de su habitación. Sólo tenía que dar unos pasos para entrar y descubrir qué rumbo tomaría su vida. Casi sin darse cuenta abrió la puerta y, a pesar de la tenue luz, la vio al instante. Un pequeño sobre blanco resplandecía sobre el escritorio. Se acercó sin atreverse a tocarlo. Su querida amiga Patty había tenido la previsión de colocarlo de tal manera que el nombre del remitente quedara claro. Candy extendió una mano temblorosa y rozó aquellas letras escritas por su mano:



Terence Gr. Gr.
10 West 45th Street, Broadway
Nueva York, Nueva York




Debajo había escrito su nombre, su mano había escrito su nombre:



Señorita Candice White Ardlay



Intentó leer, pero la voz se le ahogaba en el estómago porque no había duda… ¡Terence le había escrito una carta!Se decidió a tomarla y se la acercó al rostro para aspirar su aroma, esperando en vano reconocer el suyo, pero no lo percibió. Había pasado demasiado tiempo y se había desvanecido, arrastrado por el dolor de aquellos años. Ante ese pensamiento, una punzada en el pecho la dejó sin aliento.



¿Y si fuera demasiado tarde? No sé de dónde sacar el valor para abrir este sobre... Si pienso en nuestro encuentro en Chicago, después de “Macbeth”... ¡estabas conmocionado y furioso! Luego en Nueva York te fuiste sin siquiera saludarme... y las fotos en los periódicos con esa joven... ¿Acaso querías vengarte? Y ahora esta carta… No sé qué esperar…



Candy trató de reunir valor pensando en las palabras de Albert y Jasmine; después respiró hondo como cuando de pequeña estaba a punto de treparse al gran árbol en la cima de la colina. Recordó lo difícil que era llegar a la rama más alta, pero desde allí la vista era maravillosa. Abrió el sobre y extrajola única hoja que había. Su visión se nubló: las palabras se sucedían frente a sus ojos, pero le costó trabajo poderenfocar las primeras letras:



Querida Candy...



Esas dos pequeñas palabras resonaron en la habitación como si él estuviera allí pronunciándolas; le pareció escuchar nítidamente esa voz que adoraba y le acariciaba el alma. Se pasó una mano por la mejilla;se sentía en llamas y tenía frío al mismo tiempo. Cerró los ojos temiendo que fuera un sueño, luego los volvió a abrir y leyó desde el principio, todo de un tirón, lo que él le había escrito.



Nueva York
17 de marzo de 1922


Querida Candy:


¿Cómo estás?
Ha pasado ya un año desde entonces. Me hice la promesa de escribirte en cuanto pasase ese largo periodo, pero después, preso de las dudas, dejé pasar otros seis meses.
Sin embargo, ahora ya he reunido el suficiente valor para escribirte esta carta.
Para mí nada ha cambiado.
No sé si llegarás a leer estas palabras algún día, pero quería que al menos lo supieras.
T.G.




Al estilo de Terence, eran pocas palabras simples escritas en papel… No obstante, habían llegado directo al corazón de Candy. ¡Era él, era en verdad él! Lágrimas cálidas corrían por sus mejillas mientras intentaba comprender lo que acababa de leer.



Para mí nada ha cambiado”… ¿Escribiste exactamente eso? No lo puedo creer... mi amor...



Habría querido gritar, saltar, rodar por el suelo… Sin embargo,no fue capaz de hacer nada. Petrificada, como si el espacio y el tiempo ya no existieran, cayó al suelo sin darse cuenta y se quedó ahí tumbada, con la carta entre las manos apretada contra su pecho. Con los ojos completamente abiertos miraba el techo, que ya no era un simple techo, sino un cielo azul, el cielo de Escocia. Llegaron a sus oídos las voces de dos chicos persiguiéndose:



- Pero te costará caro... tendrás que besarme en los labios...

- Está bien... pero cierra los ojos...

- ¡Aquí tienes! ¡Atrápame si puedes!

- ¡Ahora me cobraré yo mismo!

- ¡Inténtalo si te atreves!

- Como puedes ver, esta vez no estaba bromeando...



Candy se llevó una mano a la frente justo donde Terence la había besado ese día. Sintió que el corazón le explotaba. De repente,vio todo muy claro.



¡Tengo que ir con él!



Abrió el armario y llenó a toda prisa una pequeña maleta sin prestar mucha atención a lo que estaba empacando. Había decidido partir a la mañana siguiente lo antes posible. Iría a la estación y tomaría el primer tren que saliera hacia Nueva York. No podía esperar más.

Se fue a la cama e intentó en vanodormir. La frase que él le había escrito resonaba como una melodía en su cabeza: “Para mí nada ha cambiado”. Le parecía que esas palabras la abrazaban y la arrullaban. Cerró los ojos para verlo. La mirada furiosa que tenía la noche de Macbeth le atravesó el pecho, pero si observaba mejor, estaba segura de poder distinguirla dulzura que inevitablemente había reflejado su rostro, traicionándolo, cuando le había deseado un feliz cumpleaños.

Se giró y abrazó la almohada como si fuera él. El deseo de estrecharlo entre sus brazos casi la hizo desmayarse.



¿Qué harás cuando me veas? ¿Y yo qué haré? ¡Me mirarás a los ojos y entenderás todo, como siempre, y yo haré lo mismo! Una mirada será suficiente... estoy segura.





*****





Chicago
25 de marzo de 1922




Sólo había dormido unas cuantas horas, pero cuando se despertó por la mañana sintió que tenía la energía que no había tenido en años. Dejó la cama de un salto, se vistió y fue a la cocina, donde Patty ya había preparado el desayuno.

Se miraron unos segundos. Candy sonrió sin decir nada. Patty había notado la maleta al lado del sofá.

- ¿Te vas? – le preguntó ella también sonriendo.

- ¡Sí, me voy a Nueva York!

- Ay, Candy… ¡Estoy tan feliz por ti, por ustedes!

Las dos chicas se abrazaron con emoción.

- ¿A qué hora parte tu tren?

- No lo sé... Iré a la estación y me subiré en el primero que tenga un lugar disponible. Espero llegar antes de que anochezca mañana – respondió Candy radiante.

Entonces, de pronto, un pensamiento cruzó por su cabeza.

- Ay, no… ¡Paul! Se suponía que iba a ir a cenar con él esta noche… para hablar… ¿Ahora qué hago? ¡No puedo irme sin decirle nada!

- ¿Por qué no tratas de hablar con él ahora? – sugirió su amiga.

- Sí, creo que es lo mejor.

Candy salió de casa a toda prisa.Tenía la impresión de que todo estaba en su contra y de que el tiempo transcurría inexorablemente. Ya era tarde, sentía que era tarde, le parecía que con cada segundo que pasaba perdía tiempo precioso. Fue al apartamento donde se alojaba Paul. Vio su auto estacionado. Estaba en casa. Tocó con el corazón a mil por hora. ¿Qué le iba a decir? La verdad… nada más que la verdad.

- Candy, ¡qué sorpresa!

- Perdón por molestarte, Paul, pero tengo que hablar contigo.

Paul vio la expresión preocupadadel rostro de Candy y comprendió enseguida que no se trataba de una visita de placer. La invitó a entrar y sentarse en la sala. Le ofreció un café que ella rechazó antes de pedirle que se sentara.

- No puedo ir a cenar contigo esta noche. Perdóname, pero estoy a punto de partir – dijo de un tirón.

- ¿Partir?

- Sí… me voy a Nueva York.

- ¡A Nueva York! Así tan de improviso… ¿Por qué motivo?

- Tengo que ver a alguien.

Hubo un momento de silencio antes de que Candy continuara.

- Creo que me quedaré unos días, por eso quería...

- Graham es la persona a la que tienes que ver, ¿no es así? – la interrumpió Paul con la voz llena de ira.

- Sí. Me escribió y…

- ¡Te escribió y sales corriendo! ¿Pero no lo has vistoen todos los diarios fotografiado con esa modelo? ¿Sabes cuántas mujeres tiene ese tipo? ¿Y tú, como un idiota, todavía le crees?

- ¡Paul! ¡No dejaré que me hables así! – gritó Candy levantándose.

- ¿Y qué debo hacer? ¿Quedarme aquí viendo cómo arruinas tu vida otra vez por ese sinvergüenza?

- Pensé que lo entenderías, por eso vine a hablar contigo, pero obviamente me equivoqué – dicho esto, Candy se dirigió hacia la puerta, decidida a irse, pero Paul la detuvo agarrándola del brazo.

- ¡Tú no irás a ninguna parte!

- Déjame, me estás lastimando.

Pero Paul la atrajo hacia sí con la intención de besarla. Candy estaba tan sorprendida que no pudo reaccionar.Jamás habría esperado tal comportamiento de él. Al verla paralizada, se detuvo, se disculpó y la dejó ir.

Cuando ella llegó a la puerta,le dijo:

- ¡Espera, Candy! Sólo te hará daño. No vayas.

- Adiós, Paul.



Candy volvió a casa, recogió su maleta y, tras despedirse de Patty, se fue corriendo a la estación. Lamentablemente, el primer tren a Nueva York no saldría antes de las cuatro de la tarde. Tendría que esperar varias horas, pero no tenía intención de regresar al apartamento, prefería estar sola. Sin embargo, antes de sentarse en la sala de espera, decidió ir a informar de su partida a Albert, quien se ofreció a acompañarla, pero ella rechazó su oferta, asegurándole que se mantendrían en contacto.

- ¡Por favor, Candy, sé prudente!

- Albert, no te preocupes… ¡No veo la hora de estar allí!

Ella le dijo que Terence le había escrito una carta y que por esarazón había decidido reunirse con él de inmediato.











Todo pasa.

Pero no ciertas emociones.

No ciertos sueños.

No ciertas complicidades.

Regresan.

Tocan.

Insisten.

Resisten.

Ante todo.

Incluso ante la razón.[3]



______________________


[1]Todos los pasajes del diario de Candy están fielmente reproducidos de Candy Candy. La historia definitiva. K. Nagita. Bolonia: Kappalab, 2020.

[2]E. Dickinson, Poesía n. 47.

[3]De Pascalis, Angelo, cit.





Capítulo diez





Candy


Nueva York
domingo 26 de marzo de 1922



La señora Dora había sido muy amable y la había acompañado hasta el apartamento en el último piso. Cuando esa muchachahabía aparecido en la entrada del alto edificio de ladrillo rojo y lehabía preguntado por su amigo actor, la portera al principio se había mostrado algo vacilante.

- ¡He aquí otra de esas chicas que harían cualquier cosa por poder subir a su apartamento! – se había dicho Dora con aire de quien se las sabe todas.

Pero cuando la joven le dijo que se llamaba Candice White Ardlay y que era amiga suya del colegio, la portera ni siquiera la dejó terminar la frase y le pidió que le repitiera su nombre mirándola de arriba abajo. Es más, para poder verla mejor, se le había acercado y había dicho en voz alta:

- Ojos muy verdes, pelo rubio y... pecas, ¡un mar de pecas sobre la naricitachata! – exclamó con satisfacción y, como si alguien le hubiera dado instrucciones precisas a seguir, enseguida invitó a la señorita Ardlay a seguirla.

- Justo iba a llevarle al Sr. Graham sus camisas recién entregadas de la lavandería. ¿Podría ser tan amable de echarme una mano?

De esa forma, Candy se encontró dentro del ascensor sosteniendo un paquete envuelto en papel de seda blanco que contenía algunas camisas, las camisas de Terence. No podía explicar bien por qué, pero se sentía completamente embobada. Sentía que tenía en las manos un tesoro precioso y casi contenía la respiración por miedo a estropearlo.

Dora abrió la puerta principal mientras le decía algo a Candy, pero ella no pudo entender bien sus palabras, ya que estaba muy emocionada en ese momento y los latidos de su corazón le retumbaban incluso dentro de sus oídos. De mala gana le entregó las camisas a la señora Dora, quien ya había notado lo agitada que estaba la joven.

- ¡Probablemente no sea sólo una vieja amiga de la escuela! – pensó mientras le informaba a Candy que evidentemente el señor Graham aún no había regresado.

- Por lo general, a esta hora ya está aquí.Tal vez algo lo retuvo en el teatro. Puede esperarlo si quiere.

- Si no es molestia... - Candy vaciló.

Dora la tranquilizó con un gesto de la mano y salió del apartamento, dejándola sola.

Candy permaneció de pie congeladadelante de la puerta que acababa de cerrarse detrás de ella. Una espléndida puesta de sol inundaba la estancia con su luz anaranjada, haciendo que pareciera envuelta en un aura mágica. Candy sintió que estaba soñando y por unos minutos se dejó arrullar por esa atmósfera encantada, perdiendo por completo la noción del tiempo y del espacio. Se sentía suspendida como al interior de una burbuja iridiscente. No le parecía posible que estuviera realmente allí, en el apartamento de Terence. De pronto, ese nombre resonó en su mente y se sobresaltó.

- ¡Dios mío… podría llegar en cualquier momento! Quizás ya esté en el ascensor... ¿Qué dirá cuando me encuentre aquí? Y yo… ¿qué le diré?

De repente, una serie interminable de preguntas irrumpieron en su cabeza y empezó a temer haber hecho todo mal. No debería haber venido a Nueva York sin decírselo... ¿Y si él no tenía ningún deseo de verla? ¿Y si no era el momento adecuado?Las piernas comenzaron a temblarle y una fuerte sensación de náusea le invadió el estómago;los escalofríos que le recorrieron laespalda la hicieron buscar un lugar donde recostarse para evitar desmayarse. Dio con dificultad algunos pasos hacia el centro de la estancia y se tumbó en el sofá de terciopelo verdedespués de quitarse el abrigo ligero que llevaba sobre un elegante vestido color rosa palo. Permaneció tendida con los ojos cerrados durante unos minutos intentando recuperar un ritmo respiratorio normal. Cuando volvió a abrir los ojos, el lugar estaba casi totalmente sumergido en la penumbra, por lo que se vio obligada a levantarse para encender la luz.

El ambiente plenamente iluminado le reveló primero el cartel dela puesta en escena actual de la Compañía Stratford: Macbeth, de William Shakespeare. La imagen representaba el bello rostro de Terence en una de sus expresiones más intensasparcialmente oculto por la hoja de una espada. Candy sintió que la atravesaba esa mirada que siempre la había confundido, y una vez más el pensamiento de que pronto lo tendría frente a ella en persona la puso nerviosa.

- ¡Candy, trata de mantener la calma, de lo contrario no podrás decir una sola palabracuando llegue! Maldición... no pensé que sería tan difícil... y luego esta espera está acabando con mis nervios. Terence, ¿dónde estás?

Al pie del cartel, aparecía el nombre de Terence Graham junto a los de Karen Kleiss, Robert Hathaway y otros que Candy no conocía, aunque algunos de ellos le sonaban familiares. Candy recordó la primera vez que había estado ahí y el cartel colgado en la pared mostraba a Terence y Karen como Romeo y Julieta. Una larga serie de imágenes de ese día reaparecieron en el centro de su mente como si fuera un escenario. En pocas horas, todas sus esperanzas habían sido arrasadas, sepultadas bajo un manto de nieve. Su historia se había convertido en una tragedia acorde a los más crueles dictados shakespearianos. Queriendo ahuyentar de inmediato esos tristes recuerdos, Candy se acercó a un escritorio lleno de libros y guiones. También estaba el de Macbeth,el cual tenía anotadas algunas correcciones con una letra elegante y diminuta. Candy respiró hondo, luego su mirada continuó vagando por la mesa y aterrizó en un vaso y una botella de whisky medio vacía. En un rincón de la estancia había un gramófono con muchos discos, algunos amontonados en el suelo. Un pequeña biblioteca rebosante de volúmenes rodeaba una puerta que debía conducir al dormitorio. Por un momento sintió como si hubiera regresado a aquella noche en el Colegio SanPabloen que había entrado por accidentea la habitación de Terence y descubierto que la famosa actriz Eleanor Baker era en realidad la madre del chico. Candy recordó que esa vez Terence se había enfurecido con ella e incluso había llegado a amenazarla en caso de que se atreviera a revelar su secreto. Pensó que tal vez no debía fisgonear demasiado y volvió a sentarse en espera de su llegada. Minutos después, se acostó en el sofá y el cansancio del viaje la fue venciendo poco a poco hasta que se quedó dormida.

La despertó abruptamente el sonido de la puerta al abrirse de golpe. Candy se levantó de un salto como si la hubiera picado una tarántula y…

- Señorita, ¿todavía está aquí? – le preguntó la voz bastante asombrada de la portera – Lo siento, pero realmente creo que a estas horas el señor Graham ya no vendrá. Probablemente fue a cenar a casa de su madre.Últimamente va con ella a menudo y suele quedarse ahí a dormir.

Para Candy esas palabras fueron como un balde de agua fría.

- ¿Con su madre? – preguntó esperando no haber entendido bien.

- ¡Sí! La actriz Eleanor Baker... La noticia salió en todos los periódicos hace algún tiempo; hablaron de ello durante meses. Vive en Long Island en una villa muy lujosa. Nunca la hemos visto por aquí y sale de gira con frecuencia. Pero en las últimas semanas su hijo ha ido a verla a menudo y ya no vuelve aquí.Por supuesto que nunca avisa. Oh… lo siento, señorita, como siempre estoy hablando demasiado.

- No, para nada... Pero si no le importa, me gustaría esperar un poco más.

- Como prefiera...pero avíseme cuando se vaya para venir a cerrar la puerta con llave.

Candy se quedó de nuevo sola con sus pensamientos.

- Me da gusto que Terence y su madre se lleven bien, pero… ¡maldita sea, qué mala suerte tengo! Si es verdad que fue con Eleanor,¡no podré verlo esta noche! La portera tiene razón... es inútil que me quede aquí.Mejor volveré al hotel.

Sin embargo, no pudo resistir la tentación de ver primero su habitación. Se acercó con lentitud a la puerta entreabierta y vio al interior, pero como ya era de noche no pudo distinguir nada excepto el contorno de una cama. Extendió la mano y encontró el interruptor de la luz. La recámara tomó forma. Dio unos pasos y miró a su alrededor. Había un fuerte olor a tabaco.

- ¡Terence! ¿No habías dejado de fumar? – exclamó enojada.

La habitación era más bien pequeña y austera, y bastante ordenada para pertenecer a un hombre. Sólo había unos cuantos libros esparcidos por el lugar y una chaqueta colgada de una silla cerca de la cama. Candy se aproximó y la acarició con una mano; luego su mirada fue captada por un pequeño objeto que yacía sobre la mesita de noche.

- No puede ser… – murmuró.

Tomó el objeto en su mano, cerró los ojos y,al instante, ya estaba de nuevo en la colina disfrutando de una dulce melodía y un intenso aroma a narcisos.

- ¡No puedo creer que la hayasconservado todo este tiempo! Mi armónica… ¿Todavía la tocas? Oh, Terry… ¿cuánto más tendré que esperar para verte y volver a abrazarte?

Regresó a la sala ya decidida a irse al hotel y posponer su encuentro al día siguiente.

Mientras se ponía el abrigo oyó sonar el teléfono. Dirigió la mirada al aparatopensando por un momento qué hacer. No podía ser Terence, no tenía por qué llamar sabiendo que no había nadie en su apartamento.Con toda seguridad era alguien que lo buscaba. Después de un rato, el teléfono dejó de sonar, pero enseguida empezó de nuevo cuando Candy ya había abierto la puerta para salir. Dudó por un instante, pero parecía que el aparato no tenía intenciones de callarse. Instintivamente volvió al interior y cogió el auricular.

- Diga…



Broadway
unas horas antes



Aunque era domingo, la compañía se había reunido para ultimar algunos detalles.

Una vez finalizada la sesión de ensayos de la tarde, Terence se dirigió como de costumbre a su camerino para cambiarse antes de partir hacia Long Island, donde lo esperaba su madre para cenar juntos. Estaba a punto de salir del teatro cuando escuchó a Robert llamándolo. Volteó y lo vio venir hacia él.

- Terence, ¿está todo bien? – le preguntó el director con voz que delataba cierta ansiedad.

- Claro... ¿Por qué me lo preguntas? – respondió el chico algo sorprendido.

- Lamento tener que decirte esto, pero… tu actuación no ha sido tan perfecta como de costumbre desde hace unos días. Incluso hoy no dijiste en el momento preciso algunas líneas y olvidaste otras. Tú también lo habrás notado por lo meticuloso que eres. No es propio de ti...

- ¡Lo sé! - exclamó Terence, y su rostro se ensombreció.

- Si hay algo que no te convence, podemos revisar el guion juntos. Sabes que siempre tomo tu opinión muy en cuenta, y si quieres mañana podríamos...

- ¡No es nada de eso! – Terence lo interrumpió – El guion es perfecto, de gran impacto… En cuanto a mí… sólo estoy un poco cansado – concluyó con la clara intención de zanjarel discurso.

- Entonces, ¿por qué no te tomas el día libre mañana? No has parado últimamente, ¡y hasta los grandes actores necesitan un descanso de vez en cuando! – exclamó Robert, guiñándole un ojo a su pupilo.

- De acuerdo.¡Nos vemos el martes!

Dicho esto, Terence se alejó rápidamente hacia la parte trasera del teatro. Se subió a su auto y lo puso en marcha. Quería volver al apartamento, darse una ducha e ir con Eleanor, con la esperanza de poder distraerse al menos unas horas. Distraerse... ¿pero de qué?

Le costaba mucho admitirlo, pero Robert tenía razón. En los últimos días había perdido su concentración habitual y durante los ensayos se había quedado más de una vez con la cabeza completamente en blanco. Macbeth era sin duda una pieza teatral muy desafiante, considerada una de las tragedias más complejas de Shakespeare, y lo estaba poniendo a prueba. El general del rey de Escocia era un personaje muy controvertido:si bien, por un lado, su sed de poder lo llevaba a cometer crímenes, por el otro, sentía un fuerte remordimiento, aun siendo incapaz de arrepentirse.



“¡Apágate, apágate, fugaz vela!La vida no es más que una sombra andante; un pobre histrión que se pavonea y se agita en el escenario durante su hora, y luego no se habla más de él; un cuentonarrado por un idiota, colmado de ruido y furia, que no significa nada".[1]



Terence había pronunciado estas palabras, repitiendo por enésima vez la quinta escena del quinto acto. Extrañamente resonaban en ese momento en su cabeza, y se dio cuenta de lo seductoras que eran porque, en el fondo, ¿qué era la vida sino una vela que se consume sin dejar nada más que una pequeñaestela de humo. ¿Acaso no era así su vida ahora? También era él un pobre histrión, pero no cuando estaba en el escenario interpretando un personaje, sino cuando se convertía en actor al salir del teatro para fingir que su vida de estrella de Broadway era tan perfecta como todos esperaban. No obstante, había habido un tiempo en que se sentía lleno de esperanza y la vida le parecía el regalo más hermoso que se podía recibir. ¿Pero ahora? ¿Realmente la vida le concedería otra oportunidad? ¿Y él tenía derecho? ¿Tenía derecho a ser feliz? El pensamiento de Susanna y su corta vida a menudo lo turbaba.

Desde que se había decididoa enviar esa carta, una vez más lo habían asaltado las dudas. Ya había pasado más de una semana sin recibir respuesta. El terror de que ella pudiera ignorar sus palabras lo atormentaba, y cada minuto que pasaba se volvía más y más difícil mantener viva la esperanza de al menos poder volver a verla. Quizá tenía que ser así, tal vez no la merecía.

Inmerso en sus pensamientos, Terence no se dio cuenta de que el semáforo se había puesto en verde. El sonido de más de un claxon quejándose detrás de él lo sobresaltó,así que arrancó rápidamente pisando el acelerador hasta el fondo, sin darse cuenta de la camioneta que estaba rebasando a otro vehículo en la dirección contraria.



*****



- Hola... ¿Quién habla? – preguntó una voz femenina sorprendida al otro lado del teléfono.

- Soy una amiga de Terence... quiero decir, del Sr. Graham... - respondió Candy titubeante.

- Una amiga dice... ¡Por eso se le ha hecho tarde! Ahora entiendo. ¿Podría pasármelo, por favor?

- En realidad pasé a visitarlo, pero no está.Estaba a punto de salir cuando el teléfono empezó a sonar con insistencia y… ni siquiera sé por qué respondí…

- ¿No está?Terry... ¿pero dónde te has metido? – murmuró la voz femenina enfadada.

Candy se sorprendió al escuchar ese diminutivo que sólo ella usaba cuando estaba en el Colegio San Pablo y… de repente, esa voz de mujer le pareció familiar, por lo que se atrevió a preguntar:

- Señorita Baker... ¿Es usted Eleanor Baker?

- ¿Cómo me ha reconocido? ¿Podría decirme con quién estoy hablando? – preguntó esta vez una voz más bien irritada al otro lado del teléfono.

- Disculpe, probablemente no me recuerde. Soy Candy, Candy Ardlay.

- ¿Qué dijiste? ¿Eres Candy? ¿Esa Candy? – preguntó la señorita Baker con incredulidad.

- Sí, soy yo – confirmó Candy con la voz cargada de emoción.

- ¿Lo encontraste?

- No. Acabo de llegar a Nueva York y Terence no sabe que estoy aquí. La portera me dijo que probablemente no volvería esta noche porque iba a cenar con usted y yo estaba a punto de irme.

- De hecho, ya debería haber llegado aquí conmigo.Es extraño que se haya retrasado tanto y que no me haya avisado. Pensé que todavía estaría ahí porque en el teatro me dijeron que se fue hace como una hora.

- Lo siento, señorita Baker.Llevo casi dos horas esperándolo, pero nunca llegó – comentó Candy empezando a preocuparse.

- ¿Puedo pedirte un favor? ¿Podrías quedarte ahí un poco más? Mientras tanto, intentaré averiguar adónde fue y te vuelvo a llamarlo antes posible, ¿vale?

- Está bien.

Eleanor colgó el teléfono aún sin estar del todo segura de lo que acababa de suceder. ¡Candy estaba en Nueva York, en el apartamento de Terence, y lo estaba esperando!

- Dios mío... ¡no me imagino cómo se pondrá Terry cuando se entere! El hecho de que ella esté aquí sólo puede significar una cosa, de lo contrario no habría venido. Claro… seguro le escribió, al final se decidió. ¡No lo puedo creer!

Presa de una extraña euforia, Eleanor pensó que ahora era más importante que nunca localizar a su hijo, pero no sabía por dónde empezar. Pensó en llamar al club a donde Terence solía ir a montar a caballo, pero le dijeron que hacía dos días que no veían al señor Graham. También intentó contactarlo en los pocos lugares que a veces frecuentaba con algunos amigos para escuchar música, pero nada. Nadie lo había visto. Terence parecía haber desaparecido en el aire.

De pronto, escuchó sonar el teléfono y poco después escuchó golpecitos en la puerta de la elegante sala donde se encontraba. Gastón, el mayordomo, le dijo que la buscaban por teléfono.

- ¿Es mi hijo?

- No, señora, me temo que no – respondió Gastón con expresión sombría.

La señorita Baker se apresuró a contestar y se quedó petrificada cuando se dio cuenta de que la llamada provenía del Hospital San Jacobo.

Entre tanto, en el apartamento de Terence, Candy ya no sabía qué pensar. Había pasado una media hora desde que había hablado con Eleanor y todavía no había recibido noticias. Caminaba de un lado a otro por la estancia, saltando al menor ruido, esperando verlo entrar. Pensó en la cara que pondría cuando la encontrara frente a él y no pudo evitar sonreír.

- Señorita Ardlay... ¿puedo pasar?

- Por favor, Dora, pase... ¿Hay alguna noticia del señor Graham?

- No, señorita, pero... hay un auto afuera esperándola.El conductor dice que vino a recogerla por orden de la señorita Baker.

El rostro de Candy no podría haber lucido más sorprendido por esas palabras. Eleanor había enviado a un chofer a recogerla, así que Terence tenía que estar con ella y… ¡Santo Dios! ¡Lo iba a ver pronto!

- Muchas gracias por su gentileza, Dora. Ahora realmente tengo que irme... ¡Adiós! – casi le grita Candy antes de salir corriendo escaleras abajo.

Cuando llegó a la calle se encontró con una espléndida limusina esperándola. El conductor le abrió la puerta y la invitó a subir. Luego se colocó detrás del volante.

- Disculpe… ¿puedo saber hacia dónde nos dirigimos? – preguntó Candy totalmente conmocionada por un torbellino de emociones incontrolables. Le parecía que podía tener fiebre, sentía la cara en llamas y ligeros escalofríos recorriéndole el cuerpo, y sus manos frías torturaban el asa de su bolso.

Sin voltear, el chofer respondió que se dirigían al Hospital San Jacobo.

- Al Hospital San Jacobo... - repitió Candy, cuyo corazón parecía haberse detenido de golpe - ¿Se refiere al hospital? ¿Pero por qué? ¿Qué pasó?

- Perdóneme, señorita, pero no puedo decirle nada más. Sólo sé que la señorita Baker la está esperando allí.

Candy sintió que le faltaba el aire… ¿Por qué motivo estaba Eleanor en el hospital y quería que ella la alcanzara? Un pensamiento comenzó a insinuarse poco a poco en su mente y,aunqueno tenía intención alguna de secundarlo, al final tuvo que aceptar lo que ahora parecía una realidad ineludible. La demora de Terence y su inexplicable desaparición… No, no podía ser cierto, tenía que haber otra explicación.

Al cabo de unos minutos, la limusina se detuvo justo delante de la entrada del hospital.

- Por favor, señorita Ardlay, una persona de confianza la llevará con la señorita Baker – le dijo el conductor tras abrirle la puerta.

Candy bajó del auto con las piernas apenas sosteniéndola y enseguida vio a una joven castaña con un elegante traje gris claro caminando hacia ella.

- Usted es la señorita Ardlay, ¿verdad?

- Sí.

- Por favor, sígame.

- ¿Podría explicarme qué está pasando? No sé por qué estoy aquí y honestamente...

- Perdóneme, pero la señorita Baker me pidió que no le dijera nada. Ella le informará lo sucedido personalmente.

Candy no tuvo valor para hacer más preguntas. Recorrieron un largo pasillo y pasaron por el quirófano, que tenía la luz roja encendida, lo que indicaba que se estaba realizando una cirugía. Candy sintió que se le helaba la sangre en las venas y cuando entró en la pequeña sala de espera privada, el rostro descompuesto de la madre de Terence confirmó el terrible presentimiento que hasta ese momento había intentado ignorar con todas sus fuerzas.

- Ay, Candy…¡gracias al cielo que estás aquí! – exclamó Eleanor corriendo hacia ella y estrechándola en un cálido abrazo.

La escuchó sollozar y por un momento Candy pensó que estaba a punto de morir. Luego intentó recuperar la compostura como cuando, como buena enfermera, se encontraba en situaciones muy difíciles de afrontar y, tras respirar profundamente, le suplicó a Eleanor que se calmara y le explicara lo sucedido. Se sentaron y Eleanor le dijo que después de hablar con ella había buscado a Terence por todas partes sin éxito. Luego había recibido una llamada telefónica para informarle que su hijo había estado involucrado en un accidente automovilístico, tras lo cual había sido trasladado urgentemente al Hospital San Jacobo.

- Corrí hasta aquí, pero cuando llegué me dijeron que Terry ya estaba en el quirófano y no he sabido nada más... Me estoy volviendo loca... ¡Ya no sé qué pensar! – continuó entre lágrimas sosteniendo las manos cada vez más frías de Candy.

Candy se había quedado sin palabras, ni siquiera podía llorar. Alzó la vista por un instante y se dio cuenta de que el señor Hathaway y Karen Kleiss también estaban en la sala de espera. Ambos la miraron horrorizados, lo que confirmaba las palabras de Eleanor.

- Como enfermera puedo tratar de averiguar algo más. Esperen aquí – logró decir Candy mientras se dirigía hacia la salida, en realidad esperando que una vez fuera de allí todo resultara ser la peor de las pesadillas y se desvaneciera en el aire, llevándola de regreso al apartamento de Terence. ¿No era ahí donde se había quedado dormida, en su sofá? Al abrir los ojos se despertaría y encontraría frente a ella esa maravillosa sonrisa que no había visto en tanto tiempo. Pero tan pronto como estuvo fuera de la puerta, el ir y venir de médicos y enfermeras volvió a lanzarle a la cara la dura realidad. No estaba soñando, en verdad estaba en el hospital y Terence en verdad estaba en el quirófano. Avanzó por el pasillo y se detuvo justo frente al semáforo en rojo.Lágrimascalientes inundaron sus mejillas; se sintió débil y se apoyó contra la pared a sus espaldas repitiendo dentro de su cabeza "no es posible que estés allí dentro".

Una voz familiar la sacó de sus pensamientos. Volteó lentamente y reconoció al Dr. Brown, con quien había trabajado en Chicago por algún tiempo hasta que lo habían trasladado al San Jacobo en Nueva York.

- ¡Michael!

- Entonces, no estaba equivocado… ¡realmente eres Candy! ¿Qué sucede?

- Un querido amigo mío tuvo un accidente automovilístico y ahora está en el quirófano, pero ni yo ni su familia tenemos más noticias y estamos muy ansiosos – le explicó Candy entre lágrimas.

- Ya veo - le dijo el doctor en voz baja -. No sé nada al respecto, pero tal vez pueda ayudarte.Ven conmigo.

Candy lo siguió como una autómata hasta que se detuvieron frente a una puerta con un letrero que decía "Reservado", lo que indicaba que era un sitio prohibido para los visitantes.

- Espera aquí un momento.Veré qué me dicen y vuelvo contigo.

- ¡Gracias, Michael, muchas gracias! – susurró Candy.

Por fortuna la espera fue corta, así que pocos minutos después el doctor Brown reapareció y le contó a Candy todo lo que le habían dicho sobre las condiciones en que el joven había llegado al hospital.

- Fue un accidente muy grave. Parece que una furgoneta que estaba rebasando le dio de frente. El impacto fue muy violento y tu amigo sufrió una fractura desplazada de tres costillas, lo que le provocó una hemorragia interna que requirió intervención quirúrgica inmediata. Además, tiene un corte profundo en el lado izquierdo de la frente y un trauma importante en el cráneo.

- ¿Estaba consciente cuando llegó aquí?

- No.

Candy no pudo contener un sollozo.

- No puedo asegurarte nada, pero por lo que oí no creo que su vida corra peligro. Aunque para estar seguros, tendremos que esperar a que termine la cirugía – Michael intentó tranquilizarla, ya que nunca había visto a Candy tan alterada.

- ¿Cuánto más tardará?

- Una o dos horas como máximo.

- En verdad no sé cómo agradecerte. Ahora volveré con su madre y trataré de tranquilizarla porque estaba realmente devastada.

- ¿No me digas que la famosa actriz Eleanor Baker está aquí en el hospital?

- Por supuesto. ¿No me digas que eres admirador suyo?

- ¿Quién no lo es? ¿Puedes decirme cómo es que la conoces?

- Su hijo y yo fuimos compañeros de escuela en Londres y fue en ese periodo que también conocí a la señorita Baker – respondió Candy volviendo a sonreír por un momento al recordar los hermosos días pasados ​​en Escocia.

- ¿Y por qué estás en Nueva York?

- Bueno… esa es una historia un poco larga y realmente no tengo tiempo para contártela ahora.Perdóname.

- No te preocupes... Perdóname tú.No creo que tengas muchas ganas de charlar en este momento y lo entiendo. No dudes en preguntar por mí si necesitas algo.

- ¡Gracias, Michael! – le respondió Candy con una sonrisa de total agradecimiento.

Candy refirió todo lo que había sabido gracias al doctor Brown, y trató de tranquilizar a la madre de Terence diciéndole que lavida de su hijo no estaba en peligro. En ese momento no quedaba más que esperar a que finalizara la operación para hablar directamente con el cirujano.

El tiempo parecía no transcurrir y un oscuro silencio había caído en la sala. Ninguno de los presentes se atrevía a pronunciar palabra. Robert estaba de piecon la mirada perdida fuera de la ventana. Eleanor estaba sentada entre Candy y Karen sosteniendo su hermoso rostro entre las manos, alternando sollozos con suspiros profundos.

Candy decidió salir a buscar la capilla del hospital. Se arrodilló ante la imagen de San Jacobo orando con todo su ser para que Terence se salvara. Candy conocía la historia de Jacobo, en la que el rostro de Dios es el de un Dios que está en la humanidad pecadora: un Dios escondido en la fragilidad de la naturaleza humana, en sus contradicciones, pero que desde el interior la hace elevarse hacia la pureza y la verdad, aunque sea a costa del sufrimiento.

Después de más de una hora, una enfermera entró en la sala de espera y le pidió a la señorita Baker que la siguiera.

- Candy, por favor, ¿te importaría venir conmigo? – suplicó Eleanor extendiendo una mano hacia ella.

Candy aceptó su invitación con una sonrisa, y Robert y Karen se quedaron en la sala.



El consultorio del Dr. Taylor era muy grande, con un gran escritorio en el centro, un estante lleno de archivos a la izquierda y una variedad de exuberantes plantas ornamentales a la derecha. La enfermera les pidió a la señorita Baker y a su rubia acompañante que se sentaran y les dijo que el médico llegaría en unos minutos. Luego se retiró.

- Perdóname, Candy, tal vez no tenía derecho a pedírtelo, pero no sabes cuánto me reconforta tu presencia en este momento - confesó Eleanor tomando la mano de la joven entre las suyas, y Candy le dedicó la sonrisa más dulcea pesar de que estaba temblando como una hoja ante la idea de lo que el médico podría decirles.

Al escuchar el ruido metálico de la puerta, las dos mujeres sentadas frente al escritorio voltearon de golpey se encontraron frente a la imponente figura de un hombre de mediana edad, cabello oscuro ligeramente blanqueado en las sienes y pequeños ojos color avellana muy profundos e intensos medio ocultos por unas gafas que se quitó muy lentamente en cuanto se sentó. Después de pasarse una mano por la frente, el Dr. Taylor miró a la señorita Baker por primera vez y le pidió que le confirmara si ella era la madre del muchacho al que apenas acababa de operar. Luego se volvió hacia Candy:

- ¿Y usted, señorita?

- La señorita Ardlay es una amiga muy querida y conoce a mi hijo desde hace muchos años.Además, es enfermera diplomada – intervino Eleanor anticipándose.

El Dr. Taylor miró a Candy y no hizo más preguntas; pensó que los actores definitivamente eran un poco extraños.

- La cirugía acaba de terminar y salió bien. La hemorragia interna se detuvo a tiempo y no afectó el funcionamiento de órganos vitales. El paciente llegó al hospital en un estado bastante grave, inconsciente, por lo que fue necesario actuar con cierta urgencia. Se fracturó la muñeca derecha y tres costillas, por lo que deberá permanecer inmóvil por algún tiempo y los primeros días será preferible mantenerlo sedado. Esto es lo que puedo decirlespor ahora. En los próximos días podremos determinar mejor los tiempos de recuperación.

- ¿Tendrá algún daño permanente? – preguntó Candy preocupada.

- No lo creo, señorita, puede estar tranquila. La única señal que le recordará esta mala experiencia será probablemente la cicatriz de la profunda herida que sufrió en la frente, pero eso es algo que suele gustarles a las mujeres – fue la respuesta del médico, que despertó de inmediato un sentimiento de natural antipatía en Candy.

El Dr. Taylor continuó dirigiéndose a Eleanor.

- La habitación de su hijo es la número 27. Una enfermera la llevará con él.

- Le agradezco infinitamente, doctor – dijo Eleanor con sinceragratitud antes de encaminarse a la salida junto con Candy.

- Por favor... ¡sólo una visita por hoy!

Mientras acompañaban a la señorita Baker a la habitación de su hijo, Candy regresó a la sala de espera y les contó a Robert y a Karen lo que les había dicho el cirujano que había operado a Terence.

- Se recuperará rápidamente... ¡Terence es un chico muy fuerte! – fue el comentario del Sr. Hathaway.

- El doctor Taylor sólo concedió una visita el día de hoy por desgracia – agregó Candy sin ocultar su decepción.

Karen, sentada frente a Candy, la observaba tratando de descifrar la más mínima emoción. Candy estaba apoyada contra la pared con la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás y los ojos cerrados, tratando de encontrar algo de paz en esa oscuridad. La actriz se moría por preguntarle qué estaba haciendo en Nueva York, temiendo que estuviera allí precisamente por Terence.

- No puedo creer que después de todos estos años todavía haya algo entre ellos... No... no es posible – pensó, pero sin atreverse todavía a indagar. De repente, se decidió.

- Candy, ¿cómo es qué estás aquí, en Nueva York? Supongo que será por trabajo.

Candy vaciló sorprendida.

– Bueno… en realidad yo…

No terminó la frase porque en ese momento entró Eleanormuy afligida. Robert fue enseguidahacia ella y la sostuvo por la cintura.

- ¿Lo viste? ¿Cómo está? – le preguntó.

- Está muy pálido y… por suerte está dormido, así que no siente mucho dolor. El doctor dijo que todo va bien y que hay que tener paciencia,que se recuperará –entonces Eleanor se volteó y...

- Candy, ¿quieres verlo? – le preguntó con una leve sonrisa idéntica a la de su hijo.

- Pero el doctor en realidad dijo que... – Candy se sorprendió mucho ydudó, pues no se sentía preparada en absoluto.

- Logré conseguir cinco minutos más... si quieres.

- Está bien – aceptó con voz débil.

Robert y Karen se despidieron de la señorita Baker y acordaron verse a la mañana siguiente. Candy se dirigió a la habitación número 27. Eleanor abrió un poco la puerta y le dijo algo a la enfermera que estaba dentro, quien salió y le indicó a Candy que pasara.

- Como eres un colega, puedo dejarte sola, pero únicamente cinco minutos, por favor. ¡De lo contrario me meteré en problemas! – exclamó la enfermera saliendo del cuarto.

- Gracias – le susurró Candy antes de cerrar la puerta tras de sí.

La habitación era muy grande y estaba envuelta en la penumbra. La cama estaba situada cerca de un gran ventanal que una cortina cubría sólo a medias, dejando entrever la noche centelleante por las mil luces de Nueva York. Candy puso su abrigo y su bolso en una silla al lado de la puerta y luego intentó dar unos pasos hacia adelante. En ese absoluto silencio, el leve ruido de sus zapatos al pisar el suelo la sobresaltó, y tuvo que apoyarse en un carrito que por suerte estaba cerca de ella. No podía pensar en nada excepto en el hecho de que Terence estaba a sólo unos metros de distancia. Veía borroso por las lágrimas incontrolables que una vez más habían invadido sus ojos.Sacó un pañuelo del bolsillo de su vestido y se los secó, por lo que poco a poco pudo distinguir el perfil del cuerpo tendido del joven. Continuó acercándose con lentitudy se detuvo primero al pie de la cama. Una ligera sábana blanca tapaba las piernas del paciente hasta la cadera.Eltórax,vendado casi por completo, estaba al descubierto, al igual que los brazos.El brazo derecho estaba inmovilizado, mientras que el dorso de la mano izquierda tenía un catéter insertado seguramente para administrarle sedantes y analgésicos. Desplazándose por un lado de la cama, Candy finalmente reunió el valor para colocarse a la altura de la cara de Terence. Después de aquel breve encuentro en el teatro no se habían vuelto a ver y, ahora, estar frente a él en esas condiciones… Estaba tan pálido, con una expresión tensa y una aparatosa venda en la frente bajo el cabello ligeramente despeinado. Candy alargó la mano por instinto para acomodarle un mechón cerca de la oreja, rozándole la mejilla.Se sentó profundamente turbada y, estando tan cerca de él, no pudo evitar estrecharle la mano: la última vez que sus manos se habían tocado había sido en ese mismo hospital la noche en que se habían dicho adiós. ¡Cómo había extrañado ese contacto! Le parecía que poder volver a acariciar esa mano la conducía a una nueva vida. ¿Acaso podía negar que había llegado a Nueva York con esa esperanza en el corazón? ¿Iniciar una nueva vida sería posible?

- Ay, Terence… ¡cómo desearía que pudieras oírme! Todo irá bien, ya lo verás, no te preocupes. Dicen que el doctor que te operó es muy bueno, que estás en excelentes manos. No veo la hora de que te despiertes... para volver a perderme en el azul de tus ojos... Pero ¿qué estoy diciendo?Perdóname... no me parece que sea momento de pensar en ciertas cosas. Si estuvieras despierto, no tardarías en burlarte de mí... ¿verdad?

Candy sonrió ante la idea y le volvieron a la mente todas las veces que él la había llamado “Tarzán pecoso” o “pequeña mona” y la había hecho enfurecer mientras él se echaba a reír.

- ¡Lo que daría por volver a escuchar esa risa! – murmuró para sí, apretando con más fuerza la cálida mano del chico y sintiendo de nuevo el calor de las lágrimas en su rostro.

De pronto, sintió una presencia cerca de ella. La señorita Baker había llamado a la puerta, pero Candy evidentemente ni siquiera la había oído entrar, y al verla llorando le dijo:

- Ya escuchaste lo que dijo el doctor... Verás que en unos días estará bien. No tienes de qué preocuparte.

A pesar de sus palabras tranquilizadoras, Candy no podía dejar de llorar, por lo que Eleanor pensó que la causa de esas lágrimas no era sólo la preocupación por la salud de Terence. Tal vez la emoción de haberlo visto de nuevo después de tanto tiempo había sido demasiado fuerte para Candy… Entonces, todavía lo amaba, ¡no había duda alguna!

Candy se puso de pie, soltó lentamente la mano de Terence y, después de acariciarlo con la mirada por última vez, se dirigió hacia la salida junto con la señorita Baker.

- ¿Por qué no vienes a mi casa, así mañana por la mañana podemos volver juntas al hospital? – le propuso Eleanor en cuanto salieron. A pesar de la preocupación por el estado de su hijo, la madre de Terence no tenía ninguna intención de dejar ir a Candy.Tenía que averiguar de alguna manera lo que habíaen el corazón de esa muchacha.

- Se lo agradezco mucho, pero tengo todas mis cosas en el hotel y estoy muy cansada... No veo la hora de meterme a la cama.

- Al menos permíteme acompañarte.Mi chofer nos está esperando.

Se subieron a la limusina y se dirigieron al hotel donde se hospedaba Candy, el cual no estaba lejos del hospital. Las dos mujeres se despidieron afectuosamente, sumamente angustiadas por lo sucedido, y acordaron verse a la mañana siguiente.

Candy subió a su habitación y se arrojó sobre la cama, destrozada por todas las intensas emociones que había experimentado esa noche. Ciertamente no había imaginado que encontraría a Terence en esas circunstancias, pero haberlo visto reconfortaba su corazón. Tarde se le hacía por que saliera el sol otra vez para regresar a su lado. Le habría encantado poder permanecer cerca de él toda la noche, pero el médico había sido inflexible y les había asegurado, tanto a ella como a la madre, que el paciente no se quedaría solo ni un segundo.

- Aún puedo sentir el calor de tu mano – murmuró Candy, llévandose a la mejilla la mano que había estrechado la de Terence –. Estabas tan pálido, pero tu dulce rostro no ha cambiado… Entonces, ¿es cierto lo que me escribiste? ¿Sigues siendo el mismo?

Candy se levantó y fue a sacar de su bolso la carta que había recibido unos días antes.La abrió y la leyó una vez más a pesar de que ya se sabía cada una de sus palabras de memoria.

- “Para mí nada ha cambiado”… ¿Qué significan estas palabras? ¿Quizás lo que creo y espero? Necesito hacerte tantas preguntas... o tal vez bastará con mirarte a los ojos una sola vez para comprender si todavía...

Inmersa en esos pensamientos, Candy fue cayendo vencida por el cansancio y se abandonó al sueño.


______________

[1]Shakespeare, Guillermo. Macbeth, acto V, escena V.




 

Capítulo once

 

 


 

 

Nueva York

27 de marzo de 1922

 

El aire fresco de la mañana la hizo sentirse llena de optimismo mientras caminaba rápidamente por la acera, esquivando el gentío que ya bullía en las calles de la ciudad. Tan pronto como salió del hotel, había decidido continuar a pie hasta el hospital.Le gustaba caminar porque le ayudaba a despejarse y en ese momento realmente lo necesitaba. De hecho, la cabeza de Candy estaba invadida por una multitud de pensamientos, aun si todos giraban en torno a un solo nombre: Terence. ¿Era verdad que estaba caminando hacia él? ¿Cómo habría pasado la noche? ¿Y si ya se había despertado? No, no era posible, el médico había hablado de unos días de sedación, ¡pero tarde o temprano podría hablar con él! Esos pensamientos la agitaban, pero al mismo tiempo una extraña euforia se apoderaba de ella de vez en cuando y la hacía sentir que caminaba en las nubes.

En pocos minutos llegó al Hospital San Jacobo y subió al primer piso, donde se encontraba el cuarto de Terence. Era muy temprano y aún no se permitían las visitas a los pacientes, por lo que Candy pensó en buscar al Dr. Brown para tener noticias. Por suerte, Michael estaba caminando justo en ese momento por el pasillo donde estaba Candy.

- ¡Buenos días, Candy! ¡Madrugadora como siempre, ya veo! – exclamó el joven médico.

- Buenos días, Michael.Te estaba buscando... Quería saber cómo se encuentra el paciente de la habitación 27.

- ¿Te refieres a tu amigo? – le preguntó Michael subrayando con picardía la palabra “amigo” – Sígueme y lo sabrás.Estoy por comenzar mi turno y precisamente tengo que mirar su historial clínico.

Entraron a una habitación adyacente a la de Terence y, después de examinar cuidadosamente los parámetros registrados durante la noche, el doctor Brown le informó a Candy que todo parecía ir bien y que tal vez podrían intentar despertarlo poco a poco. La sonrisa que surgió en el rostro de la chica fue más elocuente que mil palabras.

- ¿Quieres verlo? – le preguntó Michael devolviéndole la sonrisa.

- Sí... pero no creo que sea hora de visitas todavía...

Sin responder, Michael se acercó a una cortina que ocultaba una especie de ventana: cuando la abrió, el cuarto de Terence apareció al otro lado del cristal.

- Como bien sabes, es un paciente bastante especial, y desde aquí podemos tener siempre todo bajo control por si llegan visitas inoportunascomo, por ejemplo, alguna admiradora intrusiva – comentó el joven médico ante la cara estupefacta de su amiga.

Candy dio unos pasos para acercarse al vidrio y la emoción de verlo de nuevo la golpeó de lleno en el pecho, dejándola sin aliento.

- Michael, ¡el Dr. Taylor quiere hablar contigo de inmediato! – intervino decididamente una enfermera que se asomó por la puerta.

Michael le indicó a Candy que lo esperara allí y salió.

- Terry, ¿escuchaste? El Dr. Brown dijo que todo está bien y que podrás despertarte pronto... ¡No puedo esperar! Estoy segura de que estarás bien y de que pronto volverás a casa y al teatro... ¡Todo esto será sólo un mal recuerdo!

Candy no podía quitarle los ojos de encima;se sentía tan impaciente por estar a su lado.

- ¿Pero a qué hora empieza el horario de visitas? En verdad espero poder quedarme contigo un poco más de tiempo hoy... ¡Si fuera por mí, nunca te dejaría!

De pronto, una mujer entró en la habitación de Terence. Candy no la reconoció enseguida, ni siquiera cuando se quitó el sombrero y la bufanda que le envolvía parcialmente la cara.

- ¿Pero quién es ella? ¡No es la señorita Baker! – exclamó Candy perpleja.

La mujer se acercó a Terence y se sentó en la misma silla en la que Candy se había sentado la noche anterior. A continuación, tomó la mano del joven con un gesto que a Candy le pareció muy apasionado, tras lo cual la vio pronunciar algunas frases sin poder escuchar lo que decía, mientras sus hermosos ojos oscuros resplandecían llenos de lágrimas.

Candy quiso cerrar la cortina y no ver nada más, pero no le dio tiempo, y lo que ocurrió un instante después arrasó con ella como un río embravecido: la mujer acercó su rostro al de Terence hasta que sus labios rozaron los del chico con un tierno beso.

Candy, devastada, salió corriendo de la habitación con las mejillas ardiendo y el corazón acelerado.

- No puede ser... no es posible... me equivoqué... - murmuraba para sí intentando en vano calmarse.

- Buenos días, Candy. ¿Estás bien? – la saludó la señorita Baker, que acababa de llegar, al notar la turbación de la muchacha.

Candy tuvo que renunciar a las ganas de salir corriendo y trató de responder con la mayor calma de la que era capaz en ese momento.

- Sí... Acabo de hablar con el doctor Brown y me dijo que Terence podrá despertarse pronto.

- Pero esa es una noticia maravillosa, ¡es un gran alivio! – exclamó Eleanor estrechando a Candy en un cálido abrazo.

Mientras tanto, la chica que acababa de salir de la habitación de Terence se detuvo para saludar a la actriz. Candy notó que las dos mujeres parecían conocerse, aun si se miraban con frialdad. En cierto momento, Eleanor le indicó a Candy que se acercara.

- Te presento a una querida amiga de mi hijo, Candice Ardlay.

- Encantada de conocerla... Yo también soy una querida amiga de Terence.Mi nombre es Isabel Adams.

Se dieron la mano y se miraron directo a los ojos a pesar de que la señorita Adams era más alta que Candy; la modelo la escrutó de arriba abajo.

- Ahora realmente tengo que irme.Nos vemos pronto – se despidió Isabel antes de dirigirse hacia la salida del hospital.

Candy la vio alejarse dejando tras de sí un intenso aroma a orquídeas. Sin duda se trataba de la joven que había aparecido en los periódicos junto a Terence y que había sido descrita como su nueva conquista.

- ¿Entramos? – le preguntó Eleanor a Candy señalando el cuarto de Terence.

Candy asintió, incapaz de negarse aunque se sentía extremadamente vulnerable y al borde de las lágrimas.

La habitación todavía estaba envuelta en la penumbra, ya que el paciente todavía debía permanecer inconsciente un poco más. Eleanor y Candy se acercaron a la cama en silencio y se quedaron así unos minutos más, con la mirada fija en aquel joven que para ambas representaba todo el amor del mundo. Su cara aún pálida y sus ojos cerrados hacían que pareciera un cachorro indefenso.

- Sabes, Candy… cuando nació Terry, me sentí la mujer más feliz del universo.Sentía que tenía en los brazos el tesoro más grande que jamás podría recibir, ¡un regalo inmenso! Por eso, cuando su padre me lo quitó, pensé que me iba a morir. Fue como si me hubiera arrancado el alma, aunque racionalmente también yo creía que era lo mejor para él. Convertirse en un Granchester de pleno derecho le iba a garantizar un futuro mejor que el que yo podría haberle ofrecido. ¡Qué equivocada estaba! Sólo el amor puede hacerte feliz, y Terry no lo tuvo durante toda su infancia... hasta que... - Eleanor hizo una pausa, miró a Candy por un momento y le sonrió antes de continuar - El día que perdí a mi niño me juré a mí misma que nunca volvería a depender del amor de un hombre. ¡Quería ser una mujer independiente y realizada para no tener que volver a soportar las decisiones tomadas por otra persona! Creo que puedes entenderme fácilmente, sé que has encontrado tu camino con determinación, sin la ayuda de nadie, y lamentablemente para una mujer no es fácil. No hay que depender nunca de nadie, Candy... Claro, cuando se trata de un hijo, la cosa cambia. Si Terry es feliz, yo también lo soy.Si él no está bien, yo también sufro. Es inevitable, un hijo es parte de ti y siempre lo será, incluso al convertirse en hombre.

Con la mano, Eleanor acarició varias veces el rostro de su hijo y sus hermosos ojos azules, idénticos a los de Terence, se llenaron de lágrimas que secó enseguida con un pañuelo blanco de batista.

- Te escribió, ¿verdad? – preguntó de repente, volviéndose hacia Candy.

- Sí – respondió al instante la joven como si hubiera estado esperando esa pregunta desde hacía tiempo.

- ¿Y es por eso que estás aquí en Nueva York? ¿Es por Terry?

Candy vaciló. Sólo Dios sabía cuánto le habría gustado confesarle a la madre de Terence que la carta de su hijo la había llenado de alegría y que no había dudado ni por un solo segundo en subirse al primer tren para reunirse con él, pero después de lo que había visto, después del beso de Isabel… se sentía confundida y ya no sabía qué pensar. Recordaba haberlos visto juntos, fotografiados en los periódicos. Jasmine le había dicho que no le diera importancia a esas noticias y le había asegurado que no había nada importante entre ellos. Pero ese beso… ahora… después de que él le había escrito… ¿qué significaba?

Una enfermera entró en la habitación y le dijo a la señorita Baker que el Dr. Taylor estaba disponible para recibirla. La actriz salió y Candy pudo evitar contestar, al menos por el momento. Se quedó sola con Terence. Se sentó a su lado presa de sentimientos encontrados y mil preguntas. Después de su carta, ¿cuál era el sentido de ese beso? ¿Para qué le había escrito si entre él e Isabel…?La modelo no sólo era una mujer bellísima, sino también encantadora. Compartía con Terence la misma pasión por el mundo del espectáculo, probablemente frecuentaban los mismos círculos y tenían amistades en común.Por lo tanto, era natural que se hubiera creado una relación bastante íntima entre ellos y, además... Terence ya se había convertido en un hombre, como había dicho su madre.Ya no era el jovencito rebelde del Colegio San Pablo y, si ya entonces todas las alumnas morían por él, ¿ahora qué mujer podría resistírsele?

Candy lo veía casi avergonzada, confesándose a sí misma que, pese a no haber cambiado mucho, el rostro de Terence se había vuelto más maduro y aún más hermoso de como lo recordaba. Los rasgos estaban más definidos: la frente, la nariz, la barbilla y la boca parecían cinceladas por la mano de un artista. Candy tuvo que apartar la mirada cuando sintió que se le sonrojaban hasta las orejas.

¡Entonces la imagen de Isabel inclinándose sobre él y de ese beso apareció ante sus ojos nuevamente! Se sentía perdida, le parecía que todo lo que había creído y esperado desde que había recibido su carta se había desvanecido de repente. Evidentemente, el sentimiento por él que había guardado en su corazón durante todos esos años y el deseo de volver a verlo le habían hecho leer entre esas escasas líneas algo que en realidad no estaba allí, que ya no estaba allí.

- ¿Qué estoy haciendo aquí? Deja de soñar despierta, Candy.Sólo eres una tonta por seguir creyendo que él...

Salió corriendo del cuarto y regresó al hotel. Poco después, la llamaron de la recepción para pasarle una llamada urgente de Chicago.

- ¿Diga?

- Candy, ¿dónde te habías metido? Leí sobre Terence en el periódico. ¿Qué sucedió? ¿Cómo está?

- Albert, perdóname por no avisarte, pero, créeme, todo pasó de pronto y no encontré el tiempo... Terence tuvo un accidente terrible y lo operaron, pero ya está bien. Aún está sedado, pero probablemente podrá despertar mañana – respondió Candy casi sin respirar.

- ¡Gracias a Dios! Vi la foto de su coche... es impresionante, ¡es un verdadero milagro que haya salido de eso con vida! ¿Y tú cómo estás, pequeña? ¿Necesitas algo? ¿Quieres que te alcance allá?

- Estoy bien, no te preocupes. No es necesario que vengas a Nueva York porque creo que volveré pronto. ¡El trabajo me espera! – exclamó Candy intentando recuperar el habitual tono agudo de su voz.

A Albert le pareció bastante extraño que Candy ya quisiera regresar a Chicago. Sabía que ella había salido corriendo a ver a Terence después de recibir su carta y, a pesar de no saber su contenido, había esperado que las cosas finalmente pudieran arreglarse entre ellos. ¿Por qué tanta prisa ahora? Sin embargo, no se atrevió a preguntarle nada más y prefirió esperara que ella se sincerara con él.

En cuanto colgó el teléfono, Candy sintió un deseo aún más fuerte de volverde inmediato a Chicago, a su hogar. La voz de Albert, tan tranquilizadora como de costumbre, siempre le infundía una profunda calma, y en ese momento hubiera deseado tanto estar en Villa Ardlay con él, con sus queridos Annie y Archie, las únicas personas que, junto con la señorita Pony y la hermana Lane, la hacían sentirse segura.

En todos esos años lejos de Terence había aprendido a seguir adelante mirando hacia el futuro y encerrando en el rincón más recóndito de su corazón ese amor pasado que ya no tenía esperanzas de volver a la vida. Entonces esa carta… ese “para mí nada ha cambiado”había hecho explotar todo como dinamita, su corazón había estallado en mil fragmentos y todos los sentimientos que había mantenido ocultos hasta ese momento habían resurgido con fuerza para reclamar su lugar. El alma de Candy había comenzado a gritar fuerte, cada vez más fuerte, un solo nombre, ¡el único posible!

¡Pero todo esto volvía a dolerle demasiado! ¿Por qué amarlo significaba volver a sufrir? ¿Por qué? ¿Acaso su amor era realmente irrealizable?

- Ay, Terry… tal vez no sea cierto que no has cambiado…

 

Después de almorzar en el hotel, Candy había pasado parte de la tarde caminando por Central Park. Una brisa ligera calentaba un poco el aire fresco de finales de marzo; empezaba a ser agradable estar al aire libre. Se sentó en una banca frente a un pequeño estanque y sus pensamientos volaron inevitablemente a Escocia. ¡Cuántos momentos inolvidables habían pasado ella y Terence durante aquellas vacaciones de verano! Cada sonrisa, cada mirada, cada instantehabían quedado grabados en su mente; ahora todo parecía tan lejano. Había custodiado esos recuerdos durante años, escondiéndolos como un tesoro precioso del resto del mundo, convencida de que él también había hecho lo mismo. ¡Pero ya no estaba tan segura!

Terence Graham, la joven estrella de Broadway, el actor más aclamado del momento, rodeado de admiradoras y hermosas actrices, un hombre lleno de encanto y cultura, un artista con un talento innegable... ¿podía en realidad sentir todavía algo por esa jovencita pecosa con nariz chata que había conocido en un barco?

- ¡Tal vez ya hasta se le olvidó que me escribió! – murmuró para sí.

Se sentía vacía y tonta. ¿Por qué había partido al instante rumbo a Nueva York? Podía haber respondido a la carta de Terence tranquilamente, ¿no? ¡En lugar de subirse al primer tren persiguiendo un sueño sin sentido!

- Porque definitivamente hay que estar un poco mal de la cabeza para encontrarle sentido a toda esta situación: un chico que, tal vez, sintió alguna vez algo por mí me escribe una breve carta confesándome que no ha cambiado... ¿Pero qué es lo que no ha cambiado para él? ¿Alguna vez dijo que me amaba? ¡No! ¡Incluso se comprometió con otra mujer! ¿Y yo qué hago? ¡Salgo corriendo hacia él y lo veo besando a otra mujer! ¡Debo haberme vuelto loca!

Después de una serie interminable de divagaciones, cada vez más enojada consigo misma, Candy decidió que se iría a Chicago enseguida. Sólo había un pequeño problema: no podía irse sin hablar primero con la madre de Terence. Por lo tanto, se fue a toda prisa al hospital con la esperanza de encontrarla allí.

En efecto, la señorita Baker había pasado la tarde junto a su hijo sin separarse de él ni un momento. Esperaba que en cualquier momento empezara a despertar y definitivamente quería estar allí cuando sucediera. Le parecía bastante extraño no haber vuelto a ver a Candy, y se sintió aliviada cuando, al salir de la habitación, la vio caminando hacia ella.

- Buenas noches, Eleanor. ¿Cómo está Terence? – preguntó Candy mostrando relativa calma.

- ¡Cada vez mejor! El médico apenas comenzó a reducir los tranquilizantes, así que mañana Terence estará de nuevo con nosotras. ¡Estoy muy feliz, no puedo esperar!

- ¡Yo también estoy feliz por eso y estoy segura de que, cuando despierte, tener a su madre cerca de él será muy importante!

- Si puedo ser honesta, ¡creo que en realidad verte a ti lo será mucho más!

Candy se sentía morir, pero tenía que decíselo. Era el momento.

- Bueno... lo siento mucho, pero yo no podré estar presente mañana. Esta noche salgo de regreso a Chicago.

Eleanor se quedó sin palabras por un instante, pensando que había entendido mal, y Candy se dio cuenta de que no sería fácil salir de esa situación sin colapsar.

- Lamentablemente mis vacaciones en Nueva York ya terminaron. Tengo que volver al trabajo pasado mañana y me espera un viaje bastante largo...

- ¿Te vas? – le preguntó Eleanor apuntando sus maravillosos ojos azules,incrédulos e implorantes, directamente al rostro.

Candy sólo pudo asentir.

- ¿Por qué? ¿Qué sucedió? ¡No puedes irte sin hablar con él primero!

Al igual que su hijo, Eleanor evidentemente era una persona muy directa, acostumbrada a expresar sus pensamientos sin andarse con rodeos.

- Cuando te pregunté si habías venido a Nueva York por Terry, no me respondiste, pero sé que sí. Y ahora me dices que te vas... ¿Por qué? – le volvió a preguntar la actriz tomándole las manos.

Ese gesto íntimo y afectuoso hizo que las barreras que Candy había levantado para evitar seguir sufriendo se derrumbaran. No podía mentir, no habría podido hacerlo en ese momento.

- Se lo suplico, Eleanor… ¡no me pregunte nada más y no le diga a Terry que estuve aquí! – le dijo sintiendo un nudo en la garganta.

La señorita Baker guardó silencio durante unos segundos y luego...

- ¿Ni siquiera quieres verlo?

Candy dirigió la mirada a la puerta de la habitación 27 y Eleanor la abrió lo suficiente para dejarla entrar.

- Apenas esta mañana estaba inmersa en el más hermoso de los sueños ¡y ahora todo se ha vuelto a convertir en una pesadilla! – pensó Candy mientras se acercaba a la cama donde yacía Terence, aún profundamente dormido.

Se sentó a su lado sin atreverse a mirarlo. Se cubrió la cara con las manos y apoyó los codos en las rodillas. En el silencio de la habitación, podía escuchar la respiración regular de Terence; le parecía que ese ligero soplido la acariciaba. Sentía un deseo abrumador de abrazarlo, las lágrimas la asfixiaban y, sin darse cuenta,empezó a sollozar.

- Candy...

¿Alguien la estaba llamando?

- Candy… - otra vez… como un susurro.

Candy alzó la cara y se volvió hacia Terence con incredulidad. ¿Era posible que fuera él quien había pronunciado su nombre?

La expresión del muchacho había cambiado: había apretado un poco los párpadosy tenía los labios entreabiertos, como si estuviera a punto de hablar. Luego abrió lentamente los ojos,volteó hacia ella y le dedicó una leve sonrisa que casi al instante fue reemplazada por una mueca de dolor.

- ¡No te muevas, Terry! – Candy se apresuró a decirle, pero el joven parecía haber vuelto a caer en la inconsciencia.

La chica salió del cuartoy vio a la madre de Terence frente a ella.

- Creo que está empezando a despertar. ¡Abrió los ojos por un instante! Vaya con él. Yo iré corriendo a llamar al médico.

Eleanor corrió hacia su hijo y Candy, después de hablar con el doctor Taylor, salió del hospital y se encaminó llorando hacia la estación de trenes.

 

 

*****

 

Chicago

28-29 de marzo de 1922

 

Candy estaba firmemente decidida a no revelar a nadie lo sucedido en Nueva York, incluso estaba convencida de que podría ocultárselo a ella misma. Había ido a Nueva York, sí, a visitar a Terence, perohabía ocurrido el accidente y no le había sido posible hablar con él. ¡Fin del asunto!

Llegó a Chicago a primera hora de la tarde después de haber viajado toda la noche sin poder pegar ojo. En Villa Ardlay, Albert fue el primero en darle la bienvenida cuando Candy se reunió con él en su estudio. William Albert Ardlay había asumido ya en su totalidad el papel de cabeza de familia y, a decir verdad,lo hacía perfectamente, aunque de vez en cuando se permitía algún capricho, como un viaje repentino a África Central o a Brasil (naturalmente sin que la tía Elroy lo supiera).

- ¡Bienvenida a casa, Candy!Pareces muy cansada – la saludó abrazándola tiernamente.

- ¡Efectivamente lo estoy!El viaje no ha sido el más cómodo que digamos. Creo que me iré a descansar enseguida.Mañana me esperan mis pacientes – respondió Candy, quien se veía realmente exhausta.

- Hablando de pacientes, ¿cómo está Terence?

- Bueno… digamos que se está recuperando.Tomará algo de tiempo, pero volverá a ser el mismo de antes. Estoy segura de que la convalecencia en casa de su madre le ayudará y pronto podrá volver a actuar. La Compañía Stratford está presentandoMacbeth, y es obvio que tendrán que sustituirlo por el momento, pero de seguro recuperará el lugar que le corresponde sin problemas...

Mientras la escuchaba, Albert pensaba que Candy estaba hablando demasiado sin decir nada en realidad. Sabía que ella había ido a Nueva York para hablar con Terence, entonces, ¿por qué ahora no hacía la más mínima mención del asunto? No obstante, creyó mejor posponer las explicaciones y dejarla ir a descansar.

Cenaron juntos solamente ellos dos. Archie y Annie habían ido a pasar unos días con el señor y la señora Brighton, y la tía Elroy prefería comer en sus habitaciones privadas.

- Vi muy bien a la tía.Me dijo que últimamente sus migrañas han disminuido gracias al nuevo medicamento que le recomendé. ¡Estoy feliz por eso! – exclamó Candy mientras caminaba con Albert por el jardín de la villa.

- Querida Candy… ¡siempre preocupándote por los demás! ¿Y tú cómo estás? – le preguntó Albert con un ligero tono de reproche.

- ¡Bien! ¿No se ve? – respondió Candy alegremente.

- Bueno… digamos que estás haciendo todo lo posible para convencerme de que ese es el caso, pero no estoy tan seguro.

- Mira, estoy tan en forma que hasta podría trepar a ese árbol – reiteró señalando un enorme roble.

- Por lo regular, cuando me subo a un árbol lo hago porque quiero esconderme del resto del mundo y quedarme tranquilo pensando en algo o en alguien – comentó Albert interrumpiendo la caminata y mirando a Candy a la cara. Como esperaba, la jovenbajo la mirada.

- ¿Quieres hablar de eso? – le preguntó entonces.

- No.

A la mañana siguiente, mientras desayunaban en la terraza, la alegría incontenible de Annie al ver a la que consideraba su hermana impactó a Candy como un huracán. La dulce y tímida Annie no solía perder la compostura de esa manera, pero no podía esperar a conocer cada detalle de su viaje a Nueva York. Apasionada como era de las novelas románticas, no podía resistir el encanto de esa historia de amor turbulento que, en su opinión, merecía sin duda alguna un final feliz, de acuerdo con las leyes de la más alta literatura o al menos de la que ella conocía.

- ¡Ahora cuéntamelo todo! – le ordenó Annie tras haber literalmente aprisionado a Candy en su recámara.

- Pero, Annie, ¿qué quieres saber? ¡No hay nada que contar! – Candy trató de evadir el tema minimizándolo.

- Antes que nada, dime cómo está Terence.Debe haber sido un terrible accidente por lo que escriben los diarios.

- Sí… tuvo mucha suerte.

- Pero estoy segura de que, cuando te vio,al instante se sintió mejor, ¿no es así? – le preguntó Annie llena de entusiasmo ante el solo pensamiento de que se hubieran reconciliado.

- En realidad no me vio.

- ¿Cómo?

Estaba inconsciente bajo sedación. Cuando me fui de Nueva York, todavía no había despertado – confesó Candy apartando la mirada de su amiga, que la miraba incrédula.

- ¿Entonces, no hablaron?

- No.

- Pero...¿cómo?No lo entiendo. Pensé que habías ido a Nueva York justo para...

Candy la interrumpió y no la dejó continuar.

- ¡Por favor, Annie, ya es suficiente!

Luego salió de la habitación.

Annie regresó ala veranda, donde Archie y Albert comentaban las últimas noticias de economía. Candy no estaba con ellos, así que aprovechó la oportunidad para preguntarle a Albert sobre lo que había pasado en Nueva York,porque era obvio que algo había sucedido.

- Intenté hacerla hablar, ¡pero Candy no quiso decirmenada! – fue su respuesta.

- ¿Por qué? ¿Algo anda mal? – preguntó Archie, quien ya se estaba imaginando que Granchester había hecho de las suyas.

- No lo sé... Candy acaba de decirme que ella y Terence no hablaron y eso me parece bastante extraño – le respondió Annie a su marido.

- ¡Otra vez la misma historia! Debimos de haberle impedido ir a Nueva York... ¡ya sabíamos cómo iba a terminar eso! – vociferó Archie poniéndose de pie.

- ¡Tratemos de mantener la calma, Archie! Candy sabe lo que hace, y si no quiere hablar de eso ahora, no podemos obligarla – declaró Albert mientras entraba de nuevo a la casa.

Al día siguiente, Candy recibió una visita muy bienvenida. Jasmine recién había vuelto de un viaje que había hecho para visitar algunos negocios que recibían financiación de su organización benéfica. Tan pronto como vio a Candy, se dio cuenta de que algo debía haber salido mal en Nueva York. Sin embargo, como estaba al tanto del accidente que había sufrido Terence, pensó que el rostro tenso de la muchacha se debía a ello.

Las dos mujeres se saludaron abrazándose cálidamente, pero cuando se separaron, los ojos verdes de Candy estaban llenos de lágrimas.

- Ay, querida, ¿por qué las lágrimas? Al final, todo salió bien, ¿verdad? Albert me dijo que Terence ya está fuera de peligro y recuperándose, ¿no es así?

Candy asintió sin poder decir nada más, aun si se moría de ganas por confesarle a alguien lo que le pasaba para aligerar el peso de su corazón.

Se sentaron. Estaban en el cuarto de Candy, quien había preferido quedarse unos días en Villa Ardlay antes de regresar al apartamento que compartía con Patty para no afligir a su amiga con su tormento.

Jasmine sintió la necesidad de Candy de abrirse con ella, pero no quería forzarla, así que trató de hablar de otra cosa, aunque era algo que había descubierto y que tenía que ver con Terence.

- ¿Sabes que estuve en el Hogar de Pony?

- ¿En serio? – preguntó Candy asombrada.

- Sí… el orfanato ha recibido muchas donaciones en los últimos dos años. Hicimos bien en dar a conocer el espléndido trabajo que hacen la señorita Pauline y la hermana Lane, las adopciones también han aumentado.

- En verdad me alegro por ello, y te agradezco mucho por todo lo que haces.

- El mérito no es mío, sino de los benefactores que se comprometieron a donar. Tienes que saber que desde hace más de un año, cada mes llega puntualmente al Hogar de Pony una suma bastante importante de parte de un benefactor anónimo que probablemente reside en Nueva York, ya que el dinero proviene de un banco de esa ciudad. Me pregunto quién será... ¡Tengo mucha curiosidad por descubrirlo!

- No lo sé... Tal vez sea de una familia que adoptó a uno de nuestros niños.

- Yo también pensé eso primero, pero en los últimos años ninguna familia de Nueva York ha adoptado. ¿Quién podría conocer el Hogar de Pony... allá? ¿No te viene a la mente nadie, Candy?

Las dos mujeres se miraron y, de repente, ambas sonrieron.

- ¿Crees que podría ser él? – preguntó Candy con un hilo de voz, sintiendo que el corazón se le llenaba nuevamente de dulzura.

- ¡Estoy segura de ello! No debería haberlo hecho, pero investigué quién es el propietario de la cuenta de donde provienen esas donaciones mensuales... y el titular es Terence Graham.

Candy rompió a llorar.

- Por favor, cálmate… ¿Quieres contarme qué pasó? – le preguntó Jasmine sujetándola tiernamente por los hombros.

Candy le contó con mucha dificultad lo que había visto y lo estúpida que se sentía por haber creído que él todavía podía amarla, por haber malinterpretado las palabras que le había escrito.

- Perdóname, Candy, no quiero parecer poco delicada... ¿pero todo esto por un beso mientras Terence estaba inconsciente? ¿No crees que estás exagerando?

- Tú también viste las fotos en los periódicos, seguramente ha habido algo entre ellos... y luego, cuando la tuve delante de mí, tan hermosa...

- ¿Y te fuiste dejándole el campo libre?

- No es sólo eso... Tengo miedo de que amar a Terence sea muy difícil, y yo no quiero volver a sufrir. Después de lo que me escribió, estaba segura de que esta vez no habría problemas, de que bastaría con mirarnos a los ojos y ambos entenderíamos todo. Y, en cambio... mi cabeza ahora está llena de dudas. Terence necesita recuperarse.El accidente que tuvo no es poca cosa... Necesita estar tranquilo...

- ¿Crees que cuando sepa que te fuiste sin siquiera despedirte se quedará tranquilo como si nada? Aunque no lo conozco mucho, ¡no lo creo!

- Lo sé... por eso le pedí a su madre que no le dijera que estuve ahí...

- ¿Qué? Pero...¡estás loca! Él te escribió... ¿Quieres dejarlo sin una respuesta?

- Quizá le escriba... más adelante, cuando esté mejor.

- ¿Y qué le dirás?

- No lo sé…

- Tienes que decirle la verdad, Candy. ¡Tienes que decirle que lo amas!

 

 

 

 



“El amor es la más sabia de las locuras,

una amargura capaz de asfixiar,

una dulzura capaz de curar”.[1]



[1]W. Shakespeare, cit.





Capítulo doce






Nueva York
abril de 1922




Después de ser dado de alta, Terence había pasado un mes yendo y viniendo del hospital porque debía someterse a revisiones frecuentes. Ese día de finales de abril, tras haber sido atendido una vez más por el doctor Brown, se estaba vistiendo e intercambiando algunas palabras con el joven médico, con quien había entrado en confianza.

- ¡Parece que a partir de hoy tendré un fila de enfermeras llorando! – exclamó Michael.

- Lo siento,¡pero no tengo intención de volver aquí! Diles que podrán verme en el teatro, que pronto volveré al escenario.

- ¡Definitivamente no es lo mismo que tenerte en una cama medio desnudo! – volvió a bromear el médico, estallando en carcajadas.

- Doctor, ¿pero qué les enseña a sus estudiantes de enfermería? ¿A acosar a sus pacientes? – respondió Terence alegremente.

- Olvidas que no eres un paciente cualquiera... ¡Eres la estrella de Broadway! Por cierto,¡jamás imaginé tener una amiga en común con un actor de tu calibre!

- ¿Una amiga en común? ¿De quién estás hablando? – preguntó Terence mientras terminaba de abrocharse la camisa.

- ¡De la señorita Ardlay, por supuesto!

Terence salió de detrás de la mampara con los ojos fuera de sus órbitas pensando que había entendido mal. Se acercó a Michael y le pidió que repitiera ese nombre. Luego volvió a pedir confirmación de lo que había oído.

- ¿Te refieres a Candice White Ardlay?

- ¡Así es! Trabajamos juntos durante un tiempo en el hospital de Chicago antes de que yo me mudara aquí. Entiendo que ustedes dos se conocen desde hace bastante tiempo, ¿o me equivoco?

- ¿La has visto recientemente?

- Bueno... ella estuvo aquí en el hospital el día que te internaron y al día siguiente, pero no lo recuerdas porque todavía estabas sedado y, si no me equivoco, tuvo que regresarse a Chicago justo antes de que despertaras.

Terence no sabía qué pensar. ¿Candy había estado en Nueva York y luego se había ido sin siquiera saludarlo? ¿Cómo era posible?

- Terence, ¿estás bien? – preguntó Michael preocupado por la repentina palidez de su paciente.

- Sí, claro, realmente tengo que irme ya. ¡Gracias por todo!

Dicho esto, salió corriendo del hospital, se subió al auto que lo esperaba y le ordenó al conductor que se dirigiera rápidamente a Villa Baker.

- ¿Qué dijo el doctor? Todo está bien,¿verdad? – le preguntó su madre apenas lo vio entrar a la sala.

- Todo está bien – respondió Terence con la voz cargada de tensión, lo que no se le escapó a Eleanor.

El chico se le acercó. La señorita Baker estaba parada junto a una mesa en la quehabía un florero lleno de rosas rojas que ella misma estaba acomodando, probablemente un regalo más de algún admirador. Al alzar el rostro para ver a su hijo, notó su mirada llena de furia contenida con dificultad y lo miró con expresión interrogante.

- ¿Por qué no me lo dijiste?

- ¿De qué estás hablando, hijo? - preguntó Eleanor temiendo ya saber la respuesta.

- No finjas que no lo sabes. Estoy hablando de Candy, obviamente. ¿Por qué no me dijiste que estuvo en la ciudad?

- Terry, cálmate,por favor.

- ¿Por qué no me lo dijiste? – repitió elevando considerablemente la voz y apretando los puños.

Eleanor se sentó en el sofá, le indicó a Terence que se sentara a su lado y trató de explicarle cómo habían estado las cosas.

- Fue ella quien me prohibió hacerlo… ¿Cómo lo supiste?

- Me lo dijo el doctor Brown.Se conocen, trabajaron juntos en Chicago. ¿Qué quieres decir con que te lo prohibió?

- Candy llegó a Nueva York el día de tu accidente. Si lo recuerdas, esa noche te estaba esperando para cenar y, como no llegabas, me preocupé y llamé a tu apartamento. Fue ella quien me contestó el teléfono...

- ¿Qué? ¿Candy estaba en mi apartamento?

- Sí... y cuando supe que estabas en el hospital, envié al conductor a recogerla. Notuvimos oportunidad de hablar mucho, las dos estábamos angustiadas por ti, pero ella estuvo conmigo. Estuvo mucho tiempo en el hospital… junto atu cama.

- ¡Entonces, no fue un sueño!¡La vi! No recuerdo cuándo, pero la vi y estaba llorando. ¿Qué pasó, mamá? ¡Dime la verdad! ¿Por qué se fue antes de que yo despertara? – imploróTerence.

- Terry, no lo sé, créeme. La noche que abriste los ojos por primera vez, ella estaba contigo y fue a avisarme, pero luego se fue y no la volví a ver. Sólo sé que recibió tu carta y supongo que vino a Nueva York precisamente por ese motivo.

- Nunca respondió a mi carta. Entonces, ¿por qué vino aquí y luego se fue de esa manera? Vino a buscarme a la dirección que le envié, quería verme y luego… ¿qué cambió? No lo entiendo... ¿Cómo es posible que no te haya dicho nada? – preguntó Terence debatiéndose entre la rabia y el desconsuelo, sentado en el sofá, con la cabeza entre las manos.

- Sólo me dijo que tenía que volver a Chicago por trabajo, pero claramente era una excusa. Antes de irse me rogó que no le hiciera preguntas y que no te dijera que había estado en Nueva York – concluyó Eleanor con el corazón roto, sabiendo lo que esas palabras significaban para su hijo.

- ¿Ni siquiera trató de averiguar cómo estaba?

- Oh, sí. Sé que ha hablado con el Dr. Brown más de una vez para saber si te estabas recuperandobien.

- ¿Qué debo hacer ahora? Tengo que saber... - murmuró Terence para sí.

De regreso en su edificio, le preguntó a la señora Dora qué recordaba de ese día. Ella le contó que una linda joven rubia llena de pecas había llegado allí a primera hora de la tarde diciendo ser una vieja amiga suya del colegio. La había dejado entrar y la rubia había esperado en el apartamento un par de horas hasta que un coche había llegado para recogerla. Luego no la había vuelto a ver.

- ¿No le dijo nada más? ¿No dejó algún mensaje para mí?

- No... Recuerdo que cuando le dije que, dada la hora, probablemente usted no volvería, la muchacha me rogó que ladejara quedarsea esperarlo un rato más. Eso fue todo, pero… se veía muy nerviosa, sobre todo cuando entró al apartamento.

- Gracias, Dora.Buenas noches.

- Buenas noches, señor Graham.

Terence subió las escaleras abatido, con el corazón lleno de angustia e ira y la mente ofuscada.

- Así que estuviste aquí... – murmuró mientras miraba a su alrededor, envidiando a aquella sala que había podido disfrutar de la presencia de Candy.

Se arrojó en el sofá sin saber que ella también había hecho lo mismo ese día. No sabía qué hacer, qué pensar. No podía comprender el comportamiento absurdo de Candy, quien primero lo había buscado y esperado hasta el último minuto a que volviera a casa, luego había estado a su lado en el hospital mientras estaba inconsciente y, al final, cuando estaba a punto de despertar, lo había abandonado… ¡una vez más!

Es evidente que no quieres hablar conmigo, pero ¿por qué viniste aquí entonces? ¿Quizá para decirme que ya no puede haber nada entre nosotros? ¿Querías decírmelo a la cara? ¿Es esa la realidad que no puedo aceptar? No… ¡no lo puedo creer!

Agotado por esa sucesión de mil pensamientos y preguntas sin respuesta, se quedó dormido. Pero sus sueños también fueron perturbados por la imagen borrosa de una Candy que se alejaba cada vez más de él hasta desaparecer en la oscuridad de la noche. Se despertó al amanecer y de inmediato decidió poner fin a esa angustia.

- Estaré fuera de la ciudad unos días. Si alguien viene a buscarme, di que me he tomado unas vacaciones - le comunicó a su madre mientras desayunaban en Villa Baker.

- ¡Esas sí que son buenas noticias! Unas vacaciones es justo lo que necesitas... ¿Puedes decirle al menos a tu madre adónde piensas ir o el lugar tiene que ser un secreto absoluto? – preguntó Eleanor sabiendo cuánto le molestaba a su hijo la estela de periodistas y fotógrafos que seguían cada uno de sus movimientos.

- ¡Voy a Chicago! – exclamó Terence lacónicamente.

Su madre lo miró maravillada a pesar de que esperaba oír el nombre de esa ciudad.

- Finalmente – murmuró sonriéndole.

Cuando se despidieron poco después, Eleanor abrazó a su hijo con todo el calor que sólo una madre puede dar y le dijo:

- Terry... ella te ama, todavía te ama, ¡tal vez incluso más que antes! Estoy segura porque lo vi en sus ojos cuando llegó al hospital y le conté lo sucedido. ¡Recuérdaloen todo momento!

- Trataré.



*****


Chicago

Terence ya llevaba muchas horas viajando; pronto llegaría a su destino y aún no sabía dónde encontrar a Candy. Esperaba que estuviera en Chicago, pero no podía estar seguro, ya que también podría estar en La Porte, en el Hogar de Pony. Al principio había descartado la idea de pedirle información a Albert, pero cuanto más se acercaba a su objetivo, más sentía que esa era la única solución posible. ¡Sólo tenía que armarse devalor para hacerlo!

Al llegar a la estación de Chicago, se dirigió al primer teléfono disponible y llamó a Villa Ardlay.

- Sr. William, tiene una llamada. Se trata del Sr. Graham.

- ¿Dijiste Graham?

- Sí, señor, Terence Graham.

- Gracias, George. Pásame la llamada, por favor.

Albert todavía incrédulo contestó el teléfono.

- No lo puedo creer... Terence,¿en verdad eres tú? ¿Cómo estás?

- Hola, Albert.Estoy bien, gracias...

- ¿Dónde estás? ¿En Nueva York?

- No... de hecho, te llamo desde la estación de Chicago y necesito un favor.

En realidad, Albert llevaba tiempo esperando esa llamada telefónica, o al menos deseando recibirla, así que no le hizo demasiadas preguntas a Terence. Sabía perfectamente que si había recurrido a él, era porque en verdad necesitaba ayuda y estaba seguro de que su viejo amigo no se la negaría.

- Terence, no sé qué pasó entre ustedes porque Candy no quiso contarme nada, pero tengo que decirte una cosa: cuando regresó de Nueva York no estaba feliz y tampoco lo está ahora. Espero que puedan aclarar las cosas, pero la conoces y sabes que es testaruda. No será fácil.

- ¡Debes saber que yo también soy testarudo! – replicó Terence intentando bromear.

Tras obtener la información que quería, Terence se subió al primer taxi disponible. En el camino, reflexionó sobre las palabras de Albert sobre la "testarudez" de Candy, y llegó a la conclusión de que esta vez no debía usar la cabeza, sino el corazón. Y su objetivo era justamente el corazón de Candy.

El taxi se detuvo en el centro frente a un edificio de tres pisos con dos entradas, lo que probablemente era señal de que habíados apartamentos. Se puso un sombrero y una bufanda no tanto para protegerse del frío, sino sobre todo para no ser reconocido, subió lentamente tres escalones y tocó el timbre del número escrito en el papel que tenía en la mano.

El sonido del timbre lo sobresaltó. ¿Y si venía ella a abrir la puerta? ¿Qué le diría? ¡Santo cielo! ¡No se sentía tan ansioso ni siquiera en los estrenos!

Por suerte para él, fue Patty quien abrió la puerta y no lo reconoció de inmediato, sino hasta que la saludó. En ese momento, la voz de Terence volvió a ella como si todavía estuvieran en el Colegio San Pablo y por un instante sintió como si se fuera a desmayar.

- Dios mío, realmente eres... - balbuceó la chica.

Terence se bajó la bufanda y, a pesar del estado de agitación en el que se encontraba, logró lucir una de sus famosas sonrisas burlonas, lo que despejó cualquier duda. Entonces Patty lo invitó a pasar.

Candy estaba en la cocina en ese momento preparando algo para la cena y, al escuchar que la puerta se volvía a cerrar, preguntó quién había tocado.

- Patty... ¿de casualidad era el cartero? ¡Diablos, creo que me han vuelto a multar! – preguntó Candy entrando a la sala,a donde su amiga había hecho pasar al inesperado visitante.

- No, Candy, no era el cartero... A esta hora me parece poco probable que... - Patty no pudo terminar la frase porque la interrumpió Terence.

- Hola, Candy – la saludó el chico con una voz que delatabaun poco su emoción, pero enseguida trató de recuperar el control.

Candy se quedó inmóvil con un vaso en la mano que realmente estuvo a punto de caer al suelo. Luego intentó respirar con normalidad y lo saludó a su vez.

- Hola,Terence.

Patty comprendió al instante la dificultad del momento e invitó a Terence a sentarse; luego le preguntó si quería un poco de té.

- Candy, ¿podrías echarme una mano?

Las dos chicas se refugiaron en la cocina mientras Terence se quitaba el abrigo y se sentaba en el sofá.

- ¡Mantén la calma! – dijo Patty volviéndose hacia Candy y poniéndole las manos sobre los hombros.

- ¿Qué está haciendo aquí?

- Escúchame, Candy… Ahora prepararemos un buen té, nos sentaremos y hableremos un poco de cualquier cosa. ¿Qué te parece?

- No sé qué decir... Patty.Me tiemblan las piernas y...

- Por favor, trata de calmarte y déjamelo a mí, ¿vale?

Candy asintió mientras bebía un poco de agua.

Después de unos minutos volvieron a la sala con tres tazas de té humeante que a Terence pareció gustarle. Patty, que ya no era la jovencita tímida que alguna vez había sido, inició una amena charla con gran habilidad indagando primero sobre el estado de salud de Terence y luego haciéndole muchas preguntas sobre su trabajo como actor, ya que, como estudiante de literatura, le interesaba mucho la dramaturgia.

- Estoy en la ciudad justo por trabajo y pensé en pasar a saludarte, Candy – declaró Terence haciendo énfasis en el nombre de la joven.

Candy, que hasta ese momento había permanecido prácticamente en silencio, intentó participar en la conversación cuando escuchó su nombre para no parecer unatonta.

- ¿Entonces, estás aquí con toda la compañía de teatro?

- No, vine solo. No vine a Chicago para actuar. Me invitaron a participar en una conferencia mañana por la tarde.

- ¿De casualidad te refieres a la conferencia sobre William Shakespeare en la que intervendrán todos los intelectuales más importantes de los Estados Unidos? – preguntó Patty estupefacta.

- ¡Precisamente a esa! No es la primera vez que recibo la invitación, pero nunca había podido participar porque siempre andaba de gira. Sin embargo, ahora tendré que estar tranquilo unos días más, así que, como estoy libre, acepté – confirmó Terence.

- ¡Y mañana por la tarde te regresarás a Nueva York! – exclamó Candy con voz firme atreviéndose por fin a mirarlo a los ojos.

Terence sonrió de lado y la miró fijamente – Depende, ¡no tengo ninguna prisa! – exclamó.

Continuaron hablando por un rato. Patty contó que recientemente había retomado sus estudios y Terence no pudo evitar recordar a Stear y comentar que le entristecía profundamente su fallecimiento.

- Me llevaba bien con Stear,¡mucho mejor que con su hermano!

- Recuerdo muy bien sus peleas en la escuela... ¡Annie siempre estaba a punto de desmayarse! - exclamó Patty intentando sonreír.

- Bueno... creo que ya es hora de irme al hotel – declaró Terence poniéndose de pie.

- ¡Estás bromeando! Te quedarás a cenar con nosotras. ¿A dónde crees que vas a ir a esta hora? ¡No todos los días se tiene a una estrella de Broadway como invitado!

- Gracias, Patty, pero no quisiera aprovecharme demasiado de su hospitalidad.

- ¡Pues entonces,ayúdanos! Puedes poner la mesa junto con Candy mientras yo trato de preparar algo comestible.

Candy volteóa ver a su amiga y la fulminó con la mirada, pero recibió una espléndida sonrisa alentadora en respuesta.

Mientras Patty estaba ocupada en la cocina improvisando una cena que resultara por lo menos aceptable, Candy y Terence, llevando platos y vasos a la mesa, encontraron la manera de intercambiar algunas palabras.

- ¿Y tú no quieres saber cómo estoy? ¿O tal vez ya te informaron?

- ¡Pareces estar perfectamente bien! – exclamó Candy mostrándose tan fría como le era posible, fingiendo no captar la alusión de Terence – Lo que me gustaría saber más bien es qué haces aquí – preguntó mientras le pasaba tenedores y cuchillos.

- Me parece que ya te lo dije. Estoy en Chicago por una conferencia.

- Eso lo entendí. Lo que quise decir es que no era necesario que pasaras a saludarme.

- A decir verdad, pensé que tú tenías algo que decirme.

- ¡Yo no tengo nada que decirte! – sentenció Candy antes de entrar a la cocina por el pan.

Cuando regresó a la mesa, casi chocó con Terence, que se había quedado inmóvil esperándola. Candy tuvo que detenerse de golpe para evitar caerle encima y él, al tenerla tan cerca, la agarró de la muñeca y la retuvo.

- Pensé que merecería al menos una respuesta, ¿o quieres hacerme creer que no recibiste mi carta? – le susurró al oído haciéndola estremecer, fingiendo no estar al tanto de su viaje a Nueva York.

- ¡La cena está lista! – gritó Patty saliendo de la cocina con una enorme bandeja de asado.

Después de una cena rápida, Terence se encargó de encender la chimenea mientras las chicasrecogían la cocina.

- Me parece que todo va bien, ¿no lo crees también tú? – murmuró Patty dirigiendo a Candy una mirada de complicidad.

- ¡Yo no creo que salga viva de esta!

- ¡La exagerada de siempre!

Cuando las muchachas regresaron a la sala, encontraron un agradable fuego crepitando en la chimenea. Una luz dorada había inundado la estancia, y el calor de las llamas suavizó el alma de Candy al llevarla años atrás a otra chimenea encendida durante una tormenta de verano en Escocia.

Terence, que había viajado en tren toda la noche y parte del día para llegar a Chicago, después de recargarse en el sofá había cerrado los ojos y se había quedado dormidosin darse cuenta. Cuando Candy lo vio, sintió una punzada en el pecho al recordar la última vez que lo había visto así, en esa cama de hospital.

- Seguramente estaba muy cansado. Iré a buscar una manta.

- ¡Pero, Patty! ¡No querrás que se quede a dormir aquí! – protestó Candy cuando su amiga volviócon una manta en la mano.

- ¿Te encargas de eso tú? Yo me voy a dormir.Buenas noches, Candy – se despidió Patty entregándole la manta y abrazándola antes de desaparecer en su habitación.

Candy permaneció embobada cerca del sofá donde Terence parecía inmerso en un sueño profundo.

- ¿Y ahora? – se preguntó.

Dio unos pasos y se sentó en el sillón al lado del sofá. Desde esa posición podía observar el rostro del chico, sobre el cual danzaban las llamas de la chimenea. Luchó con todas sus fuerzas para no ceder a la dulzura de aquel momento, pero, si apenas unas horas antes podría haber jurado que no volvería a verlo jamás, ahora, en lo más profundo de su corazón, agradecía al cielo que él estuviera allí. No podía negarlo: desde que había vuelto a Chicago, no había hecho más que pensar en él... desesperadamente... ¡cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo!

Se levantó lentamente del sillón, se acercó al sofá y lo cubrió con la manta. Él no se movió, pero cuando Candy se giró para irse a su recámara, Terence sonrió.





Con las primeras luces del amanecer, Terence se despertó con el cuerpo adolorido y la mente confusa. En cuanto se dio cuenta de dónde estaba, recordó que la noche anterior se había quedado dormido, agotado por el viaje, y al ver la manta extendida sobre sus piernas, sintió un dulce calor en el pecho. Se recostó de nuevo y cerró los ojos para saborear esa sensación embriagadora, ese momento en el que Candy se había acercado para cubrirlo.

Poco después, cuando Patty entró a la sala, quedó asombrada al ver una bandeja de pastelillos dispuesta sobre la mesa, y aún más cuando Terence salió de la cocina sosteniendo una jarra humeante y tazas para té.

- Buenos días, Terence. ¿Qué estás haciendo? – le preguntó Patty con una mirada divertida.

- ¡Buenos días, Patty! Me tomé la libertad de encargarme del desayuno... para agradecerles su hospitalidad. Lamento haberme quedado dormido anoche - exclamó Terence al ver aparecer a Candy justo en ese momento.

Se sentaron. Terence bebió su té negro, Patty probó un poco de todo, Candy no comió casi nada y rápidamente fue a cambiarse para iniciar su turno en el hospital.

Terence también se levantó diciendo que ya tenía que irse al hotel, pero Patty lo detuvo porque quería preguntarle algo.

- Por la tarde participarás enla conferencia sobre Shakespeare, ¿verdad?

- Sí, tengo que estar ahí a las cuatro. ¿Por qué?

- ¿De casualidad no podrías… conseguirme una invitación? En verdad me gustaría mucho asistir, sería importante para mis estudios y... - se interrumpió Patty más avergonzada que nunca.

- Puedes venir conmigo, no hay problema. ¡Serás mi acompañante! – exclamó Terence sonriendo y pensando que no debía desaprovechar la oportunidad que le había ofrecido Patty.

- ¿Qué? No estás bromeando, ¿verdad? – preguntó Patty en éxtasis.

- Lo digo en serio. ¡Puedo llevar a quien yo quiera!

Candy regresó lista para salir y Patty la sorprendió con un abrazo entusiasta, dado que no era lo suficientemente atrevida para abrazar a Terence.

- ¿Escuchaste, Candy? Iré a esa conferencia... ¡acompañaré a Terence! Ya quiero estar allí, todos los grandes estudiosos de la literatura inglesa estarán presentes... ¡Parece un sueño! ¡Nunca dejaré de agradecerte! – exclamó Patty volviéndose hacia Terence, pero él pareció no escucharla.

- ¿Por qué no vienes tú también? – preguntó mirando a Candy.

- ¿Una acompañante no te basta? – preguntó la chica con sarcasmo.

- Podrías hacerle compañía a Patty. Yo no creo que pueda estar con ella, se la pasaría sola – respondió Terence con una sonrisa arrogante.

Candy trató de objetar, pero su amiga, entendiendo las intenciones de Terence, la interrumpió para rogarle que fuera con ella.

- Por favor, Candy… ¡Será interesante, ya verás!

Candy aceptó y salió corriendo rumbo al hospital.



Capítulo trece

 


Chicago

20 de abril de 1922

 

Terence había decidido alquilar un coche para moverse más libremente por la ciudad, así que poco antes de las cuatro pasó a recoger a las chicas. Patty estaba en el séptimo cielo y armada con un bolígrafo y una libreta, puesto que no pensaba perderse ni una sílaba de todo lo que pronunciaran aquellas mentes excelsas. Literalmente saltó al auto y se sentó al lado de Terence, mientras que Candy, conuna cara como si se dirigiera al patíbulo, se refugió en el asiento trasero sin decir una palabra. Terence la miró furtivamente a través del espejo retrovisor antes de encender el motor y arrancar.

Tardaron poco más de veinte minutos en llegar a su destino. Cuando entraron, la sala de conferencias ya estaba repleta de gente, y todos los asistentes notaron la llegada del famoso actor angloamericano acompañado de dos jóvenes encantadoras. De hecho, Terence, impecablemente vestido, con una elegancia natural realzada por su insolencia juvenil, ciertamente no podía pasar inadvertido. Candy también se había dado cuenta de ello, y con gran dificultad intentaba en vano no mirarlo para no quedar hechizada.

Conforme Terence Graham avanzaba con solemnidad y gallardía hacia la primera fila de asientos, se alzaba un ligero rumor en las últimas filas, ocupadas en su mayoría por estudiantes universitarias que habían acudidoespecíficamente por la presencia de la estrella de Broadway.

Las amigas tuvieron que acomodarse en los asientos reservados para ellas, mientras que Terence fue a sentarse más adelante junto con las diversas personalidades que iban a participar. Lorecibieron calurosamente, en particular, el profesor responsable de la organización de la conferencia, el ilustre Charles Collins, estudioso de Shakespeare y autor de numerosas publicaciones sobre el tema.

- Señor Graham, por fin nos honra con su presencia. ¡Ya habíamos perdido las esperanzas!

- Muchas gracias, pero confieso que me siento un poco fuera de lugar.Definitivamente me siento más cómodo en el escenario – comentó Terence con franqueza.

- No se preocupe, es justo por eso que lo invitamos, para poder disfrutar de su arte dramático. Además, todos los aquí presentes estudiamos a Shakespeare, pero usted le da vida. ¡El suyo es un punto de vista absolutamente privilegiado!

Terence dejó escapar una de sus arrolladorassonrisas y tomó asiento.

Varios expertos en literatura inglesa tomaron el micrófono para hablar sobre la vida del Bardo, los acontecimientos históricos de la Inglaterra de la época, incluso hubo una intervención sobre el arte culinario del siglo XVI. Patty no dejaba de tomar notas ni un momento, llenando páginas y más páginas con su diminuta letra y sin levantar la cabeza de la libreta ni un segundo. Candy, por el contrario, no podía seguir el hilo del discurso en absoluto ni evitar que sus ojos terminaran posándose en el perfil de Terence, sentado unas filas más adelante a su derecha. Parecía totalmente absorto escuchando lo que decía cada intelectual que subía al gran escenario habilitado para la ocasión. De vez en cuando, intercambiaba algunas palabras con el profesor Collins, que estaba a su lado, con esa expresión amable y elegante que ella conocía bien.

En un momento dado, fue el propio profesor Collins quien tomó la palabra paraanunciar personalmente la intervención de Graham.

- Señores y señoras, con sincera emoción presento al siguiente orador. No es parte de nuestro entorno, no es un académico, pero estoy seguro de que logrará atrapar a todos los presentes con algo absolutamente único. Si alguno de ustedes ya ha tenido la suerte de poder admirarlo en el teatro, seguro sabrá de lo que hablo. A pesar de su corta edad, yaes una figura destacada del teatro shakespeariano y, como ya le dije, los intelectuales podemos diseccionar al Bardo en todas sus facetas, pero sólo un actor puede dar vida a la intensidad de sus obras. ¡No quiero hacerlos esperar más, en especial porque he notado la insólita presencia de numerosas estudiantes que ciertamente no están aquí por mí! Confieso que, al igual que ellas, estoy ansioso por escuchar a Terence Graham. Adelante, por favor.

Terence se puso de pie lentamente, algo tenso y cohibido después de la elogiosa presentación, pero recuperó por completo el control de sí mismo y su habitual altivez tan pronto como se encontró frente al atril.

Patty decidió alzar la cabeza, sintiéndose un tanto orgullosa de tener un amigo tan importante. Se volteó hacia Candy y le sonrió; la rubia suspiró tratando de que al menos su rostro pareciera sereno, pues todos sus sentidos estaban en un completo caos. Le parecía que no podía ver con claridad, no podía oír bien, tenía la garganta seca y un temblor insistente en el estómago que no le daba tregua. Y cuando Terence tomó la palabra, las cosas no mejoraron, sino todo lo contrario.

 

- En primer lugar, quiero agradecer al profesor Collins por invitarme a participar y a todos los presentes que tendrán la paciencia de escucharme – inició Terence, a quien habían recibido con un caluroso aplauso. Luego continuó.

- Mi pasión por el teatro comenzó hace muchos años, cuando aún era un adolescente y empecé a preguntarme quién era yo y cuál era mi lugar en el mundo. La respuesta a mis preguntas me quedó clara cuando llegaron a mis manos las obras de William Shakespeare, que afortunadamente llenaban la biblioteca familiar. Los genes maternos tal vez hicieron el resto y nunca más me alejé de sus obras. Pero no estoy aquí para hablar de mí, sino para intentar dar respuesta a una de las preguntas fundamentales que todo hombre y toda mujer se hace al menos una vez en la vida: ¿qué es el amor?

 

Ni Patty ni mucho menos Candy estaban al tanto del tema que trataría Terence en su discurso. Al escuchar la pregunta, Patty se inclinó hacia adelante en su silla como si quisiera escuchar aún mejor lo que vendría a continuación, mientras que Candy, en cambio, ¡sintió un repentino e irreprimible deseo de escapar!

 

- No lo haré solo, no sería capaz de hacerlo, sino querecurriré a quien ha sabido captar mejor que nadie cada aspecto del alma humana, resaltando sus luces y sombras. Por lo tanto, escuchemos directamente de las palabras de William si alguna vez será posible encontrar una respuesta.

Después de aclararse un poco la garganta, Terence prosiguió:

 

No dejéis que ponga impedimentos

a la unión de dos almas fieles; no es amor

el que enseguida se altera cuando descubre cambios

o tiende a desvanecerse cuando el otro se aleja.


¡Oh, no! El amor es un faro inamovible

que observa la tempestad y nunca flaquea;

es la estrella que guía las naves a la deriva,

de valor ignorado, aun sabiendo su altura.



El amor no es juguete del tiempo, aun si rosados labios

o mejillasalcanza su guadaña.

Al amor no lo alteran las horas o semanas fugaces,

sino que resiste impávidoincluso al filo del abismo.



Si es error lo que digo y se me demuestra,

decid que yo nunca he escrito y nadie jamás ha amado.

Después de haber recitado el soneto número 116 de Shakespeare y haber captado la completa atención de los presentes como ocurría siempre en el teatro, Terence continuó comentando aquellos versos de amor en el más profundo silencio.

 

- No es amor el que enseguida se altera cuando descubre cambios.

¿Entonces, el amor es siempre igual? ¿Cuántas formas tiene? ¿Cómo se reconoce? Shakespeare nos lo explica: el amor no es tal si no sobrevive a los cambios. Quizás el corazón, la esencia última del corazón, sea lo único que no puede cambiar y, si el amor está ligado a este, ¿cómo puede cambiar? Si amas el alma de una persona, si te unes al corazón de una persona, ¿cómo no aceptar sus cambios y cambiar junto con ella? ¿Cómo se puede permitir que un simple cambio arruine uno de los vínculos más importantes de la vida? En ese caso, tal vez no sea amor verdadero.

- Es la estrella que guía las naves a la deriva.

El amor nos guía en tiempos oscuros, o al menos así debería ser, ¿verdad? Porque el amor es un faro inamovible que nunca flaquea. Eso dice William, pero ¿será cierto? ¿O nos hemos vuelto tan fríos que el amor ya no está en primer lugar y dejamos que todo influya en él y lo arruine?

Sin embargo, la esperanza de encontrar a nuestra otra mitad perfecta yace tentadoramente en el corazón de cada uno de nosotros. Alguien a quien estrecharle la mano toda la vida, cuya belleza nos parezcafulgurante y resplandeciente incluso cuando se haya desvanecido, cuando los labios ya no sean rojos como las rosas y la mirada ya no tenga el brillo de la juventud. Por más banal que parezca, es el objetivo final que compartimos todos. Por mucho que uno pueda esconderse detrás de máscaras frías y distantes, por mucho que decida prescindir de esa esperanza... el deseo de encontrar a alguien está oculto en el alma de cada persona. Ya sea simple o complicado, buscado, nunca encontrado, soñado y anhelado, rechazado y repudiado, prometido y nunca cumplido, escrito, cantado o recitado. El motor universal de todo es siempre el amor, únicamente el amor.

 

-Si es error lo que digo y se me demuestra, decid que yo nunca he escrito y nadie jamás ha amado.

Nunca ha habido ninguna prueba de que el amor verdadero no exista y no resista a todo, a las tempestades y a cada segundo que pasa. No obstante, tal vez haya que pasar por esas tempestades para realmente encontrarlo, tal vez en verdad se necesita mucho valor para resistir. Pero a muchas personas les falta valor y muchas terminan por darse por vencidas, condenándose a una vida sin amor, condenándose a sobrevivir y a mentirse a sí mismas.

 

Llegado a este punto, Terence hizo una breve pausa yle dirigió una mirada despiadada a Candy, quien de pronto se sintió como si estuviera en el centro del escenario, iluminada por un único reflector, por una sola luz proveniente de esos ojos azul océano.

 

- Mujeres que tienen el intelecto del amor, escribió Dante Alighieri en su obra llamada Vita nova, invocando la ayuda de las mujeres porque Beatriz, su amada, le había retirado el saludo. Alighieri pide ayuda a las mujeres porque afirma que sólo ellas tienen plena consciencia de lo que es el amor. ¿Y en Shakespeare quién reconoce por primera vez el amor verdadero sino la joven Julieta Capuleto? Antes de conocer a Julieta, el pobre Romeo está desesperado porque su amor por Rosalina no es correspondido, pero cuando ve a Julieta olvida sus penas embelesado por su belleza y se acerca a ella como si fuera algo sagrado. Así es como Romeo se revela como lo que es, es decir, un peregrino en camino hacia la verdadera belleza. Julieta acoge a Romeo en sus brazos y lo transforma, porque ahora él está enamorado y es correspondido. Julieta ya no es una dama medieval, no juega a engañar a su amante. No duda del amor que siente y, en nombre de ese amor, estará dispuesta a arriesgar la vida. De hecho, Julieta elige a Romeo, un hombre que le está prohibido, y se une a él en matrimonio para la eternidad, en un acto de gran libertad y valentía. Pero no se detiene ahí, va más allá, o más bien lo hace Shakespeare al dejar que Julieta entone una canción de amor que es pura pasión por su Romeo.

 

Extiende tu denso velo, noche consumadora del amor, para que se cierren los errantes ojos y pueda Romeo, invisible, sin que su nombre se pronuncie, arrojarse en mis brazos. La luz de su propia belleza basta a los amantes para celebrar sus ritos amorosos, y si el amor es ciego, se aviene mejor con la noche.

….

¡Ven, noche! ¡Ven, Romeo! Ven, tú, que eres el día en la noche, pues sobre las alas de esta aparecerás más blanco que la nieve recién caída sobre el lomo de un cuervo. Ven, noche apacible, ven, noche amorosa y oscura, y dame a mi Romeo; y cuando muera, tómalo y divídelo en pequeñas estrellas, así él embellecerá tanto la faz del cielo que el mundo entero se prendará de la noche y dejará de rendir culto al sol demasiado esplendente. ¡Oh!He comprado una mansión de amor, pero no he tomado posesión de ella, y yo, aunque ya he sido vendida, todavía no he sido disfrutada. Tan tedioso es este día como lo es la noche anterior a un festival para un niño impaciente que tiene un traje nuevo y anhela ponérselo.[1]

¡Estos son los pensamientos de Julieta mientras espera impaciente pasar la primera noche de amor con su Romeo! Invoca la protección de la noche para él, pero él es el día para ella, ¡él es la luz!

Me perdonarán por haberme atrevido a prestar mi voz a la joven Julieta, pero estoy seguro de que de todos modos han comprendido lo que ella pretende decirnos: que es necesario saber reconocer el amor y tener el valor de vivirlo y defenderlo ¡a toda costa!

 

Los asistentes, que hasta entonces habían estado encadenados a las palabras de Terence, al término de su participación le dedicaron estruendosos aplausos que invadieron todos los rincones de la sala mientras el actor agradecía con inclinaciones. Patty había quedado gratamente sorprendida por la capacidad oratoria de su antiguo compañero de escuela, al que aún no había tenido el placer de ver actuar en el teatro, yse puso de pie para aplaudirle, dejando a un lado su bolígrafo y su libreta. Candy permanecía sentada, atónita, simplemente con lágrimas en los ojos.

- Por favor, Patty, salgamos – le rogó a su amiga.

Patty, al ver su turbación, asintió y la acompañó afuera de la sala.

- Candy, ¿qué sucede? ¿Te sientes bien?

- Sí... quiero decir no, no podía respirar allí dentro – balbuceó Candy.

Patty la miró desanimada y dejó caer los hombros.

- ¿Por qué no hablas con él y tratan de aclarar las cosas? – le susurró.

- No hay nada que aclarar, no serviría de nada – respondió Candy, quien se sentía al borde del colapso.

- Voy a llamarlo para que podamos irnos...

- No, Patty, tomaré un taxi... Nos vemos en casa.

- Pero, Candy... - intentó detenerla, pero su amiga ya se había ido.

 

- ¡Ahora va a pensar que soy una cobarde! Bien hecho, Candy… ¡pero no podía quedarme ahí más tiempo con él que no hacía más que hablar de amor! ¡Te odio, Terence Graham! ¿Quién te crees que eres para enseñarme a mí lo que significa amar? Lo sé muy bien, lo aprendí a un costo muy alto, pagando todas las consecuencias, y ahora… ¿debería volver a arriesgar mi vida por ti? ¿Es eso lo que quieres? ¿Es por eso que estás aquí?

Los pensamientos furiosos de Candy se mezclaban con las lágrimas rabiosas que finalmente habían derramado sus ojos mientras atravesaba un Chicago frío y gris cuyo cielo parecía prometer lluvia en cualquier momento.

Terminada la conferencia, Terence Graham, tras recibir las sinceras felicitaciones de los participantes, intentó llegar a la salida, pero acabócompletamente rodeado por un grupo de estudiantes que no querían dejar escapar la oportunidad de conocerlo en persona. De hecho, cuando Patty regresó a la sala para buscarlo, lo vio en medio de un grupo de chicas, incluidas algunas de sus compañeras de clase, firmando un autógrafo tras otro un poco fastidiado. Patty se aproximó a una de las estudiantes que conocía y esta, muy emocionada, le soltó una serie de comentarios bastante atrevidos sobre el guapo actor que Patty parecía conocer.

- Por Dios, Patty… ¿realmente lo conoces?

- Pues sí, fuimos compañeros de colegio hace años, en Londres. Pero ahora en verdad tengo que irme... Discúlpame.

Patty le hizo una seña con la cabeza a Terence para que supiera que lo esperaría afuera y salió del lugar.

Unos minutos después, Terence por fin logró liberarse de sus admiradoras y pudo alcanzar a Patty.

- ¿Dónde está Candy? –le preguntó a la joven de inmediato al verla sola.

- Tomó un taxi y se fue a casa – le respondió y notó al instante la decepción en el rostro de Terence – ¿Podemos irnos también?

El muchacho asintió y se dirigieron hacia el auto.

- Estuvo todo muy interesante.Tomé muchas notas que me serán muy útiles para mi tesis. Tu participaciónfue verdaderamente grandiosa. Te pido perdón porque todavía no te he ido a ver al teatro. ¡Tengo que remediar eso!

Terence la escuchaba en silencio, apenas sonriendo ante sus elogios. Patty quería hablarle de Candy, pero no se atrevía. Ella nunca había sido muy cercana a él y no estaba muy segura de que él no se fuera a molestar porque se metiera en su vida personal. Pero estaba decidida a intentar algo y trató de irse por las ramas.

- ¿Te gustaría volver a ver a Albert?

- Me gustaría mucho, la verdad ya lo había pensado pero no sé cuando podría estar libre. Ahora que es la cabeza de la familia Ardlay, imagino que estará muy ocupado.

- Pues sí, pero yo creo que encontrará el tiempo si se trata de ti. Eran muy buenos amigos, ¿no?

- ¡Creo que fue mi primer amigo de verdad!

- Entonces, veré si puede venir a cenar esta noche. ¡No hagas ningún compromiso! – exclamó Patty mirándolo en busca de confirmación.

Terence redujo la velocidad y detuvo el auto junto a la acera. Patty tomó esto como una señal de que tal vez necesitaba hablar.

- Patty... no creo que Candy tenga ganas de verme esta noche – le dijo serio, con una voz apagada que ciertamente no era propia de él.

Entonces ella se armó de valor y le preguntó:

- No viniste a Chicago por la conferencia, ¿verdad?

Terence suspiró.

- No, pero no se lo digas.

- Escúchame. Candy no me ha confiado nada y, por lo tanto, no puedo saber qué le pasa por la cabeza, pero de una cosa estoy absolutamente segura: ella no te ha olvidado.

- Pero entonces, ¿por qué esté intentando alejarme por todos los medios?

- Quizá si vienes a cenar esta noche puedas descubrirlo.

Patty lo vio sonreír sin demasiada convicción a decir verdad, pero al final aceptó la invitación.

 

Candy había vuelto a su apartamento de pésimo humor, enojada con Terence, pero sobre todo consigo misma porque se había dejado involucrar en esa situación sin tomar una decisión propia. No debía haber aceptado ir a esa conferencia. ¿Por qué no había sido capaz de decir que no cuando él la había invitado? No podía seguir mintiéndose, sabía muy bien que no había sido para hacerle un favor a Patty que había aceptado. ¿Era posible que Terence todavía tuviera tanto poder sobre ella? ¿Por qué, por qué seguía permitiendo que leperturbara la vida? Además, había visto ese beso claramente, ¡con sus propios ojos! Si Terencetenía una relación con Isabel, ¿por qué no la dejaba en paz?

- Candy, ya volví. ¿Estás en casa? – gritó Patty mientras entraba a la sala y se quitaba el abrigo – ¡Brrr, que frío hace! La primavera parece haber desaparecido. ¡Será mejor abastecernos de leña para la chimenea!

Candy estaba leyendo un libro sentada en el sofá con una manta sobre las piernas. Patty notó que era la misma manta con la que había tapado a Terence la noche anterior.

- ¿Quieres un poco de té? – le preguntó acercándose.

Candy asintió sin levantar la vista del libro.

Unos minutos más tarde, Patty regresó con dos tazas humeantes y se sentó a su lado.

- Gracias, Patty – le dijo Candy tomando la taza que su amiga acababa de ofrecerle.

Silencio.

Patty en verdad no sabía cómo decirle a Candy de la cena que había organizado para esa noche. De repente, recordó las dudas de Terence al respecto y empezó a parecerle que no estaba del todo equivocado. Inesperadamente, como si le hubiera leído el pensamiento, fue Candy quien rompió el hielo preguntándole si Terence había vuelto al hotel.

- Sí – respondió Patty.

- Y mañana se va a Nueva York, ¿no?

- Creo que sí… pero…

- ¿Pero qué?

- Bueno... mientras regresábamos de la conferencia me confió que le habría gustado mucho poder saludar a Albert.

- Puede ir a visitarlo a Villa Ardlay si quiere.

- Sí, claro, pero yo… pensé que a ti también te gustaría pasar un rato con Albert… así que…

- Patty, ¿se puede saber qué es lo que estás tratando de decirme? – preguntó finalmente Candy con impaciencia.

- ¡He organizado una cena esta noche a las 8! – confesó Patty con franqueza con una gran sonrisa pintada en el rostro.

- ¿Que hiciste qué? ¿Significa eso que Albert y… Terence vendrán a cenar aquí en… poco más de una hora?

Candy estaba alterada, no sabía si reír o llorar por el nerviosismo que se había apoderado de ella de golpe.

- Yo diría que nos pongamos manos a la obra, ¡en realidad no tenemos mucho tiempo! – sugirió Patty dirigiéndose a la cocina.

 

Entre tanto, William Albert Ardlay conducía su nuevo y flamante Isotta Fraschini hacia el número 140 de East Walton Place, donde se hospedaba su querido amigo Terence en el Hotel Drake. De hecho, tras recibir la llamada telefónica de Patty informándole de la invitación a cenar, Albert enseguida se había puesto en contacto con Terence para pasar por él y llegar juntos.

Cuando Albert llegó al hotel, su amigo ya lo estaba esperando sentado en el exclusivo comedor del hotel, fumando ansiosamente un cigarrillo tras otro. Tan pronto como lo vio, se levantó de un salto y fue hacia él con una de sus impactantes sonrisas. Antes de intercambiar palabra alguna, se abrazaron fraternalmente, como si no hubiera pasado ni un día desde la última vez que se habían visto.

- ¿Cómo estás, amigo mío? – preguntó Albert primero.

- Bien... ¿y tú? ¡Casi no te reconozco! ¿De dónde vienes? ¿Directamente de una reunión con los altos mandos? ¡Casi me das miedo! – bromeó Terence fingiendo ponerse en firmes.

- Y tú… ¡estás tan impecable que temo haberte arrugado un poco al saludarte! – respondió el otro sinceramente admirado – ¡Vámonos, que las chicas nos están esperando!

Subieron al coche y se adentraron en el tráfico de Chicago.

- Veo que te has recuperado por completo del accidente. ¡Estoy muy feliz por ello!

- ¡Gracias, Albert!Tuve suerte. Te aseguro que ver una furgoneta venir directo hacia ti no es nada agradable. De lo que pasó después no recuerdo casi nada.

- ¿Y cómo te fue en la conferencia?

- Bastante bien, diría yo.

- Oye... ¡te juro que no recordaba que fueras tan modesto! Patty me dijo que dejaste a todos sin palabras.

- ¿Te dijo que Candy también fue? – preguntó Terence abandonando el tono bromista que había mantenido hasta ese momento.

- Sí… me lo dijo. ¿Qué está pasando entre ustedes?

- Créeme, Albert, a mí también me gustaría saberlo – respondió Terence suspirando.

Albert estaba al tanto de que Terence le había escrito a Candy y sabía cuánto le había impactado esa carta, pero también que la había hecho renacer en un solo instante. De hecho, la joven le había confiado que el simple hecho de leer el nombre del remitente había vuelto a encender una luz dentro de su alma y que, cuando luego había leído esas pocas palabras tan intensas y tan suyas, sus ojos, como si hasta ese momento hubieran estado entrecerrados, se habían abierto de nuevo al mundo y este había recuperado todos sus colores más brillantes y cálidos.

- Sé que fue a Nueva York a buscarme después de que le escribí,aunque hizo todo lo posible para que yo no me enterara,¡pero se fue sin siquiera esperar a que despertara! ¿Por qué? No lo entiendo. Incluso he pensado que ha deser por ese hombre, el doctor, que quería decirme a la cara que ya no hay esperanzas para nosotros... pero entonces, ¿por qué se fue?Luego de leer su diario, realmente creí que nada había cambiado entre nosotros y se lo escribí... pero ella continúa manteniéndome a distancia y no ha hecho mención alguna de mi carta.

Terence había hablado con el corazón en la mano, como sólo podía hacer con Albert, quien lo escuchó y decidió que era necesario que Terence supiera lo que Jasmine le había contado después de hablar con Candy. Detuvo el auto un momento y se giró hacia su amigo, que lo miraba trepidante como en espera de una sentencia.

- Escúchame, Terence, tal vez no me corresponde a mí decirte lo que sé, en verdad creo que Candy debería hacerlo, pero creo que ahora tiene una gran confusión en la cabeza y me temo que no encontrará el valor para decírtelo. Es extraño, pero cuando se trata de ti,¡pierdeel control por completo!

Terence sonrió pensando que a él le pasaba lo mismo.

- Candy vio algo en Nueva York que realmente la perturbó. Vio a la señorita Adams besándote en el hospital cuando tú aún estabas inconsciente.

- ¿Isabel besándome? Pero yo ni siquiera lo recuerdo... Hace tiempo que no nos vemos, ella se fue a París. ¿Candy se fue por eso? ¿Cómo es posible que ni siquiera haya querido hablar conmigo?

- Yo creo que esto desencadenó en ella un miedo muy grande, el miedo de volver a pasar por la misma situación.

- No confía en mí, entonces... ¡Ahora entiendo! ¿Y cómo podría culparla? No fui honesto con ella cuando ocurrió el accidente deSusanna y todo se fue al carajo... Esta vez no sucederá, ¡seré totalmente sincero!

Cuando los dos jóvenes llegaron a casa de Patty y Candy, la cena ya estaba lista. Habían hecho un gran trabajo organizando todo en poco más de una hora y, a pesar de las constantes quejas de Candy, Patty al final había logrado tranquilizarla convenciéndola de que se trataba de una simple cena con amigos. Candy parecía estar más serena, estaba casi convencida de que no había nada que temer de aquel encuentro, además la presencia de Albert siempre era un salvavidas para ella. Inmersa en esos pensamientos se dirigió con calma a abrir la puerta, pero esa calma desapareció al instante en cuanto se encontró frente a Terence.

La expresión del chico al saludarla le pareció tan dulce, con sus ojos azules que parecían acariciarla con ternura mientras se acercaba para darle un beso en la mejilla, que tuvo la impresión de flotar en el aire como una pluma.

Se sentaron a la mesa y empezaron a comer. La pequeña mesa redonda permitía que estuvieran sentados cerca, y Candy, con Terence sentado a su derecha, tuvo dificultad para terminar la cena. Su voz, su risa al bromear con Albert y, sobre todo, su perfume la transportaron al pasado, a cuando por primera vez se dio cuenta de lo importante que era Terence para ella. De repente, volteó y en el mismo instante lo hizo él también.Por una fracción de segundo sus ojos se encontraron y Candy pudo leer en ellos esa frase con claridad: “Para mí nada ha cambiado”. Sintió que su corazón explotaba y tuvo que levantarse.

- Discúlpenme un momento – dijo antes de refugiarse en su habitación.

Unos minutos después, sonó el teléfono y Patty fue a contestar; alguien buscaba a Candy. Su amiga fue a llamarla y la joven, muy a su pesar, tuvo que salir de su refugio temporal. Terence, que no la había perdido de vista ni un solo instante, vio que abrió mucho los ojos al darse cuenta de quién estaba al otro lado del teléfono. Patty también hizo una mueca, bajó la mirada y se volteó para evitar que Terence se diera cuenta de su incomodidad.

- Diga.

- No, no hay problema. ¿Mañana?

- De acuerdo.

- Adiós.

Una vez que terminó la llamada telefónica, Candy fue a la cocina diciendo que iba porel postre. Terence la siguió oficialmente para echarle una mano.

- ¿Quién te llamó? – le preguntó con tono brusco.

- ¡No es asunto tuyo!

- ¿Quién era? Tu “doctor”, ¿verdad?

Candy lo miró sin responder.

- ¿Es a él a quien vas a ver mañana? ¡Contéstame!

- Sí.

Sin dejarla continuar, Terence regresó a la sala y le preguntó a Albert si podía acompañarlo al hotel de inmediato. Luego de despedirse de Patty, que no entendía lo que había pasado, los dos muchachos salieron.

- ¿Porqué siguen haciéndose la guerra como dos cabezones? – le recriminó Albert mientras ponía en marcha el coche.

- ¡La guerra! ¿Pero no ves cómo se comporta? Me evita, no me habla, ni siquiera me mira y, si por error lo hace, sale huyendo... ¡y encima mañana verá a ese! ¿Qué es lo que estoy esperando? Ya fue suficiente... Me regreso a Nueva York y, siquiere algo de mí, ya sabe dónde encontrarme.






[1]W. Shakespeare, Romeo y Julieta, acto III, escena dos.





Capítulo catorce








Chicago

21 de abril de 1922



¡Terence estaba furioso!

No había servido de nada, ni siquiera venir a Chicago había servido. ¿Por qué Candy se obstinaba en mantener ese muro entre ellos? ¿Por qué era tan terca? ¡Maldición!

¡Cómo le habría gustado echarle en cara la verdad! Decirle que lo sabía todo… ¡que ella había ido a Nueva York a buscarlo! ¿Pero ella se habría rendido en ese momento? ¿Le habría revelado el motivo por el que se había ido? Debía ser ella quien hablara, pero ahora... tal vez ya era demasiado tarde.

No podía evitar seguir preguntándose por qué, por qué, por qué… mientras arrojaba al azar su ropa en la maleta. Estaba empezando a temer que los sentimientos de Candy en verdad hubieran cambiado.

De pronto, sonó el teléfono. Desde la recepción del hotel le informaron que una persona quería verlo.

- ¿Quién es?

- La señorita Candice Ardlay, señor Graham. ¿Le digo que lo espere en el vestíbulo?

- No... dígale que suba - respondió Terence sorprendido, pero también lleno de resentimiento -.¿Ahora que me voyha decidido hablar conmigo? – pensó sintiendo que aumentaba su ira.

- Por favor, señorita Ardlay, el señor Graham la espera en su habitación. Es la número 31.

- Gracias – respondió Candy con voz débil antes de encaminarse hacia las escaleras que la llevarían al primer piso.

Frente a la habitación de Terence, sintió que le faltaba el aire y que las piernas de repente se le volvían de mantequilla. No sabía bien qué iba a poder decirle, solamente sabía que quería estar allí en ese momento, solos los dos, para intentar mirarse a los ojos de nuevo, algo que no había sido capaz de hacer en esos días, excepto por un breve instante la noche anterior.

Al tocar la puerta, escuchó la voz áspera de Terence responder: - Está abierto.

Candy entró y lo vio tratando de cerrar una maleta nerviosamente. Pronunció las primeras palabras que le vinieron a la mente.

- ¿Qué estás haciendo?

- ¿No lo ves? – respondió el joven sin mirarla – ¿Qué quieres, Candy, tu doctor cambió de opinión?

- Me gustaría hablar contigo, por favor. ¿Podrías mirarme?

Terence se giró con desdén y permaneció de pie alejado de ella, mirándola con ojos más fríos que el viento que en aquellos días no parecía querer irse de Chicago.

- ¿Puedo hacerte una pregunta?

Terence asintió encogiéndose de hombros como si el asunto le fuera completamente indiferente.

Candy dejó escapar un suspiro antes de volver a preguntarle por qué había ido a Chicago.

- Sabes por qué, ya te lo dije, por la conferencia – respondió con la cara de quien quiere dejar claro que miente, pero que no tiene intención de decir la verdad.

Candy tuvo miedo de no poder continuar. Se había imaginado que Terence estaría muy enojado, pero había esperado que frente a ella bajara la guardia. En cambio, sentía que estaba frente a un escudo impenetrable detrás del cual él se escondía. ¿Qué palabras podría usar para desarmarlo?

Terence la vio bajar la mirada y llevarse una mano ligeramente temblorosa a la frente. Suspiró y sintió una punzada en el corazón. Él le dio un asidero, aunque algo resbaladizo, para que ella pudiera agarrarse.

- Ahora yo te hago una pregunta: ¿por qué fuiste a Nueva York?

- ¿Cómo? ¿Quién te lo dijo? – preguntó Candy sintiendo como se le helaba la sangre en las venas.

- No te preocupes, Eleanor no te traicionó. ¡Fue el doctor Brown! – respondió con una sonrisa burlona.

- ¿Michael?

- ¡Exacto, tu querido amigo Michael! Cuando fui a mi último chequeo la semana pasada, ¡fue él quien me lo hizo y me dijo que nunca se imaginó tener una amiga en común conmigo! De lo contrario,jamás lo habría sabido, ya que tú no tenías ninguna intención de decírmelo, ¿verdad? – le preguntó Terence acercándose.

Candy permaneció en silencio mirando al suelo y él se le acercó aún más.

- Te repito la pregunta porque quizá no la entendiste: ¿por qué fuiste a Nueva York? ¿No me vas a responder? – le volvió a preguntaralzando la voz y tomándola por los hombros.

Candy reunió el valor para alzar la cabeza y verlo a la cara. Terence la miraba fijamente con ojos furiosos e implorantes a la vez. Sentía un nudo en la garganta que bloqueaba sus palabras. Vaciló. Él bajó los brazos y sacudió la cabeza; luego se dio la vuelta y caminó hacia el teléfono.

- Soy Graham. Necesito un taxi, por favor – le comunicó al recepcionista.

Candy lo vio tomar el abrigo que estaba sobre un sillón y cuando estaba a punto de coger la maleta…

- Fui a Nueva York para verte y hablar contigo... - susurró.

Terence se detuvo con su equipaje en la mano.

– ¡Qué extraño! ¡Hace unos días me confesaste que no tenías nada que decirme!

- ¡Mentí! Cuando recibí tu carta, me fui de inmediato a Nueva York – confesó Candy con voz temblorosa.

La maleta cayó al suelo, lo que sobresaltó a Candy por un instante. Entonces decidió que era el momento de hablar. Él la escuchó en silencio con el rostro aún sombrío y la mente confusa.

- Cuando llegué a Nueva York fui a la dirección que me enviaste, a tu apartamento. La portera me informó que todavía no habías regresado y, por alguna extraña razón, me dijo que subiera a esperarte. Estuve allí casi dos horas. Miraba a mi alrededor y no lo podía creer. Estaba feliz y sentía que había vuelto a casa. Temblaba de sólo pensar que en cualquier momento llegarías y me encontrarías allí; me imaginaba tu cara.

Estaba muy cansada por el viaje y me quedé dormida en el sofá.Un rato después, volvió la señora Dora y me dijo que lo más probable era que no regresaras esa noche porque a veces te quedabas en casa de tu madre... De todos modos le pregunté si podía quedarme un poco más. Cuando estaba a punto de irme, sonó el teléfono. La primera vez no contesté; la segunda vez no sé por qué levanté el auricular. Tal vez esperaba escuchar tu voz... pero era Eleanor, pues te estaba buscando. Estaba preocupada porque estabas muy retrasado y no era propio de ti. Cuando se dio cuenta de quién era yo, me dijo que me quedara en tu apartamento, que me avisaría en cuanto te encontrara. En lugar de eso… envió un auto a recogerme. Cuando vi esa hermosa limusina, pensé que estaba allí para llevarme contigo, que tal vez estabas en casa de tu madre y cenaríamos juntos. ¡Qué estúpida! Poco después llegué al hospital… vi a Eleanor devastada, llorando, al señor Hathaway con ella y…. ya no entendía nada. Pensé que estaba viviendo la peor pesadilla...

Candy se detuvo para recuperar el aliento, dado que había hablado casi sin respirar, tratando a toda costa de contener las lágrimas. Caminó hacia la cama y se sentó. Terence estaba parado frente a la ventana, de espaldas. Cuando la escuchó suspirar se volteó, pero no pudo decir nada. Un escalofrío le recorrió la espalda al recordar ese día.

- Por suerte recordé que el Dr. Brown, con quien había trabajado,llevaba poco de haber sido transferido al Hospital San Jacobo. Él fue quien me tranquilizó un poco diciéndome que tu vida no corría peligro, pero que aun así te habían llevado de urgencia al quirófano para detener la hemorragia. Una vez terminada la cirugía, el Dr. Taylor dijo que todo había salido bien, que te recuperarías pronto y que era preferible mantenertesedadolos siguientes días. Sólo autorizó una visita y Eleanor corrió a tu lado. Cuando regresó… me preguntó si quería verte. Había logrado conseguir cinco minutos más, así que pude entrar.

Candy volvió a interrumpir su relato, turbada por el recuerdo de Terence acostado en la cama, muy pálido e inmóvil. El muchacho caminó hacia ella y se sentó a su lado. Candy sintió su presencia, pero no lo miró porque estaba segura de que si lo hacía, rompería a llorar. Luego él hizo algo que ella no se esperaba: le tomó la mano que tenía apoyada en el borde de la cama. Candy sintió el calor de la piel de su mano llegar hasta su rostro, se le cortó la respiración y las palabras ya no encontraron vías de salida, así que sele quedaron atrapadas en la garganta.

Terence tampoco podía hablar. Con los ojos fijos en sus manos unidas, sentía palpitar en su cabeza esa única pregunta que se había vuelto una obsesión que lo consumía por completo, a pesar de que Albert ya le había dicho lo que podía haber perturbado a Candy. De pronto, sin siquiera darse cuenta, esas cuatro palabras se escaparon de sus labios como una oración apenas susurrada.

- ¿Por qué te fuiste?

Candy tragó saliva y se llevó la otra mano a los labios, que empezaban a temblar; luego le respondió con dificultad.

- Porque llegué demasiado tarde...

Terencefrunció el ceño; no entendía.

- ¿Demasiado tarde? – repitió.

Candy se levantó, liberando su mano de la de él. Fue hacia la ventana. Había empezado a llover de nuevo y el cielo estaba cubierto por nubes oscuras.

Hubo unos instantes de silencio. Terence permaneció inmóvil en espera a poca distancia de Candy, y ella retomó la palabra decidida a no volver sobre sus pasos.

- Al día siguiente del accidente volví al hospital para verte. Era muy temprano;todavía no era hora de visitas. Me encontré con Michael, que estaba empezando su turno, y me dijo que habías pasado una noche bastante tranquila, que todo iba bien y que te despertarían lentamente al día siguiente. Estaba muy feliz – Candy hizo una pausa y sonrió. Por un momento, Terence sintió que la tensión se aliviaba y los latidos de su corazón se calmaban.

- Luego Michael abrió una cortina y apareció tu habitación detrás de un cristal. Parecías dormir tranquilamente. Cuando tuvo que irse, yo me quedé encantada mirándote. No veía la hora de poder abrazarte, pero entonces... entró Isabel. Fue ella quien me hizo darme cuenta de que había llegado demasiado tarde.

- Candy, ¿pero qué estás diciendo?

- Isabel entró a tu cuarto, se sentó a tu lado, te habló mientras te tomaba la mano y luego… se acercó a tu rostro y… te besó – respondió Candy como si estuviera reviviendo la escena en ese preciso momento.

- Es imposible, seguramentete confundiste. Isabel sólo es una amiga para mí.

- ¡Te aseguro que no fue el beso de una amiga lo que vi! – exclamó Candy con rabia.

Había imaginado que él lo negaría, pero no se había confundido: era evidente que Isabel lo amaba.

- Candy, pero yo no estaba consciente, ¡ni siquiera recuerdo que ella haya estado ahí! – protestó Terence intentando hacerla ver lo absurdo que era lo que estaba diciendo.

- Consciente o no, cada vez que me escribes y corro a Nueva York, ¡siempre hay otra mujer cerca de ti! – concluyó Candy con voz áspera, mirándolo con esos espléndidos ojos esmeralda que a Terence le parecieron tan fríos como lagos helados.

Sin embargo, Candy no estaba enojada con él, sino consigo misma: pensaba que otra vez estaba en la misma situación. Siempre había alguien que los separaba, primero Susanna, ahora Isabel. ¿Cuántas veces más pasaría eso? ¿Debía haber esperado a que él eligiera con quién estar? ¿Eso significaba amar a Terence Graham? No, no podía aceptarlo, por eso había regresado a Chicago antes de que él despertara.

Pero cuando lo había vuelto a ver en su propia casa, su determinación de no volver a poner su vida en las manos de Terence había comenzado a flaquear. La emoción de tenerlo cerca, de poder hablar con él y de seguir soñando con la posibilidad de amarseera demasiado fuerte. ¡Pero ahora se odiaba profundamente por estar en esa habitación de hotel esperando a que él dijera algo!

- ¿Otra mujer cerca de mí? ¡No hay ninguna otra mujer!

Terence reflexionó un segundo y finalmente comprendió la insensata conclusión a la que Candy había llegado.

- Espera un momento… ¿crees que hay algo entre Isabel y yo? ¿Que nosotros dos tenemos una relación? ¿Es por eso que volviste a Chicago sin siquiera saludarme, sin siquiera asegurarte de que yo estuviera bien?

- Eso no es cierto, revisé personalmente tu historial médico... Todo estaba bien y he hablado con Michael varias veces en las últimas semanas.

- Pues...¡gracias, doctora Ardlay! ¡Fueen verdad muy amable de su parte! ¿Qué debo hacer ahora, pagarle por el seguimiento? Dígame… ¿son suficientes 200 dólares? – le gritó Terence encolerizado.

- Lo siento, Terence, pero no sabía que pensar. ¡Me parece que está muy claro que Isabel te ama!

- Pero yo no... ¡Dios mío, Candy! – le gritó de nuevo.

- Frecuentan el mismo ambiente, ella es una mujer bellísima y encantadora... - balbuceó Candy.

- Sabes que ella no es la única, ¿verdad?

- ¿Qué quieres decir?

- ¿Sabes cuántas mujeres hermosas andan detrás de mí y harían cualquier cosa por estar conmigo? ¿Y sabes por qué? La mayoría de ellas se interesan ​​en mí porque soy Terence Graham, ¡la estrella de Broadway! No saben nada de mí, no saben en absoluto quién es Terence, ¡pero se la pasan siguiéndome a donde quiera que voy, me envían flores, me envían cartas en las que escriben cosas que no te voy a decir!

Terence apenas podía controlar laira, pero recordó lo que le había dicho a Albert cuando habían hablado, que si Candy le daba la oportunidad, sería completamente honesto con ella. ¡No debía repetir los mismos errores! ¡Tenía que hacerle entender que podía confiar en él!

- ¿Quieres saber si me he aprovechado de la situación?

Candy lo miró aterrorizada.

- Sí, lo he hecho. Ha sucedido unas cuantas veces... incluso con Isabel. No me enorgullece, pero sólo soy un hombre y estos años no han sido fáciles para mí. Cuando regresé de Rockstown tuve que volver a empezar de cero y lo único que me ayudó a salir adelante fuela promesa que me hice a mí mismo de que jamás le daría mi corazón a ninguna mujer. Hacía mucho tiempo que no era de mi propiedad... se había ido contigo.

Candy recordó la carta de Susanna, esas palabras... “sentí que su alma se marchaba contigo”.

- Ciertamente he cambiado, Candy. Ya no soy el jovencito del Colegio San Pablo, lo siento, pero hay una cosa que nunca ha cambiado… ¡mi corazón!

¡El silencio de la joven lo estaba volviendo loco! ¿Por qué no hablaba? ¿Por qué no podía decirle lo que había en su corazón? Tenía que encontrar una manera de sacudirla.

- ¡Lo que dices no tiene sentido! ¿Sabes más bien lo que pienso? ¡Que tienes muchísimo miedo de amarme, esa es la verdad! ¡No crees en mí y ya no crees en nosotros porque tienes miedo!

- ¿A dónde me llevó creer en nosotros? ¿Lo sabes?

- ¡Claro que lo sé, pero no fuiste la única que sufrió!

- ¡Y ahora estoy otra vez en el mismo lugar!

- ¿Y has decidido rendirte? – la provocó Terence – Te hacía más valiente, o tal vez es sólo una excusa porque en realidad no estás segura de lo que sientes por mí. ¡Quizás ese doctorcitoya se ha ganado tu corazón!

- Te equivocas... - respondió Candy.

- ¡Demuéstramelo! – gritó mirándola fijamente.

Estaban uno frente al otro, sólo unos cuantos centímetros los separaban. Candy no era capaz de mirarlo, pero sentía sus ojos sobre ella y su respiración acelerada.

- En dos horas sale un tren para Nueva York. ¡Pídeme que no lo tome! Dime que para ti tampoco ha cambiado nada – murmuró Terence levantándole la barbilla para verla a los ojos.

Pero el corazón de Candy, presa del miedo, permanecía cerrado con un candado del que parecía haber perdido la llave.

Alguien llamó a la puerta. Un empleado del hotel le informó al señor Graham que su taxi lo estaba esperando. Terence retrocedió dos pasos sin dejar de mirarla.Sentía los ojos cada vez más caldeados y una rabia perversa que se apoderaba de sus sentidos.Quería destrozar todo a su alrededor, quería abofetearla, pero no lo hizo. Cogió su maleta y salió del cuarto.





*****



Sin siquiera saber cómo, Candy regresó a casa. Se sentía confundida, no sabía cómo habían terminado discutiendo otra vez. Estaba claro que Terence aún no había superado los celos que sentía de Paul. ¿Y ella? No dejaba de pensar en lo que le había dicho, en cómo se comportaban las mujeres con él. Sabía que sus admiradoras no le daban tregua, pero él había abundado en el asunto al revelarle que en ocasiones había sucumbido a sus halagos... incluso con Isabel. ¡Pero había jurado que no le había entregado su corazón a ninguna!

Cuando entró en la sala,se encontró a Patty estudiando un ensayo sobre literatura inglesa. Tan pronto como vio a su amiga, levantó la cabeza y dejó el libro a un lado. Candy estaba visiblementeconmocionada.

- Candy, ¿qué sucede? – le preguntó preocupada.

- Se va... regresa a Nueva York... - respondió.

A Patty le pareció que su amiga no se daba cuenta del todo de lo que acababa de decir. No podía dejar que se fuera así.

- ¿Pudieron aclarar las cosas? – le preguntó aferrándose a una última esperanza.

- Por desgracia no…

- Candy, ¿sabes cuántas millas separan a Chicago de Nueva York? ¿Es eso lo que quieres?

- No...

- Si Terence regresa a Nueva York, no lo volverás a ver...

- No quiero que se vaya, pero tengo miedo de no poder amarlo como se merece... Durante tanto tiempo esperéque llegara este momento...Sólo Dios sabe cuánto me esforcé por preservar lo que sentía y sigo sintiendo por Terence, pero tengo miedo de volver a equivocarme.Esta vez no podría soportarlo... No sé si me explico, Patty.

- Comprendo tus miedos, Candy, y es verdad que reiniciar su historia podría ser arriesgado, pero yo lo veo así: tú y Terence tienen una segunda oportunidad frente a ustedes, a Stear y a mí no se nos concedió.

- Ay, Patty… perdóname…

- Tú lo amas, Candy.¡Sólo tienes que decírselo! Estoy segura de que Stear también piensa como yo y quiere verlos juntos... No querrás decepcionarlo, ¿o sí?

- Stear siempre estuvo cerca de mí y había logrado crear un vínculo con Terence también. ¡Tal vez se dio cuentaantes que yo de que él me amaba!

- ¿En cuánto tiempo parte su tren?

- En media hora aproximadamente – respondió Candy luego de mirar su reloj.

- ¡No hay tiempo que perder! ¡Te llamaré un taxi!

Al cabo de unos minutos llegó el coche que la llevaría a la estación.

- ¡No puedo llegar tarde también esta vez, no puedo! ¡Espérame, Terry, por favor! – pensaba Candy mientras a bordo de un taxi que le parecía más lento que un caracol esperaba con todo su ser lograr llegar a la estación antes de que él partiera hacia Nueva York.

Rápidamente se bajó del auto y corrió como una desquiciada hacia los andenes, sin siquiera saber cuál era el correcto. Se detuvo para preguntar y un revisor le indicó el andén número 3.

- ¡Apúrese, señorita, está a punto de partir!

- ¿Ahora cómo le hago para encontrarlo? ¡Ya debe haberse subido! Bravo, Candy, tú te lo buscaste... - entonces empezó a llamarlo gritando su nombre mientras pasando corriendo a toda prisa por cada vagón.

- ¡Terence! ¡Terence!

De pronto, se asomó por una ventanaun caballero de aspecto distinguido bastante asombrado de ver a una encantadora muchacha gritando su nombre como si se hubiera vuelto loca.

- Señorita... ¿nos conocemos?

- ¿Qué? Oh, no, perdóneme, no es a usted a quien busco… - le gritó Candy reanudando su desesperada carrera.

- Pecas, ¿qué haces aquí? – Candy escuchó una voz inconfundible proveniente de una ventana más atrás que acababa de abrirse.

Se volteó y lo vio asomado con las manos apoyadas en el vidrio medio bajado. Ella se precipitó hacia él y mirándolo desde el andén le pidió que se bajara del tren.

- ¿Qué? Te has vuelto loca... ¿Por qué debería bajarme? El tren está a punto de partir.

- Tengo que decirte algo… ¡muy importante! ¡Por favor, bájate!

- ¡Dímelo! ¡Adelante!

- ¡No puedo! ¡Tienes que bajarte!

Pero Terence permanecía inmóvil mirándolacon ojos desafiantesdesde la ventana y con su típica sonrisa burlona. Candy resopló, pisoteó y miró a su alrededor. La estación estaba llena de gente y muchos pasajeros estaban mirando por las ventanas mientras esperaban que partiera el tren. ¡No podía dejar que se fuera sin decírselo! Se armó de valor, aunque sintió que se le encendía el rostro.

- ¡Para mí tampoco ha cambiado nada!

Pero el repentino silbido del tren ahogó sus palabras.

- ¿Cómo? ¡No escuché!

- ¡Dije que nada ha cambiado... para mí tampoco! – repitió Candy sin demasiada convicción más avergonzada que nunca.

- ¡No puedo oírte! – gritó Terencefingiendo no haber escuchado. ¡En realidad quería oírla gritarlo delante de todos!

Candy puso los ojos en blanco, exasperada, ¡pero ya no había tiempo!

- ¡Te amo!

- ¿Qué dijiste?

- Te amo, Terry... bájate... ¡El tren ya va a partir! – le gritó, lo que provocó la consternación de los presentes.

Terence sonrió como no lo había hecho en mucho tiempo, una sonrisa dulce y gentil finalmente volvía a brillar en su rostro. Candy sonrió a su vez, embriagada por un amor nuevo.

- Por favor, baja – le suplicó, incapaz de soportar más tiempo la tortura de no tenerlo cerca.

- ¡Mira que si bajo, te beso!

Candy sonrió sacudiendo la cabeza.

– ¡Es el mismo de siempre, nunca cambiará! - pensó.

Mientras tanto, el tren había empezado a moverse y estaba a punto de coger velocidad. Cuando Terence lo notó, agarró la maleta y la arrojó por la ventana, luego avanzó velozmente haciala primera salida y bajó de un salto, a pesar del gran riesgo de lastimarse, yendo hacia Candy, que se había quedado atrás temiendo que no lo lograra. Se miraron por un instante y enseguida corrieron el uno hacia el otro, uniéndose en un abrazo desesperado.

- Estás loco – murmuró Candy con el rostro enterrado en su pecho.

- ¡Por ti! - le respondió Terence un instante antes de besarla.

Fue un beso impetuoso porque aún era incierto, un beso que quería poseer pero también sentirse reconfortado. El lugar en el que se encontraban ni siquiera les permitió disfrutarlo. Terence se separó de esos labios tan deseados al recuperar ese mínimo de lucidez que necesitaba para darse cuenta de que debían irse de allí.

- Pecas, vámonos de aquí. ¡No creo que quieras terminar en la sección de espectáculos! – dicho esto la arrastró corriendo fuera de la estación y se subieron al primer taxi que encontraron libre.

- ¿Adónde quieres ir? – le preguntó.

Candy se volvió hacia el conductor y le indicó la dirección de su apartamento;luego volvió a acomodarse pegada a él.

No dejaron de abrazarse ni un momento durante todo el trayecto, ella apoyada en su hombro y él rodeándola con los brazos y con la mejilla pegada a su frente.

Una vez que llegaron a su destino, Candy se bajó primeropor precaución y entró. Terence le dio una vuelta a la manzana y tocó el timbre unos minutos después. Candy, que se había quedado abajo a esperarlo, abrió la puerta de inmediato y, tan pronto como la cerraron, subieron corriendo las escaleras hacia el apartamento. Una vez cruzado el umbral, sin aliento, se lanzaron de nuevo a los brazos del otro, como si quisieran borrar de un solo golpe la lejanía de los años que habían estado separados. No podían separarse ni tampoco hablar, abrumados ambos por las emociones.

Continuaron abrazados: él le acariciaba el cabello, ella se se había hundido en su pecho y apenas podía respirar; sentía las lágrimas brotar de su corazón y llegar hasta sus ojos.

- Me gustaría decirte tantas cosas, pero ahora sólo se me ocurren dos – murmuró Terence con dificultad.

- Dímelas, por favor...

- La primera es... ¡perdóname!

- ¿Y la segunda?

Terence le tomó la cara entre las manos apartándola un poco de él para mirarla. Los ojos verdes de Candy brillaban como dos esmeraldas, sus mejillas estaban sonrojadas y ¡se veíapreciosa!

- ¡Te amo... desde siempre!

- ¡Me gusta más la segunda porque yo también te amo... desde siempre! – exclamó Candy sonriendo.

Terence también sonrió antes de besarla apasionadamente, casi levantándola del suelo.

Un ruido los hizo sobresaltarse.

- ¿Hay alguien? – le preguntó preocupado.

- No, debe haber sido el viento – respondió Candy mientras iba a revisar la ventana que se había cerrado de golpe, y agregó que Patty no estaba porque se había ido a ver a sus padres y regresaría al día siguiente.

De vuelta en la sala, le preguntó a Terence si tenía hambre y luego fue a la cocina para ver qué podía encontrar en la despensa. No mucho, pensó. Él la siguió diciéndole que quería ayudarla, por lo que Candy le dio lo necesario para que pusiera la mesa.

- ¡Listo! – exclamó al cabo de un rato, abrazándola por detrás y besándola en la mejilla mientras ella estaba ocupada en la estufa.

- La cena estará lista en dos minutos.Tendrá que conformarse con esto, Sr. Graham, pero no dejaré que se muera de hambre – dijo Candy tratando de resistirse a sus labios.






Se sentaron a la mesa. Terence la mirabaembobado, pues todavía no podía creer que estaba ahí con ella, que la tenía tan cerca. Por primera vez después de todo ese tiempo estaban solos en un lugar donde nada ni nadie podría interponerse entre ellos. El mundo se había quedado afuera.

Candy se sentíacohibida, así que intentó bromear regañándolo por haber fingido no entender lo que le había gritado en la estación.

- ¡No lo hice a propósito! – replicó él sonriendo.

- Mentiroso... Querías que lo gritara delante de todos...

- Ya me imagino los titulares de los periódicos de mañana: ¡Candice White Ardlay declara en voz alta su amor por el guapo actor Terence Graham!

- ¿En verdad? ¿Habrá habido periodistas en la estación? – preguntó Candy alarmada.

- ¡Seguro, me siguen a todas partes! – afirmó Terence yenseguida se echó a reír.

- Te estás burlando de mí... Ya basta... ¡Sigues siendo el mismo! – resopló Candy levantando una mano para golpearlo.

Pero él lainterceptó, se la acercó a la cara y la besó con dulzura. Se puso de pie, todavía sosteniendo su mano, y le preguntó si quería bailar.

- Lamentablemente, creo que no tengo música...

- No importa – respondió el joven atrayéndola hacia élantes de susurrarle al oído una canción que ella no conocía.



Amor de mi vida, no me dejes.

Te has llevado mi amor y ahora me abandonas.

Amor de mi vida, ¿no lo ves?

Tráelo de vuelta, tráelo de vuelta, no me lo quites,

porque no sabes lo que significa para mí.

Lo recordarás cuando esto haya pasado

y todo se haya calmado.

Cuando sea mayor, estaré ahí a tu lado

para recordarte que todavía te amo, todavía te amo.



- Es muy hermosa... pero creo que nunca la había escuchado antes.

- No puedes haberla escuchado antes porque no se ha grabado... Es inédita...

Candy lo miró. ¿Era posible que la hubiera escrito él?

- ¿Es tuya? – le preguntó con incredulidad.

- No... ¡es tuya!

- ¿Cuándo la escribiste?

- Cuando volvíde Rockstown…



Siguieron bailando abrazados, en silencio, hasta que fueron sorprendidos por el timbre del teléfono. Candy fue a contestar, alejándose de él con dificultad.

- ¿Diga?

- Hola, Candy. ¿Estás bien?

- Hola, Patty.Sí... yo diría que sí – respondió mientras miraba a Terence con una sonrisa.

- Terence está ahí contigo, ¿verdad?

- Sí, está aquí. Te manda saludos.

- Dale mis saludos también y… nos vemos mañana en la noche. ¡Pórtense bien!

- Gracias, Patty. Nos vemos mañana.



Terence se había sentado en el respaldo del sofá y, cuando Candy terminó la llamada, alargó los brazos para invitarla a acercarse.

- Creo que deberíamos hablar – murmuró ella abrazándolo de nuevo.

- Esta noche no, ahora no… por favor – le respondió él suspirando mientras pensaba en cuántas cosas tendrían que aclarar, en todos los errores cometidos, pero en ese momento no le importaba nada, solo estar cerca de ella.

En un momento de lucidez recordó que lo esperaban en Nueva York al día siguiente, por lo que le dijo a Candy que tenía que llamar al Sr. Hathaway para avisarle que se retrasaría su llegada. Mientras hablaba por teléfono con Robert y trataba de explicarle que un "contratiempo" lo había entretenido en Chicago, Candy podía escuchar los gritos provenientes del auricular y de pronto tomó consciencia de que Terence no vivía allí, sino en Nueva York, a cientos de kilómetros de distancia.

- ¿Tienes que volver lo antes posible? – le preguntó temiendo la respuesta.

- Creo que el próximo tren partirá en dos días.

- ¿Hathaway se enojó?

- Un poco... ¡Dice que siempre me meto en problemas en Chicago! – respondió Terence sonriendo.

- ¡No está del todo equivocado! – exclamó Candy mientras él se unía a ella, sentándose a su lado en el sofá.

Hubo un momento de silencio.Luego él tomó su mano y la rozó con los labios.

- Y ahora… antes de causar otro lío, será mejor que me vaya a un hotel. ¿Qué te parece? – le preguntó Terence presionandosu mano contra su mejilla para hacerle entender cuánto le costaba pronunciar esas palabras.

- ¿A un hotel? Ya es tarde... a esta hora...

- Puedo preguntar si la habitación que tenía sigue disponible…

- Cierto.

Terence volvió al teléfono para llamar al hotel donde se había alojado los días anteriores. Candy se daba cuenta de que eso era lo correcto, pero…. la idea de que él saliera de su apartamento de improviso la hizo sentirse perdida. Se levantó de un salto del sofá, lo alcanzó e interrumpió la llamada que acababa de iniciar. Terence la miró sorprendido.

- Quédate aquí, no quiero que te vayas – dijo decidida, pero sin mirarlo, con los ojos fijos en el teléfono.

Terence entendía lo conflictuada que debía estar, tal vez casi tanto como él, pero no quería avergonzarla ni faltarle al respeto. Sin embargo, era muy consciente del hecho de que comportarse como un caballero no sería fácil estando bajo el mismo techo toda la noche.

- ¿Quieres decir que puedo quedarme en tu sofá esta noche también? – le preguntó para tranquilizarla respecto a sus intenciones.

Candy asintió.

Ya estaba muy entrada la noche cuando decidieron tratar de dormir. Parados frente a la puerta del dormitorio de Candy se dieron las buenas noches muchas veces, al parecer también por todas las veces que no habían podido hacerlo.

Terence se echó en el sofá sabiendo que no pegaría ojo.

A Candy, apoyada contra la puerta recién cerrada, le costaba respirar. Después de cambiarse, se metió en la cama y cerró los ojos, pero su mente y su corazón no querían a calmarse.



La sala está en silencio. ¿Ya estarás dormido? Que día tan increíble, ¿verdad? Pensé que me volvería loca si no te encontraba en la estación... pero no fue amable de tu parte hacerme gritar así, ¡aunque debo admitir que yo misma me lo busqué!

Ya en otra ocasión habíamos estado separados por una puerta.Yo estaba muy triste y preocupada; tú tocaste la armónica toda la noche para mí. La misma armónica que vi en tu apartamento de Nueva York. ¿Todavía la tocas? Olvidé preguntártelo...



Sin pensarlo ni un segundo, se levantó de la cama, se puso la bata y se dirigió a la sala. El lugar estaba a oscuras.

- Terence, ¿estás durmiendo? – murmuró.

Luego de unos instantes de silencio respondió desconcertado.

– No.

Candy encendió una lámpara que estaba cerca de ella y la hizo resplandecer. Terence se giró y quedó deslumbrado como si hubiera visto el sol en medio de la noche.

- ¿Qué pasa? – le preguntó con voz débil.

- Me acordé de algo y quería preguntártelo.

Candy se acercó al sofá y se sentó en el respaldo. Terence permaneció acostado con un brazo debajo de su cabeza para levantarla un poco, en espera de que ella hablara.

- Cuando fui a Nueva York y estuve esperándote en tu apartamento, noté que… todavía tienes mi armónica.

- Es verdad... nunca me separo de ella. De hecho, ahora está en mi maleta, pero no puedo tocar a esta hora, ¡correría el riesgo de despertar a todo el edificio!

Candy sonrió, luego sus ojos se encontraron y se hizo el silencio. Bajó la mirada y no pudo evitar advertir que Terence había jalado la manta hasta la cintura para taparse, en tanto quesu tóraxhabía quedado descubierto. Llevaba sólo una camiseta de color claro que dejaba expuesta la mayor parte de sus brazos. Como él mismo le había dicho, ya no era el chico del Colegio SanPablo, y en ese momento Candy se dio cuenta de ello plenamente. Sabía que debía volver a su habitación, pero…

- ¡Entonces, te colaste en mi recámara! Cuando no la tengo conmigo,dejo la armónica en la mesita de noche, al lado de mi cama. Sigues siendo la misma pecosa entrometida.

- ¡Eso no es cierto! Fuiste tú quien le dijo alaportera que me hiciera subir... Di la verdad.

- ¿Yo? ¡Para nada! Le dije que si de casualidad aparecía una jovencita con la nariz chata y la cara llena de pecas, debía decirle que me había mudado, ¡imagínate!

- ¡Mientes!

Su sonrisa confirmó que era mentira.

- Sabes que pronto se hará de día y no hemos dormido ni un minuto – le dijo.

- Tienes razón, lo siento.Será mejor que vuelva a la cama – respondió Candy volteando hacia su habitación.

- Espera, no te vayas... Ven aquí...

- ¿Cómo?

- Ven aquí - repitió haciéndole un espacio en el sofá.

- Pero… Terence…

- Vamos… No pasará nada, lo prometo – le suplicó levantando la mano derecha en señal de juramento.

Era la segunda vez que Terence hacía alusión a "lo que podría pasar entre ellos", y cuando habían discutido él le había dejado claro que no tenía que esforzarse demasiado para conquistar a una mujer. Candy pensaba que con ella no había ido tan lejos, tal vez porque sólo llevaban unas horas juntos, pero si se hubiera atrevido…

Se sentó en el sofá donde él le había hecho sitio. Terence también se había incorporado y se sostenía con un brazo doblado sobre el apoyabrazos.

- ¿Tienes algún compromiso mañana? – le preguntó apartándole el cabello del hombro.

- No.

- ¿Qué quieres hacer?

- ¡Estar contigo!



Terence se acercó a ella, la abrazó y la ayudó a recostarse. Luego tomó la manta y la colocó sobre ambos. La volvió a abrazar por la cintura y, arrullados por sus respiraciones, se quedaron dormidos.






Capítulo quince

 


Chicago

22 de abril de 1922

 

Durmieron un par de horas abrazados en el sofá. Terence se despertó primero. Durante su sueño, Candy se había dado vuelta, así que cuando abrió los ojos lo primero que vio fue su rostro. Permaneció embelesado mirándola sin emitir ningún sonido porque no quería que se despertara.

La estanciaya estaba tenuemente iluminada por las primeras luces del amanecer, que se filtraban a través de las cortinas. Un silencio perfecto reinaba a su alrededor, interrumpido sólo por sus respiraciones.

En esa suave luz, el rostro de Candy parecía salido de un cuadro impresionista, una imagen hecha sólo de luz y color como esos Monet que Terence había visto en el Louvre durante su gira por Europa. Por un momento recordó ese periodo de su vida, cuando estaba seguro de haberla perdido para siempre. Sintió una punzada en el pecho que lo dejó sin aire y estuvo a punto de despertarla para besarla y abrazarla tan fuerte como pudiera, atenazado por el miedo de que todo fuera sólo un sueño. Luego sonrió para síal advertir el dulce peso de su mano en su cadera. Le apartó un pequeño mechón de pelo de la frente y empezó a contar sus pecas, pero descubrió que no podía, puesto que lo distraía todo lo que las rodeaba.

 

Ay, Candy… sabía que debía haberme ido a un hotel… ¿Ahora qué hago contigo? Eres tan bella y yo… No te imaginas cuántas veces he soñado con abrazarte así. Tal vez podría intentar dormir un poco más… No, ya es imposible, tu respiración en mi cara me lo impide. Es mejor que te despierte y nos levantemos de este sofá tan peligroso... Pero estás tan dormida... Es una pena, pero yo ya no puedo quedarme sólo mirándote. Ahora te doy un beso y luego nos vamos a desayunar. ¿Qué te parece?

 

Terence rozó ligeramente sus labios con los suyos, pero ella no se despertó.

 

Pecas... como puedes ver, no la hago bien de príncipe azul.

 

Se sentía desarmado ante aquel amor tan grande que le había sido devuelto sin ningún mérito. Se preguntó si sería capaz de amarla como se merecía. Ya le había roto el corazón una vez, no podía darse el lujo de volver a equivocarse de nuevo. Hacía muchos años se había jurado que sería él quien la haría feliz y ahora sólo importaba eso, nada más. Quería hacerle entender que a partir de ahora no volvería a dejarla nunca más, pero enseguida pensó que pronto tendría que regresar a Nueva York. ¿Cómo podrían soportar la lejanía ahora?

- Amor mío… - murmuró enterrando el rostro en su cuello y, acercándose aún más a ella, cubrió parte de su cuerpo con el suyo.

Después de unos instantes, ella se movió levemente como siguiendo los movimientos de él y sus piernas se entrelazaron.

- Oh, Dios... - susurró Terence suspirando profundamente, embriagado por su olor y el calor de su cuerpo.

Candy se despertó sintiendo su cálido aliento haciéndole cosquillas en el cuello. Él lo notó, pero no se atrevía a mirarla y permaneció con el rostro escondido en su cabello. Ella sintió el peso de su cuerpo sobre su lado izquierdo y sus brazos que la rodeaban dulcemente. Se quedó quieta y abrió los ojos poco a poco.Lo vio recostado a su lado y sintió que el corazón le latía cada vez más con más fuerza. No sabía qué hacer ni qué decir, pero estaba segura de algo: no habría querido estar en ningún otro lugar que no fuera allí con él. ¿Estaría despierto?

- Terry – lo llamó.

Él no respondió, pero decidió salir de su escondite. Sus dos zafiros brillaban sobre ella.

Con dificultad intentaron darse los buenos días sin moverse ni un milímetro, temiendo ambos que tan sólo esofuera suficiente para iniciar algo que no pudieran detener.

- Aún es temprano, pero como estamos despiertos tal vez sea mejor si… nos levantamos.

- Sí... tal vez sea mejor – confirmó Candy.

Entonces él se movió para liberarla de sus brazos y que pudieran desenredar sus piernas. Candy se incorporó y quedó sentada en el borde del sofá dándole la espalda. Terence no pudo resistirse y le acarició la espalda con una mano. Candy sintió un escalofrío recorrerla de pies a cabeza. Se volteó y él se acercó lentamente y la besó; temía morir si no lo hacía, como si su vida dependiera de esos labios. Candy se hundió en sus brazos, casi aferrándose a su cuello.

Se separó de ella y le acarició el rostro, cuya expresión le parecía indescifrable, una mezcla de estupor y ternura. Se quedó quieto temiendo haberla asustado, pero ella lo sorprendió.

- Estoy segura de que nunca sentiré por nadie más lo que siento por ti... ¡Te amo tanto! – le dijo mirándolo intensamente a los ojos.

Luego bajó la mirada y tomó el borde de la camiseta que llevaba Terencecon sus manos y tiró de ella hacia arriba hasta quitársela. Él se inclinó para ayudarla suspirando profundamente. Tembló cuando ella le puso las manos sobre el pecho. Su piel estaba tan caliente y el calor que desprendía envolvió a Candy por completo, tanto que sentíalas mejillas en llamas.

Terence,aún incrédulo,le dio mil besos ligeros en los labios y continuó por su mejilla para finalmente sumergirse de nuevo en su cuello, como si fuera un refugio de los males del mundo. La sintió temblar ante ese contacto, como si descubriera por primera vez que poseía ese rincón del paraíso justo debajo de su cabello.

- Candy, anoche te hice una promesa cuando te pedí que te quedaras conmigo aquí en el sofá... - murmuró Terence con la frente apoyada en la de ella.

- Lo sé.

- Por lo regular cumplo mis promesas, pero ahora… no creo que pueda… si seguimos así…

- No quiero que la cumplas.

- ¿Está segura?

- Sí – respondió Candy regalándole la más hermosa de sus sonrisas antes de levantarse, tomarlo de la mano y llevarlo a su habitación.

No pasó mucho tiempo para que el camisón que Candy llevaba puesto se deslizara hasta sus pies y Terence finalmente pudo disfrutar despierto de esa visión que había perturbado sus sueños muchas noches. Pensó que era víctima de un hechizo cuando ella cruzó las manos detrás de su cuello y le lanzó una mirada que nunca antes le había visto. ¿Era pasión lo que ahora descubría en sus ojos? Sí, lo era, pasión por él.No lo podía creer.

Candy sintió cuando el cabello le cayó enla espalda porque Terence había soltadoel listón que lo ataba. Hundiendo una mano en sus rizos rubios, algo que había querido hacer desde hacía mucho tiempo, aproximó su rostro al de ella, tomó posesión de su boca y exploró cada rincón como si buscara un tesoro escondido.

Escuchó un gemido escapar de su garganta y se detuvo de golpe, tratando de contener el deseo por ella que lo estaba consumiendo, pero Candy lo miró y le sonrió una vez más, dándole la última pizca de valor que le faltaba para seguir adelante.

La levantó del suelo con los brazos y no apartaron los ojos el uno del otro mientras el joven se dirigía a la cama, donde sólo la tenue luz del amanecer sería testigo de su unión. Un nuevo día estaba naciendo, dos almas se estaban reencontrando.

 

Cuando Terence despertó, un rayo de sol que entraba a la habitación le lastimó los ojos, así que los cerró y permaneció quieto bajo las sábanas que olían a ella. ¿Pero dónde estaba? Se levantó de la cama de un salto, se puso los pantalones y se dirigió a la sala, frotándose los ojos con las palmas de las manos.

- Pecas, ¿dónde te metiste?

No tuvo tiempo de escuchar la respuesta a su pregunta porque un puño lo golpeó en plena cara antes de que pudiera ver quién era el agresor. Totalmente desprevenido, Terence cayó pesadamente hacia atrás y se estrelló contra la puerta del dormitorio a sus espaldas.

- ¡Pero te has vuelto loco! ¡Terry! ¡Ay, Dios mío!

- ¡No es más que un bastardo! ¿Qué te hizo?

- ¡Sal inmediatamente de aquí! ¡Vete ya! – gritó Candy asustada pero decidida.

- ¿Qué? ¿Que soy yo el que tiene que irse?

- ¡He dicho que te vayas! – gritó aún más fuerte.

- Está bien… pero la cosa no termina aquí, Candy.Me debes una explicación. ¡No lo olvides!

Esas fueron las últimas palabras que escuchó Terence, luego el portazo y Candy llamándolo entre lágrimas.

- Terry, por amor de Dios, ¿puedes oírme?

Terence sangraba profusamente por el labio superior y su pómulo izquierdo se estaba hinchaba velozmente. Candy, desesperada, corrió a buscar un poco de hielo y, después de que se lo puso en la cara, el joven abrió poco a poco los ojos.

- ¡Mi amor, por favor, di algo! – le suplicó Candy arrodillada junto a él, que yacía en el suelo con la espalda apoyada contra la puerta.

Terencelogró pronunciar unas cuantas palabras con dificultad para preguntarle qué había pasado, pero el dolor en su rostro era bastante fuerte y no pudo decir nada más mientras observabapasmado las manchas de sangre en sus pantalones.

- ¿Crees que puedas levantarte para ir a la cama? Es mejor que te acuestes.

Terence hizo un primer intento de levantarse, pero la cabeza le daba vueltas. Al final, con la ayuda de Candy, logró llegar a la cama.

- Espérame aquí, no te muevas.Iré a buscar algo para desinfectarte.

Unos segundos después, Candy volvió con gasas y alcohol, se sentó en la cama a su lado y comenzó a limpiarleel rostro con delicadeza.

- Candy, ¿quieres contarme qué pasó? ¿Tú estás bien? – le preguntó Terence preocupado entre muecas de dolor.

- Te dieron un puñetazo cuando saliste de mi cuarto.

- ¿Y a quién tengo que agradecerle por elamable gesto?

- Bueno… fue… Paul. Pero ya se marchó, le dije que se fuera. Terry, lo siento tanto, ¡ha sido culpa mía!

- No digas eso, por favor.

- Mira cómo te dejó… ¿Te duele mucho?

- Bueno, sí, bastante... ¡Pega fuerte tu doctor! Pero si yo hubiera visto a un hombre medio desnudo salir de la habitación de mi novia, probablemente habría hecho lo mismo, tal vez incluso algo peor – Terence concluyó la frase con una mueca mientras Candy le desinfectaba la cortada en su boca.

- ¡Ya acabé! La cortada no es muy profunda, creo que no necesitarás puntos. Perote saldrá un bonito hematoma oscuro en el pómulo que desaparecerá por completo más o menos en diez días.

- ¿Qué? ¡Maldita sea! ¿Que no sabe tu doctor que yo trabajo con esta cara?

Candy lo miró y, como se sentía profundamente culpable, no pudo evitar que se le llenaran los ojos de lágrimas.

- Ven aquí – le dijo Terence con dulzura, la acercó a su pecho y empezó a acariciarle la cabeza –. ¡No pensé que fuera tan peligroso estar contigo, Pecas! – trató de bromear, pero notó que aumentaban las lágrimas de Candyy sintió que le bañabanla piel.

- Dejaría que me dieran puñetazos todas las mañanas si ese fuera el precio a pagar por una noche como la que hemos pasado juntos.

Candy sonrió y, aunque se ruborizó al recordar lo que había sucedido entre ellos, alzó el rostro hacia él y lo besó con suavidad, tratando de no lastimarlo.Luego le dijo:

- No soy su novia.

Como buena enfermera, le ordenó a Terence que se acostara un rato más y que no se levantara para nada mientras ella preparaba el desayuno. No obstante, cuando regresó a la habitación unos minutos después, lo encontró de pie.Se había cambiado los pantalones y estaba terminando de abrocharse la camisa que acababa de ponerse.

- ¿No te prohibí que te levantaras?

- Estoy bien, no te preocupes.

- ¡Serías un paciente terrible!

- Ven aquí – le dijo acercándola hacia él –. Por culpa de tu doctor ahora ni siquiera puedo besarte.

- ¿Puedes dejar de llamarlo así?Además... si tú no puedes hacerlo, lo haré yo.

- Yo evitaría por el momento los labios y el pómulo izquierdo.Todo lo demás está a tu disposición.

Candy le lanzó una mirada muy maliciosa, pero luego… le plantó un beso en la mejilla.

- ¡Eso no es lo que tenía en mente!

Ella sonrió satisfecha de haberle hecho una pequeña broma, luego con un dedo le jaló un poco la camisa del cuello y se lo acarició ligeramente con los labios.

- Así está mejor...

Se fueron abrazadosa desayunar a la sala. Sin dejar de mirarse a los ojos y sentados muy juntos, bebieron un poco de té, el cual les pareció a ambos el mejor que habían probado en toda su vida.

Candy todavía estaba en bata con el cabello suelto un poco desordenado y la cara adormilada, pero a los ojos de Terence era la mujer más hermosa del mundo. La tomó por la cintura y la hizo sentarse en su regazo antes de preguntarle dulcemente cómo estaba mientras apoyaba su rostro en sus senos apenas cubiertos por la seda del camisón. Acariciándole el cabello, ella le respondió que estaba muy bien, pero un segundo después un pensamiento hizo que se le empezara a agitar la respiración.

- ¿Qué pasa? – le preguntó Terence de inmediato.

Ante su silencio, él levantó el rostropara mirarla, separándose de mala gana de su pecho, en espera de una respuesta.

- ¿Hay alguien esperándote en Nueva York? – le preguntó con un hilo de voz.

- ¡Claro!

Ella lo miró frunciendo el ceño y no respiró hasta que él continuó.

- Mi madre... Seguro me someterá a un interrogatorio en cuanto me vea.

- Me alegra que tu madre esté tan cerca de ti, pero no me refería a ella.

Terence sólo había fingido no entender. Le quedaba claro que Candy se refería a alguna mujer y esa mujer probablemente era Isabel. Se puso serio porque no soportaba que ella todavía tuviera dudas.

- Si te refieres a Isabel, ¡espero que estés bromeando! ¿Crees que estaría aquí si todavía tuviera algo que ver con ella?

- No es eso... pero es que tal vez ella no piensa como tú...

- Tú sólo debes pensar en lo que quiero yo. Me parece que ya te lo había dicho... ¡Y yo sólo te quiero a ti, a nadie más!

Candy lo abrazó con fuerza e hizo que su rostro volviera a donde estaba antes; luego le besó elcabello mientras le pedía disculpas.

Permanecieron un rato así, muy juntos en silencio, mimándose con pequeños besos y caricias. Para ambos estar cerca era indispensable: el contacto de su piel no podía interrumpirse por mucho tiempo porque eso al instante les generaba una ansiedad incontrolable que sólo se calmaba si volvían a tocarse o a tomarse de la mano.

De repente, la levantó en brazos provocando en ella esa risa natural que tanto le encantaba y la llevó hasta el sofá, dondese sentó y la acomodó de nuevo entre sus brazos. A pesar del puñetazo recibido, en ese momento el rostro de Terencele pareció más hermoso que nunca, pues irradiaba una luz particular, muy distinto al del día que había llegado a Chicago. Esperaba que eso se debiera a lo que había pasado entre ellos, y le habría gustado hablar del tema, a decir verdad, ya que no estaba del todo segura de que las cosas hubieran salido como él esperaba. Sin embargo, la vergüenza de haber experimentado por primera vez ciertas emociones y sensaciones le impidió abordar el asunto.

Terence se imaginaba cómo debía estarse sintiendo Candy al respecto, así que fue él quien habló.

- Fue increíblemente maravilloso sentir tu corazón y el mío latiendo juntos con fuerza… – le susurró, lo que hizo florecer una tímida sonrisa en su rostro - escucharte decir mi nombre entre besos, nuestras respiraciones entrelazadas, tus manos sobre mí y las mías sobre ti…

- ¡Por favor, para!

- ¿Por qué?

Pero ella no respondió.

- Me gustaría mucho saber si para ti también fue así o no...

Candy permaneció en silencio un rato más. Habría necesitado nuevas palabras nunca dichas por nadie para describir lo que había significado para ella hacer el amor con Terence.

- Para mí fue mucho más... fue como volver a la vida, como nacer de nuevo. No sé cómo logré seguir adelante todos estos años sin ti y sin siquiera la esperanza de poder volver a verte algún día. Dime que ya no tendré que vivir sin ti, ¡dímelo, por favor!

Terence la abrazó tan fuerte como pudo y en su rostro sintió el calor salado de las lágrimas que silenciosamente se habían apoderado de sus ojos.

- No volverá a pasar, mi amor. Te lo juro.







Por la tarde fueron a Villa Ardlay, dado que Albert los había invitado para pasar un rato juntos. Sin embargo, Terence tuvo que reservar su pasaje de tren antes. El primer tren disponible estaba previsto para las 7 de la mañana del día siguiente. Les quedaban sólo algunas horas antes de tener que separarse y, con cada minuto que pasaba, sentían que sus corazones se hacían más y más pequeños.

- Bienvenidos, chicos, pero… ¿qué te hiciste en la cara, Terence? – preguntó Albert al ver el rostro tumefacto de su amigo.

- Hola, Albert.Bueno… ¡ya sabes lo violenta que puede ser Candy a veces! – respondió Terence en tono de broma.

- Oh, Terry, basta… Luego te lo explico, Albert, pero te juro que no fui yo – precisó Candy tras lanzarle una mirada asesina a Terence.

También Jasminese sorprendió cuando los saludó en la sala al ver a Terence en ese estado.

- Cuando te sugerí que te quitaras la máscara no creí que hubiera un boxeador debajo. ¿Qué te pasó?

- Un pequeño desacuerdo con un exnovio celoso. Nada importante – respondió Terence tratando de minimizar el incidente, aun si la idea de que Candy tuviera que ver de nuevo a Paul no lo hacía sentirse nada tranquilo, así que decidió hablar de ello con Albert.

Mientras Jasmine y Candy caminaban por el jardín, Albert, preocupado, volvió a pedir explicaciones y Terence le contó lo que había sucedido.

- Traté de no darle mucha importancia al asunto enfrente de Candy, pero aunque ya no vayan a trabajar juntos, él sabe dónde vive, por lo que creo que tal vez sería mejor que ella se quedara aquí unos días. ¿Tú qué opinas?

- Estoy de acuerdo. Yo me encargo, no te preocupes, aunque… me parece extraño que no hayas pensado en corresponder alamable gesto.

- En efecto, el viejo Terence lo habría hecho, pero, reflexionando,sólo consiguió golpearme. Yo, en cambio, conseguí el amor de Candy.

- ¡Excelente reflexión! ¿Cuándo tienes que volver a Nueva York?

- Mañana por la mañana.

- Entonces, ambos deberían quedarse aquí esta noche. Me daría mucho gusto.

- Te lo agradezco,Albert.

 

- A juzgar por cómo te brillan los ojos, diría que todo está bien, ¿o me equivoco?

- ¿Es tan evidente, Jasmine?

- ¡Se ven hermosos juntos!

Candy sonrió pensando en lo mucho que había cambiado su vida en unas cuantas horas. El antes ahora le parecía inconcebible, ahora sólo quedaba el después: después de que él había regresado, después de que se habían amado como nunca antes.

Jasmine la observaba mientras caminaban por los senderos del jardín de Villa Ardlay y sentía una inmensa ternura por aquella joven tan fuerte y a la vez tan indefensa ante aquel gran amor que había superado mil dificultades y años de separación.

Después de una larga caminata, regresaron a la terraza donde habían dejado a Albert y Terence, pero Candy enseguida notó que él no estaba allí. Jasmine se dio cuenta al instante de su repentino cambio de humor y salió al rescate.

- Creo que Albert hizo que le prepararan una habitación para que se quede aquí esta noche y lo lleve a la estación mañana temprano. Debe haber ido a cambiarse para la cena.

- Seguramente. Será mejor que yo también vaya a cambiarme – respondió Candy.

Albert le dijo que el cuarto de Terence era la habitación verde, y sonrió pensando que estaba en el segundo piso muy cerca de la suya.

Después de cambiarse de ropa fue a buscarlo. La puerta estaba entreabierta y, al asomarse, lo vio sentado en una mesa muy concentrado escribiendo algo en una hoja que escondió tan pronto como la vio entrar.

- Normalmente se toca antes de entrar a la habitación de un hombre.

- La puerta estaba abierta y yo… ¿Qué escondes?

- ¡Nada!

- ¡Vamos!Te vi… ¡Estabas escribiendo algo y luego lo escondiste!

- ¡Eres la misma entrometida de siempre! Es algo que tendrás cuando llegue el momento. Ahora vamos a cenar. ¡Tengo un hambre! Tú sabes que hoy no hemos comido casi nada.

- Efectivamente. Hemos estado ocupados haciendo otras cosas...

 

En cuanto terminaron de cenar, Albert y Jasmine se despidieron con la clara intención de dejarlos solos. Candy y Terence se quedaron un rato en la terraza hablando de nada porque un único pensamiento se había apoderado de su mente: que pronto tendrían que separarse. En cierto momento, Terence le dijo que tenía que darle algo y se dirigieron a su habitación.

Una vez que entraron a su dormitorio, fue hacia su maleta ya lista para el día siguiente y sacó un paquete de ella. Candy lo miró sorprendida. No entendía qué era, ya que no parecía un regalo.

- Esto te pertenece – le dijoponiendo delante de ella el envoltorio.

Cuando Candy extendió la mano para cogerlo, él retrajo el brazo y le hizo prometer que no lepegaría porque ya era suficiente por ese día el golpe que había recibido en la mañana.

- ¿Por qué habría de pegarte? – le preguntó con suspicacia.

Pero él, en vez de responder, volvió a estirar el brazo para que pudiera tomar el paquete.

- Ábrelo.

Candy quitó el papel que lo envolvía y,en un primer momento, no captó que era su diario; pensó que era otra cosa porque era un tipo de cuaderno muy común. Miró a Terence, que tenía los ojos fijos en ella, luego lo abrió y reconoció claramente su letra.

- Pero este es mi antiguo diario... ¿Cómo es que lo tienes?

- Si vienes aquí, te lo cuento – le dijo después de acostarse en la cama.

Candy dudó por un momento, pues no estaba del todo segura de que no lo golpearía, pero luego se le acercó y él le tomó una manoparaatraerla hacia sus brazos.

- Seguramente Albert te habrá contado que cuando fue a Nueva York nos encontramos por casualidad en una recepción y luego me invitó a cenar a su casa, o mejor dicho, fue Jasmine quien me invitó.

- Sí, me lo dijo.

- Esa noche en su casa hablamos mucho y un par de días después, antes de regresar a Chicago, fue a visitarme y me entregó esto.

- ¿Por qué?

- Según él, debía leerlo porque hablabas mucho de mí y también porque creía que todo lo que habías descrito no podía haberse desvanecido en el aire, aun si habían pasado muchos años. Le dije que nos matarías a ambos, pero él insistió y, sobre todo, me pidió que le diera buen uso.

- ¿Buen uso?

- Sí.

- ¿Entonces, lo leíste?

- Sí, me llevó casi una noche entera leerlo y…

- ¿Y?

- Leyendo esas páginas entendí que Albert tenía razón, que lo que habías escrito no se había perdido, ya que mi amor seguía ahí, y entonces comencé a tener esperanzas de que fuera igual para ti. Después de una semana muy difícil, logré escribirte esa carta en la que te dije que nada había cambiado para mí. ¿Estás enojada?

- ¡Por supuesto que Albert podría habérmelo dicho antes de hacer algo así!

- Si te hubiera pedido que me dejaras leer tu diario, ¿habrías aceptado?

- Probablemente no…

- Lo hizo porque pensó que era la única forma de hacer que nos comunicáramos.

Candy guardó silencio y a Terence le pareció que algo la perturbaba.

- ¿En qué piensas? Dímelo.

- Si no lo hubieras leído… ¿no me habrías escrito?

- Lo habría hecho, pero no podría decirte cuándo... Llevaba mucho tiempo pensando en hacerlo, pero no encontraba el valor para hacerlo. Tenía miedo de...

- ¿De qué tenías miedo?

- De muchas cosas... Primero que nada, de que no me respondieras porque tal vez ya me habías olvidado... Luego pensé que quizá ya eras feliz con otra persona y yo no tenía ningún derecho a interferir en tu vida... En fin,¡había muchasrazones para tener dudas!

- ¿Y esas dudas desaparecieron cuando leíste mi diario?

- No, no desaparecieron, pero... quise darle otra oportunidad al amor que reencontré en esas páginas. Recuerdo bien el día que envié la carta: inició para mí una lenta agonía esperando una respuesta que nunca llegó.

- Fui a Nueva York para responderte en persona.

- ¿Y qué me habrías dicho si no hubiera ocurrido ese maldito accidente?

- Lo que te dije ayer en la estación.

- No recuerdo bien… ¿Qué me dijiste?

Candy se levantó para mirarlo a la cara y, amenazándolo con el dedo índice, le dijo que no se pasara de listo porque sabía muy bien lo que le había hecho gritar en la estación delante de toda la gente. Terence empezó a reír a carcajadas, lo que la irritó aún más.

- ¡Prometiste no pegarme, no lo olvides!

- ¡No prometí absolutamente nada y lo haces a propósito! ¡Te diviertes haciéndome enojar!

- Así luego tengo que hacer que me perdones... – susurró acariciándole una mano con los labios.

- Mmmmm… será mejor que te ponga algo en este hematoma ono desaparecerá. Espera aquí, debo tener todo lo necesario en mi recámara.

Candy salió y regresó poco después con un ungüento que, según ella, aceleraría la curación del rostro de Terence. A él en realidad no le convencía mucho la idea.

- ¿Qué es eso? – le preguntó tapándose la cara con la mano.

- Vamos, no seas infantil. ¿No creerás que sabes más que yo de estas cosas? Déjame ponértelo.

- ¿Estás segura de que funciona? – le preguntó tratando de apartar el rostro de nuevo.

- ¿Quieres quedarte quieto?

Al final logró convencerlo de dejarse medicar, y mientras ella le embarraba suavemente la crema sobre el pómulo con los dedos, él de repente sonrió.

- ¿Ahora por qué te ríes, si se puede saber?

- Bueno, es que estaba pensando que no es tan malo dejarse curar por usted, doctora Ardlay.

- ¿Ya ves, hombre de poca fe?

- Lo admito, has mejorado mucho desde los tiemposdel Colegio San Pablo. ¡Por poco me muero desangrado esa noche!

- Te recuerdo que esa noche salí del colegio arriésgandome mucho y tú te fuiste sin siquiera esperar a que volviera. ¡Desagradecido! – le respondió en el mismo tono dirigiéndose hacia la puerta.

- ¿Adónde vas?

- ¡A dormir!

- ¡Vamos,Pecas, ven aquí!¡Estaba bromeando!

- Eres el mismo de siempre, pero esta vez...

No pudo terminar la frase porque Terence la detuvo detuvo abrazándola por detrás, por la cintura.

- Quédate un poco más… ¿No quieres despedirte como Dios manda? Mañana por la mañana no tendremos mucho tiempo...

- Lo sé... - murmuró Candy volteándose y aferrándose a él como si de esa manera pudiera evitar que se fuera.

Luego se besaron durante un largo rato olvidándose por unos minutos de los difíciles días que les esperaban.

- La próxima vez te llevaré conmigo – murmuró Terence sin despegar sus labios de los de ella.

- ¿Cuándo será la próxima vez? – le preguntó Candy mirándolo a los ojos.

Él vaciló porque sabía muy bien que no podía estar seguro de cuánto tiempo pasaría antes de que pudieran volver a verse. Trasladarse de Nueva York a Chicago no seríasencillo, eran muchas horas de viaje y para poder pasar un poco de tiempo juntos necesitaría tener más de un día de vacaciones, lo que no sería fácil de lograr. Tenía que encontrar el momento adecuado para hablar con Hathaway al respecto, y esperar que lo comprendiera. ¡Por lo pronto no iba a saltar de alegría al verlo llegar con dos días de retraso y con la cara en esas condiciones!

- Por desgracia no lo sé, Pecas.Primero tengo que hablar con Robert.

- No es cierto que no lo sepas… ¡lo que pasa es que no tienes el valor de decírmelo!

Se supone que soy un buen actor, pensó, ¡pero con ella simplemente no logro salir bien librado!

- Sólo puedo hacer una suposición.

- ¿Cuál?

- Unas dos o tres semanas, un mes como máximo – respondió muy a su pesar.

- ¡¡¡Un mes!!! – gritó Candy.

- En el peor de los casos... Sé que es mucho tiempo y no tengo idea de cómo podré esperar tanto, pero hasta que no haya hablado del tema con Robert no puedo...

- Me gustaría quedarme con algo tuyo.

- ¿Algo mío?

- Sí.

Terence lo pensó por un momento y luego se quitó el anillo que llevaba en el dedo anular de la mano derecha.

- Lo compré en Londres.Al pasar frente a un escaparate me llamó la atención el verde intenso y nítido de esta piedra.Me recordó el color de tus ojos.

Candy lo tomó y lo ensartó en la cadenaque llevaba en el cuello;luego lo deslizó dentro de su camisón.

- Ahora es mejor que me vaya a dormir, de lo contrario no podré acompañarte a la estación mañana temprano.

- No quiero que me acompañes.

- ¿Cómo? ¿Por qué?

- Prefiero que nos despidamos aquí.Habrá mucha gente en la estación y… no me gustan las despedidas en las estaciones.

- Pero, Terence... no quiero que vayas solo.

- Albert se ofreció a acompañarme. No debes preocuparte, ¿vale?

- Está bien... Entonces, me quedaré aquí un poco más si quieres...

Terence sonrió y, sin esperar a que se lo dijera dos veces, la levantó en brazos y la llevó a la cama. Se durmieron abrazados hasta que la aurora los despertó.

 

Nueva York

24 de abril de 1922

 

Terence llegó a Nueva York muy temprano por la mañana. Por suerte había conseguido dormir un poco durante el viaje. Por la tarde tenía una cita con el señor Hathaway, pero su madre lo esperaba primero para almorzar en Villa Baker.

- ¡Dios bendito! ¿Qué te pasó? – le preguntó Eleanor en cuanto vio su rostro hinchado.

- Nada grave, mamá. ¡No te preocupes! – Terence intentó tranquilizarla.

Desde que su hijo había sufrido aquel accidente automovilístico, la señorita Baker se preocupaba en cuanto notaba el más mínimo rasguño, tal había sido su miedo ese día al verlo inconsciente en el hospital.

- ¿Cómo que nada grave? Alguien te agredió. ¿Tuviste una pelea? – continuó la actriz, pues queríaaveriguar a toda costa qué había sucedido.

- Tuve una pequeña discusión con un exnovio celoso – confesó Terence al final.

- ¿Un exnovio de quién? – preguntó la madre cada vez más curiosa por saber los detalles del viaje a Chicago.

- De Candy, mamá. Pero ahora me voy a cambiar. ¿Podemos hablar de eso más tarde, en el almuerzo?

- ¡Claro! – respondió la señorita Baker en el séptimo cielo tras escuchar a su hijo pronunciar ese nombre.

En la intimidad de su habitación, acostado en la cama, Terence recordaba los últimos días transcurridos con ella. Se sentía como dividido, como si le faltara una parte de sí mismo. Era evidente que ya no podía mantenerse alejado de ella. Tenían que encontrar una solución lo antes posible... pero, de pronto, todo le pareció muy claro. Por supuesto, ¡qué estúpido! ¡Cómo no se le había ocurrido enseguida! ¡Si hasta se lo había dicho a Albert!

 

 

Chicago

24 de abril de 1922

 

A unas 800 millas de distancia, otro corazón inquieto no hacía más que contar los minutos en espera de volver a verse.

Al despedirse de él la mañana de su partida, por un momento le había costado mucho no ceder a la desesperación.

- ¡Te escribiré todos los días! – le había dicho él.

- ¡Yo también! – había respondido Candy.

Con esa promesa habían logrado sobrevivir a esa separación que les recordaba cruelmente a las anteriores. Pero ahora era diferente. ¡Por fin podían vivir su amor!¡Su destino estaba únicamente en sus manos!

Antes de irse, Terence le había dado una nota, la que había estado escribiendo el día anterior cuando ella lo había sorprendido.

- No la leas hasta queya me haya ido – le había dicho y, tras un último beso, se había marchado.

Sosteniendo ese pequeño papel en la mano como si fuera un tesoro, Candy se despidió de él mientras subía al auto con Albert. Volverlo a ver lo antes posible era su único pensamiento en ese momento porque cada pequeña célula de su cuerpo le pertenecía a él, y sabía con absoluta certeza que todos sus sacrificios y el dolor que habían sufrido en esos años no habían sido en vano, sino que habían servido para que llegara ese día en el que ya nada ni nadie los separaría.

De regreso en su habitación, dio rienda suelta a unllanto liberador. Luego abrió la nota que Terence había puesto en su mano y la leyó:

 

 

Amor mío:

Me voy con tu perfume encima, con el sabor de tu boca en la mía, con el dulce recuerdo de tus caricias en mi piel. Creo que nunca antes había recibido tantas bendiciones y todo lo hermoso en mi vida proviene de ti. El consuelo que me da pensar en ti, haberte reencontrado sin más mérito mío que  el dejamás haber dejado de amarte, espero que sea suficiente para soportar esta separación hasta el día en que volvamos a vernos. Dejo mi corazón en Chicago, en tus manos.Cuídalo.Volveré por él y por ti.

 

Te ama,

Tu Terence



Capítulo dieciséis




 


 

Nueva York

25 de abril de 1922

 

Amor mío:

Sólo han pasado dos días pero tu ausencia ya me resulta insoportable. Pienso en ti todo el tiempo y cuando finalmente pueda verte de nuevo y abrazarte, entenderás lo difícil que está siendo para mí estar lejos de ti. Lamentablemente todavía no sé cuándo será posible, pero me temo que tendremos que armarnos de mucha paciencia. Hablé con Robert, quien, pensando que me hacía un favor, decidió prolongar un mes la temporada teatral, por lo que continuará durante el mes de junio. Será muy difícil, si no es que imposible, conseguir unos días libres para ir a Chicago. Lo único que me consuela un poco es el hecho de que una vez que terminen las representaciones de “Macbeth”, tendré un periodo de vacaciones y podré dedicarme por completo a ti, ¡a nosotros!

Si cierro los ojos, puedo verte.No es mucho, pero por ahora tendré que conformarme con eso.

 Te mando un fuerte abrazo y un beso con todo mi amor,

 Tu Terence

 

 

Chicago

27 de abril de 1922

 

Amado mío:

Creo que comprendo lo que significa para ti estar lejos de mí porque a mí me pasa lo mismo. Intento trabajar y estudiar lo más posible para distraerme, pero ya no puedo imaginar mi vida sin tenerte junto a mí. A veces incluso hablo sola convenciéndome de que estás aquí, y me parece escuchar tu voz llamándome.

Ya me imaginaba que después de tu ausencia por el accidente tendrías que trabajar más y lo entiendo, tu público te reclama. No debes preocuparte, en cuanto estés libre recuperaremos el tiempo perdido. Ya empecé a escribir una lista de todas las cosas que me gustaría hacer contigo cuando te vuelva a ver. Es una lista muy larga, así que ¡prepárate!

 

Te ama y te espera,
 
Tu Candy

 

 

Nueva York

30 de abril de 1922

 

Amor mío:

 

No sabes cuánto me gustaría estar ahí para hacer de inmediato lo primero que has escrito en tu lista. ¡Espero que sea loque estoy pensando! No soporto la idea de que el domingo sea tu cumpleaños y no pueda estar contigo. Te prometo que será el último que no celebremos juntos.

Ya me es imposible encontrar las palabras para hacerte entender cuánto te extraño, pero si tú estuvieras aquí, no tendría que decirte nada. Te hablaría con mis besos y tú comprenderías todo, lo sé.

Tu perfume, que llevaba encima cuando me fui, ya se ha desvanecido y no te imaginas cuánto lo necesito. Hasta he pensado en comprarlo, pero no sería lo mismo, no sería tan intenso y placentero como respirarlo en tu piel.

Esta noche, como todas demás, me dormiré pensando en ti, pensando en el momento en que volverás a ser mía, en cuando ya no volveremos a separarnos.

No olvides que mi corazón está ahí contigo desde siempre y para siempre.

 

Con amor impaciente,
 
Tu Terence

 

 

Chicago

3 de mayo de 1922

 

Cuando Candy recibió esa última carta, un solo pensamiento comenzó a rondar su mente: ¡encontrar la manera de correr hacia él! Sería su cumpleaños en unos días y el regalo que deseaba más que nada en el mundo era volver a verlo.

Si pudiera cambiar un par de turnos en el hospital, probablemente podría salir el viernes por la noche, llegar a Nueva York el sábado por la tarde y tomar un tren de regreso el lunes, ¡lo que significaría pasar casi dos días completos con él! La solaidea la había hecho empezar a soñar despierta, imaginando que ya estaba allí y corría hacia él para arrojarseen sus brazos. Entonces recordó que Terenceseguramente tendría que estar en el teatro durante el fin de semana, dado que las representaciones de Macbeth continuaban sin cesar con llenos totales desde que Graham había regresado al escenario.

 

Podría comprar una entrada e ir directo al teatro el sábado por la noche.Por primera vez podría disfrutar del espectáculo y estar segura de no tener que perseguirte después ni correr el riesgo de no poder verte. ¡Eso sería magnífico! Definitivamente tengo que conseguir una entrada para la función del próximo sábado...Ya es muy tarde... no lo lograré. Podría pedirte que me reserves un lugar, pero no… quiero que sea sorpresa… ¡Y creo saber quién podría ayudarme a organizarla!

 

 

El viernes por la mañana, Archibald Cornwell y su esposa llegaron a Villa Ardlay. Annie tenía la intención de organizar una gran fiesta por el cumpleaños de ambas y, como no estaba al tanto de los acontecimientos de las últimas semanas, ya había comenzado a hacer las invitaciones que les enviaría a los mejores partidos de Chicago.

Ni Annie ni Archie sabían que Terence había ido a buscar a Candy y que se habían reconciliado. Únicamente sabían que después de haber estado en Nueva York, Candy había vuelto a Chicago y ya no había querido hablar más de él.

- En verdad espero que esta vez Candy se haya dado cuenta de lo inmaduro y engreído que Granchester sigue siendo, tal como cuando estábamos en el Colegio San Pablo. Siempre pensó que era el centro del universo, que se merecía todo. La hizo ir otra vez a Nueva Yorky ¿qué ganó Candy con eso? ¡Lágrimas, sólo lágrimas como siempre! Lamento decirlo, pero en realidad se lo buscó, aunque seguramente fue mejor así. Ya habrá entendido de una vez por todas que ha llegado el momento de dejarlo ir y ser feliz. ¡Candy merece ser feliz y quizás esta fiesta de cumpleaños que estamos organizando pueda ser un punto de partida para una nueva vida!

Annie escuchaba a su marido queriendo creer que tenía razón, aun cuando, conociendo a Candy demasiado bien, no creía que una fiesta pudiera solucionar los problemas de su corazón. No veía la hora de volver a abrazarla para saber cómo estaba y cómo había pasado las últimas semanas después de aquel triste viaje a Nueva York.

- ¿Piensas que deberíamos invitar también al Dr. Carver? – le preguntó Archie a su esposa, quien seguía escribiendo cartas de invitación.

- No lo sé, Archie.Tal vez sería mejor preguntarle a Candy.Honestamente no sé cómo vayan las cosas entre ellosen este momento.

- ¿Qué es lo que te gustaría preguntarme, Annie?

- ¡Oh, Candy, por fin llegas! ¡Déjame abrazarte!

Annie corrió hacia su amiga y las dos muchachas se abrazaron afectuosamente como cuando eran niñas, después de lo cual fue el turno de Archie, quien saludó a su prima con un beso solemne en la mano antes de que ella lo abrazara y le diera un sonoro beso en la mejilla.

- Candy, estás espléndida. ¡Te ves realmente muy bien! – exclamó Annie al verla tan radiante como hacía mucho tiempo que no lo estaba.

- Gracias, Annie.Tú también te ves estupenda, por nohablarde mi primo favorito. ¿Serán los efectos del matrimonio?

- Querida Candy, yo diría que sí.Por eso te aconsejo que empieces a pensar en el asunto, pues el tiempo no se detiene. Si continúas haciéndote la difícil, ¡en poco tiempo entrarás por derecho propio en el club de las solteronas!

- Gracias por la sugerencia, querida Annie, pero quizás deberías de saber que el matrimonio ya no es una posibilidad tan remota para tu servidora.

- ¿Acaso quieres decirque hay algún pretendiente a la vista? – preguntó Archie, con los ojos muy abiertos, al igual que Annie.

- Tal vez... – respondió enigmática.

- ¡Vamos, Candy, no te andes con misterios! Estoy planeando nuestra fiesta de cumpleaños y si hay alguien en particular a quien deba invitar, será mejor que me lo digas.

- ¿Nuestra fiesta de cumpleaños?

- ¡Sí, claro, como cada año! ¿No me digas que has olvidado que tu cumpleaños es el domingo?

- Oh, no… pero… perdóname, Annie, este año no podré participar.

- ¿Cómo? ¿Y por qué razón?

- Archie, no insistas.Tal vez el misterioso pretendiente ha organizado algo especial... ¿Estoy en lo cierto, Candy?

- Bueno, más o menos… En realidad soy yo quien organizó algo, así que no podré celebrar con ustedes el domingo. Lo siento mucho, Annie, pero festejaremos tan pronto como regrese. ¡Lo prometo!

- ¿Qué significa "tan pronto como regrese"? ¿Te vas de viaje? – indagó Archie poniéndose serio, pues empezaba a temer la identidad del hipotético novio.

- Sí – respondió Candy dudando si revelar o no el destino de su viaje, pues sabía que Archie no lo aprobaría, pero ya era hora de que todos supieran lo feliz que se sentía –. Me voy esta noche. Voy a Nueva York – reveló con una sonrisa radiante, sintiendo que el corazón se le salía del pecho.

Archie y Annie la miraban estupefactos.

- Lamento no haberles avisado antes, pero fue una decisión repentina y no...

- ¡Otra vez él! – la interrumpió Archie mirándola fijamente.

- Sí, Archie,otra vez él – respondió Candy decidida.

- ¿No fue suficiente lo que te hizo?

- Archie, basta – le rogó Annie.

- Espera, Annie... Ustedes no sabentodo lo que ha sucedido en las últimas semanas,por lo que es justo que...

- No me interesa lo que haya sucedido... ¡Tú no puedes seguir cayendo en la misma trampa cada vez, olvidando el pasado!

- Te equivocas, Archie... ¡Es precisamente porque nunca he olvidado el pasado que no puedo estar sin Terence! Ahora voy a despedirme de Albert. Nos vemos a mi regreso.

Dicho esto, Candy salió de la estancia, pero Annie corrió tras ella luego de lanzarle a su marido una mirada de severo reproche.

- Candy, discúlpalo.Hablaré con él y estoy segura de que poco a poco lo entenderá.

- Te lo agradezco, Annie.

- Pero podías haberme dicho que había novedades importantes – le reprochó Annie amistosamente.

- Perdóname, pero todo pasó tan rápido y no tuve oportunidad... En resumen, Terence vino a Chicago hace como dos semanas, oficialmente para una conferencia, pero en realidad quería verme, y al final aclaramos las cosas y...

- ¿Y?

- ¡Pasamos dos días maravillosos!

- Ay, Candy, estoy tan feliz y tú también lo estás, se ve... ¿Y ahora vas a verlo?

- Sí, Annie, no puedo más... Terence no puede venir porque está muy ocupado en el teatro.Nos escribimos todos los días... ¡pero no nos basta!

Annie la abrazó mientras trataba de contener las lágrimas.Sentía en lo más profundo de su corazón una gran alegría por ese amor que finalmente había encontrado su camino a casa.

 

 

*****

 

 

Nueva York

6 de mayo de 1922

 

Desde que se había subido al tren la noche anterior, Candy no había dejado de imaginar el momento en que sus ojos se encontrarían de nuevo. Un constante temblor en el estómago la había acompañado durante todo el viaje, el cual sólo había sido interrumpido cuando finalmente había sucumbido a unas cuantas horas de sueño.

Se había despertado poco antes de llegar a la estación de Nueva York, y nada más bajar del tren,casi la había sofocado un repentino peso en el pecho. De hecho, le había sido imposible no pensar en las veces en que ese lugar había sido testigo del dolor más atroz que jamás había sentido en su vida. ¡Tener que separarse de él ya no era algo que su corazón pudiera soportar!

Tomó un taxi para ir al hotel a cambiarse. Tenía poco tiempo antes de que fuera hora de dirigirse al teatro, donde la esperaría Eleanor Baker. Candy había logrado contactarla para pedirle que la ayudara a conseguir una entrada para el espectáculo de esa noche. Esta de más decir que la señorita Baker no había tenido ningún problema para cumplir con su petición,además de que no veía la hora de volver a abrazarla. Estaba emocionadísima por la sorpresa que su hijo recibiría una vez terminada la función. Terence no le había contado mucho sobre lo sucedido en Chicago, pero a juzgar por cierta expresión soñadora que había visto en su rostro más de una vez, Eleanor estaba segura de que había recuperadoal “amor de su vida”.

Candy llegó al teatro puntualmente. La señorita Baker le había dado instrucciones precisas para que encontrara la entrada secundaria y pudiera colarse en el teatro sin correr el riesgo de que Terence la viera. Incluso había elegido unpalcoalgo escondido para ver Macbethjuntas. Candy había sido categórica: no quería por nada del mundo que él notara su presencia, no quería distraerlo. Una vez que terminara el espectáculo, ella se iría a su departamento y lo esperaría ahí.

Sin embargo, cuando Terence subió al escenario, cuando pudo escuchar de nuevo su voz pronunciando las primeras líneas, Candy estuvo a punto de arruinar todos sus planes. Instintivamente se levantó y avanzó hasta el parapeto con unas ganas irrefrenables de gritar: “¡Amor mío, estoy aquí!”. Por suerte, Eleanor estaba con ella y, tras señalarle que Terence podría verla si se quedaba de pie, la invitó a volver a sentarse.

Durante toda la obra, Candy tuvo la impresión de haber contenido la respiración y estar inmersa en un sueño. No fue sino hasta que el público comenzó a aplaudir que volvió a la realidad y recordó que debía darse prisa si quería llegar al apartamento de Terence antes que él. Se quedó unos minutos más para poder aplaudirle y disfrutar de la increíble visión de Terence Graham en el centro del escenario recibiendo el homenaje de un público delirante.

Tan pronto como se cerró el telón, Candy y Eleanor intercambiaron una mirada llena de orgullo y emoción.

- Un coche te espera en la salida. ¡Adelante! – le dijo finalmente la señorita Baker despidiédola con un abrazo maternal.

 

La señora Dora reconoció de inmediato a la pequeña rubia pecosa que había estado allí hacía más de un mes y la saludó cordialmente. En realidad, la propia señorita Baker le había advertido que su hijo recibiría una visita muy importante esa noche y que, como era una sorpresa, tendría que ayudarla a asegurarse de que Terence no se diera cuenta de nada. Por lo tanto, la llevó hasta el apartamento del actor sin hacerle demasiadas preguntas y simplemente le deseó buena suerte.

Candy una vez más se encontró sola en el apartamento de Terence. Verlo actuar en el teatro, por fin sin preocupaciones ni miedos, había sido una emoción única e indescriptible, pero nada comparable con estar ahí en ese momento.

Se paró en medio de la estancia y no podía dejar de mirar la puerta principal, segura de que en cualquier momento volvería a ver su dulce rostro y esa maravillosa sonrisa que tanto le encantaba. Brincabacon cada mínimo ruido tratando de reconocer si era él quien lo hacía.

 

Al finalizar el espectáculo, Terence fue a su camerino a cambiarse. Estaba poniéndose la chaqueta cuando oyó un golpe en la puerta, e inmediatamente después vio entrar a su madre, quien quería felicitarlo por la espléndida puesta en escena, de la que había sido protagonista indiscutible, pero, sobre todo,quería asegurarse de que Terence se fuera directamente a su casa.

En eso llegó también su colega Karen Kleiss, quien, tras saludar a la señorita Baker, invitó al actor principal a un evento social que se había organizado en parte para celebrar el regreso de Terence Graham a los escenarios.

- ¿Cuándo es? – le preguntó.

- ¡Esta noche, por supuesto! – exclamó Karen.

Los bellísimos ojos azules de la señorita Baker nunca se habían abierto tanto como en ese momento. La actriz los dirigió a su hijo mientras contenía la respiración. Terence notó que algo andaba mal, probablemente era una fiesta a la que a Eleanor no le parecía bien que asistiera. ¿Pero por qué? Sabía que su madre estaba mucho mejor informada que él respecto a la vida social de Nueva York, así que finalmente decidió rechazar la invitación de Karen a pesar de su insistencia.

- ¿Se puede saber cuál es el problema con esa fiesta? – le preguntó a su madre en cuanto Kleiss se fue.

- Nada... es sólo que pareces muy cansado. No has parado en los últimos días y creo que es mejor que vayas a descansar.

Terence la miró con suspicacia, pero luego pensó que tenía razón.Además, definitivamente no estaba de humor para salir a divertirse. No hacía más que pensar en ella, la extrañaba como un loco. Sólo deseaba irse a dormir con la esperanza de por lo menos soñar con ella.

Más de una hora después de que había concluido la función, tras haber firmado una interminable serie de autógrafos, Terence finalmente logró subirse al auto que lo llevaría al Village, el barrio donde vivía. Eleanor lo había obligado a dejar que lo llevara su chofer y Terence había aceptado extrañamente, aun sile parecía que su madre estaba muy rara esa noche.

En la entrada del edificio se encontró a la señora Dora, quien, luego de saludarlo con una gran sonrisa, le informó que el ascensor estaba fuera de servicio desde la tarde, por lo que tendría que usar las escaleras. Terence subió los primeros escalones, pero se detuvo porque había notado algo extraño en su expresión. Se volvió hacia la portera, quien seguía con la mirada cada movimiento del actor.

- Dora, ¿está todo bien? ¿Tiene algo que decirme?

- No, no... adelante... vaya. ¡Debe estar cansado!

- Sí, definitivamente… Buenas noches.

- Buenas noches.

Terence comenzó a subir los dos tramos de escaleras que lo separaban de su apartamento y, en especial, de lo que más deseaba en ese momento: ¡su cama!

Mientras tanto, Candy, cansada de permanecer parada como una estatua en medio de la estancia, había decidido sentarse cuando, de repente, le pareció escuchar un ruido bastante familiar. Dejó de respirar por unos segundos para poder escuchar mejor ese particular crujido que se acercaba cada vez más. No podía equivocarse, habría reconocido el ritmo de sus pasos entre miles de ellos. Cuántas veces, tumbada en la hierba de la colina del Colegio San Pablo, se había dado cuenta de que él estaba a punto de llegar al distinguir los pasos lentos pero decididos con los que subía la pendiente que lo llevaría hacia ella. Ahora le parecía que subía las escaleras siguiendo el ritmo de su propio corazón, con cada paso un latido, y a medida que el ruido se intensificaba, los latidos de su corazón también se volvían más fuertes, hasta que los pasos se detuvieron y el silencio reinó por unos segundos. Luego el sonido metálico de la llave literalmente la hizo saltar mientras la puerta se abría con lentitud y se encendía la luz.

- ¡Terence!

Alzó la cara con incredulidad al escuchar esa voz familiar y, cuando la vio, entreabrió los labios, pero ninguna palabra salió de su boca. Sólo después de que ella le sonrió logró decir:

- ¡Candy!

No hizo falta decir nada más porque ambos, como dos imanes que se atraen inexorablemente, terminaron en los brazos del otro sin siquiera darse cuenta de cómo habían llegado hasta allí. Durante unos larguísimos minutos no dijeron una sola palabra, sólo permanecieron pegados el uno al otro casi sin respirar. Candy ni siquiera se había dado cuenta de que sus pies no tocaban el suelo, ya que Terence la había levantado y ella se había aferrado a su cuello, decidida a no volver a soltarlo.

- No lo puedo creer, no puede ser verdad. ¿Realmente eres tú? – murmuró finalmente Terence con el rostro sumergido en sus rizos rubios.

Candy logró separarse de él un poco para mirarlo, sonriéndole entre lágrimas. Terence entonces la apoyó en el suelo y, después de tomar su rostro entre sus manos para observarla mejor y estar seguro de que en verdad era ella, le sonrió a su vez y la besó profundamente, lo que hizo que ambos comprendieranque definitivamente que no estaban soñando.

- ¿Pero cuándo llegaste?

- Hoy en la tarde.

- ¿Por qué no me lo dijiste? Habría ido a buscarte a la estación… ¿Y qué hiciste en todo este tiempo? – le preguntó sin siquiera poder coordinar bien las palabras y la besó otra vez antes de que ella pudiera responder.

- No te lo dije porque quería sorprenderte, así que planeé esperarte aquí después de ir al teatro.

- ¿Estuviste en el teatro esta noche?

- Sí… ¡estuviste magnífico! ¡Por primera vez disfruté en verdad una obra tuya, aunque ya quería que terminara para poder abrazarte!

Y, de hecho, se abrazaron y se besaron como locos hasta que acabaron cayendo en el sofá sin dejar de mirarse a los ojos, sonriendo cada vez que volvían a darse cuenta de que todo era verdad, de que estaban ahí juntos.

- Tuviste una cómplice en todo esto, ¿no?

- Bueno, yo diría que dos: ¡la señora Dora y tu madre!

- Por eso me pareció que las dos actuaban de manera extraña esta noche: la portera no podía dejar de verme cuando llegué y mi madre insistió en que me viniera a casa inmediatamente después del espectáculo.

- ¿Acaso tenías algún compromiso? – le preguntó Candy con una sonrisa amenazadora.

- Bueno, Pecas,tú sabes cómo terminan estas veladas.Normalmente después de cada función siempre hay algún evento social al que me invitan. Incluso esta noche...

- ¿Incluso esta noche qué? – continuó Candy sentándose y alejándolo con las manos.

Terence sonrió sacudiendo ligeramente la cabeza.

- ¡Deja de estarte burlando de mí!

- ¡Pero si es la verdad!Todos los fines de semana se organizan muchas fiestas y recepciones en Nueva York, y por lo regular me invitan... ¡pero nunca voy!

- Ay, Terry… ¡siempre logras tomarme el pelo!

Ambos se echaron a reír mientras Candy fingía querer golpearlo. Entonces recordó el puñetazo que Terence había recibido en Chicago y empezó a revisarlo para comprobar que todo estuviera bien.

- ¡Soy muy buena enfermera!No te quedó ni siquiera una pequeña marca – comentó con satisfacción tras observar atentamente primero el pómulo de Terence y luego sus labios, y fue precisamente en ellos donde su mirada se detuvo mientras volvían a recostarse en el sofá, uno frente al otro.

- ¿Tienes hambre? – preguntó el joven mirándola a los ojos.

- No.

- ¿Necesitas cambiarte… darte un baño?

- No.

- ¿No necesitas nada entonces?

- Bueno, sí.

- ¿Qué necesitas?

- ¡A ti! Bésame, tonto...

Se besaron durante un largo rato, abrazándose como si quisieran fusionar sus cuerpos. Luego, una vez más esa mirada suya, una nueva mirada llena de deseo que Terence no pudo resistir.

 

 

 

*****




 

 

 

Nueva York

7 de mayo de 1922

 

Cuando se había encontrado con la señorita Baker, antes de que iniciara el espectáculo, Candy había tenido la oportunidad de hablar un poco con ella. Eleanor le había contado cuánto empeñohabía tenido que poner Terence y cuánto se había tenido que esforzar para volver a convertirse en el gran actor que era. Al final había cosechado todo el éxito que merecía y la gira por Europa lo había consagrado definitivamente como un gran protagonista del ámbito teatral internacional. Estaba muy orgullosa de él, pero había un aspecto de la vida de su hijo que todavía le preocupaba. Dudó un poco antes de hablar de ello con Candy, pues no quería entristecerla ni arruinar esos días con Terence, pero luego se decidió al pensar que, como siempre, sólo ella podía ayudarlo.

- ¿Qué es lo que le preocupa, Eleanor?

- No sé si Terence y tú ya han hablado de ello, pero... creo que mi hijo todavía se siente culpable por lo que le pasó a Susanna y también por su muerte.

 

Al despertar abrazada a él en su cama, Candy tuvo la clara sensación de que por fin podía saborear la felicidad. Terence aún dormía. Su ligera respiración le parecía el sonido más dulce del mundo y su aroma era tan embriagador que la aturdía. Se habían amado mucho durante toda la noche. Había sido diferente a la primera vez: una nueva complicidad los había guiado sin necesidad de palabras. Con cada caricia y beso que intercambiaban, su vínculo se fortalecía cada vez más porque entregarse el uno al otro significaba poder volver a creer en ese amor roto tantos años antes. Nada se había perdido, nada había cambiado, y ambos estaban seguros de eso ahora.

No obstante, de improviso las palabras de Eleanor volvieron a su mente. Terence no le había contado nada sobre el tiempo que había pasado con Susanna, por lo que probablemente era cierto que todavía le causara sufrimiento.

Cuando despertó, Candy lo sintió moverse debajo de ella. Lo miró y en ese instante él abrió los ojos. Candy le dio los buenos días y él simplemente sonrió como un sol naciente. Luego se deslizó más abajo entre las sábanas, la hizo rodar hacia el otro lado y comenzó a besarle la espalda desnuda.

- ¿No crees que deberíamos levantarnos? – intentó preguntarle.

Terence sólo gimió con la plena intención de continuar el camino que sus labios acababan de iniciar. Subió de la espalda al cuello, lo liberó del cabello, conquistó una oreja y después la hizo girarse para volver a tomar posesión de su boca. Candy tuvo que rendirse a esos besos que le hablaban tal como él le había escrito en su última carta, esa que la había convencido de partir de inmediato hacia Nueva York.

Los besos de Terence, como la pluma de un poeta, componían versos de amor sobre su piel. Era un poema interminable porque cada vez que lo reanudaba, volvía a empezar desde el principio, y Candy ya sabía que adoraría cada palabra que él le dedicara.

Se amaron una y otra vez... dejando que todo lo demás se hundiera en el olvido, viviendo sólo de su deseo, de su querer, de su entrega mutua.

Una dulce melodía despertó a Candy unas horas más tarde, cuando el sol ya estaba alto. Abrió los ojos y lo vio sentado en la cama tocando la armónica. Se quedó escuchándolo hasta que la música se detuvo; luego se levantó, lo abrazó y apoyó la cabezaen su pecho.

- Cuando vine aquí a buscarte, ¡me sorprendió verla en tu mesita de noche! Extrañé mucho escucharte tocarla, pero no pensé que todavía lo tuvieras. Y tampococreí que todavía tuvieras este apartamento.

- Siempre lo he tenido. Fue mi refugio durante muchos años.

- Pero no vivías aquí.

- No.

Candy sintió que se ponía nervioso, pero pensó que si quería hablar de Susanna, era justo el momento de hacerlo.

- Tenías otra casa donde también vivía Susanna, ¿verdad? – le preguntó vacilante.

- Sí, pero ya no la tengo.La vendí. Su madre se quedó allí un tiempo... Luego se fue – respondió secamente Terence.

- ¿Podemos hablar de eso?

- No.

- ¿Por qué no quieres hablar de eso?

Terence permaneció en silencio, decidido a no continuar con esa conversación. Entonces Candy se arrodilló en la cama y lo miró con toda la ternura de la que era capaz.

Terence dejó escapar una sonrisa.

– ¡Esto no es correcto! – exclamó.

- ¿Qué? – preguntó Candy ingenuamente.

- Pecas, ¿te parece normal que me pidas que hable del pasado mientras estás aquí frente a mí, arrodillada en mi cama, desnuda, con los pechos apenas cubiertos por tu cabello? - le dijo al mismo tiempo que apartaba de allí un mechón de pelo con un dedo que luego descendió hasta su ombligo, haciéndole cosquillas.

Candy tomó la sábana tratando de taparse, con la cara de quien ha hecho una travesura y ha sido descubierto.

- ¿Así está mejor?

- No – respondió Terence lanzándose sobre ella y hundiéndose en su cuello.

- Para... tenemos que hablar. Lo digo en serio... - le dijo Candy tratando de oponer una mínima resistencia a aquellas ardientes caricias - Terry, por favor...

Terence encontró fuerzas para detenersey pasarse al otro lado de la cama, dándole la espalda para no verla.

Candy esperó un momento, luego se acercó a él y le puso una mano en la espalda. Lo escuchó suspirar.

- Si te contara cómo fueron esos años con Susanna, de seguro encontrarías la manera de culpabilizarte, pero tú no tienes ninguna culpa de lo que sucedió.

- ¿Y tú sí?

- Por favor, Candy… ¡Sólo quiero olvidarlo y tú también deberías hacerlo!

- No, Terence, no podemos olvidarlo si no hablamos de ello. Yo sé en qué me equivoqué y si pudiera volver atrás, me comportaría de manera diferente... No te dejaría enfrentar todo solo.

- Jamás habría permitido que te vieras involucrada en esa situación...

- ¡Pero yo ya estaba involucrada porque te amaba! Debí haberte ayudado en lugar de salir huyendo.

- No habrías podido hacer nada… ¡Ni siquiera yo pude salvarla!

Candy quedó muy impactada por lo que Terence acababa de decir. ¿Entonces,él había pensadoque su deber era salvar a Susanna? ¡Y también se sentía culpable por su muerte, tal como le había dicho Eleanor! ¿Pero por qué? Deseaba con todo su corazón que se abriera con ella, pero conociéndolo sabía lo difícil que sería para él. De cualquier modo, siempre llevaría ese peso con él, y Candy quería compartir esa carga. Nunca podrían olvidar, pero era importante hacer las paces con el pasado para poder afrontar el futuro en paz.

- ¿De verdad crees que te correspondía a ti salvarla? – le preguntó dulcemente, esperando que él se animara a proseguir.

- Por eso me quedé a su lado.Decía que yo era su única razón de vivir.

- ¿Y, en tu opinión, lo que hiciste no fue suficiente?

Terencenegó con la cabeza sin mirarla. Candy permaneció en espera de que continuara.

- Hice todo lo que pude, pero no fue suficiente... No pude hacerle entender que hay muchas cosas en la vida por las que vale la pena seguir adelante.Ella no veía nada más... sólo estaba obsesionada con algo que nunca tuvo... y por eso al final se dejó morir...

Candy no sabía qué hacer, quería abrazarlo con fuerza, pero temía que eso interrumpiera su historia. Se quedó quieta escuchándolo, conteniendo la respiración y las lágrimas.

- Antes de irse me pidió que la perdonara por no haber querido ver cuánto sufría... pero yo ahora estoy aquí contigo, estoy vivo y soy feliz... ella no. Debería odiarla por lo que nos hizo, pero no puedo... No sé si puedas entenderme, Candy, o tal vez ahora serás tú la que me odie por lo que te acabo de decir.

- ¿Odiarte? ¿Cómo podría, mi amor?

Entonces ella lo abrazó y lo llenó de besos, queriendo disipar de ese modohasta la más mínima sombra que pudiera haber en su alma. Terence se volteó, le sonrió y cerró los ojos, abandonándose a sus caricias. Después permanecieron abrazados en silencio, hasta que él le preguntó en qué pensaba.

- Creo que deberíamos ir a verla juntos.

- ¡No! – respondió categóricamente levantándose de la cama.

- Escúchame, por favor... Susanna te pidió que la perdonaras porque sabía que había cometido un error, y tienes que hacerlo porque solamente así podrás perdonarte a ti mismo y a mí también. Sólo el perdón puede hacernos libres para vivir nuestra vida juntos y garantizar que el alma de Susanna pueda descansar en paz.

Candy también se levantó de la cama, fue hacia él y lo abrazó por detrás.

- Te lo ruego, Terence... Vamos averla.

Lo escuchó dar un profundo suspiro, pero no respondió. Luego se volteó y la abrazó con fuerza pensando que nunca podría decirle que no.

Después de desayunar, se dirigieron al Cementerio de Mármol de Nueva York. Antes de entrar, Candy se detuvo a comprar unas flores.

- ¿Qué flores le gustaban? – le preguntó.

Terence señaló con la mano un ramo de lirios blancos y rosados.Candy lo acomodó cuidadosamente cuando llegaron a la tumba de Susanna. Terence se quedó un poco atrás, con el rostro sombrío y una tormenta de sentimientos agitándole el corazón.

Candy se acercó a él, murmuró una oración, luego le apretó la mano con fuerza y ​​él respondió al apretón. No dijeron nada, únicamente guardaron silencio unos minutos. En un momento dado, se volvió hacia Candy y le dijo:

- Ya podemos irnos.

Ella le sonrió y se alejaron juntos.

 

 

*****

 

 


 

Después de recoger la maleta de Candy en el hotel, fueron a almorzar a un restaurante al aire libre junto al mar. ¡Terence ciertamente no había olvidado que había un cumpleaños que celebrar!

- ¡Tengo hambre! – exclamó Candy frente a todos los manjares que acababan de llegar a la mesa.

- ¡Pecas, sigues siendo la misma glotona! – dijo Terence estallando en carcajadas.

Cuando llegó la hora del pastel, Candy pidió un deseo antes de apagar las velas, pero inmediatamente después notó el rostro serio de Terence.

- ¿Qué sucede? – le preguntó.

- Este sería el momento adecuado para darte tu regalo.

- ¡Yo diría que sí! – confirmó Candy con una sonrisa impaciente y demasiada curiosidad por ver el regalo que le daría.

- Desafortunadamente hay un pequeño problema...

- ¿Qué quieres decir? ¿Dónde está mi regalo?

- En Chicago… supongo. No sabía que vendrías a Nueva York, así que... te envié tu regalo allí.Lo encontrarás cuando llegues a casa.

- Mmmm... - refunfuñó Candy un poco decepcionada.

- ¡Estoy seguro de que Albert lo cuidará bien! – exclamó mientras Candy seguía mirándolo con el ceño fruncido.

- Por cierto... ¿sabes que cuando supe que él era el famoso tío abuelo William me quedé sin palabras?

- ¡Imáginate cómo me quedé yo! Pero,cuando lo digerí... entendí muchas cosas: el hecho de que él siempre estuviera ahí cuando yo tenía dificultades, por ejemplo, ¡ciertamente no erapor casualidad!

- Entonces, en cierto sentido… ¿Albert es tu padre?

- Es demasiado joven para serlo, pero así es, aunque lo veo más como un hermano.

- De cualquier modo… ¡tendré que pedirle permiso para casarme contigo!

Candy se quedó sin palabras por un momento y sus grandes ojos verdes se abrieron por completo, más resplandecientes que nunca; luego sonrió. De seguro Terence estaba tomándole el pelo como siempre, pensó. ¡Pero esta vez no iba a caer! Quería ver hasta dónde llegaría.

- Deberías preguntarme a mí primero, ¿no lo crees?

- ¿No te lo he preguntado ya? – inquirió Terence fingiendo perplejidad.

- ¡No! – respondió Candy con decisión.

- ¿Estás segura? Estaba convencido de que ya te lo había preguntado.

- ¡Lo recordaría!

- Déjame ver –le dijo tomando su mano izquierda -. En efecto, no hay ningún anillo aquí.Si estuviéramos comprometidos, ya tendrías un anillo en el dedo, ¿cierto?

- ¡Cierto! Así es como funciona por lo regular – respondió Candy empezando a molestarse.

- Mmmm... pero me parece que...

Terence comenzó a buscar algo en los bolsillos de su pantalón y de su chaqueta. Candy lo veía sin comprender.

- ¿Qué estás haciendo? – protestó la chica.

- Sentí como si tuviera algo en el bolsillo... ¿Lo ves? – le preguntó sacando finalmente una cajita verde agua del bolsillo interior de su chaqueta.

- ¿Qué es?

- Ábrelo.

- ¿Es para mí?

Terence asintió sonriendo. Candy lo abrió y los destellos de un espléndido anillo deslumbraron sus ojos, pero, sobre todo, su corazón.

- ¿Cómo le haces? – preguntó Candy conmovida.

- ¿Cómo hago qué?

- ¡Leer mis pensamientos! Acabas de concederme el deseo que pedí al apagar las velas.

- ¿Querías un anillo? – le preguntó riendo.

- No... quería estar contigo para siempre. ¡Eso es lo que deseo!

- Entonces, ahora te toca a ti cumplirme un deseo, aunque no sea mi cumpleaños, ¿vale?

- De acuerdo.

- Cuando te conocí me prometí que te haría feliz, aún no sabía lo feliz que me harías tú a mí. Por eso mi único deseo es que te conviertas en mi esposa. ¿Quieres casarte conmigo, Candy?

- Sí, sí, sí…- repitió Candy varias veces entre lágrimas y sonrisas mientras Terence la besaba.

Luego le puso el anillo en el dedo y caminaron abrazados hacia la playa.

 

Terence había recibido unainvitación un tanto particular para esa noche. No estaba seguro de aceptar, pero cuando se lo dijo a Candy, ella respondió: "¿Por qué no?".

Por lo tanto, se dirigieron al Cotton Club, donde encontraron a Jean Paul esperándolos con el resto de la pandilla.

- ¡No sabes cuántas chicas han sido víctimas de la desesperación al verlos entrar de la mano! – exclamó el francés saludando a Terence.

- ¡Tendrás que encargarte de consolarlas!

- Me temo que sí.¡Haré ese sacrificio!

- ¿Te acuerdas de Candy?

- Yo sí, ella no creo que se acuerde de mí.

- Por el contrario, me acuerdo muy bien a ti y de esa noche – dijo Candy lanzándole una mirada severa a Terence, quien se había ido en cuanto la había visto esa noche. Le besó la mano como pidiéndole perdón.

Jean Paul los invitó a su mesa, que, como de costumbre, estaba totalmente abarrotada.

- ¿A cuántas chicas tendrá que consolar?

- ¡A todas las que ves en ellugar, Candy!

- ¡¡¡Terence!!!!!

- ¿Bailamos?

- ¡¡¡No!!!

- ¡Bailemos…por favor! No quiero compartirte con toda esta gente.






Epílogo

 

Stratford-upon-Avon

verano de 1925

 

 

Si no lo sintiera respirar aquí a mi lado, si su brazo no estuviera alrededor de mi cintura y sus piernas no estuvieran entrelazadas con las mías, podría pensar que se trata de un sueño.

Anoche se realizó la última función de la temporada teatral y regresó muy tarde, agotado porque, como siempre, lo dio todo. Así que ahora todavía está durmiendo.

Llevo un rato despierta, pero no he tenido fuerzas para levantarme y sigo en la cama con él. Esta mañana, no sé por qué, me siento especialmente nostálgica y tengo muchas ganas de llorar. De vez en cuando me pasa que vuelvo a pensar en todo lo que tuvimos que afrontar para llegar hasta aquí. Fueron muchos momentos difíciles.Durante mucho tiempo pensé que nuestro adiós había sido definitivo aunque en realidad no lograba resignarme a esa idea. De hecho, mi corazón no estaba equivocado y, cuando me escribió,volví a tener esperanza.

Es increíble cómo nuestros sentimientos han resistido a todo y a todos, incluso a nosotros mismos, porque en ocasioneshemos sido dos verdaderos testarudos. Ambos cometimos errores, pero hemos hablado al respecto y afortunadamente hemos logrado superarlos perdonándonos.

 

Se ha volteado hacia mí, pero todavía está inmerso en el sueño. ¡Lo miro y no puedo evitar pensar en lo hermoso que es! Aunque no se lo digo a menudo, de lo contrario se le subiría a la cabeza y comprendería que estoy totalmente en su poder. No lo puedo negar, creo que me cautivó desde el primer momento en que lo vi en ese barco en medio del océano a pesar de que enseguida me hizo enfurecer con ese "señorita Pecas" con el que todavía hoy me fastidia.Recuerdo que en cuanto llegamos al puerto, mi mirada se perdíabuscándolo, como si de inmediato hubiera surgido algo entre nosotrosque no podía terminar ahí en ese muelle.

Cuando luego lo volví a ver en el Colegio San Pablo, porque él también estudiaba allí, me sentí aliviada, pues aunque no me daba cuenta, no quería perderlo. Era diferente de los demás, con una miradaa menudo melancólica y triste, dura y cínica, otras veces tan tierna y sincera. Nunca había visto unos ojos así y, no sé cómo, pero tenía la impresión de que podía leer en ellos sus verdaderos sentimientos. Su mirada muchas veces me habla más que sus palabras, definitivamente es un tipo bastante taciturno.

 

Nos casamos hace tres años, en junio,en la colina de Pony. Temblábamos como hojas. A nuestro alrededor estuvieron las personas más queridas que siempre creyeron en nosotros. Y finalmente nos hemos convertido en eso,en un "nosotros".

Los primeros dos años vivimos en Nueva York y nuestra pequeña Pauline nació allí. Está por cumplir dos años y es bellísima, como su padre. Tiene sus ojos y su nariz, pero con una cascada de pecas. ¡Una combinación perfecta diría yo!

Terence la adora y ella lo adora. Sabe que cuando papá está trabajando no debe molestarlo, pero a veces me mira y me toma una mano para arrastrarme hasta la puerta del estudio.

- ¿Quieres ir con él? - le pregunto.

Ella me responde temerosa, asintiendo con la cabecita.

- Pero tienes que quedarte en silencio, ¿vale?

Ella asiente de nuevo.

Le abro un poco la puerta y se cuela enel estudio. Se sienta en un rincón sin que él se dé cuenta. Permanece inmóvil mirándolo fijamente un rato hasta que Terence percibe su presencia. Finge estar enojado, luego abre los brazos y ella corre para lanzarse en ellos. Platican entre ellos con Pauline sentada en su regazo. Finalmente, antes de bajarse le da un beso. Después la veo volver hacia mí con una gran sonrisa.Evidentemente su padre le ha prometido que en cuanto termine harán algo juntos, y ella lo espera ansiosa, conformándose por un rato con su madre.

 

 

Nos mudamos a Stratford porque Terence recibió una oferta de trabajo muy importante del Shakespeare Memorial Theatre. Se trata de un contrato de tres años para que protagonice las principales obras del Bardo. No quería venir, temía que yo fuera a sufrir demasiado lejos de Estados Unidos, todavía no entendía que yo sólo sufro cuando estoy lejos de él.

Vivimos en una casa de campo junto al río Avon, con un precioso jardín. Es un lugar muy diferente de Nueva York. Me gusta y es idóneo para criar niños. Terence no tiene que hacer giras, así que pasamos mucho tiempo juntos.

 

Me jala y me abraza y, como cada mañana, antes de abrir los ojos hunde el rostro en mi cuello y me besa. Luego masculla algo, probablemente quiere saber qué hora es, debe haber olvidado que hoy no tiene que ir al teatro.

Le doy un beso de buenos días y finalmente abre los ojos. Me sonríe y me besa durante un buen rato. Nos duchamos juntos. Le digo que me gustaría tener otro hijo y él me dirige una mirada pícara antes de afirmar que todos mis deseos son órdenes ineludibles para él.

- Yo diría que empecemos ahora mismo... ¿Qué opinas, Pecas? – me susurra al oído mientras el agua caliente se desliza por nuestros cuerpos.

Ni siquiera intento resistirme. Sus manos y sus labios no me lo permiten, y yo soy completamente suya. 

 

 

 


 

 

💖 FIN 💖




Commenti

  1. Ay no cuánto dolor, me imagino a Eleanor ver a su hijo así, pero Terry resurge como Ave Fénix 🙏, solo q siente que tiene q cumplir esa deuda 😓 gracias EleTG, saludos cl@us

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    1. Sicuro che lui risorgerà, grazie all'amore che custodisce nel cuore ❤️ grazie

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  2. Woww!! Que gran inicio, lloré mucho 💔

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  3. 😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭

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  4. Pobre Terry, tanto sufrimiento por el egoísmo de una persona. El amor nace no se impone. Terry ayúdala económicamente pero nada más, no fue tu culpa. 😭😭😭😭. Gracias EveS.

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    1. Terence di sicuro vuole aiutare Susanna perché lei ha impedito che il riflettore cadesse su di lui ... ma l'amore è un'altra cosa 🥺 grazie ❤️

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  5. Ay pobre de mi Terry, el sufrimiento de estar con alguien que no amas, y luego lo critican que x que bebió, tuvo mujeres, etc, si Susana y su mamá eran unas tóxicas, al contrario, fue fiel a la promesa de Candy, aún cuando fue una mala decisión que tomaron x ser buenos de corazón ❤️ saludos EleTG

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  6. Por cierto que guapo se ve aquí Terry en esta imagen 🥰. cl@us

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  7. Terry, resucitaste como el phoenix. Susanna el nunca te quiso ni te querrá, eso ya lo sabías. Formidable capítulo. Gracias EveS 👏🏼💕👏🏼

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  8. Whoooo me encanta amiga está historia te digo la vi abrí el enlace y se me perdió hasta hoy que la encontré y te digo me tienes cautiva en tus letras espero pronto actualización 😘😘😘😍😍

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  9. Whoooo muy interesante desde la prectiva que tienes Candy y Terry me encanta 😘😘😘😘

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  10. Paul no te enamores de Candy. Terry vuelve por Candy. Buenísima. Gracias Eve S. 👏🏼💕👏🏼💕

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  11. Estupendo capítulo y bueno estoy consciente que en estos años de separación, ambos debieron conocer otras personas, esperando el próximo capítulo, saludos bonito fin Cl@us 😊

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  12. Pobre Terry cuánto sufrimiento por una desquiciada creyendo que tener una obra de caridad tenía el derecho de acabarle la vida de alguien ahora que pasará en la vida de los rebeldes

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    1. Terry ha un cuore generoso e un'anima nobile. Grazie.

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  13. Whoooo qué encuentro ese que tuvieron pero me da un coleron de eso que le da al bombón no buscarse y hablar por qué sufren así de darle a cada uno un galletazo tal vez así entienden que ellos deben estar juntos

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    1. Ahora están separados otra vez, Terry está enojado y Candy no sabe qué hacer. 🥺🥺

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  14. Candy viaja a NY y cuéntale a Terry que Paul Carver no es nada tuyo. Habla claro con Paul también. Terry Que mensaje en esa firma. Candy lo destrozaste. Archie hablando sin saber como siempre. Bravo. Gracias EveS. 👏🏼💕👏🏼💕

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    1. Candy y Terence son víctimas de un malentendido, pero la distancia y el tiempo que pasan separados no les ayuda.

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  15. Candy busca a Terry, explícale lo de Chicago. Terry tu también trata de hablar con Candy. Terry tu dolor y sufrimiento tiene cura. Buenísima. Gracias EveS 👏🏼💕👏🏼💕

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  16. Que barbaridad otra vez estuvieron en el mismo lugar y no pudieron hablar deberás que me estresas saber los testarudo que son cuando deberían luchar por su felicidad ambos

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    1. Sono decisamente due testoni e la lunga separazione non li aiuta 😭😭

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  17. Vaya que ya llegó Alberth eso es buena señal ahora basta saber que hará Terry por qué tanto miedo todos merecemos ser feliz alguna vez por qué ellos no

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    1. La paura che il loro amore sia svanito nel nulla li sta frenando, hanno già sofferto molto e non vogliono soffrire più 😥

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  18. Me encanta como es Jazmín, la pareja perfecta para Albert, una persona directa. Bien hecho Terry, dejasteis a la modelo. Ahora lee el diario y busca a Candy. Formidable capituló 👏🏼💕👏🏼💕EveS

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  19. Me imaginé a Terry leyendo el diario, muy emocionante. Paul actuaste mal. No seas un mal perdedor. Candy si búscalo y sean felices. Buenísima. Gracias EveS. 👏🏼💕👏🏼💕

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    1. Paul non si arrende, ma quello che c'è tra Candy e Terence non ha eguali ❤️❤️

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  20. Que emoción Candy va para New York, siempre impulsiva, Solo espero que Isabel no sea una piedra en el zapato Gracias me encanta la historia 👏👏👏

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  21. Después de tanto padecer los dos al fin se encontrarán está vez será distinto ellos ya son adultos y saben cómo luchar por su amor sin que nadie los detengan viva el amor ❤️❤️

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    1. Che sia la volta buona o il destino si metterà di traverso un'altra volta? 🥺

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  22. No se por que Karen puede temer que Candy este allí para Terence. Es que ella prefiere que su amiga esté con Terrence?

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  23. No hay justicia para el par de enamorados después de tanto padecer ahora el tiene un accidente lo bueno que ella lo cuidara pero que dolor para la pecosa 😭😭😭😭

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  24. Pobre Candy ella tan emocionada y encontrarlo así en el hospital 😔, Será que Terry va a tener su enfermera personal, 🫣. Gracias por otro capítulo 👏👏👏

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  25. OMG 😱 Que accidente. Que no vaya a perder la memoria. Buenísima. Gracias 👏🏼💕👏🏼EveS

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    1. Ti tranquillizzo, Terence non perderà la memoria 🥰😘😘

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  26. Tienen que tolerance a estar juntos.😢😢😢😢😢😢

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  27. Hay amiga mía SOS tan linda pero creo que ya basta una Candy miedosa extrovertida para todo pero para el amor tan sonsa hasta en eso Anne tiene as valor Jesús la mato y la vuelvo a revivir por tonta y ahora Terry que hará

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  28. No puedo estar más de acuerdo con Jasmine, porque se regresó a Chicago? Isabel es una aprovechada!! Y la boba de Candy tan crédula, y mi Terry sedado, va a pensar que fue una alucinación haberla visto, en fin me dejo triste este capítulo, ojala que Eleanor le confirme que efectivamente ella si estuvo allí. Me dejas con ganas de seguir leyendo, gracias por otro capítulo.

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  29. Candy Que testaruda. Terry estaba inconsciente. Lo volviste a dejar solo cuando mas te necesita. Vuelve a NY y cuida de el. Gracias por el capituló. EveS 👏🏼💕💕💕

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    1. Candy è proprio una testona! Grazie a te 🥰😘

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  30. Hay bombón que camino más espinoso tienes que cruzar para llegar al corazón de Candy y n por qué no te amé si no por testaruda y cabeza dura como una vez le digo a la hermana Grecy pero tú puede bombón ella se derrite cuando estás cerca no pierdas la oportunidad porfa

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    1. Vediamo cosa farà Terry per far aprire Candy ❤️❤️

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  31. Candy no seas tan testaruda. Háblale a Terry con el corazón. Patty sigue así ayudándolos. Que bueno que el Dr Brown le contó a Terry que Candy estuvo ahí. Terry hazla hablar. Gracias 👏🏼💕👏🏼☀️ EveS

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    1. Terry non molla e punta direttamente al cuore di Candy ❤️❤️

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  32. Ambos son testarudos, ninguno quiere dar el primer paso, y es obvio que el amor de ellos se siente hasta en el aire, hasta pude recrear en mi mente la escena de Candy cubriéndolo con la manta y el sonriendo, me encanto el capítulo. gracias por alegrar hoy mi día.

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    1. Molto dolce il momento in cui Candy lo copre con il plaid e Terence non stava dormendo 😊😉

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  33. Esto es en serio amiga no lo puedo creer estos dos de Albert los amarro en un árbol y los dejo ahí que barbaridad

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  34. Terry que paso con tu paciencia. Estás dándote por vencido muy rápido. Como pueden ser tan testarudos. 😭😭😭. Formidable capituló. EveS 👏🏼💕👏🏼💕

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  35. Que hermoso espero que pronto resuelvan y deciding darce otra oportunidad , gracias Ele TG , me encantan tus historias.❤️❤️❤️

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  36. Hermoso. Sublime reconciliación. 👏🏼💕👏🏼💕EveS

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  37. Amiga mía eres única sufrí viendo a ese par de testarudo pero este capitulo es hermoso gracias

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  38. Por un momento pensé que Candy iba a dejarlo ir, que emocionante esa escena en el andén!! me encanto el capítulo, gracias por hacerme feliz este día, entre tanto problema cotidiano. 👏👏👏

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  39. Hermoso capítulo cómo no enamorarse de una pareja tan hermosa y un amor tan puro como el de los dos ❤️❤️❤️❤️

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  40. Como entro Paul a la casa de Candy? Sublime entrega de tus almas que ya han sufrido bastante. Que fue la decisión Terry. Cásate y llévatela contigo a NY. Excelente capituló. Gracias EveS. 👏🏼💕👏🏼💕

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    1. È stata Candy a far entrare Paul, lui voleva delle spiegazioni ma quando è apparso Terence non ci ha visto più e boom 👊🙄

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  41. Whoooo que hermoso fue está vez su sorpresa para ambos la felicidad les llegó espero no hay nuberrones pahi queriendo opacar el amor ❤️❤️❤️❤️

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  42. Que belleza de capítulo, me he quedado suspirando, amo cuando leo que son felices y me imagino cada escena como si estuviera viéndolos. Ahhh que bonito amor.🥰. GRACIAS 👏👏👏

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  43. Hermosa declaración. Jean Paul estará muy contento 😁😁😁 Formidable capituló 👏🏼💕👏🏼💕

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  44. Hermosa historia me encanta como escribe , 🥰🥰🥰🥰🌹🌹🌹

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  45. Gracias mil, ha sido un placer leer tan bonita historia, he suspirado me he ilusionado, tantas emociones, gracias por compartir tu talento.

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  46. Buenísima historia de principio a fin. Gracias 👏🏼💕👏🏼💕EveS

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